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"Ama la vida que tienes para poder vivir la vida que amas."

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1993

Eva estaba sentada cómodamente en el salón de la casa Tonks Black, en una butaca de terciopelo que reflejaba el estilo elegante pero cálido de Andrómeda. La casa, aunque pequeña comparada con las mansiones de otras familias, tenía un ambiente acogedor y familiar. La luz del sol entraba suavemente por las ventanas, dándole un aire pacífico, en contraste con la turbulencia de los pensamientos que ocupaban la mente de Eva.

Andrómeda, servía té en una mesa baja entre ambas. Su expresión, aunque calmada, denotaba que tenía algo en mente, y exhaló, como si se hubiera armado de valor para tocar el tema que la inquietaba.

—Sirius estuvo aquí hace unos días —dijo Andrómeda, colocando la taza en su plato con un leve tintineo.

Eva se detuvo a medio sorbo de su propio té, levantando la mirada para encontrarse con los ojos de Andrómeda, los cuales ahora reflejaban una mezcla de preocupación y algo más que Eva no podía identificar del todo.

—¿Qué quería? —preguntó Eva, tratando de mantener la voz calmada, aunque sabía que cualquier mención de Sirius venía acompañada de turbulencias.

—Vino a quejarse... bueno, más bien, a desahogarse —Andrómeda hizo una pausa, como si estuviera considerando cómo continuar—. Está dolido. Cree que tú y Regulus le han quitado todo.

Eva cerró los ojos por un momento, sabiendo exactamente a qué se refería.

—¿Se refiere a Rigel? —preguntó finalmente, con la garganta ligeramente apretada.

Andrómeda asintió lentamente, observando la reacción de Eva.

—Sí, Rigel... pero también mencionó a Harry y, sorprendentemente, a Luna. Dice que siente como si le hubieras arrebatado a su hijo, a su ahijado y... bueno, Luna no estaba directamente en su vida, pero parece que hasta eso le duele.

Eva dejó la taza de té en la mesa y se recostó contra el respaldo de la butaca. Respiró hondo, buscando las palabras correctas para expresarse. Sabía que esto no sería fácil de discutir, ni siquiera con alguien tan comprensiva como Andrómeda.

—Sirius... siempre ha sido apasionado —empezó Eva, mirando a la ventana como si buscara en la luz una manera de calmar la tormenta en su mente—. Pero no fue él quien estuvo allí cuando Rigel era un bebé. Remus tampoco pudo hacerse cargo. Nosotros lo adoptamos porque no había otra opción. Queríamos darle un hogar, seguridad... amor. Y con Harry, bueno... todos sabemos lo que pasó con James y Lily.

Andrómeda se inclinó hacia adelante, como si quisiera asegurarse de que Eva comprendiera el mensaje.

—Lo sé, Eva. Lo sé perfectamente. Yo misma le recordé todo eso a Sirius, pero ya sabes cómo es. Para él, no se trata solo de quién hizo lo correcto o lo mejor por los niños. Para él, se trata de lo que ha perdido.

Eva tragó saliva, sus pensamientos divididos entre la empatía que sentía por Sirius y la firme convicción de que ella y Regulus habían hecho lo mejor para esos niños. El peso de tantas responsabilidades adoptadas recaía sobre ella, y aunque lo llevaba con orgullo, había momentos como este en los que el resentimiento de otros parecía demasiado.

—Rigel es su hijo, lo sé —respondió Eva con suavidad, pero firme—. Pero... él no estuvo. No pudo estar. Y cuando salió de Azkaban, ya habíamos formado una familia. Rigel nos conoce como sus padres, Andrómeda. ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Devolverle a su hijo como si fuera un objeto que puede reclamar cuando le apetezca?

Andrómeda asintió, con comprensión pero también con algo de melancolía en su mirada.

—Entiendo que eso sería cruel para Rigel. Es solo que... para Sirius, su tiempo en Azkaban fue como un limbo. Perdió todo en esos años, y aunque lo sepa, eso no quita el dolor de haber vuelto y ver que su hijo ya tiene otro padre.

