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            🍰 . . ʟᴀꜱᴛ ᴅᴇꜱꜱᴇʀᴛ 아

❝  YOUR HEART BELONGS TO ME. YOUR TEARS ARE MINE. YOUR LOOKS ONLY CROSS WITH MY EYES.  ❞


‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ᴇᴍᴍᴀ ꜱʜɪɴ había llevado una vida bastante solitaria, aunque ni ella misma entendía en qué momento había llegado a ese extremo. Había tenido una vida buena, o al menos eso creía. Supuso entonces que estaba pagando algún tipo de karma acumulado de una vida pasada, considerando la seguidilla de desgracias que se le habían presentado en los últimos dos años. Sus padres habían muerto en un accidente de auto, su hermana menor estaba en coma en el hospital, y para colmo, terminó su relación con el novio que tenía en ese entonces. Como consecuencia de todo esto, se había cerrado en sí misma, perdiendo poco a poco el contacto cercano con sus amigas, ya que le costaba mantener sus relaciones amistosas.

Cada vez que el dolor la estrujaba por dentro, Emma se escapaba; huía de todo y de todos. Se aferraba al trabajo y tomaba todos los turnos que podía, sin importar el cansancio. En esa época, sus padres aún estaban vivos. Fue entonces, en medio de ese frenesí por mantenerse ocupada, cuando conoció a alguien que terminaría siendo su compañero durante todo aquel proceso doloroso.

Lo recordaba claramente. Era una tarde sofocante al inicio del verano, un viernes exactamente, alrededor de las cuatro. El café donde trabajaba Emma estaba frente a un complejo de oficinas de una corporación alimentaria, por lo que se llenaba hasta tarde. Durante la mañana, ella preparaba cafés para llevar; al mediodía, sándwiches para los empleados en horario de almuerzo; en la tarde, horneaba pasteles y muffins; y en la noche, despachaba de todo un poco para quienes querían una rápida comida: un café frío, un latte o algo ligero para llevar.

Aquel viernes en particular, el café estaba abarrotado. Emma había tomado varios turnos, ya que estaba ahorrando para comprarle un collar caro a su madre como regalo de cumpleaños. Había trabajado en diversos lugares para alcanzar su meta: en un centro comercial, un minimarket, una tienda de ropa y hasta en una joyería, pero el trabajo más estable de todos era en esa cafetería.

-¡Emma! -la llamaron desde la caja.

Emma, una joven de cabello castaño, se apresuró a acomodarse el delantal y se dirigió rápidamente entre las mesas, sosteniendo la bandeja a un lado.

-Ese de allí. Está espantando a los clientes con una sola mirada -dijo su compañero rubio, señalando discretamente hacia una mesa apartada en una esquina.

Emma, intrigada, giró la cabeza y lo vio.

Era un hombre alto y musculoso, con el cabello corto y de un color rosado inusual que contrastaba radicalmente con su apariencia. Su expresión era feroz y confiada, irradiando una seguridad casi desafiante que claramente incomodaba a quienes se le acercaban. Nadie quería sentarse cerca ni tomarle el pedido. Vestía una camiseta negra ajustada, que resaltaba su físico bien definido, y encima llevaba un saco negro que le daba un aire serio y enigmático.

Emma vaciló con temor al dirigirse hacia la mesa, recibiendo un pequeño empujón del cajero para darle el impulso final. Colocó su mejor sonrisa, tratando de aparentar seguridad, aunque su mano temblaba ligeramente mientras caminaba hacia el asiento.

-¡Hola! -saludó, parándose frente a él con una sonrisa que podría derretir a cualquiera. Esa misma sonrisa era la razón por la que siempre le asignaban los clientes "más difíciles". El hombre elevó la mirada, examinándola de arriba abajo, y luego volvió a mirar el menú con evidente desinterés-. Siento la demora en atenderlo; me haré cargo de su orden por ahora... si está listo para pedir. Puedo incluir algo extra como cortesía por la espera; nos disculpamos -dijo Emma, haciendo una pequeña reverencia. El hombre, de cabello rosado, la observó con atención, cerró el menú y cruzó los brazos, mirando hacia el exterior desde su asiento junto a la ventana.

