8
Hola amores, me he fijado que en este capitulo estoy pasando de primera a tercera persona sin darme cuenta. Es muy difícil cambiarlo todo, por lo que lo dejaré así, espero no incomode a nadie.
Ha ocurrido esto porque pensé en cambiarlo todo a tercera persona de ahora en adelante, pero he empezado en primera y luego he pasado a tercera sin darme cuenta. Disculpa.
Me desperté a las tres de la mañana, estaba segura de que ya no podría dormir más. Abrí los ojos y me encontré con un Berlín sentado en el escritorio abriendo el estuche en donde estaban sus medicamentos. Me levanté y él no se fijó en que me acerqué hasta que cogí yo por él el estuche y la aguja.
—Deberías seguir durmiendo. — murmuró, pero sabía que aunque no quiera yo le iba a inyectar el medicamento.
—Tu hermano me ha despertado hace dos horas. — hablé mientras abría un bote e introducía la aguja para extraer el medicamento. — Era cuestión de tiempo que me despertara el otro.
Pude verlo sonreír y me extendió la mano con el puño cerrado, le miré a la cara unos instantes antes de inyectarle entre los dos nudillos del corazón y el índice. Al acabar guardé las cosas y escondí el estuche de nuevo, no quería que nadie se enterara de su enfermedad.
—¿Sabías... — empecé y apoyé mis codos en mis rodillas sin quitarle la vista de sus ojos marrones. — ... que había conseguido un tratamiento para tu enfermedad?
—No hay ninguna solución a esto Kioto. — habló Berlín levantándose de sopetón y caminando por el despacho. No le gustaba la idea de tener esperanzas.
—Sabes que con dinero todo se consigue. — me removí incómoda y saqué las dos pistolas para ponerlas en la mesa despreocupada, no era ninguna amenaza, solo me molestaban. —Y yo tengo de sobra.
—¿A sí? —se acercó a mi y colocó sus manos en los reposa brazos de mi silla para acercarse más a mi rostro. — ¿Donde lo has conseguido, a ver?
—¿Te acuerdas el viaje de negocios? — él asintió. Después de dos meses de casados, encontré un contacto que me aseguraba tener la cura para su enfermedad, no pude evitar viajar hasta allí para poder conseguirla y darle una sorpresa. Pero al final, la sorpresa me la llevé yo. — Me fui a Australia. Allí había un doctor retirado que afirmaba tener la cura, me mostró todas las pruebas que tenía y uno de cada diez personas que tomaron la cura murieron. Eran muy buenos números.
—¿Tenías una cura para mí?— Berlín seguía con la vista fija en los ojos de Kioto, está no apartaba su vista y al estar tan cerca era casi imposible. — ¿Por qué no me lo dijiste?
—Era una sorpresa. Íbamos a cumplir dos meses de casados y quería darte algo significativo. — murmuró ella algo deprimida. —Cuando volví... Bueno, ya sabes lo que me encontré.
A Berlín se le borró la pequeña sonrisa que tenía. Era cierto que le había sido infiel a Kioto, pero el problema fue porque había visto unos días antes unos emails que se mandaba con un hombre, a la vista de Berlín esos emails eran guarros y sugerentes por ello pensó que el viaje fue para conocer a su amante. Berlín pensó que le estaba siendo infiel, nunca se arrepintió de haberlo echo, pero ahora que le había abierto los ojos se arrepentía.
El hombre nunca le contó el porqué de su infidelidad, ella tampoco lo dejó explicarse porque lo echó a patadas de su casa a toda prisa. En esos tiempos Berlín pensaba que había echo lo correcto, ahora no estaba tan seguro.
—Tú...— habló separándose de ella y estirando la espalda para ver un punto fijo. — ...tenías una cura para mi.
Se separó de él, no iba a decir nada más. Ella no tenía la intención de hablar sobre la cura que aún conservaba, tampoco lo había mencionado. Salió de allí sin que Berlín se diera cuenta, él estaba muy concentrado en sus propios pensamientos como para darse cuenta de que Kioto había salido por la puerta para reunirse con Nairobi.
