044
Un amigo de mi hijo, también es hijo mío
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1994
Maratón 4/5
Era un día como cualquier otro en Hogwarts. Los pasillos estaban llenos de estudiantes caminando de una clase a otra, charlando y riendo. Pero para Luna Lovegood, la tranquilidad pronto se vería interrumpida. Como siempre, llevaba su bolso lleno de extraños objetos, y tarareaba una melodía distraída. No se percató del grupo de chicos mayores que venía en su dirección.
—Miren quién está aquí, la lunática de Ravenclaw —dijo uno de los chicos, sonriendo de lado.
Luna levantó la vista, y como de costumbre, no pareció alterada.
—Hola —saludó con su tono sereno—. ¿Necesitan algo?
Uno de los chicos dio un paso al frente y, sin mediar palabra, le arrancó el bolso de las manos. Lo sacudió, esparciendo sus pertenencias por el suelo.
—¡Qué demonios es todo esto! —se burló uno, levantando uno de los objetos más extraños.
—Es mío —respondió Luna, inclinándose para recoger sus cosas—. Por favor, devuélvanmelo.
Pero en lugar de ayudarla, el grupo estalló en carcajadas. Uno de ellos la empujó con fuerza, haciéndola caer sobre sus rodillas.
—¡Mira a la rarita! —se mofó otro chico, pateando uno de los libros que había caído.
Luna intentó levantarse, pero antes de que pudiera hacerlo, otro empujón la tiró de nuevo al suelo.
—¡Cállate, Lovegood! —gritó uno—. Nadie quiere escuchar tus tonterías.
Justo cuando uno de los chicos levantaba el pie para golpearla de nuevo, una voz retumbó en el pasillo.
—¡Basta ya, imbéciles! —Rigel venía corriendo desde el otro extremo del pasillo, con el rostro encendido de ira.
Los chicos se dieron la vuelta al mismo tiempo, sonriendo al ver al recién llegado.
—Vaya, mira quién decidió unirse a la fiesta —dijo el líder del grupo, dando un paso adelante—. El pequeño Black, ¿vas a hacer algo?
Rigel no esperó una invitación. Sin mediar palabra, soltó un puñetazo directo al rostro del chico, quien no tuvo tiempo de esquivar. El impacto resonó en el pasillo, y la nariz del agresor empezó a sangrar de inmediato.
—¡Maldito! —gritó el chico, llevándose las manos a la cara.
Pero antes de que Rigel pudiera dar otro golpe, dos más del grupo lo rodearon. Uno lo agarró del brazo y el otro lanzó un puñetazo que le dio directo en el estómago. Rigel se dobló de dolor, jadeando.
—¡Rigel! —gritó Theodore, apareciendo detrás de él. Sin perder tiempo, lanzó un puñetazo a uno de los chicos que sujetaba a Rigel, tumbándolo al suelo. —¡Déjenlo en paz! —rugió, mientras bloqueaba un golpe de otro chico y respondía con un gancho al hígado.
El pasillo se había convertido en un caos total. Los estudiantes que observaban comenzaron a gritar y a animar, mientras los puños volaban. Uno de los chicos se abalanzó sobre Rigel, lanzándole un derechazo que lo derribó al suelo. Rigel trató de levantarse, pero recibió una patada en el costado que lo hizo soltar un gemido de dolor.
—¡Ya basta, imbéciles! —gritó Theodore, mientras luchaba por abrirse paso hasta Rigel. Golpeó a uno de los chicos con tal fuerza que lo tiró al suelo, pero pronto se vio rodeado por otros dos.
—¡Nott, ven acá! —gritó uno de los chicos, abalanzándose sobre Theodore. Le dio un golpe en la mandíbula, pero Theodore no se rindió. Le devolvió el golpe con más fuerza, tumbándolo.
Mientras tanto, Luna estaba siendo protegida por Dione, quien la mantenía fuera del alcance de los golpes. Sin embargo, un chico empujó a Dione, haciéndola perder el equilibrio. Luna intentó levantarse, pero un puñetazo la alcanzó en el rostro, haciéndola caer al suelo, su cabeza golpeando el frío mármol del pasillo.
