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03. "fixing" what's broken

Aquel suceso cambió sus vidas para siempre. En gran parte, de una manera negativa. Las esposas, madres, e incluso los hijos de sus compañeros, se acercaban a Henry. La mayoría de ellas perdían la compostura tan solo un instante después de abrazarlo. Pero cuando se soltaban, volvían a sentirse vacías.

Si él lo pensaba demasiado, creía que sería lo casi único que les recordaría aquello que perdieron, pero ese es un enfoque narcisista. La parte autodestructiva  era creer que sus compañeros merecían vivir por encima de él. Aquellos dos extremos eran una cuerda de la cual saltaba sin llegar a pender por mucho tiempo de un extremo o del otro.

Sus días pasaban sin mucha novedad, veía anochecer y amanecer desde la ventana de su dormitorio y el único contacto que tenía con otras personas era cuando Beatrice le cambiaba el vendaje de sus quemaduras.

Cuando su tía o su madre dejaban la puerta abierta luego de darle la comida —que dos o tres veces permaneció intacta, dado que él no probaba bocado— a veces podía oír cómo su abuelo desperdigaba la misma mierda de todo el tiempo, según él aconsejando a su hija y a su yerno sobre qué hacer con él.

Y la verdad es que para Henry, pararse de la cama es casi una misión suicida. No para de pensar en lo que salió mal, no deja de culparse ni de desear que todo hubiera sido diferente.

Quiere cerrar los ojos, transportarse de vuelta a ese día y hacerlo todo bien, o al menos lo que cree que hubiera estado bien.

Llora solo en la ducha, donde nadie puede verlo ni murmurar sobre lo mal que se sienten por él, o por su desmejorado aspecto, ni escucha sus sermones interminables donde le ruegan a una deidad que para él no existe, que lo sane.

Se siente un fracaso, toda la vida trató de regirse por las reglas impuestas por su abuelo, por su temor al rechazo. Pero pasó de temerle al rechazo a atarse de manos para cumplir con las expectativas de alguien que jamás parecía estar conforme.

Eso era un claro contraste con sus tíos y padres. Ellos siempre estaban ahí, en altas y bajas. Celebraban sus logros y calmaban la amargura de sus fracasos, a los cuales su tío le gustaba llamar, lecciones.

En ese encierro se encargó de establecer una prioridad: su familia.

Pero tan pronto como procesó las afirmaciones positivas, una ola de negatividad y odio hacia sí mismo lo invadió una y otra vez, haciéndole desear poder clavar sus uñas en el techo para abrir un agujero que pudiera drenar todo lo que lo ahoga, anhela que su cuerpo responda y nade lejos de ese oleaje constante que lo somete sin desearlo.

Pero no.

Solo está acostado en su cama, con la vista fija al techo y las lágrimas desbordándose de sus ojos.

No sabía cuánto tiempo tardarían en hacer efecto las oraciones que según Judd hacía por él, pero luego suelta una risa amarga al pensar las cosas que le había dicho a ese ser omnipotente, y se da cuenta de que tal vez lo mande a la mierda y lo deje abrumado en el dolor.

Aunque según Judd, Dios no es así.

No sabe qué pensar y tan solo quiere cerrar los ojos, sería bueno si no vuelve a abrirlos —de acuerdo a sus pensamientos—.

Vuelve a enojarse. ¿Por qué pensaba en morir cuando sabía que había gente que lo necesitaba?

Explota. Aplasta una almohada contra su rostro, deja ir un grito de dolor, y desesperación. De aquello sigue un sollozo que hace temblar su cuerpo y eriza su piel. Para Henry, eso es un indicativo de que ha tocado fondo.

Cuando ha dejado de llorar y tan solo se dedica a mirar el techo, abrazando la almohada contra su cuerpo tembloroso oye unos toquidos en la puerta.

—Hen— se escucha la voz de su padre— ¿Puedo pasar, hijo?

Le dice que sí, se apoya en su codo para tomar impulso y alzarse a la altura de la cabecera. Gruñe debido al dolor que le causa mover el brazo. Queda con la mitad superior de su cuerpo torcida.

Arthur abre la puerta y entra a la habitación, sentándose en cuclillas al costado de la cama donde está su hijo.

