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02. I died a little bit inside

Pudieron darlo de alta dos días después, cuando ya había un tratamiento a seguir. Salió usando mangas largas para no exponer su quemadura al sol. Judd lo recibe al salir y lo abraza cuidando no tocar demasiado su brazo herido.

Todos hablaban, aunque no demasiado. No es como si hubiera un tema de conversación propio después de lo que habían vivido. William lo mira de reojo, luce casi muerto en vida, su mirada es vacía y parece existir sólo por mero impulso.

El resto del trayecto a casa él permanece callado, cabizbajo. Sus manos tiemblan y llora en silencio, cuidando que no se escuche ningún sollozo.

¿Cómo pudo haber pasado? Ellos sabían lo que se tenía que hacer, intentaron todo lo que estuvo al alcance de sus manos, no eran novatos. Todos tenían una familia por la que seguir viviendo, y metas personales que nada tenían que ver con la estación.

Solo se da cuenta de que ha llegado a casa cuando su padre le abre la puerta, esperando a que baje

Él lo hace, todavía en silencio. Camina en dirección a la entrada de la casa sin atreverse a mirar a nadie, ni siquiera a Beatrice.

Su abuelo lo bombardea con preguntas nada más entrar, Henry sabe que lo mejor es decirle sólo lo que él quiere oír. No necesita sus quejas, ni sus regaños.

Tan solo quiere dormir y nunca más despertar. Le dijeron que debía mantener el brazo en reposo al menos hasta que la terapia física comenzara, y eso solo lo hizo sentirse inútil.

Se mete entre las almohadas y duerme sin darle importancia al tiempo. Al atardecer, con el sol de lleno en la cara traspasando la cortina, siente que el colchón se hunde bajo el peso de alguien. Siente las caricias gentiles y cálidas de unas manos suaves que rozan su mejilla y van subiendo hacia su cabello, jugando con él.

—Henry…— Anne, su tía, ha venido a despertarlo— vamos cielo, tienes que comer algo y tomar tu medicina

Él no le contesta. Solo gruñe y arruga las cejas en protesta, con sus ojos aún cerrados.

—Por favor, mi niño. Despierta

Obedece a regañadientes, usando su pierna derecha como impulso para empujar hacia arriba, con los ojos entrecerrados y sus labios formando un puchero.

Una risa armoniosa y apenas audible es lo que escucha cuando se acomoda, seguido de un beso en la sien.

—Hice una sopa, y te traje medicamento para el dolor— le explica, colocando la mesita entre las piernas de Henry

—Tía, no tengo hambre— por momentos se siente mal al intentar negarse a los cuidados de su tía— así estoy bien

—Tonterías, debes comer aunque sea unas cucharadas— Anne se sienta sobre la alfombra al costado de la cama, casi tocando el suelo.

Henry se está debatiendo entre la mirada gentil de Anne y lo apetitoso que luce el plato de sopa frente a él. Termina comiéndosela, acompañada de unos trozos de pan tostado.

—Cariño…— la rubia alzó la cabeza hacia arriba

—¿Hmm?

—Judd vino hace un par de horas, tú estabas dormido. Me dijo que planean un funeral hoy en la tarde. Después quieren ir a la estación, algunas familias y vecinos están haciendo un memorial para tus compañeros justo en la entrada

Intenta explicarle las cosas con la mayor calma posible. Anne entiende que este es un momento difícil del cual le costará recuperarse

—Él sabe que los dos están pasando por un momento difícil, que el asistir implicaría remover muchas cosas. Pero la división estatal les quiere rendir un homenaje, por su valentía.

—Tía, no— Henry hace el plato a un lado— por favor, solo nos darán una palmadita en la cabeza y van a fingir que lamentan lo que perdimos. Tal vez nos den una medalla y eso sea todo y yo…

—Hijo, no te estoy pidiendo que lo hagas por protocolo o una cosa parecida. Hazlo por las familias de tus compañeros, estar ahí, junto a ellos, te hará entender muchas cosas. Ustedes necesitan de ellos, y ellos de ustedes.

