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capítulo uno; bienvenido a forks









¿QUÉ ES LO QUE UNO DEBE HACER CUANDO TU VIDA SE DERRUMBA POR COMPLETO?

Cuando todo lo que conoces, ese sentimiento de familiaridad que se encontraba a tu alrededor desaparece de un segundo para otro, dejando un vacío frío y pesado dentro de tu pecho, uno que sabes que nunca vas a poder llenar con la misma calidez de antes.

Nunca más. Todo se perdió, desapareció. Dejó de existir para convertirse en restos de polvo y hueso, escondidos en lo profundo para siempre.

Aurora no sabía por qué sentía ese vacío dentro de ella. No era como si alguna vez en sus cortos diecisiete años de vida había sentido alguna vez esa calidez familiar. Ese sentimiento hogareño. Al contrario, el corazón de Aurora ya se había acostumbrado al frío, a la soledad que la había rodeado toda su vida. No podía extrañar algo que nunca había experimentado, que nunca había vivido. Pero entonces, ¿por qué se sentía de aquella manera? ¿Por qué añoraba algo que nunca tuvo?

La rubia miró hacia su lado, enfocándose en el perfil de su hermano mayor, Sebastian. El mayor de los siete hermanos... de los dos hermanos ahora. Su dura mirada se encontraba fija en la carretera que atravesaban, camino al lugar que él había determinado como seguro. Su mandíbula tensa, al igual que el agarre de su mano en el volante. Su mano izquierda acariciaba lentamente su nuca, como si fuera víctima de un grave dolor de cabeza.

Aurora estaba segura de que él sí sentía ese vacío en él. Sebastian seguía de luto, extrañando esa calidez, extrañando su hogar. Quizás era su dolor el que la estaba afectando, después de todo, llevaban semanas sin separarse más que un par de minutos.

No era para nada fácil escapar de la policía, no cuando toda tu familia había sido cruelmente asesinada.

De todas maneras, la rubia quería entender su dolor, pero ¿cómo podía? ¿Cómo podía entender el dolor de perder algo que nunca tuvo? ¿Cómo entender a alguien que lloraba las mismas muertes por las que ella se sentía aliviada?

— Deja de mirar —la voz de su hermano interrumpió sus pensamientos. Aurora se dio vuelta sin decir una palabra, mirando el tranquilo bosque pasar a toda velocidad a través de la ventana del auto. Escuchó el suspiro de su hermano a su lado, no habían hablado hace meses.

3 meses y 10 días para ser exactos.

Sin dirigirse más de tres palabras. Sin tener una conversación digna. Sin hablar del tema que obviamente deberían de haber hablado en el momento en que salieron de Francia. No era como si Aurora quisiera conversar, de cualquier manera y tampoco era como si Sebastian hubiera tenido el tiempo de hacerlo. Lo primordial era obtener un lugar seguro, todo lo demás pasaba a segundo plano.

Sus ojos azules miraron con atención el cartel que les daba la bienvenida a la ciudad de Forks. Aurora no sabía en qué parte se encontraba de Estados Unidos, pero agradecía que su hermano hubiera elegido aquel lugar. Le gustaba la sensación que se sentía en el aire, como si la ciudad fuera su calma después de la tormenta que había sido su vida. El helado viento, el olor a lluvia recién caída, la inmensidad de verdes que se podía encontrar en el paisaje que la rodeaba... por primera vez en muchos años, Aurora finalmente se sentía en paz. Suspiró con alivio, dejando caer su cabeza contra el vidrio de la ventana.

Sebastian la miró de reojo, alivio recorriendo su cuerpo. Faltaba poco menos de media hora para que ambos llegaran al que esperaba fuera su nuevo hogar, el lugar en donde -si todo salía bien- vivirían por el resto de sus días. Finalmente se encontraban a salvo, el simple hecho haciendo que el cansancio golpeara su cuerpo en olas. Masajeó su frente, tal cual lo había hecho durante todo el viaje, tratando se mantenerse despierto.

— Queda poco para que lleguemos a la casa —Aurora asintió mientras continuaba mirando el paisaje. Sebastian suspiró—. ¿Te gusta el lugar?

