16
80 HORAS DE ATRACO
El plan máscara no era más que un indicador para Kioto. Solo era para decir que él estaba bien, que los policías encontraron la finca y él seguía a salvo. Por ello, Kioto le dio luz verde a Nairobi para ir más ligera.
Nairobi estaba animando a los rehenes, felices por el millón que algún día llegará a sus casas, cuando Kioto le indicó que la policía no molestaría por varias horas. Pasaron los minutos en donde Kioto estuvo ayudando a embolsar los billetes para que Helsinki y Río se los llevaran, pero tuvo que volver a la sala de móviles cuando la llamada del Profesor se iba a hacer presente.
Abrió la puerta y se encontró con la mayoría de sus compañeros esperando alrededor del teléfono rojo. Lo que más le extrañó a la chica fue ver a Berlí n mirando el reloj de su muñeca con algo de preocupación.
—Ya debería haber llamado. —habló Moscú mirando a la chica cerrar la puerta y sentar en el sofá despreocupada.
—Todavía falta un minuto para las seis. — respondió Berlín sin apartar la vista de su reloj.
—Pues dadas las circunstancias...— Moscú agarró el teléfono y le dio al botón que llamaba directamente al Profesor. — Ya sabes por donde me voy a pasar tu puñetera puntualidad británica.
Kioto soltó una carcajada que fue silenciada cuando vio como todos los de la sala se giraban a mirarla. La chica se encogió en su lugar, avergonzada por su propia acción sin pensar en que todos estaban nerviosos por la falta del Profesor.
Tokio pasó por enfrente de Kioto para estar más cerca de Moscú y así ver si el Profesor contestaba. Kioto empezó a toser cuando la chica pasó, ya que estaba fumando y ella odiaba el olor. Tokio se dio cuenta y apagó el cigarro mientras movía el humo para que no le llegara a Kioto, algo que ella agradeció con una sonrisa.
—Tercera llamada sin respuesta. — Kioto no se preocupo del asunto y bostezó. — Eso son dieciocho horas sin noticias del Profesor. Ya sabemos lo que significa eso.
—Aún falta una llamada Moscú, no te preocupes. —las palabras de Kioto intentaban animar un poco el ambiente, pero no causo ninguna emoción el el hombre.
—Kioto tiene razón. —la chica sonrió orgullosa de que alguien este de su lado, y más siendo Berlín. —Aún falta una llamada, a las doce. De momento seguiremos imprimiendo con normalidad y cavando tranquilamente. Yo me tomaré un descanso.
El hombre había agarrado dos copas junto a una botella de vino para irse a su despacho, tenía la intención de pasar el tiempo con Kioto. Berlín se giró para hacerle una señal y que le siguiera, pero la chica no le dirigió la mirada al tener aún la imagen de él con Ariadna.
—¿Estas de coña?—Kioto giró la vista para ver a Tokio enfadada con Berlín al ver que él estaba de lo más tranquilo. El hombre soltó un suspiro y se giró a verla. —¿Con el marrón que tenemos ahora tu te vas a follar?
—Tokio, porfavor.
—Eso Berlín. — Kioto se levantó para ahora ponerse al lado de Tokio y apoyarla. —¿Te vas a follar con la rehén ahora?
—Me voy. — Berlín no quiso hablar cuando se metió Kioto en la conversación, ya que no quería que enfadarse y hablarle mal. Se giró para irse, pero otra voz le interrumpió.
—Hijo de la gran puta.
—Otra. — Berlín rodó los ojos.
—¿En serio te estas follando a una rehén? ¿A quién? ¿A la pobre esa?
—Se llama Ariadna. — dijo Berlín.
—Ah, que la defiendes. — Kioto salió a hablar de nuevo fulminando al hombre con la mirada.
—Pues si. — la chica, que había avanzado dos pasos, se paralizó cuando Berlín soltó esas dos simples palabras. Estaba defendiendo a esa mujer. — Cuando Ariadna llegó, sentí una conexión con ella que no puedo negar.
—¿Qué?— el susurro de Kioto solo provocó que Berlín la mirara serio.