Al no tener una respuesta clara de parte de su sobrino, Anne guarda silencio por un momento, dándose cuenta de que él evita mirarla demasiado.

—Tus padres están buscando… ayuda— le dice, teniendo que no lo tome a bien

—¿Para qué?— los ojos cafés de Henry miran a los azules de Anne. La manera en que lo ha dicho deja muchas más preguntas que respuestas

—No es para qué sino, para quién. Están buscando asistencia médica para que puedan ayudarte en la curación. También necesitas terapia física.  Yo tuve una propuesta pero no creo que la hayan tomado en cuenta

—¿Quién es?

—La muchacha que te atendió ese día. Estuvo muy al pendiente de tí, te procuró y nos ayudó mucho estando en el hospital. Tal vez tus padres…

—Es un rotundo no— la interrumpe— si quieren que alguien me ayude entonces déjenselo  a Bea. No quiero a un extraño compadeciéndose por mí

—Ni es una extraña ni está compadeciéndose— Anne lo corrige, sus palabras se perciben firmes a pesar de la dulzura habitual de su voz— es una profesionista haciendo su trabajo. Sólo enfócate en sanar, sin importar quién te brinde asistencia médica.

Da por terminada la conservación, su atención sólo está en sus pensamientos. Se levanta para darse un baño y al menos distraerse de todo lo que ha tenido que vivir aunque en un par de horas tenga que enfrentarlo de nuevo.

Anne es quien lo tiene que ayudar a vestirse, abotonando la camisa, atando la corbata y colocando su saco.

Con aquella extremidad que no está herida, se coloca su gorro. De  pie frente al espejo y observando lo poco que quedaba de él.  Ya no se reconoce a sí mismo en el reflejo y no sabe si algún día volverá a ser así.

Ve a su abuelo en el marco de la puerta, con ayuda del reflejo.

La mirada que intercambian le deja saber todo. La decepción, el desprecio, el desinterés. Él solo se dedica a arrugar el entrecejo y apretar los labios.

—Henry, hijo— se escucha la voz de Arthur en la planta baja— tenemos que estar en la estación en media hora y contando. Apresúrate, por favor

Henry adopta una pose firme, sus facciones denotan seriedad y si alguien las observa  con detenimiento, puede encontrar ira.

Ira hacia sí mismo.

Ira hacia la vida.

Ira hacia el vejete que lo ve a través del espejo sin el más mínimo gesto de amor.

Camina decidido, yendo hasta la puerta abierta de su habitación, ignorando por completo que su abuelo, está ahí.

Hasta que tuvo el descaro de abrir la boca.

—Esta desgracia se pudo haber evitado, era su trabajo. Que te lamentes no hará que nada cambie, y la herida que cargas no hará que todos sean empáticos contigo. Así funciona el mundo

Henry decide no contestar, solo baja las escaleras lo más rápido que puede, encontrándose con su familia al bajar.

Desde ese día en más, odiará el color negro.







Adela acababa de cerrar su turno. Llega a casa abatida por el cansancio, suspirando y dejando caer su mochila en el suelo. Con pesadez avanza hacia el colchón para tirarse en él, cerrando los ojos.

Escucha las voces de su madre y tias en la cocina, a un volumen más bajo de lo usual. Cuando abre los ojos, las ve vestidas de negro y empacando sandwiches como si no hubiera un mañana.

Se acerca a la barra de la cocina, las saluda a las tres con un beso en la mejilla que es correspondido.

—¿Está cansada, mija?— le pregunta su tía Rosa, sirviendo agua en un vaso, que luego le extiende

—No tanto, hoy no hubo emergencias graves— Adela bebe un sorbo de agua— desde… eso… el ambiente en el hospital se siente más pesado.

Las ve continuar con su tarea, su tía Andrea va apilando y guardando en cajas los sándwiches ya terminados, su tía Rosa los prepara y su madre, Ellen, se encarga de la verdura.

—¿Para qué es eso, ‘ama?— le pregunta

—Hoy habrá un memorial en la estación, bebé. Mientras las familias de los bomberos están en misa, los vecinos que viven cerca de la cuadra se ofrecieron a llevar flores y velas para hacer un memorial.

