032
“Siento hacerte esto en tu cumpleaños.
Feliz cumpleaños”
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1993
(Flashback)
(contenido sensible)
(Les recomiendo leer este capítulo con la canción: BREATHE(2AM) de Anna Nalick.
El viento aullaba esa noche cuando Remus Lupin y Sirius Black, dos hombres marcados por la guerra y la traición, se encontraron con un hermoso bebé recién nacido que había sido dado en adopción. La luna llena brillaba sobre ellos, y sus corazones se conmovieron al ver al pequeño Rigel, envuelto en una manta desgastada, justo como lo habían dejado en aquel orfanato. No había nota de la madre o del padre, ninguna explicación. Solo un niño con ojos oscuros que parecían contener secretos ancestrales.
Decidieron adoptarlo, un acto de amor y desafío. Utilizaron la adopción de sangre frente al propio ministro, un antiguo ritual mágico, para vincularlo a ellos. La sangre de los tres se mezcló, creando un lazo indestructible.
La vida de Rigel cambió cuando Sirius fue acusado injustamente y enviado a Azkaban. Remus, estuvo a punto de hacerlo también bajo sospecha, se retiró de su vida. Rigel lo extrañó desesperadamente aunque solo fuera un bebé, se había acostumbrado al olor a chocolate, y cantos por las noches. Las noches de luna llena eran solitarias sin Remus. Se preguntaba si su padre adoptivo lo había olvidado, si su sangre compartida significaba algo en ese momento oscuro.
Rigel quedó atrapado en el conflicto entre sus dos padres adoptivos. La confusión sobre su identidad y lealtades lo atormenta. La ausencia de Remus durante ese tiempo dejó una marca en Rigel. Se sintió abandonado y cuestionó su lugar en el mundo mágico.
Regulus Black, el hermano menor de Sirius, y su prometida, Eva Rousseau, entraron en escena. Rigel fue adoptado nuevamente, esta vez por ellos. Regulus, un hombre atormentado por su pasado como mortífago, encontró en Rigel una oportunidad de redención. Eva, una bruja valiente y compasiva, y un pasado doloroso, lo aceptó como su propio hijo.
Formaron una familia unida, junto con Harry y Luna, quienes también habían perdido a sus padres. Esos lazos familiares eran fundamentales para Rigel. A pesar de las dificultades, él los considera sus hermanos y encontraba en ellos el apoyo y la comprensión que necesitaba.
En Hogwarts, Rigel se cruzó con Theodore Nott y Dione Lockwood, quienes se convirtieron en sus mejores amigos de inmediato. Sin embargo, la sombra de su linaje persistía. La gente lo molesta debido a su conexión con Sirius Black, quien fue encarcelado por supuestamente traicionar a los padres de Harry. Rigel luchaba por encontrar su lugar en la escuela mientras enfrentaba el estigma.
Rigel guardaba un secreto. El acoso lo atormentaba. Temía que Regulus y Eva lo vieran como un cobarde si supieran la verdad. No quería decepcionarlos. Así que luchó solo, tratando de demostrar su valentía en cada desafío.
En las noches solitarias, miraba las estrellas y se preguntaba si algún día estaría a la altura del legado de los Black. Si podría ser valiente, incluso si no quería llevar la marca en su brazo, su padre le había contado detrás la historia detrás de aquella marca, y no quería eso, o simplemente no lo sabía. Si encontraría su lugar entre dos mundos: el de los traidores y el de los héroes.
Su historia estaba entrelazada con la de aquellos que lo amaban y aquellos que lo temían. Pero en su interior, ardía una llama de determinación: encontrar su propia verdad y ser fiel a ella, sin importar las sombras del pasado.
Y todo había comenzado aquel día.
La broma fue el detonante para que su vida comenzará a ser un infierno.
Lo había hecho por querer defender a su hermana de los mayores que la molestaban, y termino marcando su destino.
Rigel esa noche, avanzaba por el oscuro pasillo de Hogwarts, sus pasos apenas audibles. La tenue luz de las antorchas parpadeaba, creando sombras danzantes en las paredes de piedra. Era una noche como cualquier otra, pero Rigel sentía una inquietud en su pecho, una sensación de que algo estaba a punto de cambiar.
