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046

Lo inesperado es lo que te cambia la vida.

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1994

La casa de los Black estaba llena de vida esa tarde, algo que no era común en el hogar antes normalmente sobrio y casi lúgubre. El aroma a vainilla y chocolate flotaba en el aire mientras las risas de Regulus y Luna resonaban desde la cocina. El ruido de ollas y utensilios chocando se mezclaba con los comentarios alegres de Harry, quien parecía estar divirtiéndose a costa de Rigel.

La casa estaba particularmente ruidosa esa tarde, algo que ya era común desde que Harry, Rigel y Luna habían empezado a convertir Grimmauld Place en un hogar más que en una reliquia polvorienta de los Black. En la cocina, Regulus, con un delantal negro que decía "Maestro de la Cocina", estaba inclinado sobre un pastel medio decorado mientras Luna le daba instrucciones como si fuese una maestra estricta.

—¡No, no, no, papá! El glaseado tiene que ir más suave, como una nube —le decía Luna mientras espolvoreaba azúcar glas con un entusiasmo que, inevitablemente, había dejado toda la encimera cubierta de blanco.

Regulus frunció el ceño, pero su paciencia con Luna era infinita.

—Luna, esto es un pastel para Dione, no un proyecto de tus clases de arte.

Luna lo miró como si acabara de decir algo escandaloso.

—¿Acaso no es lo mismo?

Mientras tanto, Harry se reía en la esquina, con un vaso de jugo de calabaza en la mano. Cada vez que Rigel pasaba cerca de él, Harry no podía evitar soltar algún comentario que lo hacía enrojecer aún más.

—¿Así que finalmente invitas a Dione a casa? ¿Qué será lo siguiente, Rigel? ¿Una cena romántica con velas? —Harry se burló.

—Cállate, Potter —gruñó Rigel, hundiendo el rostro en las manos.

En el piso superior, Eva estaba en su habitación, sentada en la cama con las piernas cruzadas y un pequeño sobre en sus manos. La luz del sol entraba tímidamente por las cortinas, dibujando patrones en las paredes. Era una tarde tranquila, perfecta para reflexionar... y para lidiar con la noticia que acababa de recibir.

Eva miró el sobre una vez más, como si con solo verlo pudiera asegurarse de que todo era real. Lo había sabido en su interior desde hacía días. La náusea matutina, el cansancio inexplicable, el hormigueo en su estómago cada vez que pensaba en la posibilidad. Pero ahora tenía una confirmación tangible: estaba embarazada.

Antes de conocer a Regulus, la idea de ser madre le parecía tan lejana como un sueño que jamás se haría posible. Crecer con una madre distante y fría había sembrado en Eva un miedo profundo: ¿y si no era capaz de darle a un hijo el amor y la seguridad que merecía? Sin embargo, todo cambió cuando Rigel, Harry y Luna llegaron a su vida. No compartía sangre con ellos, pero los amaba con una intensidad que jamás creyó posible. La forma en que ellos la buscaban para consuelo, para consejos, o simplemente para estar a su lado, le había enseñado que ser madre no era solo cuestión de biología.

Ahora, ese amor estaba por expandirse. Pero... ¿cómo se lo diría a Regulus?

—Embarazada —murmuró para sí misma, como si decirlo en voz alta pudiera ayudarla a procesarlo.

—¿Qué has dicho?

Eva dio un respingo al escuchar la voz de Sirius desde el umbral de la puerta. Estaba apoyado contra el marco, con los brazos cruzados y una ceja levantada, mirándola, con esa sonrisa despreocupada que parecía no haberse borrado desde que regresó a la vida de su hermano menor y su familia.

—¿Estás embarazada? —preguntó Sirius, dando un paso hacia el interior de la habitación.

Eva se quedó helada por un momento, atrapada entre el impulso de negarlo y la necesidad de confesar. Finalmente, asintió, su rostro reflejando una mezcla de emoción y miedo.