-Café negro.

-No se le vayan a acabar las palabras... -murmuró Emma mientras anotaba en su libreta. Luego, le lanzó una mirada con su característica expresión de cachorro-. ¿Algo más?

El hombre negó con la cabeza sin voltear a verla, y Emma asintió, marchándose algo confundida para dar la orden y que la preparasen.

-Vaya. Solo pidió un café negro. Tiene una aura bastante intimidante -le comentó el rubio de la caja apenas Emma pasó junto a él, soltando un suspiro aliviado.

-¡Lo sé! Casi me muero allí... aunque su cabello rosado es bonito.

-Que tenga tu color favorito no significa que ya debas enamorarte de él -le reprochó su jefe al pasar con varios papeles en la mano.

Cualquiera que conociera a Emma sabía que era una romántica empedernida. Adoraba las comedias románticas y, desde que vivía sola en un departamento en el centro de la ciudad, se hacía maratones hasta la madrugada. Era de esas que se desvelaban con helado en mano, soñando con un amor como el de las películas.

Anhelaba que alguien la necesitara tanto que pensara en ella cada segundo. Que deseara besarla y explorar cada rincón de su ser. Pero Emma nunca había encontrado un amor tan intenso como el que buscaba; uno donde la otra persona la amara con la misma intensidad y pasión que ella tenía.

Intentaba convencerse de que estaba bien. Que todo estaba bien, aunque le doliera el corazón cada vez que veía parejas tomadas de la mano o cuando atendía a algún par en su primera cita. Esperaba que, algún día, el amor llegara a ella. ¿O quizás ya lo había encontrado sin darse cuenta?

-¡Emma, deja de soñar! Aquí está el café negro -la despertó uno de sus compañeros, chasqueando los dedos frente a sus ojos. La castaña parpadeó varias veces, tomó la bandeja y, para compensar la demora, añadió un pequeño postre de cortesía antes de dirigirse a la mesa. Esta vez, el hombre de mirada penetrante no apartó los ojos de ella, y sus profundos ojos oscuros hicieron que Emma sintiera un repentino nerviosismo al acercarse.

-Aquí tiene su orden.

-No pedí postre.

Su voz era grave y autoritaria, casi logrando que Emma diera un paso atrás, pero se contuvo, forzando una sonrisa.

-Invita la casa -dijo Emma, guiñándole un ojo juguetonamente. Usualmente, eso funcionaba hasta con los clientes más exigentes-. Si necesita algo más, puede decírmelo.

-Tu número no está en el menú.

-¿Có... cómo? -Emma parpadeó repetidamente, ladeando la cabeza en señal de desconcierto.

-Tu número -repitió él, tomando un sorbo de su café sin apartar la mirada.

-Ahm... yo... pues -balbuceó la castaña, mordiéndose los labios y sonrojándose-. No puedo, sigues siendo mi cliente y...

-¿A qué hora sales? Esperaré. Así seremos solo dos desconocidos.

Emma mordió su labio, algo aturdida. Nunca le había sucedido algo así. Jamás de los jamases. Normalmente, cuando le pedían el número o le coqueteaban descaradamente, ella sabía manejar la situación con facilidad, sobre todo para obtener una buena propina. Pero esta vez, el simple hecho de dudar al rechazar un número la sorprendió. La mirada dominante del hombre la hizo vacilar al responder.

-Puedes decir que no si te incomoda -continuó él.

-No... no dije que no quisiera. Solo que mi turno termina en la noche.

-Ah.

-Sí, faltan bastantes horas. Mhm.

-¡Emma! -la llamó su jefe, apresurándola.

-Lo siento, debo volver.

