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02


Elizabeth miraba la ventana de la habitación, apreciando la luz tenue que se dejaba ver, indicando el amanecer.

La mujer de cabellera negra ya se hubiera levantado de la cama al ver los primeros rayos de luz, pero los brazos que la abrazaban se lo impedían. Y por más que Eliza quisiera, no se trataba de Alexander.

El hombre recostado a su lado era nadie más ni nadie menos que Thomas Jefferson-Randolph. El rival político de su marido era quien la tenía aprisionada en sus brazos, era el mismo con el rostro oculto en el hueco de su cuello y hombro, durmiendo profunda y placidamente luego de una noche acalorada entre los dos.

Sus prendas de ropa estaban esparcidas por la habitación, los zapatos de Thomas estaban fuera de la habitación, y seguramente Alexander debió haberlo notado (O lo haría en algún momento si es que se dignaba a salir de su oficina tan temprano) pero eso era lo de menos para Eliza.

Después de la publicación del panfleto Reynolds y ser como el ojo del huracán por varios días, Thomas apareció en la casa, alegando que su visita era por motivos políticos. Allí, Eliza vio la oportunidad perfecta para obtener venganza de su marido por haberla engañado, y exponer esa infidelidad al mundo.

Luego de invitarlo a beber algunas copas de vino, terminaron allí, teniendo intimidad en la gran cama de la habitación (menos mal Eliza había desterrado a su marido a su oficina el resto de sus días, sino hubiera sido incómodo cometer adulterío en otro lado de la casa), y luego de aquel acto, Eliza no se sintió muy bien consigo misma, pero tampoco muy mal.

Si Angélica se enteraba estaría decepcionada, aunque por la mente de Eliza no dejaba de cruzar la idea de que Alexander se lo merecía. Seguramente la noticia le dañaría el ego, y quizás sería capaz de escribir otro panleto al respecto.

Eliza sonrió con tristeza ante esto último. Si las cosas fueran distintas...

—Buenos días, señorita Schuyler..— Murmuró un recién levantado Thomas, que apenas se percataba de en donde estaba.

Eliza se ruborizó al sentir las manos del político acariciar su desnuda cintura.

—Buen día, señor Jefferson—

Thomas dio un breve suspiro, dando cortos besos en el hombro de Elizabeth.

—Fue una velada agradable la de anoche— Comentó galante, tomando algunos mechones del cabello ajeno, jugueteando con los mismos.

Eliza no era tan ingenua para saber porqué Thomas no parecía arrepentido para nada por lo que hicieron, era obvio que Thomas buscaba dañar y perjudicar a Alexander dentro y fuera de un ambito político, por lo tanto, no le importaría acostarse con su propia esposa con tal de verlo mal.

—Lo fue...— Contestó una distante Eliza, evitando la mirada del virginiano.

Jefferson no podría estar mejor, esa aventura se añadía a su "Lista de cosas con las cuales joder a Hamilton (políticamente hablando, o no)", se sentiría bien el pider escupirle a Alexander que había estado con su esposa en la cama donde antes dormía, disfrutando de su calor, su olor y sus caricias. Ya quería ver su cara cuando lo supiera.

Aunque otro de los motivos por los que Thomas no se negó a aquel engaño, era porque varios rasgos le recordaban a su difunto amor; Martha. Su cabello negro y esas facciones tan delicadas le eran similares.

Desde que ella falleció, Thomas no había estado con nadie más, y en el momento del 'desliz' sus necesidades salieron a relucir.

Jefferson se encontró besando los labios de Eliza lentamente sin pensarlo mucho, tomandola de la mejilla para más comodidad. Entonces, segundos después se apartó y se levantó de la cama para buscar su ropa y vestirse.

—Disculpe que no pueda quedarme a hacerle compañía más tiempo, Elizabeth— Habló Thomas mientras tomaba su camisa y saco del suelo —Pero el trabajo me llama, espero que lo entienda—

Eliza tomó asiento sobre la cama, mirando como el virginiano se vestía, su espalda ancha, su piel morena, su cabello rizado y su complexión adecuada. No podía negar que era atractivo a pesar de tener más años que Alexander.

—Lo sé— Respondió con calma.

—Debo admitir, que no esperaba que fuera a querer tomar venganza de Hamilton— Habló Thomas nuevamente, colocandose los pantalones —Pero ha sido un placer compartir una velada con usted, señorita—

Eliza le sonrió con pena, pensando que la actitud maliciosa de hombres como Thomas eran un gran inconveniente. Si ese aspecto cambiara, estaría más interesada en el.

—No haga mucho ruido al salir, señor Jefferson— Pidió Eliza, quitandose las sabanas de encima para proceder a levantarse y vestirse.

Un ya preparado Thomas Jefferson la tomó de la cintura suavemente, dejando castos besos en su cuello.

—No me molestaría repetir la ocasión— Admitió sonriente —No dude en buscarme cuando guste, Elizabeth—

Eliza se ruborizó, intentando ignorar lo bien que se sentía el tacto del mayor sobre su cuerpo tan de repente, además de la vergüenza que empezaba a sentir.

—H-hasta pronto, señor Jefferson..—

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