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036

“Por favor, deja la felicidad de mi familia, no quiero peligro, no quiero más llantos, solo déjame vivir la vida”

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1993

Después de días de desesperación y preocupación, Rigel finalmente fue dado de alta de San Mungo. La noticia trajo un alivio inmenso a su familia, pero también una nueva etapa de cuidados y atenciones. Eva y Regulus no le quitaban la vista de encima, vigilando cada uno de sus movimientos con preocupación. Sin embargo, entendían la importancia de darle su espacio para que pudiera recuperarse a su propio ritmo.

Harry y Luna, por su parte, se turnaban para pasar las noches junto a Rigel en su habitación. Patitas, el fiel perro de la familia, también estaba siempre presente, acurrucado a los pies de la cama, brindando una compañía silenciosa pero reconfortante. Rigel no se molestaba por la constante presencia de su familia; al contrario, le reconfortaba saber que estaban allí para él, que no lo abandonarían.

Harry, quien había encontrado a Rigel en aquella situación tan desesperada, aún tenía pesadillas sobre ese momento. Cada noche, al cerrar los ojos, revivía la angustia de ver a su hermano en peligro. Por eso, dormir en la habitación de Rigel le daba una sensación de control y seguridad. Podía asegurarse de que Rigel estaba bien, de que estaba a salvo. Cada vez que Rigel se movía o murmuraba en sueños, Harry estaba allí para calmarlo, para recordarle que no estaba solo.

Luna, en cambio, mientras estaban en San Mungo pasaba la mayor parte del tiempo en casa de Andrómeda, ya que no le permitían quedarse mucho tiempo en la casa ahí. Sin embargo, cada vez que podía, se escapaba de sus padres para estar con su hermano. La incertidumbre y el miedo la consumían cuando no estaba cerca de él. No saber cómo estaba Rigel la llenaba de ansiedad, y solo se calmaba cuando Eva o Regulus le daban noticias sobre su estado. Luna sentía un profundo miedo de perder a su hermano, y cada visita a su habitación era un recordatorio de lo frágil que podía ser la vida.

Rigel, aunque débil, sentía el amor y la preocupación de su familia. Sabía que no estaba solo en su recuperación, y eso le daba fuerzas para seguir adelante. Cada gesto, cada palabra de aliento, le recordaba que tenía un apoyo incondicional. La presencia de Harry y Luna, aunque constante, no le resultaba invasiva. Al contrario, le hacía sentir querido y protegido.

Eva y Regulus, aunque estaban preocupados, confiaban en la fortaleza de su hijo. Sabían que, con el tiempo y el apoyo de su familia, Rigel se recuperaría por completo. Y mientras tanto, estarían allí, vigilando desde la distancia, listos para intervenir si era necesario, pero respetando su espacio y su proceso de sanación.

La noche avanzaba lentamente en la habitación de Rigel. La luz de la luna se filtraba a través de las cortinas, creando sombras suaves en las paredes. Luna dormía profundamente abrazada a la cadera de Rigel entre sus hermanos, con patitas acurrucado a sus pies. La respiración tranquila de Luna y el suave ronquido de patitas llenaban el silencio de la habitación.

Harry y Rigel, sin embargo, estaban despiertos. Rigel se había despertado de un sueño inquieto y Harry, quien todas las noches estaba alerta, había notado su agitación. Ahora, ambos estaban sentados en la cama, hablando en voz baja para no despertar a Luna.

—No puedo dejar de pensar en lo ciego que fui —dijo Harry, rompiendo el silencio. Su voz estaba cargada de culpa y frustración—. Te veía todos los días en Hogwarts, Rigel. ¿Cómo no me di cuenta de que estabas mal?

Rigel suspiró, mirando a su hermano con una mezcla de comprensión y tristeza.

—No es tu culpa, Harry —respondió suavemente—. Yo me esforzaba mucho por ocultarlo. No quería preocupar a nadie, especialmente a ti. Luna sabía una parte de la historia, pero no toda y le hice prometer que no diría nada, y se que eso estuvo mal, pero no podía dejar que nadie lo supiera.

Harry negó con la cabeza, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas.

—Pero debería haberlo sabido. Debería haber visto las señales. Soy tu hermano, Rigel. Se supone que debo protegerte.

Rigel extendió una mano y la colocó sobre la de Harry, apretándola con fuerza.

—Lo haces, Harry. Siempre lo has hecho. No puedes culparte por esto. Yo también tengo que aprender a pedir ayuda cuando la necesito.

