12
Vamos a empezar fuerte este capítulo.
—¿Podemos hablar?
Kioto levantó la vista de su libro viendo a Berlín acercarse a ella con timidez. Llevaba en la sala de móviles una media hora leyendo y disfrutando de su rato libre, pero siempre tenía que venir alguien a estropearlo.
—Habla. —Kioto se encogió de hombros, sabía que dijera lo que dijera Berlín haría lo que le diera la gana.
—Quería hablarte sobre lo que vistes.— la chica frunció el ceño confundida. — Lo del despacho.
—Ah, no me tienes que explicar nada. —se encogió de hombros y volvió su vista al libro. —No somo nada igualmente.
—Retíralo. —su voz salió más ronca.
—¿Disculpa?
—Que. Lo. Retires. — habló fuerte y dobló un poco las rodillas para inclinarse sobre Kioto.
—Eh, no. —volvió, de nuevo, su vista al libro sin importarle la cara de enfado del hombre. —¿Quieres que lo retire cuando es cierto? No.
De repente, Berlín agarró con una mano la mandíbula de Kioto logrando girarla del todo. Al estar en diferentes alturas, ella sentada y él de pie, logró que su cabeza quedara justo en la polla cubierta de él. Kioto intentó sentarse correctamente para alejarse, pero Berlín no se lo permitió y forzó su cara para apretarla más contra él. La chica no tuvo otro remedió de subir la cabeza, aún con la mano de Berlín el la mandíbula.
—¿Qué te crees que haces?— exclamó Kioto enfadada viendo el rostro de Berlín, se le veía más calmado ahora.
—Si somos algo, no puedes negarlo. —evadió su pregunta.
—¿A no? Pensé que solo éramos simples compañeros.
—Compañeros que follaron con ropa hace apenas unas horas. — Kioto bufó de la frustración. — Que yo recuerde nunca firmé un contrato de divorcio.
Hostia puta.
Es lo único que le vino a la cabeza al escuchar esas palabras, y es que tenía toda la razón. Después de verle con otra mujer, mató a esta y se metió de lleno en su trabajo para no pensar en nada más, ni siquiera en el divorcio.
—Ahora, ¿puedes hacerme una mamada? En serio estoy un poco cansado. —Berlín mostró una ligera sonrisa, había dejado en shock a Kioto.
La chica lo pensó por un segundo, tenía ganas de darle placer y mucho, pero no estaba segura de que cuando terminaran se quedaría con ella o iría con esa rehén. Pero ella no le dio más vueltas y con un cambio de posiciones logró que Berlín se sentara en el sofá y que ella estuviera arrodilla en el suelo con el cuerpo inclinado a su gruesa polla.
—Te al haré con una condición. — la chica pasó una mano por la intimidad cubierta de Berlín provocando un suspiro de su parte. —Dime todo lo que pasó con esa.
—¿Ariadna?— la voz de Berlín ahora era débil, su chica ya le había bajado los pantalones y liberado su gran polla para ahora estar acariciando su cara con ella.
—Mmh, ¿así se llama?
Berlín ahogó un gemido cuando empezó a repartir besos húmedos por toda la longitud.
—No empezaré hasta que me cuentes. —Kioto sabía que tenía la situación bajo control. Él solo se dejaba dominar por ella.
—Ella... Vino al despacho para hablar sobre que quería...¡ah!
Kioto había lamido toda su longitud y paró de golpe cuando él dejó de hablar.
—¿Qué quería?— Berlín echó la cabeza hacía atrás con los ojos cerrados. Intentaba concentrarse.
—Quería que le diera un trabajo, se le notaba el miedo en su cara. — volvió a suspirar cuando la chica besó su punta y empezó a chupar justo allí. — Luego dijo que tal vez me podría servir de otra manera y empezó a bailar.
Kioto agarró la mano del hombre y con ella se hizo una coleta improvisada porque su pelo le estaba molestando y le estaba complicando el trabajo.