Había sido valiente días antes, defendiendo a su hermana menor, humillando a aquellos que se habían atrevido a molestarla. Pero esa valentía no era suficiente para protegerlo ahora. Adrian Pucey, un chico mayor y despiadado, lo había estado acechando desde hacía semanas. Rigel no sabía por qué, pero sentía su mirada fría sobre él cada vez que cruzaba camino en los pasillos.
Esa noche, Rigel había ido a las cocinas como cada noche, quedándose hasta tarde, para escapar de la tensión que llenaba el aire. Pero al salir, se encontró solo en el pasillo, la oscuridad envolviéndolo como un abrazo gélido.
Fue entonces cuando Adrian apareció, emergiendo de las sombras como un depredador. Su sonrisa era maliciosa, sus ojos brillaban con una crueldad que heló la sangre de Rigel. No había escapatoria. Rigel retrocedió, pero la pared fría lo detuvo. Estaba atrapado.
Adrian se acerco. Rigel podía sentir su calor, su presencia amenazante. Sin decir una palabra, Adrian lo empujó aún más contra la pared, sus dedos ásperos agarrando el cuello de la camisa de Rigel. Su corazón latía con fuerza, el miedo y la impotencia inundándolo.
—¿Qué pasa, pequeño héroe?—susurró Adrian, su aliento caliente en la mejilla de Rigel. —¿Crees que puedes enfrentarte a mi, humillandome y después salir ileso?
Rigel tragó saliva, sus ojos llenos de lágrimas. No quería llorar frente a Adrian, no quería darle esa satisfacción. Pero su cuerpo temblaba, su mente gritando por ayuda. ¿Dónde estaban los profesores? ¿Dónde estaba la magia que siempre lo había protegido?
Adrian se inclinó más cerca, su boca rozando la oreja de Rigel.
—Vas a aprender una lección, mocoso. No eres nada. No eres un héroe. Eres solo un niño asustado.
Y entonces, sin previo aviso, Adrian lo tocó.
Sus manos se deslizaron por el cuerpo de Rigel, explorando cada rincón de su inocencia. Rigel sintió asco, rabia y una profunda vergüenza. Quería gritar, quería luchar, pero estaba paralizado.
Adrian se rió, una risa oscura y triunfante.
—¿Ves? No eres tan valiente ahora, ¿verdad?
Rigel cerró los ojos, las lágrimas escapando por sus mejillas. Se sentía sucio.
Cuando Adrian finalmente se alejó, Rigel se quedó allí, temblando en la oscuridad. Pero algo había cambiado.
Rigel se dejó caer al suelo, sus piernas temblorosas cediendo bajo el peso de la vergüenza y el dolor. El pasillo parecía estrecharse a su alrededor, las sombras acechándolo como bestias hambrientas. Las lágrimas brotaban de sus ojos, silenciosas y desesperadas, mientras luchaba por respirar.
El tacto de Adrian aún quemaba en su piel. Cada centímetro de su cuerpo estaba marcado por la humillación que había soportado. Rigel se sentía sucio, manchado, como si nunca pudiera volver a ser el mismo.
La puerta de la cocina estaba a solo unos pasos, pero parecía inalcanzable.
Se aferró a la piedra fría del suelo, sollozando en silencio. Las palabras de Adrian resonaban en su mente: "No eres un héroe. Eres solo un niño asustado". Pero Rigel no quería ser solo eso. Quería ser fuerte, quería encontrar la luz en medio de la oscuridad.
Y entonces, como un ángel protector, la profesora McGonagall apareció. Su figura alta y severa se recortó contra la tenue luz de las antorchas. Rigel levantó la mirada hacia ella, sus ojos llenos de suplica y desesperación.
—¿Rigel?—la voz de la profesora era firme pero compasiva. —¿Qué ha sucedido?
¿Cómo podría enfrentarse a la profesora McGonagall con esta carga insoportable? ¿Cómo podría decirle lo que había sucedido sin sentir que su alma se rompía en pedazos?
—Rigel, cariño...
Las palabras salieron de Rigel en un torrente de confesión después de que su respiración se regulará, pero que sus lágrimas seguían manchando su rostro. Contó todo, cada detalle, cada toque no deseado. La profesora McGonagall escuchó en silencio, su rostro impasible. Pero sus ojos brillaban con furia contenida.
