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10.

Uno de los primeros síntomas de la desintoxicación era la comezón. Rosé recordaba muy bien esos días horribles en que se rascaba con fuerza, tanta fuerza, que llegó a hacerse daño. En especial en el dorso de sus manos, se rascaba sin descanso hasta el punto de que se sacó un poco de sangre. También se rascaba el cuello, las piernas y los brazos, y a veces, la cara. Lo peor para ella, en ese entonces, no era rascarse: era que su piel se ponía roja y al mirarse al espejo se ponía a llorar.

Ya no era bonita.

JiSoo sólo la observaba en silencio cuando Rosé, entre llantos, le rogó la inyección. Le suplicó que le diera la dosis de jechul.

—Lo... lo ne-necesito, Alfa —hipó, desesperada y prácticamente arrodillada, abrazando a JiSoo por las piernas—, yo no... no pu-puedo...

—Podrás —aseguró Kim con voz suave—, verás que es lo mejor, Rosie.

¿Lo mejor? ¿En qué cabeza cabía eso? En la de Rosé, en aquel instante, no. Ella sólo pensaba... Sólo pensaba que hizo algo mal para estar mereciendo ese castigo. JiSoo la debía estar castigando, sí, era la única explicación posible para su actuar, y no entendía por qué. Ella... ella hizo todo bien, era una buena omega: sonreía siempre, liberaba feromonas dulces, era bonita y fértil. Era muy fértil según los exámenes en la Clínica. Incluso JiSoo la había marcado ya, ¿por qué ahora le hacía eso?

Y no sólo eso, no sólo le quitó su dosis de jechul, sino que también le dijo que no debía ir al exterior así. En ese entonces, creyó que era porque debía estar avergonzada de ella, que la estaba castigando por lo que sea que hubiera hecho mal. Rosé creía que iba a enloquecer a finales de la primera semana, pues se había acostumbrado a salir para hacer las compras de la despensa, a estar en las tardes en el hermoso jardín que tenía JiSoo y ella cuidaba con tanto esmero, a acompañar a su alfa al parque o a pasear a cualquier parte. Ahora le prohibió salir y Rosé, entre los pensamientos catastróficos y esa incesante comezón, sólo trataba de pensar en qué se equivocó.

Trató por todos los medios lograr que JiSoo cambiara de opinión. Le preparó sus platos de comida favoritos, limpió a fondo cada habitación de la casa, lavó y planchó sus camisas de manera impecable, trató de seducirla cada noche para que la tomara y así se le olvidara el enojo que debía tener contra ella. Hizo de todo... pero no obtuvo su dosis de jechul.

Luego, por supuesto, vinieron los pensamientos catastróficos. Ya no soy perfecta, se dijo ocho días después, mirando su reflejo en el espejo. Su cara estaba manchada en ronchas por la picazón, al igual que sus brazos y piernas, incluso la zona del cuello. Me va a abandonar. Va a enviarme a un prostíbulo o a una granja de cría, o peor... Va a enviarme a la Subterránea. Aquel pensamiento, por supuesto, sólo provocó que rompiera a llorar con más fuerza, e incluso consideró... consideró el suicidio como única opción. Ella prefería morir antes que ir a la Subterránea.

Así que sí, ella conocía muy bien los síntomas, y no fue una sorpresa cuando esa mañana, al ir a la cueva donde tenían a Naeun y JeongYeon, viera la forma en que la omega menor rascaba sus mejillas con fuerza.

—No ha parado en toda la noche —le murmuró JiHyo—, ¿será una alergia? ¿O la suciedad?

—No —Rosé observó a JeongYeon—, es jechul. Se está desintoxicando. Primero la comezón. Va a llorar mucho y a suplicar, JiHyo —bajó su voz un poco—. No te atrevas a ceder ante sus súplicas, JiHyo.

Su mejor amiga puso una expresión culpable, pero Rosé sabía que debía ser firme con ella. A veces, JiHyo tenía un corazón dulce y, si bien era una cualidad apreciable, no era lo que necesitaban en ese instante.