La respuesta de Ellen hace que su corazón se retuerza de dolor. Aún tiene en su mente grabados los gritos de desesperación de las familias, el como ni siquiera podían identificar los restos de algunos.

Rosa nota la tensión en su sobrina y con uno de sus brazos le rodea la espalda, atrayéndola más cerca de ella.

—Las esposas del cuerpo de policía se ofrecieron a hacer una colecta para llevar comida al memorial— le explica

—Los tienen que cremar— dice Adela de la nada— sus cuerpos… estaban irreconocibles. Solo los identificaron por las etiquetas en sus uniformes y algunos cuerpos no han sido entregados todavía.

Se limpia una lágrima, bebe más agua y ahora su madre y sus tías han dejado lo que están haciendo.

—Yo creí que no iba a poder ayudar a ese muchacho— baja la cabeza, sintiendo el picor de las lágrimas en sus ojos— tenía mucho miedo, no podía ni hablar pero yo sabía que era así. Se llama Henry— cuando alza la mirada, ellas se dan cuenta que ha empezado a llorar— su familia estaba destrozada. Ver el panorama les afectó, y siendo el único paciente herido de gravedad que quedaba con vida, me sentí responsable de él. Justo hoy lo dieron de alta.

—¿Quieres ir con nosotras para que veas como sigue?— ahora es Andrea quien toma la palabra

—Tenía pensado ir para llevar flores y a lo mejor rezar un poco. Pero verlo es otra cosa, el pobre ni siquiera se ha de acordar de que existo

—No pierdes nada, mija. Es para que te quedes más tranquila— Rosa la anima, sonriéndole y acunando una de sus mejillas en su mano— no es necesario que te acerques a él.

Por unos minutos su vista se queda en un punto fijo del suelo, pensando.

—Bueno, eh…— Adela recorre el banquillo para poder levantarse, limpiándose las lágrimas— voy a bañarme rápido para que… nos podamos ir.

Se va, pero entiende que si para ella está siendo difícil, para Judd y Henry es una tarea titánica. Al salir se viste con una blusa negra, jeans y un par de botines. No cree tener lugar en ese homenaje cuando no sufrió ninguna pérdida. Decide darle la razón a su tía Rosa. Algo en ella le pide saber cómo sigue Henry.

Por motivos como ese, don Óscar siempre había dudado de la profesión a la que su hija decidió hacer un voto de vocación. No por sus capacidades, esas siempre estuvieron ahí y tanto él como su esposa se aseguraron de afianzarlas.    Aquella cosa, era su noble corazón, pues su inquietante necesidad de ayudar, muchas veces la llevaba a empujarse a sí misma a límites no explorados, dejando de verse a ella como una prioridad para entregarse por completo a su labor como paramédico.

No dejaba de pensar en las vidas que no habían podido preservar, en lo que habían dejado atrás.

Cuando se mira al espejo, una lágrima cae por su mejilla.







Los Hannover llegaron a la iglesia, Henry no se veía con la fuerza suficiente para soltar la mano de Beatrice. Todos lo miraban con tristeza, y no es que se lamentaran el hecho de que el pobre muchacho estuviera con vida.

Era solo que sabían cuán unidos llegaron a ser.

Judd y Henry ocuparon los primeros lugares, estando frente al altar. Ahí estaban las fotos de sus compañeros, rodeadas de flores. El tumulto de gente vestida de negro le producía escalofríos, podía oírlos lamentarse a lo lejos y consumirse en su propio dolor. Judd ya había hablado con él sobre algunas de las cosas que implicaban creer en lo que él cree, y ver el mundo como él lo vé.

Pero no podía entenderlo.

No cuando aquel hombre que tanto decía amarlos y que incluso sacrificó a su hijo por ellos, permitió que un dolor tan grande llegara a sus vidas.

Él estaba enojado, y ese sentimiento contrastaba con la calma que había en Judd, a pesar de ser el más temperamental en ocasiones.

¿Acaso su fé era tan profunda?

