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𝑐ℎ𝑎𝑝𝑡𝑒𝑟 𝑛𝑖𝑛𝑒




𝐻𝑎𝑠𝑡𝑖𝑛𝑔'𝑠 𝑅𝑒𝑠𝑖𝑑𝑒𝑛𝑐𝑒


—Has perdido el juicio, Simon. ¿En qué demonios estabas pensando?

—Tú mejor que nadie sabes que no puedo casarme con ella. 

Peter bufó con molestia y avanzó con decisión hacia el duque de Hastings, señalándole con el dedo en el proceso. 

—Sigues repitiendo esa farsa y, sin embargo, no le das un descanso a la pobre chica —dijo, quedando frente a frente con su amigo—. Conocías las consecuencias de tus actos, ¿y ahora te niegas a casarte con ella? ¿En qué clase de persona te has convertido?

—En una que mira por los intereses de las personas que le importa. No voy a hacerle esto a ella. 

—¿Crees que le haces un favor? Sólo lograrás que la humillen de por vida —protestó.

—No voy a volver a explicártelo, Peter. Ya he tomado una decisión.

—Una decisión que condenará a Daphne y sus hermanas a la ruina. 

—¿Es eso lo que te preocupa? —dijo Simon con sorna, girándose para rebuscar entre los baúles del estudio— Intentas darme lecciones y mírate. Eres incapaz de pasar un sólo segundo sin pensar en ella...

—Eso es diferente —interrumpió Fitzgerald, notando como la sangre comenzaba a hervirle en las venas—. Y si me hubiera visto en una situación mínimamente similar a la tuya, no dudaría en cumplir con mi deber y hacer lo correcto.

—Ya estoy haciendo lo correcto. 

Simon negó con la cabeza, buscando y buscando hasta que encontró la pistola en el viejo baúl. El duque de Brighton volvió a bufar, incrédulo ante las palabras de Basset. Apenas reconocía a su viejo amigo y eso le causaba un inmenso pesar. Simon siempre había formado parte de su familia y no soportaba ver cómo se consumía.

—Simon —llamó, caminando de nuevo hacia el duque—. Si haces esto y matas a Anthony te arrepentirás por ello el resto de tu vida. Yo no podría perdonártelo y puede que lograras vivir con ello. Pero ¿podrías vivir con el rencor de Daphne toda tu vida?

Esas palabras parecieron llamar la atención de Basset, que alzó la cabeza hacia su amigo de la infancia. No por la idea de quitarle la vida al vizconde Bridgerton; esa opción ni siquiera se le pasó por la cabeza. Sino por la posibilidad de perder a Fitzgerald, su amigo del alma, y a Daphne Bridgerton. 

—Jamás me atrevería a apretar el gatillo contra Anthony. 

—¿Qué es lo que pretendes hacer, pues? ¿Plantarte frente a él y esperar a que te mate por deshonrar a su hermana?

Al no obtener respuesta, Peter suspiró. El duque de Brighton se frotó la sien, pensando en las opciones a barajar para poner la situación bajo control. Nunca imaginó que dos de sus mejores amigos, aquellos que le habían apoyado en sus momentos más oscuros, se enfrentarían en un duelo a muerte. Y aunque tuviera la certeza de que Simon jamás le haría daño a Anthony, no estaba seguro de que el vizconde Bridgerton tuviera el mismo planteamiento. 

Fitzgerald sabía los motivos que llevaban a Simon a no querer casarse; no porque no amara a Daphne, sino porque la promesa que le hizo a su padre en el lecho de muerte le impedía desposarse con cualquier mujer. 

»¿De verdad es esto lo que quieres? —preguntó Peter, saboreando el amargor en su voz— ¿Ser un desgraciado el resto de tu vida cuando tienes la felicidad al alcance de tu mano?

—La felicidad —rió Hastings con sorna—. Tú y yo llevamos demasiado tiempo sin experimentar esa sensación, amigo mío. 

—Por eso mismo te imploro que recapacites, Simon —dijo el duque de Brighton con desesperación—. He visto como la miras. Tú la quieres y es evidente que ella a ti también. Arruinarás tu vida y la de esa chica si sigues adelante con esto. 

—Hago esto por ella. Ella quiere tener hijos, una familia... Yo no puedo darle lo que desea.

—Claro que puedes. Pero piensas que la promesa que le hiciste a tu padre tiene más valor que ella. 

Un nuevo silencio se estableció entre ambos. Probablemente se estaban intercambiando palabras hirientes, pero a ninguno de los dos le importaba realmente. Su relación siempre había sido honesta y no cambiarían esa dinámica por nada del mundo. Eso es lo que les diferenciaba del resto de "amigos" que tenían. Entre ellos siempre se decían la verdad. Eran familia. 

