Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝑐ℎ𝑎𝑝𝑡𝑒𝑟 𝑡𝑤𝑜



𝐵𝑟𝑖𝑑𝑔𝑒𝑟𝑡𝑜𝑛 𝐻𝑜𝑢𝑠𝑒



—¿De verdad te dijo eso?

—¡Y luego me acusó de abordarle! —contestó Daphne con un grito ahogado— Ni siquiera tuve la oportunidad de explicarme. Se limitó a desprestigiarme con esa... sonrisa arrogante. ¡Incluso insinuó que fuera una desesperada!

Escuchando el relato de su hermana, quien había protagonizado un accidentado encuentro con el mismísimo Duque de Hastings, Simon Basset, Diana se sintió profundamente identificada. Ambas se encontraban en las cocinas del hogar familiar pasada la media noche, acabando con las pocas pastas que Cook había preparado el día anterior —las favoritas de Hyacinth, como tantas veces había recalcado la niña—. Cuando la rubia vio la cara de espanto que portaba Daphne en el carruaje de vuelta, supo que algo había sucedido. Solo fue cuestión de tiempo, cuando ambas se despojaron de sus finos ropajes y se fueron a dormir, que Daphne se escabulló hacia el dormitorio de su melliza con la intención de relatarle su encuentro con el duque.

—¿Comprendes ahora por qué no quería vivir esto? —dijo Diana tras unos segundos de silencio, tal vez en un tono más elevado del que le habría gustado— Todos los hombres se piensan que pueden tratarnos como si fuésemos piezas insignificantes en un tablero de ajedrez. Y solo por ser debutantes... No, de hecho, por ser mujeres.

—Que el Duque de Hastings sea un engreído y un maleducado no convierte a todos los hombres en iguales, hermana —respondió Daphne mientras servía al mismo tiempo la leche que había calentado su hermana—. Además, deberías haber visto su cara cuando Anthony apareció. Al parecer, nuestro hermano disfrutó de la compañía del duque durante años.

—Déjame adivinar. Oxford, ¿no es así?

—Así es. ¿Es que resulta tan evidente?

—No. Bueno —murmuró Diana, notando como los ojos de su melliza se agrandaban—... No me malinterpretes, hermana. Conoces mi debilidad por Anthony, pero ambas sabemos qué tipo de compañía mantenía en sus días de universidad. Además...

—¿Además? —repitió Daphne cuando la rubia permaneció en silencio— Diana, hay algo que no me estás contando, ¿verdad?

La susodicha maldijo por lo bajo antes de volver a mirar a su melliza. Sabía lo pasional que era Daphne ante todos los aspectos de la vida, no solo porque había compartido cada segundo de su existencia con la pelirroja, sino también porque ambas compartían esa cualidad —con la excepción de que Daphne se lo llevaba a lo personal y Diana... Bueno, Diana ignoraba todo aquello que no le proporcionara un ápice de satisfacción—. Lo último que quería la menor de las hermanas Bridgerton era disgustar aún más a Daphne. Pero intentar ocultarle lo sucedido sería en vano.

—Ese... caballero con el que me encontraba antes de que Anthony dijera que debíamos irnos —

—El duque de Brighton —interrumpió la pelirroja con el ceño fruncido, asegurándose de que ambas pensaban en el mismo hombre. Por un momento, le confundió que su hermana se dirigiera hacia tan distinguido caballero con tanto veneno en su voz.

—Sí —dijo Diana de mala gana, subiéndose de un salto a la mesa de la cocina. La rubia no pasó por alto cómo su melliza había rodado los ojos ante aquello—. Benedict me abandonó a mi suerte. En cuanto vio al duque corrió a buscar a Anthony y se olvidó por completo de mi presencia. El duque... Dios, Daphne. ¡Jamás pensé que el ser humano tuviera la capacidad de llegar a ser tan engreído!

—¿Qué fue lo que te dijo?

Diana bufó brevemente a la vez que negaba con la cabeza. Aunque había intentado borrar las hirientes palabras del apuesto hombre de su memoria, estas seguían punzándole el pecho cada vez que resonaban en su conciencia.

«Una cara bonita no es suficiente para tentarme, señorita Bridgerton. Puede marcharse con su entusiasmo a otra parte.»

—Al parecer, mi presencia no era lo suficientemente deleitosa para él —respondió encogiéndose de hombros, intentando restarle importancia para ocultar lo realmente ocurrido—. Así que le hice saber que el sentimiento era recíproco.

