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Al principio eran muy tímidos como para hacerlo. Apenas y se conocían, pero ya deseaban mantener sus manos unidas.

Miles no quería incomodarla ni actuar raro cuando estaba en compañía de ella, pero no podía evitar sentir cierta tensión. Era tentador para Miles ver aquella nívea y delicada mano justo frente a él, así como era frustrante no poder tomarla bajo ninguna excusa.

Caminaban juntos, balanceando sin sentido sus manos en el aire, en espera de que alguno de los dos atrapara la del contrario. En el pupitre que compartían, sus dedos casi se rozaban en esas pláticas casuales que sostenían antes de comenzar la clase, sin llegar a tener el contacto tan anhelado. Ni siquiera cuando un objeto pasaba de la mano de ella a la de él había un pequeño roce. Era como si ambos se repelieran en cierta forma, pero no por desagrado. Quizás porque ambos no sabían cómo dar el primer paso de manera natural o adecuada.

Sin embargo, Gwen no quería esperar. Tampoco quería dejar ganar a su timidez una vez más. Ella era una persona con disciplina e iniciativa, y lo iba a demostrar.

Sentados al borde de un edificio mientras veían la puesta del sol, así fue como sucedió. De un momento a otro, la rubia acercó lentamente su mano, y con tan sólo tocar levemente la de él fue como un intenso chispazo que recorrió su cuerpo con la velocidad de un parpadeo. Ella, con delicadeza y ansia medio mesurada, entrelazó sus dedos con los de Miles hasta que sus palmas quedaron unidas. El moreno se sorprendió, mas no hizo otra cosa que colaborar, pues por fin parecía obtener lo que tanto quería.

De la misma manera en que sus manos podían adherirse a los muros o superficies con tanta facilidad, así se mantuvieron unidas. Se miraron y sonrieron ampliamente. Aquel contacto entre ellos decía más de lo que sus propias palabras podrían expresar.

La mano de Gwen estaba fría en ese momento, como era usual, y Miles le transfirió su cálida temperatura, aunque no sólo de esa manera. La rubia ignoró el frívolo viento que soplaba por la cercanía de la noche al sentir el rubor acrecentarse en sus pálidas mejillas. Centró toda su atención en el plácido tacto que le ofrecía el moreno, quien con su pulgar recorría el dorso de la mano de Gwen, acariciándola con suavidad y dulzura. Una sensación tan única en un acto tan simple.

De ahí en más, sus manos buscarían contacto y se propondrían a conseguirlo. Sin importar dónde o con quién estuvieran, era seguro que Gwen y Miles estarían tomados de la mano.