11
—Kioto.
La voz de Berlín sonó al lado de la castaña, este le tendió dos tazas llenas de café y Kioto se quedó con la taza más grande ya que era la que llevaba usando desde el inicio. Le dio la otra taza a Raquel y le sonrió de manera amable.
—Vamos con las pruebas de vida ¿le parece?— no esperó su respuesta cuando gritó —¡Adelante!
Se pudo escuchar pasos aproximándose y sabía perfectamente quién era.
—Para abrir boca tenemos a Arturo Román, director de la fábrica de Moneda y Timbre.
—¿Piensa traérmelos de uno en uno?— preguntó la mujer a su lado.
—Si, para que no se confunda al llevar la cuenta.
Río y Tokio escoltaban a Arturo, quién tenía una cara algo pálida por el esfuerzo. Notó como Berlín posaba una mano en el respaldo de la silla por protección, pero Kioto estaba muy enfocada en su trabajo.
—Arturito. —el hombre levantó al vista algo tímido. —Esta mujer es Raquel Murillo, la inspectora que ordenó que te disparasen. Por favor, sea delicada con él, es algo sensible.
—¿Cómo se encuentra Arturo?
—He tenido días mejores. — Kioto notó cómo Raquel la miraba de reojo, la inspectora pensaba que tal vez podría hacerle alguna señal sobre cómo responder. Pero la verdad era que ningún rehén tenía quejas, y menos cuando los trataba Kioto.
—Quiero pedirte disculpas en nombre de la policía y en el mio propio, por supuesto.—Arturo asintió sin querer hablar más. —Ya puede pasar el siguiente.
—Que impaciente está usted hoy ¿no?
—Lo siento, pero no puedo perder aquí todo el día. — Kioto se encogió de hombros.
—Se ha metido en territorio enemigo inspectora, aquí las reglas las pongo yo. —habló para después silbar y que Tokio y Río trajeran al siguiente.
—¿Entonces es usted quién está al mando?
Kioto no respondió, simplemente ladeó la cabeza sin soltar ninguna palabra. Y así pasó todo el tiempo, de uno en uno la inspectora recibía a los rehenes cómo los reyes magos a los niños en un centro comercial. Lo que más le sorprendió a la inspectora fue que nadie dudó en responder y nadie tartamudeaba, no parecía un teatro pero si parecía que decían la verdad. Todos estaban contentos con el trato dado.
No hubo ningún problema con Mónica, ya que su herida estaba bastante bien y podía andar con normalidad, al menos sin que se note su cojera. Después Raquel presionó a Kioto para que saliera Alison Parker en esos momentos, pero las ordenes eran que iba a salir la última si o si.
—Bien, creo que era el último rehén. — se levantó del sitio para dirigirse a todos nosotros. — Quiero ver ahora a Alison Parker.
—¿O que?— Tokio se acercó a ella con muy mala leche, por ello Kioto se levantó también poniéndose entre las dos.
—Vale, ya está Tokio. —la mencionada se alejó un paso mirando al suelo, no le gustaba que Kioto le llamara de más la atención. — Ahora mismo le traemos a Alison, paciencia. Todos.
Tokio y Río se fueron juntos y se quedaron de nuevo solas, al menos con los demás del grupo con máscaras vigilando.
—No pensé que fueras tú la líder. —habló de repente Raquel, llamando la atención de Kioto.
—¿A no? Pensé que quedaba claro.
—No, no sabía que fueras buena líder. — el tono de Raquel empezó a cambiar a uno más duro, como si intentara descifrar algo. —Leí sobre lo que le pasó a tu padre.
De repente Kioto se congeló, pero no lo demostró realmente, mejor dicho, no tenía ninguna mueca en la cara nada que dijera lo que estaba pensando. Pero Kioto estaba en otro lado, había vuelto a Gipuzkoa, en donde su padre fue torturado en Bilbao mientras ella recorría las calles en su moto con una velocidad de infarto. Llegó a tiempo para matar a los enemigos, pero no para que a su padre le dejara en el hospital tantos años.
—Bien por usted. — Kioto asintió en dirección a las sillas, para que se volvieran a sentar. Pero Raquel quería seguir.
—También leí sobre su matrimonio, en París. —Berlín intentó mantenerse firme en su posición. —Andres de Fonollosa, un hombre veinte años mayor que usted. ¿Ya se ha muerto?
—Se está metiendo en territorio peligroso inspectora.—advirtió Kioto. Ella sabía comportarse, pero no tenía nada de paciencia.
