Capítulo 7
Diego soltó un suspiro mientras entraba a la casa. Estaba cansado del trabajo y lo único que quería hacer era estar con los niños y con Anne. Dejó las llaves en su lugar, al igual que su chaqueta, y comenzó a caminar hacia la sala, donde se podían escuchar risas.
Eso lo hizo sonreír. Cuando llegó a la sala, se encontró con los niños riendo mientras Anne hacía caras graciosas. Grace, la mayor, estaba sentada en el sofá con un libro en las manos, pero no podía dejar de reír. Coco, la más traviesa, intentaba imitar las caras de su madre, y Dylan, el más pequeño, aplaudía emocionado.
Diego se acercó y se sentó junto a Anne, quien le dio un beso en la mejilla.
— ¡Hola, amor! ¿Cómo te fue hoy? — le pregunto Anne con una sonrisa.
— Cansado, pero mucho mejor ahora que estoy aquí con ustedes. ¿Qué están haciendo? — preguntó el moreno.
— Solo estamos pasando un buen rato. Los niños querían ver quién podía hacer la cara más graciosa — dijo riendo un poco.
—¡Papá, tú también tienes que intentarlo!—dijo Grece riendo.
— ¿Así? — dijo Diego haciendo una mueca exagerada.
Los niños estallaron en carcajadas, y Diego sintió que todo el cansancio del día se desvanecía en ese momento de felicidad familiar.
Anne sonrió dulcemente al ver a los niños reir mientras Diego seguía haciendo caras graciosas, ella se levanto del sillón y se fue hacia la cocina donde ya comenzaría a preparar la cena.
Comenzó a tararear la melodia de una canción mientras sacaba todo lo necesario para preparar la cena, y una vez todo listo, comenzó a cocinar.
Mientras que Anne se encontraba en la cosina, Diego estaba con los niños, riendo y jugando entre ellos, las risas llenaban la cálida asmosfersa de la casa.
El moreno con una sonrisa en sus labios, dejó a los niños jugando entre ellos, para el irse a la cosina, donde una vez que llego fue donde estaba Anne, la cual estaba de espaldas, el una vez que llego hacia ella, la abrazó por la cintura.
—Estás hermosa — dijo Diego en el oído de la de ojos azules, mientras dejaba algunos besos sobre el cuello de ella.
—¿Lo estoy? — preguntó Anne mientras seguía cortando algunas verduras.
Diego sonrió al escuchar la respuesta de Anne y la giró suavemente para que lo mirara a los ojos.
—Sí, lo estás. Siempre lo estás —dijo con sinceridad, mirándola con ternura.
Anne dejó el cuchillo a un lado y se tomó un momento para disfrutar del abrazo de Diego. Apoyó su cabeza en su pecho y cerró los ojos, sintiendo la calidez de su amor.
—Te extrañé hoy —murmuró ella.
—Yo también te extrañé —respondió Diego, acariciando su cabello—. Pero ahora estamos juntos, y eso es lo que importa.
Anne levantó la cabeza y lo besó suavemente en los labios. Luego, con una sonrisa, se separó un poco y volvió a sus tareas en la cocina.
—Vamos, ayúdame a terminar de preparar la cena. Los niños deben estar hambrientos después de tanto reír —dijo ella, guiñándole un ojo.
Diego asintió y comenzó a ayudarla, cortando las verduras y preparando los ingredientes. Mientras trabajaban juntos, hablaban de su día y de los planes para el fin de semana. La cocina se llenó de aromas deliciosos y de la complicidad que solo ellos compartían.
De repente, Coco apareció en la puerta de la cocina, con una expresión traviesa en su rostro.
—¡Mamá, papá! ¡Grace y Dylan están haciendo una torre de cojines en la sala! —anunció con entusiasmo.
Diego y Anne se miraron y rieron.
—Vamos a ver qué están haciendo esos pequeños traviesos —dijo Diego, tomando la mano de Anne y dirigiéndose hacia la sala.
Al llegar, encontraron a Grace y Dylan en medio de una construcción improvisada de cojines y mantas. Los niños los miraron con ojos brillantes, esperando su reacción.
—¡Vaya, qué torre tan impresionante! —exclamó Anne, aplaudiendo—. ¿Podemos unirnos a la diversión?
Los niños asintieron emocionados, y pronto toda la familia estaba involucrada en la creación de una fortaleza de cojines. Las risas y los juegos continuaron hasta que la cena estuvo lista, y todos se sentaron juntos a la mesa, disfrutando de una comida deliciosa y de la compañía mutua.
En ese momento, Diego se dio cuenta de lo afortunado que era. A pesar del cansancio y las preocupaciones del día a día, tenía una familia maravillosa que llenaba su vida de amor y alegría. Y eso, pensó, era todo lo que realmente necesitaba.
Después de la cena, Anne llevó a los niños a su habitación compartida. Los pequeños estaban llenos de energía, pero sabían que era hora de prepararse para dormir. Anne llenó la bañera y, uno por uno, los niños se dieron un baño rápido, entre risas y salpicaduras.
Una vez que todos estuvieron limpios y en sus pijamas, Anne los acomodó en sus camas. Grace, Coco y Dylan se acurrucaron bajo las mantas, esperando con ansias el momento del cuento.
—¿Qué libro quieren escuchar hoy? —preguntó Anne, sosteniendo varios libros en sus manos.
—¡El de los dragones! —exclamó Dylan, con los ojos brillando de emoción.
—Sí, el de los dragones —secundó Grace, mientras Coco asentía vigorosamente.
Anne sonrió y tomó el libro de los dragones. Se sentó en una silla junto a las camas y comenzó a leer en voz alta. Diego, que había estado observando desde la puerta, decidió unirse a la diversión. Se acercó sigilosamente y, cuando Anne comenzó a describir al primer personaje, Diego empezó a hacer mímica de los dragones y los valientes caballeros.
Los niños estallaron en risas al ver a su padre imitando a los personajes del cuento. Diego se movía por la habitación, haciendo gestos exagerados y cambiando su voz para representar a cada personaje. Anne continuó leyendo, tratando de no reírse demasiado mientras veía las payasadas de Diego.
La historia cobró vida de una manera mágica, con Anne narrando y Diego actuando. Los niños estaban encantados, sus ojos brillaban de alegría y sus risas llenaban la habitación. Finalmente, cuando el cuento llegó a su fin, Anne cerró el libro y Diego se acercó para darles un beso de buenas noches a cada uno.
—Dulces sueños, mis pequeños dragones —dijo Diego, sonriendo.
—Buenas noches, papá. Buenas noches, mamá —respondieron los niños, acurrucándose en sus camas.
Anne y Diego apagaron la luz y salieron de la habitación, dejando la puerta entreabierta. Se dirigieron a la sala, donde se sentaron juntos en el sofá, disfrutando de un momento de tranquilidad.
—Eres increíble con los niños —dijo Anne, apoyando su cabeza en el hombro de Diego.
—Y tú eres la mejor mamá del mundo —respondió Diego, besándola en la frente.
Se quedaron así, abrazados, disfrutando de la paz de la noche y del amor que compartían como familia.
1132 palabras
Ya volví!.
Amo a esta familia, son tan lindos.
Espero y les guste.
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