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3.

—¿Sería mucho pedir que hicieran bien su trabajo? —espetó con desprecio Naeun, envuelta en telas de seda lujosas. Estaba de pie sobre un taburete con media docena de betas rodeándola—. ¡Ni se les ocurra volver a clavarme una aguja!

El grupo de betas se disculpó repetidas veces, retocando y ajustando el atuendo que se usaría para la ceremonia en apenas un par de semanas; iban a contrarreloj, y es que Naeun se tardó demasiado en elegir los tres atuendos que vestiría para su boda: uno para la ceremonia inicial, otro para el banquete, y el último para el gran baile que se celebraría durante la noche.

—¡Dense prisa! No disponemos de todo el día —les apremió un alfa alto, delgado, con cara de estar oliendo a mierda. En su pecho relucían distintas medallas y distinciones, dejando en claro su superioridad frente a los demás.

—¡Es un completo desastre! —lamentó la instructora SooYoung, otra alfa.

Naeun iba siempre en compañía de SooYoung, quien fue asignada para instruirle en los rígidos y estrictos protocolos de la realeza, convirtiéndola en una digna consorte del príncipe. Juwon, en cambio, era sobrino del príncipe, y aunque no estuviera muy contento con la tarea que el propio rey le concedió –asegurarse de que se cumplieran las órdenes del monarca al pie de la letra–, Juwon encontraba formas de ejercer su poder y, a menudo, abusar de este.

SooYoung miraba constantemente la hora, sacudiendo la cabeza en una negativa furiosa con cada mínimo detalle que provocase otro segundo más de retraso. Sin embargo, no se les podía culpar, ya que se encontraban trabajando bajo presión y con las quejas de Naeun entorpeciendo sus movimientos. En tiempo récord, consiguieron arreglar el bajo del vestido y confeccionar una capa de terciopelo que cubriera los hombros de Naeun, atándose con un elegante nudo a la altura del cuello.

El resultado fue bastante satisfactorio, pero eso no impidió que Naeun les llamara lentos y tontos, procurando alzar la voz para que los betas, que en esos momentos estaban siendo despedidos y sacados de la sala por Juwon, la escucharan.

—¡Deprisa, jovencita Naeun! —apremió su instructora—. Debe presentarse en la sala del banquete junto con el príncipe Seonghwa para la elección del menú de boda.

Los criados de palacio, todos betas, permanecieron inmóviles a la espera de recibir órdenes, y luego se apresuraron a quitarle cada prenda con sumo cuidado, vistiéndola con la ropa que traía puesta antes de realizar la prueba de vestuario.

Escoltada por Juwon, SooYoung y los criados, Naeun abandonó esa habitación y se dirigió hacia la sala donde le esperaría un banquete con los mejores platos y manjares del país. Los chefs más famosos cocinaron sin descanso, deseando ser uno de los elegidos con sus creaciones culinarias exuberantes y llenas de complejidad.

Naeun caminaba por los pasillos sin detenerse a observar la riqueza que abundaba en cada rincón del palacio, ya acostumbrada en ella. Dos escaleras de piedra construidas a cada extremo descendían hasta el piso inferior, uniéndose en una sola mientras iba acompañada de dorados candelabros y leones esculpidos, enmarcados en arcos de medio punto dentro de los huecos de las paredes. La comitiva fue bajando por las escaleras hasta el vestíbulo, torciendo a mano derecha y atravesando un pasillo lleno de columnas y retratos hechos por los pintores que a lo largo de los años trabajaron exclusivamente para los monarcas del país.

El palacio era enorme, con cincuenta y cuatro habitaciones, trescientas ventanas, treinta y dos chimeneas, sesenta y siete escaleras, noventa y nueve espejos y doce mil metros cuadrados de superficie. Los jardines adornados con fuentes, esculturas y estanques redondeaban la cifra en treinta mil metros cuadrados.

Cruzando uno de los cuatro comedores, dos criados abrieron las puertas que conducían hacia la sala del banquete. Dentro había dispuestas cinco largas mesas en vertical, rebosantes de comida, y con cinco chefs encontrándose a un lado de la sala, inclinándose cuando Naeun entró. Esta ignoró el banquete y se plantó delante de Seonghwa, haciendo una profunda reverencia. Juwon y SooYoung hicieron lo mismo.