Aurora volvió a asentir, jugueteando con su largo cabello rubio. Le encantaba el lugar. Tan solo esperaba que las personas fueran agradables. No quería que la paz que le traía el paisaje fuera corrompida por el comportamiento desagradable de gente. No quería que se convirtiera en una segunda Francia.

— Si sabes que puedes responderme, ¿verdad? —volvió a hablar Sebastian, después de un largo silencio—. Papa y maman... ellos ya no están aquí. Esas reglas que tenían contigo ya no tienen validez, aquí ya no funcionan.

— Lo siento —respondió finalmente Aurora después de unos segundos, aún sin levantar la vista de su regazo.

— No lo hagas.

El silencio volvió a inundar el auto y a medida que las casas comenzaban a aparecer, la curiosidad de Aurora aumentaba cada vez más. ¿Cómo será la gente? ¿Serán acogedores con ellos? ¿Amables? No recordaba la última vez que alguien fue amable con ella. Ni siquiera su hermano, era su obligación serlo, por lo que no contaba. Sacudió su cabeza, no quería que los malos pensamientos arruinaran su día.

Ya se encontraban en lo que parecía ser el centro de la pequeña ciudad. Aurora nunca había visto algo tan pequeño en su vida, su casa en Francia parecía ser más grande que varios edificios juntos. Sebastian miró a su alrededor, tratando de identificar las calles que había tratado de memorizar antes. Estiró su mano a la guantera, queriendo sacar el mapa que tenía guardado, sin embargo, apenas estiró su mano Aurora se sobresaltó, alejándose y pegándose con fuerza con la ventana del auto.

Sebastian frenó el auto de golpe, ambos agitados tratando de entender que había ocurrido. Una bocina del auto que se encontraba detrás de ellos los sacó de sus respectivas mentes, volviendo a encender el auto. No era la primera vez que algo así ocurría, Sebastian nunca se había detenido a pensar en las acciones de sus padres hasta que descubrió las consecuencias que habían tenido en su hermana pequeña. La menor de la familia, quien debía haber sido mimada por todos, en cambio estaba marcada por las crueles acciones de quienes deberían haber cuidado de ella.

— Lo siento —susurró Aurora.

Sebastian negó con suavidad: — ¿Puedes pasarme el mapa que se encuentra en la guantera, por favor? —la rubia cerró los ojos con vergüenza. Claro que quería el mapa de la guantera. ¿Cuándo su hermano le había levantado la mano? Absolutamente nunca. Suspiró, sacando el mapa y abriéndolo como su hermano le indicaba.

Siguiendo aquellas indicaciones, no tardaron mucho en llegar a una preciosa casa de dos pisos, rodeada de un frondoso bosque.

La casa estaba construida en forma de L y sus paredes estaban llenas de grandes ventanales. Varios maceteros con plantas estaban ubicados alrededor de la entrada, haciendo camino a una fogata de piedra que se encontraba rodeada de sillas de descanso. La casa era magnífica, en especial el ático que sobresalía del segundo piso. Sus ventanas dejaban ver claramente el cielo y Aurora se preguntó como se verían las estrellas desde allí.

Sebastian carraspeó, sacándola de sus pensamientos y se dio cuenta de que su hermano ya había apagado el motor del auto. Quiso salir, sin embargo, Sebastian volvió a poner el seguro. Aurora se volteó, mortificada.

— Yo no soy ni papa ni maman, Aurora... y esto no es Francia —comenzó luego de unos segundos en silencio—. Aquí estás completamente a salvo y te aseguro que nada de lo que sucedió allá va a volver a suceder aquí, ¿entiendes? Nadie te va a volver a hacer daño, ya no estás sola. Sé que me temes por lo que pasó, sé que lo que viste... —Sebastian no quiso terminar la frase—. Ya nada de eso importa. Estaremos bien, Aura. Te lo prometo.

Aurora pestañeó un par de veces. Aura. Habían sido años desde que alguien la había llamado así. Pero su hermano estaba equivocado, no le temía. Aurora estaba total y profundamente agradecida.

— No te tengo miedo —respondió en un susurro. Su hermano asintió, sabiendo que no iba a conseguir que Aurora dijera más de cinco palabras en una sola oración.

