049
La vida es como una canción; a veces desafinada, a veces armoniosa, pero siempre llena de emociones
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1994
El salón de la casa estaba, como siempre, lleno de ruido. Eva descansaba en el sofá con una almohada cuidadosamente acomodada en su espalda y patitas, descansaba con la cabeza sobre su vientre.
El sonido de pasos apresurados bajando las escaleras la sacó de su pequeño momento de calma. Sirius apareció, seguido de cerca por Harry, Rigel y Luna. Traían algo entre manos; Eva podía sentirlo.
—Eva, adivina qué—exclamó Sirius con una sonrisa traviesa.
—No estoy segura de querer saberlo, Sirius. ¿Otra vez intentaron usar las escobas dentro de la casa? —preguntó, levantando una ceja.
Harry y Rigel intercambiaron miradas culpables mientras Luna negaba con la cabeza, luciendo casi indignada.
—Yo les dije que era una idea terrible, pero ya sabes cómo son... —murmuró Luna, como si fuera una adulta atrapada en el cuerpo de una niña de trece años.
Antes de que Sirius pudiera responder, Regulus entró en la sala. Su mirada fue directamente hacia patitas, que estaba cómodamente instalado sobre Eva.
—¿Otra vez? —dijo Regulus, frunciendo el ceño mientras intentaba acercarse.
Patitas levantó la cabeza apenas un centímetro, le gruñó y volvió a acomodarse. Regulus resopló, cruzándose de brazos.
—No entiendo por qué ese perro piensa que tiene más derecho que yo. Soy el prometido de Eva, y el padre, por Merlín.
Sirius, que ya estaba sentado en el suelo, soltó una carcajada.
—Es simple, Reg. Patitas sabe lo que hace. Tú, en cambio, lo único que haces es ponerte celoso.
—No estoy celoso de un perro.
Eva lo miró con una sonrisa.
—Claro que no, amor. Solo estás… ¿cómo lo dijiste la última vez? “Harto de ser tratado como un intruso en mi propia casa”.
Regulus abrió la boca para replicar, pero Sirius se adelantó.
—Lo que sea, hermano. El punto es que el perro gana, otra vez.
Rigel, que hasta entonces había estado ocupado intentando esconder algo tras su espalda, decidió aprovechar el momento.
—Sirius, ¿podemos? —preguntó, lanzándole una mirada significativa a Harry.
Sirius se levantó de un salto.
—¡Por supuesto que sí! —exclamó antes de siquiera saber de qué hablaban.
Eva suspiró.
—¿De qué están hablando?
Harry sacó una escoba de detrás del sofá.
—Queremos ver quién es más rápido volando por la casa.
Regulus alzó una ceja.
—¿Volando? ¿Dentro de la casa? ¿Con Eva embarazada sentada aquí?
—¡Lo sabía! —exclamó Luna, cruzándose de brazos. —Les dije que papá no iba a dejarlos.
Sirius se giró hacia ella.
—¿Por qué eres tan aburrida, Luna?
—¿Por qué tú eres tan irresponsable? —replicó ella con calma.
Eva no pudo evitar reírse, mientras Regulus negaba con la cabeza.
—Sirius, ¿algún día madurarás?
—¿Y arruinar mi encanto? Ni loco, hermano —dijo Sirius con una sonrisa. —Y solo las frutas maduran.
Antes de que el caos pudiera escalar más, Blu apareció con una bandeja de té y galletas.
—Ama, aquí tiene su té. Es bueno para usted y el bebé.
—Gracias, Blu —respondió Eva, tomando la taza con gratitud.
No pasaron ni dos segundos antes de que Kreacher apareciera detrás de Blu.
—La ama, no debería comer esas galletas. Son pura azúcar.
Blu infló el pecho, indignada.
—¡Mis galletas son perfectamente buenas para la ama, Eva!
—¡No lo son! —replicó Kreacher, mientras Winnie, aparecía con una manta.
—Por favor, basta los dos. La ama necesita descanso, no peleas de elfos —dijo Winnie, colocando la manta sobre las piernas de Eva con ternura.
Eva suspiró mientras observaba a los elfos discutir entre ellos. A veces sentía que tenía cuatro hijos más en casa.
Mientras tanto, Sirius había decidido que la mejor manera de resolver el conflicto de la escoba era organizar un duelo de almohadas.
—¡Rigel contra Harry! ¡Que gane el mejor! —anunció, lanzando almohadas a ambos chicos.