Harry bajó la mirada, luchando contra la marea de emociones que lo abrumaba.

—Cada noche, cuando cierro los ojos, veo ese momento. Te veo allí, y siento que fallé.

Rigel se inclinó hacia adelante, obligando a Harry a mirarlo a los ojos.

—No fallaste, Harry. Estoy aquí gracias a ti. Me encontraste y me salvaste. Eso es lo que importa.

Harry asintió lentamente, dejando que las palabras de Rigel calmaran su mente. Sabía que su hermano tenía razón, pero la culpa era un peso difícil de soltar.

—Prométeme que, si alguna vez te sientes así de nuevo, me lo dirás —pidió Harry, su voz apenas un susurro—. No quiero volver a pasar por esto.

Rigel sonrió, una sonrisa pequeña pero sincera.

—Te lo prometo, Harry. No volveré a ocultarte nada.

Ambos hermanos se quedaron en silencio por un momento, dejando que la paz de la noche los envolviera. Luna se movió ligeramente en su sueño, murmurando algo incomprensible, y patitas levantó la cabeza, observando a los dos hermanos antes de volver a acomodarse.

—Gracias por estar aquí —dijo Rigel finalmente.

Harry sonrió, sintiendo un calor reconfortante en su pecho.

—Siempre estaré aquí, Rigel. Siempre.














[ • • • ]












En la planta de arriba, el murmullo de las voces de Rigel y Harry se deslizaba como un eco lejano, apenas perceptible en el salón principal donde Eva y Regulus se encontraban. La luz suave de una lámpara antigua proyectaba sombras cálidas sobre las paredes, creando un ambiente acogedor y sereno. Los muebles, cubiertos con colores de tonos terracota, contribuían a esa sensación de hogar que ambos anhelaban después de los días oscuros en San Mungo.

Eva estaba sentada en el sofá, con las piernas descansando sobre el regazo de Regulus. Él, con su rostro sereno, mantenía una mano sobre su muslo, mientras la otra acariciaba suavemente su cabello. Los ojos de ambos se encontraban, llenos de una ternura que sólo se manifestaba en momentos así, cuando el mundo exterior se desvanecía y sólo existían ellos dos.

—Regulus—susurró Eva, su voz apenas un suspiro. —Hubo un momento en San Mungo... pensé que nunca más podría sentir eso. Que no tendria que revivirlo nuevamente. —su mirada se desvió un instante, como si reviviera aquellos días llenos de miedo. —Pero, se que nuestro hijo nos tiene, el no tendrá que pasar por esto sólo, como yo lo hice.

Regulus inclinó la cabeza hacia ella, acercando sus labios a los de Eva, pero sin romper la distancia que los mantenía en ese suspenso dulce.

—Lo sé, amor—murmuró—Estamos aquí. Rigel está bien. Harry y Luna estan bien. Nosotros estamos bien. —su mano se movió desde el cabello de Eva hasta su mejilla, acariciando con suavidad. —Nunca dejaré que te pase nada, ni a ti ni a nuestros hijos.

Eva cerró los ojos, inclinando la cabeza hacia la mano de Regulus, disfrutando de ese toque que la anclaba al presente.

—Te amo—dijo, dejando que esas palabras llevaran todo el peso de las emociones acumuladas, las preocupaciones que se disipaban en la calidez del salón.

Regulus no respondió inmediatamente, en su lugar, bajó la cabeza y depositó un beso lento y profundo en los labios de Eva, como si con ese gesto pudiera sellar cada promesa que alguna vez le había hecho.

—Y yo a ti—susurró cuando sus labios se separaron, dejando sus frentes apoyadas una contra la otra. —Siempre estaré a tu lado.

Se quedaron así por un largo momento, disfrutando de la cercanía, del hecho de estar juntos, a salvo. Eva levantó ligeramente la cabeza, dejando que sus labios rozaran la mandíbula de Regulus.

—Nunca imaginé que podría sentirme en paz. —admitió con una sonrisa que Regulus sintió más que vio.

—Es porque estamos juntos—respondió él, volviendo a besarla, esta vez en la frente, sellando el sentimiento con un gesto de protección.

Mientras sus cuerpos permanecían cercanos, envueltos en la tranquilidad de la casa, se dieron cuenta de que, a pesar de todo, habían encontrado su refugio mutuo. Sin decir más, ambos se acurrucaron, compartiendo silencios llenos de significado, en un espacio donde solo ellos existían, y donde el amor que compartían parecía ser lo único real y permanente.

