045
El hombre tiene suerte si es el primer amor de una mujer y la mujer tiene suerte si es el último amor de un hombre.
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1994
Maratón 5/5
Dos meses habían pasado desde la confrontación que había sacudido a Hogwarts. Rigel, Harry y Luna habían vuelto a sus rutinas, pero nada era igual después de aquello. No obstante, había llegado el último día, y el Expreso de Hogwarts ya esperaba en el andén para llevarlos de regreso a casa.
Rigel estaba de pie en el andén, observando cómo los estudiantes iban y venían, subiendo sus baúles y diciendo adiós a sus amigos. Entre el bullicio, divisó a Theodore y Dione, quienes charlaban animadamente mientras acomodaban sus pertenencias.
—¡Eh, Rigel! —llamó Theodore desde el otro lado del andén, haciendo un gesto exagerado para que lo viera—¿Preparado para volver a la libertad? Te apuesto cinco galeones a que tus padres te tienen un festín esperando. ¡Yo daría lo que fuera por un buen banquete ahora mismo!
—No apuestes nada, Theo, perderías —rió Rigel, acercándose a ellos mientras se sacudía la capa de viaje—. Ya sabes cómo es mamá. Estoy seguro de que nos va a recibir con todo un desfile de comida.
Theodore puso los ojos en blanco, haciendo una exagerada mueca de envidia.
—Merlín, ¿por qué no tengo una madre como la tuya? Mi familia siempre prepara esas horribles cenas formales. ¡Es un fastidio tener que usar traje! —dijo, levantando las manos al cielo dramáticamente, causando que Dione le diera un ligero codazo en las costillas.
—Deja de quejarte, Theodore. No vas a usar un traje en Italia, y lo sabes —dijo Dione, sonriendo ante las quejas de su amigo.
Theodore fingió una expresión de puro sufrimiento, llevándose una mano al corazón.
—Oh, pero querida Dione, si tú supieras lo que sufro cada vez que mi madre me obliga a ponerme esa corbata ridícula. ¡Es un suplicio! Y en Italia, seguro que van a querer que me ponga algo peor. Ya verás, me pondrán un sombrero gigante o algo así.
—Tal vez con un sombrero te verías más presentable, Theo —respondió Rigel, burlón, mientras Dione soltaba una carcajada, cubriéndose la boca.
Theodore lo miró con fingida indignación y se cruzó de brazos.
—Si tan solo me dejaran usar mis túnicas de Slytherin todo el tiempo, el mundo sería un lugar mejor. —Suspiró dramáticamente antes de volver a fijarse en Rigel con una sonrisa juguetona—. Oye, hablando de cosas importantes, ¿vas a despedirte de Dione de una manera adecuada o vas a dejar que me quede yo con todo el espectáculo?
Dione, que hasta entonces había estado disfrutando de las bromas, se tensó ligeramente ante la insinuación de Theodore. Por su parte, Rigel sintió cómo un repentino calor se instalaba en su cuello y mejillas. Sabía exactamente a qué se refería su amigo, y por mucho que tratara de ignorarlo, no podía evitar la atracción que había empezado a sentir por Dione en los últimos meses.
—Theodore, no seas tan molesto —protestó Dione, dándole otro golpe suave en el brazo—. Sabes que Rigel tiene cosas más importantes que hacer que soportar tus tonterías.
Theodore levantó ambas manos en señal de rendición, pero una sonrisa traviesa seguía dibujada en su rostro.
—Oh, claro, claro, no digo nada más. Simplemente me retiro, como un caballero, para darles su espacio —dijo Theodore, dando un par de pasos hacia atrás con una exagerada reverencia—. Pero si escucho algo interesante, ¡no duden que estaré cerca!
—Lárgate, Theo —bufó Rigel, conteniendo una sonrisa mientras Theodore reía y se alejaba hacia el vagón del tren.
Ahora que estaban solos, la incomodidad entre Rigel y Dione se hizo palpable. Ambos se quedaron en silencio por unos segundos, mirándose de reojo como si esperaran que el otro rompiera el hielo primero.
Finalmente, Rigel suspiró y decidió tomar la iniciativa.
—Bueno, creo que ya es hora de irnos —dijo, aunque el tono de su voz denotaba que no quería que el momento terminara tan rápido—. Ha sido… un año interesante, ¿no?