—Solo era una pregunta, sé sobre la enfermedad de Fonollosa.
—Madre mía. —Kioto se puso a la misma altura que la inspectora, sin apartar los ojos de ella. — ¿Quiere una medalla por haber investigado? Me la suda lo que sepa de mí o mi familia, pero cómo siga así mi amenaza de hace unas horas se hará realidad.
—Bien, pararé y viene Alison. —Kioto resopló.
—La traeré yo personalmente.
Kioto dejó a cargo a Tokio y a Río, quería irse de allí o sacaría la pistola para pegarle dos tiros en la frente. No soportaba a las personas así, tan metidas en las vidas de los demás y tan decididas a dañar con palabras.
Kioto sacó a Alison con ayuda de Nairobi, está se fue por otro lado para seguir con la imprenta de los billetes.
—¿Puedo ir al baño? Es urgente.
—Venga, deprisa.
La castaña se quedó en el marco de la puerta esperando a que se fueran, estaba bastante estresada con todo lo que estaba pasando. Fijó la vista en el suelo y escuchó el bufido de Alison dentro por lo que se acercó a su puerta.
—Oye ¿estas bien?— Kioto sentía indiferencia por Alison, era a la que más cuidaban y le daba bastante lástima el acoso que le hacían sus compañeros, pero en verdad se había preocupado en esos momentos. —¿Quieres compresas o algo?
—No, no. — negó rápido la chica dentro del cubículo. —Solo no queda papel. ¿Me puedes dar un poco?
Kioto abrió la puerta que estaba al lado del cubículo de Alison, empezó a amontonar algo de papel en su mano y cuando fue a salir pudo ver como la adolescente salía corriendo delante de sus narices.
—¡Tu puta madre! ¡Alison!
La castaña salió corriendo y ante sus gritos Nairobi se juntó con ella y le explicó breve lo que había pasado. Ahora las dos estaban cabreadas buscando a la chica. Pasaron minutos y Río también se sumó a la busqueda del corderito, en la que Kioto ya estaba muy enfadada, si encontraba a Alison lo iba a lamentar.
—¡Voy a llamar al Profesor!—gritó la vasca y Nairobi le asintió gritando el nombre de la adolescente.
Kioto se fue al despacho de Berlín, en donde había instalado un teléfono rojo que estaba cerca de los baños. Corrió con rapidez y al abrir la puerta se encontró con una escena algo deprimente. Ariadna estaba de pie en frente de Berlín totalmente desnuda y el hombre estaba justo en frente con el sujetador en la mano.
—¿Qué mierda?— Berlín se giró al reconocer la voz, tenía una cara de pánico absoluto. Justo abrió la boca para hablar pero el teléfono empezó a sonar y Kioto se aproximó a él sin mirar a ninguno de ellos. — Dime donde está esa mocosa.
—Segunda planta, despacho 17, dentro de la caja fuerte.
—Hija de la gran puta. —colgó en teléfono con fuerza y por primera vez en todo lo que llevaban de atraco, Kioto agarro el fusil con fuerza ante su gran ira.
—¿Qué está pasando?— preguntó Berlín mientras la seguía.
—Si no estuvieras tan enfocado en follarte a una rehén lo sabrías. — lo único que salió de la boca de Berlín fue un suspiro, no iba a poder cambiar lo que había visto aunque él solo intentará volver a vestirla de la vergüenza ajena que estaba pasando.
Kioto llegó a la segunda planta y chascó los dedos en dirección a Nairobi y Río para que fueran detrás suyo. La castaña llegó hasta la caja fuerte y al abrirla se encontraba una temblorosa Alison.
—Niñata de los cojones. —Kioto la agarró del pelo, sus años de entrenamiento le habían servido para levantarla de un tirón y empezar a llevarla con la inspectora. —Todo lo que hacemos por tu puta seguridad y nos la pagas así, me das asco.
Minutos después de que la inspectora se haya ido, Kioto entró a la sala de móviles después de dejar a Helsinki a cargo de los rehenes. Hoy no estaba muy a labor de portarse bien, solo quería pegarle a alguien y que le sangrara toda la cara. Por ello es que se fue con inquietud, pero está volvió a ver a la mayoría reunidos y con Berlín alzando un chupito.
—¿Que celebramos?— preguntó ella confundida, evitaba a toda costa la mirada de su jefe.
—Berlín quiere que brindemos por su enfermedad y por el plan. — respondió Tokio indiferente.
