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🖇𝕮𝖆𝖕í𝖙𝖚𝖑𝖔 𝟐🐺²

Al día siguiente el sol nacía por el horizonte nuevamente. El alba de matices naranja se extendía sobre la pequeña aldea. Un día más, un día menos. Había que aprovechar aquellos
bellos espectáculos que ofrecía la naturaleza pues, para algunos, podía ser el último amanecer.

Jin entreabrió sus ojos, siendo despertado por el sonido de los pájaros que por allí cerca habían elaborado sus nidos. Su cama de paja seguía siendo el lugar más cómodo y relajado en el que podía estar, pero tenía un viaje pendiente, y estaba indispuesto a retrasarlo.

Se desperezó aún sin levantarse, siendo encandilado por los rayos que se filtraban a través de la madera y de la ventana. Instantes después, recuerdos borrosos de sus sueños de la noche anterior lo golpearon fríamente.

Un tanto cohibido por sus ensoñaciones sin fundamento, se levanta de su lecho de descanso y se prepara para afrontar las tareas del día. Como siempre tomaba un balde e iba a recoger agua en el pozo. Durante aquel tiempo transcurrido la aldea había avanzado en una que otra cosa para facilitar las labores. Sin embargo, la distribución de aguas no había sido una de ellas.

Y no cómo le había devorado namjoon a él. Aquello no incluía placer, sólo dolor intenso al percibir aquellos filosos dientes despedazar la carne humana.

Con un ágil movimiento, la hizo oscilar sobre su cuerpo antes de hacerla descender y atarla a su cuello.

- Malditas bestias.- murmuró la mujer. Sus ojos se cerraron con fuerza. Cada día era más difícil afrontar aquella crisis.

- Los lobos nos han traído sólo miserias. Merecen la muerte.

- Deja esos pensamientos negativos. No llegarás a ninguna parte con ellos.- Le reprendió el de ojos grises. Le disgustaba que su mujer le deseara la muerte a los lobos.

A pesar del daño que causaban al pueblo, el no dejaba de pensar que eran criaturas excepcionales, maravillosas.

Y, la noche anterior, no pareció importarle unir masacres con aquellas estupideces del amor eterno y los lazos espirituales entre almas y corazones y todas esas bobadas.

- Bueno. Es hora de irme. ¿Me das la tarta de moras, omma?- interrumpió Jin antes de que las diferencias de sus padres salieran a flote en una discusión. Y, además, tenía asuntos pendientes que resolver... en el bosque.
La pelirroja dejó de mirar de forma intensa y desafiante a su esposo y, con los ojos de un azul zafiro, miró a su hijo y dijo:

- Por supuesto cariño.

Se levantó de la mesa y caminó hacia donde reposaba la tarta que con tanto amor y dedicación preparó. Tomó una canasta tejida por ella misma y acomodó cuidadosamente el postre, de manera que éste no sufriera daños en el viaje.

Sonrió con dulzura al entregárselo:

- Aquí tienes amor, tal vez sea la última en mucho tiempo, así que disfrútenla.

- ¿Qué son esas palabras, mujer?. No estamos en el fin del mundo, no exageres.

- No lo digo por eso. El trigo...

- Ya deja esas cosas. Vendrán buenos tiempos, no seas pesimista.

- ¡Contigo no se puede hablar!- sentenció la pelirroja, alterada. Y en medio de su pataleta, giró sobre sus talones y salió de la cocina. Enojada.

- Appa...

- Tranquilo, jinnie. Ya hablaré con ella.- le aseguró. Después un suspiro cansino, se levantó de su silla y caminó hasta TaeHyung.
Le tomo de los hombros de forma paternal y le dijo:

- Recuerda hijo: El bosque no nos consume a nosotros, nosotros nos adueñamos de él. Igual con los lobos.

No tengas miedo.

- No tengo miedo.- Afirmó de inmediato, con convicción y seguridad. Aunque por dentro se sentía nervioso bajo la atenta mirada de su padre. En aquellos días sus ojos grises eran más oscuros y penetrantes, como una noche sin luna. Era como si tuviese el poder de leer los secretos escondidos hasta lo más recóndito de su alma.