—Sí, pero... no sé cómo decírselo a Regulus —admitió, dejando escapar un suspiro tembloroso.

Sirius la miró en silencio por unos segundos antes de sentarse a su lado en la cama.

—¿Por qué no simplemente lo dices? “Hola, Regulus. ¿Recuerdas aquella vez que olvidamos los hechizos anticonceptivos? Bueno, sorpresa”.

Eva le lanzó una almohada, que Sirius atrapó con facilidad, riendo.

—No es tan simple —dijo ella, cruzándose de brazos—. No sé cómo va a reaccionar.

—¿Por qué tienes miedo? Vamos, conoces a mi hermano mejor que nadie.

Eva dejó el sobre a un lado y se pasó las manos por el cabello.

—No es miedo exactamente, es... complicado. Regulus siempre ha sido increíble con los chicos. Harry, Luna y Rigel lo adoran. Pero esto es diferente. Este bebé será suyo, de sangre. ¿Y si... y si no está listo?

Sirius soltó una risa breve y miró al techo, como si buscara paciencia.

—¿No está listo? Eva, por favor. Ese hombre es tan meticuloso que probablemente ya tenga un plan de crianza detallado para un hijo que ni siquiera sabía que venía en camino.

Eva no pudo evitar sonreír un poco ante esa imagen. Sirius se inclinó hacia adelante, su expresión ahora más seria.

—Eva, ¿estás preocupada de que no quiera al bebé?

—No, no es eso. Sé que será un padre increíble. Pero... no tuvo buenos ejemplos de cómo serlo. Ni él ni yo los tuvimos —dijo, mirando a Sirius.

Sirius suspiró, apoyándose en el respaldo de la silla.

—Bueno, eso es cierto. No conocí a tus padres pero, Orión y Walburga eran... bueno, un desastre. Supongo que podríamos decir que eran consistentemente horribles, al menos. Pero Regulus rompí ese ciclo —dijo Sirius con firmeza—. Harry, Rigel, Luna... son felices porque ustedes dos los aman. Yo lo veo todos los días.

—Es que... —bajó la voz, como si estuviera compartiendo un secreto profundo—. Yo tampoco sé si estoy lista.

Sirius ladeó la cabeza y la observó con seriedad.

—Eva, escúchame. Si algo he aprendido de ustedes dos es que hacen un equipo increíble. Sí, me dolió ser un extraño para Rigel y Harry, pero no cambiaría nada. Ustedes son unos padres maravillosos. Este bebé va a tener mucha suerte.

Eva lo miró, conmovida por su sinceridad.

—Gracias, Sirius. Eso significa mucho para mí.

—¿Sabes lo que pienso? Que Regulus probablemente va a entrar en pánico, pero solo por un momento. Luego, empezará a planear todo hasta el último detalle, porque es Regulus. Eva, él te adora, y este bebé será igual de amado.

Eva dejó escapar una risa nerviosa, aunque sus ojos estaban brillantes.

—Eres sorprendentemente sabio a veces, Sirius.

Sirius se encogió de hombros con falsa modestia.

—Es un don natural. Aunque, en serio, ¿qué les costaba usar un hechizo anticonceptivo?

—¡Sirius! —protestó Eva, golpeándolo en el brazo.

Él levantó las manos en un gesto defensivo, riendo.

—¡Solo digo! Aunque, viendo cómo van las cosas abajo, creo que un bebé será una adición interesante a esta casa. Ya tenemos caos de sobra.

—Sirius...

—Aunque debo decir... ¿qué les costaba usar un poco de magia anticonceptiva? Quiero decir, ¿era realmente tan complicado?

Eva lo miró con los ojos abiertos como platos, sin saber si reír o lanzarle algo.

—¡Sirius!

—No, en serio —continuó él, ahora claramente disfrutando de su incomodidad—. No sé si felicitarte o regañarte por ser tan imprudente.

—Por favor, ¿puedes no convertir esto en algo... raro? —Eva lo golpeó suavemente en el brazo, aunque estaba sonriendo.