—Vamos—dijo ella finalmente, extendiendo una mano hacia él, y ayudándolo a levantarse—Te llevare a la enfermería. Y luego, tomaremos medidas.
Rigel se puso de pie, su cuerpo temblando. Pero antes de que pudieran avanzar, él negó con la cabeza.
—No, profesora. Por favor, no puedo ir a la enfermería. No quiero que mis papás lo sepan. No puedo soportar que me miren con lástima. No quiero...
La profesora McGonagall frunció el ceño, pero no insistió. En cambio, lo envolvió con su capa protectora y lo guió por el pasillo. Rigel sabía que había elegido el silencio, que cargaría con esta pesadilla solo. Pero también sabía que, en algún lugar dentro de él, la valentía seguía ardiendo. Y tal vez, algún día, encontraría la fuerza para sanar.
Pero antes, tendría que enfrentar lo que era estar más cerca del final, que de su propio inicio.
[ • • • ]
El cumpleaños de Harry había llegado.
31 de Julio.
El día que durante años, jamás volvería a pronunciarse.
Rigel se encontraba en un abismo de dolor, un lugar donde la luz apenas se filtraba y las sombras se cernía sobre su corazón. La noche en que Adrian Pucey lo atacó seguía persiguiéndolo, como un fantasma que se negaba a abandonar su mente. Cada recuerdo era una herida abierta, cada pensamiento una cuchilla que cortaba profundamente.
El silencio era su compañero más fiel. No podía hablar de lo que sucedió, no podía compartir su tormento con nadie más. Las palabras se quedaban atrapadas en su garganta, ahogadas por el miedo y la vergüenza. Eva y Regulus, sus padres, lo miraban con ojos llenos de compasión, pero incluso ellos no podían penetrar el muro de su sufrimiento. No podían aliviarlo. Luna, su hermana, lo abrazaba con ternura, pero no podía borrar la oscuridad que lo consumía.
La casa estaba llena de risas y preparativos para el cumpleaños de Harry, pero Rigel se sentía como un extraño en su propio hogar. Las luces brillantes, los globos de colores y los pasteles decorados son solo una ilusión para él. Su mente estaba atrapada en el pasillo oscuro donde todo cambió. Donde la confianza se rompió y su inocencia se desvaneció.
Esa noche, todo cambió. Las risas se convirtieron en gritos. Rigel luchó, pero estaba indefenso. El dolor físico fue solo el comienzo. El dolor emocional que siguió fue mucho peor. Se sintió sucio, roto.
Los días pasaban como un borrón. Rigel se arrastraba fuera de la cama, enfrentando el mundo con ojos vacíos. Harry no sabía nada. No sabía que su hermano se había convertido en un cascarón vacío. No sabía que Rigel se culpa a sí mismo por lo que sucedió. No sabía que Rigel se preguntaba una y otra vez si podría haber hecho algo diferente.
Las noches eran las peores. Rigel se acurrucaba bajo las sábanas, tratando de escapar de los recuerdos. Pero siempre estaban allí, esperándolo en la oscuridad. Los gritos, los golpes, la sensación de impotencia. Adrian se había convertido en un monstruo en su mente, un demonio que lo atormenta sin piedad.
Eva y Regulus intentaban ayudarlo, pero a su vez tampoco querían presionarlo, tal vez Regulus no sabía lo que ocurría después de ello, pero Eva sí, y aumentaba su preocupación como madre.
Le leían cuentos antes de dormir, como cuando aún era un niño que solía dormir con sus padres todas las noches, le preparaban su comida favorita, pero nada podía llenar el vacío en el corazón de Rigel. Luna le susurra palabras, lo abrazaba hasta dormir, pero incluso su dulce voz no podía apagar el fuego que ardía dentro de él.
La tristeza se había convertido en su compañera constante. Se aferraba a ella como si fuera su única conexión con la realidad. A veces, cuando estaba solo en su habitación, se permitía llorar. Las lágrimas eran un bálsamo momentáneo, una liberación de la agonía que lo consumía.
Y luego estaba Harry, ajeno a todo. Feliz, despreocupado, celebrando su cumpleaños.
Rigel lo miraba desde la distancia, preguntándose cómo sería vivir sin el peso de la culpa y el dolor. Pero no podía decirle la verdad. No podía arrebatarle la inocencia que él mismo había perdido.
