𝟬𝟯𝟭━━ ¿Puedes sentirlo 𝘁𝗮𝗺𝗯𝗶𝗲́𝗻? Alguien te está observando
❛ 𝓒𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝓣𝐇𝐈𝐑𝐓𝐘-𝓞𝐍𝐄❜
𝐆𝐇𝐎𝐒𝐓 𝐒𝐓𝐎𝐑𝐈𝐄𝐒 👻☎️
𝐏𝐑𝐄𝐒𝐄𝐍𝐓𝐒...
༉‧₊˚. ♯ You can feel it 𝘁𝗼𝗼?
Somebody's watching you
Me preocupo por ti y siempre lo haré,
así que dime, ¿quién te hizo eso en la cara?🔪
𝐌𝐄 𝐌𝐀𝐑𝐂𝐇𝐄́ 𝐀 𝐓𝐑𝐎𝐌𝐏𝐈𝐂𝐎𝐍𝐄𝐒 𝐃𝐄𝐋 𝐒𝐀𝐋𝐎́𝐍 y me fui al pasillo para entrar a la segunda habitación de Stacy que me servía a mí como dormitorio cuando me quedaba con ella algunas noches. El puñetazo me había dejado una gran marca violácea en el pómulo pero no quise pararme mucho a mirarla en el espejo. Sentí un nudo en el estómago. Quería volver a llorar pero ya lo había hecho mientras me desahogaba escribiendo en el diario que había escondido. Ahora debía de seguir hacia delante.
Aunque sabía que esto nunca desaparecerá, él no se irá.
Recogí de la mesa de noche mis cremas, mi ropa interior y en el mueble más próximo, la toalla. Lo puse todo en una mochila de deporte. Antes de ducharme, me paré a contemplar la luna en la ventana, era como un rayo de luz en un manto lleno de maldad y oscuridad, me daba cierto consuelo.
Luego me dirigí a la cocina y cogí todos los cuchillos que había en el tacoma. En total eran cinco: un cuchillo de chef; uno imprescindible, ancho y alargado, con él se podía cortar, picar y rebanar verduras y hortalizas —aunque Ethan no utilizaba los cuchillos expresamente para la comida—, el otro era un cuchillo de chuletero; su hoja era firme y delgada con una punta algo dentada, perfecto para cortar filetes, chuleta o carne asada. Tras meter a los dos en la mochila, solo me quedaban tres. El cuchillo deshuesador: conservaba la hoja fina, flexible y con la punta algo curva, perfecto para penetrar la carne y retirar huesos, grasas y tendones.
De repente recordé el cadáver descuartizado de Greg en la nevera, me dieron arcadas de tan solo pensar con qué disfrute lo había masacrado Ethan. Lo metí en la maleta sin darle muchas vueltas a la cabeza. Solo quedaban dos. Atrapé el cuchillo de filetear, su pomo era suave y firme en mis manos. Tenía una hoja delgada, fina, alargada y delicada. La metí junto con los otros. Y por último: el cuchillo jamonero; su hoja también era alargada y fina. Demasiado elegante.
El cuchillo de filetear me produjo algo de resquemor. Lo reconocí al instante. Era el más parecido que poseía Ghostface que en realidad era un Buck 120 modificado, un cuchillo de caza metódica con ocho pulgadas capaz de rajar la carne, arterias y músculos en pocos segundos, penetrando los huesos, haciéndolos añicos y polvo totalmente descompuesto. La precisión del portador jugaba un gran favor y ya me había quedado en claro que Ethan era un gran maestro de la anatomía y puñaladas.
No quería que me penetrara. No de esa forma, al menos.
Me fijé de nuevo que las puertas y las ventanas estaban cerradas pero un fantasma siempre podía entrar y nadie ni nada lo podía retener. ¿Por qué? Porque conocía no solo los puntos débiles de la víctima sino, también, los de su casa o de su escondite.