—Oh, cielo santo —susurró Daphne, llevándose una mano al pecho. Aparentemente, la mayor de las mellizas pareció intuir lo sucedido—. Por favor, dime que no hiciste nada estúpido.

—¿Por quién me tomas, hermana?

—Por una joven orgullosa que jamás soportaría ver su ego pisoteado por alguien del género masculino.

«Touché», pensó la rubia.

—Puede que le llamara impresentable —soltó rápidamente. Cuando vio a Daphne jadear y levantarse de la silla de un salto, Diana no tardó en levantar las manos en señal de paz—. ¡Me referí a él como excelencia!

—¡Eso no justifica nada, Diana!

—¡No tienes idea de las cosas que me dijo, Daphne!

Ambas gritaban en susurros, intentando que la conversación se mantuviera lo más privada posible. Aunque tras escuchar tal revelación, Daphne no estaba segura si el encuentro de su melliza con el duque se mantendría en las sombras por mucho tiempo.

Los ojos de la pelirroja analizaron el rostro de su hermana, que se había tornado carmesí de la impotencia que corría por sus venas. Daphne no llegaba a comprender qué había impulsado a la rubia a perder los papeles de aquella manera, y mucho menos en el baile de debutantes. Pero cuando ambas intercambiaron una mirada más bien larga, la mayor de ellas supo que el duque había herido a su hermana.

—¿Qué te dijo ese hombre que te hizo tanto daño, hermana?

Diana suspiró nuevamente y cerró los ojos por unos segundos, intentando recobrar la compostura. Sabía que Daphne querría averiguar qué había pasado, pero a Diana le estaba costando encontrar las palabras más de lo esperado.

—No me hizo daño, Daphne. Me denigró. No solo como mujer, sino como persona —habló la rubia en voz baja—. Dijo que... "mi cara bonita" le parecía insuficiente. Y luego... Prácticamente me echó. Quiso deshacerse de mí como si fuera basura por no ser una tentación para él.

Daphne no podía creer el tan crudo relato que contaba su melliza. Al ver los ojos rojos de Diana, sus manos cerradas en puños y su agitada respiración, supo que la rubia se había contenido en su encontronazo con el duque de Brighton. Conociendo a la chica, sus palabras pudieron haber sido mucho más hirientes de lo que lo fueron.

La pelirroja no tardó en acercarse a su hermana y envolverla entre sus brazos. Diana, aunque no quería mostrar lo realmente afectada que su encuentro con Peter Fitzgerald la había dejado, aceptó refugiarse en el abrazo de Daphne. La pelirroja murmuró en varias ocasiones lo mucho que sentía que hubiera tenido que soportar tan indeseable comportamiento, que hubiera tenido que escuchar cómo la desprestigiaban de esa manera. Daphne comprendía ese sentimiento, pues su encontronazo con el duque de Hastings había sido más bien similar... Pero Basset jamás le había dedicado tales palabras a la pelirroja.

Ambas permanecieron unos minutos en las cocinas del hogar de los Bridgerton antes de volver a sus respectivos dormitorios con urgencia. Tan pronto como escucharon la puerta principal abrirse y las posteriores risotadas de Colin y Benedict resonar por los pasillos, las mellizas se incorporaron rápidamente y regresaron a la planta superior sin ser interceptadas por sus hermanos mayores.

Esa noche del verano de 1813, Daphne y Diana Bridgerton se fueron a dormir respectivamente con un duque atormentando sus pensamientos. Las dos jóvenes debutantes, aunque con incertidumbre por lo que sucedería el día siguiente, tenían puntos de vista muy diferentes sobre lo que querían que sucediera en sus primeras recepciones.

Y qué diferentes serían, en efecto.





❀⊱ ────────────── ⊰❀






—¡Estás radiante, Diana! —exclamó Francesca al entrar en el dormitorio de la rubia, quedándose asombrada por lo preciosa que se encontraba su hermana mayor en aquel vestido azul cielo.

Impecable, más bien —corrigió Eloise con burla, recibiendo un codazo de Diana en el costado— ¡Auch! Yo solo digo lo mismo que la reina. No quisiera menospreciar tus atributos, hermana mayor.

—Qué encantador de tu parte, Eloise. No puedo esperar a imitar tu entusiasmo el año que viene cuando te conviertas en debutante.

