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❖ 𝟐. 𝐄𝐥 𝐭𝐞𝐬𝐨𝐫𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐚𝐦𝐢𝐬𝐭𝐚𝐝

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𝐂𝐇𝐀𝐏𝐈𝐓𝐑𝐄 𝐃𝐄𝐔𝐗
𝐿𝑒 𝑡𝑟𝑒́𝑠𝑜𝑟 𝑑𝑒 𝑙'𝑎𝑚𝑖𝑡𝑖𝑒́
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📜 «𝄞» ¡Cuando veáis el símbolo de la
Clave de Sol
poned la música del vídeo!

—𝟐—

«𝄞» 𝐀𝐋 𝐏𝐀𝐒𝐀𝐑 𝐏𝐎𝐑 𝐋𝐎𝐒 𝐄𝐍𝐎𝐑𝐌𝐄𝐒 𝐏𝐀𝐒𝐈𝐋𝐋𝐎𝐒 𝐃𝐄𝐋 𝐏𝐀𝐋𝐀𝐂𝐈𝐎 sentí una energía interior que llenaba todo mi ser, podía ver la belleza que decoraba cada milímetro de cualquier estancia que rodeaba los muros de aquel Versalles hecho por los mismísimos dioses. Su arquitectura era perfecta, elegante y pura, muy adecuada al propio encanto de la corte, innumerables eran las figuras de mármoles que estaban consignadas en cada corredor honrando la memoria de los antepasados que habitaron por estos lares años atrás, por no hablar de los miles de cuadros que estaban puestos de manera muy meticulosa en las finas paredes, todos los miembros de la familia real de Francia estaban en ellos —herederos pasados al trono y los actuales hermanos, hijos de Ana de Austria, su propia madre y sus esposas—, el que más me llamó la atención fue el de Philippe con una espada depositada en la mano y razón no le faltaba, él deseaba luchar para proteger a los que más quería y por su país, por sus derechos. Aunque gran parte de la fama se la daban al rey Luis XIV, su hermano mayor, Philippe nunca quería conseguir su riquezas tampoco sus amantes, deseaba mantenerse al frente e ir a la guerra cuando por desgracias y desdichas era necesario y por supuesto que respetaran sus condiciones.

Las estancias reales estaban hechas con la misma arquitectura que los pasillos pero en ellas residían alcobas bien adornadas con telas finas así como sillones de terciopelo y espejos de todos los tamaños acompañados de muebles enormes y mesas llenas de joyas bañadas en oro.

Y yo como sirvienta necesitaba ir a los aposentos de Enriqueta —esposa de Philippe y duquesa de Orleans por matrimonio—, para saber si todo estaba bien y prepararla para el baño. Este trabajo a veces me desquiciaba pues casi siempre era lo mismo salvo en contadas ocasiones donde había fiestas en el palacio con el rey y no necesitaba compañía, ya bastante tenía con él y con su esposo que estaba siempre con Chevalier. Ella aceptaba la condición sexual de su marido cuando este estaba con distintos hombres, ya que realmente no lo amaba, era un matrimonio de conveniencia, muchas veces pensaba que su corazón le pertenecía al rey por las miradas que intercambiaban pero tampoco quería meterme en los asuntos ajenos.

Mi cabeza estaba en otra parte, en mi pasión dentro de estas paredes, en la herbolería, los remedios curanderos que esta hermosa ciencia podía hacer, desde una infección a un estado optimo en un ser humano, era la magia de los seres vivos, sin embargo, era una ciencia peligrosa pues muchas veces las mentes escépticas tachaban los experimentos milagrosos como acciones de brujería, propias del mismísimo diablo. Cuando el rey se enteró que me fascinaba esta rama y que era curandera en secreto, me advirtió de las repercusiones que podría tener pero sabía que no podía hacer nada malo, al fin y al cabo me conocía desde que había llegado aquí, siendo una niña, no obstante me dijo que lo dejara pero no le hice caso, muy típico de mí cuando lucho por mis sueños. Mi amiga Jacqueline controlaba una ciencia extremadamente curiosa, la medicina, pero las mujeres no podíamos cualificarnos en esta rama, teníamos el riesgo de ser ahorcadas, incluso quemadas en la hoguera sin razón aparente, aunque el rey la aceptó y de hecho, la admitió en futuros partos reales en la corte y para la admisión de consejos sobre la anatomía pero en cuanto a los remedios caseros no estaba familiarizada, ella había heredado la pasión de su padre Belmont, un fiel barón del rey al descubrir su fascinación por el desarrollo del cuerpo humano y de todas las incógnitas que este puede esconder.