Volví a la cocina, Stacy no tenía más cuchillos porque ella no necesitaba tantos para la comida, así que me bastó con estos. Fui al baño y cerré la puerta. Me quité la ropa y me quedé en ropa interior. El silencio reinaba en el habitáculo y solo se oía el repiqueteo del agua cristalina en el lavabo cada cinco segundos, además hacía frío, más frío que antes. Casi de inmediato me puse a temblar pero no perdí más tiempo.
Los tres primeros cuchillos los metí en el plato de ducha, entre el shampoo para el cabello y la mascarilla reparadora. Los otros dos los metí en el hueco que creaba el gel de baño y las cremas para el cuerpo, cara y manos. Las toallas y la ropa las puse en el lavabo y la mochila en un rinconcito, al lado del plato de ducha.
Una vez tuve todo listo, me desnudé el completo, volví a mirar a la puerta. Si él entraba, tenía los cuchillos a mi disposición, buscaría la forma de quitarle el suyo de las manos, me lo quedaría si lo distraigo lo suficientemente para que perdiera la guardia y él no podría buscar uno nuevo porque yo misma había quitado todos de la cocina para que no tuviera una segunda oportunidad. Su juego pasaría a un segundo plano y yo tendría una ventaja que me permitiría devolverle todo el sufrimiento que él mismo me había causado.
Estaba claro que si no podía delatarlo a la policía o al detective Bailey, tampoco podía matarlo, pero si joderle. Joderle mucho, joderle casi tanto como él me lo había hecho a mí.
Quería jugar a su juego una vez más pero esta vez, yo tomaría la ventaja.
Y por supuesto, la ropa estaba a mi lado. Si me pillara con la guardia baja y desnuda, muy probablemente mi plan se estropearía y lo único que conseguiría decir sería: «¡Oh, Dios mío, Ethan! ¡Dime que no me has visto desnuda!»
Claro que algo así no iba a suceder.
Preparé todos los sentidos de mi cuerpo al margen de la situación y me concentré para que mis oídos escucharan absolutamente todo además del agua acariciando mi piel y mi cabello.
Metí un pie en la ducha y luego otro, acto seguido, cerré las puertas corredizas. Ajusté la rótula de inclinación para que el rociador quedara por encima de mi cabeza y no desviara la dirección del agua. Abrí el grifo y rodé el desviador del caudal. Necesitaba agua fría. Cerré los ojos cuando las gotas cayeron sobre mi rostro y en segundos, todo mi cuerpo estaba mojado.
Vi oscuridad pero mi mente me enseñaba recuerdos: la sonrisa tímida y encantadora de Ethan pero luego esa sonrisa se convirtió en una sonrisa diabólica y pérfida. La escena de cuando se quitó la máscara aún me acompañaba. La horrible muerte de Anika. El cuerpo descuartizado de Greg. Las tripas saliendo del vientre de Jason. El cuerpo ensangrentado de Quinn volando hacia mi dirección y empapándome de su sangre. Los dedos cortados de aquel tipo del tupé que puso meticulosamente en un plato como si fueran cañas rellenas de cereza para un cumpleaños. El baño de hemoglobina y todos los cortes profundos en el cuerpo desnudo del novio de Quinn en la bañera con las piernas abiertas.
Volví a llorar pero lo bueno es que ahora las gotas de agua ocultaban mi debilidad, una debilidad que no quería que viera Ethan si volvía. Abrí los ojos y dirigí la vista hacia el suelo para pensar en otra cosa pero solo vi el suelo empapado de sangre. Sabía que esas ondas carmesí en parte eran de mis heridas pero también de la sangre seca —pero aún caliente— de mis amigas. De una chica inocente y de otra que también lo era y la insulté mentalmente pensando que en realidad era Ghostface.
Pobre Quinn, pobre Anika, pobres todos aquellos que murieron siendo víctima de alguien tan infame como Landry. Y luego estaba yo, su cómplice secreta y estúpida que no le decía nada a nadie sobre lo que había descubierto. ¿Y por qué? Ni siquiera yo tenía respuesta.
Porque me amas, dijo la voz de Ethan en mi cabeza, recordé sus palabras.