Seonghwa iba vestido formal, con sus relucientes botas negras, un pantalón ajustado, y su chaleco cuyo escote acababa en una V pronunciada, abrochado con botones dorados y una pequeña cadena de plata que iba desde la altura del tercer botón hasta el bolsillo derecho.

Miró a los recién llegados con una expresión de evidente disgusto.

—Llegaron a tiempo, pero me hicieron esperar.

—Lo lamento, su alteza —dijo Naeun sin levantar la mirada de sus pies y adoptando una actitud más suave y complaciente—. Los modistas se tardaron más de lo previsto.

Seonghwa hizo un gesto despectivo, pero afortunadamente no insistió. Su atención se desvió hacia los chefs que permanecieron en silencio, expectantes por intervenir y elogiar sus elaboraciones.

—Presenten sus sugerencias —ordenó el príncipe.

Naeun se posicionó junto a Seonghwa, manteniendo medio metro de separación entre ambos, con la espalda recta y los brazos a cada lado como le enseñaron.

—Mi propuesta para el banquete —empezó uno de los chefs, adelantándose a los otros—, consiste en un entrante de mantequilla avellanada montada con finas cortezas de pan y caviar. De primer plato, ostras escabechadas en kombucha de manzana y setas conservadas, y como complemento, salmonete en escama con jugo de espinas asadas, hojas crujientes, puré de alcachofa y curry verde.

Seonghwa se acercó a una de las mesas, y con una cuchara degustó el entrante. Naeun lo imitó, pero solo después de hacerlo él. No estaba mal de sabor, pero tampoco era nada del otro mundo. El chef, que esperó por una reseña positiva, tomó el silencio del príncipe con solemnidad. El príncipe no encontró defectos, pero quizás no eran los sabores que buscaba.

Siguieron las demás descripciones de los platos, cada cual más extravagante que la anterior. Seonghwa y Naeun degustaron una mínima porción de la comida, en algunas ocasiones sin comentar nada al respecto, y en otras, asintiendo conformes.

Cuando llegó el turno de los postres, los chefs estaban más que dispuestos a ser elogiados y llevarse los honores de su alteza.

—¿Cómo se llamaba esto? —preguntó Seonghwa, repitiendo del mismo postre.

—Nube de chocolate con texturas de yogur, crujiente galleta y helado de violetas —repitió el chef que presentó el último.

—Me gusta.

—A mí también —dijo Naeun, saboreando el helado de violetas.

El chef hinchó el pecho con orgullo, lanzando una sonrisa arrogante hacia sus competidores.

—Pueden retirar todo esto —indicó Seonghwa con un gesto de mano—. Pero dejen el pichón asado, las huevas de trucha y la ventresca de atún con caldo especiado.

Los criados retiraron todos los platos excepto los mencionados. Sin embargo, ahí ocurrió el primer desastre.

Naeun, tras probar tres cucharadas del caldo, notó algo raro en la boca, más concretamente en los labios. Pidió que le sirvieran un vaso con agua, pero en cuanto el líquido tocó su garganta, sintió un picor muy desagradable. Se rascó el cuello, gimiendo ante el ardor en sus labios que parecía aumentar cada vez más.

—¡Jovencita Naeun! —exclamó SooYoung, alarmada.

El bello rostro de la omega empezó a hincharse, adquiriendo un color rojizo semejante a la alfombra que tenía bajo sus pies. Seonghwa observó con horror los labios de su prometida, dos trozos de carne tan hinchados que Naeun apenas podía articular palabra.

—Nggh... Ngho... huedo... eerspiraah...

—¡¿Qué llevaba esa sopa?! —gritó SooYoung, histérica—. ¡¿Y ustedes qué esperan?! ¡Llamen a un médico!

Los criados salieron del trance y se apresuraron a salir de la sala. Durante la siguiente media hora, Naeun fue atendida urgentemente por el personal médico de la corte, inyectándole una alta dosis de epinefrina para evitar que las vías respiratorias de la omega se obstruyeran. Sin embargo, la hinchazón en su rostro no se alivió tan rápido.

Su cara seguía siendo espantosa.

—¡Mañana teníamos programada la primera sesión de fotos! —exclamó la instructora a nadie en particular—. ¡Un completo desastre!

Seonghwa tampoco estaba contento con aquel contratiempo. Reunió al chef responsable de elaborar el caldo especiado, exigiendo saber qué traía específicamente esa sopa. Como si se tratara de un juicio, todos los presentes, incluidos los criados y los médicos, escucharon al chef recitar con nerviosismo cada uno de los ingredientes que componían ese plato.

—Ajo, tomate, cebolla, pimentón, zanahoria, cilantro, nuez moscada...

Los médicos hablaron entre sí, asintiendo unánimemente con la cabeza e interrumpiendo al chef para dirigirse a su alteza.

—Es muy probable que haya sido una reacción alérgica a la nuez moscada. Los síntomas son una dolorosa urticaria, hinchazón en labios, ojos, garganta, dificultad para respirar, mareos y en casos extremos, la muerte.

Seonghwa escuchó lo suficiente como para tomar una decisión. Ordenó a los criados que se llevaran al chef, quien se resistió entre súplicas y protestas.

Naeun estuvo el resto del día postrada en la cama, tomando la medicina que le recetaron y con los constantes cuidados de los criados omegas. La sesión de fotos no tuvo más remedio que ser aplazada para frustración de la instructora SooYoung.

—¡Un completo desastre!

Seonghwa, esa misma noche, se encargó de que el chef en cuestión no volviera a ejercer su profesión en ningún local o restaurante. También pidió que se redactara un artículo para diezmar su reputación: su objetivo no era sino que la opinión pública lo repudiara.

El incidente, pese a causar gran revuelo, se olvidó a los pocos días. Sin embargo, las crónicas establecieron aquella situación como un terrible anticipo de lo que iba a ocurrir los próximos días.

[•••]

Los compañeros y amigos de Rosé pensaron que no oyeron bien. El lugar se sumió en un inquietante silencio, todos los ojos fijos en la omega, que permanecía firme.

—¿Secuestrar? —inquirió JiMin, perplejo.

—Exacto —afirmó Rosé, contundente—. Secuestraremos a Im Naeun el día de su boda.

Sus palabras volvieron a producir el mismo efecto: caras de estupefacción mirándole como si a Rosé le hubiera crecido una segunda cabeza. No fue hasta que JiHyo rompió ese largo silencio, que el ambiente pareció aliviarse un poco.

—¡Simplemente maravilloso!

—Secuestrar a la prometida del príncipe —intervino Yena, asimilando lo que acababa de oír—. ¿No encontraste nada más peligroso y arriesgado? —preguntó, enarcando una ceja—. Ese día las calles estarán llenas de policías y, muy probablemente, cuenten con la colaboración del ejército.

—Sí, lo sé. Pero siempre hay un punto débil por el que atacar —puntualizó Rosé sin acobardarse.

—¿Y cuál es? —preguntó Joohyun, no muy convencida.

—Los dispositivos de seguridad se activarán durante la ceremonia y el banquete. Es muy sencillo —dijo, ante los rostros incrédulos de sus compañeros—. El príncipe esperará en el palacio por una omega que nunca llegará. Cuando Naeun esté lista y el carro oficial la espere afuera en la calle, la sacaremos por el otro lado, yo misma me ofrezco a llevar el carro. Les daremos donde más les duele.

—Las calles estarán repletas de gente —explicó JiMin—. Seonghwa quiere que todo el mundo vea a la futura consorte. No pasarás desapercibida.

—No todas —replicó—. Trazarán una ruta oficial, solo necesitamos saber cuál para evitar ser descubiertos y delinear nuestras rutas de escape.

JiMin asintió, pensando en cualquier otra dificultad que se les presentara. Sin embargo, había quienes no lo tenían tan claro. Minjeong, una alfa que renunció a sus privilegios en la capital por amar a otra alfa, habló con timidez.

—Rosie, ¿por qué...? ¿Por qué secuestrar a la prometida del príncipe? —inquirió en tono bajo—. ¿No querrás hacerle ningún daño, cierto?

—Por supuesto que no —respondió, negando con la cabeza—. Naeun será solo la chispa.

—¿La chispa? —repitió JiHyo.

—Sí, de nuestro movimiento —afirmó, hinchando el pecho con orgullo—. Es hora de hacer ruido, de visibilizar el sufrimiento de toda la gente que vive en la Subterránea y de todos los omegas de la sociedad. Somos muchos más de lo que creen, y con el secuestro de Naeun les enviaremos un claro mensaje: estamos aquí, ¡lucharemos!