—El aloe vera le va a ayudar —reflexionó la rubia—, ve con Irene y pídele que te ayude a hacer una crema.

—Bien, Rosie.

—Ahora, dile a Yena, Jongho y Yoorim que vengan conmigo. Tú también.

JiHyo reunió a su grupo de mayor confianza y fueron hacia ambas omegas, que estaban apoyadas contra una de las rocosas paredes. Las dos seguían con sus ropas de boda, que a esas alturas ya estaban sucias y, aunque sonara cruel, apestosas. Rosé les había ofrecido darles otras prendas limpias, pero tanto Naeun como JeongYeon se negaron desesperadamente. Debían estarse aferrando a sus ropas como el último resquicio de esperanza, y Rosé no iba a juzgarlas por ese pensamiento. Habían pasado ya trece días desde el secuestro y, al menos, habían dejado de llorar y gritar. Además, si bien Naeun era la más importante de las dos, Rosé no podía evitar sentir cierta inclinación por JeongYeon. Le recordaba a ella misma.

—¿Ya tuvieron el desayuno? —preguntó Rosé, acuclillándose frente a ellas.

JeongYeon levantó su vista y Rosé apreció las pequeñas ronchas en sus caras. Tenía un aspecto desastroso, incluso más que Naeun, y la amargura golpeó a la rubia. Ella sabía que Naeun también era una víctima dentro de todo ese sistema, pero ella siempre tuvo un gran resentimiento por los omegas de elite, por el hecho de que ellos, incluso en una posición de privilegio, miraban en menos a los suyos. Incluso ahora, con el secuestro de las dos, la más afectada era JeongYeon: estaba atravesando un período de desintoxicación que le pasaría la cuenta no sólo a su cuerpo, sino también a su mente, en un proceso que duraría muchas semanas.

—Sí —dijo Naeun, sin mirar a nadie en particular y con las manos hechas puños.

Rosé asintió con la cabeza.

—Hoy van a ayudar con el almuerzo —dijo, y ahora las dos omegas la miraron con gesto desconcertado—. Van a ser supervisadas por mi grupo. Primero deben ir a buscar agua y después ayudar con la sopa.

—No —barboteó Naeun—, eso no es... S-soy una omega de elite, no sé...

Rosé giró su cabeza lentamente, observándola, hasta que el barboteo de Naeun se ahogó en la nada. Pareció adivinar enseguida que, si seguía así, iba a ganarse un golpe.

—Hoy en la noche me voy a reunir con un representante del Gobierno —prosiguió con calma—, vamos a entrar en negociaciones por su... liberación.

Sus palabras, evidentemente, llamaron la atención de las chicas. Naeun incluso se enderezó, con los ojos brillando, mientras que los labios de JeongYeon temblaron.

—¿Voy a volver con mi príncipe? —preguntó Naeun, ilusionada.

Rosé hizo un mohín.

—No —dijo, y la pequeña sonrisa en el rostro de Naeun se borró—, dije que entraremos en negociaciones, no que todo se va a solucionar. Ustedes saben muy bien que el Gobierno no va a ceder con facilidad a nuestras peticiones.

—Pero...

—Mientras ellos no accedan, ustedes no van a moverse de aquí —declaró Rosé, poniéndose de pie—. Ahora, Yena, llévate a Naeun a buscar agua. Yo voy a conversar con Shuhua.

Una nueva mirada que las omegas frente a ella compartieron. A pesar de que la actitud de mierda de Naeun se mantenía, ambas parecieron encontrar los últimos días un poco de consuelo en la cercanía con la otra. Seguían sin conversar mucho, sin embargo, no se separaban y solían dormir acurrucadas.

Naeun se veía muy indecisa, sin moverse. Aunque reaccionó cuando Rosé dio un paso hacia ella en clara señal dominante. No le quedó más que ir con Yena, echando varias miradas hacia atrás, como si le diera miedo quedarse con la alfa a solas. La misma JeongYeon no sabía qué hacer, y en un gesto nervioso, llevó su mano hacia una de sus mejillas para rascárselas.