No entendía como estar en ese lugar le traía tanta paz —aunque no es como si Henry tuviera paz en lugar alguno luego de lo que pasó, tal vez por eso le parecía tan extraño—

El sacerdote se abrió paso por el pasillo principal que bajo una alfombra aterciopelada y un tanto descuidada, dirigía al centro del altar, donde solo se hallaba un podio con una cruz tallada al medio.

“Se ha ganado su buena parte lucrando con palabras de consuelo y el dolor ajeno” pensó él, viéndolo tan profundamente que incluso el cura le dirigió una mirada.

Todos guardan silencio, con la vista hacia el altar. Inició con su sermón, externando el motivo de la misa como si no lo supieran todos de antemano, como si el dolor que sentían no fuese un recordatorio suficiente y constante.

Beatrice podía darse cuenta de su molestia no solo por como esta se colaba en sus pupilas, sino también por el fuerte agarre que ejercía en su brazo.

—Hen…

Al oír la voz de su hermana en un susurro, El agarre de Henry se afloja un poco, suspira y flexiona el cuello para aliviar la tensión, con sus rasgos endurecidos por la ira.

La atención del sacerdote se posa en él y su compañero, los ve de una manera tan profunda que el rubio siente que va a vomitar. Las manos arrugadas del cura hojean su biblia, mientras posiciona el micrófono cerca de sus labios.

—Hermanos míos, queremos que sepan lo que en verdad pasa con los que mueren, para que no se pongan tristes, como los que no tienen esperanza. Nosotros creemos que Jesucristo murió y resucitó, y que del mismo modo Dios resucitará a los que vivieron y murieron confiando en Él— leyó, con un tono de voz que a él más allá de darle paz, le transmitía pereza.

No sabía si estaba siendo cruel o inmaduro, o si el enojo y amargura desmedidos eran la forma que su subconsciente había encontrado para lidiar con el dolor.

Pasó el resto de la misa con su mente en otro lugar, la mirada perdida y lágrimas contenidas que a veces lo traicionaban, cayendo por su rostro. De reojo veía a William con Anne en sus brazos, ella lloraba desconsolada y de manera silenciosa a pesar de que no había perdido a nadie. Arthur tenía su mano en el hombro de Anne y Benedict parecía no abandonar su postura firme y estoica ni siquiera en momentos como ese, sosteniendo la mano de su esposa.

Miró la cruz de cedro fijamente, de una altura imponente y poseedora de la fuerza y firmeza que a él le hacía falta.

—¿Qué hiciste tú?— masculló— ¿Dónde estabas tú mientras ellos morían?

La voz se le corta y el nudo en su garganta se manifiesta con una punzada de dolor, haciendo que respire profundo para que el aire vuelva a sus pulmones.

—Pudiste haberlos salvado, pudiste haberlos ayudado— la primera lágrima cae por sus mejillas.

No cae en cuenta del tiempo que ha pasado hasta que Judd palmea su hombro y al ver de nuevo hacia el frente, el párroco va camino a ellos.

Les dice tantas cosas que para él carecen de importancia pero lo que le sorprendió fue que el semblante de Judd había cambiado radicalmente. 

Al salir de la iglesia, algunos integrantes del cuerpo de policía se habían vestido con su uniforme de gala, presentándose para rendirles homenaje y escoltarlos hacia el memorial.

Alex veía a Henry desde su lugar, toda la gente empieza a salir de la iglesia y lo toman como una señal para encender sus autos.

Beatrice y Phillip no se van de su lado, Henry ha vuelto a caer en ese estado de hombre muerto en vida. Algunas madres de aquellos compañeros que eran igual de jóvenes que él, se acercan para abrazarlo y agradecerle por estar ahí. Él no puede responder y aunque quisiera, sabe que no hay palabras que puedan formar algo coherente respecto a todo lo que él está sintiendo.

En el camino, van sonando las sirenas,  y como un reflejo sus piernas empiezan a temblar, recordando todo lo que pasó esa noche bajo ese mismo sonido. Si pone demasiada atención, las calles se pueden transformar en terracería, y las casas y establecimientos vuelven a ser aquella bodega en llamas que avistaba a lo lejos, desde el mismo lugar en el que ahora está sentado.

