🥀 47 🥀
—¿Cuánto tiempo es un rato? ¿Una hora? ¿Dos horas? ¿Un día?
Los ojos escrutadores de Park Jimin lo miraron con un claro tono de claridad reflejado en sus pupilas.
—No bromees, Jimin —dijo, intentando simular una de sus mejores medias sonrisas y se encogió de hombros—. Puede ser una semana, un mes, medio año... quién sabe, tal vez, un año o dos, ¿tal vez, un para siempre?...
—¿Estás loco?
Namjoon se sentó en una de las sillas del mediano comedor y tensó su garganta, dándole un breve vistazo a Seokjin, que estaba sentado a su lado y tenía los ojos moviéndose desde su rostro hasta el del otro, totalmente consternado.
—Tengo las tarjetas bloqueadas, estoy sin una moneda en mi bolsillo y no tengo a dónde ir.
—Yo diría que sí, pero tú sabes que esta casa no es toda mía, Namjoon, a veces, viene mi familia también...
—Solo será unos cuantos días, Minnie, es una promesa —las palabras de Seokjin se escucharon como un suave farfullo acariciando la habitación, mientras sus ojos se enfocaban en los ojos del castaño—. Por favor.
JImin elevó la cabeza y se lo quedó mirando unos segundos para finalmente suspirar, agotado.
—Está bien, son bienvenidos el tiempo que quieran. Pueden usar la habitación o habitaciones que gusten... tomar lo que quieran que vean en la cocina —camino a pasos lentos hasta la nevera y abrió la puerta superior, colocando tres botellas de agua—. Por cierto, es bueno verlos juntos otra vez, pero... ¿qué pasó ahora?
Namjoon torció sus labios en una sonrisa y corrió su mano sobre la madera hasta que sus dedos se encontraron y fueron entrelazándose poco a poco.
Levemente.
Acariciando los nudillos pálidos con la parte interior de sus dedos, rozándolos con ligereza.
Sus ojos se encontraron, al igual que sus sonrisas y ese sentimiento volvió a explotar en su interior.
Ese sentimiento, ese mismo sentimiento que sentía cada vez que lo contemplaba; cada vez que se fijaba en sus ojos despiertos, sus labios abultados, sus bonitas mejillas, su radiante sonrisa.
Ese sentimiento que tocaba hasta el último de sus nervios y le hacía darse cuenta de lo perfecto que era Choi Seokjin; de lo perfecto que era amario y de lo perfecto que era poder tenerlo a su lado.
Ese sentimiento que le hacia enamorarse una y otra vez, que le permitia caer loco de nuevo, que le hacía arder en fuego, que le hacía. desear lanzarse a besarlo, aunque sabía que si lo hacía, posiblemente no pudiese soltarlo más.
Y eso ahora no era muy conveniente que digamos.
Acarició el dorso de su mano y moduló un "te amo", escuchandolo. susurrar lo mismo en respuesta y reir con la misma calidez de siempre, al tiempo que el timbre de la puerta se hacía oír.
—Ahora voy, ¡ya escuché! —Jimin se metió a la boca tres galletas del paquete que tenía en las manos y bufó, malhumorado—. Por favor, dejen de mirarse de ese modo, que me hacen sentir que salgo sobrando. Tengan un poco de consideración y piedad de mí.
Escuchó el sonido de la puerta abriéndose y fue entonces cuando vio a su madre ingresando a pasos apresurados hasta detenerse a tres pasos de él, exhalando con la mano en el corazón.
—Namjoon, acá estás —presionó su hombro en un intento de apoyo y miró a su alrededor, todavía recuperando el aliento—. ¿Por qué te fuiste de esa manera?
—¿Cómo sabes que estaría aquí?
La mujer se sentó en una de las sillas contiguas y se pasó la mano por la frente, recostando todo su peso sobre su codo derecho, que descansaba sobre la mesa.
—Vine detrás de ustedes, me dejaste con el corazón en la mano. No puedo permitir que te vayas así como así, sin saber a dónde vas, además, ¿qué haces acá? Vamos a casa, tu casa.