—¡No puedes estar hablando en serio! —dijo Regulus, mirando incrédulo cómo los chicos comenzaban a golpearse con las almohadas.
—Por supuesto que sí. ¿Quieres una? —Sirius le lanzó una almohada, que Regulus atrapó por reflejo.
—No pienso participar en esto. —Pero antes de que pudiera devolver la almohada, Sirius ya estaba lanzándole otra.
—¡Vamos, Regulus! Un poco de diversión no te hará daño.
—¿Qué clase de adulto eres? —preguntó Regulus, mientras Sirius se reía como un niño.
Después de varios minutos, los chicos finalmente se calmaron y salieron al jardín, dejando a Eva y Regulus solos en el salón. Regulus se acercó y tomó la mano de Eva, mirándola con preocupación.
—¿Estás bien? No deberías aguantar tanto alboroto.
Eva sonrió, acariciando su mejilla.
—Estoy bien, Reg. Aunque... me pregunto si sobreviviré siete meses más con tres adolescentes, un adoltu que se comporta como un niño, y tres elfos que se pelan por cualquier cosa.
Regulus la besó en la frente.
—No estás sola, Eva. Siempre estaré aquí para ti, incluso si tengo que lidiar con ese maldito perro.
Patitas levantó la cabeza como si hubiera entendido el comentario y gruñó en su dirección, ganándose una carcajada de Eva.
—¿Ves? Hasta él sabe quién manda aquí.
Cuando los chicos volvieron del jardín, Regulus tenía un plan en mente. Se acercó a Eva y, con un toque de picardía en los ojos, le dijo:
—¿Qué te parece si damos un paseo? Solo tú, yo… y ese perro celoso que no me deja acercarme a ti. —Eva arqueó una ceja, sospechando que Regulus tenía algo bajo la manga.
—¿Y qué planeas con eso?
—Nada complicado. Solo pensé que te vendría bien un poco de aire fresco y paz lejos de esta casa llena de… —Regulus miró de reojo a Sirius, que estaba en el suelo armando algo que claramente no debía ser armado. —... ruido.
Eva sonrió, mirando a patitas, que ahora levantaba la cabeza como si hubiera escuchado su nombre.
—Creo que él está de acuerdo.
Con la ayuda de Winnie, quien insistió en que Eva llevara una manta "por si hacía frío", y Blu, que empacó un pequeño picnic "por si le daba hambre", la pareja finalmente logró salir de la casa.
Regulus le ofreció su brazo, que Eva aceptó con una sonrisa. Patitas los seguía de cerca, como un pequeño guardián.
—¿A dónde vamos? —preguntó Eva, mientras caminaban por el sendero que llevaba al bosque cercano.
—Es una sorpresa. Pero te prometo que es un lugar tranquilo, sin niños gritones ni elfos discutiendo. O Sirius.
—Eso suena como un sueño hecho realidad —bromeó Eva.
Después de caminar durante unos diez minutos, llegaron a un pequeño claro en medio del bosque. Estaba rodeado de árboles altos, y la luz del sol se filtraba entre las hojas.
Regulus extendió la manta en el suelo, ayudando a Eva a sentarse y luego el ocupo su lugar. Patitas, por supuesto, se acomodó rápidamente junto a ella, con la cabeza en su vientre, como si fuera su lugar.
—Me sorprende que no hayas traído a Kreacher para que monte guardia también —bromeó Eva, mientras se recostaba con cuidado.
Regulus se tumbó a su lado, apoyando la cabeza en una mano mientras la miraba con una sonrisa.
—Créeme, lo pensé. Pero me pareció que sería demasiado incluso para mí.
Eva se echó a reír, el sonido suave llenando el claro.
Por unos momentos, solo disfrutaron del silencio. El canto de los pájaros y el suave movimiento de las hojas eran un contraste perfecto con el caos que habían dejado atrás en casa.
—¿Sabes? A veces me pregunto si realmente estamos preparados para esto —confesó Eva, acariciando a Patitas distraídamente.
Regulus la miró con curiosidad.
—¿Para qué? ¿Para el bebé?
—Para todo. Para ser padres. Para manejar una casa llena de elfos, niños y Sirius.
Regulus soltó una carcajada.
—Nadie está preparado para Sirius. Ni siquiera mis padres lo estaban.
—Eso no es exactamente alentador.