Así que Rigel seguía adelante, arrastrando su tristeza como una cadena pesada. Se aferraba a la esperanza de que algún día, tal vez, pueda sanar.
Adrian Pucey se había convertido en su némesis, su tormento constante. Pero Rigel sabía que la verdadera batalla estaba dentro de él. La lucha por recuperar su vida, su alma, su luz. Estaba cansado y herido.
Rigel subió las escaleras hacia su habitación, arrastrando los pies como si llevara el peso del mundo sobre sus hombros. Cada paso era un esfuerzo, como si caminara a través de un campo de lodo espeso. El aire se volvía denso, y su respiración se cortaba en pequeños jadeos. El pasillo parecía interminable, y las paredes parecían cerrarse sobre él, como si quisieran aplastarlo.
La puerta de su habitación se abría con un chirrido. La habitación era pequeña, para el en ese momento, a pesar del inmenso tamaño del habitacion que tenía para el solo, demasiado pequeña para contener todo lo que sentía. Las paredes blancas parecían acercarse, y el techo bajaba, amenazando con aplastarlo. El escritorio, la cama, los libros en el estante: todo se volvía opresivo. El mundo se reducía a cuatro paredes y un techo, y Rigel estaba atrapado en su propio infierno.
Se deja caer en la cama, sintiendo el colchón duro bajo su cuerpo. Las lágrimas arden en sus ojos, pero no podía llorar. No podía permitirse ese lujo. Los pensamientos lo dominan, como un enjambre de avispas furiosas. ¿Por qué? ¿Por qué no pudo defenderse? ¿Por qué no pudo gritar? Las preguntas giraban en su mente, sin respuestas, sin consuelo.
Las muñecas de Rigel parecían atraer su atención. Las observó, como si fueran las únicas cosas reales en la habitación. Las venas azules serpenteaban bajo su piel pálida. La idea surgió de la oscuridad, como un grito silencioso. ¿Qué pasaría si...dejara que la sangre fluyera y se llevara todo el dolor consigo? La hoja de la navaja en su mesita de noche parecía llamarlo, susurraba promesas de alivio.
Rigel se sentía tentado. La desesperación lo empujaba al borde, y por un momento, se imaginaba el alivio que sentiría. Pero algo dentro de él se resistía. No quería morir, no realmente. Quería que el dolor terminara, pero no a ese precio. No quería ser solo una estadística más, una nota al pie de página en la historia de alguien más.
Sus dedos temblaban mientras tomaba la navaja. La hoja era fría contra su piel caliente. La presiono con fuerza, pero no lo suficiente para romperla. No quería morir, pero quería que el dolor se detuviera. Las lágrimas finalmente caen, silenciosas y desesperadas. Rigel se sentía atrapado entre dos mundos: el de los vivos y el de los muertos.
Entonces, con un grito ahogado, lanza la navaja al otro lado de la habitación. El dolor físico no es suficiente. No podía escapar de esa manera. Se siente derrotado, pero también aliviado. No voy a morir, no hoy. Pero el infierno en su mente seguía ardiendo, y no sabía cuánto tiempo más podrá soportarlo.
Rigel se acurruca en la cama, abrazando sus rodillas. Las lágrimas empapaban la almohada, y su corazón latía con una mezcla de miedo.
Y ante sus ojos...el impulso ganó.
Se levantó, como si de un alma en pena se tratara, sin alma, sin sentimientos, solo un cuerpo vacío.
Solo necesito tener aquella navaja en su mano cuando la levantó para que todo ocurriera.
Se sentía como un muñeco roto.
Solo había silencio. Las lágrimas brotaban de sus ojos, pero nadie las veía.
Sin pensarlo, tomó la navaja en sus manos temblorosas y la pasó por sus muñecas.
No hubo dolor físico, ante sus ojos, pero Rigel sintió una liberación. Las grietas en su corazón se hicieron más profundas, como si estuviera dejando escapar su angustia acumulada.
Buscando una forma de expresar su abandono y soledad.
El desván se llenó de susurros silenciosos. Las paredes parecían escuchar su lamento. Rigel se preguntaba si algún día alguien lo encontraría y entendería su dolor. Pero el mundo seguía girando, ajeno a su sufrimiento.
Sus ojos cansados miraron hacia la ventana, observando apenas la luz que entraba por ellas, cuando se dejó caer en su cama, con los brazos extendidos.
Solo con una sonrisa en el rostro lloroso.
[ • • • ]
Harry subía las escaleras con pasos apresurados, preocupado por la ausencia de Rigel. La casa estaba llena de risas y celebración, pero su hermano no estaba en ninguna parte. El cumpleaños de Harry debería ser un día de alegría, pero la inquietud se había apoderado de él.
Toca la puerta de la habitación de Rigel, pero no hay respuesta. La madera estaba fría bajo sus dedos, y su corazón latía con una mezcla de ansiedad y temor. ¿Dónde estaba Rigel? ¿Por qué no estaba celebrando con ellos? Las preguntas giraban en su mente, pero no había respuestas.
Sin pensarlo dos veces, Harry giro el pomo y entro. La habitación estaba en penumbras, las cortinas apenas dejan pasar la luz del día. Pero lo que vió lo dejó sin aliento.
Rigel estaba en la cama, su piel pálida contrastando con las sábanas oscuras. Las venas de sus muñecas están cortadas, y la sangre se había extendido como un río oscuro sobre la almohada.
El mundo se detuvo para Harry. El horror lo paralizo. No podía apartar la mirada de la escena macabra frente a él. Rigel, su hermano, estaba al borde de la vida y la muerte. El dolor y la tristeza que lo habían atormentado habían llevado a ese momento desgarrador.
Las lágrimas llenaban los ojos de Harry. El pánico lo consumía. Sin pensar, se acercó, quitando una de las fundas en la almohada , para colocarlas sobre sus muñecas mientras gritaba por ayuda, intentando detener la hemorragia. Pero no era suficiente.
Rigel estaba inconsciente, su respiración débil.
Harry sentía que su propio corazón se rompía en pedazos.
Eva y Regulus aparecieron en la puerta, sus rostros reflejando el mismo horror que el de Harry. Los gritos llenaban la habitación. Eva corrió hacia Rigel, mientras Regulus cubría los ojos con lágrimas de Luna, cargándola en sus brazos y sacándola de la habitación, su voz temblorosa preguntando qué había sucedido.
La habitación se lleno de movimiento frenético. Las manos de Eva presionaban sobre las heridas de Rigel, tratando de detener la sangre. Regulus regresando a la habitación después de dejar a Luna con Kreacher y patitas.
Harry se sentía impotente, como si estuviera viendo todo desde fuera de su propio cuerpo.
La esperanza y el miedo se entrelazaron.
Rigel no podía morir. No podía.
Pero las venas cortadas eran un recordatorio cruel de lo frágil que era la vida. Harry se culpo, preguntándose si podría haber hecho algo diferente. Si podría haber evitado esto.
Si podría haber ayudado.
Ni siquiera sintió en qué momento habían aparecido en la sala de San Mungo.
Los sanadores llegaron, sus túnicas blancas manchadas de rojo. Al igual que la ropa de sus padres, sus manos.
La sala se llenaba de magia, de palabras susurradas y gestos desesperados. Rigel era llevado en una camilla, lejos de ellos, su piel aún pálida, su respiración apenas perceptible. Eva y Regulus habían intentado seguir a los sanadores, sus rostros desencajados.
Quedándose a mitad del pasillo, abrazando a Harry contra ellos.
Las lágrimas corrían por las mejillas de Harry. Ha perdido algo, algo que no podía nombrar. La tristeza lo envolvía, y se preguntaba si alguna vez volvería a ver a Rigel sonreír, a escuchar su risa, a compartir secretos en la oscuridad de la noche.
Pero ahora, todo era incierto.
La vida de Rigel dependía de un hilo.
La desesperación lo consumía, y mientras esperaban noticias, se aferraba a la esperanza de que Rigel sobreviviera.
Porque si no lo hacía, algo dentro de Harry también morirá.
Lune_black
YO DI ADVERTENCIA DE QUE ALGO MALO SUCEDERÍA...
sobre aviso no hay engaño
Ahora, salganse del mundo, quiero llorar 😔
Me costó escribir este capítulo, así que aprecienlo porque no es lo único malo que sucederá...😭
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