—¡Luna! —gritó Dione, arrastrándose hacia ella, pero antes de que pudiera hacer algo, Ginny Weasley llegó corriendo.
—¡Te tengo! —dijo Ginny, ayudando a levantar a Luna, quien ahora sangraba por el labio.
La pelea continuaba. Rigel seguía en el suelo, tratando de levantarse, pero el mismo chico que lo había derribado le dio otra patada en el abdomen, haciéndolo rodar de dolor.
—¡Maldito! —gruñó Rigel, tratando de incorporarse, pero el chico levantó el puño para darle otro golpe.
Antes de que pudiera hacerlo, una mano lo agarró por el cuello de la túnica y lo arrojó hacia atrás.
—¡Déjalo! —gritó Harry, lanzando al chico contra la pared. El golpe fue tan fuerte que el chico cayó al suelo aturdido.
—¡Potter! —gritó otro de los chicos, lanzándose contra Harry. Pero Harry estaba preparado. Bloqueó el golpe y devolvió uno a la mandíbula del agresor, haciéndolo retroceder.
La pelea no terminaba ahí. Ahora más chicos se unían, algunos de los cuales intentaban golpear a Harry, Rigel y Theodore. El ruido en el pasillo era ensordecedor, los gritos de los estudiantes se mezclaban con el sonido de los puñetazos y los cuerpos chocando contra las paredes.
—¡Dale, Rigel! —gritaba un estudiante desde la multitud.
—¡Vamos, Potter! —gritaba otro.
En medio de todo ello, Draco, que hasta entonces había estado observando con expresión fría, finalmente perdió la paciencia al ver a Luna herida. Con una mirada de furia, se metió en la pelea, lanzando un fuerte puñetazo al chico que estaba a punto de golpear a Theodore.
—¡Esto es por Luna, imbécil! —gruñó Draco, lanzando otro puñetazo que hizo caer al chico al suelo, y derribando a otro chico con un golpe directo al estómago.
Pero la pelea estaba lejos de terminar. Dos chicos más se lanzaron sobre Harry, quien apenas tuvo tiempo de esquivar uno de los golpes antes de recibir un puñetazo en el costado. Harry gruñó de dolor, pero respondió con un gancho a la mandíbula que dejó a uno de los chicos fuera de combate.
Theodore, por su parte, estaba luchando contra dos a la vez. Bloqueaba un golpe con el antebrazo mientras lanzaba otro a la cara del segundo chico. La adrenalina corría por su cuerpo, y aunque estaba agotado, no dejaba de pelear.
—¡Esto no va a terminar bien! —dijo Theodore entre dientes, lanzando un puñetazo que hizo que el chico que tenía enfrente cayera de espaldas.
Rigel, aún tambaleándose por el dolor en el estómago, lanzó un último puñetazo que dejó a su oponente fuera de combate.
Pero antes de que pudieran reaccionar, una luz verde cruzó el pasillo, y una voz fuerte rompió el caos.
—¡Detengan esto ahora mismo! —gritó la profesora McGonagall, su varita alzada. El silencio cayó sobre el pasillo como una manta. Los estudiantes se miraron entre ellos, jadeando y cubiertos de sudor y sangre.
Snape apareció junto a McGonagall, su rostro más severo que nunca.
—Todos ustedes, a la oficina del Director. ¡Ahora!
Los estudiantes, aún aturdidos por la adrenalina, comenzaron a recoger sus pertenencias y a ayudar a los heridos. Rigel, Harry, Theodore y Draco intercambiaron miradas, sabiendo que el castigo sería grave, pero ninguno parecía arrepentido.
Al final del pasillo, Luna se apoyaba en Ginny y Dione, sonriendo débilmente a pesar de la sangre en su rostro.
—Gracias... a todos —dijo en voz baja, su mirada llena de gratitud.
Y aunque sabían que lo que habían hecho les traería consecuencias, en ese momento, lo único que importaba era que Luna estaba a salvo.
[ • • • ]
El día había pasado rápido tras el encuentro en la oficina de Dumbledore, pero aún quedaba un asunto pendiente que prometía añadir una capa de tensión a todo lo sucedido. Después de todo, no era común que una pelea como la que había tenido lugar en los pasillos de Hogwarts quedara en silencio, especialmente cuando varios de los involucrados pertenecían a familias influyentes del mundo mágico.
Al caer la tarde, los estudiantes estaban siendo convocados nuevamente, esta vez al Gran Comedor, donde Dumbledore y McGonagall esperaban. Los padres de los involucrados habían sido llamados, y la expectación entre los chicos era palpable.
Rigel, Theodore, Harry, y Draco estaban reunidos en un rincón del salón, conversando en voz baja. Todos se sentían un poco inquietos por lo que vendría a continuación. La pelea había sido intensa, y aunque los castigos ya habían sido impuestos, la llegada de los padres de los otros chicos prometía traer más drama.
—¿Creen que intentarán darle la vuelta a todo esto? —preguntó Theodore en un tono casi divertido, aunque su mirada decía lo contrario.
—Por supuesto —respondió Draco con una risa amarga—. Sus padres van a tratar de hacerlos parecer las víctimas. Es el mismo juego de siempre.
Rigel cruzó los brazos, tensando los músculos de su mandíbula. Sabía que eso era lo más probable. Los otros chicos, los que habían iniciado la pelea, no iban a aceptar la culpa fácilmente.
—Bueno, no importa lo que intenten. La verdad es la verdad, y no voy a dejar que distorsionen lo que pasó —dijo Harry con determinación.
—Lo que me preocupa —agregó Rigel— es cómo van a reaccionar mamá y papá cuando lleguen. No les gusta estar en este tipo de situaciones, pero no van a dejar que nos echen la culpa.
—Mi padre tampoco —murmuró Theodore—. Aunque… bueno, a veces no es fácil de predecir.
Unos minutos más tarde, la puerta del Gran Comedor se abrió, y los primeros en entrar fueron los padres de los chicos mayores que habían iniciado la pelea. Sus rostros eran una mezcla de indignación y furia contenida, y no tardaron en dirigirse a Dumbledore, que los esperaba en el centro del salón.
—¡Exijo una explicación, director! —exclamó uno de ellos, un hombre alto y delgado, con el rostro enrojecido por la ira—. Mi hijo ha sido brutalmente agredido en esta escuela. ¿Cómo es posible que permitan algo así?
Otro padre, de complexión más robusta, asintió enérgicamente.
—Esto es inaceptable. ¡Queremos respuestas!
McGonagall dio un paso adelante, levantando una mano para pedir calma.
—Les aseguro que estamos investigando todo lo sucedido —dijo con firmeza—. Pero, antes de sacar conclusiones, deben escuchar la versión completa de los hechos.
—¿Versión completa? —espetó uno de los padres—. Mi hijo ha sido golpeado sin razón alguna. ¡Estos chicos —señaló a Rigel, Harry, Theodore y Draco— atacaron sin provocación!
Rigel sintió un calor subirle por el cuello, pero antes de que pudiera decir algo, la puerta del comedor volvió a abrirse, y esta vez entraron Eva y Regulus, acompañados de Lucius Malfoy y el padre de Theodore, Alexander Nott. Eva, como siempre, irradiaba una mezcla de elegancia y fuerza, mientras Regulus caminaba a su lado con un aire de severidad. Ambos lucían preocupados, pero había un destello de determinación en sus ojos.
—Mamá, Papá… —murmuró Rigel, sintiendo una oleada de alivio al verlos.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —preguntó Regulus con calma mientras cruzaba el salón, sus ojos oscuros moviéndose entre los padres que ya estaban presentes y su hijo.
—Lo mismo pregunto yo —dijo Lucius Malfoy con voz fría, deteniéndose junto a Draco.
Dumbledore intervino antes de que la situación se descontrolara.
—Señores, por favor, mantengamos la calma. Este no es el momento para acusaciones precipitadas. Los hechos son claros: hubo una pelea entre los estudiantes. Ahora necesitamos esclarecer cómo y por qué ocurrió.
Eva, siempre directa, se acercó a Dumbledore y habló en un tono controlado, aunque Rigel pudo notar la preocupación en sus ojos.
—Mis hijos, Theodore y Draco, no son de los que inician peleas sin motivo. Si estuvieron involucrados, debe haber habido una razón. —Giró la cabeza hacia los otros padres, observándolos con una ceja arqueada—. ¿Por qué no escuchamos la historia completa antes de empezar a repartir culpas?
—¡La historia es muy clara! —gritó uno de los padres, dando un paso al frente—. ¡Esos chicos atacaron a mi hijo sin razón alguna!
—No es cierto —replicó Harry, dando un paso adelante también—. Ellos fueron los que empezaron. Estaban molestando a Luna, mi hermana, la empujaron, rompieron sus cosas, golpearon a mi hermano… ¡No íbamos a quedarnos mirando!
Uno de los padres bufó.
—¿Molestando a esa chica rara? ¡Por favor! Mi hijo no haría algo así. Esto es solo una excusa para justificar la violencia.
La cara de Regulus se endureció, y dio un paso adelante, con voz baja.
—No toleraré que llamen "rara" a mi hija —dijo—. Ella es una niña especial y tiene el mismo derecho que cualquier otro a ser tratada con respeto. Si su hijo fue parte de lo que sucedió, es mejor que empiece a asumir la responsabilidad en lugar de victimizarse.
Los padres de los chicos mayores se quedaron en silencio por un momento. Pero antes de que alguien más pudiera hablar, el padre de Theodore, dio un paso adelante con una sonrisa fría en el rostro.
—Entonces, parece que las cosas están bastante claras. Mis felicitaciones, director, por tener una escuela donde los estudiantes prefieren resolver sus problemas a golpes en lugar de con palabras. —su tono estaba cargado de sarcasmo—. Aunque debo decir que estoy orgulloso de que mi hijo haya defendido a sus ....amigos.
—Esto no es motivo de orgullo, señor Nott —intervino McGonagall con severidad—. Todos los involucrados han sido sancionados, incluidos los que iniciaron la pelea.
Lucius Malfoy, que hasta ese momento había permanecido en silencio, se giró hacia su hijo.
—Draco, ¿es esto cierto? —preguntó, con una mezcla de interés y desaprobación.
Draco asintió lentamente.
—Sí, padre. Pero no fuimos nosotros quienes empezamos. Simplemente defendimos a Luna cuando no quedaba otra opción.
Lucius entrecerró los ojos, pero no dijo nada más. Estaba claro que, aunque no aprobaba la pelea, tampoco estaba dispuesto a discutirlo en público.
Eva, que había estado escuchando en silencio, se acercó a Rigel y le colocó una mano en el hombro.
—Estamos aquí para ti, Rigel —dijo en voz baja—. Hiciste lo correcto al defender a Luna.
Regulus, por su parte, miraba a los otros padres con una mirada desafiante.
—Todos sabemos que este tipo de situaciones no deberían ocurrir —dijo con voz firme—. Pero tampoco podemos permitir que los verdaderos responsables se escondan detrás de mentiras.
Uno de los padres, visiblemente molesto, dio un paso hacia Dumbledore.
—Exijo que mi hijo sea exonerado de toda culpa. ¡No permitiré que su reputación sea manchada por esta farsa!
Dumbledore mantuvo su calma característica.
—Ningún estudiante será exonerado ni condenado sin antes revisar todos los hechos. Hemos sancionado a todos los involucrados porque creemos que, aunque algunos actuaron en defensa, la violencia escaló innecesariamente.
Los padres comenzaron a murmurar entre ellos, algunos todavía indignados, otros claramente incómodos por la situación.
Finalmente, Dumbledore se levantó de su asiento y miró a todos con sus ojos brillantes y sabios.
—He tomado una decisión y no cambiará. Todos los estudiantes involucrados cumplirán con sus sanciones, pero también investigaremos más a fondo para asegurarnos de que algo así no vuelva a suceder. No permitiremos que Hogwarts se convierta en un lugar donde los estudiantes se sientan amenazados.
Rigel miró de reojo a sus amigos. Sabía que la situación se iba a poner mucho más complicada ahora que los adultos estaban involucrados. Los padres de los chicos mayores que habían iniciado la pelea ya estaban armando un escándalo, pero lo que venía a continuación sería mucho más intenso.
Uno de los padres, un hombre con el cabello oscuro y ojos fríos como el hielo, dio un paso adelante y señaló con el dedo a Draco Malfoy.
—Tu hijo, Lucius, ha demostrado ser tan cobarde como siempre. ¿Atacar a mi hijo en grupo? Eso es lo que hace alguien que no tiene el valor de enfrentarse solo.
Draco se tensó, pero antes de que pudiera responder, Lucius intervino. Su rostro estaba pálido, pero sus ojos brillaban con una ira contenida. Se acercó al hombre lentamente, cada palabra cayendo como un látigo.
—¿Cobarde, dices? —dijo Lucius, su voz gélida y calculadora—. Tu hijo ni siquiera tiene el descaro de enfrentar las consecuencias de sus actos. Prefiere esconderse detrás de su padre, como un perro asustado.
El hombre, claramente ofendido, dio un paso hacia Lucius, pero Dumbledore levantó una mano.
—Por favor, señores —dijo Dumbledore en un tono de advertencia—, estamos aquí para discutir lo que sucedió, no para añadir más leña al fuego.
Sin embargo, las palabras de Dumbledore no fueron suficientes para calmar los ánimos. Otro de los padres, más corpulento y con una cicatriz que le cruzaba la mejilla, no pudo contenerse.
—Es típico de los Malfoy —dijo, su tono cargado de desprecio—. Siempre creen que están por encima de los demás. Pero solo son unos cobardes mimados que creen que el dinero puede comprarles respeto. Draco nunca ha sido más que un arrogante niño que sigue los pasos de su padre.
Lucius rió, una risa amarga y sarcástica.
—¿Respetar a tu hijo? —replicó Lucius, mirando al hombre corpulento con un desdén absoluto—. No puedes esperar respeto por alguien que no es más que un abusador barato, que cree que ser grande y fuerte es suficiente para intimidar a los demás. ¿Te duele que tu hijo haya recibido una lección que tú no le diste?
El hombre levantó la mano, dispuesto a responder físicamente a Lucius, pero fue detenido por McGonagall, que intercedió antes de que las cosas se salieran completamente de control.
—¡Suficiente! —exclamó la profesora con voz firme—. Esta es una escuela, no una taberna. ¡Comportense!
Mientras Lucius retrocedía, satisfecho por haber ganado el intercambio verbal, el padre de uno de los otros chicos apuntó ahora hacia Theodore Nott.
—Y tú, Alexander, ¿no tienes nada que decir? —dijo con sarcasmo—. Claro, es fácil mantenerse callado cuando tu hijo es parte de una banda de matones.
Thorfinn Nott, alto y esbelto, se cruzó de brazos y sonrió fríamente.
—Mi hijo no es un matón, sino alguien que sabe cómo defenderse —dijo con calma—. Si tu hijo no puede soportar un par de golpes, tal vez deberías enseñarle a no provocar a quienes no puede enfrentar.
Theodore observó a su padre con una mezcla de admiración y tranquilidad. Sabía que Alexander siempre encontraba la manera de devolver los insultos de manera elegante pero letal.
—¡Mi hijo no es ningún cobarde! —protestó el hombre, levantando la voz—. Si fue golpeado, fue porque estos chicos lo acorralaron.
Regulus caminó lentamente hacia el grupo de padres y habló en un tono bajo pero lleno de autoridad.
—Acorralado, dices. —Regulus cruzó los brazos—. Lo que veo aquí es que tu hijo y sus amigos decidieron molestar a mi hija, y cuando los enfrentaron, no supieron cómo manejar las consecuencias. Es fácil jugar a ser el abusador cuando crees que nadie te va a detener.