—Pero, ¿sabes qué? Creo que lo estamos haciendo bastante bien —dijo, tomando su mano y entrelazando sus dedos con los de ella. —Además, tu y yo somos un equipo, nada puede salir mal.
Eva lo miró, sintiendo cómo una oleada de tranquilidad la envolvía. A pesar de todo, sabía que tenía a Regulus a su lado,
Patitas, que parecía haberse quedado dormido, comenzó a roncar suavemente, lo que hizo que ambos rieran.
—Creo que hasta el perro está más relajado aquí que en casa —dijo Eva.
—Eso es porque no tiene que escuchar a Sirius gritar —bromeó Regulus. —Deberíamos venir aquí más seguido.
—Deberíamos —admitió Eva.
Regulus la miró durante unos segundos antes de inclinarse y besarla suavemente en los labios. Fue un beso tranquilo, lleno de amor y felicidad.
Cuando se separaron, Eva sonrió.
—¿Eso fue por algo en particular?
—No, solo quería recordarte cuánto te amo.
—Bueno, pues deberías hacerlo más seguido —respondió Eva con una sonrisa juguetona.
—Lo haré, amor.
Ambos rieron, disfrutando del momento. Después de un rato, el sol comenzó a ponerse, y sabían que era hora de regresar. Con desgane, Regulus recogió sus cosas y empezaron a caminar de vuelta a casa.
—¿Crees que Sirius habrá destruido algo mientras estuvimos fuera? —preguntó Eva.
—Probablemente. Pero eso no será nada comparado con la batalla que Kreacher y Blu deben haber tenido en la cocina.
Eva rió, mientras Patitas trotaba alegremente a su lado, como si también hubiera disfrutado del paseo.
[ • • • ]
Cuando Eva y Regulus llegaron a la puerta de su casa, notaron algo alarmante: silencio absoluto.
—No me gusta esto —murmuró Regulus, frunciendo el ceño.
—Ni yo. —Eva suspiró, acariciando distraídamente a Patitas, que estaba pegado a su pierna. —Si Rigel y Sirius están demasiado callados, algo malo está pasando.
Regulus abrió la puerta con cautela, y ambos entraron. Pero nada los preparó para lo que les esperaba en el salón.
Rigel y Harry estaban cubiertos de pintura de pies a cabeza, con Rigel luciendo como si hubiera estado nadando en pintura roja y Harry en verde. Parecían versiones vivientes de un par de duendes de Navidad.
Kreacher y Blu estaban en una esquina, cubiertos de harina y huevos, intercambiando miradas de enojó. Luna, por otro lado, estaba sentada en el sofá con Winnie, ambas sosteniendo platos con un intento de decoración que mezclaba pintura, pegamento y purpurina.
Y luego estaba Sirius.
—Por Merlín... —susurró Eva, mirando fijamente a su cuñado.
Sirius estaba de pie en medio del desastre, con huevos goteando por su barba y una ceja cortada a la mitad. Pero lo peor era su cabello: un revoltijo de mechones desiguales que parecía haber sido víctima de un mal corte de tijera.
—Por favor, dime que es una broma —dijo Eva, llevándose una mano a la frente.
Regulus simplemente dejó caer su abrigo en el perchero, miró alrededor y se cruzó de brazos.
—¿Quieren explicarnos qué diablos pasó aquí?
Rigel y Harry hablaron al mismo tiempo:
—¡Fue culpa suya! —se señalaron mutuamente, cubriendo de pintura al otro con el movimiento.
—¡Silencio! —gritó Eva, y ambos se callaron de inmediato. Se notaba que sabían que no debían meterse con ella.
Se giró hacia los elfos.
—Kreacher, Blu, ¿por qué están cubiertos de harina y huevos?
Kreacher señaló a Blu con indignación.
—¡Blu no respeta el orden de Kreacher!
Blu alzó las manos.
—¡Blu solo quería limpiar la pintura de los niños, pero Kreacher empezó a tirar harina!
Eva cerró los ojos, respirando hondo.
—No quiero saber más. Winnie, ¿qué estabas haciendo tú?
Winnie, aún sosteniendo un plato, respondió nerviosa:
—La señorita Luna y yo estábamos decorando platos para el bebé…
Eva miró a Luna, que sonrió ampliamente.
—Son para cuando nazca.
Por un momento, Eva estuvo tentada a dejarlo pasar, pero luego vio el desastre de pintura y pegamento que cubría el sofá.
Finalmente, su mirada aterrizó en Sirius, quien estaba intentando limpiarse la barba con una servilleta.