- Lo sé.- Sonrió de medio lado. Sabía perfectamente que su único hijo era todo un guerrero de sangre y corazón. Y con la protección adicional con la que contaba... Estaba más preocupado por el bienestar de su mujer y de él en su hogar que por el de su hijo.- Que Dios te bendiga, hijo mío.

Con sus dos manos, inclinó la cabeza de jin y dejó un beso en su frente. Pocas veces mostraba gestos paternales y amorosos, pero aquel día tuvo la necesidad de hacerlo

Algo grande estaba por pasar...

- Amén.

Seguidamente, el pelirrojo se separó de su padre y tomó sus cosas junto con la canasta, colgando el arco y sus flechas a su espalda.

El mayor le dio una rápida inspección de pies a cabeza, verificando que no faltara nada. Y, cuando su mirada se conectó con la de su hijo, comentó:- Recuérdame por qué prefieres un arco y unas flechas antes que una hacha. Los cazadores siempre han pensado que el arma más grande y pesada es la más fuerte.

Jin no dudó en su respuesta.- Para todos menos para mí. El arco y las flechas son más ligeras y su ataque es seco y letal. Además, se puede ejecutar el ataque a distancia, oculto del enemigo.

- Astuto.- profundizó su padre. Su pecho se hinchó cuando inhaló el aroma dulce de la tarta. Su esposa hacia las mejores delicatesen cuando se esmeraba- Vamos, es hora de que emprendas el camino.

Jin respondió con un asentimiento.

Ambos hombres caminaron hasta la puerta y, entonces, su madre apareció de nuevo para darle un abrazo de despedida.

- Cuídate mucho, cariño. Y no tardes más de un par de días por favor.- Le dijo. Su voz sonaba triste, nostálgica, a punto de quebrarse por el llanto acumulado en su garganta.

Mira a su niño a los ojos y, con una sonrisa melancólica, acarició su precioso rostro, pasando sus dedos pulgares por sus labios color cereza.- Trata de convencer a tu abuelo Jimin para que venga a vivir aquí. El bosque es muy peligroso.

- Aquí también.- Argumentó el pelinegro y, esquivando la mirada furibunda de su esposa, aclaró:- Será inútil. Jimin no querrá venir bajo ninguna condición. Él ya hace mucho decidió quedarse ahí hasta el fin de sus días. Moriría en el mismo entorno en el que falleció el hombre de su vida, el cual aún sigue amando.

Simples palabras que conmovieron hasta lo más profunda a jin. Y en lo más hondo, a su madre también logró emocionar. Era una romántica empedernida. Todos lo eran.

- Y no ha conseguido al Lobo ¿no?.- Agregó el menor. Y por poco tuvo el impulso de nombrar aquel hecho en el que namjoon dejó inconsciente a su abuelo en el ático de su cabaña.

Todo para aprovecharse de su inocencia. De su cuerpo virginal.

- Exacto.

- Bueno...- suspiró la pelirroja, sin querer iniciar una disputa en la que claramente llevaba las de perder.

- Por cierto.- Volvió a hablar su padre. Se acercó a jin y tomó su mano, con la palma mirando hacia el cielo. El menor le miró extrañado, pero su expresión cambió por completo cuando se percató del objeto que su padre dejaba en su mano.

- Appa...- Pronunció, con la boca entreabierta a causa de su sorpresa. Lo tomó desprevenido. Por unos segundos miró alternadamente a su padre y al objeto en sus manos, incrédulo.- ¿Y esto?

Es un pequeño regalo para ti. Nada en especial.- Murmuró, sin darle mucha importancia y, tomando la otra mano de jin de la misma forma que la otra, dejó en ella una figurita que no logró entender. Pero que no se atrevió a cuestionarle a su padre.- Ésta es para Jimin.

Jin observó receloso las preciosas piezas de arte en sus manos. Especialmente la suya, la del lobo. Se parecía tanto a él...

- Sé que los lobos no son tus mejores amigos en estos momentos pero.- Hizo una pausa, la expresión en el rostro de jin se lo decía todo, pero aún así continuó- Consérvala. Por favor.