Eva inclinó la cabeza, sintiendo el peso de las palabras de Andrómeda. Sabía que el resentimiento de Sirius no venía solo del hecho de haber perdido la oportunidad de criar a Rigel. Había un trasfondo mucho más profundo. En el fondo, Sirius no solo estaba dolido por Rigel, sino por todo lo que representaban esas pérdidas: la familia, la traición, el aislamiento.

—¿Y qué dijo exactamente sobre Harry? —preguntó Eva, queriendo entender completamente el alcance de las quejas de Sirius.

Andrómeda suspiró.

—Dijo que, aunque siempre supo que tú y Regulus estaban allí para él, no puede evitar sentirse fuera de lugar en la vida de Harry. Que fuiste tú quien estuvo en las fiestas de cumpleaños, quien lo vio crecer... y que ahora él solo es un extraño.

—¿Un extraño? —Eva se sentó más derecha, sintiendo una punzada en el corazón.

—No creo que Sirius lo vea así —respondió Andrómeda suavemente—. Para él, todo es blanco o negro. Y lo blanco, en este caso, es que no estaba allí. Lo negro, es que tú y Regulus lo estaban.

Eva apretó los labios, sintiendo una oleada de frustración. Amaba a Rigel, a Harry, a Luna, como si fueran suyos. Los había protegido, los había cuidado cuando más lo necesitaban. Pero también entendía el dolor de Sirius, aunque a veces ese dolor le parecía injusto. Después de todo, ella y Regulus no habían hecho más que lo mejor por esos niños.

—No quería quitarle nada a Sirius —dijo finalmente, en un tono más suave, casi como si se lo dijera a sí misma—. Solo quería que esos niños estuvieran seguros, que crecieran en un ambiente estable, con amor. Si Sirius siente que le robé eso... no sé qué más podría haber hecho.

—Lo sé, Eva —respondió Andrómeda, alcanzando su mano para apretarla con suavidad—. Yo lo sé. Pero Sirius es terco. Siempre lo ha sido. Y ahora que está fuera de Azkaban, está tratando de recomponer las piezas de su vida... solo que no todas las piezas encajan como él quisiera.

Hubo un largo silencio entre ambas, solo interrumpido por el suave chisporroteo del fuego en la chimenea. Eva pensó en Rigel, en cómo se había acostumbrado a llamar a Regulus “papá” desde que tenía memoria. Pensó en Harry, quien aunque sabía la verdad sobre sus padres, había crecido viendo a Eva y Regulus como su familia principal. Y luego estaba Luna, cuya presencia siempre era un recordatorio de lo frágil que podía ser la vida, y de la importancia de cuidar a quienes amaba.

—¿Y qué dijo sobre Luna? —preguntó Eva, su curiosidad finalmente superando el peso de las otras emociones.

Andrómeda sonrió levemente, como si se hubiera esperado esa pregunta.

—Dijo que le parece curioso que incluso la niña Lovegood haya terminado en tu casa. Como si hubiera algo en ti que atrajera a todos esos niños huérfanos.

Eva se rió con suavidad, aunque había una pizca de amargura en el sonido.

—No atraje a nadie, Andrómeda. Simplemente estaba en el lugar correcto cuando más lo necesitaban. Nada más.

—Lo sé. Pero para Sirius, todo esto es como un reflejo de lo que pudo haber sido su vida, si las cosas hubieran sido diferentes.

Eva asintió, entendiendo finalmente. Para Sirius, todo esto no era solo acerca de los niños. Era acerca de lo que él había perdido, de lo que jamás había tenido la oportunidad de tener. Rigel, Harry, Luna... eran símbolos de lo que podría haber sido su vida si no hubiera caído en desgracia.

—Supongo que... tengo que hablar con él, entonces —dijo Eva, con una mezcla de determinación y agotamiento.

Andrómeda le dio una mirada comprensiva.

—Quizás sea lo mejor. Aunque ya sabes cómo es Sirius. No será una conversación fácil.

—Nada con Sirius es fácil —respondió Eva con una sonrisa cansada—, pero si esto ayuda a sanar algo de su dolor, entonces vale la pena intentarlo.

