𝐈
Octubre 2023
Aria caminaba con pasos rápidos y pesados, cada zancada una mezcla de rabia y desesperación que retumbaba en el pavimento mojado. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, mezclándose con las gotas de lluvia que caían sin piedad sobre la ciudad catalana. Su atuendo, elegido con sumo cuidado esa tarde, ahora era solo un trapo empapado que se adhería incómodamente a su piel, como si incluso el clima conspirara contra ella.
Quería desaparecer. No por un día, ni por una semana. Quería esconderse del mundo por lo que quedaba de siglo. Su mente, un torbellino de pensamientos, no dejaba de repetir la misma pregunta: ¿Cómo llegué a esto?
Si Aria tuviera la oportunidad de regresar en el tiempo, ese primer mensaje que envió a Mario —con el que todo empezó— jamás habría salido de sus dedos. "Es solo una linda amistad", se había dicho en aquel entonces, ignorando las pequeñas señales de alarma en su interior. Ahora entendía que no era amistad lo que había florecido, sino una ilusión tóxica, construida sobre un terreno frágil y mentiroso.
Culpaba al destino, a la casualidad, a cualquier cosa que le sirviera de consuelo en ese momento. Quizás estaba pagando el precio de sus errores del pasado. ¿Por gritar a sus padres en su adolescencia? ¿Por no ser la mejor estudiante? ¿O por haber rechazado a aquel chico tímido en la ESO? Mientras buscaba una respuesta, el dolor se volvía más profundo, más insoportable, como una punzada constante en el pecho.
Aria estaba rota, y el responsable de juntar los pedazos era también el culpable de haberlos destrozado: Mario. Ese hombre que una vez había sido un refugio seguro, ahora era el epicentro de su tormenta. El chico que le sonreía con dulzura, que le dedicaba abrazos cálidos cada vez que se encontraban, que le enviaba mensajes todos los días, había resultado ser un impostor. Él, que le hizo creer en un amor puro, escondía una verdad devastadora: tenía novia. Y no solo eso, estaba en planes de casarse.
El recuerdo de esa confesión aún era un puñal en su memoria:
—Realmente me gustas, Aria, pero estoy en planes de casarme con mi novia.
El pedestal donde había colocado a Mario se derrumbó con estrépito, y Aria cayó junto con él. Sus manos temblaron esa noche frente a la puerta de su casa, mientras la confrontación que había estado evitando por meses se materializaba. Pero Mario no fue el hombre maduro que esperaba. Fue cobarde, esquivo, y su indiferencia terminó de pulverizar cualquier esperanza que ella aún guardara en el rincón más ingenuo de su corazón.
Caminaba ahora bajo la lluvia, más lejos de la casa de Mario, pero no de su dolor. Las gotas frías no conseguían enfriar el fuego de rabia y decepción que ardía dentro de ella. Esto es una maldita pesadilla. Su mente repetía las palabras como un mantra, deseando despertar en un mundo donde Mario no existiera, donde nunca le hubiera abierto su corazón.
En el fondo, sabía que albergaba una ilusión absurda. Durante esos días de silencio entre ellos, había fantaseado con que Mario la elegiría a ella. Que sería valiente y dejaría a Lea para estar con Aria. Pero eso solo pasó en su imaginación. La realidad era cruel y no dejaba espacio para los finales felices.
En un intento desesperado por encontrar consuelo, Aria sacó su móvil y buscó un nombre en su lista de contactos: Josh. Su primer novio. Él había sido todo lo contrario a Mario. Un hombre caballeroso, atento y respetuoso, que nunca la lastimó. Su relación terminó en buenos términos, pero en ese momento, Aria deseaba escuchar su voz, aunque fuera solo por un instante.
—Vamos, Josh, responde el puto móvil —murmuró entre dientes mientras escuchaba el pitido interminable de la llamada.
Cuando el buzón de voz respondió en lugar de él, la frustración se apoderó de ella.
—Maldición... Josh también es un imbécil —espetó, guardando el móvil con brusquedad.
