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⠀𝐈𝐈. Academic Decommitment


ָ࣪ 𓄹 ・ 。゚🐲 𝐈𝐋𝐋𝐘𝐑𝐈𝐒。˚🔥 .゚
002.┊ RENUNCIA ACADÉMICA.
PETER SIENDO PETER.

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THEA NO SE DIO CUENTA de que tenía memoria fotográfica hasta que entró a formar parte del equipo de decatlón académico del Midtown High en su primer año. En su mente se grababan imágenes y palabras perfectamente ensambladas. Incluso Flash Thompson, tan arrogante y orgulloso como era, le dedicó unas —inaudibles— palabras de agradecimiento por la competición en la que ganaron los regionales en Dewitt Clinton.

Podía recordarlo todo— excepto lo que había pasado aquel día en Dragonfort. Esa sí que era una sensación desagradable. Aunque su mente agudizada sirvió para algo cuando empezó a asistir a un instituto STEM avanzado como Midtown High.

Incluso entonces, el instituto no era su zona de confort. A menudo Thea se sentía asfixiada, como una botella de refresco agitada y a punto de estallar. Y por estallar, se refería a prender fuego a algo cuando sus dedos rozaban algo o provocar un cortocircuito en todo el instituto por la frustración que le producía una mala nota. Serafina se lo había metido a la fuerza en la cabeza durante toda su vida— el instituto no era más seguro que su casa. Por eso, Thea siempre vigilaría sus espaldas... incluso cuando se trataba de los próximos Nacionales de decatlón.

El vestíbulo bullía de movimiento. Estaba brillantemente vivo, lleno de profesores que llevaban sus planes de clase y termos llenos de café y de estudiantes que probaban sus proyectos de robótica en el aire. Thea esquivó un dron que se acercaba a su cabeza y oyó cómo el director Morita regañaba al dueño detrás de ella. Masas de adolescentes con sus mochilas en la mano se dirigían a sus clases de primera hora.

Uno de los televisores de pantalla plana suspendidos en el pasillo se encendió, mostrando un llamativo logotipo amarillo y azul de Midtown News. Muy pronto, los copresentadores del noticiario y miembros del consejo de estudiantes, Betty Brant y Jason Ionello, aparecieron en la pantalla, sentados en su mesa.

Las chicas entraron en el pasillo principal, interrumpiendo su conversación al oír:

¡No olvidéis las entradas para la fiesta de Homecoming! ¿Tienes pareja... para la fiesta?

Los labios de Betty estaban apretados en una fina sonrisa y soltó una pequeña risa forzada, con sus ojos azules de porcelana mirando directamente a la cámara.

Gracias, Jason, pero ya tengo con quién ir.

Jason exhaló.

Vale.

Sí.

Thea y Bex se miraron antes de reírse del noticiero, que se volvió diez veces peor cuando la cámara enfocó la expresión incómoda de Jason. Era la dosis de humor que necesitaban cuando las mañanas eran particularmente duras.

—¿Crees que Ned sabría quién es Spiderman? El año pasado no paraba de hablar de él —murmuró Bex mientras examinaba al chico filipino del otro extremo del pasillo. Sostenía una figurita de plástico y la agitaba delante de Peter con orgullo. Los dos eran como Bex y Thea: inseparables. Thea no podía imaginar una vida sin ella.

—Ah, eso me suena —jadeó, sonriendo cuando Bex le dio una patada en la pierna.

Alcanzó a ver a Ned Leeds y Peter Parker en el extremo más alejado de las taquillas. Parecían los chicos frikis más corrientes que uno se encontraría en la esquina de una tienda de cómics. Pero Thea sabía que Peter Parker era más que eso. Podía sentirlo, aunque no sabía muy bien por qué. De cerca, parecía un chico muy lindo, con el pelo castaño oscuro ligeramente engominado hacia atrás. No dominaba los pequeños rizos que tenía. Su escuálido cuerpo engañaba a Bex, que se fijaba en el número de flexiones que era capaz de hacer en clase de gimnasia. Siempre iba oculto bajo capas de jerseys y chaquetas, y eso le sentaba bien a su forma de ser tranquila y desprevenida, que lo mezclaba con la multitud.

—Hola, chicos —anunció Thea, ofreciéndoles una pequeña y educada sonrisa cuando Bex y ella llegaron a ellos. Las animadoras que charlaban a su lado se mofaron de la figurita LEGO que sostenía Ned y Thea les lanzó una mirada lo bastante feroz como para hacerlas retroceder.

