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CUATRO HORAS Y MEDIA me había pasado en el coche junto a Sergio, cuatro horas de pura charla y diversión de unos viejos amigos que no se veían desde hace tiempo. Fue lo más liberador que he experimentado estos últimos años y creo que era lo que necesitaba, un viejo amigo y un nuevo atraco. Pero no cualquiera.
Me había enfadado con Sergio nada más llegar a la finca en donde planearíamos todo durante varios meses, así estaba planeado. Sergio se había encargado de reclutar a los mejores ladrones que había podido encontrar y entre ellos estaba mi ex marido, su querido hermano.
En estos momentos nos estábamos dirigiendo todos a la vieja casa que hace ya muchos años dije que sería una muy buena localización para poder estudiar y disparar sin que sospechen. Tendríamos un pueblo a menos de una hora en coche y había habitaciones de sobra. Eso sí, hacia un frío de cojones.
Tuve suerte de vivir en Bilbao y que allí siempre hiciera frío porque llevaba ropa abrigada encima. En Toledo, en estos momentos, hacía demasiado frío y no pude evitar girar mi mirada al hombre que tenía al lado. Era alto y musculoso, su pelo era rizado y negro, pero me llamó más la atención las mangas recogidas que tenía su chaqueta vaquera.
—¿No tienes frío? — pregunté y él giró su mirada a mi posición. Estuvo un rato mirando mi cara para después responder.
—No tanto como tú — Soltó una risa nerviosa y muy baja, no me había dado cuenta de que estábamos susurrando.
Sonreí en su dirección y presté atención a la casa, ya habíamos entrado en ella y como dije, era perfecta. Estaba totalmente en ruinas, pero no tanto como para que nosotros viviéramos en ella. Por fuera parecía nueva, pero por dentro era otra historia, hasta subiendo las escaleras me daba miedo que se rompieran.
Cuando terminamos el tramo de escaleras, Sergio estaba parado a lado del pasillo para dejarnos a nosotros ir primera. Al conectar miradas los dos asentimos a la vez y le lancé un beso burlona, él intentó disimular su sonrisa ya que tenía a más personas detrás.
Todos nos sentamos en el aula improvisada y como no, me tocó delante de Andrés. Fue como si todo el mundo dejará ese asiento para él, porque yo fui de las primeras en entrar y él fue el último.
—Os doy la bienvenida y las gracias por haber aceptado está oferta de trabajo —Sergio habló después de escribir en la pizarra. Se notaba que estaba nervioso y le guiñe un ojo para que supiera que tendría mi apoyo. La risa de uno de los ladrones sonó por toda el aula y me giré en mi asiento para ver al chico musculoso con el que antes había intercambiado palabras.
Fijó su vista en mi figura y me sonrió, no pude evitar corresponder el gesto pero alguien me dio una patada en el asiento. Me giré para seguir prestando atención a la clase, no pensaba ni mirar en su dirección, al menos por hoy.
—Viviremos aquí— empezó Sergio— alejados del ruido durante cinco meses, en donde estaremos estudiando como dar el golpe.
—Como que cinco meses ¿ta'mos locos o que?— un hombre con barba y unos 50 habló, estaba justo a mi lado izquierdo y delante del chico pelinegro.
—La gente se pasa años estudiando para que al final tengan un sueldo de mierda— contestó Sergio gentil, mirando en su dirección. — ¿Qué son cinco meses? Yo llevo pensando en esto mucho tiempo, para que ni yo ni vosotros y ni siquiera vuestro hijos tengan que volver a trabajar.
Me dijo Sergio antes de llegar aquí que tenía que hacer como si no lo conociera de nada. Nadie podía saber que estábamos relacionados y que nos conocíamos, lo mismo pasaba con Andrés. Por eso no me extraño cuando dijo las reglas.
—De momento no os conocéis y quiero que siga siendo así— agarró una tiza y empezó a escribir en la pizarra con ella— No quiero nada de nombres, ni preguntas personales y por supuesto nada de relaciones personales.
Esa me había dado de lleno en el corazón. Yo, una mujer de 22 años que no podía aguantar una semana sin sexo. Esto iba muy mal.
—Quiero que cada uno elija un nombre, algo sencillo. Podrían ser números, planetas, ciudades...
—Osea, rollo... Señor diecisiete, la señorita veintitrés.— contestó el chico musculoso.
—Pues ya empezamos mal — habló el hombre barbudo a mi lado —porque yo no sé ni recordar mi número de teléfono.
—¿Y planetas?— preguntó un chico joven que estaba detrás del musculoso. Sergio indicó con un gesto que le gustaba la idea. —Yo podría ser Marte, este Urano y ella Venus. — me señaló con el lápiz que llevaba en la mano, sonreí en su dirección, me gustaba el nombre.
—Yo no pienso ser Urano, así que te olvidas.— contestó el musculoso.
—¿Por qué? ¿Tiene mala rima?— hablé yo burlona en su dirección y él solo negó con la cabeza divertido.
—Van a ser ciudades, ciudades— Sergio, harto de perder el tiempo decidió por nosotros.
—Nos quedamos con ciudades— volvió a hablar el musculoso.
Así fue como terminé llamándome Kioto. Mi cabeza tiene precio en 16 países. 12 atracos. Soy como la viuda negra. Mi mayor golpe, robar a Cartier. Más de un millón.