Andrómeda asintió, dándole una mirada alentadora.

—Estoy segura de que, al final, encontrarás las palabras correctas. Siempre lo haces.














[ • • • ]

















Las calles de Hogsmeade brillaban con el encanto navideño: luces parpadeantes colgaban de los techos, los escaparates decorados mostraban montañas de regalos y dulces, y la nieve caía suavemente como en una postal perfecta. Eva caminaba tranquila, disfrutando del aire frío en sus mejillas, mientras a su lado iban sus tres fieles elfos domésticos: Blu, que no paraba de saltar emocionada; Winnie, que iba aferrada al vestido de Eva; y Kreacher, luciendo amargado pero protector al lado de la castaña.

—¡Blu ama la Navidad! ¡Blu quiere encontrar los mejores regalos para Rigel y Luna! —canturreaba Blu, agitando los brazos como si fuera a despegar en cualquier momento. —¡El amo Harry amara los regalos que Kreacher escogió para el!

Eva sonrió con ternura, disfrutando de la energía del pequeño elfo. Cada Navidad, sus elfos parecían más emocionados que los propios niños. Para Blu, especialmente, las compras navideñas eran como una misión secreta de la que dependía el bienestar del universo.

—Blu, no te preocupes, tenemos mucho tiempo para encontrar todo —dijo Eva con una sonrisa mientras observaba los escaparates llenos de coloridos artículos navideños.

—¡Blu es una elfina de velocidad! ¡Blu encuentra todo rápido! —respondió, acelerando el paso mientras Winnie la miraba de reojo, tratando de mantener su dignidad.

—Elfo de velocidad... —murmuró Kreacher con desdén—. Hace más ruido que un troll en una tienda de porcelana.

—¡Blu oyó eso! —gritó la pequeña elfina desde unos metros más adelante, sin detenerse.

Winnie, que caminaba a un paso más tranquilo junto a Eva, rodó los ojos pero sonrió ligeramente, mientras Kreacher resoplaba.

—Es un milagro que alguien lo haya dejado cuidar a los pequeños amos de la familia —refunfuñó Kreacher.

—Oh, Kreacher, no seas tan gruñón —le dijo Eva, dándole una palmadita en el hombro—. Blu solo está emocionada. Además, ¿no te parece encantador lo mucho que se preocupa por Rigel y Luna?

Kreacher gruñó una respuesta que podría haber sido afirmativa, pero no lo admitió claramente.

Mientras caminaban por la calle principal, Eva revisaba mentalmente la lista de regalos que había planeado comprar. Ya habían pasado por Honeydukes, donde Kreacher, una vez más, había escogido una colección de chocolates para Harry. Winnie, había encontrado una edición especial de "Los Cuentos de Beedle el Bardo" que Luna seguramente adoraría. Y Blu… bueno, Blu había insistido en añadir varios paquetes de caramelos que él mismo consideraba imprescindibles.

—¡Dulces explosivos para Theodore! —gritó Blu, sacando una caja de caramelos chispeantes de su bolsillo—. ¡Los chicos siempre hablan de estos en la mesa del desayuno!

Eva asintió, recordando las veces que Rigel mencionaba a Theodore. Siempre le había parecido que tenía un lado travieso, pero también podía ser un buen muchacho cuando quería. El regalo encajaría perfectamente con él.

—De acuerdo, Blu. Los dulces explosivos son una gran idea —dijo Eva mientras entraban en una tienda de túnicas elegantes.

—¿Vamos a comprarle algo al amo Draco? —preguntó Winnie, quien siempre se preocupaba de que todo estuviera en perfecto orden.

—Sí, algo especial para Draco —respondió Eva mientras examinaba los trajes y túnicas colgados con esmero—. Pero antes, tenemos que elegir el regalo para Dione.

Eva recorrió los percheros de la tienda, buscando con cuidado. Dione, tenía un estilo particular, algo que su hijo le había mencionado con más detalle de lo que ella esperaba. Eva siempre disfrutaba esas pequeñas conversaciones con él.