La chica tenía lágrimas no derramadas en los ojos. Berlín estaba haciendo lo que menos quería, que era proteger a la chica para que los demás no la atacaran. Hace varios meses, en Toledo, escuchó como varios de sus compañeros hablaban sobre su acercamiento con Kioto y que era demasiado joven. Insultaron la relación sin saber que era cierta, pero él se negaba a confirmarla para que ella no sufriera esas burlas de sus compañeros. Ya que, aunque Kioto no lo admita nunca, amaba a sus compañeros.
—No hay nada más rastrero en esta vida que follarse a una rehén.
Kioto asintió a las palabras de Nairobi y se sentó en una silla para apoyar su cabeza en una de sus manos. No habían pasado ni dos horas desde que tuvieron un encuentro sexual y Berlín ya había deshecho todas las esperanzas de Kioto.
—Bueno, no creo que haya nada de malo en follarse a una rehén ¿no?
La chica levantó la mirada para ver a Denver nervioso hablando. Se colocó una mano en la boca sorprendida y abrió los ojos.
—¿Te estas follando a Mónica?— preguntó ella misma y al no recibir respuesta se frotó los ojos con las manos al estar frustrada. — ¿Sabes que seguramente sea el síndrome de Estocolmo, verdad?
—Que dices.— se defendió. — No sé que sea eso, pero la salvé, me abrazo y besó. Allí había amor.
Berlín soltó un oww que hizo que varios hicieran los mismo que Kioto, frotarse la cara de la frustración.
—¡Pero que tonto eres!— habló Nairobi apoyándose en la mesa con las dos manos. — Seguro que tiene el síndrome que te ha dicho Kioto y no sabes ni lo que es.
—Pues no Nairobi, no sé lo que es. — se encogió de hombros intentando defenderse. — Pero si tiene un síndrome o una enfermedad ya lo superaremos juntos, digo yo.
—Madre mía.— Kioto miró a Denver con el ceño fruncido, no había cosa que más le molestara que los hombres ignorantes que no veían la realidad. —¡Tú le estas provocando el síndrome, idiota! El síndrome de Estocolmo es cuando una rehén siente algo por su secuestrador. La chica está cagada y su mente ha reaccionado así para poder sobrevivir.
—Pero...yo...
—Denver, amor, no es amor. Al menos no de su parte. — habló Kioto más tranquila. —Mónica tiene miedo, y para sentirse más segura su mente ha creado sentimientos por ti.
—Vale ya ¿no?— salió a defender su padre. — Aquí ninguno es un premio Nobel, de deberíamos de dejar de echarnos mierda. Estamos en una situación crítica.
—Aún no. — volvió a hablar Kioto estirando su espalda. — Lo estaremos cuando el Profesor no llamé en seis horas.
—Y activaremos el plan Chernóbil.
Kioto se golpeó la frente cuando Berlín soltó sobre el plan secreto para salir de allí en caso de emergencia extrema. Sergio del obligó a prometer que no hablarían de el con ningún compañero, a menos que sea el momento de activarlo.
—Tú eres idiota. —murmuró Kioto saliendo de la sala para dejar que toda la mierda le cayera solo a él.
—¿Qué haces aquí?
Kioto entró al baño más apartado que había para poder hacer sus necesidades sin molestias, pero ya había alguien allí. Estaba sentada en el retrete con las piernas apoyadas en su barbila y encogida.
—Oh, solo pensaba. —Tokio se encogió de hombros para que su compañera no se preocupara, pero era algo difícil para Kioto si se trataba de ella.
—¿En qué?— curioseó la chica agachándose de rodillas para poder estar a la altura de Tokio. Apoyó sus manos en las rodillas de la contraria para poder mantener el equilibrio y Tokio no pudo evitar sentir un escalofrío.
—¿Tú sabías sobre el plan ese, no? —habló susurrando Tokio, la chica no se molestó en mentir y asintió. —Todos nos hemos dado cuenta de que el Profesor y tú sois cercanos.
Kioto solo se encogió de hombros despreocupada. No le interesaba que los demás supieran de ella, ya sabían su nombre por las noticias y sabían quien era ella en realidad y, de momento, nadie se lo echó en cara ni le mencionó nada al respecto.