Se fue a primera hora de la mañana a por una café en la sala de móviles, allí se encontraba Helsinki y Tokio. Si mal no recordaba, la guardia era para Denver y Oslo así que tenía unas horas de margen para desayunar.
Tokio le dio unas oreos que había por los cajones y le dio su chocolate blanco para el café, tuvo que alzar una ceja cuando le dio todo eso. Se notaba que Tokio se había fijado mucho en ella para saber lo que se echaba en el café, porque literalmente, Tokio estaba hablando distraída con Helsinki sin darse cuenta de que le estaba preparando el café a Kioto. Ella empezó a contar las cucharadas que le echaba la peli corto a su café y cuando vio que le echaba sus dos cucharadas sonrió para sus adentros.
Kioto se acercó con la silla de ruedas al teléfono rojo que empezó a sonar, loa garró y saludo como siempre.
—¡Profesor!— se le dificultó hablar al tener una oreo en la boca, pero al tragarla sonrió. —¿Cómo estas?
—Luego hablamos, tenemos cosas pendientes. — suspiró por la otra línea. — Pásame con Helsinki.
Aún en la silla le extendió el teléfono al hombre, esté lo miró extraño y se lo colocó en la oreja. Kioto no estuvo atenta, pero Tokio si, estuvo escuchando todo e indicando las cosas que no entendía a Helsinki. Kioto, por su parte, estuvo comiendo tranquila y mirando por la ventana los movimientos de los policías, se había aprendido todos los turnos y posiciones de cada uno por aburrimiento.
Kioto se fue de allí a mitad de la conversación, no le interesaba nada sobre el Ibiza, al fin y al cabo ella solo se había subido una vez y ya tienen su cara por lo que le es indiferente. La chica caminó por el piso de arriba hasta acordarse de que había unas mujeres medicadas en el despacho de Arturo, así que se encaminó hacía allí.
Abrió la puerta percatándose del hombre que había fumando en un sillón. Lo miró de arriba a abajo y le arrancó el cigarro de la boca, lo rompió en dos y lo tiró a la basura.
—Para empezar. — se acercó a él y le quitó de igual forma el mechero. — No puedes fumar, complica tu situación. —le señaló con el dedo, Kioto estaba bastante enfadada.—Y en segundo lugar, estas mujeres de aquí no pueden oler esto ¿sabes? Ya tienen suficiente.
—Señorita Kioto...— la mencionada se giró hacía una mujer que estaba temblando en su sito. — El señor nos ha dicho que ha matado a alguien... ¿Es eso cierto?
Bufé y supo que Berlín había ido allí para contarle sus penas a unas mujeres que tal vez tengan más problemas que él. Kioto miró de reojo a Berlín y supo que tenía que decir la verdad, aunque el plan entre sus compañeros se rompiera.
—No ha muerto nadie. —escuchó a Berlín reírse en voz baja y ahora le habló a él. — No ha muerto nadie, yo misma curé la herida de bala de la víctima. — Berlín fijó la vista en los ojos de Kioto y supo en ese mismo instante que estaba diciendo la verdad. La sonrisa se le cayó de golpe. — Ocultamos el secreto mis compañeros y yo para que no haya más incidentes, creímos que la culpa carcomería al causante y por ello no habría más víctimas.
El hombre se levantó despacio, los cuerpos de los dos ahora estaban muy cerca y podían sentir la respiración del otro. Kioto escuchaba perfectamente los latidos acelerados de Berlín al escuchar lo que había dicho.
—¿Me habéis ocultado información? ¿A mí? — preguntó él sin despegar la mirada de Kioto.
—Si, el Profesor me permitió coger el mando de la situación. — respondió indiferente. — Recuerda que la enfermera al mando soy yo, si no quiero decir información de algún herido, no lo hago.
Berlín asintió despacio y se fue del lugar sin volver a mirar a Kioto, ella sabía que se había enfadado por pasar por encima de él. Se giró hacía una adolescente que estaba inquieta, se acercó a ella y se agachó para estar a la altura de su rostro.
—Silvia ¿Estás teniendo un ataque de ansiedad?— ya iban dos en menos de siete horas, y ella aún no había tenido el suyo, lo consideraba un gran avance.
—No, solo está inquieta, se le pasará. — la mujer a su lado habló por ella y eso cabreó a Kioto.
—No sé como te llamas, y me la pela. — habló sin apartar la mirada de SIlvia. — Le he preguntado a ella, soy quién os protege y debo saber si estas bien.
Silvia negó con la cabeza, dando a entender de que se encontraba mal. Salió del despacho con ella a su lado y le dijo a Oslo de que cuidara a las mujeres en su ausencia. Kioto llevó a la adolescente al baño y allí ella hizo todo lo demás, la secuestradora estaba de pie en el baño viendo todo lo que hacía, ya que ella quería darle su privacidad.
Silvia volvió sana y salva al despacho, estaba más animada ya que le dio comida extra y también les dio a las demás algo de agua. Al llegar a la sala de móviles empezó con otra parte del plan, le había dicho Río minutos antes que el Profesor quería que filtrara una conversación que había grabado con la inspectora al cargo del atraco, por ello ella estaba en esos momentos, junto a Río, mandando a todas las cadenas de televisión, radio y periódico la conversación.
Kioto y Río la habían escuchado para saber que mandar exactamente, por ello sabían que era algo muy gordo que le caería a la inspectora como un balde de agua fría.
Cuando bajó con lo rehenes, pudo ver como estaban viendo la televisión al mando de Berlín, que estaba comiéndose una de las manzanas de Kioto. Al ver eso se enfadó más con él, por si fuera poco a Kioto solo le gustan las manzanas verdes ácidas, y había traído solo para ella. Cualquier otra fruta le provocaba diarrea o dolores de estómago.
Helsinki apareció a su lado antes de ir a reclamar a Berlín por su manzana, pero eso no hizo nada para que Berlín se acercara a ellos al verlos juntos.
—Arturo tener caurenta. —habló el serbio mirando a Kioto, esté cambió su mirada a Berlín cuando se puso con ellos.
—¿Tiene cuarenta de fiebre? Joder.— se quedó mirando al suelo pensativa, entonces se le ocurrió la sulución. Agarró el bolígrafo que sabía que Berlín llevaba en su bolsillo y escribió en la mano de Helsinki un medicamento. —Tienes que darle dos de estas en cada comida, aparte ponle un trapo húmedo en la frente. ¿No se le ha infectado, verdad?
El serbio negó con la cabeza y Kioto lo dejó irse indicando donde estaba el medicamento para el hombre. Al terminar miró con rabia como Berlín tiraba a una bolsa de basura el corazón de la manzana tan tranquilo, después se fue del lugar sin voltear a mirarla. Él también estaba enfadado.
Kioto se giró para mirar desde lo alto de las escaleras a los rehenes, está empezó a bajar lentamente las escaleras sonriendo en dirección a Tokio y Nairobi, que al verla bajar subieron las escaleras para ponerse detrás suyo.
—¡Polluelos! —llamó la atención Kioto con una gran sonrisa. —Quiero comunicaros que el atraco va viento en popa, a este ritmo terminaremos antes de lo previsto. — lo celebró un poco con un pequeño baile que hizo reír a las mujeres que estaban a su espalda. — ¡Esto no habría sido posible sin el señor Torres!
Kioto señaló al hombre que había trabajado con él hace unas horas, le había parecido un hombre muy amable y que guardaba bastante la calma a pesar de las consecuencias. El señor Torres tuvo una conversación muy divertida en opinión de Kioto, estuvieron hablando de todo y nada y parecía que se conocían de siempre. Por ello, el hombre sonrió al escuchar su nombre en los labios de Kioto, todos tenían claro que entre todos los atacantes, ella era la mejor. ¿Y como no? Si su trabajo era transmitir confianza en los rehenes, para ello había estudiado psicología.