— Tendremos que hablar inglés de ahora en adelante. No nos podemos quitar el acento, pero no creo que alguien haga la conexión. De todas maneras, todo lo relacionado a Francia hay que mantenerlo al mínimo, ¿está bien? —Aurora asintió—. También entrarás a la escuela, no ahora mismo. En un par de semanas. Quiero que te acostumbres bien a la ciudad, nunca has estado rodeada de muchas personas.

— Esta bien.

Ambos bajaron del auto finalmente. Sebastian sacó el poco equipaje que llevaban en el maletero y entraron a la casa. En el momento en que entró por la puerta, Aurora pudo sentir la tranquila y pacífica energía que se encontraba en el ambiente. Podía sentir dentro de ellas que aquellas paredes se convertirían en su hogar, protegiéndola de cualquier peligro.

Finalmente se sentía en casa.

— Tu habitación es el segundo piso, la mía es aquella puerta que cruza la sala de estar. Sé que esto es mucho más pequeño que la mansión, pero siendo solo dos personas ahora... es suficiente. No tendremos ayuda, por lo que lo más sensato sería aprender a cocinar y a hacer los quehaceres.

Aurora asintió a las palabras de su hermano, comenzando a ordenar las maletas, separando todo aquello que le correspondía a él de sus pertenencias, hasta que finalmente su mirada se posó en algo familiar.

Con manos temblorosas tomó el cuadro en sus manos, pasando la yema de sus dedos, acariciando los rostros que sonreían en la fotografía, plasmados para la eternidad en ella: En la imagen posaban los siete hermanos, con una pequeña Aurora de tres años en el medio de ellos, mostrando su tierna sonrisa hacia la cámara.

Había sido la última foto que los hermanos se habían tomado con ella.

Sebastian palideció al ver a Aurora con la foto, dando grandes pasos hacia ella. Lo último que quería es que la rubia tuviera otro ataque de pánico al ver la imagen. Ya había aprendido desde que Aurora vio la foto de sus padres.

— Pretendía ponerla en mi dormitorio... pero la tiraré si te hace sentir incómoda —murmuró Sebastian a su lado, mirando las sonrientes caras de todos sus hermanos menores.

Aurora negó.

— Ellos fueron buenos conmigo. Théodore fue bueno conmigo... —respondió, dando unos cuantos pasos para dejar el cuadro encima de la chimenea. Sebastian se acercó hacia ella, pasando sus brazos por sus hombros y dejando un pequeño beso en su cabello, admirando el cuadro.

— Estaremos bien, lo prometo.
















— ¡No!

El grito se escuchó por toda la casa. Aurora se levantó de un golpe, sintiendo su agitado corazón latir furiosamente dentro de su pecho. No podía respirar, su cabeza dolía demasiado. No podía pensar. Una voz le hablaba, le decía cosas malas. Aurora no quería hacer eso, no quería hacer daño. Golpeó su pecho con fuerza, pero el oxígeno simplemente no entraba a sus pulmones. Tosió desesperada, cayendo de la cama al tratar de ir a buscar a su hermano.

— ¡Aurora! —Sebastian grito al verla en el suelo. Rápidamente se puso a su lado, acurrucándola junto a él y meciéndola entre sus brazos—. Estoy aquí. Estas a salvo, Aurora. Respira, respira.

Aurora trataba de imitar la respiración de su hermano, sin embargo, era imposible. Seguía escuchando aquellas voces en su cabeza, pero se negaba. Ella no era malvada. No era una asesina. ¿Qué estaba pasando?

Sebastian tomó su barbilla entre sus dedos, obligándola a fijar aquellos atemorizados ojos en él: —Respira. Respira, Aurora, vamos. Inhala y exhala. Así, tal cual.

La rubia siguió sus instrucciones, pero sus ojos se desviaron hacia el familiar rostro que se encontraba detrás de Sebastian, mirándola con preocupación. Abrió sus ojos aterrorizada al reconocer los ojos verdes, aquel desordenado cabello negro y la fea cicatriz que cubría gran parte de su cuello. Sangre seca manchaba aquella piel blanquecina.

— ¡Aurora! ¡Aurora, escúchame! —Sebastian seguía llamándola, pero su atención solo se encontraba en el joven que se encontraba en su cuarto. Aurora no podía más y Sebastian palideció al escuchar su último susurro antes de perder la consciencia.

—... Théodore. 







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