Pero Tokio se había interesado más en la vida de la chica luego de saber quien era. Le interesaba todo de ella, y con esos pensamientos en mente bajó los ojos a sus labios. Kioto miró unos segundos una extraña puerta en la pared, estaba dibujada con un rotulador blanco y estaba algo borrada, cómo si llevaba allí un tiempo. Cuando volvió la vista a la chica para seguir con las preguntas, Tokio se abalanzó para besarla.
Consiguió su cometido y sus lenguas se entrelazaron cuando Tokio agarró el pelo de la contraria para atraerla hacía sí, pero no logró mucho más cuando Kioto se separó.
—Tokio...— habló con pena. —Tokio estas con Río, y yo amo a otra persona.
—¿Qué? No, no quiero estar con Río si te puedo tener a ti.
La mayor se levantó del retrete para enfrentarse a su amante y está se levantó del suelo con pena al ver su cara. Se la veía decepcionada, pero Kioto tenía claro que amaba a Berlín y que Tokio estaba con Río. Kioto recordaba cómo la chica le dijo en Toledo que quería intentar algo con el chico y que deberían parar, fue Tokio quien cortó eso.
—No digas tonterías. — Kioto negó con la cabeza. —Me cambiaste por él y ahora quieres volver.
—¡Nos gustamos!—gritó Tokio. Kioto agradeció tener los audífonos. —No lo niegues.
—No lo hago. — se encogió de hombros. — Siento algo, pero no es tan fuerte cómo para dejar de lado mi amor por él.
—¿Él?— Tokio se acercó a la chica disgustada. — Es Berlín ¿verdad? Notó cómo os miráis, como te toca, como te protege. Lo noté.
—Sí, es él. —afirmó. — Te dije que tuve un marido y fue él. Me ha vuelto a conquistar Tokio, mejor dicho, creo que nunca lo dejé de amar. Comprende.
—¡No! ¡Estuve para ti! ¡Pasamos unos días maravillosos!
—¡Y te lo agradezco!—alzó la voz también ella. —Te lo agradezco, pero me dejaste por Río. ¿Y ahora quieres dejarle a él para volver conmigo? Tokio, necesitas pensar en ello. No puedes hacer esto cuando tú quieras.
Y con eso, Kioto se dio la vuelta para ir a otros baños a poder hacer lo suyo. No se sentía decepcionada para nada, la culpa se la echaba a Tokio por cambiar tanto de opinión. Ella la dejó cuando estaban en su mejor momento, y ahora quería hacer lo mismo pero con el crío.
—Buenas— habló Kioto mientras entraba en un despacho, donde se suponía que estaban algunos rehenes con el dinero. Pero se encontró con una imagen algo extraña.— ¿Qué pasa?
Kioto vio como las mujeres que había allí dentro entraban aterradas y con alguna con las manos levantadas al oírla abrir la puerta. No entendía su comportamiento cuando antes estaban tan tranquilas hablando felizmente.
—Han... Han entrado Río y Tokio con armas. — tartamudeó Mónica mirando a Kioto con confianza. La rubia no le tenía miedo a Kioto sabiendo lo buena que era si se portaba bien.
—¿Qué? ¿Por qué?—La adolescente que tenía en pelo con mechones morados le señaló una parte del despacho, en donde debería de estar la televisión, pero ahora no estaba. —¿Hace cuánto?
—Nada, veinte segundos al menos.
Kioto asintió y con furia en sus pisadas se fue corriendo a su propio despacho. Agarró su portátil y caminando con él en la mano bloqueó la red eléctrica para que nadie pudiera acceder, eso significaba que los enchufes tampoco iban a funcionar.
La chica se encontró con la puerta abierta de la sala de móviles y sonrió cuando escuchó a Río maldecir. Entró sin ser escuchada por nadie, todo el mundo estaba mirando la televisión que estaba en negro sin encender.
—¿Qué pasa? —preguntó Tokio alterada.
—No lo sé. —respondió Río sin entender. Estaba conectando el enchufe una y otra vez.