-Ya veo -respondió él, formando una mueca en su rostro.

Emma escribió rápidamente en su libreta, arrancó una hoja y dobló el papel antes de extendérselo.

-Bueno, no es muy ético de mi parte... pero aquí está mi número.

El corazón de Emma latió a una velocidad vertiginosa al ver cómo en el rostro del hombre se extendía una leve sonrisa mientras miraba el papel. Ver esa expresión en su semblante, usualmente tan serio, era algo completamente impactante, y no pudo evitar que el rubor volviera a sus mejillas.

-Te llamaré, Emma -aseguró él, guardando el papel en el bolsillo de su saco y notando el nombre bordado en su uniforme de trabajo.

Durante las semanas siguientes, él fue casi todas las tardes al café, fiel a su palabra. Aunque solía llamarla, solo podían verse allí, lo cual hacía que Emma se levantara cada mañana con entusiasmo, ilusionada por ir a trabajar. Una calurosa noche, Emma salió al costado de la cafetería, decepcionada por no haberlo visto. Tenía el mal hábito de fumar cuando la ansiedad la dominaba, especialmente en ese tipo de situaciones.

-¿Me extrañabas? -la sorprendió de pronto una voz grave detrás de ella, provocando que se girara con una sonrisa.

-Pensé que no vendrías -murmuró aliviada al verlo allí, frente a ella, con una ligera sonrisa y esa camiseta negra que le quedaba ajustada. Sus ojos se desviaron por un momento hacia los tatuajes que cubrían sus brazos, observándolos con interés.

-Puedes tocarlos, si quieres -la invitó, apoyándose en la pared junto a ella sin romper el contacto visual. Absorta en esos brazos firmes, Emma dejó caer el cigarrillo, con la boca entreabierta. Sukuna sonrió con satisfacción y tomó su mano, guiándola suavemente hacia sus brazos.

-Ahora sí pareces un auténtico bad boy que va a romper mi corazón -comentó Emma con un tono juguetón.

-¿Te molestaría? -preguntó él, inclinándose levemente.

-Para nada, solo quería asegurarme.

Sukuna se acercó un poco más, acorralándola contra la pared al colocar ambos brazos a los lados de su cabeza. Sus labios apenas rozaron los de ella, mientras susurraba, casi inaudible:

-Me comería tu corazón... y cada parte de ti.

Emma apenas logró captar sus palabras, pero no pudo evitar sentir cómo le recorrían un estremecimiento. Entonces, con un toque de ironía, respondió:

-Bueno, no olvides tu café negro.

Fue en ese momento cuando ambos se fundieron en un beso. Aquel fue el primer contacto real entre ellos. Pero, más allá del beso, Emma sintió la necesidad voraz que Sukuna tenía hacia ella, algo que jamás había experimentado. La manera en la que presionaba su cuerpo contra el de ella, buscando su calor, cómo sus manos recorrían su abdomen por debajo de la camisa, cómo delineaba sus labios con la lengua y la miraba con hambre cuando, agitado, se separó por un instante.

Al principio, Emma pensó que tal vez había malinterpretado las señales, pero, al recordarlo, supo que esas señales habían estado allí desde el primer beso, cuando él mordió su labio con algo de violencia, dejando un pequeño rastro de sangre y sonriendo con satisfacción.

Un día, mientras regresaba tarde de la universidad, notó un camión de mudanza estacionado en la entrada del edificio. Apenas le prestó atención, abrumada por el sueño, y subió al ascensor sorprendentemente vacío.

-¡Emma! -la llamó alguien al salir del ascensor, y ella se sorprendió al verlo. Era Sukuna, con una caja entre las manos.

Emma se giró, y allí estaba él, de pie junto a la puerta contigua a la suya. Al ver su expresión, Emma sonrió y abrió los ojos con sorpresa.

-Mira... ahora seremos vecinos.

-Qué coincidencia -respondió ella, todavía asimilando la noticia.