—¡No! —exclamé en voz alta—. ¡No!
Sabes que amas, lo sabes muy bien, volvió a decir.
—¡Cállate de una maldita vez! —Menos mal que no había vecinos en los kilómetros a la redonda que me separaban de la ciudad, lo más probable es que me tomaran por una loca si me oyeran hablar sola en el baño—. No te quiero.
¿En serio piensas eso? Vamos, no mientas. A veces es mejor una verdad desagradable que una mentira agradable, ¿no, Evelyn?
—Cállate de una puñetera vez, no lo pienso repetir...
¿Cómo quieres que me calle si soy tu cabeza? Eres tú la que estás pensando eso.
—No —dije—. Yo no soy porque básicamente no pienso eso. Me niego rotundamente.
No, no. No quieres pensarlo pero aún así, lo piensas. Y te sientes mal por ello pero volvemos a lo mismo: ¡lo piensas!
Me pareció sentir que la voz se burlaba de mí. Esta vez era la mía propia. Se reía a carcajadas.
La ignoré.
¿Por qué me ignoras?
—Vete a la mierda.
Qué masoquista eres. Acabas de decirte a ti misma que te vayas a la mierda. Hablando de masoquismo, ¿admites que te gustó cuando Ethan se subió encima tuya durante la persecución y te acarició con el cuchillo? No, no respondas, no mientas, sé que sí. Quieres repetir.
Volvió a reírse con una carcajada muy similar a la risa de una bruja.
—¡Cierra la puta boca ya! —grité y esta paró con la risotada. Sabía que calló porque mis oídos habían captado algo. Cerré el grifo y automáticamente miré hacia la puerta. Estaba cerrada. Suspiré.
¿Desde cuándo dices palabrotas? ¿Desde cuando tengo boca? Bah, no importa. Parece que tu Christian Grey ha llegado, se mofó la voz.
La volví a ignorar y salí de la ducha cogiendo todos los cuchillos. Metí todos en la mochila; que ya la había puesto justo a mi lado, preparada por si tenía que irme rápidamente y no dejarla en manos de Ethan. Luego se me cayó el alma a los pies cuando me di cuenta que no había puesto ropa nueva y limpia, solo la ropa interior. Y la sucia solo olía a sangre, ya la había puesto en la cesta y ni de coña la volvería a usar. No quería seguir oliendo la sangre de mis amigas. No quería seguir sintiéndome culpable.
Maldije por lo bajo mientras me enrollaba la toalla blanca más grande en torno a mi cuerpo. Se veía la entrada de mis senos apretujados pero al menos no estaba desnuda. Me coloqué la ropa interior inferior y empecé a secarme el cabello con la toalla más pequeña. Curvé mi cuerpo, de modo que mi cabeza se erguía hacia abajo para poder quitarme la humedad mejor. No paraba de mirar de reojo de un lado a otro: mi punto de mira eran la puerta y la maleta.
Vi que el picaporte se giró un poco y el cerrojo se movía con un sonoro clic, muy sigilosamente. Lo más probable es que si no lo hubiera estado mirando —y aunque me pesara admitirlo— no me habría dado ni cuenta.
¿Puedes sentirlo también? Alguien te está observando.
Por primera vez en días, mi mente —o mi cabeza, como queráis llamarlo— y yo, estábamos de acuerdo en algo.
La luz se apagó, tragué saliva sin dejar de mirar a la puerta. Intenté no doblegarme ante el miedo. Cogí el cuchillo deshuesador, el primero que atrapé en mis manos. Cuando la luz se encendió de nuevo, la puerta estaba completamente abierta y podía escuchar como una pieza de ópera sonaba en la sala de estar. «'O sole mio».
La luz se volvió a apagar.
La casa de Stacy no estaba encantada, era yo. Allá dónde vaya, mi fantasma me persigue.
Me alejé un poco de la puerta, solo mostraba un pasillo oscuro y solitario. Sentí de nuevo esa ráfaga de aire. La toalla del cabello cayó al suelo.