Lo dudó. Claro que lo duró, y es que no soportaba la idea de sostener una figurita tan parecida a namjoon en sus manos. Quería gritarle los mil insultos más horrorosos y luego romperla, hacerla trizas por cada noche que lo atormenta en sus sueños. A ver si se sentía menos resentido por su abandono. Pero, sin embargo, la apretó con fuerza en su mano y la guardó en su canasta.

Era el trabajo de su padre, tan pulcro y hermoso que sería una pena no darle el valor que merece.

Pelaje negro y ojos miel. No entendía como su padre había capturado su esencia. Era casi como tenerlo en miniatura, pero con la misma aura imponente, dominante. De seguro le había tomado días perfeccionarlo de aquella forma. ¿O acaso era esa misma figura la que no había querido venderle a tae?

Era increíble.

- Está bien.- cedió.

- Bueno, ahora sí te puedes ir. No hagas esperar más al bosque, no quiero que te consuma con la oscuridad de la noche.- Apuntó su madre, cuidadosa y atenta como siempre.- Y, por favor, nada de distracciones por el camino.

Jin asintió, fatigado con el mismo discurso. Al mismo tiempo, cubrió su cabeza con la capucha roja, la misma que hacia gloria y enmarcaba perfectamente las fracciones de su rostro joven y bello. Era todo un delirio, una dulce tentación para... él.

La pareja le dio una despedida más y dejaron que su hijo de marchara a aquel lugar infestado de bestias salvajes. Sin cuestionamientos, sin consejos repetitivos, sin advertencias de "Cuidado con el Lobo". Sólo dejaron que se fuera.

Contemplaron al chico de la caperuza roja andar por los caminos solitarios de piedra de aquella aldea escondida, de casitas pequeñas y calles estrechas. La capa roja resaltaba y se movía junto a él en cada paso, le cubría la espalda como un manto protector.

Poco a poco la niebla fue consumiendo su cuerpo hasta hacerlo desaparecer de su vista.

Sólo para ellos. Porque el lobo siempre sabía dónde se encontraba su precioso niño de cabello rojo.

🐺🐺⭐🐺🐺

Minutos después, dejaba atrás el único lugar poblado que conocía. Todo quedaba cada vez más lejano, a su espalda. No se preocupó en caminar rápido, pues iba con tiempo de sobra y podía tomarse sus descansos en el camino. Como un paseo, sin preocupaciones, admirando el entorno natural.

A sus ojos, las líneas del bosque se dibujaban como un muro gigante de pinos frondosos. Los cuales ocultaban miles de secretos oscuros. Silencioso esperaba a algún chico curioso que se atreviese a incursionar en sus profundidades. Era algo casi prohibido.

Como su amorío con el lobo.

El cielo permanecía nublado y gris, como los ojos de su padre. Eran tristes aquellos días, y el cielo no expresaba otra cosa.

En seguida, apareció en su campo de visión aquel riachuelo que delimitaba la zona del bosque y lo que pertenecía a las afueras de la aldea.

Hace tres años cruzaba el mismo puentes de madera vieja y desgastada, como un niño inocente que iba de visita a la cabaña de su abuelo, que no creía en lobos ni en ninguno de esos cuentos para asustar a los niños y así no escaparan al bosque.

Ahora era diferente. Ahora conocía al lobo.

Por una extraña razón, quiso encontrarse finalmente con él. Cara a cara, conectar sus ojos con los de él. En todo aquel tiempo no logró verlo de nuevo, por más que lo busco (incluso inconscientemente), pero ya era hora de cerrar ese ciclo vicioso con él. Y, tal vez con un enfrentamiento, todo podía ser borrado.

El sonido del agua siendo golpeada por las piedras interrumpió el hilo de sus pensamientos. Pero esta vez algo más lo acompañó.

Las risas de más de una persona llegaron a sus oídos, desconcertándolo. Entonces, miró hacia el pie del puente y, ahí, se percató de dos jóvenes que allí jugaban a salpicarse.

Frunció su ceño. Creyó que ya ningún chico o chica andaba por esos caminos. No con los sucesos asiduos que se estaban llevando a cabo.

Sin detener su paso, llegó hasta el lugar donde se encontraban dichos jóvenes. Éstos, al enterarse de su presencia, detuvieron su juego y se quedaron viendo al chico de la capa roja, quién los miraba de una manera muy extraña.