Las semanas volaron y, con ellas, su relación avanzó rápidamente. A pesar de su carácter frío y distante con el mundo, Sukuna parecía reservar una ternura especial solo para ella. Si alguna vez no iba al café, se encargaba de enviarle flores. Cuando podía, la pasaba a buscar en su auto para acompañarla de regreso a su departamento, sin importarle que tuviera que irse luego a trabajar. Incluso, en ocasiones, cuando Emma lo dejaba entrar, él se ofrecía a cocinar para que ella pudiera descansar. Emma se sentía cada día más enamorada de ese hombre de cabello rosado.

Una mañana, mientras estaban en su departamento, Emma encendió la televisión, y las noticias comenzaron a sonar: "Esta mañana se ha encontrado a una de las víctimas desaparecidas desde...".

-Apaga eso -dijo Sukuna, sin interés, tumbándose sobre ella en el sofá. Rodeó su cintura con los brazos, y Emma dejó escapar una risita melodiosa mientras apagaba la televisión.

-¿Ah, sí? ¿Y cuál sería el humor de hoy? -preguntó ella en tono divertido.

-No separarte de mí ni un segundo -susurró contra su cuello, hundiendo su rostro en él y aspirando su perfume.

-Lo prometo -contestó Emma, riendo al sentir las cosquillas de su respiración en su piel.

Hasta ese momento, Emma creía firmemente que él podría ser "el indicado". Habían pasado dos meses desde que Sukuna le presentó a su hermano y Emma a sus padres. Salían juntos la mayor parte del tiempo, y la joven no deseaba despegarse ni un segundo de él, especialmente por las insistencias de Sukuna en mantenerse a su lado.

Sin embargo, la situación con los padres de Emma empeoró: su enfermedad avanzaba, lo que obligó a la castaña a pasar más tiempo en el hospital cuidándolos, desatendiendo la dedicación que antes le brindaba a Sukuna y perdiendo así la constante presencia de él en su vida.

-¿Qué haces aquí? -Emma se sorprendió al encontrar a Sukuna dentro de su casa un día, cocinando algo que olía deliciosamente bien.

No le asustaba verlo allí, ya que, con el tiempo, Emma había decidido darle una de las llaves de su casa a su novio, pero le resultaba extraño porque le había avisado que ese día volvería tarde, después de quedarse en la universidad una hora extra.

-Pensé que era hora de que descansaras un poco y pasáramos tiempo juntos. Preparé un poco de todo.

-Yo también debería tener una llave de tu departamento -propuso Emma-. Así estaríamos parejos.

-Ya te lo dije, Em. Aún es muy pronto... además, mi apartamento es un desastre.

-Sí, pero...

-Hablaremos de eso después. Ahora come.

Sukuna se apresuró a quitarle el abrigo y, con una mano en su espalda baja, la guió hacia la mesa de la cocina, donde varios platos apetitosos se presentaban, bellos a la vista.

Emma expulsó el aire con sorpresa.

-¡Definitivamente empezaré por ese curry! -se animó, sentándose mientras Sukuna la miraba con atención, disfrutando de verla degustar sus platos.

Esa fue la noche en la que las desgracias comenzaron a suceder. A la mañana siguiente, durmiendo junto a Sukuna, semidesnuda, un sonido la sobresaltó: era una llamada que le anunció, para su horror, que sus padres habían muerto en un accidente de auto.

Durante su primer duelo, en el funeral, en cada pésame de sus amigos y familiares, Sukuna estuvo allí, brindándole consuelo.

Cuando Emma se cerró al mundo y se sumió en su tristeza, Sukuna se mantuvo a su lado, cada hora, cada día, cada semana. Con el tiempo, la castaña se acostumbró tanto a su presencia que dejó de salir de su casa, de ver a sus amigas o a cualquiera que no fuera él.

Ese periodo de reclusión duró poco. Jenna, la hermana menor de Emma, quien había retomado contacto con ella tras la muerte de sus padres, la motivó a regresar a la universidad y a retomar su trabajo.