Las dudas se disiparon rápidamente del rostro de Minjeong, quien sonrió, alentada por las palabras de Rosé. JiHyo y Yena intercambiaron miradas de aprobación, expectantes porque finalmente empezarían algo grande, algo que tambaleara los cimientos de esa sociedad tan injusta y detestable.

—Hagamos que todos en Inopia sepan quiénes somos —declaró JiHyo.

—¡Sí! No permitiremos que nos sigan pisoteando —dijo Joohyun.

Rosé no podía esperar por ver la cara de Jennie deformada por el odio cuando viese que una omega defectuosa empezaba una revolución, ni más ni menos.

Sin embargo, la euforia por iniciar ese movimiento revolucionario liderado por Rosé se apagó rápidamente cuando apareció Jongho por la grieta, jadeando tras llegar corriendo desde la Subterránea.

—¡Redada! ¡Los militares empezaron a interrogar y saquear las casas!

Rosé fue la primera en reaccionar.

—¿Han detenido a alguien? —preguntó, pensando en la abuela y en el pequeño Jihoon.

—Todavía no, pero la General Kim está furiosa.

La mención de Kim fue suficiente para que Rosé intercambiara una fugaz mirada con Yena y JiHyo, asintiendo a la vez.

—Como lo planeamos.

Esta vez, a pesar de la tardanza, escogió algo más sobrio, pero elegante: los pantalones de cuero, pegados a su piel; una blusa blanca que caía abierta por sus hombros y cubría hasta los codos; y el corsé gris, con un exquisito diseño, que iba encajado a una falda diagonal que se abría en la zona delantera. No podía usar vestidos abiertamente en ese lugar porque iban a terminar destrozados cuando se metiera por la grieta, pero no desaprovecharía esa gran oportunidad que se le brindaba.

Marcharon hacia la ciudad a través de la grieta. Rosé iba primero, varios metros por delante de sus compañeros, sabiendo que le alcanzarían sin problemas. En cuanto sacara la cabeza, Kim se olvidaría de la redada e iría a por ella, y eso era exactamente lo que quería.

Rosé avanzó por el angosto y oscuro pasadizo, yendo cada vez más rápido. A lo lejos se oía el eco de unas voces. Resbaló en una bajada, apoyándose en la roca de la pared para no caer de bruces contra el suelo. A cada paso que daba, las voces se oían más fuertes, autoritarias.

Las redadas no eran sino una excusa barata para ejercer abuso de poder sobre los más débiles. Normalmente solían mandar una docena de militares, encabezados por la General Kim, y aunque eran relativamente pocos, el miedo y el terror que inspiraban era demasiado grande.

El túnel fue haciéndose más ancho, la luz alcanzando a iluminar tenuemente; Rosé aceleró el paso, distinguiendo el camino rocoso por el que pisaba, la luz de las antorchas dibujando el camión. Pronto salió de la grieta que conectaba con la Subterránea, corriendo ante el camino despejado, y no le sorprendió encontrarse a las personas entrando a sus casas con expresiones de pavor. Se metió entre callejones y guiándose por los gritos, que eran como ladridos, hacia el lugar donde se estaba llevando la redada.

No demoró en llegar. Como las anteriores redadas, los omegas y alfas se encontraban fuera de sus casas, de pie, soportando en silencio los gritos de los militares y sus malos tratos.

Rosé procuró no ser vista, caminando sigilosamente y sin acercarse demasiado a la muchedumbre, que observaba con las cabezas bajas cómo ponían sus casas patas arriba. Escaló por detrás de un edificio que usaban como "hospital", cuando en verdad era solo un espacio con camastros viejos y medicamentos robados. Gracias a los huecos de la pared subió hasta el tejado, manteniendo el equilibrio mientras saltaba hacia la techumbre más próxima. Tenía sus maravillosas botas puestas, esas que habían resistido tanto, y que nunca le decepcionaban.

Desde esa altura podía ver a los militares, agarrando a los omegas y betas, y poniéndolos de rodillas, procediendo con lo que ellos llamaban "interrogatorios". Les gritaban y apuntaban con las armas, y no parecía importarles que una mujer llevara un bebé en brazos.

Sintió su sangre arder ante la visión. Eso sólo era maltrato.

Mirando detenidamente la escena, distinguió la figura de Kim pasear tranquila por entre los omegas, haciendo caso omiso de los llantos que se oían y la brutalidad con que los soldados sacaban a las familias de sus hogares.