—¿Cómo lo llevas?— Arthur le pregunta, tomando una de sus manos

—¿Cómo crees que debería llevarlo?— le pregunta Henry de vuelta, está notablemente molesto

—No lo sé, tal vez no apartándote de nosotros. Ese sería un buen punto para empezar— lo mira, sonriendo— hijo, comprendo cómo puedes sentirte. Pero si sigues aislándote así, no creo que te traiga nada bueno

—De verdad no creo que esto pueda empeorar más. Sólo mírame— su ceño se frunce— estoy hecho mierda, ni siquiera soy bueno para ejercer mi supuesta profesión

—Sí que lo eres. Pero tienes que entender que por más profesional que seas, siempre habrán cosas que no puedes controlar. No se trata de tus capacidades laborales sino, de cómo procesas lo que sucede.

—¿Cómo esperas que procese que mis compañeros murieron y yo no pude hacer nada?

—No había nada que pudieras hacer porque tú también estabas al borde de la muerte. Sólo un milagro te salvó. Esa muchacha lo hizo. Tu cuerpo luchó por sobrevivir a pesar de todo. Del fuego, de la caída…— deja las palabras en el aire, moviendo la cabeza

Henry no le dice nada. Baja la cabeza y lucha con las lágrimas, los recuerdos, la culpa que lo invade sin que pueda evitarlo.

—Según los doctores, tú no deberías haberlo logrado— continúa, con un nudo en su garganta— pero lo hiciste, hijo. Sobreviviste, fue por una razón. Tienes una vida por delante, eres un buen muchacho. Y como tu padre es mi deber evitar que permitas que la culpa te consuma. No desperdicies tu vida volviendo una y otra vez al pasado, eso ya no puede cambiar

—Para tí es fácil decirlo, no te sientes como yo— Henry alza la cabeza, con lágrimas por sus mejillas.

—Hijo, dime— lo toma de las manos, viéndolo a los ojos— ¿Qué es lo contrario a la culpa?

Él no le responde. Hay un nudo en su garganta y solo estruja las manos de su padre entre las suyas.

—Querido, lo contrario a la culpa, es la oportunidad. Puedes sentir culpa por no haber hecho lo que esperabas, pero tienes una segunda oportunidad para retomar las riendas de tu vida, de demostrarte a tí que eres más que tu pasado, que eso no te define.

Henry definitivamente no tenía ganas de hablar. Solo se dedicaba a mirarlo. Arthur era un hombre demasiado paciente.

—¿Y crees que alguna  vez pueda volver a trabajar?

—Solo si estás listo, solo cuando entiendas todo lo que te he dicho. Si retomas tu trabajo justo como estás, te pondrás en peligro a ti y a los demás

—La tía Anne me dijo que estaban buscando a un especialista.

—No es un especialista, es la especialista. Fue la muchacha que te atendió ese día.

—No me explico porque la quieren a ella en lugar de otra persona.

—Porque tanto en su profesión como en la tuya, se requiere de humanidad. Y ella hijo, tiene ese don muy latente dentro de sí misma. Procuró ayudarnos lo mejor posible y lo que es mejor, te procuró a ti

—Por lástima

—El único que siente lástima por tí, eres tú. Yo no, tampoco tu tío o William.

Henry lo ve como si sintiera que sus emociones no importaran dado lo que le dijo.

—No Henry, no lo digo en ese sentido— se corrige, cuando nota la mirada de su hijo— entiéndelo hijo, si yo permito que te quedes aquí, lo único que voy a provocar es que te mueras en vida. Es válido como te sientes, pero tienes que luchar por salir de aquí. Por nadie más que por ti.

—Gracias, papá— le responde, pero no está muy seguro de que esas palabras hayan sido de ayuda.

Arthur se va. Camina hacia el patio trasero y toma su teléfono.

—Buenas tardes, quiero saber si me estoy comunicando con la señorita Díaz.

—¿Señor Fox?

—Si, hija— va caminando por el césped, con la mano libre dentro del bolsillo de su pantalón— creo que tenemos una conversación pendiente, respecto a mi hijo

—¿Quiere comenzar con el tratamiento?