Namjoon apretó el borde de su labio inferior entre sus dientes en respuesta.
—No quiero nada que sea de ese hombre, nada en absoluto. Ya lo has escuchado tú misma, no soy su hijo, porque le resulto tan detestable como él me resulta a mí.
—Pero esa casa también es mía y todo lo mío es tuyo, Namjoon —Jimin le ofreció un vaso de agua y ella lo aceptó, todavía exhalando—. Tu padre no lo ha dicho en serio, solo está algo impactado con la noticia, pero lo aceptará, terminará aceptándolo, yo me encargaré de eso...
—No voy a volver ahí y tampoco quiero que lo acepte, lo que él piense u opine me importa un bledo. Pueden quitarme lo que quieran; comodidad, lujos, amigos, dinero, lo que ustedes gusten, pero nunca les permitiré que me alejen de él. Nunca. No sé si entiendas esto, pero lo amo más que a mi propia vida y lo necesito como mi cuerpo necesita al aire para vivir. El es mi aire.
Su madre se acomodo los cabellos desarreglados y colocó un brazo alrededor de Seokjin, quien continuó sonriendo con una sonrisa suave y esperanzada y colocó su mano sobre la suya.
—Hubo un tiempo en que lo supuse, no sé por qué, pero tenía esa corazonada... tal vez, por eso, él se me hacía muy simpático y no podía evitar tomarle mucho cariño —sus dedos se deslizaron a través de su cabello, acariciándolo—. Cuando te escuché decirse todo eso allá, supe que se querían con sinceridad y me parece bien que estén juntos, es más, puede ser que todo esto me haya tomado por sorpresa, pero los apoyo incondicionalmente. Siempre. También comprendo que no quieras volver por ahora y es por eso que buscaré un departamento para que mañana mismo puedan moverse allá. Por el dinero, no te preocupes, todo sigue igual, nunca te restringiria nada, pero necesito que te involucres con tu futuro, que te lo tomes en serio y que te preocupes por lo que vas a ser en un futuro... —su voz se quebrantó un poco y sus ojos se humedecieron—. Sé que lo harás, confio en ti y no sabes lo contenta que me hace el que me permitas estar a tu lado y seguirte en cada paso de tu vida desde ahora en adelante. Te juro que seré la la madre que no fui y recuperaremos todo el tiempo...
Las palabras lo tocaron y se mantuvo solo mirándola, sin decir nada.
Quiere agradecerle, abrazarla, apretaria entre sus brazos, decirle que le perdonaba todo lo sucedido en el pasado, que hasta lo había olvidado, pero no pudo hacer nada en absoluto.
—Gracias, muchas gracias —los brazos de Seokjin se lanzaron alrededor del cuerpo delgado de su madre y hundió su cabeza en su hombro, aferrándose a su cuerpo con una entusiasmada sonrisa, volviendo los ojos hacia él—. Namjoon estudiará mucho y se graduará por sus propios méritos, de eso me encargaré yo. No le dará más problemas, no faltará a clases, le ayudará en todo lo que necesite y será un gran apoyo para usted, ¿verdad que si, Namjoon?
Una sonrisa se hizo paso entre sus labios y asintió un poco con la cabeza, observándolos ahí, abrazados y sonriéndose como si se conociesen desde hace muchos años. Quiso responder algo, pero sintió el brazo de Seokjin abriéndose para incluirlo en el abrazo, al cual no pudo negarse. Y cuando percibió el calor de ambos cuerpos con el suyo, pareció que el tiempo se paralizó por completo.
Aquel abrazo aparentó durar mil horas.
—No tienes nada para agradecerme, la que te agradece todo soy yo —la mujer suspiró entre lágrimas y se levantó, demasiado animada—. Iré a ver lo del departamento ahora mismo. Mientras más antes sea, mucho mejor, no quiero que estén incomodando tanto a Jimin.