—Debes tener cuidado —dijo Rosé con voz suave—, te harás heridas así.

JeongYeon dejó de rascarse, sus ojos llenándose de lágrimas ante lo que escuchaba.

—Me... me pica mucho —barboteó, sus manos temblando—, yo ne-necesito...

—No lo necesitas —su tono era amable todavía, sin embargo, también fue firme—. Sé que te va a costar y lo sentirás imposible. Ahora mismo, tu cabeza tiene que ser un hervidero de ideas, ¿no? Jechul no es sólo para que nuestro instinto sea más fuerte, sino también para callar nuestros pensamientos. Mi alfa me lo explicó.

—Tu alfa —repitió JeongYeon, desconcertada—. El alfa que te marcó en el cuello.

—La alfa, de hecho. Era una gran científica —le dijo Rosé—, era muy inteligente.

—Era —JeongYeon volvió a rascarse, ahora en el cuello—, ¿está muerta? ¿Te dejó? ¿Rompió tu marca? —la chica soltó aire antes de que su expresión se tornara en pánico—. Pe-perdón, no que-quería... No pretendía ser...

—Ella murió hace mucho —afirmó Rosé, sin ofenderse un poco por el actuar errático de la omega frente a ella. Otra vez ese pensamiento: la entendía, pues ella también pasó por eso—, fue asesinada. Pero JiSoo me enseñó muchas cosas, como funciona jechul... Está bien, tu mente se siente confusa y llena de pensamientos. Pensamientos que antes no tenías, o si aparecían, los justificabas —una sonrisa retorcida—. Porque nosotros siempre vamos a justificar lo que los alfas nos hagan, a pesar de que, en el fondo, sabemos que está mal.

—Por supuesto —exclamó JeongYeon—, los... los alfas mantienen el orden en el país, en nuestro país. Dios es el Alfa Supremo, el Creador...

—... Supremo de nuestra vida. Nuestro deber es honrar siempre a Dios y a los Alfas, pues ellos son los que nos cuidan y encaminan nuestras vidas —recitó Rosé con tranquilidad. JeongYeon se calló—. Porque el omega cometió el pecado original y ha quedado manchado, y Dios le dijo al omega: en gran manera multiplicaré tu dolor en el parto, con dolor darás a luz los hijos; y con todo, tu deseo será para tu alfa, y él tendrá dominio sobre ti. Génesis tres, dieciséis —su sonrisa se volvió amarga—. Dime, JeongYeon, ¿el Padre Lee sigue trabajando en la Clínica, o ya se ha jubilado?

JeongYeon se veía fuera de sí ante sus palabras y Rosé sintió el peso de ellas en su lengua. Llevaba mucho tiempo sin recitarlas, sin siquiera pensar en ellas, pues fueron una de las primeras cosas que se forzó a olvidar luego de la muerte de JiSoo. Entre el dolor, la confusión y la ira, ella no quería pensar en todos esos versículos y rezos que fue obligada a aprender para justificar lo que alfas les hacían a ellos. Lo que le hicieron a ella.

—El Padre Lee... —un nuevo titubeo—, él sigue allí.

—Por supuesto —razonó Rosé—, ese viejo asqueroso debe seguir violando de los omegas peor calificados para acercarlos a la pureza —escupió con asco.

La expresión de JeongYeon era aún más desencajada, pero Rosé no se arrepentía de sus palabras. Una vez visitó, con JiSoo, la Clínica. Fue un mes antes de su muerte, cuando la omega ya estaba limpia totalmente de la droga, y costó todo su autocontrol no lanzarse sobre el Padre Lee cuando supo lo que hacía con esos omegas.

—Si lo hace, es por nuestro bien —tartamudeó JeongYeon, volviendo a rascar sus mejillas con un poco más de fuerza ahora.

—Nuestro bien —repitió Rosé, apretando sus manos en puños—. Salí de la Clínica hace ya muchos años, casi cinco años, pero me imagino que las cosas no han cambiado mucho. ¿Tienes un apellido?

—Es Im, por mi Alfa. Im JeongYeon.

—No. Tu apellido, tuyo, propio.

Silencio por parte de la omega menor que fue suficiente respuesta para Rosé.

—¿La misma cantidad de pabellones? —siguió preguntando Rosé—. De la letra A, a la letra O.

JeongYeon asintió con lentitud, sin entender el motivo de que le estuviera haciendo todas esas preguntas. Sólo le generaba confusión y más confusión.

—Y a la misma edad la inyección de jechul, cuando llega el primer celo, a los doce —prosiguió Rosé, mirando de reojo a sus compañeros, que escuchaban todo atentamente—. Asumo que fuiste una de las mejores de tu generación si fuiste asignada a Im Nayeon.

Notó que eso hizo que JeongYeon se pusiera más triste de lo que ya lucía. Rosé pensaba que no tenía motivos para ponerse así, considerando que la habían librada de esa alfa que debía ser tan horrible como Jennie. Sin embargo, sabía que no era su deber decírselo, y no cuando estaba siendo desintoxicada de la droga. Aquello sólo la pondría más nerviosa de lo que ya debía estar.

—La... la tercer mejor —barboteó JeongYeon, tratando de no pensar en lo que iba a pasar si es que se iba de allí. Nayeon ya no debía quererla para nada, ¿y qué sería de ella ahora? La iban a enviar a la Subterránea.

—¿Cómo es ella como alfa? —preguntó la mayor con cuidado.

—Es una buena alfa —dijo JeongYeon de inmediato, demasiado rápido y acelerada. Pero era lo que debía decir, lo que se esperaba de ella—, ella... ella es mi alfa y la amo.

Rosé chasqueó con su lengua, sin sorprenderse ante la respuesta.

—Me imagino que sí —ironizó—, te puso como chica de las flores en la boda de su hermana. ¿Conociste también al Príncipe Seonghwa? He escuchado que es un imbécil.

Horror pintó el rostro de JeongYeon ante esa declaración. Si bien ella lo había pensado varias veces, una cosa era que se lo dijera en su mente, y otra en voz alta. Eso era traición: nadie podía hablar mal de la familia real, y menos una omega.

—Él es... es el Príncipe Heredero...

—Y eso no le quita lo cretino —insistió Rosé—. Lo conocí también gracias a JiSoo. Mi alfa era una importante científica de renombre y se codeaba con alfas de la familia real y de categoría A. Sólo una vez visité el palacio real, ¿lo has visitado tú?

JeongYeon no sabía cómo sentirse con toda esa plática. Una parte suya estaba espantada por la forma en que hablaba Rosé, por cómo se expresaba del mundo al que pertenecía y en el que estaba muy, muy feliz. Sin embargo, otra parte se sentía aliviada de poder hablar con alguien. Alguien más aparte de Naeun, que la verdad sea dicha, no era una gran habladora. Naeun parecía estar viviendo su propia desgracia en esa cueva, así como JeongYeon.

—Fui una vez —dijo JeongYeon, queriendo olvidar ese horrible día en que conoció a Seonghwa—, el Príncipe me... me invitó a ver la habitación donde guardaba sus trofeos de caza. Fue horrible —soltó un jadeo ante lo que acababa de decir y cubrió su boca con ambas manos—. ¡Pe-perdón!

Rosé soltó una risa baja ante la disculpa y JeongYeon miró para todas partes, como esperando que un soldado apareciera y la llevara presa por haber hablado mal de la familia real. A pesar de que nada de eso pasó, no se relajó.

—Recuerdo que cuando yo fui —comentó Rosé—, había muchos soldados por todas partes. Incluso llegué a pensar que si iba al baño, un soldado estaría custodiándolo.

—Sí había muchos soldados —habló JeongYeon, ahora con más precaución. Rosé tenía una sonrisa en su rostro, y la omega pensó que parecía... parecía una embaucadora—, ahora habrán más, por lo que has hecho.