Ya era hora de actuar.

—¡Buenas tardes, General Kim! ¿O debería decir "buenos días"? —saludó en voz bien alta para que todos le oyeran—. ¿Otra vez por aquí? Me da la impresión de que las redadas son sólo una excusa para verme a mí. ¿Tanto me echas de menos? ¡Qué tierna y dulce, no sabía que eras ese tipo de alfa! —se burló

Absolutamente todos voltearon sus cabezas hacia Rosé, observándola desde abajo, boquiabiertos. No obstante, Rosé sólo estaba mirando a Jennie, cuya expresión seguía calmada, pero con un destello de ira en sus ojos. La alfa fue rápida, sacando su pistola y apuntando directamente hacia Rosé.

—¡Oh, vaya! ¿No te gustó...?

No tuvo tiempo de formular la pregunta. Saltó hacia el siguiente tejado, el sonido del disparo provocando gritos de alarma entre las familias. Rosé soltó un suspiro, dando otro salto y cayendo con ambos pies en el suelo. La mayoría de las casas eran de un piso, a lo más poseían una pequeña alcoba, y luego de tanto, sabía cómo caer sin romperse una pierna. No le preocupó el disparo Jennie, pues sabía que no disparó para matarla, sino para reducirla.

Echó a correr, sin mirar atrás.

Y de nuevo, empezó una persecución entre Jennie y Rosé.

En la Subterránea, Rosé contaba con una gran ventaja. Conocía cada lugar, rincón, y escondite como la palma de su mano. No le preocupaban el resto de los militares, pues sabía que Jennie quería capturarla con sus propias manos, sin ayuda de nadie. Por lo mismo, al comprobar que la seguía, sólo sonrió al ver que la alfa estaba sola.

Dio varios tumbos, entrando en algunas casas y saliendo por la parte trasera, mirando de soslayo detrás suyo y sorprendida de ver a Jennie más cerca de lo que pensaba. Mmm... Tal vez la estaba atrayendo demasiado con su olor. No, estaba segura de que su olor seguía siendo el mismo. Eran los instintos de esa alfa, los cuales ya respondían a nadie más, solo en ella.

Entró en un edificio maltrecho, subiendo por unas escaleras de madera y llegando al segundo piso. Lo reconoció como uno de los tantos refugios que había en la Subterránea para los omegas que ejercieron toda su vida en la prostitución, siendo rechazados en su vejez por los alfas y eran enviados a ese lugar.

Allí esperó. Rosé no tenía ninguna intención de huir.

Sólo hicieron falta un par de minutos para oír el sonido de unos pasos subiendo apresuradamente por las escaleras. El olor de Kim la golpeó con fuerza, pero se obligó a permanecer relajada, casual, como si esperara por una vieja amiga.

La figura de la castaña apareció tras subir el último escalón, llevaba la pistola en la mano, pero eso no asustó a Rosé. Ninguna lo dijo, pero era la primera vez que ambas estaban juntas en un espacio tan cerrado como ese. No eran indiferentes al aroma de la otra.

—¿Sabes una cosa, General Kim? —preguntó, manteniendo cierta distancia entre ellas—. He agotado casi todos mis pañuelos en ti, espero que les estés dando un buen uso.

—No me tomes por idiota, Roseanne —dijo Jennie, apuntándole con el arma—. Estás tramando algo. ¿Por qué sino te arriesgarías a entrar en la Sede Central del Ejército, incluso si es en la noche?

—Oh, ya me conoces, quería desearte los buenos días —respondió Rosé, sonriente. Sin embargo, fue cauta y no hizo ningún movimiento que le garantizara un disparo en la pierna—. Sé que te encantan mis notas.

Jennie no respondió a sus provocaciones. Por el contrario, siguió observando fijamente a la omega, sin bajar el arma. Esa era su oportunidad, podía herirla, y capturarla allí, en ese preciso instante. Pero no lo hizo. De pronto, un fugaz pensamiento apareció en su cabeza.

¿Por qué Rosé no intentó huir por el hueco de la ventana? ¿Por qué se esperó a que llegara? Había algo raro en todo eso.

Cuando quiso darse cuenta, ya era demasiado tarde.