Los ojos marrón chocolate de Ned se abrieron de par en par y se quedó boquiabierto: no esperaba que ella los defendiera. 

—Ah, ey... hola, Thea. Buenos-Buenos días.

Thea era consciente del crush que tenía Ned en ella desde que estaban en octavo curso. Se daba cuenta de las miraditas que le lanzaba accidentalmente y de sus tropiezos nerviosos cada vez que los ponían juntos en un proyecto. Era un chico dulce que transmitía la misma energía que Bex con todo lo relacionado con la ciencia ficción. Nunca había un momento aburrido con él en AP Lang ((AP) Lenguaje Inglés y Composición), una clase a la que habían sido ascendidos como alumnos superdotados de décimo curso. Bueno, sobre todo porque Thea tenía el poder de hacer cualquier redacción a base de chorradas, fuera la hora que fuera. Era una habilidad de la que estaba orgullosa.

—Peter, ¿nos vemos en química? —preguntó Thea casualmente.

Como si acabara de darse cuenta de que le estaba hablando a él, sus ojos se desviaron del reloj hacia ella, abiertos como los de un ciervo paralizado ante los faros de un coche. 

—Sí, nos... vemos. Vamos, Ned.

Thea siempre sintió un gran orgullo por su familia y su ancestral grandeza... pero la magia no siempre fue tan bien recibida. No desde Loki y Nueva York, al menos. Como si ella necesitara otra razón para despreciar a los asgardianos.

Pero en la cara de Peter no vio ni un atisbo de odio más que de sospecha. Actuaba de forma extraña, como si hubiera algo más apremiante en su mente. Sólo había conocido a Peter a través del equipo de decatlón académico de Midtown, donde participaron juntos durante la mayor parte del primer año de instituto. Había percibido atisbos de su extraño comportamiento cuando se inventaba excusas para no asistir o parecía distraído mientras otros miembros respondían con entusiasmo a las preguntas. Sus prioridades estaban cambiando, aunque era triste verlo, ya que estaba inmensamente dotado y dedicado al equipo. Y ahora que se acercaba el campeonato nacional, Thea se sentía nerviosa por él.

Justo como ahora, siempre parecía que quería estar en otro sitio que no fuera allí, en el presente.

—¿No crees que le pasa algo a Peter? Está actuando muy raro de repente —preguntó a Bex, que frunció el ceño.

—¿Por qué dices eso? Es sólo... Peter siendo Peter.

—Sí, pero —Thea suspiró, resoplando y apartándose una de sus ondas oscuras de la cara—, quizá el intensivo Stark lo tiene más ocupado de lo que pensaba. Quiero decir, me dijiste que últimamente no iba a los ensayos de la banda.

Bex gimió de frustración y echó la cabeza hacia atrás.

—Dímelo a mí. Apuesto a que él no tiene césped atascado en los zapatos. Aunque es una mierda, el chico era una bestia con la trompeta. Sabes, normalmente odio a la mayoría de la sección de metales porque siempre se creen la hostia, pero Peter era sólo un pardillo —Dio un sorbo largo y pensativo a su café con leche caliente y sonrió con satisfacción—. ¿A qué viene ese repentino interés por él?

Thea se burló.

—No hay interés, es sólo...

—¿Que te... gusta?

No me gusta —aseguró, haciendo ademán de ponerse delante del camino de Bex. Miró más allá de su hombro, vislumbrando al chico del jersey azul que avanzaba por el pasillo.

Thea esperaba con impaciencia la clase de Química Avanzada, además del almuerzo. Normalmente era un poco más divertida que la vieja y aburrida física, ya que tenía que ensuciarse las manos en lugar de tomar apuntes e intentar no arrancarse el pelo. Sin embargo, había preocupaciones mucho más urgentes que desviaban su atención de la clase de química.

Apoyó la barbilla en el puño, con los ojos clavados en la pantalla del portátil, donde abrió una nueva ventana sobre las instrucciones del laboratorio. Las emanaciones y el goteo de productos químicos brotaban a su alrededor mientras sus compañeros se ponían manos a la obra, pero ella, en cambio, leía con impaciencia las numerosas pestañas que tenía abiertas: la historia del Dragofyre, la destrucción de Sovranys, las guerras sovranianas-asgardianas, la masacre de la Llama Verde... El cursor se detuvo en la última.