—Es lo más prudente, si dejo pasar más tiempo siento que será más difícil que se readapte.

—Verá, yo no puedo hacer milagros. El progreso de Henry depende de él mismo. Si él está listo para comenzar la terapia entonces yo puedo intervenir.

—Está listo hija, yo hablé con él. Creo que sabes que será un poco complicado al principio.

—Lo entiendo perfecto señor Fox, acepté ayudarlo porque estaba preparada. Me he enfrentado a pacientes peores a pesar de no llevar mucho tiempo en esto.

—Bien, me alegra que comprendas— Arthur suspiró con alivio— ¿Tienes turno mañana?

—No precisamente señor. Había terminado mi formación e iba a empezar el año de prueba en la estación antes de… de eso.

—Oh hija…

Arthur suspiró, tomando el puente de su nariz entre sus dedos

—Es comprensible que quiera buscar a alguien con experiencia, le aconsejaría de todo corazón que lo hiciera— Adela le dice

—En absoluto. Solo dime la hora y mi hijo Phillip pasará por tí a tu casa.

—Señor, no es necesario. Yo puedo ir personalmente hasta su casa.

—Tonterías. Después de lo que harás por mi hijo y todas tus atenciones en el hospital, esto es lo mínimo que mereces. Y el no, es una respuesta que no pienso aceptar

Adela sonrió, negando con la cabeza. Luego de acordar un horario con Arthur. Colgó el teléfono con las atentas miradas de cada miembro de su familia sobre ella.

—¿Qué?

—¿Vas a ir con el muchacho?— le pregunta su tía Andrea, quien se está sirviendo ensalada

—Si. Técnicamente voy a presentar mi renuncia mañana, así que darle terapia a Henry será mi trabajo provisional por lo menos en unas cuatro semanas. Tal vez para ese entonces ya reabrieron la estación

—Pues tan mal no estás— Alex la mira, metiendo un bocado de sopa a su boca— dicen que quieren traer a Owen Strand para que reconstruya la estación de Austin como lo hizo en Nueva York después del 9/11. A lo mejor y puedes aplicar

—¿Tú crees?— le sonríe

—Ah no. No puedo dejar que te arriesgues de esa manera— Ellen interviene, dejando los cubiertos sobre el plato— entiendo lo del joven Fox, pero lo de la estación de bomberos me parece descabellado

—Ma, me están doblando los turnos cada vez con menos justificaciones razonables y siempre se excusan con que soy nueva y debo aprender. Tengo problemas con mis prestaciones y tal vez el pago del señor Fox me sirva de colchón hasta que reabra la estación.

—Suenas muy segura

—Henry no se puede presentar a trabajar hasta que su físico y su mente sanen. Eso toma tiempo e incluso si la estación reabre, no estoy segura de que pueda volver justo para ese momento. Eso sirve para que te hagas a la idea de que aún así aplicaré para entrar a la estación.

Todos se quedan callados, Adela busca con la mirada a sus hermanos y ellos voltean a verse.

—Mamá, tú sabes que ella está capacitada para esto— Alex le dice a Ellen—si quieres que espere a que las cosas se tranquilicen ella nunca va a trabajar y todos sus esfuerzos se van a quedar en nada.

Ellen mira a Oscar, él se encoge de hombros.

—Ya sabemos cómo es la niña, Ellen— interpuso de manera tranquila— lo trae en la sangre. Nos ha  visto a Gabriel y a mí, y en su  momento empezó a ver a Alex y a Carlitos. Yo la conozco y sé que tú también. Lo que te mortifica es que ya empezó a crecer y está tomando decisiones por sí misma que ya no están ni medianamente cerca de lo que era antes. Cuando empiece a trabajar es muy probable que se los encuentre a alguno de ellos en alguna emergencia. y para empezar va a comenzar su trabajo formalmente dando terapia física.

Ellen suspira, soltando sus cubiertos y tomando la mano de Adela.

—Yo confío en lo que sabes, mi amor. es solo que todo allá afuera está de cabeza y me aterra la idea de pensar que te pueda pasar algo

—Ma, no tienes que preocuparte de nada— le contestó ella con una sonrisa—los Fox son una familia respetable. Y si me piden ayuda, voy a cumplir. mi trabajo es sobre servir y si no hago eso entonces será mejor que no haga nada.