—¿Estamos hoy sinceros? Bien. — agarró un chupito y lo levantó con una sonrisa falsa. — Brindemos por este día de mierda. Primero me despierto con la horrible voz de Arturo para que le ayude con la herida, luego salvo a Alison de sus acosadores y media hora después casi nos jode el plan. Ah, por no mencionar que pille a Berlín con una rehén desnuda en su despacho. ¡Salud!
57 HORAS DE ATRACO
—Estaremos afuera por si nos necesitas.
Kioto le dio un abrazo corto a Río y este se metió en un cubículo del baño para poder ver lo que tenía dentro el micrófono. Estaba claro que iban a ir a por el más débil, y al ver que Río tenía familia fueron a por él. Obviamente el Profesor ya había prevenido este contratiempo, por ello ya habíamos estudiado y sabíamos que hacer. Mientras Kioto y Tokio se quedaban allí afuera escuchando pacientemente.
Pudieron escuchar cómo una voz de un hombre aparecía, supusieron que era su padre y habló sobre que había hablado con la policía y que si se entregaba era posible que no durara mucho en la cárcel. Kioto se río de ello y más cuando su madre apareció en escena para dar más pena, era lo típico en esos casos.
Pero Kioto se cansó rápido de esperar, mejor dicho, había escuchado a Río llorar y quería dejarlo solo con Tokio. Deambulaba por los pasillos sin destino alguno, hasta que se le ocurrió visitar a uno de sus compañeros, uno que llevaba tiempo sin ver mucho.
Agarró una botella de agua y algo de comida y bajó a la cámara acorazada en donde se tenía que encontrar a Moscú. Allí lo encontró feliz con la radio puesta y la castaña le tendió la botella de agua con una sonrisa.
—Ya tardabas en venir a visitarme. — Moscú se burló y se bebió toda la botella de un solo trago lo que provocó una risa en la chica.
—Los rehenes dan mucho trabajo. —habló ella y vio cómo se volvía a arrodillar el hombre para seguir picando. Kioto escuchó entonces una canción conocida para ella y empezó a cantarla. — ¿Sabías que el Profesor me enseñó está canción?
—Se ve que te llevas bien con él, incluso antes de todo esto. — Moscú también empezó a cantarla junto a ella y le salió una sonrisa tonta al escuchar cómo cantaba.
El hombre empezó a sacar piedras del lugar, hasta que se quedó paralizado y agarró algo que hizo a Kioto emocionarse más de la cuenta.
—¡Tierra!— gritó Moscú mirando a Kioto.
—¡Tierra!— le imitó al hombre y empezaron a reír.
¡Oh bella ciao, bella ciao, ciao, ciao!
—¡Moscú has encontrado tierra!
Los dos se levantaron y empezaron a bailar, de repente llegó Tokio junto a Helsinki preguntando sobre el alboroto y Kioto volvió a gritar tierra para que los, ahora llegados, se emocionaran igual que ellos. Tokio y Kioto empezaron a bailar juntas y luego todos miraron cómo Berlín entraba viendo lo que sucedía, fue cuando él empezó a cantar también.
Sin dejar de cantar, Tokio agarró un fajo de billetes y le azotó el culo a Kioto con ellos, por lo que ella empezó a hacer twerking y le dio igual que no pegara con la canción.
400 MILLONES DE EUROS
—¿Pero que pasa aquí?— entró Denver viendo a todos felices bailando. —¿Tenéis una fiesta a quí montada o qué?
Moscú le señaló el agujero y desde su posición pudo ver la tierra esparcida y tirada por todos lados, entendió entonces lo que sucedía y señaló a Kioto para luego empezar a cantar él. La chica se acercó al moreno y este la agarró por la cintura para empezar a bailar juntos mientras todos cantaban.
Segundos después, cuando todos estaban fuera de la cámara acorazada bailando vino Nairobi a preguntar y se unió a la fiesta también. Helsinki estaba con el arma como si fuera una guitarra y Kioto tenía por los hombros a Berlín y a Denver bailando los tres hombro con hombro. La chica se sabía la canción de memoria cómo todos ellos y la cantaba a pleno pulmón de la alegría de haber encontrado tierra.
Formaron un círculo en donde empezaron a dar vueltas cantando y Tokio empezó a lanzar billetes cómo loca mientras todos reían y cantaban. Cuando la canción terminó Berlín sacudió a Kioto por los hombros de la felicidad y esta se dejó llevar, sin pensar en nada.
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