El sarcasmo de Diana caló como era de esperar en la castaña, quien no tardó en entrecerrar los ojos ante el comentario de la menor de las mellizas de forma desafiante. Las hermanas Bridgerton continuaron con un sin fin de burlas y breves zarandeos hasta que Violet hizo acto de presencia en el dormitorio. Inmediatamente, ambas se separaron y retomaron la compostura, no queriendo alterar a su madre a tan tempranas horas de la mañana.

—Oh, querida —dijo Violet. Diana no pudo evitar sonreír al admirar el brillo en los ojos de su madre, por mucho que su cabeza le impulsara a quitarse el vestido y salir corriendo—. Estás resplandeciente... Ojalá vuestro padre estuviera aquí para ver la mujer en la que te has convertido.

—Gracias, mamá —respondió en voz baja la rubia, ignorando la punzada que había sentido en el pecho ante la mención de Edmund, su difunto padre. Diana no tardó en seguir los pasos de su madre hacia la planta baja, acompañada del séquito de sus hermanas menores—. ¿Dónde está Daphne?

—Ya está en el salón.

—Lleva veinte minutos practicando qué postura adoptar mientras borda —susurró Hyacinth con gracia, provocando la mirada de reproche de su madre a la vez que uno de los lacayos abría la puerta del salón principal.

—Vuestras hermanas afrontan un día muy importante en sus vidas, niñas. Os ruego que os comportéis.

Todas las mujeres se reunieron en la sala donde se llevaría la primera recepción de las mellizas Bridgerton. Daphne, al ver a todas sus hermanas acompañadas de su madre, se levantó de un saltó del sillón y avanzó rápidamente hacia Diana, tomando sus manos con una gran sonrisa iluminándole el rostro.

—¿Estás lista, Di?

—No creo que mi respuesta te complaciera, hermana —ironizó la rubia, aunque regalándole una sonrisa sincera tras sus palabras. Daphne frunció ligeramente el ceño y Diana no pudo evitar reír—. ¡Vamos, Daph! Me he puesto tu vestido favorito, me sentaré erguida y sonreiré hasta que me duelan las mejillas. Todo saldrá bien, ¿de acuerdo?

Mientras las mellizas se sentaban en el sillón, Violet procedía a colocar al resto de sus hijas por la sala —muy a pesar de las quejas incesables de Eloise—. Las mujeres de la familia Bridgerton parecían sacadas de las pinturas de Botticelli: delicadas, elegantes y hermosas. La sutilizadnos gama de blancos y azules pasteles que iluminaban la habitación no hacían más que aumentar la belleza de la escena, que aunque planeada, robaría el aliento al más frío de los caballeros.

Aunque sería lo último que admitiera en su último aliento, el corazón de Diana dio un brinco cuando la puerta de la estancia se abrió por primera vez. Dejando a un lado su bordado, la rubia vio por el rabillo del ojo cómo Daphne se levantaba rápidamente con gracia y, un segundo más tarde, cómo su expresión decaía cuando Anthony atravesó el umbral de entrada.

—¡Anthony! No te esperaba aquí esta mañana.

—Llegas muy temprano, querido —comentó Violet, que no pasó desapercibido el análisis de la habitación que estaba realizando el mayor de sus hijos.

—No podía dormir. Por los nervios, supongo —respondió el primogénito a la vez que probaba una de las pastas que decoraban las mesas de la recepción. Sus pasos rápidos por la habitación reflejaban lo nervioso que se encontraba por la situación que sus hermanas afrontaban— ¿Soy el primer caballero en llegar? Estupendo.

Sin recibir respuesta de Daphne o su madre, a quienes se había estado dirigiendo desde su llegada, Anthony tomó asiento junto a Diana. El mayor de los Bridgerton besó la mejilla de la joven y le regaló una sonrisa, desviando su mirada hacia el bordado que su querida hermana sostenía entre sus manos.

—¿Acaso mi patrón no es agradable para tu vista, hermano mayor? —bromeó Diana, intentando restarle importancia a la entrometida llegada de Anthony al hogar familiar. Sobre todo después de haber observado la fúnebre expresión de su melliza.

—Oh, en absoluto —respondió el moreno con el ceño fruncido, aunque incapaz de retener la risa que amenazaba con escapar de sus labios—. Sin embargo... Será mejor que te dediques a la pintura, Di.