Pero antes de que pudiera dar otro paso, una vibración la detuvo. Un mensaje. Era de Josh. Sus labios esbozaron una sonrisa fugaz antes de abrirlo, solo para leer:
"Aria, preciosa, lamento no responder, pero estoy de turno y en unos minutos ingreso a cirugía. ¿Hablamos después, de acuerdo, corazón?"
La ternura en sus palabras logró calmarla por un segundo. Josh no era un imbécil, ni siquiera de lejos. Pero ahora, más que nunca, sentía que no podía depender de nadie más que de sí misma. Guardó el móvil, suspiró y continuó caminando hacia su casa.
Cada paso bajo la lluvia era un recordatorio de que debía encontrar la manera de reconstruirse, aunque aún no supiera cómo. El camino sería largo, pero Aria no permitiría que su vida terminara siendo definida por un hombre que no tuvo el valor de amarla como ella merecía.
La lluvia se detendría, eventualmente. Y cuando eso pasara, ella estaría lista para volver a caminar bajo el sol.
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Habían pasado apenas dos días desde que Aria enfrentó a Mario, pero para ella se sentían como una eternidad. La rabia, la humillación y una tristeza que no quería admitir se entremezclaban en su pecho, creando un nudo que parecía imposible de desatar. No había salido de su habitación más que para lo imprescindible, y eso no pasó desapercibido para sus padres ni para sus amigos.
Ahora, se encontraba tirada en su cama, los ojos fijos en el techo mientras la melodiosa voz de Taylor Swift flotaba en el aire, reflejando su desgracia con una precisión casi hiriente. La lata de Coca-Cola, medio vacía, estaba en su mano, enfriándole los dedos.
La puerta se abrió con un leve chirrido, y Aitana entró como un vendaval, con una bolsa del supermercado en la mano y una expresión que oscilaba entre la preocupación y la exasperación.
—¿En serio vas a deprimirte por un imbécil que ni está tan bueno? —preguntó, dejando caer la bolsa en el escritorio antes de sentarse en la cama frente a Aria.
Aria suspiró, dejando la lata en la mesita de noche.
—Es inteligente —respondió con desgana—. Tiene algo a su favor.
Aitana bufó, cruzando los brazos.
—Elon Musk también lo es, y jamás ha pasado por mi cabeza tirármelo.
Eso hizo que una pequeña sonrisa amenazara con asomarse en los labios de Aria, pero no llegó a materializarse. En cambio, se sentó, abrazándose las piernas mientras apoyaba la barbilla en las rodillas.
—No es solo eso, ¿sabes? Es... todo. Me hizo sentir que le importaba. Que yo era importante. Y luego... —su voz se quebró, pero rápidamente se recompuso, con los ojos llenos de ira—. Luego se dio la vuelta y me trató como si fuera una más. Como si todo lo que dijo, todo lo que hizo, no significara nada.
Aitana la observó en silencio por un momento, dejando que las palabras calaran en el aire.
—Aria... odiarlo no va a cambiar lo que pasó. Solo va a hacer que te sientas peor. No puedes dejar que un idiota como Mario arruine tu corazón o la forma en que ves el amor.
Aria soltó una risa amarga, sin alegría alguna.
—¿El amor? Por favor, que el amor se vaya a la mierda. Esta era mi última oportunidad, ¿sabes? Creí que esta vez sería diferente, que no acabaría como siempre. Pero no. El amor no es para mí, Aitana. Jamás conoceré a mi príncipe azul, y estoy bien con eso.
Aitana negó con la cabeza, moviéndose hasta quedar al lado de Aria.
—No digas eso. El amor no es perfecto, pero tampoco es una mierda. Solo elegiste mal, y créeme, todas hemos pasado por eso. Pero no puedes cerrarte.
—Ya lo hice —cortó Aria, tajante—. Y no pienso volver a abrirme.
Aitana suspiró, dándose cuenta de que el pesimismo de Aria era una barrera difícil de romper. Cambió de táctica.
