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𝟬𝟬𝟰━━ Sam Carpenter es la hija de 𝗕𝗶𝗹𝗹𝘆 𝗟𝗼𝗼𝗺𝗶𝘀

❛ 𝓒𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝓕𝐎𝐔𝐑 ❜
༉‧₊˚. ♯ Sam Carpenter is the
daughter of 𝗕𝗶𝗹𝗹𝘆 𝗟𝗼𝗼𝗺𝗶𝘀 🔪

𝐀𝐋 𝐁𝐀𝐉𝐀𝐑 𝐀 𝐋𝐀 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄 𝐌𝐀́𝐒 𝐁𝐀𝐉𝐀 𝐃𝐄𝐋 𝐄𝐃𝐈𝐅𝐈𝐂𝐈𝐎 sentí cómo la temperatura descendía en el sótano. El aire era más denso. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Ethan seguía mis pasos, no paraba de mirar hacia los lados, nervioso. Yo también lo estaba mientras me aferraba con fuerza la parte de la camisa que Ethan había desgarrado para vendarme la herida, mi mano estaba completamente bañada en sangre pero el torniquete ayudaba a que no saliera tanta como me esperaba en un principio.

Estaba todo a oscuras. Ethan cerró la puerta, encendió el interruptor de la luz y automáticamente  la electricidad hizo un pequeño click en la bombilla del centro colgada en el techo. Todo estaba lleno de estantes medio vacíos y otros, con algunas maquinarias de construcción. Me estremecí al ver los martillos y destornilladores.  

Bonito lugar para escapar de un asesino. No quedaba otra pero lo bueno es que no había nadie.

Al comprobar que todo estaba en orden, Ethan usó su móvil, por suerte ahora había cobertura, yo fui a coger un martillo de la mesa y lo levanté con mi mano nueva.

—¿Qué vas a hacer con... eso? —me preguntó Ethan levantado la vista hacia mí.

¿En serio?

—Matarte —bromeé—. Ethan. Yo soy la ayudante de ghostface —me acerqué a él con el martillo. Él se estremeció y dio dos pasos hacia atrás con los ojos abiertos.

—¿Qué... qué estás diciendo?

Se lo cree todo.

—Lo que has oído, quiero matarte.

Estaba cada vez más cerca de él. Su cuerpo estaba pegado a la puerta, no podía avanzar más hacia atrás. Me reí.

—¡Te lo crees todo! ¡Estaba bromeando!

Él rió nervioso. Lo miré seria.

—¡En serio! ¿De verdad pensabas que sería yo después de todo lo que hemos pasado esta noche?

Su respuesta tardó más de lo que esperaba. Fruncí el ceño.

—A lo mejor todo fue una coartada para no sospechar de ti cuando las cosas se pongan feas de verdad —alzó una ceja, divertido.

—O a lo mejor tú también la tienes y haces como el que no sabe nada —bromeé. Desgraciadamente, tenía mucha imaginación pero no por ello significaba que fuera real.

Me reí mientras bajaba el martillo. Él se rió al mismo tiempo que recobraba la compostura. Nos miramos intensamente y las carcajadas casi silenciosas era el único sonido que se escuchaba en aquellas paredes. Me gustó ese momento, deseaba que no desapareciera.

—¿Crees que si fuera ghostface, el otro enmascarado me hubiera hecho una cicatriz en el brazo? —me dijo a modo de pregunta. Seguía con expresión divertida, conmigo perdía algo la timidez. Eso me gustaba.

—¿Y crees que si fuera ghostface, el otro enmascarado —pregunté con el mismo tono de voz que él empleó—: me hubiera hecho un agujero del tamaño de una nuez en mi mano?

Deberíamos de ir ya a la puerta ¿verdad? Seguro que os lo estaréis preguntando ahora pero algo nos retenía a estar a solas en ese lugar. Una sensación que te atraía al peligro pero que también te llevaba a lo que más ansías. En aquella zona solo estábamos los dos y las puertas estaban cerradas, nos diríamos cuenta enseguida si alguien entrara al tener ambos extremos a la vista y aunque no era mucho, poseía un martillo y estaba dispuesta a usarlo pero también a quedarme un rato más a solas con él después de todo por lo que pasamos.

Necesitábamos hablar. Necesitamos recobrar la compostura y la respiración de una carrera agitada. Necesitaba tenerlo a mi lado sin que estemos escapando de un asesino, quería un momento de intimidad para conversar, aunque sea el mínimo indispensable.

Nos volvimos a reír mientras nos mirábamos. Se hizo el silencio, sin embargo, no fue incómodo. Con la mirada nos lo dijimos todo, yo no sospechaba de él ni él de mí.

Ninguno de los dos éramos unos asesinos.