Hablar con Henry sobre una posible fisioterapeuta fue una batalla campal que Arthur le dijo a Catherine que debía enfrentar solo. Y es que Henry no iba a aceptar nada de ningún extraño y Arthur tampoco iba a dejar que su hijo se dejara vencer por todo lo que había ocurrido. le permite sentir y llevar su duelo, pero sabe que no puede hacerlo solo.

Fue casi una eternidad lo que parecía haber pasado cuando Arthur salió de aquella habitación frotándose la frente. La discusión había sido todo menos ligera y él había contemplado la opción de darle al menos un golpecito en la cabeza para que se le acomodaran las ideas.

—Sólo espero que aproveche esta segunda oportunidad que la vida le ha dado, porque muchos no la pudieron tener

Henry pasó toda la noche sin dormir, dividido entre las pesadillas que lo llevaban de vuelta a aquel día y los pensamientos de aquella persona que supuestamente vendría a ayudarlo.

Para él ya no había nada que arreglar. No quedaba casi nada de lo que había sido su vida antes del accidente.

¿A qué vendría esa persona?

¿A mirarlo con lástima?

No necesitaba a un intruso tratando de cuidarlo y endulzarlo con falsa empatía. Pero su padre había sido muy claro y ahora debía acatarlo todo.

Esa misma mañana, Adela se paró de la cama con el mayor entusiasmo posible. Se preparó, vistiendose con su filipina de color morado y trenzando su cabello.

Al salir de su habitación, Alex estaba tomando café con su padre, mientras su madre y tía preparan el desayuno.

June está tomando sus cosas, lista para ir a la central de emergencias para ser capacitada como despachadora del 9-1-1.

Adela solo tiene tiempo de prepararse un batido para ir bebiendo de camino a casa de los Hannover.

Adela veía el mundo de una manera diferente a los demás, y sentía todo de una manera diferente. Tal vez era solo que sentía de más, para el gusto de algunos.

Al llegar, trató de disimular las imperceptibles arrugas en su uniforme, y acomodó los mechones despeinados de su cabello. Seguido de eso, tocó la puerta.

Anne es quien le abre la puerta, con un delantal puesto, un moño descuidado, y un trapo con el cual se había secado las manos.

—¡Señorita Díaz!— exclamó con alegría, y una amplia sonrisa— ¿Por qué no le llamó a mi cuñado? Phillip hubiera pasado por usted a su casa.

—Buenos días señora Hannover— Adela la saluda con un apretón de manos y Anne se inclina hacia ella para darle un beso en la mejilla, como es su costumbre— yo le comenté al señor Fox que no era necesario, yo puedo ir y venir.

La conversación se interrumpe cuando Catherine sale de la habitación de Henry.

—Llegó temprano— es lo primero que dice, viendo la hora en su reloj—¿Está lista para comenzar?

—Solo debo lavarme las manos— le dice— ¿Cuando fue la última vez que cambiaron el vendaje?— abre su mochila y saca un pequeño botecito de jabón neutro

—Eso lo hizo mi hija Beatrice, creo que a eso de las nueve de la noche

—Mhm. Lo tenemos que cambiar otra vez, y voy a aprovechar para revisar la progresión de su cicatriz— abre la llave del fregadero y moja sus manos, luego aplica un poco de jabón, lavándose.

Secó sus manos únicamente ondeándolas para crear una corriente de aire. Luego de eso Catherine la llevó a la habitación de Henry.

Al parecer Catherine tenía una idea de cómo sería el procedimiento. Lo encontró vestido con una camiseta de tirantes negra y unos shorts a juego. Está sentado en la cama, con las piernas extendidas en el colchón y la espalda recargada en la cabecera.

—Buenos días, Henry— pasa del marco de la puerta, parándose detrás del closet— mi nombre es Adela.

Henry no le contesta. Catherine iba a decirle algo pero Adela la detuvo, tomándole la mano. Con una mirada le pidió que saliera, y ella lo hizo.