—Rigel dijo que le gustaban los colores oscuros pero elegantes —murmuró mientras deslizaba un vestido de terciopelo verde oscuro entre sus dedos—. Este parece perfecto.

Blu, que seguía corriendo entre los vestidos, saltó hasta donde estaba Eva y soltó un suspiro dramático.

—¡Blu piensa que Dione lucirá como una princesa con ese vestido!

—Aún necesitamos algo para el amo Draco —dijo Kreacher, visiblemente interesado en la idea de regalarle algo a su amo Malfoy, a pesar de la devoción que sentía por Eva—. Quizás algo más práctico.

Eva asintió, y justo cuando iba a sugerir algo, una voz aguda y llena de sarcasmo se hizo presente detrás de ellos.

—Ah, Black. Qué sorpresa verte en una tienda de vestidos tan elegantes. Aunque, supongo que necesitas toda la ayuda que puedas para verte... decente.

Eva se giró con calma, aunque ya sabía quién era antes de siquiera verla. Helena Pucey. Alta, delgada y con una sonrisa cruel que no había cambiado nada desde los días en que había intentado en vano conquistar el corazón de Regulus. Siempre había una chispa venenosa en sus palabras, como si quisiera probar que aún tenía poder sobre la gente.

—Helena —dijo Eva con una sonrisa tranquila—. Es un placer verte.

Helena rió con una risita desagradable, sus ojos recorriendo a Eva como si la evaluara de pies a cabeza.

—Oh, claro. Aunque no sé si podría decir lo mismo. ¿Estás aquí para comprar algo para Regulus? Qué conmovedor. Claro que, tal vez deberías preguntarle si sigue recordando los tiempos en que yo era su preferida.

Blu, que había estado rebuscando entre unos vestidos cercanos, alzó las cejas y luego miró a Eva, esperando su reacción. Kreacher solo cruzó los brazos con una expresión de aburrimiento, mientras Winnie se mantenía en silencio, atenta.

Eva sonrió y miró a Helena, no con desprecio, sino con una calma que era casi devastadora.

—Oh, Helena. ¿Sigues viviendo en los recuerdos? Qué pena. Yo prefiero el presente. Es mucho más... satisfactorio. Si sabes a lo que me refiero.

Helena tensó los labios, pero se acercó un poco más, sin querer dejarse vencer tan fácilmente.

—¿Satisfactorio? Eso lo dudo. Nadie olvida a su primer amor, Eva. Y Regulus... bueno, no sería raro que aún piense en mí.

Antes de que Eva pudiera responder, Blu decidió que ya había tenido suficiente. Con una sonrisa traviesa, comenzó a caminar alrededor de Helena con sus pequeños pasos ágiles.

—¡Blu piensa que la señora Helena necesita un vestido especial! Uno que la haga ver menos… vieja. ¿Sí? ¡Blu puede ayudarle!

Helena se giró hacia el elfo, visiblemente molesta, pero Blu, sin perder el ritmo, alzó una capa con colores tan chillones que parecía más un disfraz que un vestido.

—¡Esto es perfecto para la señora! —gritó Blu, agitándola ante Helena, quien retrocedió con horror ante la visión.

—¡Quita eso, maldito elfo! —gritó Helena, intentando mantener la dignidad mientras sus mejillas se encendían de furia.

Eva no pudo contener la risa y se cubrió los labios, mientras Kreacher soltaba un gruñido que casi sonaba a carcajada. Winnie trataba de mantenerse seria, pero un destello de diversión brillaba en sus ojos.

—Oh, Helena, —dijo Eva finalmente, componiéndose y mirando a la otra mujer con una sonrisa—. Quizás deberías tomarte las cosas con más calma. Parece que Blu ha encontrado tu verdadero estilo.

Helena estaba a punto de estallar, pero no podía permitirse una escena más grande. Dio un paso hacia la puerta, mirando a Eva por última vez.

—Nos veremos pronto. Y tal vez entonces no te sientas tan segura de ti misma.