»Tu padre ya no está, Simon. Sé lo que hizo y nada ni nadie podrá llevarse el dolor que te ha causado. Pero si sigues adelante con esto, solo conseguirás acabar como él. Sólo. 

Basset tragó saliva, claramente dolido por el último comentario de Peter. Sin embargo, el duque de Hastings se giró hacia su escritorio, se sirvió una copa de whiskey y se la bebió de un trago. Después, le dio una mirada por encima del hombro a su amigo mientras se colocaba el abrigo. 

—Necesito que seas mi segundo, Peter. No confío en nadie más. 


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𝐵𝑟𝑖𝑑𝑔𝑒𝑟𝑡𝑜𝑛 𝐻𝑜𝑢𝑠𝑒


—¿Qué propones? ¿Que nos metamos en medio de un duelo?

—Eso es exactamente lo que estoy diciendo, sí. 

Daphne seguía rápidamente los pasos de su melliza escaleras abajo, intentando guardar el máximo silencio posible para no hacer saltar las alarmas del servicio o —peor— de su madre. 

—Colin jamás nos dirá donde se reunirán, Diana. 

—Te aseguro que sabremos el lugar del encuentro la próxima vez que salgamos de ese despacho. 

Diana se apresuró a girar el pomo del despacho que una vez perteneció a su padre y abrió la puerta, encontrándose a un Colin desorientado a la par que sorprendido cuando vio a sus hermanas. 

—Diana, Daph... 

—Dinos donde están, Colin. 

—¿Para qué?

—¿Cómo que para qué? —dijo Diana, que pensaba que iba a perder la cabeza en cualquier momento— Nuestro hermano está apunto de batirse en duelo. ¿Para qué crees que queremos saberlo?

—Hastings ha deshonrado a Daphne. Debe pagarlo...

—¿Con su vida? —interrumpió la pelirroja.

Los tres hermanos Bridgerton continuaron con la discusión, olvidándose momentáneamente de que se trataba de un asunto delicado que debía ser tratado con la máxima discreción. Diana iría a pie al lugar donde habían quedado los "caballeros" y acabaría con el asunto ella misma, si estuviera en sus manos. Pero Colin parecía no querer ceder ante sus plegarias. 

—Anthony está decidido a matarlo y Simon es demasiado terco para ceder —dijo Daphne con agonía—. Tú no los viste en ese jardín...

—No. Ni yo ni nadie —respondió el mayor—. Y deberías alegrarte por ello.

Diana no pasó desapercibido cómo el rostro de su melliza se tornaba mucho más pálido de lo que ya estaba, haciendo que saltaran las alarmas en la cabeza de la rubia.

—¿Qué? ¿Qué es lo que ocurre?

—Sí que nos vio alguien —murmuró Daphne, helando la sangre de los otros dos hermanos Bridgerton—. Cressida Cowper. 

Diana jadeó, aunque fue un gesto de desesperación más que de sorpresa. Si tuviera que elegir entre todas las personas del mundo como un enemigo, Cressida figuraría la última en su lista.

—Pues nuestro secreto dejará de serlo en cuanto a Cressida se le antoje abrir esa bocaza suya —dijo Diana—. Ha estado buscando la forma de ganarse el favor del príncipe de Prusia toda la temporada y verá esto como su oportunidad de oro. Debemos actuar ya. 

—Diana...

—Colin Bridgerton —interrumpió la rubia, señalando a su hermano mayor con el dedo índice—. Vas a decirnos dónde se ha reunido el necio de nuestro hermano. Y nos lo vas a decir ya. 

Diana había discutido con sus hermanos en muchas ocasiones, eso no era una novedad. Pero Colin, que estaba más que familiarizado con la determinación de su hermana menor, nunca se había quedado sin palabras ante la riña de Diana. La desesperación brillaba en los ojos claros de la rubia, que volvió a exigir nuevamente a su hermano que revelara la ubicación donde tendría lugar el duelo. 

—Muy bien —dijo Colin finalmente—. Pero os acompañaré. Dios sabe que Anthony jamás me perdonaría si permito que vayáis a solas. 

Sin más dilación, los tres hermanos corrieron hacia la parte trasera de la casa y se escabulleron en los establos para preparar con rapidez tres caballos. Los Bridgerton se apresuraron a cabalgar por las calles de Londres, que empezaba a iluminarse con las primeras horas del día, hasta llegar a las afueras de la capital. 

—Deben estar allí, junto aquel árbol... 

Daphne no esperó a escuchar el final de las indicaciones de Colin y aceleró el paso, adelantándose con su caballo y distanciándose de sus hermanos. Diana maldijo por lo bajo e imitó el acto de su melliza, ignorando los llamamientos de Colin. 

