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14



En la oscuridad de la habitación de Sergio, el aire se cargaba con la promesa de lo prohibido. El aroma de la lujuria flotaba en el aire, mezclado con el suave susurro de la respiración entrecortada. Kioto, con su figura delgada y sus movimientos seductores, era la encarnación de la tentación.

Sin una palabra, se acercó a Sergio, atrayéndolo hacia ella con un gesto lascivo. Sus labios se encontraron en un beso abrasador, hambriento de deseo contenido durante mucho tiempo. Las manos de Kioto se deslizaron con destreza por el cuerpo de Sergio, despojándolo de sus inhibiciones y prendas de vestir, revelando la piel ansiosa y temblorosa debajo.

Sergio, normalmente tímido y reservado, se transformó en una bestia salvaje bajo el hechizo de Kioto. Sus movimientos eran frenéticos, sus caricias ávidas, como si estuviera poseído por una necesidad primitiva de satisfacción carnal. Cada beso, cada mordisco, era un tributo a la pasión desenfrenada que los consumía.

—Eres tan ardiente, Kioto. —murmuró Sergio, con voz ronca, mientras sus manos se deslizaban bajo la tela de su ropa, buscando cada rincón de placer.

—Sí, así es... —respondió Kioto, con un gemido ahogado, arqueando su espalda hacia él, ansiosa por más.

Con movimientos expertos, Sergio despojó a Kioto de su ropa, revelando su figura esbelta y tentadora. Cada centímetro de su piel era una invitación al pecado, y Sergio no podía resistirse.

—¿Te gusta esto, Kioto? —susurró Sergio, mientras acariciaba sus pechos con manos hábiles, provocando gemidos de placer.

—Sí, sí, no pares... —jadeó Kioto, aferrándose a él con desesperación.

Kioto, conocedora de su poder sobre él, lo empujaba más allá de sus límites, incitándolo a entregarse por completo a la lujuria desenfrenada. Con un impulso salvaje, Sergio la tomó en sus brazos y la tumbó con delicadeza pero firmeza. Los gemidos se convirtieron en un susurro constante en la habitación, acompañados por el sonido de sus cuerpos chocando en un ritmo frenético de deseo desenfrenado.

—¡Oh, Sergio! ¡Sí, sí! —gritó Kioto, mientras él la penetraba con intensidad, llevándola al borde del abismo una y otra vez.

En un frenesí de deseo, se perdieron el uno en el otro, sin preocuparse por el tiempo o el espacio. Solo existían en ese momento, en esa habitación cargada de pasión y lujuria desenfrenada. La habitación se llenó con el sonido de sus gemidos y el crujir de las sábanas bajo sus cuerpos entrelazados, mientras se perdían en un torbellino de placer sin fin. Ningún pensamiento de los demás en el jardín podría interponerse en su voraz búsqueda de satisfacción carnal.



Kioto siempre había pensado que lo peor de tener un equipo, es que si alguien cae, todos caen con él. Eso mismo les estaba pasando a todos ahora mismo, estaban deprimidos. Y aunque la operación de Oslo haya salido a la perfección, todos estaban tensos viendo las horas pasar. 

—Hemos oído los disparos ¿están todos bien?

Kioto no estaba de humor para hablar con los rehenes, lo peor era que estaba sola en la guardia. Pasó de largo a Mercedes cuando tiró los restos de su comida a la bolsa que ella llevaba, Kioto pasó a la siguiente persona. 

—No me voy a callar. 

Se escuchó la voz de la profesora por todo el salón y eso provocó que la jaqueca que ya tenía Kioto se intensificara. Apretó los ojos con fuerza y no se giró a mirarla al oír como se ponía de pie. 

—Pues vale, haz lo que quieras. — Kioto se encogió de hombros, no podía importarle menos lo que hiciera esa mujer. 

—Falta uno de mis alumnos. — la chica suspiró como pudo y se giró para mirar como Mercedes le daba la espalda, ella miraba al frente. — Y quiero saber donde está. 

—Bien, te quedas con la duda. 