—Solo digo que la próxima vez podrías... oh, espera, no habrá próxima vez. Bueno, supongo que ya no importa. —Sirius soltó una carcajada cuando Eva rodó los ojos.

—Eres imposible.

—Y tú eres una futura mamá aterrorizada. Pero créeme, Eva, todo va a estar bien.

Antes de que pudieran continuar, un ruido fuerte vino desde la cocina, seguido por la risa de Luna y un grito ahogado de Regulus. Eva y Sirius intercambiaron una mirada divertida antes de levantarse.

—Gracias, Sirius —dijo, mirándolo con gratitud.

Él le guiñó un ojo.

—Siempre, Eva. Pero ahora baja, porque si dejamos a Regulus y Luna solos en la cocina mucho tiempo más, probablemente terminarán explotando la cocina. Vamos —dijo Sirius, ofreciéndole una mano para ayudarla a levantarse—. Tienes una fiesta de caos en la cocina que claramente necesita supervisión.

En la cocina, la escena que los recibió era una combinación de desastre y alegría pura. Luna estaba cubierta de harina hasta los codos, riendo mientras intentaba ayudar a Regulus a decorar un pastel. Harry estaba sentado en la mesa, burlándose de Rigel, quien estaba más rojo que el glaseado de fresa que sostenía en las manos.

—¿Así que finalmente te pusiste de acuerdo con Dione para traerla aquí, Rigel? —Harry preguntó con una sonrisa traviesa, ganándose un gruñido de su hermano.

Eva y Sirius habían llegado justo a tiempo para ver a Regulus intentar rescatar el pastel de Luna, quien había decidido añadir “un poco más de color” al glaseado.

—Luna, ya no toques eso —dijo Regulus, su tono una mezcla de paciencia y resignación.

—Pero necesita más brillo —protestó ella, agitando la varita de Regulus.

Harry, mientras tanto, seguía molestando a Rigel.

—Dione va a notar si te pones tan nervioso, Rigel. Relájate.

—¡No estoy nervioso! —insistió Rigel, aunque su rostro rojo lo delataba.

Eva sonrió al ver la escena. Se acercó a Regulus, quien le dedicó una pequeña sonrisa, y le susurró:

—Estás cubierto de harina.

—Es el precio de trabajar con Luna Lovegood —respondió él, limpiándose las manos en el delantal.

Eva miró a todos en la habitación. Harry, Rigel y Luna estaban riendo juntos. Sirius estaba sentado en una esquina, observando la escena con una sonrisa en los labios. Era caótico, pero también perfecto.

Podía sentir cómo su corazón se llenaba de amor. Sí, iba a estar bien. No solo porque tenía a Regulus, sino porque tenía todo esto: una casa llena de risas, amor y caos.















[ • • • ]
















El pastel finalmente estaba decorado, aunque con un toque de caos que solo Luna podía lograr. En la cocina, Regulus estaba terminando de limpiar mientras Harry y Rigel discutían sobre la mejor forma de llevar el pastel al refrigerador sin que se desplomara. Sirius, por supuesto, observaba con una sonrisa burlona, mientras Luna hablaba con Kreacher, Blu y Winnie, los elfos domésticos, quienes siempre parecían tener algo que decir en medio del barullo.

Eva había estado observando todo desde el umbral de la cocina, con el corazón acelerado. Había llegado el momento.

—Regulus, ¿puedes venir un momento? —llamó, su voz más firme de lo que esperaba.

Regulus levantó la vista y le dedicó una mirada curiosa.

—Claro, dame un minuto.

Sin darse cuenta de que toda la cocina había caído en un repentino y sospechoso silencio, Eva lo llevó a la sala de estar. Lo hizo sentarse en el sofá, intentando ordenar sus pensamientos. Sirius, por supuesto, no se quedó quieto. Apenas la puerta se cerró, arrastró a Rigel, Harry, y Luna hasta el pasillo, donde se acomodaron para escuchar. Kreacher, Blu, y Winnie, quienes habían estado cerca, no tardaron en unirse al grupo.