Jin se sorprendió al detallarlo. Y estuvo casi seguro de conocerlos de alguna parte. Pues le pareció muy familiar el chico de cabello rojizo y ojos verdes y el otro de ojos oscuros que le acompañaba. Sabía que esos mismos rasgos los había visto en un pasado, pero no lograba descifrarlo con claridad.

- Hola.- Después de un largo silencio observatorio, el de ojos verdes saludó. Su sonrisa simpática causó una especie de dejavú en Jin.

- Uh, hola.

- ¿Vas al bosque?- Preguntó. Su cabeza se ladeó a la derecha y la del otro niño también. Aquello casi logró asustar al chico de la capa roja, pues ninguno de los dos parpadeó hasta que logró responder:

- Sí.

- ¿Visitas a tu abuelo?- inquirió el de ojos oscuros, interesado en su destino.

Jin los miró sorprendido, con los ojos muy abiertos. Incómodamente, la saliva se deslizó por su garganta al tragar, estaba estupefacto, con la boca seca de la impresión. ¿Cómo podrían saberlo?. Se veía que eran niños pueblerinos, pero que supiera no había tenido contacto muy frecuente con ellos.

Se estremeció, escalofríos le recorrían de pies a cabeza. Era una sensación muy extraña la que generaban aquellos jóvenes en él. Fue tan intenso el efecto que tuvo que cerrar los ojos por un momento para poder despejarse.

Quiso preguntarles como había obtenido esa información, es decir, insistía en su mente con que no los conocía, ¿cómo podrían estar enterados?. No obstante, fue interrumpido por uno de ellos apenas hizo un ademán por abrir la boca.

- ¿Juegas con nosotros?

- ¿Ah?.- Jin no lograba entender el comportamiento anormal de aquellas criaturas humanas.

- ¿Juegas con nosotros?.- repitieron los dos, al unísono.

Era casi terrorífico.

- Creo que...

- ¡Anda!, por favor.- le rogó el ojiverde con un mohín muy tierno en sus labios.

Jin torció la boca, no muy convencido. Y, queriendo continuar con su camino, les comentó algo que tal vez los espantaría:- Hay lobos cerca, chicos. Deberían regresar a casa.

- ¿Y tú?.- cuestionó el contrario, sin miedo alguno en sus ojos. El pelirrojo estaba anonadado, aquello siempre funcionaba, pensaba que con sólo escuchar la palabra "Lobo" saldrían corriendo, despavoridos. Pero era todo lo contrario a eso, los niños seguían ahí, preguntándole:- ¿Le tienes miedo a los lobos?

- Sinceramente, no.- comentó, sin mucha emoción. Pero en su mente la imagen de Namjoon siempre se hacía sentir.

- Pues deberías.- aconsejó el de ojos verdes, serio, casi intimidante. Sin embargo, segundos después, le extendía la mano a Jin, sonriente.- Soy Min Soo. Mucho gusto.

"Min Soo". Repitió en sus pensamientos, seguía pareciéndole conocido.

- Jin.- Se presentó y, un tanto desconfiado, aceptó su mano mojada y algo sucia.

- Él es mi hermano Min Hyuk.- indicó, señalando al mencionado con el dedo e invitándolo a que se presentara. Lo cual hizo sin rechistar, parecían muy sociables los dos. Demasiada ingenuidad para la crueldad de la vida.

Pero a veces las apariencias lograban engañar.

- Entonces Jin.- murmura el ojiverde, persuasivo y algo pícaro.- ¿Nos ayudas a construir un fuerte?

- ¿Un fuerte?

- Sí, para escondernos de los lobos.

El pelirrojo quiso reír a carcajadas por un momento. Le causó mucha gracia que aquellos niños tuvieran la idea de protegerse de las bestias más feroces jamás vistas con una pequeño fuerte a las orillas de un riachuelo, frente al imponente bosque. Era casi un suicidio quedarse por mucho tiempo ahí, era un blanco fácil. Con un simple soplido, derrumbarían su "fuerte" e incluso a ellos mismo antes de devorárselos.