Fingiendo dolor ante el comentario del moreno, Diana se llevó una mano al pecho. Los hermanos rieron unos segundos hasta que su madre les llamó la atención, anunciando que le pareció haber escuchado el sonido de la puerta principal al abrirse. Daphne, por otro lado, no podía ocultar la molestia que le había provocado la llegada del mayor de los hermanos Bridgerton.

Cuando uno de los lacayos abrió de nuevo la puerta del salón, ambas hermanas se levantaron por segunda vez —Daphne por voluntad propia, y Diana porque la mirada de su madre se lo ordenó—. Las mellizas recibieron a dos caballeros de los que habían oído hablar y a los que divisaron en el baile de la noche anterior. Pero la repulsión con la que Anthony había hablado en el baile de los Danbury de determinados caballeros, sumada a la negativa mirada que había atravesado sus ojos en cuanto los hombres habían puesto un pie en el salón, generaron una sensación de calma en el pecho de Diana. No tenía que verse obligada a entablar conversación con ninguno de los Lores frente a ella.

—¡Anthony! ¡No puedes ser tan descarado, prácticamente los has echado! —protestó Daphne tan pronto como los dos hombres abandonaron el hogar de los Bridgerton.

—Permíteme que discrepe, hermana, pero sé lo que hago. Si puedo evitar que tú y Diana malgastéis vuestro tiempo, que así sea.

—Si te diriges así a todos los caballeros que atraviesen esa puerta, querido —

—Mamá —interrumpió Anthony, esbozando una de sus características sonrisas—... Tranquila. No querrías ver a ninguno de esos hombres que se hacen llamar "Lores" casados con mis hermanas. Confía en mí.

Diana no sabía si confiaba en el criterio de Anthony porque era su hermano mayor, o si intentaba creerle porque era lo único que ahuyentaba su futuro más próximo en cuanto al matrimonio. Aunque tenía que confesar que ver cómo el moreno despachaba a aquellos dos caballeros le resultó tremendamente divertido.


Aproximadamente unos diez minutos más tarde, el sonido de la puerta sacó a Diana del trance en el que se había sumido. Sus pensamientos no dejaban de arrojarla hacia su encuentro con el duque de Brighton, como si su propia conciencia quisiera condenarla por el simple hecho de haber conocido accidentalmente a semejante hombre. Diana se atrevía a jurar que aún podía sentir aquel par de oscuros ojos acecharla cada vez que rememoraba sus palabras.

—Un pretendiente para la señorita Diana Bridgerton. El conde de Beverly.

Diana subió la mirada con asombro hacia el lacayo, pensando que tal vez podía haber sido una broma acordada por Eloise o alguna de sus hermanas menores. Sin embargo, tan pronto como un apuesto joven —tal vez de la edad de Benedict— entró en el salón con un ramo de crisantemos y flores silvestres, la muchacha supo que no se trataba de ninguna inocentada.

Mientras Hyacinth, Francesca y Eloise se intercambiaron miradas entre ellas, y Violet y Daphne se levantaban para recibir al conde, Diana se vio incapaz de abandonar su posición para saludar a tan apuesto joven. Sus ojos azules, iluminados por la sonrisa que decoraba su esculpido rostro, dejaron petrificada a la rubia tan pronto como posó sus ojos sobre ella.

—Lady Bridgerton, señorita Bridgerton —saludó el muchacho, dedicándole una reverencia a la madre y a la hermana de la joven a la que aparentemente venía a cortejar. De nuevo, sus orbes se desviaron hacia Diana—. Señorita Bridgerton, es un placer poder dirigirme a usted al fin.

—Spencer, ¿no es así? —interrumpió Anthony, colocándose frente a su hermana para tenderle la mano al conde—. Hice negocios con su tío hace un par de años. Lamento profundamente su pérdida.

—Le doy las gracias, Lord Bridgerton. Mi difunto tío solo encontraba buenas palabras a la hora de hablar de su familia. Al parecer mantenía una estrecha relación con su padre.

—Oh, en efecto. Recuerdo muy bien a su tío, milord. Tenía un excelente sentido del humor —intervino Violet, que no tardó en tomar el brazo de su hija para colocarla a su lado con sutileza—. Le presento a mi hija, Diana.

—Es un placer —sonrió nuevamente el conde, tomando la mano de la rubia con suma delicadeza para depositar un beso en sus nudillos. El contacto visual que mantuvo durante la acción provocó que Diana sintiera la sangre subir a sus mejillas—. Me hubiera gustado charlar con usted anoche, pero me temo que abandonaron la velada antes de que pudiera plantearme pedirle un baile. Confío en que las flores sean de su agrado.