Al perderme en mis propios pensamientos no me había dado cuenta de que estaba en la puerta de Enriqueta, me sabía cada parte del palacio incluso inconscientemente. Toqué en la fina y delicada madera del portón de la entrada y me abrió Juliette, acompañada de su hermana Jeanette y Madeleine. Las dos hermanas eran huérfanas y el rey las acogió en el palacio para servir a las damas de la misma corte, eran buenas muchachas y la confianza que teníamos era muy bella pues muchas veces nos escapábamos del hogar por las noches rumbo al bosque, a bañarnos por la noche en un precioso lago que residía en los vastos prados. Con ellas pude fomentar mi francés cuando llegué a esta tierra, recuerdo la de veces que les hacía señales con la mano porque no me enteraba de nada, siempre nos reímos al recordarlo por otra parte también les enseñe mi idioma natal, el español.

—¡Margarita! —exclamó Jeanette mientras me llevaba de la mano al interior de los aposentos de la dama, concretamente a un mueble que desfilaba en el fondo de la estancia—. Esta tarde habrá una muestra de algunos vestidos de encaje y he encontrado tantos...Son perfectos y bellos.

Yo me reí para no hacerla sentir mal, con una sonrisa a medias, triste, pues era tan inocente que a veces ni ella misma se daba cuenta que las muestras que ofrecía el rey era de manera privada y solo podían ir los de alta clase y no las sirvientas, me dolía decirle que los vestidos que estaban allí de Enriqueta nunca podrá ponérselos ella, nunca podrá desfilar con uno de ellos y sin embargo, ese era una de sus mayores sueños, no había llegado ni a la mayoría de edad.

—Juliette, debes de saber que estos vestidos son de la duquesa si les llegara a pasar algo podrían suceder muchos problemas. —Le intenté decir de manera suave para no herir sus sentimientos sin persuadirle de que nunca podrá ponerse uno, no al menos sin la autorización del rey.

—Ya lo sé pero me emociona la de cosas que tiene: las perlas, los diamantes, una tela hermosa cuyo tacto parece algodón en tus manos. —Después cogió el más elegante de todos y el que estaba observando desde que llegué a la estancia y efectivamente, era bello, un vestido blanco enorme con tejidos sedosos, coloridos y brillantes, acompañado de un corsé en la parte superior y formando una gran saya, en la zona inferior, una pieza de tejido bastante larga y cerrada cubriendo la cintura y los pies, llegando al suelo por lo que cuando se ponía cara al viento se formaban hermosas ondas; como si de las montañas vertiginosas en un valle medianamente plano se tratara, en la parte central de la cadera reposaba un diamante que podía valer una cifra incalculable más si lo rompía estaba claro que el precio sería mucho más elevado.

—Déjalo, Juliette, será lo mejor —continuó esta vez, su hermana Jeanette, la cual a pesar de tener unos cuantos meses de diferencia de edad, parecía mucho más madura. Aunque claro está, que la edad no es similitud de sabiduría pues muchas veces sorprendería la sapiencia que puede tener un niño respecto en la mente de algunos adultos.

Su hermana dejó el vestido tras esas palabras, algo desilusionada.