—Bueno, ¿vas a la excursión a Cantabria?
Aria negó con la cabeza de inmediato.
—No quiero verlo. Ni escucharlo. Lo mejor es tomar distancia.
—¿Y tus estudios? —preguntó Aitana, arqueando una ceja—. Sabes que oportunidades como esa no se presentan todos los días. Además, tendrás a Jin contigo, y ya sabes que ese chico siempre sabe cómo hacer que las cosas sean más llevaderas.
Aria permaneció en silencio por un momento, jugando con el borde de su camiseta.
—Me lo pensaré —dijo finalmente, aunque sin mucho entusiasmo.
Aitana sonrió, intentando infundirle algo de ánimo.
—Toma una buena decisión, ¿vale? —dijo mientras extendía la bolsa del supermercado—. Aquí hay gomitas, chocolate y alguna que otra sorpresa. Algo me dice que esto te vendrá bien.
Aria tomó la bolsa con una pequeña sonrisa, una que no llegaba a sus ojos, pero que al menos era un atisbo de algo mejor.
—Gracias, Aitana.
—Siempre, tonta. Y recuerda, tú vales mucho más que cualquier idiota. Incluido Mario Campos.
Con esas palabras, Aitana se levantó, dejando a Aria sola con sus pensamientos, la música de Taylor Swift y la promesa de un respiro dulce en la bolsa de golosinas.
✩ ─── 「🐋📚」─── ✩
Dos semanas después, Aria se encontraba organizando los estantes de la librería de los Hwang. Era uno de esos días tranquilos, con la suave música instrumental llenando el aire y los clientes entrando y saliendo sin demasiada prisa. En la caja, Jin estaba ayudando a su madre a colocar unos adornos nuevos.
Aria, tras colocar el último libro en su lugar, tomó su mochila del pequeño almacén y se acercó a la caja para despedirse.
—Bueno, me voy, que tengo trabajo pendiente en el acuario —comentó mientras ajustaba la mochila en su hombro.
—Vale, con cuidado, Ari —respondió la Señora Hwang con una sonrisa cálida.
—Suerte. Y tranquila, que los Campos están liados en el puerto con unos animales. No te vas a cruzar ni con ellos ni con la ballena —agregó Jin, con una expresión que mezclaba burla y complicidad.
—¡Jin, un poco de respeto! —le regañó su madre, golpeándole suavemente en el brazo con un trapo de cocina.
Aria contuvo una sonrisa y negó con la cabeza. —Gracias por el aviso. Nos vemos luego, bye.
Mientras se alejaba hacia la puerta, Jin levantó la voz. —¡¿Llevas el audífono?!
Ella giró parcialmente sobre su eje, señalando su oreja derecha con un dedo. —¡Sí, tonto, desde aquí te escucho perfectamente! —gritó de vuelta, dejando entrever el pequeño aparato detrás de su cabello castaño
Cuando Aria tenía 10 años, asistió a una feria con su familia. Durante uno de los espectáculos con fuegos artificiales, algo salió mal: uno de los cohetes explotó demasiado cerca del público. El estruendo y la onda expansiva afectaron gravemente su oído derecho, dejando secuelas auditivas permanentes, y con un nivel auditivo del 40%. Desde entonces, siente ansiedad en eventos con ruidos fuertes como conciertos o estadios.
En el acuario
Aria pasó su carnet de acceso por el lector en la entrada del acuario y entró directamente al área de los pingüinos. Tenía un informe pendiente sobre su comportamiento y prefería terminarlo cuanto antes. La tranquilidad del lugar, interrumpida solo por los sonidos de los animales y el leve murmullo del agua, le ofrecía un respiro necesario. Sin embargo, justo cuando estaba por llegar a su estación de trabajo, escuchó que alguien decía su nombre.
—Aria.
Se detuvo en seco, tensando ligeramente los hombros antes de girarse. Frente a ella estaba Mario, con una media sonrisa que parecía querer transmitir algo parecido a disculpas, pero que solo le resultaba irritante.
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella con frialdad, sin molestarse en ocultar su incomodidad.
Mario dio un paso hacia ella, levantando las manos como si estuviera desarmado.
—Quería hablar contigo. Creo que nos quedó algo pendiente...
Aria cruzó los brazos, manteniendo su postura firme.
—No tenemos nada pendiente, Mario. Lo que tenías que decirme ya lo dijiste.
Él suspiró, rascándose la nuca con nerviosismo.
—Mira, lo siento. No quería que las cosas terminaran así. De verdad, nuestra amistad era importante para mí.
—¿Nuestra amistad? —Aria soltó una risa seca, clavándole la mirada—. No sé qué clase de amistad crees que teníamos, pero en mi mundo, los amigos no te mienten ni te hacen sentir como una idiota.
—No fue mi intención... —intentó decir él, pero ella no lo dejó terminar.
—Pues lo lograste. ¿Qué quieres que te diga, Mario? ¿Que todo está bien? ¿Que puedo olvidarlo como si nada? Porque no puedo. Ni quiero.
Mario se quedó en silencio por un momento, como si estuviera buscando las palabras correctas.
—Solo quiero que volvamos a ser como antes. Éramos buenos amigos, Aria. No lo niegues.
Ella soltó un suspiro, apartando la mirada.
—Lo que éramos ya no existe. Yo tengo cosas que hacer.
Aria se dio la vuelta para seguir su camino, pero Mario intentó detenerla, colocando una mano en su brazo.
—Aria, por favor, no me ignores.
Ella se soltó suavemente, llevando la mano a su audífono para bajar el volumen.
—Espero que no estés bajando el volumen para no escucharme —dijo Mario con un tono entre frustración y súplica.
Aria se giró levemente, su mirada cargada de firmeza.
—No necesito bajarlo para saber exactamente lo que vas a decir.
Sin esperar una respuesta, continuó caminando hacia los pingüinos, dejando a Mario detrás. Su corazón latía con fuerza, pero se negó a mirar atrás. No podía permitirse volver a caer en las mismas mentiras.
Mario, por su parte, se quedó plantado en el lugar, viendo cómo se alejaba. Se pasó una mano por el cabello, dejando escapar un suspiro frustrado.
—Menuda estupidez la mía... —murmuró, antes de girarse y marcharse por donde había venido.
Aria llegó a su estación, encendió su tablet y respiró hondo. Tenía un informe que terminar, y no iba a dejar que Mario Campos volviera a ocupar un segundo más de su día.
(.......)
Aria estaba en la zona de los pingüinos, sentada en el suelo junto al cristal que separaba a los animales del público. Su tablet descansaba sobre sus piernas, llena de notas sobre el comportamiento de los pingüinos durante las últimas horas. Pero, por más que intentaba concentrarse, la presión en su pecho no la dejaba. Anotó un último dato, pero la letra se deformó al empezar a temblar. Cerró los ojos con fuerza, intentando contener las lágrimas.
Finalmente, se rindió. Un sollozo silencioso se escapó de sus labios y luego otro más fuerte, hasta que sus hombros temblaron. Las lágrimas caían con rapidez mientras enterraba el rostro entre las manos.
Un par de pingüinos, curiosos por los ruidos extraños, se acercaron tambaleándose hasta donde estaba. Uno de ellos ladeó la cabeza y el otro se sentó, como si esperaran entender qué sucedía.
—¿Qué hacéis? —preguntó entre lágrimas, con la voz rota. Sus ojos hinchados miraron a los animales, y una risa amarga salió de su boca—. Claro, ¿por qué no? Estoy aquí llorándole a dos pingüinos. Muy bien, Aria, tu vida está en lo más alto.
Los pingüinos permanecieron inmóviles, como si realmente la escucharan.
—Es que... —su voz se quebró mientras acariciaba con cuidado la cabeza de uno de ellos— no sé cómo superarlo. Todo lo de Mario me ha dejado destrozada. Pensaba que era mi amigo, alguien que me conocía y respetaba, pero solo fue un mentiroso. ¿Cómo se supera eso?
El pingüino a su lado chilló suavemente, como si respondiera. Aria dejó escapar una risa nerviosa.
—Ya, ya sé que no me entendéis... Pero necesitaba hablarlo. Todo esto es... una mierda.
Se quedó en silencio unos momentos, observando cómo los pingüinos seguían con sus movimientos torpes pero encantadores. Se sentía un poco menos sola.
De pronto, el ruido de una puerta abriéndose interrumpió sus pensamientos. Ander, uno de los encargados del área, entró con un carrito lleno de cubos de comida para los pingüinos.
—¡Hola, Aria! —saludó mientras empujaba el carrito con facilidad—. ¿Todo bien?
Aria se limpió rápidamente las lágrimas con la manga de su sudadera y trató de sonreír.
—¡Hola! Sí, sí, todo bien.
Ander arqueó una ceja mientras comenzaba a distribuir los alimentos.
—¿Seguro? —preguntó casualmente, sin mirarla, pero con un tono que indicaba que había notado algo.
Ella asintió y volvió a centrar su atención en la tablet, intentando parecer ocupada. Sin embargo, al cabo de unos minutos, Ander se detuvo. Levantó la vista mientras alimentaba a un pingüino y notó los ojos hinchados y el esfuerzo evidente de Aria por evitar contacto visual.
—Aria —dijo suavemente—, ¿estás bien de verdad?
Ella levantó la vista rápidamente, intentando actuar como si nada.
—Sí, claro. Solo es un día largo, eso es todo.
—No me lo creo. —Dejó el cubo a un lado, se acercó a ella y, para sorpresa de Aria, le tomó suavemente el rostro con ambas manos—. Vamos, dime qué pasa.
Aria se quedó congelada, su corazón latiendo con fuerza. Intentó desviar la mirada, pero Ander la sostuvo con firmeza.
—No puedo... —susurró, su voz temblando.
—Claro que puedes. Estoy aquí.
Finalmente, las lágrimas comenzaron a brotar de nuevo. Aria rompió en llanto, y Ander la atrajo hacia él, envolviéndola en un abrazo cálido y protector.
—Tranquila —murmuró—. Desahógate.
Después de un rato, Aria se apartó suavemente, limpiándose los ojos con torpeza.
—Gracias... —dijo con una voz apenas audible.
—Siempre que lo necesites. —Ander sonrió, aunque preocupado—. ¿Te apetece tomar un café y despejarnos un rato?
Ella negó con la cabeza rápidamente.
—No, tengo cosas que hacer. Pero... gracias de todas formas.
Se levantó, tomó sus cosas y se despidió con un intento de sonrisa. Ander la vio salir, deseando poder haber hecho más.
En el metro de camino a casa de Jin, Aria luchaba contra las lágrimas nuevamente. Su mente estaba llena de pensamientos caóticos, recuerdos de Mario y el desconcierto por Ander.
Al llegar, saludó rápidamente a los padres de Jin antes de subir al segundo nivel. Sin siquiera pensarlo, entró al cuarto de su mejor amigo, se dejó caer en la cama y se cubrió con las mantas.
El calor del cobertor la hizo sentir segura por primera vez en el día. Mientras las lágrimas volvían a caer, pensó en cómo quería que todo este dolor desapareciera. Por ahora, solo podía refugiarse allí, como un oso preparándose para invernar, esperando que mañana fuera un poco mejor.
(......)
Aria estaba profundamente dormida, envuelta entre las mantas como si fueran un capullo. Su respiración era pausada, pero un leve ruido de la puerta al abrirse la hizo moverse. Entreabrió los ojos con pesadez y vio a Jin, su mejor amigo, entrar al cuarto con una expresión que mezclaba preocupación y exasperación.
—¿Qué haces aquí, tonta? —murmuró él mientras cerraba la puerta detrás de sí. Suspiró con fuerza y esbozó una pequeña sonrisa antes de sentarse al borde de la cama, moviéndola ligeramente.
