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LUNES, 21:00H

83 HORAS DE ATRACO

Kioto se dirigía a la sala de móviles con una sonrisa. En general su vuelta había sido una alegría para todos, incluso para los rehenes. Abrió la puerta sonriendo al encontrarse con Nairobi, Denver y Helsinki. Saludó con la mano a los tres, pero su sonrisa cayó al instante en el que vio al hombre sangrando encima de la mesa. 

Berlín se encontraba desmayado encima de la mesa y Helsinki estaba intentando levantarle para ponerlo en el sofá. Todos pararon de golpe al ver a la chica entrar por la puerta, incluso Nairobi que estaba hablando con el Profesor paró para centrarse en la chica. 

—Una sola razón para no mataros a los tres ahora mismo. — murmuró ella acercándose a ellos, pero ni siquiera los miró. Colocó dos dedos en el cuello de Berlín buscando su pulso, al encontrarlo soltó un largo suspiro de alivio. —Una.

—¡Dijiste que tomarías el control!— Kioto se sorprendió al escuchar el grito de Denver, se giró en su dirección y lo miró con cara de póker. Su mirada solo hacía que Denver se enfadara más. —¡Y vemos a este inepto hablando con el Profesor cómo un líder! ¡Tú tenías que ponerte al mando ¡Tú...!

Kioto levantó una mano y Denver se calló de golpe. Fue como si se diera cuenta de a quien le estaba gritando con ese simple gesto. El chico se asustó tanto de la reacción que pudiera tener Kioto que se alejó dos pasos de ella. 

—No me grites, soy de todo menos sorda. — pronunció ella con voz graves, se había enfadado. — Había convencido a Berlín de relevarme el puesto, pero me dijo que quería contárselo al Profesor personalmente. 

Nairobi tragó saliva mientras extendía la mano junto al teléfono rojo con el Profesor al otro lado. Kioto le hizo gestos a Helsinki para levantar a su amado y ponerlo en el sofá, también fueron a ayudar todos los demás presentes al no querer estar cerca de la rabia de la castaña. 

—Profesor. 

—Laia. —pronunció él. —¿Qué acaba de pasar? 

—Berlín no está en condiciones de seguir adelante. — habló ella viendo cómo lo colocaban en el sofá. — Nadie lo esta realmente. Tokio ha jugado a la ruleta rusa con Berlín mientras estaba atado a una silla. Luego intentó entregarla y en su lugar fui yo. —le señaló a Nairobi el maletín de primeros auxilios y ella corrió a por el. — Mis compañeros quieren que tome el mando. 

—¿Eso quieres?

—¿Yo? — se encogió de hombros mientras miraba a la cámara. — Sabes que sí, creo que soy la más adecuada para ello. Soy una de las pocas que aún no han perdido la cabeza. —miró a los que tenía a su alrededor con enfado. — Solo estaré al mando hasta que Berlín se encuentre en mejores condiciones. 

Aún con las quejas que tuvo de sus compañeros, Kioto no se iba a echar atrás. Quién estaba al mando desde un principio era Berlín, ella solo aceptaría el puesto temporalmente. El Profesor aceptó con rapidez y Kioto colgó para después mirar a sus compañeros. 

—Os quiero fuera de aquí. — espetó ella. — Cada uno a su labor, yo me encargo de Berlín. 





Después de curar a Berlín, quien ahora estaba con Helsinki, se fue a los despachos en donde los rehenes deberían de estar llenando sacos con dinero. Acompañó a Nairobi y Denver cuando los vio con unos rehenes y les abrió la puerta para que entraran a un despacho.

—Bien, necesito que empecéis a embolsar los billetes con mayor rapidez. — pronunció Kioto mientras sonreía a los rehenes. 

Pudo escuchar una pequeña pelea entre Denver y Arturo, ella solo pudo rodar los ojos e irse, no sin antes escuchar a Denver decirles que quien estaba a mando ahora era ella. La chica entró a un despacho, justo en donde estaban Helsinki y Berlín.

—Hola bonito — tarareó Kioto al entrar al despacho junto a Nairobi y Denver. —Supongo que ya sabrás que te he robado el puesto temporalmente. 

—Algo he escuchado. 

—Bien. — Kioto se acercó a la herida de Berlín y vio el vendaje que le había mandado a hacer a Helsinki. — Espero que te comportes mientras este al mando. No queremos otro incidente. 

—Por supuesto. — Kioto pudo notar que se estaba burlando un poco de ella. Supuso que era por las drogas que le había administrado para que no le doliera la herida. — Acepto tu golpe de estado Kioto. Hasta puedo llegar a decir que me siento excitado con servir a una mujer, quien es una diosa. 