—Soy yo.
Todos se giraron cuando vieron a Kioto detrás de ellos con el portátil en mano y con una sonrisa sarcástica. Río dejó el cable a un lado cuando entendió lo que había hecho y negó con la cabeza hacía Tokio, indicando que era imposible hacer nada.
—¿Qué se supone que haces?— preguntó la ya alterada chica.
—¿Yo? ¿Qué se supone que hacéis vosotros?— preguntó de vuelta Kioto. Cerró el portátil y lo dejó encima de la mesa para acercarse. — He ido a ver cómo estaban las rehenes, y las veo cagadas diciendo que mis compañeros han entrado a su despacho con armas para llevarse una puñetera televisión.
—Queremos ver que sucede allí afuera. —intentó dialogar Río.
—Bien, pues entrégate y lo verás. — ofreció la chica. — Aquí nadie verá nada. Lo siento, órdenes del Profe.
Todos empezaron a levantarse de sus sitios cuando escucharon que eran órdenes, lo que daba a entender que Kioto se había comunicado con el Profesor. Kioto no quiso mencionar nada por si alguien se daba cuenta, el Profesor dijo que con quien más se comunicaría sería con ella, por lo que no deberían preocuparse si no recibían una llamada.
—¿Qué? ¿Todo este tiempo nos has dejado así cuando hablaste tú con él?— preguntó Nairobi retóricamente.
—No exactamente. Solo puedo decir que se ha activado un plan, que es secreto. — Kioto estiró su cuelo al notarlo tenso. — Entre ese plan está no ver noticias.
—Lo siento Kioto. — Nairobi alzó su pistola apuntando a la chica. — O nos das acceso o te disparo, tu eliges.
—No nos alteremos.— habló Moscú intentando calmar a la morena.
—Nairobi, si me matas, no podrás salir de aquí. —la joven se encogió de hombros. — Ya sabes quien soy, si muero mucha gente irá a por ti o a por tu querido hijo.
La morena tembló cuando mencionó a su hijo, ella sabía que tenía razón pero no bajó la pistola.
—El plan se llama máscara. — habló Kioto paseando.— Coloqué una cámara en Toledo por si encontraban la casa. La policía la ha encontrado y el Profesor estaba con ellos, pero, por si no lo sabíais, se hace pasar por otra persona para obtener información. Por lo que no está arrestado, de eso trata el plan.
—Vale, bien. —Tokio habló acercándose también con una pistola. Kioto la miró con una sonrisa, era irónico que quisiera estar con ella y minutos después la apuntara con una pistola. —Pero el plan, en general, se va a la mierda. Y quiero ver con mis propios ojos lo que pasa allí fuera, en la televisión.
De repente Helsinki alzó su arma hacía Tokio y Berlín a Nairobi. Al ver esa interacción Río apuntó a Helsinki y Denver a Río. Moscú se quedó en el sofá negando con la cabeza al ver todo lo que sucedía.
—Si Kioto decir nada de televisión, es que nada de televisión. —habló Helsinki sin temblar.
—Tokio ¿te das cuenta de que quién jode el plan eres tú?— habló Kioto sin tener miedo de las dos armas que la apuntaban. Al ver la confusión de la mujer siguió hablando. — Al parecer no sabes contar, y dañaste a los policías conclusión : jodiste el plan. Te dejaste ver en las cámaras de seguridad cuando viniste con Río, conclusión: jodiste el plan. — con cada palabra, la chcia se acercaba más a la mujer. —Amenazas a mis rehenes, disparas sin preocuparte del plan, ¡y desobedeces al Profesor! Conclusión: jodiste el plan.
—¿Me echas a mi la culpa de todo?
—Hecho la culpa a tu impulsivilidad, a que no piensas antes de hacer anda y te dan igual las consecuencias.
—Bajar todos ya las armas.— Moscú se puso en medio de todos y habló. — Con esto no arregláis nada. Recordad quienes son los que mandan aquí dentro. — y con eso, se fue a seguir con sus labores mientras Kioto mostraba una sonrisa sincera y se iba con el portátil a su despacho.
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