La rubia llamó en repetidas ocasiones a su hermana, pero los intentos para frenarla fueron en vano. Diana vio los primeros atisbos de movimiento frente a ellas, aunque aún no podía distinguir si se trataba de sus hermanos y el duque de Hastings, o simplemente de otros caballeros descerebrados como los ya mencionados. Al diferenciar a Benedict entre las figuras, Diana sintió que el corazón le palpitaba con más fuerza. La incredulidad de la joven estaba alcanzando límites jamás esperados por ella. ¿Cuándo iba a plantearse que su hermano mayor estaría poniendo su vida en juego por el honor de Daphne?

Diana estaba tan nublada por los pensamientos que corrían a gran velocidad por su cabeza que ni siquiera se percató de que Daphne había desacelerado considerablemente y ahora era ella la que se aproximaba a gran velocidad al escenario del duelo. Ahora fue ella quien escuchó su nombre dejar los labios de Daphne en un jadeo desesperado, como si eso fuera suficiente para tirar de las riendas y frenar el caballo de su melliza. Y aunque la voz de la pelirroja fue suficiente para que Diana volviera a la realidad, la joven ya se había metido en la boca del lobo.

¡Bang!

Benedict había sido el primero en divisar a su hermana, pero la joven y su caballo ya se habían metido entre los caballeros que se apuntaban mutuamente con sus pistolas y el tiempo para reaccionar fue casi inexistente. El caballo de Diana se alzó sobre las patas traseras, asustado por el disparo proveniente del arma de Anthony, provocando que la rubia perdiera el control sobre las riendas y cayera de espaldas en el frío pasto.

—¡Diana!

El grito desesperado de Anthony heló la sangre del duque de Brighton, quien incapaz de ver la escena que iba a desarrollarse, había decidido apartar la mirada. Sin embargo, su cuerpo se puso en alerta en el momento en el que escuchó el llamamiento de su amigo y el grito atemorizado de Daphne. Peter corrió hacia el cuerpo de Diana, aparentemente inmóvil, y giró la cabeza en busca del doctor mientras se arrodillaba junto a la rubia. 

—Necesita asistencia inmediata. 

—No te atrevas a tocar a mi hermana —escupió Anthony.

El vizconde se apresuró a buscar el rostro de su hermana, escondido tras la capa con la que se había cubierto para no llamar la atención de los ojos curiosos. La rubia gimió con dolor, aún con los ojos cerrados, y se llevó una mano a la cabeza. El duque sintió que podía volver a respirar de nuevo cuando vio a la joven Bridgerton abrir los ojos, aunque no pudo ignorar la punzada que sintió en el pecho al percibir su mueca de dolor.

—Oh, Dios mío —suspiró aliviado Anthony. 

—Miss Bridgerton, ¿está herida? —preguntó el duque de Hastings, colocándose junto a Fitzgerald.

—Se ha golpeado la cabeza. El doctor debe revisarla, Bridgerton. 

—Estoy bien —murmuró la joven ante las palabras de Brighton.

Pero el duque persistió en sus intentos de que el médico fuera quien determinara si Diana estaba realmente bien. Fitzgerald, ignorando las quejas de Anthony, tomó el mentón de la joven y giró su cabeza, examinando la herida en su sien que había comenzado a sangrar levemente.

Daphne dejó de agarrar la mano de su hermana para avanzar hacia el vizconde, un dedo acusador señalándole como la causa de todos sus problemas. 

—¿Ves lo que has logrado? ¡Esto es un sin sentido, Anthony!

—¿Acaso esto es culpa mía? ¡Acabáis de meteros en medio de un duelo!

Diana bufó con molestia ante las palabras de su hermano mayor, aunque no encontraba las fuerzas para devolverle el comentario. 

Sí que se había dado fuerte en la cabeza.

Daphne se aseguró de que su melliza estaba en buenas manos antes de dirigir su mirada hacia Hastings. Después de todo, habían venido aquí con un propósito.

—Exijo un momento con el duque.

—Daphne...

—¡Exijo un momento con el duque! —interrumpió a Anthony, caminando en la dirección opuesta al grupo sin comprobar si Basset la seguía. 

—Que sea breve —dijo Benedict.

El segundo de los Bridgerton redirigió su atención a Diana, quien estaba siendo atendida cuidadosamente por el doctor que había contratado Anthony, como dictaba la tradición, por si se diera el caso de que él o el duque de Hastings salieran heridos del duelo. Benedict tomó la mano de su hermana y negó con la cabeza, incapaz de asumir la situación que se estaba desarrollando alrededor de su familia, y le dedicó una sonrisa a su hermana pequeña.

—Siempre supe que era mejor jinete que tú.

—Por favor, cállate —respondió Diana.

Su voz salió tajante, pero una pequeña sonrisa se había formado inconscientemente en sus labios. 