—Sigue bihotza.
(corazón)
—Ella empezó a desnudarse...— paró un segundo y ahogó otro gemido cuando Kioto se tragó toda su longitud sin ninguna dificultad. — Mierda, joder, se desnudó. Intenté pararla. Agarré el sujetador. Fui a dárselo y entraste. Fin.
Al decir aquello, Berlín se incorporó mejor y con una mueca de placer absoluto empezó a empujar sus caderas en la boca de la chica. Kioto no se ahogaba en absoluto, tuvo que practicar mucho para que no le dieran arcadas ya que odiaba parar su trabajo, por ello Berlín era él que amaba que no parara en ningún momento.
Kioto agarró los muslos de Berlín para pararlo y empezó su propio vaivén con la ayuda de la mano de Berlín. Ahuecó las mejillas para succionarlo mejor y cerró los ojos. Pasó una mano para acariciarle los testículos y escuchó un gruñido de su parte.
—Mierda, Laia, me voy a correr.
Kioto al escuchar su nombre, por primera vez en años, en los labios de su hombre aceleró por completo sus movimientos. Se podían escuchar los sonidos lascivos de la chica al succionar más rápido y paró al notar cómo se tensaba. Fue entonces cuando empezó a lamer la punta y el semen de Berlín salió para parar en la lengua de la chica.
Kioto dejó el bolígrafo en el estuche del despacho en donde estaban y le sonrió a Río. El chico le había pedido que escribiera en su brazo los años de cárcel que les podían dar por cada delito que habían hecho hasta ahora para poder llamar a la policía tranquilo. Y nadie les puede engañar, quién mejor memoria e inteligencia tenía de todo el atraco no era el Profesor, era Kioto.
—Ya está. No me cabían más y te he puesto aquí los años en total y lo que te pueden reducir. —Río le agradeció y salió por la puerta al igual que Nairobi, solo que esta iría a llamar a Alison por orden de Berlín. Quién estaba al lado de Kioto con una mirada seria.
—¿Quieres un café Ándres? —la chica se levantó y vio que solo había té. — Pues no, porque solo tienes té y no te gusta.
—Mmh— afirmó él en un murmuro silencioso mientras miraba fijamente un punto imaginario en la mesa.
Kioto se preparó su té con extra de azúcar en silencio, ella sabía que Berlín necesitaba su espacio para pensar en lo de Alison. No había nadie más enfadado que Berlín y Kioto. El primero por ver que una niña los había esquivado con inteligencia, y la segunda porque alguien a quién había tratado tan bien había escapado. Y Dios sabe que Kioto no olvida.
Kioto se sorprendió un poco al ver a Mercedes junto a Alison entrar en el despacho, pero eso no dejó que la afectara y se sentó junto a Berlín al otro lado de la mesa. Nairobi se posicionó a su lado y dejó que Berlín hablara mientras ella tomaba su té tan tranquila.
Bufó al escuchar a Berlín hablar sobre las vírgenes e ignoró por completo la conversación mientras se terminaba su té. Lo dejó en la mesa con un estruendo al escuchar cómo Alison se ponía rebelde ante sus secuestradores.
—¿Qué le pasa ahora? — alzó una ceja al escuchar a Alison hablarle a ella. Kioto empujó la silla giratoria de Berlín para ponerse ella en frente de la chica. El hombre se levantó de la silla y se puso detrás de Kioto junto a Nairobi. —No me va a hacer nada y ¿sabe por qué? Porque soy su salvoconducto.
—Berlín, por favor, ¿podrías pasarme la carpeta roja? —el hombre no tardó en dársela en su mano extendida y Kioto la dejó encima de la mesa sin abrir. — No entiendes lo que has hecho ¿verdad? — A la adolescente le estaba costando mucho mantener la fuerte mirada de Kioto. como y dije varias veces, Berlín era el único que podía hacerlo. — El salvoconducto ese del que tu hablas, soy yo.