El aludido se echó a reír y volvió a meterse tres galletas más en la boca, acompañandola hasta la puerta, Namjoon escuchó la puerta cerrándose y se levantó también, acercándose hasta el respaldar del asiento de Seokjin y colocando ambas manos en cada uno de sus hombros.
—Yo también iré por mis cosas.
—¿Quieres que te acompañe? —Seokjin sonrió de oreja a oreja cuando sintió sus brazos rodeándolo desde atrás—. Te esperaré afuera hasta que salgas.
—No me tardaré nada, quédate aquí, es más tranquilo,
Jimin asintió y dejó tres paquetes de galletas sobre la mesa, sentándose como si fuese a ver una película.
—Si, así me puedes poner al dia de todo lo que sucedió. Pero cuéntame desde el inicio, porque Namjoon no resulta bueno contando nada, siempre se salta las partes más importantes. Por ejemplo, si te va a contar un asesinato, te cuenta de todo menos la parte en la que matan a la persona y eso es aburrido y confuso...
Namjoon sonrió y salió en taxi hacia su casa. Después de diez minutos, se encontro ahí, frente a la enorme puerta a la que había visto durante tanto tiempo y casi nunca le había prestado atención, pero que ahora le atiesaba demasiado y le resultaba totalmente ajena, extraña, lejana. Ingresó la llave en la cerradura y esta cedió al instante, así que se encontró a sí mismo entrando con rapidez y deteniéndose al ver a su padre sentado en el sofá, acompañado de Jung Hoseok, quien lo miró fijamente cuando lo vio ingresar.
—Vengo por mis cosas —soltó, obteniendo como réplica un asentimiento de cabeza.
—Tus cosas están ahí.
Su mirada se movió hasta encontrarse con su maleta negra junto al sofá.
—Bien —sus dedos la sujetaron con fuerza y se dispuso a caminar hasta la cocina.
—Namjoon.
El sonido de su voz golpeó contra las paredes de su oído y se volvió tan solo un poco, pero lo suficiente para ver su expresión seria y contraída.
—Creo que he sido algo duro contigo y no me has entendido —sus dedos soltaron la maleta y su cuerpo se tensó—. He estado meditando y he dado con la conclusión de que estás confundido. Nada de mi sangre puede resultar así y tú eres mi sangre, por lo que, tienes que estar confundido y yo te haré entender.
–¿Qué me harás entender?
El hombre entrelazó sus propias manos y le envió una mirada fria.
—Tú no eres un homosexual. Estás confundido, porque te has dejado guiar por ese individuo. Los individuos de su clase son así, retorcidos y disfrutan corrompiendo a los demás.
Hoseok estuvo al borde de intervenir, pero cerró luego los labios cuando él empezó a hablar.
—¿Sabes algo? —Namjoon volvió a sostener su maleta con brusquedad y le miró directamente a los ojos, sin inmutarse en lo más minimo—. Estoy cansado, ¿qué parte de que lo amo no entiendes o quieres que lo siga repitiendo hasta que lo aceptes? No estoy confundido sobre ninguno de mis sentimientos y si alguna vez lo estuve, ahora estoy completamente segura.
—Hijo, te estoy dando la oportunidad para que olvides esta locura y regreses a casa. Haré como si no hubiese visto nada y seguiremos como siempre lo hemos hecho, como una verdadera familia.
Como una verdadera familia.
Las carcajadas rompieron en su garganta y sacudió la cabeza, mucho más relajado.
—No me hagas reír más, ¿de qué verdadera familia hablas? Nunca ha existido esa verdadera familia a la que te refieres. En segundo lugar, no vuelvas a dirigirte de esa manera de la persona a la que amo. Y por última, no lo pienso dejar por nada del mundo, lo entiendas o no.
El hombre se retorció en su silla y los tendones de su cuello salpicaron, aunque intentó parecer tan calmado e insensible como siempre.
—Entonces, me parece bien, vete con tus inmundicias. Tampoco me sirves de mucho cuando tengo a alguien tan competente e inteligente como Jung apoyándome.
