041
Eres tú, eres así. ¿Que los demás no lo aceptan? ¡Pues allá ellos! Como tú no hay nadie.
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1994
Luna Lovegood siempre había sido diferente, pero no de la manera en que muchos lo consideraban. Sus compañeros en Hogwarts solían mirarla con una mezcla de curiosidad y burla, fascinados por su forma de ver el mundo pero rápidos en juzgar lo que no comprendían. Ella se movía por los pasillos del castillo con una serenidad extraña, como si todo alrededor suyo fuera un sueño del que podía despertar en cualquier momento.
Desde su primer año, Luna había sido objeto de burlas por su comportamiento peculiar. Su cabello rubio y despeinado, su andar distraído, y su tendencia a hablar de criaturas fantásticas que nadie más había visto, la convertían en el blanco fácil de aquellos que buscaban a alguien a quien humillar. Los estudiantes de otras casas, especialmente los de Slytherin, solían susurrar detrás de ella o reírse en voz alta mientras pasaba.
Sin embargo, no siempre era fácil ignorar lo que decían.
—No me sorprende que siempre esté sola. ¿Quién querría ser amiga de alguien que cree en criaturas estúpidas? —dijo una de las chicas que pasaban a su lado, cruzándose de brazos mientras la miraba de arriba abajo con desdén.
Luna sentía esas palabras como pequeñas agujas clavándose en su piel. Aunque intentaba no dejar que le afectaran, era imposible evitar que algunas veces doliera. Ella no veía el mundo como los demás, y por eso, los demás la veían como algo extraño, algo que no podían entender ni aceptar.
Inclusive cuando Regulus y Eva iban con Dumbledore, esto no paraba.
—¿Has visto a Lunática Lovegood hoy? —se mofaban algunos, fingiendo estar fascinados con las "criaturas invisibles" de las que ella hablaba—. Tal vez esté buscando su cerebro perdido.
A medida que se iban, después de su "pequeña diversión" matutina susurraban entre ellos, lo suficientemente alto como para que Luna pudiera escucharlos:
—Deberían llamarla Lunática Lovegood, no Luna. Está completamente loca.
—¿Has visto cómo siempre anda sola? Seguramente ni siquiera tiene amigos.
—Bueno, ¿quién querría ser amigo de una chica que cree en criaturas que no existen?
Luna no parecía afectada por sus palabras, o al menos eso daba a entender con su actitud tranquila. Cada vez que escuchaba a alguien llamarla "Lunática", su estómago se retorcía un poco. Sabía que no lo decían en tono amable. Pero, en lugar de enfrentarse a ellos, Luna prefería responder con tranquilidad, manteniendo esa barrera invisible entre ella y el resto del mundo.
Era más fácil así.
Sin embargo, Draco sabía que, en el fondo, esas burlas debían dolerle, aunque nunca lo admitiera. Después de todo, después de sus hermanos, Eva y Regulus, Draco la conocía mejor que nadie. Habían crecido juntos, compartiendo momentos que ningún otro alumno podía entender.
Desde que Regulus le había pedido a Draco que cuidara de ella, el joven Malfoy había tomado esa responsabilidad muy en serio. A pesar de su reputación de ser frío y cruel con la mayoría de los estudiantes, Draco siempre había sido protector con Luna. Para él, ella no era la chica rara de Ravenclaw que todos despreciaban, sino alguien a quien respetaba profundamente, casi como una hermana menor.
Un día, mientras caminaba por el pasillo hacia su clase de Encantamientos, Draco escuchó las risas burlonas de un grupo de estudiantes de Gryffindor que se amontonaban cerca de la entrada. En el centro del grupo, como siempre, estaba Luna hablando con calma sobre los Nargles. La expresión en su rostro era serena, como si no le importara que estuvieran riéndose de ella. Pero Draco sabía mejor.
—¡Mira, ahí va la loca de los Nargles! —exclamó uno de los chicos, sacando su varita y haciendo que el sombrero de Luna saliera disparado de su cabeza—. ¿Dónde están ahora, Lovegood? ¿No vas a decirnos que tus criaturas te lo robaron?
—La famosa Lunática. ¿Sigues buscando esos… qué eran? ¿Nargles?
Los demás rieron, y Luna alzó la vista con una expresión tranquila. No dijo nada. Sabía que responder solo alimentaría sus burlas. Era mejor mantenerse en silencio y dejar que sus palabras se disiparan en el aire.
—Es increíble cómo puedes vivir en tu propio mundo, Lovegood —continuó el Gryffindor, dando un paso hacia ella—. ¿No te cansas de que todos te miren como si estuvieras loca?