Eva la observó marcharse con calma, su sonrisa nunca desvaneciéndose. Cuando Helena por fin salió de la tienda, Blu soltó un alegre "¡Blu lo hizo otra vez!", dando saltos de emoción.

—Blu, eres una pequeña genio —dijo Eva, agachándose para acariciarle la cabeza—. No podría haberlo manejado mejor.

—¡Blu siempre cuida a la ama Eva! ¡Y Blu sabe qué vestidos no son para señoras malas! —dijo la elfina, orgulloso de sí mismo.

Kreacher, aún con los brazos cruzados, murmuró:

—Demasiado ruidoso, pero efectivo.

Eva sonrió, satisfecha con el pequeño caos que Blu había causado, y se volvió hacia Winnie.

—Bueno, ya tenemos todo lo que necesitamos. Es hora de irnos a casa.

—¿Nos detendremos en alguna otra tienda, ama? —preguntó Winnie, siempre lista para ayudar. —No terminamos los vestidos y aún faltan los regalos del amo Draco y del amo Regulus.

Eva miró las bolsas flotando tras ellos, llenas de regalos, y negó con la cabeza.

—Creo que hemos tenido suficiente emoción por hoy. Y Regulus volverá pronto de su visita con Cissy. Volvamos antes de que Blu decida redecorar otra tienda.














[ • • • ]












Regulus regresaba a casa tras su visita con su prima Narcissa. Mientras cruzaba el umbral de la mansión, se sacudió la nieve de su capa y miró alrededor con una ligera sonrisa. El aire festivo llenaba el hogar, las decoraciones navideñas colgaban por todas partes, y el calor acogedor contrastaba maravillosamente con el frío del exterior. Sabía que encontraría a Eva en alguna parte, probablemente con sus tres inseparables elfos domésticos, que parecían ser una parte tan vital de la casa como lo era el fuego en la chimenea.

Mientras avanzaba hacia el salón, escuchó risas y un murmullo inconfundible de conversaciones provenientes del pasillo. Su corazón se aceleró, como siempre que pensaba en Eva. Al llegar, la encontró de pie junto a la chimenea, conversando animadamente con Winnie, Kreacher y Blu, todos ocupados organizando los regalos que habían traído de Hogsmeade. La visión le arrancó una sonrisa más amplia; ese era su hogar, su paz.

—Regulus —dijo Eva al verlo entrar, con una cálida sonrisa que lo hizo sentir que había regresado exactamente al lugar al que pertenecía.

Él no dijo nada. No hizo falta. En un movimiento fluido, cruzó la habitación y tomó a Eva por la cintura, inclinándose para darle un beso que la dejó sin aliento. Pero antes de que pudiera disfrutar completamente del momento, una voz aguda interrumpió.

—¡Amo Regulus! ¡Blu hizo algo increíble hoy! ¡Blu defendió el honor de la ama Eva con gran estilo! —dijo Blu, alzando los brazos al cielo como si esperara que le llovieran aplausos desde los cielos.

Regulus, con los labios aún cerca de los de Eva, suspiró. Era imposible tener un momento de paz con Blu alrededor. Se separó de Eva lo justo para mirarla con una sonrisa divertida antes de voltear hacia el elfo. Arqueó una ceja, divertido, Blu seguía saltando a su alrededor, ansioso por contar su heroica historia.

—¿Es así, Blu? —preguntó Regulus con una sonrisa torcida mientras se inclinaba para darle a Eva un beso suave en los labios—. Cuéntame, ¿cómo has defendido a mi prometida?

Eva sonrió contra sus labios, pero dejó que Blu tuviera su momento de gloria. Sabía que esto iba a ser entretenido.

—¡Blu encontró un vestido horrible para la señora mala que intentaba molestar a la ama Eva! —exclamó el elfo, dando vueltas alrededor de ellos—. ¡Una capa chillona, fea, que ni siquiera Kreacher usaría para limpiar el polvo! ¡Blu le dio una pequeña lección a esa bruja malvada!

Kreacher, que estaba al lado organizando las bolsas de regalos, levantó la cabeza con una expresión seria y asintió lentamente.