Dione asintió, aunque evitaba mirarlo directamente a los ojos.
—Sí, lo ha sido —respondió en voz baja. Luego, después de un breve silencio, añadió—. Sabes, me alegra que todo haya salido bien al final. Me refiero a lo de hace dos meses. Fue bastante… intenso.
Rigel asintió. Hablar sobre aquel incidente aún le resultaba incómodo, pero sabía que había cosas más importantes que aclarar en ese momento. Decidió arriesgarse un poco más.
—Dione, sobre lo que pasó estos meses… —Rigel tragó saliva, su corazón latiendo un poco más rápido de lo habitual—. Yo quería decirte que, bueno, me alegró mucho poder pasar más tiempo contigo. Me divertí mucho. Y tal vez, podríamos… vernos.
Dione levantó la mirada, sorprendida pero complacida. Sus labios se curvaron en una tímida sonrisa.
—Me encantaría, Rigel —respondió con sinceridad, su rostro suavizándose—. Tal vez podamos hacer algo juntos durante las vacaciones. Ya sabes, si no estás muy ocupado.
—Te prometo que haré tiempo —dijo Rigel, devolviéndole la sonrisa.
El tren silbó, anunciando la inminente partida. Ambos sabían que tenían que despedirse pronto. Rigel se inclinó ligeramente hacia adelante, dudando por un segundo, pero finalmente decidió darle un abrazo. Fue un gesto corto pero significativo. El aroma a lavanda del cabello de Dione le inundó los sentidos por un momento, y supo en ese instante que la echaría de menos.
—Nos veremos pronto —dijo ella suavemente al soltarse.
—Lo prometo —respondió Rigel antes de tomar su baúl y subir al tren.
Desde el vagón, vio a Theodore apoyado en la ventana, haciéndole señas exageradas para que se diera prisa.
—¡Vamos, Rigel! ¡No querrás perder el tren solo por una chica, ¿verdad?! —gritó Theodore, dándole un codazo juguetón cuando finalmente subió a bordo.
Rigel sacudió la cabeza, sonriendo.
—Tienes una habilidad increíble para arruinar momentos —murmuró mientras colocaba su baúl en el compartimiento.
—Es un don natural —replicó Theodore con una sonrisa de suficiencia mientras se sentaba cómodamente en su asiento—. Pero oye, si quieres que te dé algunos consejos sobre chicas, no dudes en preguntarme. Soy un experto.
Rigel solo rió mientras tomaba asiento frente a él.
—Gracias, pero creo que voy a arreglármelas solo —dijo, mirando por la ventana cómo la estación comenzaba a desaparecer lentamente cuando el tren arrancaba.
[ • • • ]
El sonido del silbato del Expreso de Hogwarts resonaba en el andén mientras Rigel, Harry y Luna esperaban su turno para bajar del tren. Rigel observaba a través de la ventanilla cómo los padres de otros estudiantes se abrazaban con emoción, pero su mirada buscaba desesperadamente entre la multitud a Eva y Regulus. Sabía que ellos estarían allí, como siempre, pero ese sentimiento de añoranza que había acumulado durante los últimos meses no desaparecería hasta que los viera en persona.
—¡Oh, Rigel! Hermano mío, ¿Cómo podré sobrevivir sin ti estos meses? ¡No me dejes solo con mis padres! —exclamó Theodore dramáticamente, fingiendo llorar.
—Oh, por favor, Theo. Sobrevivirás, lo has hecho antes. Además, tienes a Dione para hacerte compañía. Te sugiero que no la pongas de los nervios.
—Lo intentaré, lo intentaré —respondió Theodore entre risas, dándole una palmada en la espalda a Rigel—. Pero te digo una cosa: la próxima vez que volvamos, Dione va a ser tu mayor preocupación, no yo.
Con una última carcajada y un adiós exagerado, Theodore desapareció en el vagón del tren. Rigel se quedó mirándolo con una sonrisa en el rostro, aunque en el fondo sabía que Theodore tenía razón. Algo había cambiado entre él y Dione, y lo sentía cada vez que la veía.