—No te preocupes, si ese es tu deseo, algún día lo conseguirás, brillarás como el sol tras alzarse en la gran ciudad, brillarás tanto como la Luna cuando hacemos nuestras escapadas por las noches en los grandes campos de palacio. —Necesitaba ayudarla, no podía verla triste aunque me sentía mal por darle falsas ilusiones, pero nunca se sabe, el destino nos puede sorprender de un día para otro.

—Ojalá...no sabes cuanto lo desearía, ¿por qué las damas de la corte tienen la suerte de llevar uno? ¿Por qué pueden ir a fiestas y divertirse? Nosotras somos mujeres, somos personas, nos lo merecemos también.

Razón no le faltaba.

—Como dijo Margarita, algún día. —Esta vez el turno fue para Madeleine, la cual tenía mi misma edad, una chica de familia pobre pero humilde, tuvo que venir para conseguir sustento necesario para alimentar a sus seres queridos, su padre estaba enfermo y no podía pagar los impuestos, su madre trabajaba infinidad de horas en el campo pero no era suficiente por lo que decidió venir por su propia cuenta a este lugar y por suerte ahora tiene un trabajo y poco a poco va levantado a su familia de la miseria que desgraciadamente abundaba en las ciudades. Era una chica vivaz, alegre y divertida por lo que se dirigió a Juliette y la dirigió al espejo mientras las dos miraban sus propios rostros.

—Esta hermosa mujer brillará en el futuro, irá a un desfile con un enorme traje blanco y será la mirada de todos, conquistará a los chicos de la corte que desearán bailar con ella sin ningún pestañeo. —Madeleine no paraba de mirarla y la otra por su parte miraba su cara y sonreía, imaginándoselo.

—Porque Madeleine y yo planificamos un plan, mañana el rey hará una fiesta por la noche, acudirán todos los de la corte y durante todo este año nos hemos preparado para que esto sea inolvidable. —Jeanette tras ver la mirada complice de Madeleine decidió hablar sin tapujos.

Yo la miré confusa, ¿qué estaban planeando?

—¿De qué estáis hablando chicas?

Ellas sonrieron.

—Ya hemos terminado aquí, vamos a nuestra estancia —continuó Jeanette dirigiéndose a la puerta, yo la detuve.

—¿Adónde vas? ¿Y la señora Enriqueta?

Me contestó primero poniéndome los ojos en blanco.

—Está todo limpio, te has entretenido tanto con Philippe que has llegado tarde, muy raro en ti..., el caso es que no creo que venga así que ¿qué vamos a hacer aquí mientras ella está en los aposentos del rey?

—Haciendo vete tú a saber... —farfulló Madeleine.

Que cotillas eran...

—No deberíais de meteros en asuntos reales, si Enriqueta no quiere estar con Philippe y prefiere estar con su hermano es problema de ella, no vuestro —continúe.

—Claro, déjame adivinar, a Philippe le gusta mucho los hombres y para las mujeres solo se fija en ti —afirmó Jeanette— y la verdad no hacéis mala pareja, si te convirtieras en su amante, cosa que seguro ya eres, en algún futuro podrías ser duquesa... —soltó, divertida, finalmente lo que deseaba tiempo decir.

—Sí, claro, quitando la parte en la que me tiran piedras por ser una sirvienta cuya mera presencia ha hecho que Philippe renuncie a su esposa... —pausé— Y no, no soy su amante.

—Pero deseas serlo, lo deseas a él —Juliette puso sus manos con las mías—. He visto como lo miras y como te mira él a ti, al cuerno el matrimonio no deseado, el amor que sienten vosotros dos si es verdadero y cuya mera presencia es distinta a la de un amor producto de la política como lo son Enriqueta y él.

—Es difícil, podrían odiarlo para siempre, por estar con una sirvienta más si me  quedara prendada de él, eso sería una pesadilla para la corte real. Muchos lo repudian por estar enamorado de un hombre imagínate si saben que también desea a una sirvienta...Eso sería imperdonable a ojos de la realeza.