El murmullo de Rigel y Harry seguía resonando desde arriba, pero en ese salón, lo único que importaba era el calor entre ellos y el latido compartido de dos corazones que habían superado la tormenta y se encontraban nuevamente en calma.

Aunque parecía que necesitarían mucho más tiempo para estar en paz.

Eva y Regulus apenas tuvieron tiempo de reaccionar cuando Remus irrumpió en la sala, con los ojos desorbitados y la respiración agitada. Blu, la elfina doméstico, apenas pudo decirles que Remus había llegado antes de que este los confrontara, el Profeta en mano, sus dedos apretados con fuerza alrededor del papel arrugado.

—Sirius ha escapado de Azkaban—anunció Remus, su voz cargada de una mezcla de incredulidad y desesperación.

El impacto de sus palabras golpeó a Eva y Regulus como un puñetazo. La mirada de Regulus se endureció al instante, sus ojos oscuros clavándose en los de Remus. Eva, a su lado, sintió que el aire se le escapaba de los pulmones, y sus piernas temblaron como si estuvieran a punto de fallar. No podía creer lo que estaba oyendo. Si bien ella la última vez que habia visto a Sirius fue para pasarle comida, pero las palabras que habia recibido de su parte habian sido tan dolorosas que no se esperaba le afectarán.

—¿Cómo… cómo es posible?— preguntó Eva, con la voz temblorosa.

—No lo sé—respondió Remus, su mirada clavada en Regulus con una intensidad casi desafiante. —Pero sé que ahora el Ministerio está buscando a Sirius, y creen que podría venir aquí. Creen que podría buscar a Rigel. O esconderse con su hermano.

El nombre de Rigel provocó un silencio gélido. Regulus se adelantó un paso, interponiéndose entre Remus y Eva como un escudo.

—Rigel es nuestro hijo—dijo Regulus, su voz firme, cargada de una determinación feroz. —No permitiré que nadie lo aleje de nosotros.

Remus se tensó, su rostro reflejando una mezcla de dolor y rabia.

—Era nuestro hijo antes de que lo adoptaran, Regulus. Cuando Sirius fue encarcelado... yo no tuve otra opción.

—¡Exacto, Remus, no tuviste otra opción!—replicó Regulus, levantando la voz. —No podías cuidarlo, y lo sabes. Nosotros lo protegimos, le dimos un hogar seguro cuando tú no podías.

Eva, que había permanecido en silencio, finalmente intervino, su voz trémula pero resuelta.

—Remus, tú sabes que lo hicimos por el bien de Rigel. No podíamos permitir que se lo llevarán. Lo amamos como si fuera nuestro propio hijo.

La tensión en el aire era palpable, como una cuerda a punto de romperse. Remus miró a Eva, y por un momento, sus facciones se suavizaron, pero luego volvió a endurecerse.

—No lo entienden—murmuró, sacudiendo la cabeza. —No entienden lo que significa para mí. Sirius era una parte de mí... y ahora está ahí fuera, y el Ministerio no se detendrá hasta encontrarlo. Rigel era todo lo que me había quedado de el.

—Lo entiendo mejor de lo que crees—dijo Regulus en un tono más bajo, pero no menos tenso. —Ninguno de nosotros te obligo a que dejaras de verlo. Desapareciste cuando el tenia ocho años. Y no voy a poner en riesgo a mi familia. No importa lo que signifique Sirius para ti, Rigel es lo más importante ahora.

Un fuerte golpe en la puerta interrumpió la confrontación, haciendo que todos se quedaran en silencio. Las voces provenientes del exterior eran claras y decididas. El Ministerio había llegado.

Tres magos del Ministerio irrumpieron en la sala, con las varitas en alto y una mirada decidida en sus rostros.

—¡Quietos todos!—ordenó uno de ellos, mientras los otros dos se posicionaban estratégicamente, bloqueando cualquier posibilidad de escape. —Tenemos información de que Sirius Black podría estar escondido aquí. Vamos a registrar la casa.

Eva se quedó congelada, con su mano aferrada a la de Regulus. Remus, que hasta ese momento había estado sumido en su propia desesperación, dio un paso adelante.

—Sirius Black no está aquí—dijo con firmeza, su voz resonando en la sala.

—Eso lo determinaremos nosotros— replicó el mago del Ministerio con una frialdad evidente. —No tenemos tiempo que perder. Comiencen la búsqueda.

