Venus giraba en su órbita, intentando distraerse de una escena que ya había visto cientos de veces: Marte riendo a carcajadas con la Tierra y Mercurio, esa risa despreocupada que siempre parecía tan contagiosa, encantadora, brillaba cual cúmulo de estrellas, no, es más, su brillo lo compararía con una misma supernova.

Se repetía a sí mismo que no le importaba, que las bromas infantiles de Marte no podían ser tan cautivadoras, que el eco de su risa no estaba desafiando las leyes del universo al colisionar directamente con su núcleo.

Sin embargo, había algo en la forma en que Marte sonreía, en su entusiasmo sin filtros, que lo atraía irremediablemente. Como una mosca que, sabiendo el peligro, se acerca a la miel.

-Vamos, Venus. Es sólo Marte- se dijo, frunciendo el ceño mientras desviaba la mirada con disgusto. Pero apenas unos segundos después, sus ojos regresaron a la misma escena.

Marte seguía bromeando, sin siquiera notar que Venus lo observaba desde lejos, cautivado por completo. Venus contuvo un gruñido, maldiciéndose por su falta de control, y sacudió la cabeza con la esperanza de disipar esos pensamientos. -Es tan... molesto. Como un asteroide dando vueltas en mi campo gravitacional.

Marte, ajeno a la tormenta de pensamientos de Venus, continuó hablando animadamente. De repente, lanzó un comentario que provocó carcajadas en la Tierra y Mercurio.. En ese momento, algo en el interior de Venus se retorció, como si el núcleo de su ser estuviera siendo sacudido por mil terremotos simultáneos. La risa de Marte era tan... dulce. Tan contagiosa. Tan embriagadora.

-Ridículo- murmuró, desviando la mirada y apretando los dientes. -¿Por qué debería importarme lo que hace? Es sólo Marte, y... y a mí no me interesa. Definitivamente no-

Intentó convencerse. Pero en el fondo lo sabía.

Sabía que todos esos terremotos y miradas perdidas tenían un dueño, uno naranja.