—Es porque no entienden —respondió Luna suavemente, sin perder su compostura.
El comentario solo provocó más risas entre el grupo. Uno de los chicos de Gryffindor se inclinó más cerca de ella.
—O quizá, solo quizá, no hay nada que entender, Lovegood. Quizá solo estás… mal de la cabeza.
Las risas aumentaron, y el chico se acercó a Luna, empujándola ligeramente. Aunque ella no perdió el equilibrio, el gesto fue lo suficiente para que Draco, que observaba desde la distancia, apretara los puños. Sabía que no podía dejar que esto continuara.
—¿Qué diablos estás haciendo, Finnegan? —la voz de Draco cortó el aire como un látigo mientras avanzaba hacia ellos con una mirada amenazante.
Seamus Finnegan, que hasta entonces había estado disfrutando del espectáculo, retrocedió un paso, sorprendido al ver a Draco. No era normal que Malfoy se interpusiera en situaciones como esta, y mucho menos para defender a alguien como Luna. Los otros estudiantes también se quedaron inmóviles, sin saber qué hacer.
—¿Qué? —preguntó Seamus, intentando recuperar su compostura—. Solo estábamos jugando.
—No parece que ella esté jugando —respondió Draco, señalando a Luna, quien recogía su sombrero del suelo sin decir una palabra—. Si la vuelves a tocar o a decir algo estúpido como eso, lo lamentarás.
—Vamos, Malfoy… no te pongas asi, solo estábamos bromeando —dijo uno detras de Seamus en un intento de disculparse.
Draco no perdió tiempo.
—No parece muy gracioso desde aquí. Si la próxima vez te veo molestando a Luna, o alguno de ustedes, inutiles sin cerebro, créanme, no será tan sencillo como disculparte.
La amenaza en la voz de Draco era clara, y aunque no levantó su varita, la tensión en el aire era palpable. Los chicos intercambiaron miradas incómodas antes de dispersarse rápidamente, murmurando por lo bajo pero sin atreverse a replicar. Nadie quería enfrentarse a Draco Malfoy, especialmente cuando tenía ese brillo peligroso en sus ojos.
Luna observó la escena con su característica tranquilidad, como si la confrontación no hubiera sido más que un pequeño contratiempo en su día. Se puso su sombrero de nuevo y luego se volvió hacia Draco con una sonrisa suave.
—¿Estás bien? —dijo, su tono volviéndose más suave.
—Gracias, Draco —dijo ella, asintiendo, con una voz que, aunque suave, siempre tenía un tono de sinceridad profunda—. No tenías que hacerlo.
—Claro que tenía que hacerlo, Luna —respondió Draco, suavizando su expresión—. Ya sabes, lo prometí al tío Regulus.
La joven asintió. Sabía lo mucho que Draco respetaba a Regulus, y aunque a veces sentía que él la cuidaba solo por cumplir con una promesa, Luna no podía evitar sentir gratitud por su presencia constante.
Draco la había defendido antes, al igual que Harry y Rigel, inclusive Dione, en más de una ocasión, y no era solo por una simple simpatía. Crecieron juntos, eso era decir mucho.
Para Draco, la palabra de Regulus significaba mucho más de lo que cualquier otro podría imaginar.
—Dijo que te cuidara como si estuviera cuidando de mi mismo —continuó Draco, recordando las palabras exactas de Regulus—. No voy a dejar que esos idiotas te molesten.
Luna inclinó ligeramente la cabeza, observando a Draco con sus grandes ojos azules. Había algo en la forma en que lo miraba que lo hacía sentir incómodo, como si ella pudiera ver más allá de la fachada que él presentaba al mundo.
—Sí, lo sé —respondió, con una sonrisa más suave—. Y lo haces muy bien.
Draco se encogió de hombros, fingiendo una indiferencia que no sentía del todo.
—No es para tanto —dijo, mirando hacia el final del pasillo—. Pero si hay alguien que no debería ser molestado aquí, eres tú.
Luna inclinó la cabeza, agradecida, pero con esa serenidad característica.
—Las palabras de los demás no me lastiman. Son solo… palabras sin sentido. —dijo, casi como si estuviera reflexionando en voz alta.
Draco la miró por un momento, preguntándose cómo podía mantenerse tan tranquila ante todo eso. Sabía que, en el fondo, debía dolerle, pero también comprendía que Luna veía el mundo de una manera que él nunca entendería por completo.
—No tienes que preocuparte por ellos —dijo ella con su tono característicamente despreocupado—. Las personas dicen muchas cosas, pero eso no las hace verdaderas.
Draco suspiró. Sabía que Luna intentaba restar importancia a lo sucedido, pero no podía evitar sentir una punzada de enfado hacia los demás estudiantes. ¿Cómo podían ser tan crueles con alguien tan… pura? Luna no había hecho nada para merecer ese tipo de trato, y aun así, cada día era un nuevo desafío para ella.
—Aun así, no está bien —murmuró Draco, cruzando los brazos—. Si vuelven a molestarte, dímelo.
Luna sonrió nuevamente, esa sonrisa soñadora que a menudo dejaba a los demás confundidos. Para ella, el mundo siempre parecía estar lleno de maravillas invisibles, y los problemas mundanos como las burlas o las peleas no parecían afectarla tanto como a los demás.
—Lo haré —respondió simplemente—, aunque no creo que sea necesario.
Draco negó con la cabeza, sin poder evitar sentir cierta admiración por la serenidad de Luna. La mayoría de las personas en su lugar habrían explotado o intentado defenderse de alguna manera, pero Luna… Luna simplemente aceptaba el mundo tal como era, sin amargura ni rencor.
—Eres más fuerte de lo que creen, ¿sabes? —dijo Draco, mirándola de reojo mientras comenzaban a caminar juntos hacia la clase de Lovegood—. Ellos no lo ven, pero yo sí.
—Gracias, Draco —repitió ella suavemente—. Pero no creo que sea cuestión de ser fuerte o débil. Solo es cuestión de cómo decides ver las cosas.
Esa era otra de las cosas que siempre desconcertaban a Draco sobre Luna. Su capacidad para transformar incluso los momentos más duros en algo filosófico, algo más profundo. En cierto modo, la envidiaba por eso. Mientras él pasaba la mayor parte del tiempo lidiando con la presión de su apellido y su lugar en la sociedad mágica, Luna simplemente existía, sin preocuparse por lo que los demás pensaban de ella.
Pero Draco sabía que su promesa a Regulus iba más allá de proteger a Luna físicamente. Tenía que proteger su espíritu, su esencia, esa luz única que irradiaba. No importaba cuánto se burlaran de ella los demás, él siempre estaría allí, tal como le había prometido a su tío.
Y aunque nunca lo admitiría en voz alta, Draco estaba agradecido por la presencia de Luna en su vida.
[ • • • ]
Luna no había esperado encontrar nada esa tarde cuando caminaba por los pasillos de Hogwarts, con la cabeza llena de pensamientos vagos, como solía tener. Era normal que su mente divagara entre las criaturas fantásticas que su padre había enseñado en libro que siempre solia llevar con el y las voces suaves que escuchaba a su alrededor. Pero ese día, algo cambió.
Estaba de camino hacia la Torre de Ravenclaw cuando escuchó unas voces que venían del despacho del profesor Dumbledore. La puerta no estaba completamente cerrada, y aunque no solía escuchar conversaciones ajenas, la mención del nombre de los Potter hizo que se detuviera. Algo en su instinto le decía que tenía que prestar atención. Se quedó quieta junto a la puerta, intentando discernir las palabras entre las voces bajas.
—...no fue él quien los traicionó por voluntad propia, Albus. —La voz era inconfundible: Snape. Siempre hablaba con ese tono grave, casi áspero, pero esta vez había algo más en su voz, algo más que simple resentimiento o ira—. Pettigrew estaba bajo la maldición Imperius. No tenía control sobre lo que hacía.
Luna se tensó, sus grandes ojos azules abiertos de par en par mientras trataba de procesar lo que acababa de escuchar. Peter Pettigrew, el hombre que todos creían que había traicionado a los Potter, y que ahora eztaba sepultado junto a su esposa, su hijo y sus mejores amigos, en realidad no lo había hecho por voluntad propia. El silencio en la sala era pesado, pero pronto fue roto por la calmada pero preocupada respuesta de Dumbledore.
—¿Cómo lo sabes, Severus? —preguntó Dumbledore, con la gravedad de quien ya había sospechado algo pero necesitaba confirmarlo.
—Fue algo que descubrí cuando los Mortífagos lo mataron —respondió Snape—. No lo mataron por haber traicionado a los Potter, sino porque ya no les servía. El propio Voldemort lo había mantenido bajo el Imperius desde mucho antes de la caída de los Potter. Pettigrew fue solo un peón.
Luna se llevó una mano a la boca, intentando contener el pequeño jadeo que amenazaba con escapársele. Esto no solo cambiaba la narrativa sobre Peter, sino también sobre la traición misma. Peter no había entregado a sus amigos voluntariamente, sino que había sido manipulado por Voldemort desde el principio. Era algo que lo cambiaba todo.
