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Chapter One

Por favor, solo quiero una segunda oportunidad de vivir”

En las frías estancias de la fortaleza roja, Aemma yacía en su lecho, su respiración era tan frágil como el cristal y su piel tan pálida como la luna, la sangre cubría la cama, su vientre abierto en par en par, donde hace unos momentos le habían sacado a su hijo, el hijo que el Rey tanto anhelaba y deseaba más que nada.

Ella había gritado, llorado y suplicando, había luchado, pero sirvió, todos la rodearon, la sujetaron y después la habían abierto sin más, ahora sentía como su vida se iba, pero ella no quería irse.

No, claro que no, dejaría sola a su hija, la única hija que había tenido sana y vida, su hermoso milagro, si dulce dragón, ahora estaría sola y todo por culpa de Viserys y si deseó por un hijo varón.

El odio la invadió, pero después se le paso, ¿de que servía odiarlo?, ¿si ya se estaba muriendo?, todo en encontrá de su voluntad.

Solo deseaba que esto, la decisión de Viserys en abrirla cual pescado, tuviera un castigo, que todo esto sea el karma del hombre que una vez amo.

¿Amor?, ¿en verdad llego a amor a Viserys?, si lo amo mucho cuando era una niña ingenua en un mundo lleno de víboras, pero el amor que le tuvo, se fue en el momento en que Viserys solo la vio como una yegua para parir hijos.

¿Y ahora?, jamás podría amarlo, ni esta vida y muchas más.

Con cada suspiro que escapaba de sus labios, ella  sentía cómo su espíritu se desprendía de su cuerpo, listo para unirse a las estrellas. Pero en su corazón ardía un deseo inextinguible, una súplica silenciosa a los dioses Valyrios que habían observado desde las sombras de la historia.

—Grandes dioses de fuego y sombra — pensó con voz quebrada — concededme la gracia de una segunda oportunidad, si mi destino aún no está sellado, permitidme renacer en un mundo donde pueda ser feliz, y encontar un amor verdadero — dijo soltando su último suspiro.

El último suspiro de Aemma Arryn, significaba muchas cosas, tanto buenas como malas, las buenas eran que su alma y corazón volverían a existir en un mundo donde ella tomaría sus propias decisiones, su propio destino.

Y las malas eran que a dejar esta vida muchas cosas saldrían mal, las malas decisiones que Viserys tomaría, el destino cruel de su hija, pero ella no tenía la culpa, claro que no, ella jamás fue dueña de su vida, ni siquiera de sus sueños.

Las mujeres no tienen sueños, ellas tienen esposos y dueños.

El silencio se apoderó de la habitación, y por un momento, todo pareció perdido, las doncellas, el maestre miraron el cuerpo sin vida de la Reina, y de como el Rey estaba a su lado, sus mano sobre la mano que poco a poco se estaba enfriando.

Viserys no lloro, pero se sentía triste y desolado, sus ojos azules seguían fijos en el rostro sudorso de su ahora difunta esposa, se colocó de pie, mientras soltaba lentamente la mano de Aemma.

—¿El niño está sano? — su voz era baja pero todos los escucharon por el gran silencio en la habitación.

El maestre Mellos dio un paso adelante con el niño en brazos, el cual mostraba en su cabeza un pequeño puñado de cabellos plaedos.

— El niño está sano y fuerte su majestad — le dice el viejo hombre al Rey.

Viserys asintió, miró por última vez el cuerpo de Aemma, no lloró, pero el sentimiento de tristeza lo invadió, Aemma fue su compañera por años, tienen una hija, pero hace un tiempo dejo de amarla, o jamás la había amado y dejó que los sentimientos de cariño de primos se confundieran con "amor".

—Bien — dijo Viserys ahora mirando a las doncellas y al maestre — Preparen a la difunta Reina para un entierro — ordenó fríamente, tomo al niño en brazos y salió sin más de la habitación.

El cielo azul, ahora estaba cubierto por nueves grices qué se cernían sobre la fortaleza roja, un manto de luto que parecía presagiar la tragedia venidera.

El pequeño príncipe, cuyos cabellos platinados prometían un futuro de poder y gloria, yacía ahora silencioso en su cuna, su pecho dejando de alzarse con la promesa de la vida,los minutos pasaron, y con ellas, la chispa de su existencia se extinguió como una vela en la tormenta.

El maestre Mellos, con manos temblorosas y ojos cargados de pesar, cerró los párpados del infante, sellando su destino junto al de su madre.

Ese solo era el comiemzo del karma de Viserys.

La noticia se esparció por los pasillos como un viento gélido, llevando consigo susurros de desesperanza y miedo.

El velorio se llevó a cabo en la colina de Rhaenys la conquistadora, todos los nobles, lores y ladys estaban presentes, el cuerpo de Aemma Arryn, aún majestuoso en su quietud eterna, estaba cubierta en telas, reposaba junto a su hijo, unidos en la muerte como nunca lo estuvieron en vida.

—¡Dracarys! — había soltado Rhaenyra Targaryen, la dulce hija de Aemma, su rostro bañado en lágrimas.

Viserys, su figura solitaria ante los féretros, contemplaba como los cuerpos de su esposa e hijo se envolvia en llamas ante el fuego que la dragona de su hija lanzó, no derramó lágrima alguna, pero el peso de sus decisiones y la soledad de su poder se reflejaban en su mirada perdida.

Rhaenyra, oh la dulce dragón, se acercó con pasos vacilantes sin importale el fuego que abrazaba todo a su paso, lanzó una rosa al fuego donde estaba el cuerpo su madre.

Su mirada, una mezcla de inocencia, dolor, agonía,  posó  su mirada sobre el hermanito que nunca conocería.

En su corazón, una promesa silenciosa de recordar, de honrar y de vivir una vida que su madre no pudo elegir.

Y así, bajo la luz cálida y el canto de los vientos, Aemma Arryn y su hijo fueron despedidos. No como reina y príncipe, sino como espíritus libres, destinados a surcar los cielos en busca de aquellos sueños negados en vida.

Las mujeres no tienen sueños, decían, pero Aemma en su nuevo destino gracias a los Dioses Valyrios, soñaria todo lo que jamás soñó, sería libre, buscaría su propósito en la vida y sobre todo sería feliz.

Y es así como la vida de Aemma Arryn, reina concorte de los siete reinos, hija de Rodrik Arryn y Daella Targaryen, acabo dando a "Luz" a un hijo de la corona.

Pero Astoria Durand, nació al mismo tiempo, una nueva oportunidad para vivir, para soñar y amor, y sobre todo ser libre al fin.


1107 palabras

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