—Entiendo que pueda ser complicado al principio, abrirse con alguien que no conoces— le dice, dejando su maleta en el buró y sacando una toalla previamente esterilizada donde iba a reposar sus herramientas

—¿Cuánto te pagaron?— le pregunta él, de una manera nada amable

—El dinero no es algo que se lleve toda mi atención, Henry. Se me va a pagar lo que tu padre considere correcto. Lo que me preocupa ahora es hacer que cicatricen tus heridas y recuperes tu movilidad.

Con todas las herramientas a la mano y guantes de látex puestos, dispuso a deshacer el vendaje del cuello, luego el de su brazo.

—No hay ninguna secreción extraña y tampoco señales de infección, eso es bueno. Voy a dejar que la herida transpire. Después la voy a lavar con jabón neutro para limpiar los restos de…

—¿Te han dicho alguna vez que nunca te callas?— la corta, con el entrecejo arrugado y sus ojos marrones viéndola con enfado

Iniciaron con el pié izquierdo, al parecer.

Ella nada más suspiró. Sabía que estaba siendo difícil para él.

Adela se dedicó a mojar una gasa para después enjabonarla y pasarla por la herida con leves toques. Frunce los labios cuando oye a Henry gruñir por el ardor.

—Sólo respira profundo…

—Sólo cierra la boca— la interrumpe, apretando los dientes y empuñando la sabana con fuerza.

La mitad superior pasó entre gruñidos y maldiciones.  algunas veces, sus miradas se cruzaban y él parecía desear que se la tragara la tierra. Para la mitad inferior, tuvo que bajar su ropa interior, ella solo se enfocó en curar la herida de su pierna, la cadera y sus laterales. Aplicó el antiséptico y la pomada, después de dejarlos secar un momento, aplicó un vendaje nuevo.

—¿Me dejas decirte algo?

Él solo encogió los hombros con desinterés, viendo hacia otro lado.

—Las primeras dos semanas van a ser de cicatrización, después pasaremos a la terapia de rehabilitación física para que tu músculo retome fuerza y tu piel la elasticidad.

Henry volvió a quedarse callado.

—Si tienes alguna duda, tu madre tiene una nota con mi teléfono— le dice por último, tomando sus cosas para salir de la habitación

—¿Tienes que volver mañana? — para él, esa pregunta solo tiene una respuesta correcta, pero probablemente no sea la que obtenga

—A menos que la herida presente una infección,  yo vendría dos veces a la semana para evaluar cómo evoluciona la cicatrización.

—Mhm.

—¿Necesitas algo más?

—¿Que te vayas?

Adela le sonríe, asintiendo y tomando sus cosas.

—Nos vemos después.

Al salir de la habitación, Anne y Catherine la estaban esperando con alguna noticia. Las dos se le acercan.

Ella las entiende, también entiende que para Henry está siendo difícil, tratar de que acepte ayuda sea tal vez el proceso más difícil.

—Hasta el momento no hay signos de infección, todo va bien. Solo debo seguir el proceso de cicatrización. Después voy a asistirle con la terapia física— mientras les explica, ve cómo en sus caras se dibuja el alivio— pronto se va a recuperar.

Las dos le dan un abrazo, y ella los recibe con gusto.

Eso era lo que de verdad le llenaba el corazón cuando ejercía su profesión. No es que regalara su trabajo, pero tampoco veía el signo de pesos en cada paciente. Su prioridad ahora era que Henry cooperara lo suficiente para que pudiera recuperarse.

Phillip llegó con su abuelo, habían regresado de una cita médica.

—Señorita Diaz— Phillip la saludo, colgando su chamarra de mezclilla en el perchero— ¿Cómo está mi hermano?

—Estamos en la etapa en la que todo depende en cómo su cuerpo responda al tratamiento. Vendré a evaluarlo un par de días a la  semana, y espero que en tres, podamos empezar con la terapia física.

—Me alegra mucho— Phillip estrecha su mano— gracias por haberte tomado el tiempo.

James, la “cabeza de familia”, no la saludó. Solo se dedicó a verla de pies a cabeza como si se sintiera superior a ella.

Adela intentó saludarlo pero él solo la dejó con la mano en el aire.

Vaya señor…

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