Benedict no pasó por alto el hecho de que el duque de Brighton no había abandonado aún el lado de su hermana, preguntándole al doctor a cada instante mientras cuestionaba el estado de Diana. Benedict frunció el ceño, analizando la forma en la que Fitzgerald sostenía el antebrazo de la rubia con delicadeza y, sobre todo, la manera en la que Diana parecía familiarizada con su tacto. 

—¿Recomendaría reposo, doctor? —preguntó nuevamente el duque. 

Diana rodó los ojos e hizo el intento de incorporarse, aceptando la mano de Benedict mientras Colin le ayudaba a levantarse.

—Cielos... He dicho que estoy bien.

—Un doctor debería ser quien llegara a esa conclusión, Miss Bridgerton. 

—Precisamente. Y hasta donde tengo entendido, usted no estudió medicina. ¿No es así, excelencia?

Diana olvidó que estaba en presencia de sus hermanos mayores por un momento, aunque el punzante dolor de cabeza dejó atrás cualquier atisbo de remordimiento que pudiera sentir tras su respuesta al duque de Brighton. 

Peter chasqueó la lengua cuando escuchó el gemido de dolor de la joven, que se llevó una vez más la palma de la mano a la sien. 

—Puedo ir a caballo a por mi carruaje y...

—Eso no será necesario —cortó Anthony, regresando al lado de su hermana.

—No querrás que tu hermana cabalgue hacia Mayfair en estas condiciones, ¿verdad?

—Lo que yo quiera o no para mis hermanas no es de tu incumbencia.

—Creo que ya es suficiente —interrumpió Diana, colocándose delante de Anthony cuando vio que su hermano se disponía a cargar contra el duque de Brighton—. Le agradezco su buena voluntad, excelencia. Pero me encuentro perfectamente. 

Peter estaba dispuesto a insistir, pero sus ojos captaron la mirada que Diana le estaba lanzando. Una de súplica, incluso de plegaria, para que dejara la situación estar. Y el duque lo entendía; ella y su familia tenían demasiado en juego y una nueva discusión solo empeoraría las cosas.

Cuando no obtuvo respuesta, Anthony avanzó hacia Daphne y Simon. Ambos seguían sumidos en su conversación, aunque eso no pareció importarle mucho al vizconde Bridgerton.

—Debemos reanudar el duelo antes de que alguien nos encuentre. 

Diana tomó el antebrazo de Benedict con fuerza e intercambió una mirada con Daphne desde la lejanía. No podía permitir bajo ninguna circunstancia que Anthony fuera responsable de la muerte del duque de Hastings, ni mucho menos que su hermano fuera asesinado. 

—Benedict, por favor —suplicó la joven—. A ti te escuchará. Por favor, no dejes que haga esto.

Pero Benedict no tenía consuelo alguno que ofrecerle a su adorada hermana. Ya había intentado hacer entrar a Anthony en razón, pero había sido en vano. 

—Diana...

—Excelencia —dijo la joven, caminando hasta quedar frente al duque de Brighton—. Hable con el duque, por favor. Razone con él, hágale entender que esto es una locura.

—Me temo que yo tampoco he sido escuchado, Miss Bridgerton —se lamentó Fitzgerald—. Lo siento, pero no hay nada más que pueda hacer. 

Un trozo de su corazón, aquel que creía haber perdido, se rompió cuando una lágrima resbaló por la mejilla de Diana. El duque no sabía que una imagen podía causar tanto pesar dentro de él, pero el desconsuelo en los ojos de Diana Bridgerton se convertiría en una escena que no podría olvidar con facilidad.

—No será necesario reanudar el duelo —habló Daphne, llamando la atención del grupo—. El duque y yo vamos a casarnos.


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𝑇ℎ𝑒 𝑀𝑜𝑑𝑖𝑠𝑡𝑒


Habían pasado más de 24 horas desde que los Bridgerton regresaron a Grosvenor Square y Daphne anunció su compromiso con el duque de Hastings. La sociedad londinense no había tardado en hacerse eco de la noticia y ya no había una sola persona en la capital que no supiera del compromiso de uno de los diamantes de la temporada. Ahora, todos los ojos estaban puestos en la segunda de las gemelas Bridgerton y en su pretendiente más seguro, a quien, según Lady Whistledown, la alta sociedad llevaba sin ver una semana.

"¿Será el peso de un diamante en bruto capaz de abrumar al más perfecto de los pretendientes? Parece ser que el Conde de Beverly no se ha dejado ver esta última semana por los bailes de la ciudad. Querido lector, ¿estamos ante un caballero ocupado, o asustado?"

—Este vestido será una de mis mejores obras una vez esté terminado. Y usted estará más deslumbrante que nunca con él, Miss Bridgerton. 

Diana le sonrió a Madame Delacroix y le agradeció el cumplido. Violet había pedido un vestido para Diana a instancia de Anthony, quien le había asegurado a su madre que el conde de Beverly le propondría matrimonio a Diana tarde o temprano. Diana estaba segura de que ese pensamiento no se materializaría, pero ahora al menos tenía un bonito vestido que ponerse para la boda de su hermana. 