Hoseok se levantó de su posición en el sofá y arqueó una ceja enseguida.
—Lo siento, no estoy apoyandolo ni tampoco voy a hacerlo, porque no quiero verme envuelto con gente como usted. Seokjin no es ningún chico retorcido o sucio como lo está describiendo, al contrario, es tan cálido y bueno, que no tendría ningún problema en también enamorarme de él. Creo que usted tiene que conocerlo antes de hablar y como ya veo en su rostro que no me va a tolerar que siga hablando, con su permiso... —caminó hasta la puerta y sus ojos se encontraron con los suyos durante un rápido instante—. Me retiro.
Namjoon ingresó a la cocina sin dudar más, metiéndose en la habitación de Seokjin para empezar a sacar cada una de sus cosas y guardarlas en el interior de su maleta. Cuando estuvo a punto de salir, se detuvo un instante junto a la puerta, absorbiéndolo todo. Su aroma, sus recuerdos juntos, sus sonrisas, sus lágrimas. Todavía le parecía verlo durmiendo y abrazando su almohada con una calurosa sonrisa en sus bonitos labios, verse a sí mismo totalmente confundido, luchando contra lo que sentía o ingresando al baño sin dejar de carcajearse.
Ni siquiera podía entender cómo una habitación podía estar cargada de tantas memorias.
Salio hacia la sala de estar, sin volverse hacia ningún lado, dirigiéndose directamente a la puerta.
—Namjoon.
Su voz áspera rasgó su oído por segunda vez, pero en esta ocasión, no se movió.
—Las llaves —lo escuchó decir, utilizando el mismo tono imperturbable y descarnado de siempre—. Las llaves, todas las llaves, incluso la del auto, déjalas aquí. Creo que está de más decir que en el momento que cruzas esa puerta, no puedes volver a ingresar nunca. Nunca más.
No supo por qué, pero cuando su mano soltó todas llaves sobre el sofá, un sentimiento de liberación y seguridad lo embargó. Salió de la casa con decisión y su mirada se fijó en Jung Hoseok, que abría la puerta trasera de su propio vehículo y acomodaba unas bolsas de compra con expresión sería y distante.
Podría pasar de largo y dejarlo irse, pero hizo totalmente lo contrario.
—Jung —comenzó con un tono fresco, aunque este no lo miró y solo cerró la puerta de golpe, caminando hasta el asiento delantero—. Gracias por haber cuidado de Seokjin los días que no estuve.
Él ingresó al vehículo y se colocó unas gafas negras, ignorándolo.
—Sabes que no lo he hecho por ti. Por mi, tú puedes irte bien al diablo.
—Lo sé, tú sabes que para mi igual —soltó con sinceridad, avanzando unos cuantos pasos hacia la pista—. Igual, tenía que decirtelo.
Hoseok colocó el auto en marcha y subió las ventanas laterales.
—Está bien, ya lo he oído. También tengo algo que decirte —el vehículo se movió un poco y de pronto, se detuvo—. Si vuelves a lastimarlo de una u otra forma o él vuelve a llorar por tu culpa, me vas a conocer y te vas a arrepentir de todo.
El automóvil crujió un poco antes de salir volando por la carretera y perderse entre el tráfico y los primeros rayos de sol del atardecer.
Namjoon cruzó la pista con rapidez y no pudo evitar torcer las esquinas de sus labios en una sonrisa.
Ahora sí, sentía que la vida empezaba a sonreírle finalmente.
Inclusive, podría volver y abrazar a Jung Hoseok durante una hora completa.
Sí que podría.
Se sentía libre.
Fresco.
Contento.
Sin ataduras.
Sin nudos en la garganta.
Sin más tensiones en el cuerpo.
Totalmente liberado.
Y tuvo la sensación de que ese momento, en el cual había empezado a capturar toda la felicidad que no había logrado retener durante todos sus veintiún años, iba a durar para siempre.
Para siempre.
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