Sirius levantó una ceja, mirando a Harry.

—¿Esto es normal para ustedes?

—Absolutamente —respondió Harry, encogiéndose de hombros—. Es la casa Black, Potter. Nadie aquí sabe lo que es la privacidad.

Mientras tanto, en la sala, Eva estaba sentada frente a Regulus, quien lucía una mezcla de paciencia y preocupación.

—¿Eva? —preguntó él, inclinándose ligeramente hacia ella—. ¿Está todo bien?

Eva tomó aire, sintiendo el calor subirle al rostro.

—Regulus, hay algo que debo decirte.

—¿Algo malo? —preguntó, su voz bajando un tono, como si ya se preparara para enfrentar algún desastre.

—No, no es malo. Bueno, no creo que sea malo. Es... diferente —dijo Eva, torpemente.

Regulus frunció el ceño.

—Eva, me estás asustando.

Ella tomó sus manos, apretándolas ligeramente, y finalmente lo dijo:

—Estoy embarazada.

Regulus parpadeó. Luego, otra vez. Finalmente, abrió la boca, pero ningún sonido salió. Regulus aún no podía creer lo que acababa de escuchar. ¿Embarazada? ¿Él? Bueno, técnicamente no él, pero... ¡un bebé! Su mente estaba procesando a la velocidad de un troll dormido.

Lo último que vio antes de desmayarse fue la expresión de preocupación de Eva, y, claro, el brillo de su anillo de promesa para su boda, como un recordatorio de que eso era su vida ahora: un desastre hermoso, pero impredecible.

—¡Regulus! —exclamó Eva, inclinándose hacia él, preocupada.

En el pasillo, Sirius soltó una carcajada que resonó por toda la casa. Rigel y Harry intentaron silenciarlo, pero fue inútil. Blu, con una expresión de alarma, empujó la puerta de la sala y corrió hacia Eva.

—¡Mi señora, ¿qué ha pasado?! —exclamó Blu, mirando el cuerpo inerte de Regulus.

Eva suspiró, acariciando el rostro de su esposo para intentar despertarlo.

—Le dije que estoy embarazada.

—¿Y se desmayó? —preguntó Harry, quien había entrado detrás de Blu junto con el resto del grupo de espías.

—Por supuesto que se desmayó—gritó Sirius, todavía riendo—. El pobre no sabe manejar las emociones fuertes

—¿Por qué estaban escuchando? —preguntó Eva, cruzándose de brazos.

—Es nuestra casa. Técnicamente, estábamos supervisando la situación —respondió Sirius, haciendo un gesto con la mano.

Rigel se inclinó hacia su padre, intentando reanimarlo.

—Papá, por favor, despierta. Si sigues así, mamá podría pensar que no quieres al bebé.

Eso pareció hacer efecto. Regulus abrió los ojos de golpe, sentándose de repente, solo para encontrarse con todas las caras expectantes a su alrededor.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, aturdido.

—Nos enteramos de que mamá está embarazada y queríamos felicitarte —dijo Luna con naturalidad.

—¡No me feliciten aún! —exclamó Regulus, mirando a Eva con los ojos muy abiertos—. ¿Es cierto? ¿De verdad estás... estás...?

Eva asintió, nerviosa.

—Sí, Regulus. Vamos a tener un bebé.

Por un momento, él no dijo nada. Luego, lentamente, una sonrisa apareció en su rostro, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Un bebé? —repitió, como si aún no pudiera creerlo.

Eva asintió de nuevo, sonriendo. Regulus la abrazó con fuerza, enterrando su rostro en su cuello.

—Eva, esto es... es maravilloso.

—Oh, por Merlín, finalmente reaccionaste bien—dijo Sirius, interrumpiendo el momento.

Regulus levantó la cabeza y lo fulminó con la mirada.

—Sirius, si no sales de esta sala ahora mismo, te juro que...