«Masacre», pensó Thea, sintiendo un sabor agrio en la boca, y estuvo a punto de cerrar de golpe la tapa del portátil, enfadada. Era un giro irónico para un nombre. Una masacre en ambas caras de la moneda.

—Hoy vamos a hablar del físico danés Niels Bohr —oyó la entusiasta voz del señor Cobbwell por encima de la ligera cháchara de los alumnos—. Pero, creedme, no hay nada aburrido (bohr-ing)... en sus descubrimientos acerca de la teoría cuántica.

Thea se estremeció ante el chiste científico que desgraciadamente salió de la boca de su profesor. Se ajustó las gafas de seguridad que le estrujaban los sesos y aprovechó el momento para echar una mirada furtiva a Peter Parker, que estaba sentado frente a ella. Estaba inquieto como siempre, mirando a menudo hacia el cajón que había a un lado de su mesa de laboratorio y luego de nuevo a sus apuntes.

Dejándolo a un lado, anotó sus observaciones en el vaso burbujeante de ácido esteárico que calentaba el mechero Bunsen.

Entonces su línea de visión se desvió hacia el portátil de Peter. Estaba sentado en una fila delante de ella y se había desplomado frente a la pantalla, lo que permitía a Thea ver perfectamente el vídeo de YouTube que estaba reproduciendo: un clip de Spiderman salvando un potencial accidente de autobús. No paraba de rebobinar, pausar y acercarse a la característica telaraña que salía a borbotones y detenía el autobús desbocado.

Curiosa, Thea se inclinó con cuidado hacia delante y, con el extremo del bolígrafo, le dio unos suaves golpecitos en la espalda. Podría estar equivocada, pero un segundo antes de que ella lo tocara, él saltó como si se lo esperaba. Sin darle importancia, Thea inclinó el bolígrafo en dirección a su pantalla.

—¿La clase de laboratorio te está resultando demasiado aburrida? —preguntó, sus ojos brillando detrás de las gafas sobredimensionadas.

—Oh-oh, no —Peter se encogió de hombros, sin esperarse su interrupción. Pulsó la tecla de espacio para pausar el vídeo y señaló la pantalla—. El vídeo ayuda, ya sabes, con los componentes químicos... y-y los protones.

Ajá... —Sin apartar sus ojos de él, esbozó una sonrisilla, recostándose en su taburete—. Estoy segura de que es muy educativo.

Peter le dedicó una sonrisa ladeada, con las puntas de las orejas de un suave color rosado. No había malicia, ni miedo.

—Sí... lo es.

Riéndose un poco, Thea desvió su atención hacia la llama azul anaranjada del mechero Bunsen que emitía un suave zumbido. Sus ojos se abrieron de par en par cuando oyó un pequeño crack. La llama, antes pequeña, creció y casi engulle la totalidad del tubo de ensayo izado por un soporte de alambre.

Thea se hizo de inmediato hacia delante, con los dedos trabajando para bajar la llama. Estaba preparada para sisear ante el dolor abrasador del fulgor del fuego, pero no podía sentir su calor. El taburete chirrió contra la baldosa, haciendo girar algunas cabezas. Su corazón palpitaba tan fuerte en su pecho que pudo oír el eco de cada latido en sus oídos. Rápidamente miró a su alrededor, asegurándose de que nadie había visto lo que había pasado.

No era fácil mantener la chispa bajo control. Demasiadas sábanas fueron sacrificadas cuando intentó practicarla. Siempre creyó que su vida mejoraría si pudiera recuperar la magia. A veces, Thea podía sentir cómo le ardía en las venas, cómo se intensificaba cuando se enfadaba o se molestaba. O cuando Serafina hablaba de su hermano como la última esperanza de grandeza para los Valaryen. Justo delante de ella.

Momentos como aquellos la reafirmaban en una cosa: puede que su hermano fuera el último dragón, pero ella también era de sangre de dragón y tenía valor propio.

El almuerzo no fue tan optimista como ella pensaba que sería. Su ración de patatas fritas estaba fría, pero aun así se las zampó, incluso cuando Bex se sentó con una mirada frustrada. Su bandeja de almuerzo de plástico repiqueteó contra la mesa

—Ooh, ¿qué te tiene tan cabreada? —preguntó Thea, sonriendo.

—Eugene Thompson —se burló Bex, poniendo los ojos en blanco.