—¿Qué pasa? —preguntó en voz baja, acariciando la manta que la cubría.
Aria se removió y se destapó parcialmente el rostro, aún con el cansancio reflejado en sus ojos.
—Es todo... —comenzó, con un hilo de voz—. Todo lo de Mario. No sé cómo seguir. Hoy en el acuario me derrumbé, y Ander me vio llorar. Me consoló, me abrazó y... me invitó a tomar un café.
Jin abrió los ojos con sorpresa y se enderezó de golpe.
—¿Y qué hiciste? —preguntó con urgencia, aunque su tono ya insinuaba que sabía la respuesta.
—Le dije que no.
La reacción de Jin fue instantánea. Se levantó rápidamente y comenzó a pasearse por la habitación, gesticulando exageradamente.
—¡¿Qué?! ¡¿Cómo carajos lo rechazaste?! ¡Es Ander, Aria! ¡Tu crush imposible! ¿Es que acaso estás loca?
Aria suspiró profundamente y se giró hacia él, acomodándose mejor entre las mantas.
—Por mí misma, Jin. No quiero malinterpretar las cosas otra vez, como pasó con Mario. ¿Te acuerdas de cómo acabó todo? —Su voz tenía un matiz de tristeza mezclada con determinación—. Te lo dije, el amor no es para mí.
Jin se detuvo en seco y la miró con una mezcla de compasión y frustración.
—Aria... —empezó, pero al ver que ella no quería seguir discutiendo, suspiró. Caminó hacia su armario, sacó su ropa de dormir y comenzó a cambiarse.
Cuando estuvo listo, volvió a la cama y la empujó suavemente para hacerse espacio.
—Anda, muévete. Es mi cama, no un refugio antiemociones.
Aria rió por primera vez en todo el día, un sonido ligero que alivió un poco la tensión en el ambiente. Se giró hacia un lado para dejarle espacio y bromeó:
—Siempre tan egoísta, Hwang.
Jin se metió bajo las mantas y, sin pedir permiso, la abrazó con un gesto protector.
—Venga, no seas dramática. —Su voz se suavizó mientras notaba que ella comenzaba a sollozar ligeramente—. Todo esto duele ahora, lo sé. Pero tienes que superarlo, Ari. Mario no merece que sigas cargando con esto.
Ella no respondió de inmediato, pero su respiración entrecortada dejó claro que estaba escuchando.
—Y hablando de superar cosas... —añadió Jin mientras acariciaba suavemente su brazo—, tienes que venir a la excursión a Cantabria.
—Ni de broma —respondió Aria con firmeza.
—Por favor. Va a ser divertido. Y te vendrá bien despejarte, conocer gente, respirar otro aire...
—No quiero.
—Vamos, Ari. ¿Qué pierdes? —insistió él con un tono casi suplicante—. Además, ya sabes que soy insoportable. No pienso dejarte en paz hasta que aceptes.
Aria bufó y se giró un poco para mirarlo.
—Eres imposible.
—Exacto, y por eso soy tu mejor amigo. —Jin sonrió triunfante.
Después de unos segundos de silencio, Aria suspiró con resignación.
—Vale, iré. Pero si es un desastre, me deberás un mes de helado gratis.
Jin soltó una carcajada y le dio un pequeño apretón en el hombro.
—Trato hecho.
Ambos se acomodaron entre las mantas, cansados pero un poco más aliviados. Las respiraciones se hicieron más lentas y rítmicas, y el peso de las emociones del día empezó a disiparse.
Finalmente, el silencio se adueñó del cuarto. Jin fue el primero en quedarse dormido, y poco después, Aria lo siguió, sintiéndose un poco más segura al tener a su mejor amigo a su lado.
Continuará.........
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¡Primer capítulo!, ¿Que opinan?, a mi en lo personal me gustó (en realidad lo reescribí 4 veces JAJAJA)
Sin más!, ¡Nos leemos pronto!
xx Ali <3
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