A pesar de que estaba sufriendo los síntomas de la abstinencia, JeongYeon parecía seguir lo suficientemente lúcida como para darse cuenta de sus intenciones. Rosé sintió los bordes de su sonrisa tensarse y le hizo un gesto a sus compañeros, que habían escuchado todo en silencio.

—A los alfas les encanta tratarnos como si fuéramos imbéciles —dijo Rosé poniéndose de pie—, pero tú debes saber muy bien lo inteligente que somos, JeongYeon. Ahora, acompaña a JiHyo por agua, por favor. Y si necesitas bañarte, puedes pedírselo. El agua fría aliviará tus heridas.

JeongYeon no dijo nada más, y a pesar de su aspecto desastroso, se puso de pie para seguir a JiHyo hacia fuera de la cueva. Jongho, a su lado, tenía un gesto reflexivo.

—No tiene mucha información valiosa —dijo Jongho.

—No —aceptó Rosé—, pero empezará a soltar más información en unos días más. Necesito saber más sobre el estado actual de la Clínica para nuestro siguiente movimiento —un gesto a Yoorim—. ¿Está todo listo para el asalto de la noche?

—Sí, Rosie—la beta, una muchacha alta y de aspecto intimidante, sonrió—. Ya tengo a mi equipo preparado.

Rosé asintió con satisfacción, comenzando a prepararse para el encuentro que iba a tener en un par de horas más.

[•••]

Jennie observó la fachada de la iglesia con gesto tranquilo, subiendo los primeros escalones antes de voltearse hacia sus hombres.

—Rodeen el edificio —dijo con tono grave—, dudo que Roseanne haya traído a Naeun, pero si es así, debemos proceder con cuidado. No quiero ni a Naeun ni a Roseanne muertas, ¿está claro? —un asentimiento por parte de los soldados—. Nayeon, Momo, conmigo.

Su mano derecha se adelantó con gesto recto y serio, y más atrás, la Teniente Segundo Hirai, le siguió en silencio. La iglesia en el barrio obrero, o los alfas y betas de categoría D, era una vieja construcción de roca y madera levantada cerca de la plaza en esa zona de la ciudad. Estaba a cargo del párroco Min, un hombre callado y tranquilo que fue avisado previamente de no estar esa noche allí por la reunión que Jennie iba a tener. Por lo mismo, la General del Ejército empujó las puertas, sin encontrar resistencia alguna y encontrándose con el interior de la iglesia en penumbras. La única luz que había se colaba a través de los ventanales, y era la de la luna.

Arrodillada frente al altar, estaba Rosé rezando. Jennie ya la reconocía casi de inmediato.

La alfa caminó con calma por el pasillo principal de la iglesia, deteniéndose a pocos pasos de Rosé.

—Llegas tarde, General Kim.

Con parsimonia y calma, Rosé se puso de pie y se giró, observándola con gesto indescifrable. Iba vestida con una blusa de color crema y de flecos en el cuello y las mangas, con un justillo café y de líneas doradas encima. Una falda larga y también dorada cubría sus piernas, parecía de seda y se notaba exquisita. Su rostro estaba limpio de maquillaje, aunque en sus cabellos portaba un sombrero negro y con gafas. Jennie pensó, vagamente, que todo sería más fácil si Rosé fuera una omega poco agraciada.

—Estuve a punto de no venir —dijo Jennie fríamente—, no sabía que eras una omega devota, Roseanne. Quién lo diría.

—¿Devota? —una sonrisa burlona curvó el rostro de la rubia—. No le rezo a Dios ni a la Virgen, sino a María Magdalena.

—A una prostituta omega.

—Apedreada hasta la muerte por los alfas como castigo por sus pecados —la expresión en Rosé se ensombreció—, sí, María Magdalena merece más rezos que cualquiera.

Silencio tenso le siguió a sus palabras. Ninguna de las dos pareció siquiera respirar, en especial Rosé, que empezó a percibir el aroma sutil de Jennie llegar a sus fosas nasales. Por mucho odio que sintiera, ella no podía negar algo: la General tenía un olor fuerte y envolvente, capaz de noquear a cualquier omega. Todo en ella gritaba dominancia.