Los otros dos magos comenzaron a moverse por la casa, registrando cada rincón mientras Eva y Regulus los observaban con el corazón en un puño. Sabían que cada segundo que pasaba ponía a su familia en más peligro.

—Si descubrimos que nos han mentido, no duden que las consecuencias serán graves.

El ambiente en la casa se tornó más denso cuando Luna bajó corriendo por las escaleras, su pálida figura temblando de miedo. Rigel y Harry la seguían de cerca, sus ojos llenos de preocupación, mientras patitas, el perro, gruñía de forma amenazante hacia los magos del Ministerio que registraban cada rincón de la casa.

—Papá, ¿qué está pasando?—preguntó Luna, con la voz entrecortada, mientras se aferraba a las piernas de Regulus, buscando consuelo.

Regulus la abrazó, tratando de transmitirle seguridad, pero la tensión en su mandíbula era evidente.

—Todo estará bien, cariño—murmuró, aunque su mirada dura estaba dirigida a Remus, quien permanecía de pie, con los puños apretados.

Eva se acercó a Regulus y a Luna, acariciando suavemente la cabeza de su hija.

—No hay nada que temer—dijo, aunque su tono carecía de la calidez habitual. Ella también miraba a Remus, con una mezcla de dolor y desconfianza en sus ojos.

Remus, sintiendo el peso de sus miradas, dio un paso adelante, su expresión endurecida.

—No puedo creer que sigan protegiendo a Sirius después de todo lo que ha hecho, especialmente tu, Eva— dijo, su voz cargada de amargura. —Rigel era nuestro hijo, y cuando él fue a Azkaban, me lo quitaron todo.

Rigel, al escuchar las palabras de Remus, se tensó y miró a su padre. Regulus, al percibir el desconcierto en los ojos de su hijo, respondió con firmeza, sin apartar la vista de Remus.

—No te lo quitamos, Remus. Lo adoptamos porque tú no podías cuidarlo. Hicimos lo que era necesario para protegerlo.

Remus dio otro paso hacia ellos, con la furia brillando en sus ojos.

—¿Y qué pasa con mi derecho a ser su padre? ¿Creen que pueden simplemente reemplazarme?

—¡No se trata de reemplazarte!—exclamó Eva, levantando la voz por primera vez. —Se trata de Rigel, de lo que es mejor para él. Nosotros lo amamos como si fuera nuestro propio hijo, y no permitiremos que nada lo lastime. Tu preferiste abandonarlo cuando tenia ocho años, decidiste ya no verlo mas, ahora no vengas a culparnos a nosotros.

Luna, aún aferrada a Regulus, comenzó a sollozar suavemente, lo que hizo que patitas emitiera un ladrido bajo, como si comprendiera el peligro que acechaba. La tensión en la habitación era palpable, y Harry se acercó a Rigel, colocando una mano en su hombro para mostrarle apoyo.

Uno de los magos del Ministerio se detuvo en su búsqueda y se volvió hacia el grupo.

—No hemos encontrado rastro de Sirius Black, pero esto no significa que no esté aquí—dijo fríamente. —Necesitamos cooperar, o las cosas se complicarán aún más.

Remus miró a los magos, luego a Eva y Regulus, y finalmente a Rigel, quien lo miraba con una mezcla de miedo y confusión.

—No sé en qué se han convertido—dijo en voz baja, con un dolor visible en su expresión. —Pero yo seguiré buscando a Sirius... y recuperaré a Rigel.

Regulus dio un paso adelante, interponiéndose entre Remus y sus hijos.

—No permitiré que te lo lleves, Remus. Esta es nuestra casa, y Rigel es nuestro hijo. Tienes que aceptar eso.

El silencio que siguió fue desgarrador, lleno de palabras no dichas y sentimientos reprimidos. Finalmente, Remus dio un paso atrás, visiblemente derrotado.

—Tal vez, pero no por mucho tiempo—murmuró antes de girar sobre sus talones y dirigirse hacia la puerta.

Los magos del Ministerio intercambiaron miradas incómodas antes de salir, dejando a la familia sumida en una tensión que tardaría mucho en disiparse. Luna, aún abrazada a Regulus, murmuró con voz temblorosa: —¿Todo va a estar bien, papá?

Regulus miró a Eva, su expresión más suave mientras se inclinaba para besar la cabeza de su hija.

—Sí, cariño —dijo, aunque la firmeza en su voz escondía la inquietud en su corazón. —Todo va a estar bien. Vamos a estar bien.

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