—Está bien, está bien, ya me voy —dijo Sirius, levantando las manos en señal de rendición. Pero antes de irse, añadió—: Solo recuerda, hermano, que tendrás que aprender a sobrevivir sin dormir.

Blu se acercó a Eva, tocándole la mano con delicadeza.

—Mi ama, esto es un regalo maravilloso. Este hogar será aún más feliz con un bebé.

Eva le sonrió, conmovida.
—Gracias, Blu.

Regulus finalmente pareció recordar que todos seguían allí. Se aclaró la garganta y miró a Harry, Rigel y Luna.

—¿Podemos tener un momento en privado, por favor?

Luna asintió con entusiasmo.

—Por supuesto. Vamos, Harry, Rigel. Dejemos que mamá y papá Black hablen.

Cuando todos finalmente salieron, Regulus volvió su atención a Eva. Y el silencio reino de nuevo. Eva se mordió el labio cuando vio a Regulus recargarse en el respaldo del sofá, con la mirada en el techo.

Mientras tanto, Eva se debatía entre preocuparse por él o salir al pasillo a regañar a los "curiosos" que sabía, aún estaban ahí.

—¿Sabes? Me encantaría que reaccionaras con algo más que quedarte tirado en el sofá —comentó Eva, agitando una mano frente a su rostro.

—Estoy procesando —murmuró él—. Esto no es algo que se digiera rápido, Eva. Es un... ¡bebé!

Desde el pasillo, Sirius susurró a Rigel:
—¿Qué tan rápido crees que vuelva a desmayarse si le digo que los bebés lloran cada dos horas?

—¡Cállate, Sirius! —gritó Regulus sin siquiera girar la cabeza, demostrando que todavía le funcionaban los oídos.

Por supuesto, la súplica de silencio de Regulus no fue suficiente para detener a la tropa. La puerta se abrió nuevamente, y Sirius entró como si fuera su propia casa (bueno, técnicamente lo era), seguido de Rigel, Harry, Luna, y, por supuesto, los elfos domésticos.

—Estamos aquí para apoyar emocionalmente—declaró Sirius, levantando una bandeja con copas y una botella de sidra.

—Es un bebé, no un brindis de Año Nuevo —gruñó Regulus, mirando a su hermano como si quisiera desintegrarlo con la mente.

Blu, sin embargo, ignoró la tensión y corrió a abrazar a Eva.

—¡Mi ama, qué noticia tan maravillosa! Este bebé será un honor para la casa Black.

—¡Eso depende! —interrumpió Sirius, con una sonrisa de lado—. ¿Ya pensaron en nombres? Porque, mira, si es niño, claramente debería llamarse Sirius II.

Regulus lo fulminó con la mirada.

—¿Sirius II? ¿Te escuchas? ¿Qué sigue? ¿Que el bebé use chaqueta de cuero desde el vientre?

—¡Oh, sería adorable! —dijo Luna, soñadora.

Eva, a pesar de querer mantener la compostura, soltó una carcajada.

—¿Por qué no simplemente “Sirius, el Grande”? ¿O mejor “Sirius, el Insufrible”?

Rigel aprovechó para sumar al caos.

—Podríamos llamarlo “Sirius, el que siempre tiene algo que opinar”.

—Muy graciosos todos —resopló Sirius, pero no podía ocultar su diversión—. Admitan que sería el mejor nombre.

Harry, que hasta ese momento había estado relativamente callado, decidió unirse.

—Si quieren algo más moderno, podríamos llamarlo “Sirius 2.0”. Tiene un aire futurista, ¿no creen?

Regulus se levantó del sofá, claramente frustrado.

—¡Esto no es un concurso de nombres! Y para que quede claro, jamás llamaré a mi hijo Sirius.

—¿Y si es niña? —preguntó Luna, ladeando la cabeza—. ¿Siriusa?

Sirius soltó una carcajada.

—Me gusta cómo piensas, Luna.

