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06. Cuéntame tu secreto 𝗺𝗮́𝘀 raro

𝐍𝐎 𝐄𝐑𝐀 𝐋𝐀 𝐏𝐑𝐈𝐌𝐄𝐑𝐀 𝐕𝐄𝐙 𝐐𝐔𝐄 𝐌𝐄 𝐍𝐄𝐆𝐀𝐁𝐀 𝐀 𝐈𝐑 𝐀 𝐔𝐍𝐀 𝐅𝐈𝐄𝐒𝐓𝐀, la verdad es que no me gustaban para nada pero si iba con alguien que me transmitía confianza tal vez me animaría a ir.

—¡Dalton! —Me puse tras él con una mueca temblorosa, era la primera vez en la que también le pedía salir a un chico aunque solo fuera para ir a una fiesta de fraternidad—. Yo... bueno, tu hermano dijo que te vendría bien ir a la fiesta de...

—No me gustan las fiestas, lo siento —comentó él ladeando la cabeza al dependiente que le pasó el frasco de sal—. Gracias. —Luego volvió a girar hacia mí con un gesto de culpabilidad—. Perdón, es que... no me siento a gusto en ellas. No es lo mío. Mi... padre, bueno, da igual.

—¿Ahora que somos roomies deberíamos de hacer más cosas juntos, no? —Sus ojos se abrieron de par en par y tragó saliva, nervioso. Yo también me sorprendí por mis propias palabras, ni siquiera me di cuenta de que las había dicho en voz alta. Aproveché el momento incómodo para coger la sal rápidamente y así, no me vea la expresión. Sin darme la vuelta, continué—: Quiero decir que ahora podemos aprovechar los momentos en los que estamos juntos para distraernos. A mí tampoco me gustan las fiestas, las detesto. Pero si voy contigo, sé que me sentiré mejor. Y más segura. Pienso que una actividad extra nos distraerá de todo, al menos por unas horas.

No recibí respuesta de su parte como tampoco la había recibido el chico que hizo ademán de entregarle la invitación en papel de la fiesta de fraternidad cuando llegó según me habían contado. El padre de Dalton fue el que la aceptó para no hacerle pasar el mal rato al chico repartidor. Lambert ni siquiera se había dignado a contestarle. Entonces, estaba apañada.

Al llegar el coche, arranqué el motor y puse el frasquito de sal en la mochila, todavía sintiéndome una idiota por la compra que habíamos hecho. Si le dijera a alguien el motivo por el que la compré me llevarían al psiquiátrico directamente pero me comprometí a ayudarlo. Y eso era lo que iba a hacer.

Dalton suspiró al abrocharse el cinturón.

—¿Alérgico a la seguridad?

—Alérgico a las fiestas, a las luces, a la música a todo volumen, a los adolescentes y al alcohol. —Suspiró de nuevo y se distrajo con el movimiento del collar de cruz que estaba colgado en el espejo central—. Está bien. Iré contigo. Pero no por mi padre ni por mi hermano, que conste. Lo haré solo para acompañarte esta noche.

Tenía ganas de abrazarlo pero obviamente no lo iba a hacer. El hecho de ir me emocionaba pero no por la fiesta en sí porque como dije, las odio. Era por el hecho de que iba a ir Dalton conmigo. Simplemente pensar que estaría a mi lado y descubrir más cosas sobre su pasado me causaba intriga y curiosidad. Pero sobre todo, me empezaba a gustar estar en su presencia. Me sentía a gusto con él. Y, segura. Me inspiraba confianza. Y su naturaleza tranquila me reconfortaba. Era misterioso pero también era una buena persona y no me cabía ninguna duda de ello.

Me puse el cinturón con una sonrisita mientras se lo agradecía. Luego, suspiré cuando empecé a circular pero realmente no sé el por qué suspiré, simplemente me salió solo.

—¿Alérgica a conducir?

—Nunca. —Nos reímos durante todo el trayecto mientras él me contaba anécdotas de su pasado así como también yo le contaba las mías. Ver el Dalton que se escondía detrás de esos ojos azules solitarios y tristes me albergó esperanzas por saber que no todo estaba perdido. Que sea lo que sea lo que le acechaba desde que nació no podrá con él. No se lo llevará.