Yena y JiHyo la asaltaron por detrás, con pañuelos cubriendo sus rostros, y la pusieron contra el suelo mientras le ataban las manos por detrás de la espalda. La pistola de la alfa cayó lejos justo en el momento en que la atacaron.

—Chicas —les llamó Rosé, cogiendo la pistola y acercándose a la mujer que se resistía con todas sus fuerzas—, buen trabajo —felicitó.

Yena tuvo que golpearla en el estómago para que se dejara atar los pies. Jennie tosió, siendo puesta de rodillas mientras las dos alfas la sujetaban por los hombros y la mantenían clavada en el suelo.

—Toda tuya, Rosé —dijo JiHyo, peinándose el cabello a un lado.

Jennie no podía creerlo, porque no sintió el aroma de esas mujeres al atacarla. El único olor a su alrededor era el de Rosé.

Como si estuviera leyendo sus pensamientos, Rosé estrechó los ojos con esa odiosa sonrisa de triunfo.

—¿No lo mencioné? Yena-yah y Hyo son alfas defectuosas —explicó la rubia, riéndose en voz baja.

Jennie no necesitó más explicación. Defectuosos: no tenían olor.

El rostro de la de ojos gatunos estaba deformado por la ira, rojo por esa humillación. Cayó como una idiota en su trampa, sin darse cuenta de lo que estaba tramando la omega debido a que su mente se nubló por las feromonas que exhalaba la menor.

Rosé la apuntó con la pistola, a pocos centímetros de su frente. Finalmente dejó de intentar resistirse, consciente de que estaba en clara desventaja.

—Chicas, pueden irse —anunció Rosé, avanzando un paso más.

—¿Estás segura? —preguntó Yena.

—Sí, ya saben que me gusta jugar con la comida antes de probarla.

Las dos alfas se rieron, soltando silbidos que resultaron particularmente molestos para Jennie, quien seguía tragando una humillación tras otra.

—Estaremos cerca por si nos necesitas —le hizo saber JiHyo, guiñándole el ojo.

En vez de bajar por las escaleras, Yena y JiHyo salieron por el hueco de la ventana, y por la forma en que saltaron, se deducía que estaban acostumbradas a hacer ese tipo de cosas.

Una vez solas, Jennie y Rosé se miraron fijamente, la primera respirando agitada, sin moverse. El olor de la omega la estaba intoxicando y su alfa se sentía extasiada por la cercanía.

Con la punta del cañón tocando la piel de la alfa, Rosé descendió lentamente el arma, acariciando su mejilla, mandíbula y cuello.

—Qué alfa más traviesa estás hecha —susurró Rosé, humedeciendo sus labios con la punta de la lengua y poniéndose a su altura—. Desear a una omega defectuosa como yo.

Con la mano que tenía libre le tocó la pierna, subiendo desde la rodilla hasta cerca de su entrepierna. Jennie soltó un gruñido, desprendiendo feromonas de deseo. Rosé tanteó su suerte y fue más lejos, juntando sus cuerpos sin dejar de apuntarle con la pistola.

—Dilo —exigió, hundiendo el cañón en su cuello.

—Quiero follarte.

—Otra vez.

—Quiero follarte, marcarte como mía. Morder cada centímetro de tu cuerpo.

Rosé dejó escapar un leve gemido. La prominente erección de la alfa era prueba de lo ciertas que eran sus palabras. Quiso seguir provocándola, pero algo la detuvo en ese preciso momento.

Su propio cuerpo empezaba a sentirse caliente.

Sus miradas se encontraron, y fue entonces que Rosé descubrió algo que la perturbó: su lado omega no era inmune a los deseos de Jennie.

Decidió separarse antes de que la cosa llegara demasiado lejos, o quizás ya traspasó el límite. No lo sabía, sin embargo, tampoco iba a quedarse para averiguarlo.

—Hasta la próxima, General Kim —no usó el habitual tono de burla, yéndose del lugar sin esa risa escandalosa que usaba siempre que se despedía a la alfa.

A pesar de la humillación que sufrió, Jennie sí rió.

—¡Sentí tus feromonas, Rosé! ¡Tú también me deseas!

Lo gritó justo cuando Rosé saltó por la ventana, sin recibir ninguna respuesta de su parte. Pero estaba segura de que la había oído.

Ese día se sintió triunfante, pese a que Rosé escapó de nuevo.





Voten y gracias por leer❤️.

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