—¿Y tú? —preguntó Eva, con las manos en las caderas.
Sirius alzó las manos en un gesto inocente.
—Supervisaba.
—¿Supervisabas? —repitió Eva, con incredulidad. —Tienes una ceja a medio cortar, huevos en la barba y un cabello que parece que tenían corjare contigo. ¿Supervisabas qué exactamente?
Sirius se encogió de hombros, como si no entendiera la gravedad de la situación.
—A veces hay que dejar que los niños se expresen.
Eva lo fulminó con la mirada.
—Bueno, tus métodos de supervisión son un desastre. Y ahora tendrás que pagar las consecuencias.
—¿Consecuencias? —preguntó Sirius, inclinando la cabeza.
Eva respiró hondo y comenzó a dar órdenes.
—Rigel, Harry, arriba. Una ducha, ahora. Y si dejan pintura en las toallas, estarán lavándolas ustedes mismos.
—¡Sí, mamá! —dijeron los chicos, corriendo escaleras arriba mientras se lanzaban pintura entre ellos.
—Kreacher, Blu, limpien este desastre. Y si escucho una sola discusión, Sirius se unirá a ustedes.
Ambos elfos la miraron horrorizados antes de asentir rápidamente y ponerse manos a la obra.
—Winnie, lleva a Luna a su cuarto y ayúdala a limpiar el desastre de pintura que hay en sus manos. Luego pasarán al sofá.
Winnie asintió con entusiasmo, arrastrando a Luna, quien aún parecía orgullosa de sus platos.
Finalmente, Eva se giró hacia Sirius.
—Y tú… —dijo Eva, señalándolo con un dedo. —Sube las escaleras y siéntate en el baño. Yo misma me encargaré de arreglar lo que queda de tu cabello y tu barba.
Sirius abrió la boca para protestar, pero Eva alzó una ceja, y él cerró la boca de inmediato.
—Está bien, pero solo porque confío en tu talento, Eva.
Mientras subía las escaleras, lanzó un comentario por encima del hombro:
—Ya veo quién manda en tu relación, hermano.
Regulus, que había estado disfrutando del espectáculo, sonrió.
—Al menos yo tengo una relación.
Sirius resopló desde las escaleras, y Eva no pudo evitar reírse mientras se dejaba caer en el sofá.
—¿Sirius siempre fue así? —preguntó Eva, sentándose, mientras Regulus le pasaba una taza de té que Blu había traído rápidamente.
—No. A veces era peor —respondió Regulus, sintiendo a Eva recostándose en su hombro con un suspiro.
Patitas saltó al sofá y colocó la cabeza en su vientre, moviendo la cola como si estuviera complacido con todo el caos.
—Debo admitir que admiro tu paciencia —comentó Regulus, mirándola con orgullo y diversión.
Eva sonrió, acariciando la oreja de Patitas.
—No sé si es paciencia o simple resignación. Pero al menos ahora todo está en orden.
—Por ahora —dijo Regulus con una sonrisa traviesa, haciendo que Eva lo empujara suavemente mientras ambos reían.
[ • • • ]
Eva subió al baño con una sonrisa de agotamiento. Tenía en una mano un peine, en la otra unas tijeras, y su varita asomando del bolsillo de su delantal. Al entrar, encontró a Sirius sentado en el borde de la bañera, con la toalla sobre los hombros, tamborileando los dedos en sus rodillas y con una expresión que mezclaba descaro y resignación.
—¿Lista para arreglar este desastre, pequeña cuñada? —preguntó Sirius, con una sonrisa desafiante.
—No te hagas el gracioso, Black. —replicó Eva, poniéndose detrás de él y levantando una ceja mientras inspeccionaba su cabello y lo que quedaba de su barba.
—Cálmate, no es tan grave. Además, fue por los niños, ya sabes… sacrificio de tío cool.
Eva soltó un bufido.
—Eres un sacrificio constante para tu propia causa. No sé si deberías ser más adulto o un mejor ejemplo, pero sospecho que ambas cosas están fuera de tu alcance.
Sirius le dedicó una sonrisa descarada, pero al verla tomar las tijeras, su expresión se volvió cautelosa.
—Por favor, que no me quede calvo.
Eva soltó una risa.
—Tranquilo. No soy un monstruo, aunque después de lo que hiciste abajo, tal vez debería serlo.