—No la usaría ni para eso. Demasiado... llamativa —gruñó, sin perder su tono característico de desaprobación.

Winnie, quien estaba cuidadosamente ordenando los envoltorios de los regalos, sonrió levemente y agregó:

—Blu hizo una buena elección. Aunque, debo decir que la señora Helena probablemente se lo merecía.

Blu se puso de puntillas, inflando el pecho como si fuera el héroe de la historia.

—¡Blu defendió el honor de la ama Eva! —exclamó, agitando sus brazos y haciendo gestos tan exagerados que parecía que estaba a punto de despegar.

Regulus arqueó una ceja y miró a Eva, quien se limitaba a sonreír mientras observaba la escena con calma. Claramente, había una historia detrás de esto.

—¿Bruja malvada? —preguntó Regulus, sin poder contener la sonrisa. —Helena, ¿eh? —Regulus alzó una ceja y miró a Eva con una mezcla de sorpresa y diversión—. ¿Nuestra querida Helena Pucey hizo una aparición? ¿Y se atrevió a molestar a mi futura esposa?

Eva, con los brazos cruzados y una sonrisa traviesa en los labios, se encogió de hombros ligeramente, como si la situación no la hubiera afectado en lo más mínimo.

—Oh, no fue nada. Solo lo típico. Trató de insinuar que aún tenía algún tipo de control sobre ti, o que podrías seguir pensando en ella —dijo Eva con total serenidad, mientras jugueteaba con la hebilla de su cinturón, sin prestar demasiada importancia.

—¡Sí! ¡Blu encontró el vestido más feo que jamás haya visto y se lo ofreció a la señora! ¡Le dije que se vería perfecta con él, pero lo que Blu quería decir era que se vería como un troll de montaña con brillo!

Eva soltó una carcajada, cubriendo su boca con una mano, mientras Regulus miraba a Blu con incredulidad.

—¿Un troll con brillo? —repitió Regulus, riendo—. Esa es una imagen que no puedo borrar de mi mente.

Kreacher, que hasta entonces había estado revisando las bolsas de compras, resopló con desdén.

—La señora Pucey merecía algo peor —gruñó Kreacher—. Kreacher hubiera elegido una capa aún más ridícula, quizás con plumas. Las plumas siempre son una mala elección para los humanos.

Regulus soltó una risa suave, su mirada se volvió más tierna cuando se acercó aún más a ella, envolviéndola con sus brazos.

—¿Y tú, mi amor? —dijo en un tono divertido mientras se inclinaba para susurrarle al oído—. ¿Te pusiste celosa?

Eva lo miró de reojo, con una sonrisa que mezclaba picardía y seguridad. Podía sentir el calor de su cuerpo, el latido de su corazón, pero se mantuvo tranquila. Jugando con el botón de la capa de Regulus, su sonrisa juguetona intacta.

—¿Celosa? —repitió con una risa suave—. Oh, Regulus, por favor. Me divirtió más que cualquier otra cosa. Era tan... desesperada. La pobre mujer estaba tan desesperada por hacerme sentir algo... Lo único que logró fue que me diera un poco de lástima.

Regulus arqueó las cejas, sorprendido pero encantado por su respuesta.

—¿Así que no me viste como el premio codiciado por dos mujeres? —dijo con un tono dramático y fingido, como si lamentara no haber causado una escena mayor.

Eva rió, pasando una mano suavemente por su pecho mientras lo miraba con ojos juguetones.

—Bueno, lo eres. Pero, seamos honestos, Regulus. Si alguna vez estuviera en peligro de perderte, Helena Pucey sería la última de mis preocupaciones.

Regulus sonrió, claramente satisfecho por la confianza de Eva, y la abrazó más fuerte, inclinándose para besarla de nuevo, esta vez con más profundidad.

—Y si alguien debería estar celoso aquí, probablemente sea ella. —murmuró sobre sus labios. —Al final, tú estás aquí conmigo, y ella... tiene salud y bueno, digamos que le vendría bien reconsiderar sus decisiones de vestuario.

Regulus rió, la envolvió entre sus brazos y la levantó ligeramente del suelo, haciendo que ella soltase una risa sorprendida.