—No dudo mucho.
—Mi familia es más poderosa que tu querido padre, Alison. —abrió la carpeta ignorando el comentario que le hizo y le mostró de una en una las fotos. — Mi jefe no quiere sangre dentro del atraco y es por eso que no te estoy torturando por lo que has hecho. Pero afuera...
—Tu tía Becky, cooperante en una aldea en Mali. — habló Berlín cuando enseñó la primera foto.
—Mira, tu prima Elsi, que guapa. En el King's Collage... Brian, el prodigio de la familia. Wellington—mientras Kioto mencionaba a los demás familiares de Alison no miró en ningún momento a la adolescente. Se mentalizó de que esa chica no se merecía ni una mirada de su parte. —Uy, tu hermana Lis. Cuántas fotos tenemos aquí...
—Supongo que una chica cómo tú no sabe cuanto cuesta un sicario.— empezó Berlín apoyando ahora sus dos manos en el respaldo de la silla de Kioto. —Uno decente lo podemos encontrar por treinta mil euros. Aunque para pegarle un tiro a tu tía en África con diez mil nos sobra. La vida de tu familia está en tus manos.
—Alison, querida, eres solo un peón para distraer a la policía.—se sinceró Kioto encogiendo sus hombros en el asiento. — Pero como la vuelvas a cagar no tendrás familia a la que recurrir cuando salgas de aquí.
Nairobi la sacó de allí nada más terminar la frase se fue junto con Alison y Mercedes, dejando a los líderes en el despacho. No duraron mucho tiempo adentro cuando Kioto vio la hora y se dio cuenta que el Profesor les haría la llamada de control.
Bostezó al llegar a la sala de móviles seguida de Berlín, este agarró el teléfono ya que empezó a sonar y Kioto se fue al sofá para cerrar los ojos de lo cansada que se encontraba. Escuchó a Río gritar sobre que era su turno para los rehenes y con un resoplo y una palmada en el trasero de parte de Berlín fue con ellos.
¿Sabéis cual es el problema de estar tantas horas con estrés, moviéndose de un lado para otro y solo tomando agua?
Que luego necesitas ir con urgencia al baño.
Eso le pasó a Kioto nada más salir de la sala, se encaminó a los baños con bastante prisa al poder procesar que llevaba muchas horas sin haber meado. Saludó a Oslo que estaba esperando a Helsinki, al parecer habían pedido otra vuelta al baño los policías y guardias de seguridad que tenían encerrados.
Kioto entró con prisas al cubículo y al abrir la tapa solo se encontró con herramientas pegadas con cinta adhesiva en la tapa del baño. Frunció el ceño y agarró una nota que estaba pegada, la abrió y empezó a leerla.
Estas son las herramientas que hemos logrado robar. Desnúdate y pégatelas con la cinta aislante para poder llevarlas al sótano y soltarlos. Cortas los tubos del cuarto de calderas y cualquier cosa con la que podáis armaros. A las nueve os bajan la cena, aprovecharéis ese momento para desarmar a vuestro captores y huir. Nos encontraremos en el almacén escondidos tras las bobinas. Intentaré ir con el máximo número de rehenes sin poner en peligro el plan.
A la castaña se le quitaron las ganas de hacer cualquier cosa y salió del baño con un gran estruendo. Señaló a Oslo y le empezó a hablar en su idioma.
—Cualquiera que prefiera estar en este baño antes que en cualquier otro me lo traes personalmente.
Oslo asintió después de ver lo que escondía ese baño y cuando vio a Helsinki se lo comunicó de la misma manera. Los dos estuvieron de acuerdo y Kioto se tuvo que ir a otro baño para poder estar en paz por unos segundos. Sabía perfectamente de quién era la nota, la letra la había visto varias veces en el despacho de Arturo y estaba claro que era él quién había armado el plan.