—El lila es su color, Miss —halagó Jane.

—Desde luego —coincidió la modista—. A este paso no tardarán en lloverle las proposiciones de matrimonio. 

Un escalofrío recorrió la columna de la rubia tan solo de pensarlo. La mirada del duque de Hastings, perdida y apagada mientras Daphne anunciaba su compromiso le removía el estómago, y el simple hecho de pensar que en unos días su melliza se mudaría con su futuro esposo... Aún le costaba habituarse a la idea de que pronto dejaría de tener la compañía de Daphne a diario.

—Creo que eso puede esperar un poco más —respondió Diana, intentando quitarle hierro al asunto—. Si mi madre tuviera que despedirse de dos de sus hijas a la vez...

La joven Bridgerton perdió el hilo de conversación cuando escuchó la puerta del atelier abrirse y cerrarse. Las tres mujeres giraron la cabeza hacia el sonido, encontrándose con la peculiar sonrisa de Lady Danbury. La elegante mujer, a la que le caracterizaba su independencia y soledad, iba acompañada esta vez por una niña pequeña, de unos ocho o nueve años.

—¡Lady Danbury! —saludó Madame Delacroix con su marcado acento francés— Parece que viene con una excelente compañía.

—Así es —dijo la mujer, dirigiendo su atención hacia Diana—. Oh, Miss Bridgerton. Qué agradable sorpresa. Debo decir que está deslumbrante con ese vestido. 

Diana bajó de la plataforma y le hizo una reverencia a Lady Danbury antes de fijarse en la pequeña que se escondía tras su vestido.

—Es muy amable, Lady Danbury. ¿La pequeña es familia suya?

—Oh, no —la mujer rió antes de tomar la mano de la niña—... Ophelia, querida, esta joven tan deslumbrante es Diana Bridgerton, la futura cuñada del duque de Hastings. Miss Bridgerton, le presento a Ophelia Fitzgerald. 

«¿Fitzgerald?»

—Oh —dijo, desorientada. Cuando vio el rubor en las mejillas de la pequeña, no pudo evitar sonreír con ternura—. Es un placer conocerla, Miss Fitzgerald.

—Miss Bridgerton es amiga de su hermano, Ophelia. Y una señorita admirable de la que puede aprender grandes cosas.

«Ah... su hermano», pensó. Casi se sentía ridícula, no por haber pensado que el duque de Brighton pudiera tener hijos, sino por el temor que había sentido momentáneamente.

«Un momento, ¿ha dicho que somos amigos?»

 Diana se agachó a la altura de la pequeña Ophelia y le ofreció una sonrisa, tendiéndole la mano en el proceso. Cuando la niña tomó su mano, aún con las mejillas sonrosadas, y reconoció los ojos del duque en los suyos, Diana sintió una calidez en el pecho. 

—¿Sabe pintar?

Las mujeres rieron ante la pregunta de la niña, aunque Diana no dudó un segundo en asentir y responder a la niña.

—Pintar es la cosa que más disfruto haciendo en el mundo. Podríamos pintar juntas alguna vez, ¿no cree, Lady Danbury?

—Jamás podría estar más de acuerdo con usted, Miss Bridgerton. 

Ophelia sonrió y regresó al lado de Lady Danbury. La mujer encomendó a una de sus doncellas que guiaran a la pequeña hasta el probador, donde Madame Delacroix le tomaría las medidas para una "ocasión especial", según había dicho la viuda. Diana fue a cambiarse y, cuando regresó, Lady Danbury estaba esperándola con una de sus medias sonrisas.

—No es fácil caerle bien a esa jovencita. Pero parece ser que usted se maneja excelentemente bien con los niños, Miss Bridgerton. 

—Es una niña adorable —respondió, restándole importancia al aparente vínculo que había formado con la pequeña—. No sabía que los hermanos del duque de Brighton estaban en la ciudad. 

—Los pequeños llegaron esta mañana a la residencia del duque de Hastings. Su excelencia considera al duque de Brighton y sus hermanos como los suyos propios. Después de todo, los Fitzgerald lo acogieron como parte de la familia durante muchos años. 

Diana asintió, mirando de nuevo a la niña de pelo rubio que jugaba con el borde de su vestido, y recordó lo que mencionó su madre en una de las conversaciones sobre los duques. 

"Los duques no han tenido una infancia como la vuestra, mis niñas. Anthony siempre presumió de la resiliencia de sus amigos, aunque vosotras erais muy pequeñas para recordar tales conversaciones. Aún recuerdo su rostro cuando volvió del funeral de la duquesa de Brighton, cielo santo..."