—Eres increíble —murmuró, besándola suavemente en la frente.

—¡La ama Eva siempre es increíble! —exclamó Blu, que seguía dando vueltas emocionado—. Pero Blu también lo fue hoy. ¡Blu encontró el vestido perfecto para hacer que la señora Pucey se largara!

—Y Winnie también hizo un buen trabajo organizando las bolsas de regalos —intervino Winnie, con una sonrisa tímida pero orgullosa—. Claro, Kreacher no se molestó en ayudar mucho.

Kreacher levantó la nariz, ofendido.

—Kreacher estaba asegurándose de que las bolsas estuvieran en perfecto estado. Todo bajo control —gruñó, cruzando los brazos.

Regulus miró a Eva con una sonrisa divertida.

—Estoy muy orgulloso de ti, Blu. Me parece que mereces una recompensa por proteger a mi futura esposa.

Los ojos de Blu brillaron de emoción.

—¡Blu quiere más dulces de Honeydukes! ¡Blu no puede vivir sin ellos!

Kreacher resopló y, cruzando los brazos, añadió con su tono agrio habitual:

—Blu podría vivir sin dulces, pero dudo que deje de saltar como una rana hiperventilada. Una recompensa innecesaria. Kreacher haría su trabajo sin pedir dulces como un niño

Winnie, se acercó con una pequeña sonrisa, organizando las bolsas que ya estaban perfectamente alineadas.

—Amo Regulus, podría decirse que Blu fue el héroe del día. Aunque Kreacher también mantuvo todo bajo control, como siempre —añadió, dándole a Kreacher una pequeña mirada de aprobación.

Kreacher asintió, aunque sus ojos parecían decir que cualquier reconocimiento que no implicara alguna crítica no estaba dentro de su zona de confort.

Regulus soltó una risa y volvió su atención a Eva, susurrando para que solo ella pudiera oír.

—Parece que nuestros elfos han tenido un día más emocionante que el mío. Narcissa no fue ni la mitad de divertida.

Eva lo miró con una sonrisa suave y acarició su mejilla.

—Bueno, ahora que estás en casa, podemos hacer que tu día sea un poco más emocionante —le dijo en tono juguetón.

—¿Qué sugieres? —preguntó Regulus, con un destello en los ojos.

Eva se encogió de hombros con una sonrisa inocente.

—Tal vez podríamos darles a Blu, Winnie y Kreacher la tarde libre, y ver qué tan bien puedes decorar un árbol de Navidad sin su ayuda.

Blu dio un salto, horrorizado por la idea.

—¡No sin Blu! ¡Blu debe ayudar con el árbol! ¡Es la mejor parte!

Kreacher, por su parte, resopló de nuevo, aunque esta vez parecía menos molesto.

—El amo Regulus podría hacerlo. Pero no tan bien como Kreacher —dijo con una mueca.

Regulus rió, sosteniendo a Eva más cerca mientras los elfos discutían sobre la importancia de su ayuda en la decoración navideña.

—¿Lo ves? —dijo él, sonriendo a Eva—. No hay forma de que me libere de su supervisión. Ni siquiera para decorar un árbol.

Eva se inclinó y le susurró al oído, en un tono suave y provocativo.

—Tal vez más tarde, cuando estén ocupados durmiendo...

Regulus la miró con una sonrisa traviesa y suspiró, agradecido por la vida que habían construido juntos.

—Eso suena perfecto.

Mientras los elfos seguían discutiendo sobre los adornos, los caramelos y las luces, Regulus y Eva se alejaron, hablando en susurros y riendo, conscientes de que, sin importar las pequeñas interrupciones y los dramas, siempre encontrarían la manera de disfrutar juntos hasta los momentos más caóticos.













































Lune_black — 26/09/24

Mi Eva es demasiado buena con todos...

Cuando los niños no están, Kreacher, Blu y Winnie son como sus hijos

Eva y Regulus, my favorite couple 💕

Dinámica: 40 votos y 20 comentarios.

Byeeeeeeeeee

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