—¿Qué haces aquí Berlín?— preguntó al castaña sin levantar la mirada de la letra de Arturo. Quería comprobar que era la misma que la de la nota.
—Te he visto antes, estas tensa.
Berlín se acercó por detrás de la chica y empezó a darle un masaje en los hombros, quitando todos los nudos que encontraba en ellos. Kioto jadeaba de puro placer al poder sentirse mucho mejor, pero Berlín no paraba.
En otro lado, Arturo le estaba pidiendo a Helsinki permiso para ir a ver a Mónica. Tenía la estúpida excusa de que se encontraba mal y que tal vez viendo a su amor podría solucionar ese problema. Helsinki era alguien que daría todo por amor, por ello le convenció bastante lo que dijo, pero no podía hacer nada sin el permiso de su jefa.
—Bien, vamos donde Kioto. — dijo Helsinki para después empezar a andar hacía el despacho del hombre.
— ¿Qué? No, no creo que sea necesario ir a donde ella ¿O si?— Arturo tenía claro que quién podía sonsacar cualquier información con solo una mirada era Kioto. Y es que a parte de atractiva, intimidaba mucho cuando se ponía seria.
—Kioto ser jefa de rehenes, no poder hacer nada sin su permiso. — el hombre se encogió de hombros y cruzó un pasillo para después estar en frente de la puerta. —Ella dio luz verde para tú ver a Mónica, sin su permiso tu no poder verla.
Helsinki abrió la puerta y se encontró con sus dos jefes en la misma sala. Uno dando masaje y la otra disfrutando. Arturo entró con la cabeza agachada mirando de reojo a las dos personas que tenía delante.
—¡Arturo! Iba a hacerte llamar ahora mismo. — por increíble que pareciera Kioto sonrió de verdad. Nada le gustaba más que tener la razón.
—¿A sí?— preguntaron a la vez Berlín y Arturo. La chica asintió aún con la mirada puesta en Arturo, este seguía con la mirada en cualquier otro lado sabiendo el efecto que tenía su mirada.
—Claro que sí, no por nada eres mi rehén favorito. — Kioto entonces se levantó y se sentó encima de la mesa justo delante de él.
Berlín entendió entonces lo que estaba sucediendo. Kioto sabía algo sobre Arturo que quería que lo confesara él solo, por ello estaba siendo tan amable y con intenciones fingidas de seducción todas dirigidas a él.
—Bueno, tampoco quiero alardear, pero me he portado muy bien. — Kioto juraría que veía la cola de perro moviéndose de felicidad detrás de él.
—Claro que sí.— la castaña chasqueó los dedos y Oslo entró con otro rehén, un guardia de la fábrica. —Vosotros dos sois mis rehenes estrellas. Casi conseguís escaparos sin que nos diéramos cuenta, la verdad era un buen plan.
Berlín miró a todos los presentes buscando alguna explicación, pero vino enseguida cuando le bajó el mono al guardia y revelo varias herramientas pegadas a su cuerpo como una segunda piel. Berlín esbozó una sonrisa de orgullo y se río de las caras de los dos hombres.
Pero de un momento a otro el guardia arrancó una herramienta de su camiseta, específicamente el martillo, y con el brazo en alto intentó ir en contra de Kioto, pero esta era una profesional y vio venir el movimiento. Alzó su brazo y al agarrar el del hombre logró ponérselo detrás de su espalda estando a punto de romperlo, pero escuchó un movimiento de parte de Arturo, por lo que con una patada y apoyando su espalda en la del hombre logró quitarle las tijeras.
—Chicos, darles un castigo justo a estos dos. — habló Kioto moviendo su cuello por el esfuerzo. — El castigo no parará hasta que digan quién más estaba involucrado. Es imposible que alguien tan tonto lo hiciera.
ESPERO OS HAYA GUSTADOOOOO.
recordar el like y el comentario plisss
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