Me costó decirlo pero era la realidad que sostenía todo. Por eso siempre me apartaba de Philippe cuando se acercaba a mi, por eso me aguantaba las ganas de abrazarlo, para que no se enamorara de mi, no quería que tuviera problemas, no más de lo que tiene ahora, a veces para querer a alguien tienes que hacerle daño injustamente y sin razón aparente ante sus ojos cuando la respuesta a todo ello era para protegerlo.

Después de eso, las tres me miraron con tristeza, no tenían palabras para decirme, para expresar que tenía razón pero para animar la situación, Jeanette cogió de la mano a su hermana y Madeleine de la mía, Juliette no paraba de estar emocionada por aquel secreto que guardaban las dos amigas y cabe destacar que yo estaba muy entusiasmada pero al mismo tiempo me invadía un sentimiento de inseguridad pues a veces se les ocurría cosas muy alocadas y dejar el lugar de Enriqueta sin que ella apareciera me dejó peor pero seguramente yacía con el rey —lo normal—, por lo que no me preocupe mucho por ella.

𝐀𝐋 𝐋𝐋𝐄𝐆𝐀𝐑 𝐀 𝐍𝐔𝐄𝐒𝐓𝐑𝐀 𝐏𝐄𝐐𝐔𝐄𝐍̃𝐀 𝐄𝐒𝐓𝐀𝐍𝐂𝐈𝐀, con pocos objetos y muebles en ella —simplemente unas cuantas camas y unas pequeñas ventanas donde entraba la luz del sol matutino y el resplandor de la luna al anochecer—, en la parte más lejana de nuestro hogar había un pequeño mueble para poner nuestra ropa y cuando Madeleine y Jeanette la abrieron me llevé una grata sorpresa, no estaba depositado en ella los típicos ropajes de sirvienta, tampoco unos zapatos gastados ni unas escobas para limpiar, había cuatro humildes pero hermosos vestidos y los que se usaban para la danza clásica cuyo nombre también se le conoce como el Ballet. Esta bella arte nos encantó desde que el rey le surgió la necesidad de la profesionalización, dando un toque elegante en las fiestas de palacio.

El caso es que la mayoría bailaban con las parejas, dándose la mano y casi nunca le dieron la oportunidad de brillar con este hermosa danza, nosotras en nuestras escapadas la practicábamos, en el campo nocturno, mientras estábamos libres, donde no había presión política, simplemente a la luz de la luna, nuestra máxima aliada, nuestro sustento en las noches oscuras, así que llevábamos tiempo en ello, fijándonos a veces en algunos hombres que lo danzaban en algunos desfiles pues los principales bailarines eran varones y no las mujeres con sus pesados vestidos.

Pues bien, tenía la sensación de que querían brillar en la fiesta que había organizado la aristocracia para esta noche, ¿pero cómo habían conseguido estas vestimentas tan ligeras y perfectas con tanta presteza? Leyéndome los ojos, Madeleine y Jeanette me explicaron que Jacqueline tras salir victoriosa como matrona en un nacimiento de María Teresa de Austria, la esposa del rey, esta le regaló unos preciosos maillots y unas pequeñas sayas independientes. Todo era de un blanco celestial recordando a las nubes del cielo en una tarde anubada. Realmente no sabíamos si estábamos a la altura de dicho portento pues muy pocos bailarines aficionados tenían el gran privilegio de obtener una muestra exacta de movimientos profesionales tales como los que poseen compositores y maestros de la danza.

Hay que destacar que durante estos años la fama de estas artes han avanzado pues en 1661 se estableció en Francia la Académie Royale de Danse por lo que en gran medida los primeros bailarines se capacitaron allí y gracias a esto el baile pudo trasladarse desde la corte a muchos teatros públicos y de ahí a que hayamos aprendido suficiente al verlo pues no eran pocos los espectáculos que se formaban.