-Lo siento... debo irme.

-No me parece bien. La última vez que fuiste a la cafetería, unos tipos coquetearon contigo -Sukuna comenzó a irritarse, entre dientes.

-Necesito trabajar.

-¡Y yo te necesito a ti! ¿Por qué es tan difícil? Quédate aquí conmigo, siempre.

Emma rió y le dio un beso rápido.

-Te amaré con todo mi ser, pero tengo cuentas que pagar.

-Las puedo pagar yo.

-Debo hacerlo yo. Es mi departamento.

-Nuestro -corrigió él, tirando de su brazo para hacerla caer en sus piernas y abrazarla, impidiendo que se fuera.

Emma tuvo que esforzarse para decir que no. Finalmente, volvió a faltar al trabajo y a la universidad para quedarse con él. Sukuna salía a trabajar, pero no le permitía a Emma hacerlo ni ver a sus amigas.

A mediados del invierno, una terrible noticia llegó a Emma: su hermana menor, quien había sido su inspiración para recomponer su vida, había entrado en coma.

La noticia la dejó destrozada. Apenas podía levantarse de la cama para hacer tareas simples como cocinar, lavar los platos o cambiar las sábanas. Ahora estaba sola, sin familiares cercanos, pero tenía a Sukuna, quien permaneció a su lado durante toda esta nueva etapa de duelo.

-¿Qué son esos golpes al otro lado de la pared de tu departamento? -preguntó Emma, confundida, mientras ambos cenaban en su apartamento.

-Un amigo mío dijo que pasaría por la tarde y le dejé la llave... necesitaba una herramienta que solo yo tengo -explicó de inmediato.

-Oh -respondió Emma, retomando su comida.

"Las desapariciones en la zona aumentan, y el fenómeno alarma a quienes salen a cualquier hora del día. Las víctimas comparten ciertos rasgos: cabello castaño, un lunar en algún lugar de la espalda, hoyuelo en la mejilla derecha y ojos marrones. Hasta el momento, no hay pistas sobre el sospechoso, pero se cree que es alguien alto, con gran musculatura y tatuajes..."

Emma miró su tazón de sopa vacío, procesando la información. Las características encajaban con las suyas, y su mente comenzó a pensar.

-¿No fue raro cómo murieron mis padres? -preguntó de repente, acercándose a Sukuna en la cocina. Lo miró de espaldas: alto, musculoso, con tatuajes... ¿Se estaba volviendo paranoica?

-¿Por qué te cuestionas eso ahora? Ni tu madre, tu padre o Jenna podrían... -Sukuna se detuvo un segundo, dejando de lavar los platos.

-Jamás mencioné que Jenna era mi hermana menor -Emma se quedó inmóvil. Aunque llevaba mucho tiempo con Sukuna, nunca le había mencionado explícitamente el nombre, ni que era menor que ella. No porque no la amara, sino porque Jenna era la persona más cercana a ella, y solo la mencionaba cuando sentía que su relación era realmente segura.

-Estoy seguro de que alguno de tus padres lo dijo -Sukuna continuó lavando los platos como si nada.

-Ah, cierto -Emma sonrió, aliviada. Intentó despejar sus sospechas, convencida de que no había forma de que él fuera el culpable. Se sintió incluso mal por haber dudado de él, seguramente influenciada por las noticias sobre las desapariciones en la zona y la confusión que eso le provocaba, especialmente ahora que sabía que compartía rasgos con las víctimas.

Una llamada la sobresaltó, y Sukuna atendió de inmediato.

-Lo siento, Em. Tengo que irme. Hay una emergencia en la oficina con unos papeles... ¿Te quedarás aquí, verdad?

-¡Claro! -asintió ella con una sonrisa obediente-. ¿Volverás pronto?

-No lo creo. Tal vez en un par de horas. Pero pensaré en ti a cada segundo.