—Es demasiado pequeña para experimentar el dolor de la pérdida —dijo Diana, afligida—. Ni siquiera puedo imaginarme el pesar de esos niños... 

—La vida nos castiga a todos, Miss Bridgerton. Jóvenes o viejos. Por suerte, el destino colocó al duque de Brighton en la vida de sus hermanos. Dios sabe que han salido adelante gracias a él. 

Diana guardó silencio durante unos segundos, incapaz de sostener la mirada de Lady Danbury. Sabía que la mujer estaba tanteando el terreno; poniendo a prueba la afilada lengua de la joven y su conocida sinceridad. Diana tenía que admitir que si hubiera tenido esta conversación hacía unas semanas, no habría dudado en decir que el duque de Brighton era un impresentable. Sin embargo, la faceta del caballero que había conocido en la última semana estaba llevándola hacia una dirección completamente opuesta.

»Es un buen chico —habló de nuevo la mujer—. No me malinterprete, sé que es una persona complicada. Pero tuvo que aprender a ser el hombre de la familia cuando tan sólo era un niño y sus hermanos pequeños pasaron a ser sus hijos cuando murió su padrastro. La vida ha sido particularmente cruel con ese joven.

—Lo entiendo. Debe ser muy duro para él cuidar de sus hermanos y cumplir con sus deberes nobiliarios al mismo tiempo.

—Él ama a esos niños —suspiró la mujer, desviando la mirada hacia Ophelia una vez más—. Si tuviera que dejarlo todo por su familia, no dudaría en hacerlo. La mujer que consiga entrar en su corazón será muy afortunada... Y tendrá eternamente mis respetos por haber sido tan paciente. 

Diana supo leer más allá de las palabras de la amiga de su madre, quien la miraba con esos ojos sabiondos a la espera de una respuesta. La rubia se limitó a asentir nuevamente, reprochándose a sí misma por el resquemor que sentía en el pecho. 

—Sin duda, será una mujer muy afortunada —Diana sonrió como pudo y entrelazó sus manos frente a ella—. Discúlpeme, Lady Danbury. Pero mi madre necesitará ayuda con los preparativos para la cena de esta noche. 

—Por supuesto —dijo con entusiasmo la mujer—. Nada mejor que celebrar un compromiso para levantar el ánimo, ¿no es así?

—Desde luego. Espero que al duque de Brighton le acompañen sus hermanos esta noche. Nada me complacería más que enseñarle a Miss Ophelia el lienzo que estoy pintando actualmente. 

—Le comunicaré a su excelencia sus deseos, Miss Bridgerton. Estoy segura de que no dudará en complacerlos. 

Diana le sonrió por última vez a Lady Danbury antes de buscar a la pequeña Ophelia con la mirada.

—Ha sido un placer conocerla, Miss Fitzgerald. Confío en que volvamos a vernos pronto. 

La niña se despidió de Diana con la mano y una sonrisa en el rostro mientras Madame Delacroix jugaba con distintas telas frente a ella. La joven Bridgerton notó la mirada de Lady Danbury seguirla hasta que abandonó el atelier, probablamente barajando la posibilidad de que su juego mental hubiera funcionado con ella. 

—¿Se encuentra bien, Miss? 

Diana se giró hacia Jane cuando escuchó su voz, cargada de preocupación, y se encontró con que la joven doncella estaba caminando con dificultad tras ella, intentando seguir sus pasos. Al parecer Diana había comenzado a andar apresuradamente de forma inconsciente, olvidando que Jane iba con ella. 

—Disculpa, Jane —dijo, deteniendo su paso por completo—. Simplemente tengo ganas de llegar a casa. Están siendo unos días muy ajetreados. 

—No se preocupe, Miss. Es lo que tienen las bodas, todo el mundo está con los nervios a flor de piel.

Ambas retomaron el camino de vuelta a Grosvenor Square, deteniéndose solo cuando alguna que otra persona paraba a Diana para charlar sobre el compromiso de Daphne y el duque de Hastings. 

Cuando finalmente llegaron al hogar de los Bridgerton, Diana sintió que podía respirar con tranquilidad. Aún tenía unas horas para descansar y dibujar antes de que tuviera que prepararse para la celebración del compromiso, por lo que subió las escaleras con entusiasmo y ni siquiera se percató de que Humboldt no estaba en su puesto habitual, esperando para recibirla. Sin embargo, se sorprendió al verle en la entrada del salón principal, dándole a entender que tenían invitados.

—Bienvenida, Miss Bridgerton. 

—Hola, Humboldt. No sabía que esperábamos visita.

—Así es, querida —interrumpió Violet, emergiendo del salón—. Pero alguien ha venido a visitarte. 

Diana frunció ligeramente el ceño y tomó la mano extendida de su madre, avanzando hacia la sala en silencio. No sabía si eran los nervios de la boda, como decía Jane, o una corazonada. Pero tenía un muy mal presentimiento.