«¿Los crisantemos? Son bonitos, pero mis favoritas son las lilas.»

—Son preciosas, gracias. Lamento haberle disgustado, milord —consiguió decir Diana, acabando con el contacto físico en cuanto tuvo oportunidad.

Rara vez había tenido la chica dificultad para encontrar las palabras adecuadas, mucho menos si se trataba de un intercambio con alguien del género masculino. Esto, por supuesto, no pasó desapercibido para el resto de los Bridgerton congregados en el lugar. Violet pareció notar la falta de resolución por parte de su hija, por lo que se adelantó y le ofreció a Theodore un plato de galletas recién horneadas.

—Fue un día largo para mis hijas, conde. La presentación en sociedad fue todo un éxito. ¡Incluso su majestad la reina les dedicó unas palabras!

—Sí, eso he oído —respondió Spencer, apartando la mirada de la joven sólo para dedicarle una sonrisa a la madre de la susodicha—. La felicito. Debe estar muy orgullosa, Lady Bridgerton.

Entre palabras de afecto y agradecimiento, Violet invitó al conde de Beverly a tomar asiento junto a la menor de las mellizas, que retomó su posición en el sillón mientras cruzaba una mirada con Daphne. La pelirroja sonreía con satisfacción, completando un diálogo con su hermana solo a través del intercambio visual; no solo le parecía un joven extremadamente atractivo, sino que había quedado sorprendida por la dulzura con la que vibraba su voz y la gentileza con la que se dirigía a su hermana. Por no hablar de Anthony, quien no había mostrado un ápice de oposición a la llegada del conde.

—Daphne, querida. Acompáñame —habló Violet, posando una mano en la espalda de su hija para que caminaran hacia el otro extremo del salón con la intención de darle algo de privacidad a Diana y Theodore. Cuando vio que su primogénito permaneció estático en su sitio, la vizcondesa viuda aclaró su garganta—. Anthony, ¿no te esperan en el club esta mañana?

—Mis asuntos pueden esperar, madre. Además, me agradaría tener una charla con el conde. Los asuntos de Beverly siempre fueron de interés para padre.

Diana no era estúpida. Tampoco le gustaría serlo, ese no era el caso. Pero en situaciones como en la que se encontraba envuelta en ese preciso instante, no le importaría ser un poco más reacia a la realidad. Era evidente que Anthony veía en Theodore Spencer un pretendiente apropiado para ella; un conde, cuya familia se había visto ligada a la suya en el pasado y que parecía un muchacho encantador. Sin embargo, Diana —aunque había quedado deslumbrada desde el momento en el que el conde atravesó la puerta— no podía evitar sentir que su hermano se preparaba para negociar con su vida.

—Beverly es un condado fascinante, vizconde. Hemos prosperado bastante estos últimos dos años e incluso hemos estado recibiendo extranjeros —explicó el conde, fijando sus azules orbes en Anthony—... Se respira mucha paz y tranquilidad. Estoy seguro de que a usted y a sus hermanos les gustaría.

—¿Podemos ir, mamá? —preguntó Hyacinth con emoción, girándose sobre su silla para suplicarle a su madre con sus grandes ojos.

—Hyacinth...

—Oh, por supuesto. Para mí sería un honor —intervino Spencer tras reír por lo bajo, encantado por el entusiasmo que mostraba la pequeña Bridgerton—. Siéntanse bienvenidos cuando quieran. Nada me deleitaría más que recibirlos en mi hogar.

Anthony asintió brevemente, aparentemente satisfecho con la respuesta que Theodore le había dado a la menor. Posteriormente, la mirada del primogénito se posó en Diana, como esperando que la rubia agradeciera tal gesto en nombre de sus hermanos.

—Es usted muy amable, milord —dijo finalmente Diana, que poco a poco notaba como su alma había vuelto a entrar en su cuerpo tras haberlo abandonado hacía minutos atrás—. Estoy segura de que mis hermanos y yo podríamos agradecer unos días alejados de la ajetreada vida de la sociedad londinense.

—Admito que puede ser agotador. Es por ello que aprecio la paz que rodea Beverly, y el aire que se respira allí es cien veces más puro que el que respiramos en Londres.