—Me imagino que no has traído a Naeun —habló Kim finalmente.

—No soy tan estúpida —espetó.

—Lo sé —admitió Jennie, lo que sorprendió a la omega—, nos agarraste desprevenidos, lo que fue un movimiento inteligente. Pero eso no volverá a pasar, Roseanne.

Una nueva sonrisa bailó en el rostro de la nombrada. Jennie quiso sentir ira por lo que dijo, por haber reconocido la astucia de la omega, sin embargo, no hubo molestia, pues era un hecho claro para ella. Roseanne no era una omega sometida ni controlada y, por lo mismo, su actuar era distinto a lo conocido.

—Sí tú lo dices... —alzó su barbilla—. ¿Vienes con un mensaje del rey, o vamos a seguir perdiendo el tiempo, Jennie?

Un escalofrió recorrió la espina dorsal de la alfa al escuchar su nombre. Era extraño, pero en la boca de Rosé, era como la seda y los pétalos de rosa, dicho como si ese nombre escondiera un secreto íntimo. Quizás lo era. Ellas tenían un secreto que nadie más sabía, algo que no le contó ni siquiera a Nayeon, y podía imaginar que Rosé hizo lo mismo.

—Un mensaje del rey, claro —Jennie, con parsimonia, se movió para sentarse en una de las bancas de la iglesia. Rosé permaneció de pie—, queremos a Naeun de regreso.

—¿A Naeun? —Rosé enarcó una ceja y miró más allá de Jennie—. ¿A JeongYeon no, Teniente Im?

Jennie no se giró para ver la expresión de su mano derecha, aunque podía imaginarse que estaba frunciendo el ceño ante la interpelación. Si era sincera, Jennie había pensado varias veces en JeongYeon y meditaba sobre el rol que podía tener más adelante. Antes no lo habría hecho, pero ahora, gracias al actuar de Rosé, decidió ser más cuidadosa y atenta con cualquier punto de conflicto que pudiera surgir.

Nayeon no respondió. Rosé dio unos pasos, no obstante, parecía ser sólo para relajar sus músculos tensos.

—Porque JeongYeon está desesperada por volver con usted —prosiguió Rosé, y su voz era como el veneno—, llora mucho y habla maravillas de su alfa —una nueva sonrisa, sólo que esta era ahora retorcida—, aunque yo sé que su alfa ya no la quiere más, ¿no es así? Porque una alfa de su calibre jamás aceptaría a una omega impura, como lo es ahora la pobre JeongYeon.

—JeongYeon igual debe regresar —habló Nayeon, y su voz temblaba por la ira—, como le hayas hecho algo, omega...

—Yo no le he hecho nada a ninguna de las dos —replicó Rosé—, yo no soy como ustedes.

Otro silencio tenso en el cuarto. Jennie aclaró su garganta al escuchar esas últimas palabras, pensando sólo en lo ridícula que era toda esa situación. ¿Y cómo se suponía que eran ellos, si habían levantado ese país estable, duradero y rico a base de todo su esfuerzo? Y ahora, Rosé quería destruirlo.

—El rey Bae Jeonghoon, en su máxima muestra de clemencia, misericordia y conciliación —dijo Jennie, repitiendo esas palabras que memorizó antes de ir allí—, está dispuesto a perdonar tus crímenes de terrorismo si devuelves sana y a salvo a Im Naeun y a Im JeongYeon. No serás enjuiciada ni castigada, y contraerás matrimonio con un buen alfa que velará por ti y te hará feliz —omitió el hecho de que ella sería esa alfa—. Además, tu clasificación será de una omega de elite, por lo que no tendrás que preocuparte de regresar a la Subterránea, o de ser enviada a una granja de cría o a un prostíbulo...

—Sólo deberé entregar mi dignidad, someterme a mi alfa y dar a luz a sus cachorros —recitó Rosé, y su rostro era como la piedra a la luz de la luna—, porque bendito sea el fruto de mi vientre, ¿no es así, Jennie Kim?