Sus peores sospechas se confirmaron cuando, al entrar al salón, se encontró con unos ojos azules y una sonrisa perfecta. Esa sonrisa que había conseguido cautivarla y casi la lleva a la ruina. 

—El conde ha regresado de su viaje y ha venido directamente a visitarte. Es todo un detalle, ¿no es así?

Diana estaba experimentando tantas sensaciones y emociones a la vez que ni siquiera podría explicar cómo se sentía. La rabia, la vergüenza y la frustración eran sus mayores enemigas en ese preciso momento, pues estaban subiendo con rapidez por su garganta y amenazaban con tomar el control de sus palabras. 

El conde de Beverly se levantó del sofá y cogió el ramo de crisantemos que había comprado para la joven Bridgerton. Sin embargo, cuando empezó a avanzar hacia ella, Diana le detuvo.

—¿Ha venido para pedir mi mano?

—Miss Bridgerton...

—Diana, cielo santo... 

Violet rió con incomodidad y se llevó una mano al pecho, sin comprender por qué su hija había soltado ese comentario y de forma tan cínica. 

—No te preocupes, mamá —dijo Diana, soltando la mano de su madre y dando un paso al frente—. El conde ha vivido esta situación más de una vez para saber cómo acaba. 

Theodore frunció el ceño durante un segundo, aunque su rostro se tornó pálido en cuanto comprendió el significado tras las palabras de Diana. El conde volvió a dar un paso hacia la joven, dejando el ramo sobre la mesa más próxima para llevarse una mano al corazón.

—No sé qué habrá escuchado, Miss Bridgerton. Pero le ruego que me escuche un segundo.

—Tiene libertad para expresarse como vea conveniente, milord —contestó la rubia con la voz rebosante de rabia—. Pero me temo que mis hermanos no serán tan indulgentes como yo. Diga lo que ha venido a decir y márchese. 

—¡Diana Bridgerton! —exclamó Violet. La vizcondesa, aunque escandalizada por el comportamiento de su hija, no pudo evitar desconfiar del caballero con piel de cordero— ¿A qué se debe esto?

—Estoy segura de que el conde nos deleitará con su explicación, mamá. Después de todo, la palabrería es su punto fuerte.

—Miss Bridgerton, se lo ruego —suplicó el conde con desesperación—. Hice lo que hice porque me vi atrapado. Lo que sea que le hayan contado sobre mí está justificado, eso puedo prometerlo sobre la tumba de mi tío.

—¿Tío que no pretendía dejarle el condado a usted y cuya fortuna liquidó en cuestión de días? Ni siquiera sé cómo se atreve a hablar de ese pobre hombre. 

—Diana, querida. ¿De qué estás hablando? —preguntó la vizcondesa.

En la cara de Violet se reflejaba el horror que suponía el desenmascarar a un caballero que había estado tan cerca de entrar en su familia; de casarse con su preciada hija. A la vizcondesa le costaba asimilar lo que estaba pasando, pero no dudó ni un segundo de la palabra de su hija.

—El conde es un estafador, madre. Ha intentado casarse conmigo para obtener el dinero de mi dote y saldar sus deudas. 

—Miss Bridgerton, por favor...

—¿Es eso cierto?

Los tres se giraron hacia la nueva voz que procedía de la puerta del salón. Anthony, que acababa de regresar de poner en marcha los preparativos para la boda, parecía haber escuchado más de lo que a Diana le hubiera gustado. La rubia sabía que llegaría el momento en el que tendría que contarle a su hermano mayor lo que había descubierto acerca del conde de Beverly, pero prefería hacerlo a su manera. Conocía de sobra a Anthony para saber que no dejaría de hacer preguntas hasta averiguar quién había sido la víctima anterior de Theodore Spencer.

—Lord Bridgerton, esperaba que pudiéramos hablar en privado. 

—Lo último que le aconsejo en este instante es que se quede a solas conmigo, Beverly —espetó el vizconde, avanzando peligrosamente hacia Theodore—. Si una mínima parte de lo que ha dicho mi hermana es verdad, no habrá un solo día de tu vida en el que te arrepientas por lo que has hecho.

Theodore pareció ver la batalla perdida con la llegada de Anthony, pero no presentaba atisbos de rendirse por el momento. 

—Pudo ser mi intención al principio, es cierto. Pero me bastó con conocer a su hermana lo suficiente como para saber que quería pasar el resto de mi vida con ella. 

Diana bufó con ironía y apretó los puños, luchando con todas sus fuerzas contra los impulsos que le guiaban a cometer el peor de los pecados. Quería gritarle, incluso pegarle. Pero sabía que si hacía alguna de esas cosas, Lady Whistledown habría difundido la buena nueva por todo Londres antes del alba. 