—Pues más te vale rezarle a esta diosa. — habló Denver. — Hemos decidido que si no te comportas no te daremos de tu tan preciada morfina. 

Berlín buscó la mirada de Kioto, está solo se encogió de hombros. Había tenido que acceder para que sus compañeros confiaran en ella. Giró la vista a Nairobi. 

—Intenta acelerar el proceso de impresión. —Nairobi asintió y llamó al Señor Torres con un megáfono. —Bien, iré a ver a los demás rehenes. 

Kioto salió del despacho en el momento en donde aparecía Torres, se saludaron y ella siguió su camino. Escuchó una puerta cerrándose, fue muy silencioso pero ella pudo escucharlo. Se dio la vuelta y dirigió su mirada al despacho de armas. No vio nada extraño, pero de igual manera decidió entrar. 

Miró alrededor para ver si encontraba algo fuera de lugar y lo hizo. El saco de armas falsas estaba abierto, y solo se tocaba ese saco cuando los rehenes las necesitaban. Giró la vista a la puerta cuando en Señor Torres entró. 

—Buenas, señorita Kioto. — saludó él mientras se acercaba al escritorio, y al igual que ella , se fijó en el saco abierto de las armas falsas. —Vengo a por unos papeles para Nairobi. 

—Claro, tranquilo. — alzó un dedo a sus labios indicándole al rehén silencio, esté asintió e hizo que la puerta se abriera y cerrara, así pensaría que se había ido. 

Torres se acercó por delante del escritorio y vio a Arturo, estuvo hablando con él junto a amenazas de parte de Arturo. Kioto estaba escuchando todo dentro del despacho, mientras el Señor Torres hacía lo que fuera para que le diga el plan. 

Junto a Torres se fue del despacho y se escondió para ver cómo Arturo salía del despacho arrastrándose como una serpiente. Intentó no reírse y se fue del pasillo para ir a hablar con el Profesor. 




—Veamos. —Kioto miró a todos sus compañeros en la sala y sonrió. —El Profesor a activado el plan Camerún. Entrará una periodista para que todo el mundo vea como liberamos a los rehenes del sótano. 

Aplaudió feliz y miró a cada uno de ellos. 

—Me gustaría ser yo quien haga la entrevista. — volvió a hablar ella. — La última vez que salí en televisión fue arrestada y estaría bien que mis socios me vean en perfectas condiciones. 

Nadie objetó nada y Kioto les sonrió a todos para después agarrar el kit de primeros auxilios en donde tenían el tratamiento de Mónica. 

—Por cierto. — se giró hacía sus compañeros antes de irse. — He visto a Arturito llevarse un arma falsa, nos la jugarán a alguno de nosotros. 

Señaló a cada uno de ellos, pero se quedó más tiempo en donde Denver. Allí entendieron porque ella era la que iba con los medicamentos de Mónica y no Denver.

Kioto caminó por los anchos pasillos hasta abrir la puerta en donde estaban varios rehenes junto a Arturo y Mónica. 

—Oye rubia. — la llamó con cariño la chica, la mujer alzó la mirada con sorpresa. — Te toca la cura. 

Mónica miró con nerviosismo a Arturo y después a ella. Kioto sonrió a sus adentros al darse cuenta que gracias al cambio de ella por Denver, todo el plan de ellos se estaba desmoronando. Sabía que querían darle un cambiazo a Denver, pero no a Kioto, y no es porque sea más lista que los demás, era porque ella nunca llevaba armas a la vista. 

—Pero siempre era Denver quien me curaba. — murmuró Mónica con algo de miedo, la chica lo podía ver en su mirada. 

—Bueno, tu caballero no volverá a curarte, guapa. —se encogió de hombros. — Hemos visto que, tal vez, te sientas más segura con una mujer y alguien que sabe lo que hace. 

—Pues ella no quiere. —Arturo, como no, saliendo a hablar. 

—Bueno, Arturo, igual te meto un rifle por el culo para buscar tu en qué momento pregunté por tu opinión. 

Mónica no tuvo más remedio que irse mirando al director de la fábrica de reojo, pero Kioto no podía estar más orgullosa. La llevó a un despacho aparte y se quitó la parte de arriba del mono junto a su pistola, la cual era falsa. 

La rubia le pidió que se diera la vuelta mientras se desvestía, ella no dudo en hacerlo con una sonrisa. Pudo escuchar el momento del cambiazo y al final curó a Mónica. Le dio unas pastillas para el dolor y le pidió a Helsinki que la mandara con los demás. 

No quedaría mucho tiempo para cuando ellos quieran utilizar su as bajo la manga, pero todos los atracadores estaban listos y contentos del plan de Kioto. No era tan difícil, solo tendrían que hacer creer a los rehenes que ellos tenían el poder. 


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