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prologue

❛❛ I KNOW THAT YOU GOT DADDY ISSUES AND I DO TOO ❜❜


La devastación impregnaba el aire como un perfume amargo, colándose en cada respiración, en cada latido. El campo de batalla era un paisaje de cicatrices, las ruinas ennegrecidas alzándose como monumentos a una tragedia que parecía no tener fin. El eco de los gritos aún vibraba en los oídos de Cassiel, y el dolor en su abdomen, mitigado apenas por la presión de su mano ensangrentada, le recordaba con cada paso cuán frágil era la línea entre la vida y la muerte.

Un gemido infantil quebró el silencio. Fue como una grieta que serpenteó por el aire, desgarrando la quietud como un cristal a punto de romperse. Silco, siempre alerta a lo que otros preferían ignorar, alzó la vista. Sus ojos, afilados como cuchillas, buscaron el origen del sonido. Cassiel se detuvo, jadeante, inclinándose apenas hacia adelante mientras escrutaba entre los escombros. Y allí estaba: una figura diminuta, acurrucada entre las ruinas, llorando como si el peso del mundo se hubiese desplomado sobre sus hombros.

Silco se movió primero, con esa extraña determinación que parecía hecha de acero y sombras. Se arrodilló frente a la niña, su figura imponente doblándose en un gesto inesperadamente humano. El contraste era brutal: la dureza de su rostro, con sus líneas marcadas por el tiempo y la guerra, enfrentada a la delicadeza rota de aquellos ojos azules inundados de lágrimas.

—Hola, pequeña —dijo, y su voz fue un murmullo suave, casi inaudible, como si temiera romperla aún más—. ¿Dónde está tu hermana?

La niña levantó la mirada, y en ese instante, los ojos de Cassiel se encontraron con los de ella. El azul en ellos era un océano desbordante de dolor, y por un momento, Cassiel sintió que se ahogaba. Había algo en aquella mirada, algo que era a la vez universal y único: la pérdida, el vacío que dejaba el amor cuando se transformaba en traición.

Sin responder, la niña se lanzó hacia Silco, abrazándolo con la desesperación de quien busca asirse a la última cuerda antes de caer al abismo.

—Me dejó... ¡Ya no es mi hermana! —exclamó entre sollozos desgarrados.

Cassiel sintió el aire volverse pesado, como si el dolor de la niña hubiera llenado cada rincón del espacio que los rodeaba. Sus palabras eran un eco punzante, una flecha dirigida a su propio pecho. Porque él también había sido dejado atrás. Su hermana no había muerto heroicamente ni había sido arrebatada por un destino cruel. No. Ella había elegido abandonarlo, apartando su mirada sin una pizca de arrepentimiento, dejándolo para enfrentar solo un exilio que no solo era físico, sino también emocional.

En la niña, Cassiel vio un espejo roto, un reflejo distorsionado de sí mismo. Ella era una criatura deshecha, un cuadro cuyas piezas habían sido arrancadas por la crueldad de un mundo que no conocía piedad. Sus ojos, vacíos y rotos, eran un eco del mismo abismo que ardía en su interior. Cada lágrima que caía por su rostro le recordaba su propia impotencia, su incapacidad para sostener lo que más había amado.

Los recuerdos lo atacaron con la ferocidad de un vendaval: la noche de su exilio, las miradas llenas de desprecio, el rostro de su hermana alejándose, como un faro apagándose en la distancia. Había tratado de convencerse de que el vacío que ella dejó no lo había destruido, pero era una mentira. Porque, mientras veía a la niña acurrucada contra Silco, comprendió que no se trataba de un vacío. Era una herida abierta, perpetuamente sangrante, un recordatorio de todo lo que no había podido proteger.

Silco, ajeno al torbellino en el alma de Cassiel, envolvió a la niña en un abrazo. Había una calidez inquietante en el gesto, una ternura que parecía impropia de alguien como él. Pero Cassiel lo entendía. Lo entendía porque había vivido el mismo momento, en una noche diferente, con las mismas ruinas en su corazón. Silco lo había salvado, había tomado los pedazos rotos y les había dado un propósito.

—Está bien —murmuró Silco, su voz cargada de una promesa peligrosa—. Les mostraremos. A todos ellos.

Las palabras se clavaron en Cassiel como cuchillos. No eran solo para la niña; eran para él también, para el niño abandonado que aún vivía en su interior. Y aunque quiso creer que las palabras de Silco podían coser las heridas, supo que no era cierto. Porque mientras veía a la niña llorar, su propia alma gritaba. Y en ese grito, encontró una verdad amarga: algunos abismos no se llenan, algunos dolores no se curan. Solo se llevan, como cadenas que tintinean con cada paso, recordándole que lo perdido nunca vuelve.































Como me iré directo al cap 4 (donde Jinx y Cassiel ya crecieron) quise que al menos vieran como fue la primera vez que se conocieron. Igual siento que me quedó medio flojo, pero al menos le pone la interrogativa de quién es la hermana de Cassiel (siento que es re obvio igual). Y otra cosita es que esta historia va de un amor inefable, pero con un final...bueno. Si es que no cambio de opinión. 🙂‍↔️

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