En sí, se podía decir que era para los aristócratas, al menos al principio pero ¿por qué no formar parte de ello? ¿Por que no formar parte del sueño de Juliette? Estaba claro que podía suponer un peligro interrumpir de la nada en una fiesta propuesta por el rey pero unas cuatro sirvientas deseaban tener el voto de palabra, el voto de ser alguien más en aquel sitio, ¿y qué mejor manera que enseñando una de nuestras mayores aficiones? Curandera, muy pocas veces podía permitírmelo, los únicos que lo sabían eran mis amigas, Philippe y su hermano, por el mero hecho de que si la sociedad lo sabía podían tacharme como bruja, por eso el padre de Jacqueline estaba preocupado por ella por sus conocimientos avanzados de anatomía pero ¿danzar? ¿Nos mirarían con malos ojos? Al fin y al cabo tanto hombres como mujeres asistían al baile y de ser así, ¿por qué deberían observarnos a nosotras de entre tanto gentío? Tantas preguntas llenaban mi cabeza...Pero nuevamente, Madeleine, que tan bien me conocía irrumpió mis pensamientos.

—¡Deja de dar vueltas a la cabeza y ponte la vestimenta! Da gracias a Jacqueline que pensó en nosotras y le pidió cuatro.

—¿Ella no viene? —le pregunté.

—No, sabes que a ella le gusta más pasar sus ratos pegada a estudiar toda la anatomía humana, demasiado involucrada en ello como para venir a bailar en una corte llena de muchas personas pertenecientes a la aristocracia. —Estas últimas palabras las deletreó pausadamente.

Era entendible viniendo de Jacqueline, era una muchacha bastante honrada y estudiosa.

Yo afirmé y luego nos colocamos la vestimenta, Juliette cuando se lo puso empezó a gritar de la emoción.

—¡Me encanta! ¡Es fabuloso!

—¿¡Quieres hacer que nos descubran!? —le pregunté irónicamente por lo bajo.

—Pero es que es...¡Increíble! Mira que hermosura, ¡mirad su tela!

—¡Shh! —exclamamos las tres.

Juliette obedeció, después nos pusimos a caminar por la estancia y a dar vueltas y vueltas por los alrededores de nuestro hogar, nos soltamos el pelo pues siempre lo teníamos recogido, yo muchas veces llevaba un lazo rojo que me había regalado Madeleine y ella, por su parte también llevaba uno igual, un símbolo próspero e inigualable de lo que significaba nuestra amistad.

Nos lo pasamos genial. Sin duda, inolvidable pero desgraciadamente se hacía tarde y tenía que maquillar a Philippe, el cual ya tendría que estar libre o eso esperaba...para que esté listo para la muestra privada de los vestidos de encaje.

Otra de mis pasiones era maquillarlo, ¡le encantaba y yo no me quejaba!
También accedí a maquillar a mis amigas para esa gran noche que poco a poco se acercaba, esperaba que fuera inolvidable y no por la catástrofe sino por la elegancia que podía residir en nuestras acciones, algo precipitadas pero formaba parte de un voto donde residía en los derechos a las sirvientas de ser quienes seamos y no solo para vestir y servir a la nobleza, ellas estaban asustadas pero emocionadas y sabíamos que este cambio, esta decisión tendría que empezar ahora, ya lo teníamos todo preparado, decidimos usar lazos para mejorar la elegancia en nuestros movimientos, sin duda, un gran invento y soltar nuestro pelo libremente entre la muchedumbre. Pero para eso, primero tenía que preparar a Philippe, ¡tendría que estar esperándome y no quería llegar tarde!

🤍¡Hola bellxs¡ Espero que os haya gustado este capítulo, he querido llenarlo de cultura, poniendo así, algo de historia de la danza en Francia y su surgimiento lo más exacto posible por lo que si veis algo que realmente no era como lo describí, agradecería que me lo dijerais, en los próximos capítulos se hablará de la vestimenta, los bailes y las fiestas que se solían hacer en esa época ¡Y la mini revolución a sentirse libres de nuestras queridas Margarita, Juliette, Madeleine y Jeanette!
[Cualquier errata de ortografía por favor, consultármelo]🤍

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