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17


—Oye Berlín, explícame eso...—Kioto entró al despacho de Berlín personal, en donde tenía su propio teléfono rojo al igual que ella. — ...de la rehén. 

El problema era que estaba vacío y no era normal. Empezó a mirar por todas partes intentando encontrar la razón por la que él no estaría allí, ya que su instinto se lo pedía. Vio la pistola de Berlín encima de la mesa sin el seguro puesto, osea que tuvo la intención de disparar a alguien. Miró a su alrededor y vio que la silla estaba en una extraña postura, lo que indicaba que había sido arrastrada bruscamente. 

Maldijo por lo bajo y se fue corriendo del despacho, pasó por el suyo propio y por segunda vez agarró su propio fusil preparada para todo. Pasó por la fábrica y miró a Nairobi en cuanto hicieron contacto visual.

—¡Nairobi! ¡Conmigo!—La morena fue corriendo al encuentro de la menor y frunció el ceño al verla armada y enfadada. Preguntó con la mirada. —Berlín no está por ningún lado, y se de alguien que le tiene mucha manía. 

—He visto a Tokio irse antes al baño. —contestó ella también confundida por todo lo sucedido. Al final Kioto tenía razón, quién más jodía el plan era la peli corto. —Ven, vamos. 

Kioto estiró la espalda y se fueron trotando al baño, Nairobi paró de golpe y golpeó la puerta para después gritar para saber que sucedía allí dentro. Nairobi, aparte de la mejor amiga de Kioto, era la persona del grupo que más quería que el plan saliera a la perfección, por ello le disgustaba las jodidas desviaciones que estaba teniendo Tokio. 

—¡Estamos jugando a la ruleta rusa, Nairobi! 

Kioto escuchó la voz de Berlín alto y claro, sin mencionar que no llevaba los audífonos, por lo que notaba las respiraciones aceleradas del otro lado, los pasos y los suspiros que hacían allí dentro. Kioto se alejó un pasó y le pegó una fuerte patada a la puerta, no logró mucho, pero puedo escuchar cómo un clavo se caía. Tenían la puerta cerrada desde dentro con tablas de madera. 

—¡No lo intentes Nairobi! —pudo escuchar como gritaba Tokio desde el otro lado— No conseguirás nada con patadas. 

—No fue Nairobi. — se atrevió a hablar Kioto. 

Está notó el cambió de respiración que tuvieron todos allí dentro, y es que, tenían que admitir, que Kioto daba muchísimo miedo cuando se enfadaba. Río pensó en que deberían haber meditado todo eso antes de hacerlo, no quería tener la furia de Kioto encima suya. Tokio también tenía miedo, pero ella también estaba enfadada. Tal vez todo eso que le hacía a Berlín, en el fondo de su mente, sabía que era por Kioto, porque ella no quería dejarle para estar con ella. 

Kioto miró a Nairobi y está se encogió de hombros sin saber que hacer. La chica bajó su mono y se enrolló las mangas a la cintura para poder moverse mejor, fue entonces cuando volvió con una fuerte patada a la puerta y escuchó una maldición. Menos mal que sus piernas eran fuertes, si no seguramente se esté lamentando de las patadas, pero Kioto estaba tan furiosa que no reparaba en el temblor de la pierna.

—Abre Tokio, no quieras que yo entre. 

—¿O qué? ¡Eh! — pudo retroceder a tiempo cuando Tokio dio una patada desde dentro a la puerta. — ¡Dices que yo jodo el plan! ¡Pero tú estas aquí por diversión!— Kioto suspiró y rodó los ojos al ver que la mujer ya estaba enfadada. — ¡Tú! ¡Qué lo único importante en tu puta vida de mierda fue nacer rica! ¡No tienes nada más!

—Tokio, tía, no sabes de lo que hablas. — habló tranquila Kioto. —Vamos, abre. 

—¡No!— gritó más alto. Kioto se tapó un oído y Nairobi la miró preocupada. —Eres una desagradecida, manipuladora y egocéntrica cría de mierda.

—¿Te recuerdo que quisiste volver con esta cría? — se burló la chica al escucharla. 

—¡Por qué te crees el centro del universo! ¡Quieres estar en la mente de todo el mundo! ¡Solo caes bien por tu dinero y fama! ¡Y encima te crees que puedes salvarnos a todos! —Tokio se estaba alterando tanto que dio varios golpes a la puerta. — No pudiste ni salvar a tu puto padre de mierda, así que no intentes salvarnos a nosotros. 