Emma disfrutó del beso que Sukuna le dio antes de salir apresuradamente, y después se tiró en el sillón, aburrida, volviendo a mirar la televisión. Unos minutos después, el timbre sonó, desconcertándola. Pensó que quizá Sukuna había regresado por algo que había olvidado.

Al abrir la puerta, se encontró con un hombre de cabello blanco y una vestimenta peculiar.

-Hola, Emma. Siento molestarte -lo reconoció de inmediato como el vecino del departamento junto al de Sukuna-. Solo quería saber si tu novio podía apagar esa interferencia que viene de su departamento. Suena como si fuera una tele encendida.

-Qué extraño... -sospechó Emma-. En cuanto llegue, le diré.

-Gracias, Emma.

Ella volvió al sillón, pero ahora no podía concentrarse. Desde el primer momento, le había llamado la atención la insistencia de Sukuna en mantener su departamento cerrado para ella, como si guardara un secreto. La curiosidad comenzó a invadirla, y con ella, un ligero escalofrío. Se sentía nerviosa, aunque no entendía del todo el porqué.

Finalmente, decidió hacer algo drástico. Salió a su balcón, que estaba casi pegado al de Sukuna. Pensó en lo que iba a hacer durante unos segundos, pero el impulso de saber más pudo más que su lógica, y, confiando en su instinto, cruzó al balcón de Sukuna. Sintió un breve vértigo, aunque el departamento no estaba en un piso demasiado alto.

Frente a las ventanas del balcón, deslizó una de las puertas para abrirla e ingresó. A medida que avanzaba, un aire frío y denso la envolvió. El silencio y la penumbra del lugar le generaban una inquietud creciente. No tenía ni idea de lo que podría encontrar, pero algo en su interior le advertía que tal vez estaba cometiendo un grave error.

-¿Dónde estará el interruptor? -se preguntó a sí misma, palpando la pared hasta que finalmente dio con el interruptor de luz.

Cuando la luz se encendió, Emma deseó no haber cruzado ese balcón jamás. El lugar no era lo que aparentaba desde afuera. Las paredes estaban cubiertas con lo que parecía ser una representación oscura y enfermiza de cómo ambos se habían conocido.

En cada rincón había detalles macabros: Sukuna había planeado cada encuentro, había estudiado sus horarios en la universidad, incluso parecía saber del accidente de sus padres. Había esquemas de sus salidas, sus rutinas... absolutamente todo estaba registrado. Documentos, notas, fotos de ella desparramadas por el suelo en un caos perturbador.

Emma se dejó caer de rodillas en el suelo frío, rodeada por esas imágenes de sí misma, que ahora parecían mirarla desde la distancia, juzgándola. Un revoltijo gigante se formó en su estómago mientras una idea aterradora se apoderaba de su mente: todo lo que creía casual o fruto del destino no había sido más que una cuidadosa trampa para mantenerla bajo el control de Sukuna.

-¿Qué? -murmuró, sintiendo cómo sus manos comenzaban a temblar. Su corazón pareció detenerse de golpe al escuchar que Sukuna regresaba al departamento para echar un vistazo. Emma sabía que no llegaría a tiempo a la ventana para escapar. Rápidamente, se lanzó detrás del sillón en el pequeño living, deseando lo mejor.

-Oh, Emma. Solo tenías que mantenerte lejos del departamento... ¿te lo dije? ¿Acaso no lo hice? -preguntó Sukuna, su voz suave, casi apenada, mientras daba los primeros pasos dentro del lugar, notando la presencia de alguien más allí-. ¡Te lo dije, Emma! -exclamó, alzando la voz con un tono lastimero y burlón-. Estabas a punto de ser mi elegida. El plato perfecto.

Emma se cubrió la boca con ambas manos, tratando de contener los sollozos que amenazaban con traicionarla.

-Pero, al parecer, ahora solo serás... ¡mi último postre!