Eva comenzó a peinar con cuidado el cabello de Sirius, quitando los nudos y tratando de salvar lo que podía antes de usar las tijeras. Sirius, sorprendentemente, permaneció en silencio durante un buen rato, hasta que no pudo evitar abrir la boca.
—¿Sabes? Podrías haberte dedicado a esto. Tienes talento, ¿eh?
—Gracias, siempre soñé con convertirme en la estilista de magos inmaduros —respondió Eva con sarcasmo, cortando un mechón desigual. —Además, tengo práctica. Cuando era pequeña, solía cortarles el cabello a mis muñecas. Claro, algunas quedaron calvas, pero aprendí de mis errores.
—Oye, solo trato de ser amable aquí. Y eso no me tranquiliza mucho.
Eva rió, moviendo la cabeza.
—Eso es nuevo. Y que conste, lo aprecio… un poco.
Tras un rato, Sirius se quedó en silencio, mirando su reflejo en el espejo frente a ellos. Después de unos momentos, habló con un tono más serio.
—Eva… sé que a veces soy insoportable.
—A veces, dices.
—Ya, en serio. —Sirius giró un poco la cabeza, pero Eva le dio un golpecito en la oreja con el peine para que se quedara quieto. —Solo quiero que sepas que… aprecio mucho lo que haces por esta familia. Por Regulus, por los chicos… incluso por mí.
Eva se detuvo por un momento, sorprendida por la sinceridad en sus palabras.
—Gracias, Sirius. Pero no hago nada extraordinario. Solo intento mantener este lugar de pie.
—¿Y crees que eso no es extraordinario? —Sirius soltó una risita, aunque su mirada seguía siendo seria. —Cuando pienso en cómo era esta casa antes de que llegaras… oscura, incómoda. Totalmente distinto a lo que es ahora. Ahora, si, es un desastre, pero es un hogar. Y eso es por ti.
Eva sintió un nudo en la garganta, pero lo disimuló volviendo a cortar.
—Tú también eres parte de eso, Sirius. Eres el tío loco que hace que las cosas sean interesantes.
Sirius dejó escapar una carcajada suave.
—¿Eso es un cumplido?
—Tómalo como quieras.
Él la miró por el espejo, con una sonrisa más suave.
—Eres buena conmigo, Eva. ¿Por qué?
Eva sonrió y encogió los hombros.
—Alguien tiene que hacerlo.
Ambos rieron, aunque había un sentimiento cálido entre ellos que no necesitaba palabras.
Cuando Eva terminó, dio un paso atrás, admirando su trabajo.
—Listo. No es mi mejor obra, pero ahora pareces alguien decente.
Sirius se levantó y se miró al espejo, girando la cabeza de un lado a otro.
—No está mal. Quizás hasta me consiga una cita.
—Si te consigues una cita con alguien que no sea un espejo, avísame.
Sirius fingió una expresión herida, pero luego rompió en una carcajada. Antes de salir, se giró hacia Eva y dijo:
—Eva... eres como la hermana que nunca quise, pero que terminé necesitando.
Eva se cruzó de brazos, sonriendo.
—Y tú eres como el hermano mayor que nunca pedí, pero que terminé aguantando.
Sirius le dedicó una despedida burlón y salió del baño, murmurando algo sobre probar su nuevo look con los niños. Eva, sin embargo, se quedó un momento, sonriendo al recordar sus palabras.
En medio de lo que era su vida, siempre había momentos como este que le recordaban lo afortunada que era. Y a pesar de todo, Sirius era una parte importante de eso.
[ • • • ]
La casa estaba finalmente en silencio, una rareza después de todo lo que había sucedido en el día. Eva, con un suspiro cansado pero satisfecho, decidió hacer su ronda nocturna para asegurarse de que todos estuvieran bien.
Al entrar en la habitación de Luna, Eva encontró a la pequeña ya dormida, con su cabello rubio desparramado en la almohada. Kreacher estaba sentado en una pequeña silla junto a la cama, con un libro en las manos que parecía haber sido usado como entretenimiento para la rubia antes de que se quedara dormida.
—Gracias, Kreacher —susurró Eva, acercándose para arropar a Luna.
—Es un honor cuidar a la señorita Luna, ama Eva —respondió el elfo en un murmullo, bajando la vista con respeto.
Eva sonrió, inclinándose para besar la frente de Luna antes de apagar la luz.
En la habitación de Rigel, Eva encontró una escena más peculiar. Rigel estaba abrazando un oso de peluche, con Blu acomodando cuidadosamente una manta a su alrededor.