Yo solo era una chica que no tenía ni idea de muchas cosas del mundo, me faltaba mucho por crecer, lo admitía pero no por eso debía de abandonarlo. Tenía miedo pero sobre todo, él. De tan solo pensar que estaría en su lugar me daría mucho más miedo quedarme sola y perderme en la oscuridad, vivir en soledad.

No podía dejar que eso pasara con Dalton. A pesar de haberlo conocido hace poco, sentía que conectaba con él por una especie de razón inexplicable que no llegaba a recordar.

𝐀𝐋 𝐋𝐋𝐄𝐆𝐀𝐑 𝐀 𝐋𝐀 𝐅𝐀𝐂𝐔𝐋𝐓𝐀𝐃 no perdimos tiempo y fuimos directos a la habitación. Me sorprendió ver a mi amiga Chris en mi cama. Iba a ser la roomie de Dalton hasta que llegué yo. Ahora ella está en el piso de arriba, justo en el cuarto que da a nuestra habitación.

—¡Pero bueno! —exclamó ella levantándose de golpe mientras componía alegremente una canción con un teclado de piano melódico—. ¿¡Dónde estabas, desaparecida!? —Luego miró a Dalton y me volvió a mirar a mí moviendo las cejas de arriba abajo—. ¡Oh! Ya veo, ya veo. Nada de desaprovechar el tiempo, ¿eh?

Me puse roja pero le dirigí una sonrisa mientras colocaba la mochila en el respaldo de mi cama.

—De compras con él. —Señalé a Lambert—. Os presento. Dalton, esta es Chris. Chris este es mi nuevo roomie, Dalton Lambert.

Dalton la saludó con una mano, un poco nervioso. Chris dejó el instrumento en la mesa y se acercó a él, estirando la mano para que se la estrechara. Dalton lo hizo pero tranquilamente, ella aprovechó su sumisión para estrecharla con fuerzas, lo que hizo que Dalton se sobresaltara un poco. Chris era todo lo contrario a nosotros. Muy extrovertida y no tenía vergüenza
de nada.

—¡Encantada, Dalton! —exclamó con fuerzas—. Bueno, supongo que irás con Sher a la fiesta de esta noche, ¿no?

—Sí, sí iré pero no me quedaré mucho tiempo —respondió, con rapidez—. No soy mucho de fiestas.

—Un tío tranquilo, harías buena pareja con Sher. —Me miró juguetona y le dirigí una mirada de terror, ella lo notó y sonrió sin reparo—. Bueno, bueno, ¡se les ve muy unidos! —Mi mirada era todo un espectáculo y no me atreví a mirar a Dalton pero suponía que estaba peor que yo.

—Nos veremos en la fiesta, Chris. Ahora tenemos que vestirnos —Como sabía que no iba a parar tuve que cambiar de conversación pero al terminar la frase ya me estaba arrepintiendo de lo que dije.

—¡Uy, uy! ¡Se van a vestir juntitos! —exclamó, totalmente divertida. Y tanto que lo estaba—. A ver chico nuevo, para cambiar de conversación y no hacer que Sher estalle como un tomate hervido, cuéntame tu secreto más raro —dijo mientras se sentaba en la silla del escritorio y jugueteaba con un muñeco. Puso sus pies en el respaldo de la cama de Dalton—. Te cuento el mío. Los domingos uso monóculo y pido comida con acento británico.

—Sí, eso es raro —afirmó Dalton con una sonrisa tímida.

—Gracias —dijo Chris—. ¡Gracias! —Imitó una voz aguda y movió el brazo izquierdo del muñeco de madera—. Te toca.

—¿Mi... mi secreto más raro...? —preguntó Dalton. Chris afirmó energéticamente. Su piel morena y sus trenzas largas y negras brillaron como sus ojos oscuros—. Bueno... yo... a veces... como avena instantánea pero sin agua ni leche ni nada. Así, seca.

—Qué malo eres. Intentemos otra vez —continuó Chris al comprobar la expresión cabizbaja de Dalton—. A los 10 años, mis padres murieron y me fui con mi abuela Perkee quien casi se quedó ciega por un grave caso de pie de atleta.

—Lo siento... por lo de tus padres y tu abuela —articuló Dalton al observarla—. Yo extrañamente no recuerdo mucho cuando tuve 10 años. Me dijeron que estaba en coma... todo ese año.

—¡Bueno! —exclamé mirando el reloj de mi muñeca—. ¡Qué tarde es! ¡Deberíamos prepararnos ya! En fin, nos vemos allí Chris.