Y, a pesar de todo, no fue capaz de quitar aquel brillo tierno y esperanzador en los ojos de los niños. Pocas veces lograba ver ese entusiasmo en los aldeanos. Y no sería él quien le arrebatase la poca vitalidad que aún quedaba en las personas del pueblo.

A pesar de lo inútil, tonto y riesgoso que podía ser su plan, haría cualquier cosa por hacer feliz al menos por unas horas a cualquier habitante de su pueblo. Incluso si tenía que trabajar con aquellos niños misteriosos.

- Bueno, está bien. Aún es temprano y no nos llevará mucho tiempo supongo.- Cedió al final. Ignoró la mala espina que le causaba aquella loca idea de construir un fuerte que seguramente podría ser derrumbado por una patada.

Sólo esperaba que no consideraran realmente quedarse allí.

- ¡Síí!.- chillaron emocionados los hermanos. Intercambiaron algunas miradas y risillas entre sí y luego volvieron a celebrar, abrazando repentinamente a Jin, quién se quedó estático, incómodo y sin habla.

Era como si aquellos niños le conocieran desde hace mucho.

Instantes después, ya ponían manos a la obra.

Jin y el niño de ojos verdes buscaron tablas y palos viejos que pudieran servirles para hacer la estructura, mientras que Min Hyuk buscaba paja y algunas rocas que pudieran servir.

Min Soo resultó ser un niño muy hablador, tanto, que el mayor casi rogó que se quedara afónico por unos minutos. Las palabras de su madre resonaron por alguna parte de su subconsciente como una advertencia "Y, por favor, nada de distracciones en el camino"; prácticamente, no era una distracción, era una ayuda social, una contribución a la felicidad de aquellos chicos. Y tampoco que es iba a pasar mucho tiempo allí...

Sólo hasta terminar el fuerte. ¿No?

Sólo fue una deducción, pues nada fue como estimaba.

Pasaron minutos, horas, más de medio día, y Jin seguía ahí, riendo y charlando a las orillas del río, al lado del fuerte pequeño e improvisado que habían construido todos juntos a base de palos viejos y carcomidos, rocas y paja. Para ser el primero, les había quedado muy bien elaborado.

El pelirrojo no dudó mucho a la hora de hacerse amigo de los dos hermanos más simpáticos y divertidos que había conocido en su vida. Inventaban miles de cosas y hacían que el tiempo junto a ellos pasara volando. Un ambiente demasiado agradable para querer irse.

Ya la tarde se ceñía al cielo con sus matrices morados y naranja, el sol no había salido en todo el día detrás de las nubes, pero ya no era necesario. La presencia de la luna se aproximaba.

Fue en ese tiempo en el que Jin decidió despedirse finalmente de los dos chicos y emprender su viaje a la casa de su abuelo Jimin. El camino que aguardaba por él era muy largo, ya estaba oscuro entre los pinos gigantescos y su sombra. Frío, debido a las brisas que los mecían y hacían chirriar como bisagras oxidadas.

En su mente se reprendía a sí mismo por haberse distraído tanto. La noche no tardaría mucho en consumir todo, dejándolo oscuro como boca de lobo. Sin embargo, no se arrepentía de el buen rato que pasó, pues llevaba tiempo que no se divertía como un adolescente, un niño, a quien le encantaba estar despreocupado y feliz.

- Bueno chicos, ya debo irme.

- ¿Tan temprano?. Aún queda tiempo, el sol no se ha ocultado.

- Gracias a Dios. Ya es muy tarde para mí, de noche no podré ver bien el camino del bosque.

- ¿Aún piensas ir?.- preguntó Min Soo, su expresión era todo un poema. No creía que Jin tuviera tanto valor como para andar por el territorio de los lobos. Era como meterse de lleno en la boca de aquellas fieras.

Sí, debo ir.- Respondió, seguro. En realidad, no se sentía preocupado. Estaba relajado, se lo tomaría todo como un paseo libre como cualquier otro.

Entonces, recogió su canasta (lo cual tuvo que proteger de los niños glotones) y su arco y flechas, todo lo que necesitaba. Sin más, se despidió de los niños con la mano y giró sobre sus talones antes de que pusieran otra excusa y lo convencieran para quedarse otro rato. Aquellos niños podían ser muy persuasivos y manipuladores.