Cuando finalmente llegaron a la estación de King's Cross, Rigel, Harry y Luna bajaron del tren entre el bullicio de estudiantes y familias que se reencontraban. Sus ojos buscaron inmediatamente a Eva y Regulus, y no les costó mucho encontrarlos entre la multitud.
Eva estaba de pie, sonriendo con los ojos llenos de emoción mientras observaba a sus hijos bajar del tren. Regulus, junto a ella, mantenía una expresión serena, pero cualquiera que lo conociera bien podía notar la calidez en sus ojos. Estaba claro que también había extrañado a sus hijos más de lo que quería admitir.
—¡Mamá! —exclamó Harry al ver a Eva, y salió corriendo hacia ella.
Antes de que pudiera llegar, Winnie, corrió más rápido que Harry y se lanzó a sus brazos, abrazándolo con tanta fuerza que casi lo derriba.
—¡Joven Harry! ¡Oh, joven Harry, ha vuelto! —gritaba Winnie, aferrándose a Harry como si su vida dependiera de ello—. ¡Winnie lo extrañó tanto! ¡No sabe cuánto esperó este momento!
Harry rió mientras correspondía el abrazo, aunque un poco abrumado por el entusiasmo del elfo.
—Yo también te extrañé, Winnie —respondió Harry, aunque tratando de recuperar el aliento—Pero por favor, no me aplastes.
Blu, no podía contener su emoción. De un salto, corrió hacia Rigel con una energía desbordante, sus pequeños pies resonando en el suelo mientras gritaba:
—¡Señorito Rigel! ¡Señorito Rigel ha vuelto! ¡Blu extrañó al joven Rigel más que a nada en el mundo!
Rigel apenas tuvo tiempo de prepararse antes de que Blu se lanzara a sus brazos, abrazándolo con tanta fuerza que casi lo tiró al suelo. La elfina no paraba de saltar de alegría, moviendo sus orejas grandes de un lado a otro como si fuera un niño pequeño.
—¡Blu pensó que serían siglos hasta que volviera! ¡Pero el joven Rigel está aquí! —decía el elfo mientras le daba un abrazo tan apretado que Rigel casi no podía respirar.
—Blu… me alegra verte también, pero… necesito respirar —dijo Rigel, riendo mientras intentaba aflojar el abrazo del elfo.
Blu lo soltó solo un poco, pero seguía aferrado a él, como si temiera que Rigel desapareciera de nuevo en cualquier momento. La elfina saltaba de un pie a otro, claramente incapaz de contener su alegría.
—¡Blu va a preparar la mejor cena de bienvenida para el señorito Rigel! ¡Y para los demás también! —dijo Blu, aún emocionado.
Kreacher, aunque más reservado, no pudo evitar sonreír un poco cuando Luna corrió hacia él. Antes de que el viejo elfo pudiera protestar, Luna lo abrazó con fuerza, envolviéndolo en su calidez habitual.
—Te extrañé, Kreacher —dijo Luna, ignorando las protestas débiles del elfo.
—Kreacher… Kreacher no necesita abrazos, pero… Kreacher también extrañó a la joven Luna —admitió finalmente, con una pequeña sonrisa que apenas se asomaba en su rostro.
Eva observaba la escena con los ojos brillantes de emoción, pero no pudo esperar más. Se adelantó rápidamente hacia Rigel, Harry y Luna, y sin mediar palabra, los envolvió a los tres en un abrazo cálido y reconfortante.
—Los extrañé tanto, mis amores —susurró Eva, su voz temblorosa por la emoción—. No saben cuánto los pensamos Regulus y yo. La casa ha estado tan vacía sin ustedes.
Rigel, que rara vez era efusivo con sus sentimientos, se dejó llevar por el calor del abrazo de su madre y sonrió con los ojos cerrados.
—Nosotros también te extrañamos, mamá —dijo en voz baja, disfrutando de la calidez del momento.
Harry y Luna se unieron al abrazo con la misma fuerza, rodeando a su madre con los brazos. Regulus, que se había quedado unos pasos atrás, finalmente dio un paso adelante y se unió a ellos. Rodeó con sus brazos a Eva y sus hijos, su expresión serena pero llena de amor.
—Es bueno tenerlos de vuelta en casa —dijo Regulus con suavidad, mirando a cada uno de sus hijos con una calidez que pocas veces dejaba ver tan abiertamente.
En casa.
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