—¡Espera! —vociferó ella con entusiasmo—. ¡Ahora tocaba la parte en la que nos iba a contar su secreto inconfesable tras el inminente fracaso!

—Da igual —insistí apresuradamente—. Venga, no quiero llegar tarde.

Chris cedió pero se levantó a regañadientes.

—Está bien... ¿desde cuando te gustan tanto las fiestas?

—Desde que... —murmuré yo sin saber muy bien qué iba a decir—: no sé pero me da curiosidad...

Chris se adelantó a mí y me susurró al oído con una sonrisita:

—¿Curiosidad la fiesta o curiosidad por ver qué vas a hacer con Dalton? —Por su tono de voz estaba claro que estaba bromeando pero noté que Lambert lo oyó porque al dirigir mis ojos a los suyos, me apartó la mirada. Chris lo miró a él antes de irse—. Si Sher decide quedarse hoy arriba conmigo y con las chicas, ya sabes, fiesta de pijamas y demás, intenta no hacer ruido al machacarte la salchicha.

Dalton se quedó confuso por sus palabras y no hizo mucho caso a la última frase, la verdad es que no sé si lo entendió pero esperaba que fuera así.

Yo en cambio, sí, y me arrepentí.

—¡Adiós, Chris, adiós! —exclamé empujándola suavemente hacia la salida y le cerré la puerta.

—¡Oye...!

Luego incorporé mi espalda hacia el respaldo, aparentemente aliviada de haberla sacado antes de que dijera otra barbaridad. Dalton estaba sentado en su cama y se me quedó mirando con una ceja alzada.

—Es muy... intensa, lo siento. No quería que pasarás un mal rato.

Dalton sacudió la cabeza levemente para quitarle importancia al asunto.

—No te preocupes, estoy bien. Se nota que es una buena chica.

—Lo es —intervine yo, lo cual era verdad. Me senté a su lado con su permiso—. Es solo que a veces se va de la lengua y ¡tú casi también! ¡No puedes decirle lo que te ocurrió de pequeño, Dalton! A ella le gustan mucho los escándalos, no es bueno que hable de más en la fiesta y cuente todo, si la gente de la facultad se entera... —Hice una pausa, no sabía cómo explicarlo sin herir sus sentimientos—: simplemente hay gente mala en este mundo, ¿vale? Tú eres una persona buena y ante cualquier debilidad o rareza... buscarían una forma de dañarte o burlarse de ti.

Dalton me lanzó una mirada de preocupación. Apreté los puños contra mi vestido. A pesar de la poca distancia a la que estábamos y la tensión no rompimos el contacto visual.

—Es que no sabía qué decir al respecto y no quería que quedaras mal por mi culpa.

—No digas eso, tonto, no me vas a hacer quedar mal. Chris es una buena amiga pero este tipo de cosas entre menos gente lo sepa, mucho mejor. Le hubieras dicho que de pequeño criaste a un león y luego se comió a tu tío.

Dalton frunció el entrecejo. Debatiéndose entre la incertidumbre o dar paso a un ataque de risa.

—¿En serio?

—Oye —murmuré yo entre risas—. Mejor eso que lo de los copos de avena, ¿no? ¿En serio te comes la avena sin nada de nada? ¡Puaj! ¡Qué raro!

—¡Lo ves! —exclamó él, ahora riéndose sin disimular—. ¡Es raro! ¡Un secreto raro! Por suerte, no le llegaste a contar el tuyo.

—¡Ese es nuestro secreto compartido entre mi coche, tú y yo!

Volví a sentirme mal porque sentía que le estaba fallando al no confesarle lo de mi sueño.

Le di unas cuantas palmaditas en el brazo para cambiar de conversación.

—Venga, hombre avena, es hora de prepararnos. Ve tú primero al baño a cambiarte y luego iré yo.

Se levantó y se giró hacia mí algo extrañado.

—No sé qué ponerme.

—Estamos apañados. Yo tampoco.

Al final optamos por ropa casual. Yo me llevé un vestido con flores y él una camisa negra con mangas cortas y pantalones vaqueros rotos. No íbamos extravagantes pero tampoco queríamos llamar la atención al fin y al cabo. Así, estaba bien. Éramos nosotros mismos qué era lo que importaba.

❤️ ¡Espero que os haya gustado! ❤️

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