- ¡Oye, Jin!.- gritó Min Hyuk cuando el chico de la capa roja terminó de cruzar el pequeño puente. El pelirrojo se dio la vuelta y le miró por un momento, justo cuando Min Soo advirtió en un grito:

- ¡Cuidado con el Lobo!

🐺🐺⭐🐺🐺

Ya internado en el bosque, las ramas y piedras crujían muy ruidosamente bajo las suelas de sus zapatos. Era lo único que lograba romper el silencio inquietante que reinaba en el lugar, ni siquiera el sonido de las lechuzas u otros animales nocturnos lograba escucharse. Es como si hubieran desaparecido, o estuviesen escondidos, miedosos de algo.

El cielo ya era de un azul obscuro e intenso, apenas manchado por unas cuantas estrellas. Sus propias pisadas aceleraban el latido de su corazón, todos sus sentidos alerta en medio de su soledad.

Sus pupilas dilatadas ya casi hacían desaparecer el azul de sus ojos. No estaba orientado de en qué dirección caminaba, el entorno lóbrego no colaboraba con él, ni la luna brillaba en el cielo para iluminarle el camino. Estaba perdido. Comenzaba a pensar que fue una malísima idea incursionar en el bosque a aquellas horas. Estaba arriesgando mucho su vida, pues podría encontrarse con un lobo y su poca visión no le permitiría defenderse.

Era como si aquellos niños hubiesen conspirado contra él para hacerle llegar tarde y perderse en el medio del bosque oscuro, tenebroso y solitario. Sin ninguna protección, a la disposición de los males vivientes en el lugar. Su vida era una secuencia aleatoria, cualquier momento podía ser su último respiro.

- Concéntrate, Jin.- se susurró así mismo. Ya no había tiempo para arrepentirse.

Luego de varios minutos, continúa perdido. No lograba orientarse, era como si no lo conociera. La noche toma su rumbo y cae sobre él en su totalidad. Es inútil movilizarse entre los árboles, sólo logra golpearse con unas cuantas ramas en la cara y otras partes del cuerpo, además de provocarse caídas con una de otra piedra o raíz protuberante.

Ya se estaba rindiendo, debía cambiar de estrategia o sería peor, ya estaba lo suficientemente desorientado como para agravar más las cosas.

En una decisión un tanto desesperada, buscó a tientas uno de los sitios más despejados de ramas y se estableció allí. Con sus habilidades puestas en práctica, logró encender fuego con un método de principiantes, algo muy sencillo que le había enseñado su madre en caso de una situación de supervivencia. Como esa.

Cuando la luz se abrió paso entre la oscuridad, se sintió más tranquilo, menos ansioso de que algunos pares de ojos lobunos le estuvieran escrutando entre los árboles.

Y vaya que había un par de ojos muy atentos a cada uno de sus movimientos.

Jin se sintió muy hambriento y, no pudiendo resistir, tomó apenas una pequeña parte de la tarta para su abuelo Jimin y la degustó. Cerró sus ojos y paladeó el ácido de las moras en conjunto con la masa dulce, era rico en demasía.

Incluso, en medio de su infinita soledad, se dio el gusto de soltar en gemido de satisfacción que fue acatado un par de orejas que no fueron precisamente las del chico de la caperuza.

Segundos después, jin creyó oír un gruñido profundo provenir de uno de los muchos pinos que le rodeaban. Alertado, dejó su comida de lado y tomo arco y flecha en mano inmediatamente, mientras sus ojos daban un repaso de lado y lado al perímetro.

No logró encontrar nada.

Extrañado y algo inquieto, decidió volver a su tarea e ignorar aquel ruido. Posiblemente, había alucinado.

"No cariño, no estás alucinando"

Transcurrió un tiempo el ambiente ya era lo suficientemente aburrido como para hacer bostezar a jin. La noche avanzaba bien, no había ningún animal cerca al parecer y la fogata le ayudaba a soportar lo frívolo que podría ser el bosque. Su hambre saciada y con escasas probabilidades de riesgo detectadas. Tal vez el bosque no era tan riesgoso como todos pensaban. Le parecía muy sereno, casi pacífico.