—Así que lo admite —dijo Anthony—. ¿Admite habernos engañados a todos? ¿Haber jugado con los sentimientos de mi hermana solo por su beneficio económico?

—Nunca fue mi intención herir a su hermana, Lord Bridgerton —respondió Theodore antes de dirigirse a Diana—. Usted sabe que la aprecio, Miss Bridgerton. No hay un día que no haya pensado en un futuro juntos.

—Creo que es hora de que se vaya, milord.

Diana miró a su madre, quien parecía más que dispuesta a echar al conde de su casa con sus propias manos. Anthony permaneció delante de Diana, como si de esa forma protegiera a su hermana de cualquier daño que Beverly pudiera causarle. El conde, sin embargo, juntó sus manos en forma de súplica.

—Perdóneme, por favor. Cuando la miro a los ojos pienso que mi vida podría estar completa si se encontrara usted a mi lado.

—¿Yo? —preguntó la joven con amargura— ¿O mi dote?

—Se lo ruego, Miss Bridgerton. Es usted mi última oportunidad.

—Humboldt —llamó Anthony al lacayo—. Acompaña al conde a la puerta, por favor. 

En ese momento, Diana presenció con sus propios ojos lo que Abigail le había descrito aquel día que le abrió los ojos. El cambio en la mirada del conde; cómo sus ojos se volvieron fríos de repente, como si pertenecieran a otra persona. 

—Nadie tendría que saber lo que ha pasado. Si acepta a casarse conmigo...

—¿De verdad piensa que voy a aceptar que mi hermana se case con usted después de esto? ¿Que puede llegar a extorsionarnos? —cortó Anthony— Salga de mi casa ahora, o no me haré responsable de la forma en la que pueda terminar esto. 

Violet tomó la mano de su hija cuando el conde, dándose por vencido, dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta del salón. Cuando llegó al lado de Humboldt se detuvo y miró hacia atrás, dándole una última mirada a Diana. Humboldt se interpuso en su camino cuando Beverly hizo el intento de avanzar hacia ella y, extendiendo un brazo, le indicó el camino hasta la salida. Spencer le siguió sin rechistar.

Violet jadeó cuando escuchó la puerta de la entrada cerrarse, como si hubiera estado mucho tiempo aguantando la respiración. La vizcondesa se giró hacia su hija y se percató de los ojos cristalizados de la rubia.

—Cielo santo, querida... Lo siento muchísimo.

Diana aceptó el abrazo de su madre, luchando por contener las lágrimas dentro de sus ojos. Por encima del hombro de su madre podía ver a Anthony, cabizbajo y con la mirada perdida. Sin duda, estaba procesando toda la información que acababa de descubrir.

Violet sujetó el rostro de Diana entre sus manos, acariciando sus mejillas antes de dejar un beso en la frente de su hija entre murmullos.

—Estoy bien, mamá.

—Le diré a Cook que te prepare una infusión. Seguro que eso calmará tus nervios, mi niña.

Diana no iba a negarle nada a su madre en ese momento y, si era sincera, en ese momento se bebería la peor de las infusiones si eso ralentizara el latir de su desenfrenado corazón. 

La rubia devolvió la mirada a su hermano mayor, quien ahora tenía los ojos puestos sobre ella. Anthony chasqueó la lengua y caminó hacia su hermana, colocando una mano en el antebrazo de la rubia. 

—¿Por qué no me lo has contado, Diana?

—No sabía cómo hacerlo —susurró la joven.

Ante la mirada del vizconde se sentía una niña de nuevo. Como aquellas tantas veces que Anthony le regañaba por no comportarse como lo haría una señorita de la alta sociedad, o por saltarse las clases con la institutriz para pintar con Benedict. Diana se sentía avergonzada y, como si pudiera leer sus pensamientos, Anthony dijo:

—Yo jamás te juzgaría, Di. Eres mi hermana pequeña. Mi niña. 

Diana notó cómo el labio inferior le temblaba y antes de que pudiera evitarlo, las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. El sollozo que escapó de sus labios había rasgado su garganta, como si hubiera esperado a ser liberado, y las lágrimas parecían abrasar la piel de su rostro.

Anthony no tardó en acoger a su hermana entre sus brazos, acariciando su pelo y susurrando palabras que calmaran el llanto descontrolado de Diana. El vizconde recordaba solo un par de veces en las que había visto a Diana llorar de esa forma y eran recuerdos espantosos que deseaba borrar de su memoria. Deseaba con todas sus fuerzas poder hacer desaparecer el dolor que sentía su adorada hermana y, si bien sabía que eso no estaba a su alcance, se prometió a sí mismo que haría todo lo que estuviera en su mano por proteger a Diana. 

»Te he fallado, hermana. Pero te prometo que no volverá a suceder. Te doy mi palabra.


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