El descerebrado ex marido que tengo detrás mirándome el culo es Berlín. En busca y captura. 27 atracos. Joyerías, casas de subastas y furgones. Su mayor golpe, los campos elíseos, en París. 434 diamantes.
El barbudo que mencioné y que no paraba de toser es Moscú. Lo primero que cavó fue una mina, en Asturias. Después comprendió que cavando hacia arriba llegaría más lejos. Seis peleterías, tres relojerías y la Caja Rural de Avilés. Maneja lanza térmica y cualquier herramienta industrial.
Justo él de detrás, el musculoso es Derver, su hijo. Drogas, dientes, costillas rotas. Es el rey de las peleas de discoteca. Pura sangre caliente. En un plan perfecto, una bomba de relojería.
El joven era Río. Es como Mozart, pero con los ordenadores. Programa desde los seis años y lo sabe todo de alarmas y electrónica. Para todo lo demás es como si hubiera nacido ayer.
Y como no, los siameses, Helsinki y Oslo. Son como unos soldaditos en tamaño real y que mejor que dos serbios. Los más obedientes de toda el aula.
La mujer morena que estaba al lado era Nairobi. Ha falsificado billetes desde los trece años. Y ahora es nuestra encargada de calidad. Tiene toda la pinta de estar loca, pero todos lo estamos al apuntarnos a este atraco.
La última, mi grano en el culo particular, Tokio. Pocos atracos y tenía un amor muerto. Pero era demasiado explosiva, muy problemática. Eso si, caliente como tetera.
Mi querido Profesor, sin registro alguno, era como un fantasma muy inteligente y mi mejor amigo.
Había elegido la habitación más grande que había podido encontrar, hasta tenía un balcón y una cama de matrimonio. Pero eso no era lo mejor, no, lo mejor era que estaba a tres puertas de mi ex marido.
Sonreí y me tiré a la cama con los brazos abiertos, pero me disgusté al segundo que me di cuenta de que mis maletas estaban abajo.
Con un largo suspiro abrí la puerta de mi nueva habitación y me dispuse a bajar las escaleras con mucha pereza. No caminé mucho cuando me llamaron por mi seudónimo.
—Kioto, ven un momento.
Sergio ni siquiera se había asomado por la puerta, por lo que mis tacones me tuvieron que delatar. Era imposible que lo supiera de otra manera.
Entre a la clase improvisada y divisé a Andrés al lado de su hermano mirando algo encima de la mesa. Me acerqué con sigilo y me coloque justo en el otro extremo a él.
—Tu estudiaste la fábrica hace unos años ¿verdad? —sentí. Conocí a Sergio mucho antes que a Andrés, él me contó su maravillosa idea sobre la fábrica y yo le ayudé a acoplarla para cualquier situación posible. —Bien, me va a ser difícil darte un trabajo específico para cuando estéis allí dentro, pero de momento serás la segunda al mando y líder en combate.
No tuve más remedio que aceptar, odiaba compartir liderazgo y más aún sabiendo quién es el líder.
—También voy a necesitar algunos contactos por si las moscas.
La charla no duró mucho más y por fin pude empezar a bajar las escaleras para ir a por mis cosas. Quedaban pocas cosas que subir de todos los demás, y en mi caso, solo había dos maletas de tamaño medio. Solo había ropa y algún par de libros, todo lo demás me lo iba a facilitar Sergio, como las armas.
Empecé a subir las escaleras con las dos maletas a mano, tampoco iba a subir y bajar dos veces. De repente un gran estruendo sonó justo en mi oreja, lo que me hizo dar un gran salto por el susto y que mis maletas, junto a mi equilibrio, se fueran escaleras abajo.
Bufé cuando me quedé sentada en el frío suelo, vaya primer día. No habían sido más de cinco escalones, pero el daño había sido en mi tobillo. Empecé a inspeccionarlo cuando escuché varios pasos viniendo con gran velocidad a mi dirección.
—¡Kioto!
Alcé la mirada para ver a un Andrés muy preocupado y arrodillado a mi derecha mirando todo mi cuerpo en busca de algún daño.
—¿Qué ha pasado? —Sergio apareció y se arrodilló en mi ezquierda para mirar mi tobillo.
—Algo ha sonado muy fuerte. —murmuré por lo bajo para que sólo ellos pudieran oírme. Todos los demás de la banda estaban alrededor mío. Denver había agarrado mis maletas.
De repente Moscú bajó corriendo las escaleras y se quedó en frente mio con una mirada preocupada. Llevaba una radio antigua en la mano.
—¿Qué ha pasado? He escuchado algo caerse mientras intentaba encender la radio— Moscú entendió gracias a una explicación rápida que me había caído por las escaleras, solo mencioné que había pisado mal.
Poco después todos estaban fuera de mi vista menos los dos hermanos que me ayudaron a levantarme. Miré al Profesor con el ceño fruncido.
—Deberías haberles dicho que no llegan las ondas de radio.
Ellos ya habían resuelto el porqué de mi caída al igual que yo. La habitación de Moscú estaba pegada a las escaleras y con la puerta aún cerrada pude escuchar perfectamente el ruido de la radio, provocando que me doliesen y me asustara.
Bufé y subí las escaleras corriendo par allegar a mi habitación. Denver había subido mis maletas y le di las gracias por ello, pero lo peor aun estaba por venir.
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