Se volvió a girar para seguir su recorrido recogiendo la basura. Ella era la jefa de los rehenes y tenía claro que no les iba a decir a ninguno de ellos que varios rehenes escaparon, lo más probable es que después de la confesión la mayoría se llene de esperanza. Y Kioto no estaba de humor para tratar con rebeldes. 

—Un grupo de rehenes escaparon por la zona de carga, hicieron explotar la pared para luego escapar. 

Tan pronto como escuchó esas palabras se giró para mirar al culpable de tal confesión. Río no se dio cuenta de la mirada tan dura que le estaba dando Kioto, pero ella en esos momentos quería matarlo. Mercedes iba a obedecer y a callarse al ver la evasión de Kioto hasta que vino el hacker. 

—Me cago en tu puta madre. — Kioto se acercó con grandes zancadas a Río y lo empujó para que se alejara de la profesora. —Mercedes, por favor, siéntase. 

Kioto miró a Río y lo empezó a alejar de los rehenes, pero los aplausos de Mercedes hicieron que ella parase de sopetón. Se giró lentamente para mirar a la mujer. La profesora tenía los ojos cristalinos, estaba consciente de que le podían pegar un tiro por su imprudencia. 

—Hostia puta Mercedes, te estas ganando una buena paliza. 

Pero Mercedes no hizo caso a la advertencia de la atracadora y los demás tampoco. Poco a poco todos los rehenes se fueron levantando hasta que todos estaban aplaudiendo con fuerza, provocando que los oídos de Kioto no pudieran soportarlo. 

Kioto tenía un tope, un pequeño peldaño que era fácil de llegar pero difícil de salir. Había aguantado muchas tonterías de esos rehenes y ya estaba muy harta como para soportarlo. 

Tampoco pensó mucho cuando sacó un pequeño cuchillo de su muñeca. Tampoco pensó cuando apuntó con firmeza a Mercedes. Y tampoco pensó cuando se lo lanzó al hombro. Pero se sintió orgullosa de no haber pensado cuando todo se quedó en silencio, menos los quejidos de la mujer. 

—¡Esto! ¡Esto es lo que pasa cuando sobrepasáis mi límite! —Kioto agarró el mango de la pequeña navaja y sin compasión se la arrancó. — Igual no entendéis que los que tienen el poder somos nosotros. ¡Esto es una dictadura y la que manda soy yo! ¡O todos vais conmigo o todos vais al cementerio! Una palabra más, cualquier mínima cosa que me haga cabrear y os serviré en bandeja a vuestras familias.

Todos se quedaron quietos y en silencio para poder escuchar las palabras de Kioto, se la veía muy enfadada. Todos se fueron sentando poco a poco con la cabeza gacha, pero nadie se arrepentía de lo que habían echo, y eso Kioto lo sabía. 

—Como no soy de amenazas vacías empezaremos por algo ligero. —la chica se paseó por delante de los rehenes con la navaja dando golpecitos en su barbilla. Estaba pensativa. — Bien, lo tengo. De ahora en adelante solo tendréis una comida al día. La cena. Los intolerantes al gluten o los alérgicos no serán informados, lo que significa que todos tendréis el mismo plato. No seremos generosos, si toca manzana y eres alérgico te jodes, no tendrás nada hasta la noche siguiente. 



DOS MESES ANTES, TOLEDO

Kioto estaba sentada en el suelo con las piernas en forma de indio. Estaba disfrutando de su momento de paz con unas navajas suizas que Oslo le había entregado para practicar. Kioto había tenido que hacer hoy todas sus tareas de la casa por la mañana y cuando tuvo tiempo para descansar le avisaron que era hora de las prácticas de tiro. 

Por ello estaba en el suelo sentada, se sentía más cómoda. Tiró las navajas sin molestarse en apuntar correctamente, sus brazos pesaban bastante, pero aún así consiguió darle en el pecho del muñeco las cinco veces que lanzó. Helsinki la felicitó y llamó a Moscú para que ahora fuera él quien practicara, solo que con un arma de fuego. 