Sukuna rió con satisfacción mientras se inclinaba sobre el sillón, viendo finalmente a Emma, quien intentaba ocultarse tras de este. Sin miramientos, la agarró de la coleta, tironeando de ella con brutalidad, lo que provocó que la joven comenzara a lloriquear. Con una facilidad escalofriante, la alzó y la arrojó contra el sillón, junto a unas sogas de un material que, a simple vista, se veía irrompible y tan áspero que prometía dolor.

Emma intentó escabullirse con todas sus fuerzas, pero fue inútil. El cuerpo de Sukuna la aprisionaba, presionándola contra el asiento mientras la ataba a una silla con precisión calculada, cada nudo más firme y opresivo que el anterior.

-Ay, Emma. En verdad, es una lástima -murmuró él, cargando un vaso con agua de su dispenser y acercándose frente a ella con una expresión fingidamente apenada-. Juro que lo que sentía por ti estaba a punto de convertirse en amor. Pero tuviste que descubrirlo todo, ¿no?

-¿Qué fue entonces? ¿Amor, obsesión, capricho? -respondió Emma con lágrimas en los ojos, sintiendo cómo la soga a su alrededor se volvía cada vez más sofocante.

-Un poco de las tres... siempre fuiste tan pulcra, tan brillante. Desde que te vi, fue un clic instantáneo.

Sukuna bebió un sorbo de agua mientras Emma sonreía ampliamente, con una chispa de malicia en los ojos.

-¿Sabes en dónde te faltaron cámaras, Sukunita? En mi armario -le dijo, con una sonrisa victoriosa.

-¿De qué hablas? -preguntó él, frunciendo el ceño mientras miraba el vaso en su mano, empezando a toser de inmediato.

-Oh, tranquilo. Solo le puse un poco de veneno, el mismo que usé para enfermar a mis padres. No te matará... solo hará que te sientas un poco... borracho.

-¿De qué hablas, Emma? -preguntó desesperado Sukuna, apretando su garganta mientras la fuerza comenzaba a abandonarlo. Sus ojos, que antes eran calculadores y despiadados, ahora reflejaban miedo. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que se desplomara, desmayado, frente a una Emma triunfante.

Pasaron alrededor de tres horas antes de que Sukuna despertara en su propio departamento. Ahora, era él quien estaba atado, atrapado en el papel de víctima.

-¿Qué se siente no ser el depredador? -se burló Emma, riendo mientras le arrojaba un vaso de agua normal para despabilarlo.

-Por favor... ¿por qué yo? -murmuró él, suplicante, sin rastros de su arrogancia anterior.

-Eras el ingrediente final que me faltaba para completar mi plato, Sukuna -respondió ella, relamiéndose con una sonrisa sádica-. Creí que sospecharías. Fue estratégico moverme a lugares cada vez más obvios para que pudieras notarme sin problemas, para que te fuera fácil vigilarme. El café frente a tu oficina era el lugar perfecto. El edificio donde tenías a ese amigo que vivía solo y deseaba mudarse pronto, justo a tiempo para que pudieras comprarlo junto al mío. Las desapariciones a tu alrededor, las noticias... El hecho de que envenené a mis padres poco a poco para que enfermaran y tú solo aceleraste el proceso en un "accidente de auto". Me ganaste en tiempo, debo admitirlo.

-No... tú no me conocías -aseguró él, incapaz de aceptar la verdad que Emma le estaba revelando. Ella se sentó sobre sus piernas, agarrando un puñado de su cabello con una agresividad calculada, forzándolo a mirarla directamente a los ojos.

-Eras mi plato perfecto... no podía dejar que nada se escapara de mi control. Pero ahora está bien. Ahora te tengo, solo para mí.

La sonrisa de Emma se volvió aún más siniestra mientras Sukuna, atrapado y derrotado, comprendía que ella había ganado su retorcido juego.


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muy feliz
Halloween 🎃.

by Tori 🤍.

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