—Blu, ¿todo bien aquí? —preguntó Eva, susurrando para no despertar a su hijo adoptivo.
—El amo Rigel tenía muchas preguntas sobre usted y el amo Regulus. Blu le contó historias hasta que se durmió —respondió la elfina, con orgullo y devoción.
Eva acarició la cabeza de Rigel con ternura.
—Gracias, Blu. No sé qué haría sin ustedes.
La elfina hizo una reverencia, y Eva apagó la luz antes de cerrar la puerta.
La habitación de Harry estaba un poco más desordenada, pero Eva no pudo evitar sonreír al verlo durmiendo profundamente, con Winnie sentada al borde de su cama, observándolo con una expresión de completa adoración.
—Winnie, gracias por cuidarlo.
—Winnie siempre cuidará al joven Harry, ama Eva. Es su tarea más feliz.
Eva se inclinó y besó suavemente la frente de Harry.
—Buenas noches, mi niño. Winnie.
Winnie asintió mientras Eva salía silenciosamente, cerrando la puerta detrás de ella.
Antes de ir a su propia habitación, Eva decidió pasar por la de Sirius. Tocó la puerta suavemente antes de entrar, encontrándolo sentado en la cama, mirando una vieja fotografía enmarcada de los Merodeadores. Había una sonrisa melancólica en su rostro mientras sus dedos trazaban la imagen de Remus, James, Peter y él mismo.
—¿Todo bien, Sirius? —preguntó Eva con suavidad, acercándose y sentándose en el borde de la cama.
—Sí, solo… recordando. —Sirius levantó la vista hacia ella con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. —¿Sabes? A veces me pregunto cómo llegamos aquí.
Eva ladeó la cabeza.
—¿Aquí? ¿En esta casa llena de gritos y amor?
Sirius soltó una risa suave.
—Sí, algo así. Es raro. Hace unos años, pensé que no quedaba nada. Y ahora…
Eva lo miró con comprensión.
—Y ahora tienes una familia que te adora, incluso si eres un desastre.
Sirius le dedicó una sonrisa genuina esta vez.
—Sí, y supongo que tener a alguien como tú nos mantiene en pie.
—Alguien tiene que hacerlo, ¿no? —respondió Eva, repitiendo la frase que habían compartido antes, logrando que ambos rieran suavemente.
—Gracias, Eva. Por todo.
Eva le apretó la mano con cariño antes de levantarse.
—Descansa, Sirius. Mañana será otro día.
Sirius la vio salir de la habitación y murmuró para sí mismo:
—Otro día en casa.
Cuando Eva llegó a su habitación, encontró a Regulus ya en la cama, leyendo un libro. Patitas estaba a los pies de la cama, pero al verla entrar, se levantó para recibirla, moviendo la cola y restregándose contra su vientre como si supiera exactamente lo que estaba protegiendo.
—¿Todo en orden? —preguntó Regulus, cerrando el libro y observándola con ternura mientras ella se sentaba a su lado.
Eva suspiró, dejando que su cansancio se mostrara finalmente.
—Sí. Todos están en sus camas, con sus elfos. Sirius está más o menos entero… y ahora estoy aquí.
Regulus sonrió y la atrajo hacia él, envolviéndola en sus brazos.
—Te ves cansada.
—Lo estoy. Pero vale la pena. —Eva se acomodó contra su pecho, escuchando los latidos de su corazón mientras él acariciaba suavemente su cabello.
—Tienes un corazón enorme, Eva. Lo veo cada día. Pero no olvides que también tienes a alguien que siempre estará aquí para cuidarte.
Eva levantó la mirada hacia él, sus ojos brillando con amor.
—Y lo aprecio más de lo que puedo decir, Reg.
Se quedaron en silencio por un momento, simplemente disfrutando de la calidez del otro. Finalmente, Regulus habló con una sonrisa.
—¿Patitas va a ocupar mi lugar esta noche otra vez?
Eva rió suavemente. —Quizás. Pero no creo que gruñirte sea suficiente para apartarte.
—Eso nunca, —murmuró Regulus, inclinándose para besarla con una dulzura que hizo que Eva olvidara todo el caos del día.
Y mientras se acomodaban juntos en la cama, con Patitas acurrucado a sus pies, Eva supo que no importaba lo difícil que fuera el camino, mientras estuvieran juntos, todo valdría la pena.
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