Jennie sonrió ante esas palabras. Cuando ella leyó ese discurso, no pudo evitar reírse por lo estúpido que sonaba y no era necesario saber cuál sería la respuesta de Rosé.

—Tomaré tu respuesta como una negativa, entonces —dijo Jennie con calma—. ¿Cuáles serían tus condiciones para que termines con todo esto, Roseanne?

—Mis condiciones —Rosé volvió a caminar y Jennie apreció que no estaba usando esas botas con taco, sino unas normales. Aunque eso no quitaba lo atractivo de su conjunto—. Tengo muchas condiciones, General, ¿trajo un papel para anotarlas?

—No es necesario, poseo una gran memoria.

Rosé se detuvo. A pesar de que Jennie no se encontraba sola en ese lugar, la omega no parecía asustada o temerosa. Por el contrario... Se notaba bastante relajada y tranquila, como si las tres alfas allí presentes no fueran una amenaza.

—La primera condición... —humedeció sus labios—, eliminar jechul por completo de la vida de los omegas.

Ladeando la cabeza ante esa petición, Jennie no hizo comentario alguno. Antes lo habría hecho: probablemente bufaría y se burlaría, pero había aprendido en esa larga semana que debía ser precavida con Rosé. Al fin y al cabo, había terminado en el hospital, con un hombro esguinzado, por haberla subestimado. Hombro que, en ese momento, parecía volver a palpitar.

—¿Algo más? —preguntó Jennie.

—Por supuesto —Rosé se apoyó en el altar con gesto tranquilo—. La Clínica debe desaparecer y los omegas allí, liberados. Los omegas deben integrarse a la sociedad como ciudadanos en igualdad de condiciones, así como los betas. Las mismas oportunidades para todos —alzó la barbilla—. Las granjas de cría también deben desaparecer, y las personas que habitan la Subterránea ya no tendrán el término de defectuosos. Ese término debe quedar erradicado por completo.

Jennie se puso de pie al escuchar todo eso, sin alterar su expresión. Rosé la observó y la alfa observó cómo la mandíbula de la rubia se tensaba, sus facciones en alerta.

—¿No crees que estás pidiendo demasiado por dos simples omegas, Roseanne? —preguntó la de mirada felina.

—No es por dos simples omegas —los ojos de Rosé, a pesar de la dureza en su rostro, eran desafiantes—, sino para evitar lo que va a pasar los siguientes meses, General Kim.

—¿Y qué es lo que va a pasar?

—Todo lo que pedí, y más, va a lograrse por las buenas —una pausa en la que Rosé se enderezó y caminó hacia ella—, o por las malas. La decisión está en sus manos.

No sólo había desafío en la mirada de Rosé, sino también certeza y seriedad, ni un rastro de titubeo. Ahora, a pasos de ella, Jennie sintió sus manos temblar por la repentina necesidad de agarrar a Rosé, zarandearla y, por supuesto, someterla. El aroma a vainilla inundó sus fosas nasales y su alfa se removió en desesperación.

—¿Estás dispuesta a destruir un país sólo por tus deseos, Roseanne?

—No es destruir —afirmó la omega—, es cambiarlo. La mayoría de ustedes, alfas, no lo quieren ver, pero este país está podrido, ¿y sabes qué se hace con lo podrido? —sus dientes brillaron al sonreír—. Se bota a la basura.

Jennie también tensó su mandíbula, antes de moverse repentinamente hacia Rosé. La omega reaccionó con rapidez, pero no lo suficiente, pues Jennie tenía mejores reflejos gracias al entrenamiento militar. Rosé retrocedió y levantó sus manos, hechas puños, pero la alfa la agarró del cuello y empujó contra el altar, arrancándole un jadeo por el apretón.

—¡Fuera! —gritó Jennie a Nayeon y Momo, que obedecieron sin un murmullo de protesta.

—¿Vas a follarme? —jadeó Rosé, sus manos yendo hacia la muñeca de Jennie—. ¿En la iglesia? Qué sacrilegio en un lugar santo.