Respiré profundamente, apretando el pomo del cuchillo con firmeza con la vista fija en la entrada oscura de la puerta mientras seguía dando pasos hacia atrás. Ghostface ataca al instante y cuando menos lo esperas, era mejor que te apartaras para ganar segundos de ventaja. Ya yo lo había aprendido a las malas.
La luz se encendió y se volvió a apagar. Cada vez estaba más cerca, lo notaba. Pude atisbar un manto oscuro pasando justo a mi lado.
Era una ráfaga escalofriante apenas perceptible junto con su silueta fantasmal.
Miedo, miedo, miedo.
No quiero sentir miedo.
Entonces, ¿qué quieres sentir?
Fuerzas.
La luz volvió y allí estaba mi fantasma. Observándome a través del espejo. Le devolví la mirada a través de aquel marco cristalino. Él ladeó la cabeza mientras estudiaba las posibilidades que tenía conmigo con aquella máscara diabólica. Tenía un aspecto terroríficamente sexy: botas negras y altas, pantalones negros, un manto oscuro por todo su cuerpo, pequeñas cadenas de plata. Él era la mismísima oscuridad. Él era la muerte. No, no era la parca.
Era el príncipe de las tinieblas.
Era Ethan.
Lo supe desde que lo vi, era el más alto en comparación con los otros dos y mucho más peligroso y sádico por cómo se movía con una total precisión y sutileza calculada.
Tenía el cuchillo en las manos.
—Sé que eres tú —dije, intentando que mi voz sonara lo más firme posible mientras estiraba el brazo. El cuchillo señaló al espejo, justo en la dirección donde su reflejo se visualizaba—. ¿Has venido a rematarme, Landry? ¿Tanto me odias? ¿Después de todo lo que hemos vivido? ¿Sabes? Nunca antes había odiado tanto a alguien en mi vida. Nunca antes había repudiado a una persona hasta tal punto de querer verla muerta —le mentí. Rió con la voz modulada—. Ojalá te mueras lentamente y sufras como lo han hecho tus víctimas bajo tus propias manos.
Volvió a ladear la cabeza. Sus cuencas negras y vacías me estudiaron profundamente. Me sentía pequeña, débil. Esto me venía grande pero no quería admitirlo. No quería que él pensara eso, que sintiera mi debilidad. Me di la vuelta para volver a amenazarle y esta vez, de cara a cara enmascarada. Él al ver mis intenciones, fue tan veloz que en un ápice de segundo, me estampó contra la pared y apretujó su cuerpo con más fuerza contra el mío, justo en el rincón.
—¿Has venido a atacarme y a matarme finalmente? Es eso, ¿verdad?
Acercó su rostro enmascarado al mío y me susurró al oído con una voz suave pero intensa. Esta vez era su voz propia.
—¿Cómo quieres que no te ataque? No te puedo prometer que no te voy a atacar si estás solo con una toalla y me dejas casi al descubierto lo que hace mucho tiempo quería contemplar con mis propios ojos. —Sentí que mi mirada se abría de par en par al saber a lo que se refería exactamente, mis pupilas se dilataron. Mis piernas temblaron. Una parte de mí quería que se separara de mi cuerpo, y otra, que se pegara mucho más—. Además, yo nunca he querido matarte.
—¿Por qué asesinaste a Anika? —le pregunté, ignorando su primer comentario. El filo de su cuchillo tocaba mi torso abdominal. Él mío también. Podríamos matarnos juntos. Podríamos hacerlo. Pero sabía que él no era capaz y yo tampoco.
—Se puso en medio de mi camino, mi amor, ¿qué querías que hiciera? ¿Decirle amablemente que se apartara?
—Pues mira, para empezar, podrías haberla dejado escapar porque tú no tenías intenciones de cruzar por las escaleras. Y no me llames mi amor —le expliqué, esta vez sí le dirigí la mirada.
—Eve, déjame explicarte...
—No me llames Eve —le interrumpí. Pude ver cierta molestia en su voz.
—Cariño...
—No me llames cariño.