Le cuesta respirar, pero no sabe qué hacer si hasta hace unos minutos él podía hacerlo con toda normalidad. El temblor en sus piernas persiste y ahora sus manos están sudando, las frota contra la tela de su pantalón y baja la cabeza, intentando recuperar la compostura.

—Hermano…— la voz de Phillip es un susurro, uno muy molesto si se lo preguntan a Henry en ese momento.

Él no hace sino alzar una mano para que Phillip guarde silencio, la cuál su hermano toma entre la suya, tan solo para que su otro brazo rodeé su espalda en un gesto fraternal.

Cuando llegan a la estación, mientras baja se da cuenta de que muy pocas unidades se han quedado ahí.

Frente a la cortina metálica de la estación, están recargados los arreglos de flores y las velas, a las cuales se suman algunos mensajes de aliento escritos a mano.  Judd es el único que se acerca, dado que a Henry, no le responden las piernas.

Sus padres se posan a su lado. Mientras Catherine lo toma de la mano, Arthur lo rodea con un brazo, atrayéndolo hacia él.

Ya ha empezado a anochecer, Arthur sigue reacio a separarse de su hijo mientras ve cómo su cuñada y su esposa están conversando con las viudas, mientras sus otros hijos están ayudando a repartir los refrigerios que la señora Claremont —es a la única que reconoce— había preparado.

Pero cuando distingue a la joven que ese día había salvado la vida de su hijo, siente que no todo está perdido. Aún así duda en acercarse.

No lo hace hasta que William llega de vuelta con ellos y se asegura de que Henry no estará solo.

—Ahora vuelvo— les dice a los dos.

Le toma mucho de sí no parecer demasiado intenso o desesperado, así que primero se acerca a Ellen, y entabla una conversación breve para después disculparse y andar hacia Adela.

—Disculpa, hija—  Arthur descansa una mano en el hombro de ella

—¿Si…?— Adela no había distinguido su voz al principio, pero con una rápida mirada por encima del hombro, todo hizo sentido y ella se volvió completamente hacia él— Señor Fox, buenas noches— le ofrece su mano para intercambiar un saludo

—Buenas noches— él repite el gesto con una sonrisa, para después soltar su mano despacio— ¿No estás muy ocupada?

—No señor ¿Hay algo que necesite?

—Lo primero, es agradecerte a nombre mío y de mi familia lo que hiciste por mi muchacho— vuelve a sonreír— de verdad, nos volviste a la vida esa noche.

—No tiene nada que agradecer señor, era mi trabajo asegurarme de que llegara con bien al hospital

—No entiendo cómo abordar lo que te quiero decir sin parecer que estoy tomando provecho de algo— dijo sinceramente— pero se trata de la salud de mi hijo. Necesito que alguien lo ayudé en su proceso de curación. Traté de buscar opciones externas pero ninguna acabó por convencernos, hasta que mi cuñada me sugirió buscarte a ti, dado lo atenta que has sido con mi Henry

Los ojos de Adela se abren de par en par cuando Arthur dice eso. No puede comprender cómo le pide ayuda, y menos, cómo alguien que no la conoce confía tanto en ella al grado de confiar el proceso de curación de su hijo.

Pero no podía negar que estaba preocupada por Henry aún, empieza a pensar en qué hacer mientras Arthur la mira como si quisiera entender los pensamientos que pasan por su cabeza.

—Estaríamos dispuestos a pagarte una buena cantidad, si el sueldo es lo que…

—¡No, señor!— ríe nerviosa, alzando las manos hacia enfrente— yo estaría encantada de ayudar a Henry, tengo compañeros que pueden cubrir mis turnos cuando yo tenga que darle tratamiento. por el pago no se preocupe demasiado, ese no es mi objetivo

—No esperes que me quede sin darte una remuneración por tu trabajo, hija. Sé que tu profesión requiere de mucha humanidad, y que tú eres una persona muy servicial. Pero necesito garantizar que todos reciban su parte; Henry podrá tener una recuperación asistida y tú generarás un ingreso extra.

—Por lo que veo, ya pensó en todo— Adela se ríe y asiente con la cabeza— no se preocupe señor, esto no se trata solo del dinero. Aceptaré lo que usted considere correcto.