La boca de la mayor se apretó en un rictus de rabia, pegando su cuerpo al de Rosé. Una pierna se metió entre las de la omega, separándoselas y presionando su rodilla contra su centro con fuerza. El aroma omega de Rosé se disparó ante el roce y el calor pareció subir en ambos cuerpos.

Jennie se inclinó y su nariz se acercó al cuello contrario. Oyó el gemido de la omega y, apenas controlándose, sacó la lengua y lamió allí, encima de su glándula de feromonas. Rosé gritó ahogadamente.

—Tienen órdenes —barboteó Rosé, sus brazos temblando por la señal de dominancia—, mis... mis compañeros. Si no regreso, van a... a cortarle las orejas a Naeun y...

—Oh, me imagino que sí —Jennie gruñó—. ¿Y si te follo y luego te dejo ir? ¿Le vas a cortar la lengua, omega?

—Te la voy a cortar a ti —amenazó—, después de obligarte a que me comas el culo, Jennie.

Una risa ronca salió de la castaña al escucharla decir eso y se enderezó, pero no la soltó del agarre. Sentía su polla dura y erecta, sin embargo, permaneció en su lugar.

—Si quieres que te coma el culo —ronroneó Jennie—, sólo debes pedírmelo, Roseanne.

—¡Su-suéltame! —exclamó la omega, enfurecida, y Kim soltó una carcajada—. ¡Bastarda!

—Esa boca... —Jennie apretó su garganta—, tal vez una polla en la boca te enseñe a no decir groserías.

—¡Voy a matarte!

Jennie la soltó y se alejó con parsimonia. Rosé tosió, llevando una mano hacia su garganta y frotando su piel, ignorando la humedad en su centro.

—Me imagino que ya debes saberlo —Jennie volvió a sentarse en la banca, ignorando su dureza y sacando los guantes de cuero de su bolsillo para colocárselo—, pero visité a tu protectora hace varios días. Me contó... cosas interesantes.

—La torturaste —espetó Rosé, tratando de ponerse de pie a pesar del dolor en su cuello—, pero no es ninguna sorpresa viniendo de ti.

—¿Quién mató a tu antigua alfa? —Jennie ignoró la pulla anterior para entornar sus ojos en Rosé.

La expresión de Rosé cambió ante la pregunta. Sus ojos se tornaron helados y su boca formó un rictus helado y tenso. La hostilidad exhalaba de sus poros.

—Ya debes saberlo —dijo la menor sombríamente—, fui yo, ¿no es así?

Por supuesto, esa era la información oficial. La información que no se debía poner en entredicho, pues era lo que el Estado había declarado como la verdad.

Pero Jennie, desde su visita a Kang, que venía pensando en eso. Su cabeza giraba en torno a lo que ella había dicho, a la contradicción en sus palabras y los informes guardados por la policía. Al hecho de que muchas cosas no calzaban y, santo Dios, Jennie odiaba eso. Odiaba cuando ella no tenía toda la información en sus manos.

—¿Y cómo lo hiciste, si estabas sometida por jechul? —replicó Jennie—. Quiero saber...

Fue interrumpida cuando las puertas de la iglesia fueron abiertas de golpe. Jennie se volteó para ver a Nayeon entrar con gesto urgente.

—¡Han asaltado un cuartel de policías de la zona este! —gritó Nayeon, enfurecida, y Jennie no tenía que adivinar para saber quién estaba detrás de eso.

Volvió su vista hacia Rosé, sin embargo, había desaparecido. Frente a ella no había nadie, y al mirar hacia los costados, vio una puerta abierta por la que tuvo que salir en cuánto vio su oportunidad.

—¡Mierda! —gruñó, molesta—. ¿Qué se han robado? No me digas que...

—Armas —Nayeon apretó sus dientes—, todas las armas del cuartel.

Jennie sintió su rostro tensarse, pensando en los enormes problemas que, al parecer, iban a venir a futuro por culpa de esa desgraciada omega.

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