Todo se quedó en silencio. Kioto incluso había vuelto a viajar a su pasado escuchando los gritos y lamentos de su padre. Nunca debió confiar en Tokio, nunca le tuvo que decir su pasado y su amor hacía Berlín. Desconectó de su mente cuando volvió a escuchar el arma, lo que daba a entender que Tokio seguía adelante con la ruleta rusa. 

—No debiste decir eso. —Berlín ni se molestó en cerrar los ojos cuando apretó el gatillo. — Es su punto de explosión. —Tokio se encogió de hombros y volvió a cargar el arma para seguir insistiendo, pero Berlín volvió a hablar. Conocía muy bien a su chica como para saber lo que haría a continuación. — Si no recuerdo mal, Kioto tiene muy buen oído. 

Tokio se confundió al principio y se giró hacía la puerta justo cuando sonó un disparo. Desde el otro lado, Kioto hacía apuntado con su fusil a un punto específico en donde sabía que estaría el hombro de Tokio. Nairobi no se opuso a nada cuando ella misma levantó el arma para poder entrar, pero vino Moscú levantando la mano para que pararan. 

—¿Puedo intentarlo?— Kioto asintió, al parecer Moscú se dio cuenta de que su hijo estaba allí dentro conspirando en contra de sus líderes. El mayor problema era que sin ellos no sabrían escapar, ya que eran los que sabían la mayoría de los planes de memoria. Moscú aporreó la puerta. —¡Hijo! Sal de ahí, te estas metiendo en un marrón muy gordo. 

—Si le haces hablar. — habló Kioto agarrando su fusil más fuerte. — Sabré donde está y lo puedo herir, tu decides Moscú. A las buenas o a las malas. 

—Espero que a las buenas. —el hombre volvió a tocar. — Hijo, Tokio estará herida, ya sabemos quien es la única que puede curarla. Abre, porfavor.

—¡No! Ya se ha ido todo a la mierda. ¿Qué más da?— se escuchó la voz de Denver y Kioto le indicó de que estaba muy cerca de la puerta. 

—Olvídate del Estocolmo ese. No podremos saberlo sin un experto. — Kioto alzó la ceja ofendida y él se disculpó con la mirada. —Porfavor... No la jodas. 

—¿Salimos ya?

Kioto escuchó la conversación y se la comunicó a sus compañeros que no podían oír nada. Les explicó que Tokio, aún estando herida, se negaba a salir y por los ruidos podía jurar qu eseguía apuntando a Berlín con la pistola. De repente, Kioto escuchó algo que la hizo bajar el arma poco a poco, sus compañeros la miraron pero ella se lanzó a la puerta.

—¡Berlín! ¡Tu puta madre, Berlín!— Kioto se alteró al escucharle provocar a Tokio para que le disparara, añadiendo que había arruinado él mismo su relación con ella y que era un enfermo terminal. — ¡Berlín, para ya!

El hombre estaba escuchando a Kioto, y cómo no hacerlo, si estaba gritando muy fuerte mientras aporreaba la puerta. Berlín nunca había temido a la muerta, era algo a que ya tenía superado al saber de su enfermedad, pero cuando conoció a Laia todo cambió. 

Kioto le hizo ver otra parte de la vida, le hizo disfrutar de los pequeños detalles de la vida que para él siempre fueron insignificantes. Por ello, sintió verdadero terror al pensar en una vida sin ella, al saber lo que su chica sufriría sabiendo que no pudo hacer nada al igual que con su padre. Pero si era la única manera de parar a Tokio, haciéndola hablar, lo haría. 

—Tokio, escucha. — Kioto habló por lo alto y supo que la escuchaba cuando todos quedaron en silencio. — Berlín y yo somos los únicos que sabemos salir de este lugar vivos, si lo matas, yo no hablaré. —no escuchó nada del otro lado, por lo que decidió ir con otra estrategia. — Tokio, preciosa, estas herida. No sabes cómo curarte la herida de bala, y menos sacártela sin dañar tendones o músculos y tiene el riesgo de que se te vaya a los pulmones. 