—¿Y quién te crees tú para hablar así? —espetó el mismo hombre, su rostro rojo de ira—. ¡Tus hijos son igual de problemáticos!
Regulus esbozó una sonrisa fría.
—Mis hijos defendieron a su hermana que estaba siendo atacada. Si tu hijo fue parte de eso, entonces tal vez debería pensar dos veces antes de actuar de manera tan cobarde.
Eva, que había estado escuchando en silencio, finalmente intervino.
—Cuidado con lo que dices sobre mi hijo —dijo, su mirada fija en el hombre—. Rigel no es violento. Pero no va a permitir que nadie hiera a sus amigos. Mucho menos su hermana. Si eso es lo que hace peligroso, entonces sí, tal vez deberías temerle.
Cuando el hombre se atrevió a responder, Eva dio un paso al frente, su voz ahora más alta y fuerte.
—Te diré algo: la violencia no es solo una elección; también es un reflejo de lo que se ha enseñado. Así que si crees que tu hijo puede actuar sin consecuencias, estás equivocado. Tal vez deberías mirarte al espejo y preguntarte qué has hecho mal.
El hombre se burló, su risa era fría y despectiva.
—¿Y qué eres tú? ¿Una madre que cree que puede cambiar el mundo? Mira, no me digas cómo criar a mi hijo, porque no tienes idea de lo que es ser un verdadero padre. Ellos ni siquiera son tus verdaderos hijos.
Eva, sintiendo que la ira comenzaba a hervir en su interior, no pudo contenerse más. Sin pensarlo dos veces, le dio un puñetazo al hombre en la cara. El impacto resonó en la sala, y todos se quedaron en silencio por un momento, sorprendidos.
—No hables de lo que no sabes —le dijo, mirando fijamente al hombre mientras él se tambaleaba hacia atrás, sosteniéndose la cara—. Tu hijo puede ser un monstruo, pero tú no eres mejor.
La sala estalló en murmullos y gritos, y el caos parecía estar a punto de desbordarse.
—¿Vas a golpear a una mujer? —gritó otro padre, pero Eva se mantuvo firme.
—No estoy aquí para pelear, pero no permitiré que nadie insulte a mis hijos o a sus amigos. Si tienes un problema con eso, tal vez deberías pensarlo dos veces antes de abrir la boca. Tu hijo no es más que un cobarde, y eso lo has hecho tú, así que no vengas a mí con tus quejas. Es triste ver a un padre que no puede aceptar que su hijo es un perdedor que necesita ayuda.
Otro padre, más bajo pero igual de intenso, decidió intervenir.
—¿Y usted cree que es mejor, Señora? Su familia es igual de problemática. Mire a Rigel; no es más que un niño que cree que puede golpear y salir impune.
Eva se acercó más, su mirada fulminante.
—Es verdad que Rigel a veces puede ser impulsivo —admitió Eva, su voz controlada pero firme—. Pero al menos él tiene el valor de enfrentar lo que es. A diferencia de tu hijo, que prefiere esconderse detrás de un grupo.
El hombre intentó responder, pero Eva no se detuvo.
—Te diré esto: mis hijos saben defenderse, y eso es más de lo que puedo decir de los tuyos. Lo que tú ves como violencia, yo lo veo como coraje. Así que si quieres hablar de problemas familiares, empieza por tu propia casa.
La sala quedó en un tenso silencio. Dumbledore, quien había estado observando la situación con su habitual calma, dio un paso al frente.
—Parece que todos hemos expresado nuestras opiniones —dijo Dumbledore, su voz tranquila pero firme—. Pero la verdad es que no podemos permitir que las actitudes violentas, sean de los estudiantes o de los padres, se perpetúen en esta escuela. Las acciones de hoy tendrán consecuencias para todos los involucrados.
McGonagall asintió, su rostro severo.
—Es lamentable que hayamos llegado a este punto, pero la violencia no será tolerada, y todos los responsables serán castigados. Tanto los estudiantes como aquellos que los influencian.
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