Dumbledore, por otro lado, parecía tomarse un momento para absorber la información antes de hablar nuevamente.
—Eso explica muchas cosas... —murmuró Dumbledore, su tono profundo pero reflexivo—. Si bien siempre sospechamos que había más detrás de la traición de Peter, no pudimos saber con certeza el alcance de la manipulación.
—Lo mataron antes de que pudiera decir algo —continuó Snape, su tono seco y sin rastro de emoción—. Pero fue claro para mí que no había actuado por voluntad propia. Lo vi en sus ojos. No era el traidor que todos pensamos, solo una víctima más de la maldición de Voldemort.
Luna, quien seguía escuchando detrás de la puerta, sintió una mezcla de emociones. Todo parecía ser una mentira, o al menos, una verdad distorsionada por la maldad de Voldemort.
En ese momento, la conversación dentro de la oficina pareció terminar. Los pasos de Snape resonaron mientras se alejaba, y Luna supo que tenía que moverse antes de ser descubierta. Con un giro rápido, desapareció por el pasillo, su mente trabajando a toda velocidad mientras trataba de organizar lo que había escuchado.
Tenía que contárselo a Harry y Rigel. Ellos merecían saber la verdad.
[ • • • ]
Esa noche, después de la cena en el Gran Comedor, Luna decidió buscar a Harry y a Rigel. Sabía que, aunque ambos estuvieran en diferentes casas, Hogwarts no era lo suficientemente grande como para que fuera imposible encontrarlos. Finalmente los vio, juntos, caminando por uno de los patios exteriores, probablemente discutiendo algo relacionado con que Harry estaba dejando de ser el favorito de Regulus.
Luna se acercó a ellos con esa misma ligereza que siempre la caracterizaba, sus pasos casi flotando sobre el suelo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, los llamó suavemente.
—Harry, Rigel... necesito hablar con ustedes —dijo, su tono calmado pero serio.
Harry y Rigel se volvieron hacia ella, notando de inmediato la inusual seriedad en sus ojos.
—¿Qué pasa, Luna? —preguntó Rigel, cruzando los brazos, algo preocupado por el tono que había usado su hermana.
Luna se tomó un momento para ordenar sus pensamientos antes de hablar. Sabía que lo que iba a decir cambiaría muchas cosas para ellos, pero no había forma de suavizar el golpe. Entonces, con la mayor delicadeza posible, comenzó a explicar lo que había escuchado en el despacho de Dumbledore.
Les contó cómo Snape había revelado que Peter Pettigrew no había traicionado a los Potter voluntariamente, sino que había estado bajo la maldición Imperius. Cada palabra parecía pesar más que la anterior, y a medida que continuaba, las expresiones de Harry y Rigel cambiaron de incredulidad a sorpresa, y finalmente a una profunda confusión.
—¿Estás diciendo que... Peter no quería traicionarlos? —preguntó Harry, su voz apenas un susurro mientras intentaba procesar la revelación.
Luna asintió lentamente, observando a Harry con una expresión de comprensión en sus ojos. Sabía lo difícil que debía ser para él aceptar algo como esto.
—No lo hizo por elección propia —respondió Luna con suavidad—. Voldemort lo estaba controlando. El profesor Snape lo explicó todo... Peter fue otra víctima.
El silencio que siguió fue denso.
—¿Qué vamos a hacer con esto? —preguntó Rigel finalmente, rompiendo el silencio.
Luna los miró a ambos con una calma serena, aunque sabía que esta información tenía el potencial de cambiar todo para ellos.
—Creo que deberíamos escribirle a mamá y a papá —sugirió Luna—. Ellos también merecen saberlo.
Harry asintió lentamente, aunque todavía parecía aturdido por todo lo que acababa de escuchar.
—Sí... tienen que saberlo —murmuró Harry, aunque no estaba seguro de qué hacer con la información todavía.
Juntos, los tres decidieron que escribirían una carta a Eva y Regulus esa misma noche. Luna se ofreció a redactarla, con Harry y Rigel agregando sus propios pensamientos al final. Era importante que sus padres supieran la verdad, y aunque no estaban seguros de cómo reaccionarían, era lo correcto.
Sin embargo, lo que ninguno de ellos sabía era que, antes de la muerte de Peter Pettigrew, Eva había sido muy cercana a él. Al igual que con los Potter, Eva había mantenido una amistad con Peter. Esa revelación, cuando llegara a sus manos, sería un golpe inesperado para Eva, quien nunca habría imaginado que Peter, uno de sus amigos más queridos, hubiera sido manipulado de esa manera.
La carta estaba lista.
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