—Bien— Arthur le vuelve a sonreír— ¿Cuándo crees que debe empezar el tratamiento?

—¿Cuándo cree que Henry quiera recibirme?

Arthur frunce los labios.

Una mentira piadosa al año no hace daño, mucho menos si se trata de la salud de su hijo.

—Quizá dentro de unos dos días, hija. Necesito abordarlo un poco más para saber cómo se siente— una mano va hacia su nuca, en un ademán nervioso

—Lo entiendo perfecto, señor Fox. Podemos intercambiar números para que usted me avise si seguimos adelante o Henry cambió de opinión.

Los dos intercambiaron números telefónicos y se estrechan la mano antes de que Adela se despida y vaya con su hermano.

Alex estaba del otro lado de la calle, recargado en su patrulla y con los brazos cruzados por encima del pecho, viendo con detenimiento el pequeño altar que las familias habían montado.

Se acerca a él y descansa su cabeza en su hombro, lo que hace que una mano de Alex rodeé su espalda.

—Me pidieron ayuda

—¿Hmm?

—El bombero, el que sobrevivió pero está herido

—¿Qué puedes hacer tú?— voltea la cabeza levemente

—Su papá me buscó para pedirme que lo ayudara con el proceso de cicatrización. Pero no sabe que aún si la herida ha cicatrizado, se tiene que seguir un proceso de rehabilitación física

—¿Y todo eso lo vas a hacer tú? No puedes dejar tu trabajo en el hospital

—Ya tengo pensado quien pueda cubrirme, y cuando se acabe el permiso puedo solicitar un contraturno. 

Alex no le dijo nada, ya conocía lo suficiente a su hermanita y cuando ella tomaba una decisión muy rara vez podían persuadirla de hacer lo contrario. Le encantaba que fuera dedicada a su trabajo, lo hacía sentir aún más orgulloso de ella. Pero igual que su padre, sabía que esa misma dedicación podía jugarle en contra muchas veces.

Su tía Rosa se acerca a ellos con unas velas en sus manos, se las extiende a los dos.

—Son para que las dejen en el altar, nosotras ya tenemos una.

Adela respira profundo y toma la vela en sus manos, va con su madre para que con su encendedor pueda prender la mecha de la vela. Cuando van cruzando la calle, Adela mira de reojo a Henry. La destroza lo que ve.

Con una rodilla en el suelo, van dejando sus velas despacio. Ven de cerca los dibujos, las fotos, los carteles. Cada pequeño detalle hace que los ojos de Adela se llenen de lágrimas.

Se traga el nudo en su garganta, poniéndose de pie y exhalando el aire contenido en su pecho.

Una voz hace que se quede parada en dónde está, sin sentirse capaz de voltear.

—Puede que no sea muy bueno con las palabras, o que en este momento él no quiera hablar con nadie, pero yo conozco a mi primo— William pone una mano en su hombro— él no es alguien malagradecido, pero hay muchas cosas que están yendo mal dentro de él. Espero y entiendas que…

—Tranquilo, era mi deber intentar hacer algo por él. Aún más cuando era mi único paciente— por fin se voltea, limpiando sus lágrimas— es nuestro trabajo, aún así las cosas no siempre resulten como queramos

Él asiente, intentando sonreír.

—Soy William, primo de Henry— se presenta extendiendo su mano

—Adela, yo fuí la paramédico en primera respuesta. Mis compañeros y yo lo atendimos— ella corresponde el saludo

—Y tenemos una deuda con ustedes por eso, créeme.

Judd había llevado a Henry hacia el memorial por petición de él. Las flores se acumulan de la peor manera, haciendo que su corazón se apriete y se rompa.  La gente reza, algunos lloran y el resto calla.  No encuentra un porqué, sigue sin creerlo y la ira se acrecenta. No hay una respuesta de sus superiores, ni siquiera han plantado cara.

En cambio ellos están aquí, aferrándose a lo que debía ser algo continuo y no solo un recuerdo, tratando de averiguar cómo seguir después de un golpe tan duro.

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