Kioto estaba improvisando sobre la marcha y sabía que ninguno de los allí presentes sabían más de medicina que ella, por lo que siempre la creían en ese caso. Pero tardaron en contestar y Kioto se enfureció, agarró un mueble pesado que se encontraba en el pasillo y con gran fuerza le dio a la puerta derribándola en el acto. 

Kioto dejó su fusil atrás y sin ninguna arma en mano se acercó a Tokio, que ya la estaba apuntando con el arma. La chica agarró la pistola y la colocó en su corazón. 

—Venga. — instó ella. —Si eres tan valiente para decir esas burradas, lo eres para pegarme un tiro. 

Kioto sabía que la chica no lo haría, y es que había estudiado sus acciones durante un tiempo y sabía a ciencia cierta que Tokio la amaba. Sentía algo por Río, si, pero era más como un cariño que no sabía interpretar. Pero con Kioto sentía mariposas, se sentía segura y amada, hasta ahora. Sintió un miedo terrible al ver el arma en su pecho, al ver que ella podría ser la causante de que su amada saliera sin vida de ese atraco. Tokio la había cagado, y con lágrimas en los ojos bajó el arma. 

—¿Estas bien? 

Kioto corrió a desatar a Berlín, le agarró la cara con las dos manos y empezó a girarla viendo si tenía heridas graves. El hombre agarró de la misma manera el rostro de la chica y con una sola mirada supo que estaba bien, la chica suspiró al verlo sano y salvo, pero tenía claro que los responsables lo pagarían. Aunque aún no supiera cómo. 



Kioto bajó las escaleras estirando sus brazos, había tomado una siesta que le había sentado de lujo. Ahora tenía que buscar a Tokio para encerrarla y pensar en su castigo, también tendría que comunicarse con el Profesor para ello. La chica escuchó la voz de Berlín y bajó más deprisa al saber que todos los rehenes estaban trabajando, por lo que no debería de haber nadie allí y menos enfrente de la puerta. 

Al escuchar la puerta que les separaba de la policía abrirse corrió como nunca para saber lo que sucedía. Entonces se encontró con una Tokio atada a una mesa y a un Berlín emocionado por tirarla. Kioto tampoco es que pensara mucho en sus acciones, por lo que se detuvo enfrente de la mesa justo antes de pasar la puerta. 

—¿Qué piensas que haces?— preguntó Berlín debajo de la máscara. —Aparta, los dos sabemos que necesita un castigo. 

—¿Y entregarla es una buen castigo? — cuestionó ella. —Si yo no hubiera hecho ¿me entregarías?

—¿Qué? No, claro que no, no pienses eso. — Berlín se enderezó y dejó de empujar la mesa, no podía dejar de pensar que todos los francotiradores la estaban apuntando a ella en ese instante. — Entiendo que le tengas cariño y eso, pero tiene que aprender la lección. Aparta.

—¡Por eso venía yo! — Kioto apoyó las manos en la mesa para que no se fuera a ningún lado. —Berlín, sabes que esto está mal. Incluso para ti. 

La chica pudo ver en la postura que lo estaba convenciendo poco a poco, iba a seguir hablando pero no pudo. Al parecer Tokio tenía un as bajo la manga, y había estado en toda la conversación cortándose las cintas para liberarse. ¿El problema? Cuando intentó quitarse las de las piernas y salir de esa mesa con un giró brusco, se llevó a Kioto por delante. Tokio había dado una patada al estómago de Kioto, ella no se dio cuenta y no pudo reaccionar por lo que se cayó para atrás. 

Pudo ver la mirada de alarma de Tokio y la postura defensiva que tuvo Berlín al verla tan alejada de la puerta. Pero el mayor problema era que si no reaccionaba rápido, podrían dispararla, así que con disimulo agarró su reloj inteligente y ordenó cerrar las puertas con él. Berlín empezó a correr gritándole a Helsinki que parara el cierre y a Tokio haciendo lo mismo, solo que ella se fue a los controles. Cuando la puerta se cerró del todo, ella se giró hacía todos los policías que la apuntaban. 

Bajó las escaleras con cuidado sin levantar las manos, se negaba a caer tan bajo como para levantar las manos ante la policía. Bajó despacio tal y como le indicaba la mayoría de los policías y con mucho cuidado. Kioto solo pudo pensar en que se había metido en la boca del lobo. ¿O ellos habían encontrado al lobo?




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