—¡Me cago en la puta! —exclamó dando un golpe en la pared con su mano libre, justo al lado de mi cabeza—. ¿¡Y cómo quieres que te llame, eh!?
Lo miré asombrada. El antiguo Ethan lo más probable es que, tras decir una palabrota inconscientemente, se enjuagara la boca con agua bendita siete veces y luego rezaría toda la noche en señal de penitencia hasta que su voz perdiera fuerza.
Pero este no era ese ángel. Este Landry era un demonio, el ángel de antes ya no existía. Nunca había existido.
—Llámame por mi nombre, tú no eres nadie para mí, tú no eres ese chico que me hacía feliz, tú no eres ese chico del que me enamoré —confesé, apretando el filo en su estómago. Sonrió—. Tú solo eres un desconocido que sobra en mi vida.
—Pues para mí, tú no eres así y nunca lo serás, me preocupo por ti y siempre lo haré, así que dime, ¿quién te hizo eso en la cara? —me preguntó, acercándose más a mi cuerpo. Estábamos totalmente pegados. Creo que él disfrutaba con el contacto de mi cuchillo. Creo que disfrutaba con mi fortaleza por no temblar en frente suya.
No le contesté.
—¿Quién te ha hecho eso en la cara? —Volvió a preguntar. Obtuvo la misma respuesta silenciosa por mi parte.
—Quítate la máscara —le dije. Esta vez fue él, el que no contestó. Quizá para devolvérmela—. He dicho que te quites la máscara. —La presión del cuchillo sobre su vestimenta aumentó.
Oí su respiración. Escuché sus latidos precipitados. Estaba nervioso.
Yo también.
Finalmente se quitó la máscara y la ajustó a su cinturón, observé cómo sus pupilas negras aumentaban y se dilataban profundamente. Las mías entraron en contacto con las suyas pero su expresión ahora no estaba acompañada de una sonrisa, estaba serio. Dolorido.
—¿No disfrutas estando a mi lado?
Era el momento de la distracción.
Me acerqué a él y le susurré al oído.
—Mucho. —La comisura de mis labios rojos acariciaron su piel caliente. Su dulce olor a jazmín me nubló todos los sentidos pero no dejé que me distrajera. Mi mano libre tomó el rumbo lentamente hacia su mano, la misma que tenía el cuchillo—. Pero, ¿sabes qué disfruto más? —Él negó con la cabeza pero una de sus manos me agarró del brazo como si su vida dependiera de ello, se dio cuenta y no pude moverlo.
Bien, cayó en mi trampa.
—¿Intentas seducirme para quitarme el cuchillo, mi amor? —Esta vez sí sonrió, triunfante pero engañado.
Le devolví la sonrisa aunque la mía, al contrario que la de él, era triunfante pero vencedora.
—No te lo tomes como nada personal pero disfruto con ello. —No disminuyó su fuerza en mí, mis labios revolvieron sus rizos ondulados—. Aunque definitivamente, disfruto más fantaseando con reventarte los muebles en la cara y ver tu expresión de dolor y sorpresa. ¡Oh, eso es tan... satisfactorio, mi amor! —exclamé, mintiéndole. Aproveché que estaba reteniéndome el brazo y con mi otra mano libre, cogí un pequeño estante de mármol que sobresalía del mueble más cercano y se lo estampé en toda la cara. Es cierto que no disfrutaba de su dolor, no era un monstruo pero estaba satisfecha de que viera que no se lo iba a poner tan fácil a partir de ahora.
Un gruñido se le escapó de sus labios y aproveché para quitarle el cuchillo, coger la maleta y salir del baño con todas las armas posibles mientras él estaba desarmado.
Pero seguía siendo fuerte.
Ese dato no lo pasaba desapercibido pero al menos había hecho algo que muy pocos habían logrado: desarmar a Ghostface.
No me sentía poderosa ni nada por el estilo aunque sí mucho mejor que antes.
Si uno creía fielmente en algo, podía hacerlo. Podía lograrlo.
Aunque sus sentimientos y acciones se contradigan.
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