Kioto tenía más de un don, aparte de poder resolver problemas sin siquiera despeinarse y escuchar hasta como se caía una aguja, ella podía leer a las personas. Al estudiar psicología podía leer a las personas con solo mantener una pequeña charla, también era una persona muy observadora por lo que con una mirada podía saber muchas cosas de ti.
—Don Francisco Torres. — habló en alto Kioto haciendo sonreír a Nairobi, le encantaba que el plan vaya tan bien. Al menos la parte del plan de que Kioto fuera la única en la que confiaran los rehenes, lo pudo comprobar al ver la sonrisa de todos. —Este señor lleva imprimiendo billetes 27 años. — se acercó a él y lo abrazó por los hombros. — Y hoy a batido su propio récord, porque después de cuarenta horas... ha imprimido... Di cuanto, dilo. — incitó.
—¡331 millones de euros!— el señor Torres lo gritó y celebró con sus compañeros de trabajo, el hombre no se podía quejar mucho, había trabajado codo con codo con una de sus actrices favoritas, porque ¿se me olvido mencionar que Kioto se tomó muy enserio la frase de Barbie?
—¡Por ello tendréis todos mil euros asegurados por el señor Torres!— al gritar lo último los rehenes empezaron a celebrar y Nairobi, junto a Kioto, se acercaron a ella.
—¿Cómo? No recuerdo eso en el plan. —mencionó Nairobi, no estaba enfadada, solo sorprendida.
—Amor, ¿como vas a regalar mil euros a sesenta y siete rehenes?— habló ahora Tokio haciéndose notar. —¿Con cuanto nos quedamos?
—Pues unos docientos...— Nairobi empezó a contar con los dedos, pero Kioto se le adelantó
—Trescientos treinta millones novecientos treinta y tres. — Kioto bajó los dedos de Nairobi al ponerla nerviosa que los utilizara para algo tan simple como la resta. —No se los daré de nuestro dinero, les daré del mio. Necesito gastar el dinero en algo.
Todos tenían claro que con Kioto no necesitarían una calculadora, pero eso no indicaba que les asombrara de igual manera. Nairobi asintió, no le importaba que le quitaran unos cuantos billetes cuando iba a fabricar más.
—Si, bueno, no me parece justo, pero ¿por qué?— volvió a hablar Tokio, a ella no le gustaba nada la idea de quitarle dinero a Kioto y mucho menos regalarlo como si nada.
—Llevamos cuarenta horas Bihotza. — Tokio se removió incómoda al escucharla decir eso. Era corazón en euskera, su idioma materno, solo se lo dijo una vez y era la forma en la que la llamaba su madre, por ello no le gustaba decírselo a Tokio, pero solía escaparse de sus labios. —Odio reconocerlo, pero se empezaran a revolucionar de un momento a otro. Les doy mil ahora y mil cuando se revolucionen, dos mil cuando salgan. Mejor trato no veo.
Kioto lanzó una mirada discreta arriba de los balcones al ver movimiento, y no pudo evitar sonreír. Aunque le haya contado su más profundo secreto, le daba igual que lo contara o que se burlaba, quién tenía la pistola era ella.
—Esperen, esperen— alzó las manos para que se tranquilizaban, ya que seguían con gritos y sonrisas. Al hacerlo ella habló. — Darle un fuerte aplauso a ¡Don Arturo! ¡El hombre que ha salido de peligro hace tan solo unas horas!
Empezó a aplaudir y Nairobi se encogió de hombros al ver que estaban aplaudiendo al mayor subnormal del atraco, aunque era discutible.
Kioto estaba junto a Río repartiendo las bolsas de plástico con el aseo personal, Río decía los nombres y los repartía mientras Kioto las guiaba al baño y se quedaba en la puerta a esperar. Tuvo que irse unos segundos con Helsinki para preguntar por Arturo y cómo le sentaron los medicamentos, después de la charla volvió al baño en donde encontró una escena algo comprometedora.
—Eh... ¿Tokio?— la mencionada se giró asustada al escuchar la voz de la chica, Kioto la estaba mirando asombrada. Había encontrado a Tokio y Alison dándose un morreo, uno con lengua.
—Puedo explicarlo.