Kioto se acercó a la mesa, pudo ver que todos hablaban sobre no llevar ropa interior. Ella no se interesó mucho por el tema, solo se sentó al lado de Berlín y agarró un trozo de jamón para luego comerlo, pero una mano acariciando su hombro sutilmente casi la hizo atragantarse. 

Giró el cuello para ver la mano y pudo ver a Sergio trazando la curva se su cuello con un dedo, para luego quitarlo con rapidez y sentarse en la mesa. No habían pasado ni tres horas desde su primer acto sexual, pero ahora sentía que fueron siglos sin él. 

—Con el paso de las horas...— Kioto rodó los ojos. — ...los rehenes dejarán de ser dóciles. Cuando vean que no hay entregas, que no hay avances, su instinto de supervivencia les llevará a la acción.

—¿Y que van a hacer?— se burló Nairobi. Kioto no tenía pensado hablar en ningún momento, estaba demasiado ocupada robando comida del plato de Berlín. — ¿Los de numismática se van a marcar un Bruce Willis?

—Algo así, Nairobi. —la chica lo miró con burla, no se lo creía. — Intentarán escapar o escaparán. 

—Hey. 

Kioto giró la mirada para ver a Berlín, quién la había llamado. Esté la estaba mirando comiendo un trozo de pollo que se había robado de su plato, pero no estaba enfadado, tenía una sonrisa en la cara. Berlín solo podía imaginarse a la chica con la que se casó, esa que medía las calorías de cada comida para no engordar, y ahora veía a la chica que le daba igual que comer con tal de satisfacer su hambre. 

—¿Pasa algo?—la chica tragó para poder hablar mejor y el solo negó con la cabeza. 

—¿Sigues teniendo a Batman?

—¡Ay! ¡Si! ¡Está más grande cada día! —con gran velocidad Kioto sacó su teléfono y mostró su salva pantallas para que viera la foto de Batman que tenía allí puesta. 

Batman era un gato negro que le regaló Berlín de regalo de bodas. Ella siempre quiso tener una mascota, pero su padre odiaba a los perros y era alérgico a los gatos, los pájaros se cagaban por todas partes, los hámters duraban muy poco y ni hablar de los peces. 

Cuando se fueron a una nueva casa para vivir juntos Berlín le regaló un pequeño gato negro de unos cinco meses. Kioto amaba a Batman con todo su ser y no le gustaba la sensación de estar allí sin él. La cuidadora le mandaba vídeos de él comiendo o durmiendo, pero seguía doliendo. 

Berlín la miró con una sonrisa mientras ella le mostraba a su mascota, amaba verla sonreír por un simple gato. 

—Vamos a ver. ¿Qué une a las personas?

Kioto guardó el teléfono y se volvió a unir a la conversación. 

—Pues el fútbol. —habló Denver encogiéndose de hombros. 

—El fútbol es muy buen ejemplo. — Kioto asintió de acuerdo. — Pero hay algo que une mucho más. 

—El sexo. — Kioto habló con una cara perversa, mirando fijamente a Sergio logrando que se ponga nervioso. 

—Vale, sí, el sexo une. Pero de dos en dos. 

—O no. 

—Si, bueno...hay tríos... incluso cuarteros o estructuras más grupales. — miraba de reojo a Kioto nervioso. 

—¿Estructuras?

Todos empezaron a reírse al oír al Profesor hablar sobre sexo y que lo ponga tan nervioso. La mayoría podría pensar que era porque no estaba acostumbrado a hablar sobre ello, pero era porque horas antes había tenido el mejor sexo de toda su vida y era extraño para él hablar sobre ello. 

—¿Orgías?

—Recordar que nada de eso entra en nuestro plan. — habló Sergio señalando a cada uno. 

—Menos mal. — todos se giraron a ver a Moscú. —Porque con la suerte que tengo, si montamos una orgía, seguro que me toca detrás de este. —señaló con una espátula a Helsinki, provocando risas en todos los presentes. 

Kioto, mientras se reía, se dio cuenta de que ese equipo era diferente a cualquiera en el que haya formado parte. Con este tenía conexiones especiales que la provocaba una felicidad interna muy grande, allí la comprendían y no la juzgaban. Eso era su nueva familia. 

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