Volvió a bostezar. El sueño era atroz y se sentía exhausto. Sin analizarlo mucho, acomodó una almohada improvisada para su cabeza y se recostó cerca del fuego, cerrando los ojos y pensando en las cosas del día, junto con el ataque de histérica que probablemente le daría su madre si se enterase de que durmió en medio del bosque, expuesto a todo, sin ninguna compañía.

O por lo menos que el supiera.

No mucho después, el descanso total y los sueños llamaron a su puerta, y él los dejó pasar con toda libertad.

Como siempre, ojos penetrantes y perversos se asomaron detrás de los árboles. Una criatura que no parecía ser un animal común se desplazada de un lado a otro, le rodeaba, le asechaba.

Su pelaje negro y brillante cubría su imponente anatomía. A cuatro patas caminaba lento y sigiloso, listo para atacar en cualquier momento. Y Jin sólo podía sentirlo, inmóvil, en el suelo.

El lobo movía su cola negra y peluda de un lado a otro, atrayente, hipnotizante. Buscaba a su próxima víctima y, casualmente, se había encontrado a un lindo niño de capa roja. Como el que había asechado hace algunos años. Ese precioso trozo de carne había crecido, su cuerpo era una exquisitez de punta a punta y, lo mejor de todo, seguía siendo sólo de él.

Sólo él lo había tocado hasta lo más hondo y escondido de su ser. Le pertenecía en su totalidad.

No aguantaba más la espera. Ansiaba con toda su hambre lobuna volver a encontrarse con él. Volver a acosarlo. Volver a follarlo como el deseo manda. Había aguardado tanto ese momento, y pronto se daría.

Sólo una horitas más.

Pero, queriendo dar un bocado, se acercó a Jin. Incluso dormido, le parecía la cosita más sensual, una divinidad hecha persona. Sólo bastaba ver sus piernas envueltas en aquel pantalón ajustado. Su hermoso rostro inmaculado y sus mejillas sonrojadas, en conjunto con aquellos labios que anhelaba besar nuevamente.

Oh, la espera valdría la pena.

Lamiéndose el hocico, el lobo le detalló de arriba abajo por un buen tiempo. Sin hacer ningún ruido o movimiento brusco que lograra despertarlo. Quería que todo aquello fuera como un sueño. Un abreboca a lo que sí sucedería más tarde.

Eres mío, corderito.- le susurró, cerca del oído.
Atrevido, inclinó su cabeza hasta la zona en la que reposaban los extremos de la camisa de jin y, sin pedir permiso ni perdón, introdujo su hocico dentro de su prenda de vestir, entrando en contacto con su piel.
- Namjoon...- murmuró Jin, removiéndose aún dormido. Fue como un reflejo susurrar el apodo del lobo. Pues sólo él lo había acariciado de esa manera.
Ojos miel, pelaje negro.
Aquel leve sonido que pronunciaba su nombre convirtió la chispa en un volcán en erupción en cuestión de segundos. Le fascina escucharlo gemir, jadeas, susurrar, lo que fuese relacionado con su nombre. Le daba a entender que aún no se olvidaba de él, que aún tenían muchas cosas por hacer.
Entusiasmado, el lobo deslizó una lenta, caliente y húmeda lamida por su abdomen, sin pudor, sin arrepentimientos. Quería confirmar si jin aún le reconocía físicamente y, cuando se percató del abultamiento prominente en su pantalón apenas con una pequeña caricia, supo que su cuerpo ansiaba todo de él. Jin le seguía deseando.
Sonrió de lado, satisfecho. Sus ojos oscuros decían miles de cosas impuras, susurraban propuestas lúbricas, dedicadas al placer de su hermoso caperucito.
Todo lo que haría con él. Todo lo que le haría disfrutar... Por esa noche, se dedicaría a cuidarlo de los otros lobos del bosque y, en el momento justo, se daría él mismo su recompensa. Y es que de solo mirar a Jin se sentía lleno de él. No encontraría otro chico igual que él de su especie, y ni se preocupaba por encontrarlo.
El sólo quería a Kim Seokjin.

Y Kim Seokjin ya era suyo.

- Vengo por ti, corderito.

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