—¡Nadie va a llamarse Sirius ni Siriusa! —exclamó Regulus, tirándose nuevamente al sofá con un suspiro dramático.

Kreacher, que hasta entonces había estado callado, carraspeó para llamar la atención.

—Mi señor, si me permite opinar, Winnie y yo creemos que el bebé debería llevar un nombre más digno de los Black, algo clásico, como... Arcturus.

—Aburrido. —interrumpió Sirius, rodando los ojos—. Nadie quiere un Arcturus III o lo que sea. Necesitamos algo que suene con fuerza.

Kreacher miró a Sirius con desdén, sosteniendo firmemente su cucharón de madera como si considerara usarlo.

—Cualquier cosa sería mejor que Sirius II.

Eva levantó una mano.

—¿Puedo decir algo? Porque, al final del día, soy yo quien va a tener al bebé.

—Oh, sí, claro, Eva, dilo —respondió Sirius, como si fuera un mediador profesional—. Mientras no rechaces a Sirius II.

Regulus gimió.

—¿Por qué no me desmayé otra vez?

—De acuerdo, ya en serio —dijo Eva, tratando de mantener la calma—. No estamos nombrando al bebé todavía, pero les aseguro que no será “Sirius”. Ni “Siriusa”. Ni “Sirius 2.0”.

—¿Y qué hay de un tributo a mí? —preguntó Rigel, bromeando—. “Rigel Junior” suena bien.

—No antes que Harry Junior—añadió Harry, riéndose.

Regulus se llevó una mano al rostro, murmurando algo sobre cómo su familia estaba llena de lunáticos.

Sirius, como siempre, tenía una última palabra.

—Mira, Regulus, si no me dejas darle mi nombre, al menos déjame ser el padrino.

—Yo pensé que ya eras padrino de Harry—dijo Eva.

—Ah, pero este sería mi favorito, obviamente —dijo Sirius, guiñándole un ojo a Regulus.

Regulus levantó una ceja.

—No lo sé. ¿Debería confiar en alguien que quiere llamar a mi hijo Sirius II?

—¡Déjenme ser el padrino y prometo no sugerir nombres nunca más! —declaró Sirius, poniendo una mano en su corazón dramáticamente.

Eva rió, alzando las manos en señal de rendición.

—Bien, bien. Pero si incumples tu promesa, Kreacher tiene permiso de golpearte con el cucharón.

Kreacher levantó el cucharón orgullosamente.

—Será un honor, señora.

Finalmente, todos se calmaron lo suficiente para sentarse a compartir una rebanada de pastel, que nuevamente tendrían que hacer. Luna colocó una corona de flores en la cabeza de Eva, mientras Harry y Rigel discutían sobre quién sería el hermano favorito del bebé.

Regulus, aún ligeramente aturdido, miró a Eva con una mezcla de amor y resignación.

—Esto va a ser un caos, ¿verdad?

Eva le tomó la mano con ternura.

—Por supuesto que sí. Pero es nuestro caos.

—Se que no terminamos de hablar pero...Eva, sé que esto te asusta. Pero quiero que sepas que no estás sola en esto. Este bebé será amado, como Rigel, Harry y Luna lo son.

Eva sintió que las lágrimas llenaban sus ojos. Lo abrazó, encontrando en él el apoyo que siempre había tenido.

—Te amo, Regulus.

Él sonrió contra su cabello.

—Y yo a ti.

Y desde su lugar, Sirius no pudo evitar añadir un comentario final.

—¡Y que esta vez no se olviden de los hechizos anticonceptivos después del primer bebé!

Ambos se rieron, porque, con Sirius y los demás, la tranquilidad siempre era un lujo difícil de conseguir.

Y, en ese momento, mientras Sirius intentaba convencer a Rigel de apoyar el nombre “Sirius, el Magnífico”, y Kreacher le daba un golpe con el cucharón, Regulus supo que este bebé iba a nacer en el hogar más loco, pero también el más lleno de amor que podía existir.

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