—¿Por qué dijiste eso antes? Ya sabes, lo de morir virgen —le pregunté. Me dio curiosidad. Era mayor de edad como yo pero nunca había estado con una chica. Lo mismo me pasaba a mí y la verdad es que, era mejor así. Si en este mundo tuviera que elegir a un chico con la suficiente confianza como para sentirme segura y cómoda con mi cuerpo ese chico sería sin duda, Ethan porque él me aceptaba con mis defectos y mis virtudes. Él no buscaba la perfección, no tenía prisas y buscaba el cariño y la esencia de la persona. Pero no sabía si él pensaba lo mismo sobre mí y desde luego, no tenía fuerzas ni agallas para preguntárselo.

Evitó mirarme a los ojos esta vez, ladeando la vista hacia un lado.

—Cuando me pongo nervioso, digo tonterías.

Aún así y pese a su corta respuesta, cogió valor y me miró.

—¿Me... querías besar?

Puse los ojos como platos. Estábamos cerca. 

—No...¡no!

«Sí».

—Yo también cuando me pongo nerviosa, digo tonterías, perdón, pero... yo no quiero morir siendo o no virgen, a mí eso me da igual, lo que no quiero es morir.

—Claro, es normal... —carraspeó, poniendo los ojos en blanco—. En serio, perdóname...

En realidad ese comentario no me había molestado en absoluto pero causó la risa.

«Yo estoy aquí para que no mueras virgen».

—Mira, olvídalo, no he dicho nada —le interrumpí de inmediato para apartar mis pensamientos.

—Sí, mejor.

—Claro, mejor —repetí. No sabía qué decir.

—Por supuesto —continuó él. Todavía seguíamos cerca, olí su perfume, sentí el calor, la nostalgia y la familiaridad que emanaba.

—Sí, mucho mejor —dije con el ceño fruncido. Batallando conmigo misma.

¿Me rechazaría ahora si le intento besar de nuevo?

—...Aunque..., ahora que lo pienso, ¿por qué estamos teniendo esta conversación cuando hay un asesino en serie suelto persiguiéndonos...

—... y dispuesto a destriparnos a lo bestia...? —le interrumpí. Tenía razón, no deberíamos de haber mantenido esta charla tan... extraña pero a la vez, cercana.

—Sí, eso —afirmó—: pero, ¿podrías ser menos explícita?

La verdad es que esas frases me salen solas.

—Soy escritora, tengo mucha imaginación.

Lo cual, era verdad.

—Pues yo si tuviera tu cabeza con esa extravagante imaginación, créeme que no podría dormir nunca —confesó con una sonrisita tímida.

—Haces bien. Además, mi cabeza no durará mucho si nos quedamos aquí, lo más probable es que ghostface me decapite y mi cabeza ruede por los suelos como una peonza y te tropieces con ella. ¿Has jugado alguna vez al fútbol?

No era un chico de deportes. Lo estaba molestando.

—Lo has vuelto a hacer —confesó con una mueca de fastidio que a mis ojos era adorable.

—¿El qué?

—¡A... explicitar mucho!

—Perdón, no diré nada más por esta boca que tenga contenido explícito para mayores de dieciocho años. No lo diré más porque probablemente cuando lo diga, mi boca acabe amordazada y me cosan los labios con agujas e hilos.

—¡No! ¡Para! —exclamó. Parecía un niño pequeño cuando le quitan su juguete favorito.

Qué tierno...

Aunque ya era hora de ponernos serios.

—¿Qué sabemos de ghostface? —me preguntó. Le confíe la información que sabía.

—Aparte de que es un maldito lunático... —Empecé a explicar, reprimiendo una mueca de dolor al estirar levemente la mano herida para ver si sentía las articulaciones. Apenas las notaba, era como si no tuviera mano, lo único que me recordaba que si la poseía era el inmenso dolor que me provocaba pero aguanté, me lo exigía a mí misma—: ... también es un fanático de las películas de terror, en especial de las películas de Scream.

—¿Te refieres a las de Billy Loomis y él otro...? Hum. ¿Cómo se llamaba?

—Stu Macher. Los dos amigos inseparables que al final resultaron ser los ghostfaces hace unos cuantos años en Woodsboro.

Ethan afirmó con la cabeza, pensativo.

—Me dijo algo así como que iba a hacer una franquicia cuando me hizo la llamada. Una estúpida masacre para renovar su propia entrega —proseguí, espantada por los pensamientos locos de esa persona—: y que haría que Sam se volviera como su padre: Billy Loomis. Así que es cuestión de poco tiempo que empiece con los asesinatos masivos.

Que Sam Carpenter sea hija de Billy Loomis me producía mucho resquemor hacia ella pero Sam no tenía la culpa de que su padre haya sido un psicópata. Solo que... aquel lugar donde iba ella, siempre acababa en desgracias... Eso era lo que me preocupaba.

Ethan y yo lo sabíamos pero no éramos capaces de decirlo en voz alta para no dañarla.

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