—¿Te mola la chica esta?— no dejó que hablara y ella se adelantó, negó con decepción y dio media vuelta para irse.
Kioto no estaba celosa para nada, solo le decepcionaba saber el porqué hizo eso. Sabía que Río se había acercado mucho a Alison, aunque le haya advertido de ellos Río seguía hablando con ella como si fueran amigos de siempre. Tokio solo se lió con Alison para ver si podía dar celos a su hombre, o al menos para advertir a Alison de que no se acerque a él.
Minutos después Nairobi entró corriendo al despacho de Berlín, asustando al hombre. Nairobi tenía una mirada aterradora y Berlín se preocupó de sobremanera al verla así.
—¿Qué sucede Nairobi?— preguntó el hombre levantándose de su asiento y acercándose a ella.
—Kioto... Ella...— no pudo completar la frase cuando Berlín empujo a Nairobi y salió corriendo sin saber a donde ir.
Berlín empezó a correr por los pasillos de la fábrica, hasta que escuchó el sonido lejano de una televisión y fue hacía allí. Al entrar a la sala en donde estaba la tele encendida, pudo ver en ella una foto de Kioto y la típica mujer reportera hablar de ella.
—Kiro Laia Aramburu II es la única hija del famoso mafioso Joseba Aramburu, ex-líder de la famosa mafia Vasca Aramburu. La conoceréis cómo Kiro García, quién actuó en más de seis películas y dos series cómo protagonista, cantante en sus tiempos libes y al parecer también le gusta la venta de menores en el extranjero. Con su primer nombre y apellido de soltera de su madre, ha conseguido engañarnos a todos detrás de una pantalla.
Se ha informado de parte de los policías que Laia trafica con mujeres y fue encarcelada durante tres años, pero fue liberada por colaboración con la policía. También se afirma que esta mujer es parte de la mitad de los clubs clandestinos, tanto de lucha ilegal o prostitución con mujeres, también obligadas...—
Berlín dejó de escuchar cuando escuchó un sollozo en la esquina, no se había percatado de que Kioto estaba en la esquina de la habitación echa un ovillo escuchando todo lo que decían. El hombre se acercó con prisas a ella y se agachó a su altura para poder secar sus lágrimas.
—He difamado a la inspectora y ella ha hecho lo mismo conmigo.— la chica murmuró pero fue escuchada por Berlín.
—No es culpa tuya.
—Todos mis amigos, contactos, familia... Todos ellos van ha escuchar esto. —volvió a hablar ella sin quitar la vista de la pantalla. Daba igual que Berlín limpiara una y otra vez las lágrimas de Kioto, estas se seguían derramando sin ningún control y no podía dejar de temblar.
Berlín notó el movimiento brusco de sus manos y con un buen golpe dejó que la pantalla se cayera y se desconectara del todo, alzó a Kioto al estilo nupcial y se la llevó de allí. La chcia se aferró con fuerza al cuelo de Berlín aún con sus lloros, este al final la dejó posada en su regazo, tumbada completamente en el sofá de la sala de móviles. Después de entrar Berlín había cerrado la puerta con pestillo para que nadie molestara.
Ninguno de los dos dijo nada en las horas que estuvieron allí, solo se abrazaron y Berlín intentaba que respirara Kioto al notar venir su ataque. Le contó varios de sus robos y viajes para distraerla y que no se centrara nada más que en su voz y el constante latido de su corazón.
También contó que hace algún tiempo fue al Pais Vasco y aprendió algo de euskera, al escucharle decir palabras en muy mal acento y mal dichas se río con ganas, provocando que Berlín se sintiera completo una vez más.
Hasta aquí el cap de hoy, espero que seáis conscientes de que va a venir lo más triste, porque sí, voy a hacer el siguiente cap lleno de cosas tristes, ya es hora digo yo.
La gente que me sigue en tik tok ya tiene varios spoilers, también han pedido exclusivas del padre de Kioto/Laia, por lo que en el siguiente cap también habrá un poco del tema (o en los siguientes, aún no lo he decidido)
TIKTOK: its.yaayi
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