—¿Dónde está Beverly? —susurró Eloise en un intento de pasar desapercibida, aunque fue en vano. Diana intentó esconder su sonrisa, llevándose una mano a los labios, cuando Violet regañó a su hija por lo bajo.

Theodore se percató de que la sonrisa en el rostro de la joven era más sincera que las que le había regalado como señal de cortesía. Fascinado por la belleza de la joven, el conde no pudo contener la enorme sonrisa que se esbozó como por arte de magia en sus labios. Fue como un acto reflejo, algo que el joven no había tenido el placer de experimentar hasta que contempló por primera vez a Diana Bridgerton en el baile de debutantes.

Antes de que pudiera articular palabra, dos nuevos pretendientes fueron anunciados por uno de los lacayos de la casa. Spencer no tuvo más remedio que abandonar su posición junto a Diana y saludar respetuosamente a los dos caballeros recién llegados, dándoles oportunidad de que pudieran conocer a las mellizas Bridgerton en igualdad de condiciones. Muy a su pesar.

—Me temo que es hora de que me vaya, debo atender unos asuntos —anunció el conde de Beverly, dándole una última sonrisa a Diana antes de que Anthony llamara su atención.

—Espero verlo esta noche en el club, conde. Así tendrá la oportunidad de conocer al resto de mis hermanos.

—Será un placer, Lord Bridgerton —asintió el joven, girándose nuevamente hacia la rubia—. Señorita Bridgerton, su compañía me ha brindado la energía para continuar mis quehaceres. Le agradezco profundamente cada sonrisa que me ha regalado hoy. Espero volver a verla pronto.

Sin una palabra más, Theodore abandonó el salón del hogar familiar de los Bridgerton y se marchó en su carruaje. En el interior de la mansión, Violet le dedicaba a la menor de las mellizas una sonrisa satisfactoria, mientras que sus hijas pequeñas reían entre ellas por las palabras cargadas de emoción e intensidad que el conde le había profesado a Diana, alegando que a ellas les gustaría recibir a un pretendiente como Theodore Spencer —excepto Eloise, que no tardó en criticar la efusividad con la que el conde de Beverly se había dirigido a su hermana—.

—Cualquiera diría que le has robado el corazón, Di —susurró Daphne con una ligera sonrisa, ignorando por un momento la presencia de los dos pretendientes en el salón—. El conde parece un joven encantador. Es un pretendiente perfecto.

—Sí, eso parece —musitó la rubia, cuya intención fue robada por el marqués sentado a su lado.


Diana no podía negar que Theodore Spencer había causado una gran impresión en su hogar. Tanto Violet como sus hermanas alabaron la impecable educación del conde esa tarde, mencionando lo apuesto que era en más de una ocasión. Anthony, por su parte, prefirió no comentar sobre el pretendiente de su hermana hasta que tuviera ocasión de conocerlo mejor en el club. El primogénito argumentaba que como mejor podía percatarse de las verdaderas intenciones del conde de Beverly era en un ambiente completamente masculino. Esa era la verdadera razón por la que le había invitado al club esa noche.

La joven Bridgerton también había quedado tan fascinada como el resto de sus familiares. Sin embargo, por mucho que Spencer hubiera conseguido arrebatarle la respiración, no sabía qué la empujaba hacia la dirección opuesta. Tal vez era su permanente rechazo al matrimonio, pensó en un principio. O quizás la desacertada elección de crisantemos en el ramo que le había regalado.

«No, los crisantemos eran bellísimos. Y él es encantador.»

Como un remolino de emociones, un rostro poco familiar se asentó de nuevo en su conciencia. Aquel par de ojos oscuros, completamente opuestos a los orbes azules a los que había mirado gran parte de la mañana, volvieron para atormentarla de nuevo. Su comportamiento frío y engreído contrastaba con el dulce y agradable temperamento mostrado por Theodore, por no hablar de lo suaves que eran las manos del joven y apuesto conde; en ese momento, Diana agradeció no haber mantenido ningún tipo de contacto físico con del duque de Brighton. De lo contrario, sus pensamientos se convertirían en un martirio.

«Tal vez el duque ha provocado que mi rechazo hacia los hombres se vuelva aún mayor», pensó Diana. No porque creyera que fuera certero, sino porque más bien pretendía convencerse a sí misma de que el motivo por el que Peter Fitzgerald no abandonaba su mente era el innegable odio que sentía por él.


❀⊱ ────────────── ⊰❀

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro