
𝑐ℎ𝑎𝑝𝑡𝑒𝑟 𝑓𝑖𝑣𝑒
𝐻𝑦𝑑𝑒 𝑃𝑎𝑟𝑘
Londres despertó de forma apacible pero agradable aquella mañana de verano. Los pequeños rayos de sol que se asomaban tímidamente entre las nubes grises habían animado a gran parte de las familias más prestigiosas del país a salir a pasear con un único y evidente propósito: compartir con euforia el éxito y los cotilleos más jugosos del baile de Vauxhall.
Alejada del entusiasmo que compartían las chismorrosas mujeres de la alta sociedad, Diana, que pareció asistir a una velada completamente diferente a la del resto, prefirió no rememorar lo vivido la noche anterior. No solo por su nuevo encontronazo con el —insoportable, según su criterio— duque de Brighton; sino por la propuesta sin respuesta que indirectamente había protagonizado el conde de Beverly. Aquel educado caballero no había vuelto a mencionar el tema de conversación tras la interrupción de Brighton y acompañó a Diana durante gran parte de la noche, bailando con ella en tres ocasiones.
«Qué joven tan educado y complaciente, querida. Estoy segura de que no tardará en pedir tu mano», llegó a comentar su madre en algún momento de la noche. Violet Bridgerton no había podido esconder la sonrisa en todo el baile, mucho menos después de ver a sus hijas tan bien acompañadas por un conde y un duque. Porque si algo tenía que alimentar la pluma de Lady Whistledown, qué mejor que el par de caballeros que se vieron junto a las mellizas Bridgerton.
«Aunque todo sea una farsa.»
Diana observaba a unos metros de distancia cómo Daphne reía animadamente en la compañía de Simon Basset. A ojos de todos parecía como si el encanto y dulzura que desprendía la joven Bridgerton hubieran encandilado al duque de Hastings. Pero a excepción de Diana, nadie conocía —ni parecía ser consciente— el acuerdo al que ambos habían llegado para beneficio mutuo. Y aunque la rubia le había implorado sin cesar en el silencio de la noche a su adorada hermana para que recapacitara, sus súplicas no habían surgido efecto.
—Estás cometiendo un gran error, Daphne —le había dicho Diana en voz baja, intentando que la conversación quedara entre ellas dos—. Ni siquiera conoces al duque y, lo poco que sabemos de él, es porque su reputación le precede. ¿Qué pasaría si decide sacar a la luz este sin sentido? ¿Estás dispuesta a acabar con tu reputación por confiar en ese hombre?
—Él tiene tanto que perder como yo —trató de tranquilizarla la pelirroja—. No te pido que confíes en él, pero sí que confíes en mí. Es la única oportunidad que me queda si quiero encontrar un partido adecuado antes de que finalice la temporada. Y especialmente... antes de que Anthony ceda a que me case con Lord Berbrooke.
El bufido que soltó Diana por lo bajo no pasó por alto para el caballero que sostenía su brazo aquella mañana. Spencer no dudó en girar la cabeza hacia Diana, quien no se había percatado de que su desagrado por el supuesto pretendiente de su hermana había llegado a los oídos del conde.
—¿Se encuentra bien? —habló el joven, frunciendo el ceño con preocupación. Cuanto menos, esperaba que su presencia hubiera terminado de incomodarla— Si lo desea, puedo acompañarla hasta donde se encuentran su madre y Lady Danbury.
—No, no. Estoy perfectamente —respondió la rubia con rapidez. Diana se apresuró en darle una sonrisa a Spencer y volvió a mirar hacia su hermana—. Simplemente me siento algo cansada. Aún soy joven y ya me cuesta seguir el ritmo de la temporada.
El conde dejó escapar una risa sincera que tranquilizó a la joven Bridgerton por unos instantes, quien se permitió disfrutar de la serenidad que le transmitió aquel sonido. Al menos, cuando estaba con Spencer se sentía respetada y comprendida. El joven era todo un caballero, no había duda de ello. Incluso Diana había admitido a su melliza que, si se atreviera a conocer como es debido al conde, veía posible el enamorarse de él con el tiempo. Pero entonces, ¿por qué se quedó paralizada cuando profesó sus sentimientos por ella?
—¿Está preocupada por su hermana? —preguntó Theodore, siguiendo la mirada de la rubia hasta toparse con la pareja a unos metros por delante de ellos.
La rubia dudó por unos segundos antes de contestar, copiando el lento paso del conde mientras caminaban entre las personas que se habían congregado en el parque. No es que se planteara contarle la verdad a Spencer, bajo ningún concepto. Pero Diana había visto la inquietud en los ojos azules del hombre que sujetaba su brazo con sumo cuidado y delicadeza. Su preocupación por ella no hizo más que conmoverla un poco más.
—Daphne siempre ha soñado con casarse joven y formar una gran familia. Y yo... Desde pequeña he sido un poco reacia a la idea de que ese día llegue, por miedo a que nuestra relación no vuelva a ser la misma —explicó Diana— No me malinterprete. Adoro a todos mis hermanos por igual, pero... Con Daphne es diferente.
—Bueno, es su melliza. Sus sentimientos están más que justificados.
—¿Tiene usted hermanos, milord?
Spencer se tensó bajo el agarre de la rubia, una acción que no pasó desapercibido por la joven Bridgerton. Aunque el conde se había recompuesto con una rapidez rara vez vista por la joven —una experiencia que te da tener ocho hermanos que siempre andan haciendo trastadas—, Diana percibió al instante la incomodidad que desprendía su pretendiente.
Antes de que la rubia pudiera disculparse, deteniendo su paso y girando sobre sus pies para mirar a Spencer, este ya había esbozado una pequeña sonrisa que desconcertó a la muchacha.
—Tenía un hermano —dijo Theodore—... Pero me temo que no todas las familias gozan de la fortuna de ser tan perfectas como la suya, Miss Bridgerton.
—Discúlpeme, no pretendía —
—No tiene por qué disculparse —rió Spencer. El conde tomó la mano de la joven y acarició sus nudillos por encima del guante—. Mi hermano aún vive... en alguna parte de Inglaterra, me gustaría creer. Pero nunca llegamos a coincidir en nuestras perspectivas de futuro sobre Beverly. Yo quería hacer realidad el sueño de mi tío; convertir Beverly en un condado próspero. Pero él discrepaba... Se marchó después de que mi tío muriera y no he vuelto a verle desde entonces.
—Lo lamento, milord —dijo Diana con tristeza—. No puedo llegar a imaginar el dolor que se debe sentir al perder a un hermano.
—Bueno, como le he dicho —suspiró el joven antes de entrelazar el brazo de Diana con el suyo una vez más—... no debe lamentarse. Ambos éramos adultos cuando sucedió. Debemos ser responsables de nuestras acciones.
Por mucho que Theodore se esforzara en hacer que no sonara tan doloroso, Diana dejó de vislumbrar el usual brillo que habitaba en los ojos azules del conde.
«El recuerdo de su hermano debe ser realmente amargo», pensó ella, echando la vista atrás a las ocasiones que había discutido con sus hermanos; a todas aquellas veces que había perseguido a Gregory por Aubrey Hall con Francesca y Hyacinth pisándoles los talones. Incluso ahora, pensando en las discusiones más recientes que había tenido con Anthony, el hecho de pensar en su pérdida provocó que se estremeciera.
—¡Di!
Tanto la aludida como Theodore dejaron de caminar y miraron hacia su derecha, de donde provenía aquella voz tan familiar para Diana. Daphne, aún sosteniendo el brazo del duque de Hastings, saludó a ambos con una sonrisa en sus labios y se dirigió hacia el acompañante de su melliza.
—Qué placer ver que mi hermana está tan bien acompañada, milord. Dígame, ¿asistirá usted al baile de Crawford?
—¿Crawford? —repitió Spencer.
El joven conde pareció desconcertado por un momento, alertando de esta forma al duque de Hastings. Basset alzó una ceja, reparando en la forma en que los hombros del Spencer se habían tensado de forma notoria.
—¿Tiene algún problema con el caballero, Spencer?
—¡No! No, en absoluto —respondió el conde con rapidez, dándoles a los presentes una sonrisa nerviosa—. Pero no tenía constancia de que los Crawford estuvieran en la ciudad. Escuché que el padre de Lord Crawford había fallecido la pasada primavera.
La pregunta del duque no solo sorprendió a quien iba dirigida, sino también a las mellizas Bridgerton. Mientras el conde de Beverly se apresuró a negar la insinuación de Basset, las hermanas intercambiaron una mirada de pura confusión e incredulidad. Si bien era cierto que ellas también habían sido conscientes en el cambio de actitud de Theodore, eso no justificaba la innecesaria pregunta de Basset.
«Tan respetuoso y honorable como su buen amigo el duque de Brighton», pensó Diana. «¿A quién en su sano juicio se le ocurriría hacer esa pregunta?»
—Los Crawford no se perderían la temporada por nada del mundo, se lo aseguro —dijo Daphne, intentando calmar la repentina tensión que se había generado por la intervención del duque—. Lady Crawford se asegura todos los años de que su baile sea de los mejores. Es un acontecimiento que no debería perderse, milord.
—Confío en su palabra, Miss Bridgerton. Me aseguraré de que he cumplido con mis obligaciones para entonces.
Spencer se giró hacia Diana y tomó su mano, depositando un beso sobre esta antes de despedirse de forma cortés —a la par que repentina— de su hermana y el duque de Hastings. Simon no pronunció palabra de lo ocurrido, pero su ceño fruncido mientras observaba al conde marcharse fue un indicio suficiente, al menos para Daphne.
—Oh, aquí estáis —habló Violet al ver a sus mellizas aproximarse con el duque—. Lady Danbury estaba compartiéndome su magnífica idea de organizar una cena íntima el jueves, ya que la última vez le fue imposible asistir.
—Así es —respondió la mujer, apoyada en su inseparable bastón—. Confío en que le extienda la invitación al conde de Beverly, Miss Bridgerton. Esperaba hacerlo yo misma, pero veo que ya se ha marchado.
Diana no sabía si la invitación al conde le había desconcertado —al no esperar que Lady Danbury contara con su presencia— o si le había disgustado. El por qué del segundo planteamiento lo desconocía, pero intuyó que podía deberse a su reciente comportamiento y su huida flagrante.
Dibujando su mejor y más creíble sonrisa, la rubia se dirigió a la mujer para darle las gracias.
—Por supuesto. Gracias por su consideración, Lady Danbury.
La amiga de su madre asintió, pero no quedó satisfecha con la respuesta de la joven. Lady Danbury, quien era una eminencia entre la alta sociedad de Londres por verlo y saberlo todo, entre otros motivos, leyó entre las palabras elegidas sabiamente por Diana. La mujer optó por no presionar a la joven Bridgerton, dirigiéndose en su lugar a Simon.
—Eso también se le aplica a su invitado, excelencia. Dígale al duque de Brighton que no aceptaré un no por respuesta esta vez.
—Haré lo que pueda, Lady Danbury.
—¡Qué magnífica velada tenemos ante nosotros! —expresó con emoción Violet, entrelazando su brazo con el de Diana— ¿No es así, querida?
Diana esbozó una sonrisa forzada y concordó con su adorada madre. ¿Qué podía hacerle más ilusión que ir a una cena con sus hermanos, dos hombres a los que no soportaba y otro que contaba las horas para pedir su mano en matrimonio?
«Una velada magnífica. Realmente magnífica.»
❀⊱ ────────────── ⊰❀
—¿Es eso una carta para el conde de Beverly, hermanita?
Diana levantó la vista del papel y se fijó en la mirada traviesa que portaba Benedict. Mientras ella se dedicó a rodar los ojos, negándose a alimentar la conducta de su hermano mayor, Colin intentaba leer por encima del hombro de Benedict el contenido de la misiva.
—Vaya. Juré que serías la última persona a la que vería intercambiar correspondencia con un pretendiente, Di.
—¿Podéis callaros? —dijo la rubia entre dientes, asesinando con la mirada a sus hermanos— Lady Danbury me pidió que invitara al conde a la cena del jueves. Eso es todo.
—¿Qué me dices, Colin? —habló el mayor, escuchando de fondo las voces de su madre, Daphne y Hyacinth— ¿Crees que nuestra pequeña Diana se ha enamorado?
—Oh, por favor...
—No estoy seguro, Benedict —respondió con diversión, ignorando las quejas de su hermana—. ¿Se tomaría las molestias de escribirle personalmente si no estuviera enamorada?
—No estoy enamorada —sentenció Diana. Sin embargo, la rubia no pudo evitar que la sangre subiera hasta sus mejillas—. Y si vosotros dos continuáis atormentando mi ya martirizada existencia...
A la vez que los tres Bridgerton discutían, Hyacinth lamentaba la ausencia de Francesca el resto de la temporada alegando que, de ese modo, la joven se perdería el compromiso de Daphne con el duque de Hastings. Los oídos de Diana lograron captaron la última frase de su hermana menor, aunque la intervención de Eloise la dejó a ella y a todos los presentes sin palabras.
—¿Cómo se queda una señorita en cinta?
—¡Eloise, qué pregunta es esa! —exclamó Violet, caminando hacia Eloise mientras el resto de los Bridgerton se giraban hacia la muchacha. Daphne dejó de tocar el piano y Diana abandonó la pluma junto a la carta, frunciendo el ceño como su melliza.
—Creía que había que casarse.
—¿De qué estás hablando? —dijo la pelirroja confundida.
—Al parecer, ni siquiera es un requisito.
—¡Eloise! Ya es suficiente —interrumpió la vizcondesa, quien no pasó por alto las muecas de burla de sus hijos mayores— Daphne, por favor, sigue tocando.
Las mellizas intercambiaron una mirada de desconcierto antes de que Daphne se girara hacia las teclas de nuevo. Una vez que la música volvió a inundar sus oídos, Diana dobló la carta y se aproximó a su doncella, dándole la dirección de la casa donde residía Spencer durante la temporada.
—¿Para el conde, Miss Bridgerton? —sonrió la muchacha. Jane había sido su doncella desde hacía unos cinco años y, como era solo unos años mayor que Diana, ambas compartían una complicidad que había fomentado la confianza de la rubia en su doncella.
—Así es. ¿Podrías asegurarte de que la recibe antes del almuerzo?
Jane prometió entregar la misiva ella misma pese a las insistencias de la joven, quien aseguraba que había alguien destinado a hacer ese trabajo. Pero la doncella —que había comentado en alguna ocasión lo buen marido que sería el conde de Beverly para Miss Bridgerton— reiteró que la carta no podría estar en mejores manos y que estaría en la residencia de Spencer en menos de una hora.
—Estoy segura de que el conde no puede esperar para volver a verla, Miss —comentó con entusiasmo antes de marcharse del salón.
Diana suspiró y caminó hacia Daphne, sonriéndole a la pelirroja cuando esta levantó la vista de la partitura. Las mellizas no tuvieron tiempo de entablar mucha conversación cuando la voz de la doncella de Daphne, Rose, resonó en la sala.
—Miss, viene Humboldt.
—¿Humboldt? —preguntó la pelirroja con emoción mientras se removía en la banqueta.
Violet no tardó en hacer visible su confusión ante la presencia del mayordomo a tan temprana hora de la mañana.
—¿Humboldt?
—¿Por qué viene Humboldt?
—¿Ha llegado alguien, Humboldt? —preguntó la mayor de las mellizas cuando el mayordomo hizo presencia en el salón.
—Pretendientes para Miss Daphne y Miss Diana.
Diana no pudo evitar gruñir —a diferencia de su hermana que exclamaba de felicidad— al pensar que tendría que soportar más palabras vacías y conversaciones sin sentido en una misma mañana.
—Pero... el duque y el conde... ya tenéis pretendientes, queridas.
—Bueno —dijo Daphne con ilusión. La joven tomó el brazo de Diana y dibujó su mejor sonrisa—. Supongo que ahora tenemos más.
La vizcondesa viuda desvió la mirada hacia la menor de las mellizas, sujetando una taza de té entre sus manos. El shock estaba escrito en sus facciones de manera evidente, por lo que Diana no lo pasó por alto. La rubia se acercó a su madre y tomó la taza, depositándola posteriormente en la mesa junto a ella.
—Tu hermana me desconcierta, hija mía. Pensaba que solo tenía ojos para el duque...
—A Daphne no le vendrá mal conocer a más pretendientes, mamá —dijo la rubia antes de entrelazar su brazo con el de Violet—. No conocemos al duque y mucho menos sus intenciones. No creo que alguien con su reputación sea digno de Daph.
—He visto cómo se miran, querida —replicó la vizcondesa, sonriéndole a la joven con dulzura—. También he visto esa mirada en los ojos del conde, ¿sabes? Ese caballero te admira de verdad.
—Lo sé, mamá... Pero no es suficiente para mí.
—¿A qué te refieres?
Diana guardó silencio durante unos segundos al ver a los primeros caballeros llegar con flores al salón, grandes sonrisas iluminando sus rostros cuando sus ojos captaban la riqueza que decoraba el hogar de los Bridgerton. La rubia suspiró y se giró brevemente hacia su madre, quien observó el aciago brillo en los ojos de Diana.
—Él no me mira como papá te miraba a ti.
Daphne corrió hacia su melliza al darse cuenta de que no estaba a su lado. La pelirroja tomó la mano de Diana y la llevó hacia uno de los sofás, saludando en el trayecto a los primeros pretendientes de la mañana. Pero Diana solo pudo prestar atención a la fúnebre expresión que se había apoderado de su madre.
Violet no sabía qué le había sorprendido más. Si la mención de su difunto esposo por parte de su hija o, por otro lado, escuchar por primera vez el requisito primordial que la joven buscaba en un hombre. Escuchar la mención del padre de sus hijos en boca de Diana era algo que no esperaba, ya que la rubia no hablaba nunca de su padre. Tal vez por lo doloroso que resultaba notar su ausencia; o por lo imposible que era superar su pérdida. De alguna manera otra, Violet sintió cómo su corazón se hacía más pequeño aquella mañana de verano.
Edmund Bridgerton se convirtió en un vacío permanente en las vidas de sus nueve hijos desde el día que murió. Pero Violet supo entonces que Diana, por mucho que le rompiera el corazón, jamás superaría la pérdida de su amado padre.
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Los ánimos no eran los más apropiados en el hogar de los Bridgerton. Tras la aparición de decenas de pretendientes para las mellizas de la familia, la llegada de Anthony y Lord Berbrooke había causado en un gran revuelo que acabó con la expulsión de todos los pretendientes de la casa de Grosvenor Square. Anthony y Daphne habían vuelto a discutir sobre Lord Berbrooke y, aunque Diana y la vizcondesa se oponían rotundamente a que el primogénito de los Bridgerton obligara a Daphne a casarse con ese caballero, Anthony parecía no entrar en razón.
—He actuado por tu propio bien, hermana —le había dicho a Daphne—. Algún día lo entenderás y me lo agradecerás.
Diana había esperado a que se calmaran las aguas para llamar al despacho de su hermano mayor, esperando que las pastas recién hechas de Cook aportaran algo de cordura a su comportamiento.
Anthony levantó la vista de la montaña de documentos que reposaba sobre su escritorio y sonrió ligeramente al ver la escena. Aún recordaba a una pequeña Diana recorriendo Aubrey Hall en busca de algún refrigerio que llevarle a su padre mientras este le enseñaba a Anthony todo lo que debía saber sobre negocios.
Diana pareció averiguar en lo que estaba pensando el vizconde, por lo que rió por lo bajo y negó con la cabeza antes de dejar la bandeja sobre el escritorio.
—Oh, no. No te acostumbres a esto, Anthony. Solo vengo como señal de paz.
—¿Es que ya no disfrutas de mi compañía, hermana? —bromeó, aunque la sonrisa en sus labios fue efímera.
—Sabes que lo hago. Pero algunas veces puede ser agotador lidiar con tu tozudez —dijo la joven después de tomar asiento. Tomó una bocanada de aire y se preparó para afrontar la conversación—. Anthony...
—Si has venido para decirme que cambie de opinión con respecto a Berbrooke estás perdiendo el tiempo, Diana.
—¿Podrías escucharme, por favor?
Los dos hermanos Bridgerton intercambiaron miradas durante unos segundos, esperando a que el otro rompiera el contacto visual primero. Diana rodó los ojos y se llevó la mano a la sien, un gesto que Anthony identificó de su madre.
—Al menos comprende que hago esto por el bien de Daphne —añadió el moreno con la vista puesta en los documentos—; para que en unos años sea esposa y madre de una familia ejemplar. Con Berbrooke no le faltará de nada.
—Eso no es cierto y lo sabes. Además, ¿qué importa eso? —preguntó incrédula— ¡Estás haciendo que se comprometa en contra de su voluntad! ¿De verdad piensas que no le faltará de nada? ¿Qué hay del amor o de la felicidad?
—Hermana...
—¿De verdad quieres ver a Daphne siendo una mujer infeliz por el resto de su vida? —prosiguió Diana, que comenzó a notar la sangre hervir por todo su cuerpo— Tú mismo has visto a ese hombre. ¿Es que no conoces a nuestra hermana lo suficiente para saber que la harías una desdichada desde el momento en que accedieras a darle su mano?
Anthony cerró los ojos a la vez que inhalaba con fuerza y Diana no supo identificar si era porque estaba acabando con su paciencia o porque era incapaz de darle la razón. La rubia suspiró y se levantó del sillón, caminando hasta quedar frente a su hermano mayor para tomar sus manos.
—Anthony, por favor. Piensa sobre la decisión que quieres tomar. Daphne debe ser una mujer libre, especialmente a la hora de elegir con quién casarse. No hagas algo de lo que te arrepentirás el resto de tu vida.
El vizconde no fue capaz de mantener el contacto visual con Diana por mucho tiempo más. La serenidad estaba presente en sus palabras, pero la desesperación que se escondía tras sus ojos fue insoportable de presenciar. Así que, retomando la compostura, se giró de nuevo hacia su escritorio y volvió a sujetar la pluma entre sus dedos.
—Daphne se casará con Lord Berbrooke —dijo firmemente pero sin elevar la voz—. Siempre ha querido casarse en su primera temporada, así que debería estar agradecida de poner punto y final a esos rumores de Lady Whistledown... O como se llame.
—Pero Anthony...
—Y tú aceptarás la propuesta del conde tan pronto como pida tu mano —interrumpió. El giro de la conversación causó que Diana jadeará, incrédula ante la actitud de su hermano—. Las dos estaréis casadas antes de que termine la temporada y nos vayamos de Londres. Con todo el mundo en la ciudad podréis adaptaros más fácilmente a vuestras nuevas vidas.
—¿A las vidas miserables de mujeres que han sido obligadas a contraer matrimonio contra su voluntad? ¡Por dios, Anthony! ¿Te estás escuchando? Me es imposible reconocerte.
—Sea de vuestro agrado o no, hermana, yo soy quien toma las decisiones en esta casa —respondió tajante, apoyando ambas manos en el escritorio—. Yo tampoco elegí hacerme cargo de vosotras a tan temprana edad, ni heredar el título a los diecisiete años. Pero así es la vida.
«El título» repitió Diana en su cabeza, atónita. La rubia miró hacia su derecha y captó el antiguo retrato de Edmund Bridgerton sobre la chimenea. Fue en ese momento cuando notó el punzante dolor que había crecido en su pecho tras la revuelta con su hermano mayor, quien pareció seguir el rumbo que habían tomado los orbes de la joven.
—Él jamás te perdonaría, Anthony —dijo Diana, ignorando lo desgarradoras que serían sus palabras—. Vizconde o no, padre nos trataría como lo que éramos. Sus hijas.
Sin decir una palabra más y tras no recibir respuesta inmediata de su hermano, Diana dio media vuelta y abandonó el despacho de Anthony. Atrás dejó al ahora vizconde Bridgerton desolado por la últimas frases que su hermana pequeña le había dedicado, que no pudo evitar dedicarle una breve mirada al retrato sobre la chimenea. Los entonces jóvenes vizcondes Bridgerton posaban con su primogénito, de unos cuatro años.
Anthony reprimió sus ganas de tirar los documentos, levantarse del escritorio y suplicarle a su difunto padre que volviera. Tal vez así las cosas serían mucho más sencillas.
«No puedes mostrar lo mejor de ti sin dejar que se vea lo peor». Eso solía decir su padre y esa era la filosofía a la que tanto se intentaba aferrar. Pero por mucho que se esforzara en forjar el futuro de sus hermanas, su familia solo parecía ver su lado más oscuro. Y eso estaba corrompiendo a Anthony Bridgerton por dentro.
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𝐶𝑟𝑎𝑤𝑓𝑜𝑟𝑑 𝐻𝑜𝑢𝑠𝑒
—¿Puedes creerlo, querido? Tomar el té en privado con la reina... ¡Es maravilloso!
El trayecto hacia el baile de los Crawford había transcurrido con rapidez gracias a la animada conversación que Violet le había dado a sus hijos. Diana y Benedict acompañaron gustosamente a su madre en el carruaje, especialmente cuando comprobaron que el ánimo de Anthony no había mejorado durante la tarde. Los dos hermanos prácticamente corrieron hacia el primer carruaje y, cuando Colin protestó en voz alta al ser empujado por su hermano mayor, Diana aprovechó para subir detrás de la vizcondesa.
—Enhorabuena, mamá —sonrió Benedict—. Te lo mereces más que nadie
Aquella invitación había despertado tal entusiasmo que había dejado que sus hijas accedieran a los diamantes de la familia. Después de todo, se trataba de una ocasión muy especial.
Diana había pasado toda la tarde intentando tranquilizar a su melliza, asegurándole que todo iba a salir bien y que su hermano cambiaría de parecer. Por supuesto, ni siquiera había mencionado la conversación que había mantenido previamente con Anthony, ni su insistencia en el matrimonio de Daphne con Berbrooke. Horas después, cuando Diana había terminado de prepararse y le estaba cepillando el pelo a Hyacinth, la carta de palacio llegó. Entonces, los ánimos en el hogar cambiaron por completo.
La tarde de Diana había sido tan ajetreada que había pasado por alto un gran detalle: no había recibido respuesta alguna a la carta que le había escrito al conde de Beverly. Violet tampoco había vuelto a mencionar la cena con Lady Danbury y los duques, por lo que la mente de la joven no había vagado hacia esa cuestión. Lo que sí había ocupado sus pensamientos, aunque la contrariara, era la posible presencia del duque de Brighton en el baile de esa noche. La última vez que lo vio fue en los jardines de Vauxhall, después de que la "salvara" de la propuesta del conde. Eso lo convertía en la única persona que tenía constancia de lo que verdaderamente sucedió entre ella y Spencer. Y a Diana no le agradaba ese razonamiento.
—Di —llamó Benedict—. Comprendo que no sea de tu agrado asistir a un pomposo y excéntrico baile, pero no puedes quedarte en el carruaje toda la noche.
Diana, sacada abruptamente de sus pensamientos, dio un brinco al escuchar la voz de su hermano. Sus ojos azules la analizaban con diversión, intentando averiguar qué la había sumido en trance. Por un momento, Benedict se permitió barajar la posibilidad de que su querida hermana pequeña estuviera realmente enamorada.
Cuando Diana tomó su mano y bajó del carruaje, la voz del resto de sus hermanos llegó a sus oídos. Daphne y Colin compartían una charla estimulante sobre el viaje del tercero de los Bridgerton a Grecia, mientras Anthony lucía como si el baile de los Crawford fuera el último lugar del mundo donde quisiera estar. Una vez reunidos, los Bridgerton se encaminaron hacia el interior del lujoso palacete.
Instantáneamente, todas las miradas del salón se posaron sobre la distinguida familia. Miradas de admiración y envidia examinaban a las mellizas, como si trataran de comprender qué atributo era requerido para convertirse en el diamante de la temporada.
Frente a ellos, Simon Basset y Lady Danbury les esperaban con amplias sonrisas.
—¿Un baile, Miss Bridgerton? —dijo el duque de Hastings.
Anthony hizo el intento de meterse entre ambos, interrumpiendo el —aparentemente— romántico intercambio. Sin embargo, la audacia de Lady Danbury volvió a hacerse presente en el momento oportuno.
—Necesito que alguien me traiga una copa de ratafía .Lord Bridgerton, ¿me haría el honor?
Diana sonrió con gracia al percibir la molestia en el rostro de Anthony, quien no tuvo más remedio que acompañar a la mujer. La joven se escabulló entre sus hermanos mayores, aprovechando la distracción para pasear entre los presentes. Entre ellos, no obstante, no pudo captar los brillantes orbes y la apacible sonrisa de Theodore Spencer.
—¡Diana!
Diana no necesitó girarse hacia la odiosa voz que resonó en su cabeza para reconocer a su dueña. La joven rodó los ojos y transformó la mueca de sus labios en una sonrisa, girándose para encontrarse con Cressida Cowper.
—Cressida —saludó, sin esforzarse es esconder que su sonrisa era forzada—. ¿Vestido nuevo?
—Ya conoces a Madame Delacroix. Siempre superándose a sí misma.
—Desde luego —dijo Diana con cinismo—... Si me disculpas...
—No he visto al conde de Beverly esta noche —interrumpió Cressida. La joven Bridgerton reconoció la intención detrás de sus palabras—. ¿Sabes si se ausentará por mucho más tiempo? Prometió bailar conmigo esta mañana.
Diana apretó la mandíbula en un intento de contener las no tan agradables palabras que quería dedicarle a la debutante. La joven no había perdido la compostura y, aunque estaba segura de que en sus ojos podía percibirse el odio que le tenía a Cressida, dio un paso hacia ella mientras ampliaba su sonrisa.
—Prefiero mantener las conversaciones que mantengo con mi pretendiente en privado, Cressida. Seguro que lo entiendes —hizo una pausa, simulando que pensaba antes de continuar—. Aunque juraría que había leído en el artículo de Lady Whistledown que aún no tienes un pretendiente... Pero quién soy yo para creerme las burdas palabras de una escritora anónima.
La hija de los Cowper se tragó sus palabras y, sin añadir nada más, volvió por donde había venido. No obstante, su descarado comentario había quedado grabado a fuego en su memoria y había provocado que su sangre comenzara a hervir. Diana no podía creer que el siempre amable y correcto Theodore Spencer pudiera haberse fijado en Cressida. No podía —o no quería— creerlo.
«Es imposible que le haya dedicado al menos un minuto de su vida a esa víbora», pensó Diana. La joven Bridgerton inhaló con fuerza y se dirigió al salón más próximo, esperando que algo de limonada calmara el incesante deseo de ahorcar a Cressida Cowper.
Tomando una de las copas de la mesa, Diana saludó a un par de asistentes antes de darle un sorbo a su limonada. Al parecer, sus ganas de asesinar a Cressida no habían menguado.
—Miss Bridgerton.
La aludida miró sobre su hombro y se sorprendió al ver que quien se dirigía a ella era el mismísimo duque de Hastings.
—Excelencia —saludó ella con una reverencia—. ¿Está disfrutando de la velada?
—Lo estoy, gracias. Supongo que es en gran parte gracias a la compañía de su hermana.
«¿Se piensa que no sé lo de su farsa?»
—Daphne es experta en hacer que todo el mundo a su alrededor sea feliz —dijo Diana—. Espero que sepa que es usted un privilegiado, excelencia. Mi hermana es una joven muy especial.
Simon guardó silencio ante las palabras de la rubia, intentando descifrar el verdadero significado que ocultaban. Sus ojos parecían advertirle, pero la joven era mucho más difícil de leer que su hermana.
Justo como Brighton la había descrito la noche anterior.
—No tenía constancia de que el conde abandonaría la ciudad por unos días.
Asombrada por la repentina intervención del duque, Diana buscó la mirada del hombre con confusión.
—¿El conde ha dejado Londres? —preguntó, observando la inmediata reacción de Basset.
El duque había alzado una ceja, como si hubiera obtenido la reacción que buscaba de la hermana de su amigo. Como había imaginado, el conde no había avisado a Diana de su salida de la capital.
—Supongo que usted tampoco tenía constancia de ello, Miss Bridgerton.
No había burla ni descaro en sus palabras, algo que caló rápidamente en Diana. Basset no intentaba avergonzarla por la repentina y secreta marcha de Spencer; más bien parecía como si intentara abrirle los ojos. El por qué... no lo entendía.
—Quizá no he sido lo suficientemente claro.
Ambos se giraron hacia la voz, que procedía nada y más y menos de Anthony. Un Anthony, cabe decir, muy molesto.
—¿Deseas que insulte a tu hermana, Bridgerton?
—Al contrario —dijo el vizconde, que no reparó en la presencia de Diana hasta ese preciso momento—. ¿Ahora cortejas también a Diana, Hastings?
—Anthony —intervino Diana. La joven se aseguró de que nadie a su alrededor tuviera los ojos puestos en la escena—, no creo que este sea el lugar idóneo para mantener esta conversación.
—Quieres casarla con ese cerdo.
El duque tenía la intención de continuar con su argumento, pero un cuarto participante se integró en lo que pretendía ser una conversación privada. Diana, que había visto al odioso hombre por el rabillo del ojo, no pudo evitar rodar los suyos.
«Justo quien faltaba.»
—Lord Bridgerton, disculpe la intrusión. Pero de ser necesario, reafirmaré mis intenciones con respecto a su hermana —habló Berbrooke. Diana bufó con fastidio, algo que no pasó desapercibido por Hastings—. Es el precio que siempre he deseado por su belleza, elegancia...
—¿Por su poderoso gancho de derecha?
Tanto Anthony como su hermana pequeña se giraron desconcertados por las palabras del duque. Había sido tan solo un murmuro, pero para nada había tenido la intención de pasar desapercibido. Diana se fijó entonces en el ojo izquierdo de Berbrooke —quien seguía fardando ante el vizconde Bridgerton—, cuya piel se había tornado morada. La joven reparó en lo que Basset había dicho y sopesó la alternativa de que Daphne hubiera sido la causante de ese ojo morado.
—...Sin duda preferiría evitar cualquier humillación.
—Un poco tarde para eso.
Diana se moría de ganas de preguntarle al duque a qué se refería. Su voz estaba cargada de veneno, por no hablar de la mirada desafiante que le dedicaba a Berbrooke. Desde luego, algo había pasado entre el caballero y Daphne de lo que no tenía constancia.
—¿A qué se refiere, excelencia? —se atrevió a preguntar. Anthony se giró rápidamente en su dirección, regañándola con una simple mirada.
—Este asunto no es de la incumbencia del duque, Diana.
—Tú no tienes la autoridad para decidir qué me incumbe, incluyendo el carácter de Lord Berbrooke.
Una vez más, Diana se encontró buscando los orbes de Basset en busca de una explicación. Escuchando a Berbrooke de fondo, el duque pareció notar la confundida mirada de Diana, pero lo que escapaba de la boca del caballero frente a él pareció ser el límite a su paciencia.
—Déjelo ya, Berbrooke —dijo el duque con molestia— ¿Se le ha olvidado mencionar lo del ojo morado?
—Sufrí una caída —respondió Berbrooke con rapidez.
—Se le cayó el honor. Anoche se comportó de forma muy indecorosa y tu hermana le dio un puñetazo. Se lo tenía merecido.
Diana notó como se le helaba el rostro ante la declaración de Simon. La joven sufrió un repentino contraste cuando la sangre del resto de su cuerpo empezó a hervir a gran velocidad. No concebía que alguien hubiera querido aprovecharse de su bondadosa hermana.
—Cómo se atreve —dijo la rubia. Por un momento se olvidó de sus modales y dio un paso hacia Berbrooke—... Es usted un hombre sin honor, Lord Berbrooke.
—Niña insolente...
Berbrooke hizo el intento de agarrar el antebrazo de Diana, pero su intención fue tan evidente en sus ojos que el duque ya había dado un paso al frente, alejando a la joven del agarre del caballero. Anthony estaba listo para abalanzarse sobre él, pero la rubia colocó ambas manos en su pecho para detenerlo.
—No vuelva a dirigirse a Miss Bridgerton de esa manera, Berbrooke. O le aseguró que será la última vez que respire en mi presencia.
El vizconde inhaló con intensidad, intentando recobrar la estabilidad y la compostura. Anthony tomó con delicadeza las manos de su hermana, las apartó de su pecho y caminó lentamente hacia Berbrooke.
—No volverá a hablar con mi hermana.
—¡Pero vamos a casarnos!
—Atrévase a mirar a alguna de mis hermanas y acabará bajo tierra —dijo tras ser retenido por segunda vez, esta vez por Hastings. A estas alturas, no había duda de que todo el mundo en el salón estaba pendiente de la escena—. Tiene suerte de no recibir otro puñetazo de otro Bridgerton.
Mientras Anthony y Berbrooke se marchaban en direcciones opuestas, Diana notó la mano del duque, justo donde Berbrooke había rozado su piel.
—¿Está bien, Miss Bridgerton?
—Sí —respondió, aunque el temblor de su voz la delató—. Gracias, excelencia. De verdad.
Diana le dedicó una rápida reverencia al divisar la cabellera pelirroja de su hermana caminando hacia ellos. Basset se quedó mirándola mientras se escabullía entre los asistentes, quienes se giraban para seguir con la mirada a la inconfundible Diana Bridgerton.
Mientras la observaba, el duque proyectó las palabras de Peter Fitzgerald en su mente. Sin duda, comprendía por qué su querido amigo no podía dejar de hablar de ella.
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𝐻𝑎𝑠𝑡𝑖𝑛𝑔'𝑠 𝑅𝑒𝑠𝑖𝑑𝑒𝑛𝑐𝑒
Una tenue luz asomaba por la rendija de la puerta del estudio. Una luz que era lo suficientemente perceptible para que llamara la atención de Simon, quien, en otras circunstancias, habría barajado la idea de que alguien hubiera irrumpido en la casa. Pero conociendo de buena mano las costumbres de fiel amigo, tenía la tranquilidad de que sería él quien estaba al otro lado de la puerta.
—¿Te has divertido?
La gruesa voz de Brighton le sacó de sus pensamientos y, sonriendo con diversión, abrió la puerta del estudio. Peter estaba sentado en un banco; frente a él descansaba un lienzo mediano, aún en blanco.
—No la describiría como una velada divertida. Pero ¿entretenida? Desde luego —dijo. Simon caminó hacia él, apoyándose en la gran mesa a su derecha—. Tenías razón. Beverly no atendió al baile.
—Siempre tengo razón, Simon —contestó, dándole una breve mirada antes de volver a centrarse en el lienzo—. Oí que se dirigía a Aylesbury.
—Por supuesto que ibas a investigar. ¿Es esa la razón por la que no fuiste al baile?
—Detesto esos eventos, ya lo sabes.
—Bueno, ella estaba allí —dijo Basset, aparentemente con indiferencia. Inmediatamente, la atención de Peter estaba sobre él—. Esa chica Bridgerton... Tiene una lengua más afilada de lo que me imaginé.
—Sí... suele causar esa impresión.
Simon rió por lo bajo. Fitzgerald había intentado disimular su interés por lo que tenía que decir su amigo sobre Diana, pero por desgracia para él, Basset lo conocía lo suficiente para traducir todos y cada uno de sus movimientos.
—Ella no sabía que Beverly iba a dejar Londres. Yo estaba presente esta mañana cuando le confirmó que asistiría al baile de los Crawford.
—Y luego entró en pánico cuando escuchó el nombre del viejo Crawford, ¿no es así? —dijo el duque de Brighton, colocando ambas manos en sus muslos para girarse hacia Simon— Hay algo que no me gusta de él.
—Yo puedo decirte lo que es, si eres tan ingenuo como para darte cuenta de ello.
Fitzgerald rodó los ojos y se volvió hacia el lienzo una vez más. El pincel no había abandonado su mano en la hora que llevaba sentado, intentando encontrar la voluntad para pintar. Pero su mente estaba intranquila.
—Mañana hablaré con Crawford.
—¿Te has vuelto loco? —dijo Basset. El duque cruzó los brazos sobre su pecho y miró con incredulidad a su amigo— ¿Y qué le dirás? ¿Qué estás buscando desesperadamente un motivo por el que arrebatarle a Diana Bridgerton al conde de Beverly?
—Eso no es lo que intento hacer en absoluto —respondió con molestia.
—Si sospechas de las intenciones del caballero, ella debería ser la primera en saberlo. Si se entera de que le has montado un boicot a su pretendiente a sus espaldas, no querrá volver a saber nada de ti.
—Creo que los sentimientos de Miss Bridgerton ya se han inclinado en esa dirección.
—¿La culpas por ello? —Simon alzó una ceja, esperando una respuesta que no llegó. Levantándose de la mesa, caminó hacia Peter y le dio una palmada en el hombro— Recuerda que tenemos una cena el jueves en casa de Lady Danbury. Tal vez sea la ocasión que esperas para rendirle cuentas al conde.
El silencio de la noche volvió a reinar en el estudio. El duque de Brighton agradeció el encontrarse de nuevo a solas, pues sería la única manera en la que pudiera pintar al menos dos trazos. No obstante, tan pronto como posó sus ojos en el lienzo, aquellos orbes azules volvieron a su mente.
Peter jamás admitiría en voz alta la verdadera razón por la que había pasado gran parte del día intentando averiguar el paradero del conde de Beverly —incluso aunque su mejor amigo supiera los motivos—. Y hasta que tuviera más pruebas, no mencionaría los rumores que habían llegado a sus oídos aquella jornada de verano.
Si lo que había escuchado de Theodore Spencer era cierto y conseguía evidencias de ello, Diana Bridgerton sería la primera persona a la que acudiría. Aunque eso significara dejar atrás su orgullo.
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