Thea se volvió hacia la otra mitad de la mesa, donde estaban sentados algunos de sus compañeros del decatlón, entre ellos Flash Thompson. Estaba sentado en el borde de la mesa, con sus relucientes Jordans brillando en la poco favorecedora iluminación.

Se chocó conmigo y me dijo que tenía suerte de no haber derramado chile sobre sus flamantes zapatillas —murmuró Bex, agitando en el aire una patata frita bañada en salsa para darle un toque dramático.

—¿Quieres que lo convierta en sapo? —preguntó Thea despreocupadamente.

Bex parpadeó, inclinándose un poco hacia delante.

—¿Puedes hacer eso?

Thea tarareó y le quitó el tapón a su botella de agua, dando un largo sorbo antes de darse cuenta de que Ned apartaba rápidamente la mirada después de que sus ojos se cruzaran. Estaba sentado con Peter en el extremo de la mesa contigua a la suya, con Michelle Jones al otro lado.

Michelle estaba en el equipo de decatlón con Thea y era inteligente como un látigo. Era una joven cautivadoramente extraña, con rizos oscuros sueltos hacia un lado recogidos en una coleta baja, aunque un flequillo cubría la mitad de una cara normalmente enterrada en una novela. Parecía simpática, pero Thea nunca se esforzó por hablar con ella, ya que ella también era de las que sólo hablaba cuando le hablaban. En cualquier caso, ésa es la esencia de cómo Bex se convirtió en su amiga.

—Oye, ¿alguna vez le has mandado un mensaje a Michelle sobre Homecoming? —preguntó Thea, viendo a la chica tranquila sorber una taza de café.

Las mejillas de Bex enrojecieron, lo que era evidente en su piel blanquecina. Siempre odió eso de sí misma, que no pareciera latina a pesar de tener sangre cien por cien cubana.

—Mira, ni siquiera sé si le gustan las chicas y... —pateó a Thea por debajo de la mesa cuando hizo el movimiento de levantarse bromeando—. ¡ni se te ocurra preguntarle, señorita!

Thea sonrió cuando Cindy Moon se sentó a su lado. Era una chica guapa de ascendencia coreana con el pelo negro y liso que brillaba casi azul bajo las luces fluorescentes.

—Hablando del baile... Acabo de comprar las entradas —dijo entusiasmada, dejando la bandeja del almuerzo sobre la mesa—. Thea, ¿vienes, verdad? ¿Y Bex?

—¿Qué...? Ah, sí, desde luego —murmuró Thea sin dejar de mirar por la ventana. A menos que se estuviera quedando ciega, habría jurado que vio un cambio en uno de los setos junto al campo de fútbol.

Su atención se centró en el sonido de papel crujiendo y se giró en su asiento para ver al Comité del baile colgando una enorme pancarta hecha a mano justo encima de la entrada de la cafetería y las fuentes de agua. Al frente de la colocación estaba Liz Toomes, que esbozó una sonrisa perlada y saludó con la mano a unas amigas que pasaban a su lado.

Thea siempre admiró a Liz por su carácter. Era, con diferencia, la chica más popular del instituto, pero no por ello dejaba de ser amable e inteligente, demostrando su valía como capitana del equipo de decatlón. Era acomodada pero no esnob y muy guapa, sus perfectas ondas negras combinaban a la perfección con su impecable piel morena. Liz era perfecta. Thea sería una mala mentirosa si dijera que no había sentido un pequeño crush en ella durante su primer año de instituto. Incluso cuando ella era junior y Thea sólo de noveno, siempre intentaba hablar con ella.

De repente, sintió una punzada en la mente, un signo revelador de que la estaban observando. No estaba segura de por qué, pero era como si su percepción sensorial se hubiera disparado a diez las 24 horas del día. Su mirada recorrió el mar de estudiantes y finalmente se dio cuenta de que Peter Parker la miraba fijamente con una sonrisa embobada y maravillada en la cara. O tal vez directamente a ella. Tontamente, Thea miró hacia atrás hasta que se dio cuenta de que su línea de visión estaba desviada... y clavada en Liz, encaramada a la escalera. Se mordió la lengua con fuerza y sus ojos se posaron en su sándwich sin tocar.

Cindy había estado hablando efusivamente de ir a la fiesta de homecoming con "las chicas", pero había cambiado rápidamente de tema porque a Thea se le paró el corazón en cuanto escuchó la palabra "nacional" de la entusiasta chica.

—Oh, Thea, contigo allí, me siento tan. Mucho. Mejor —soltó la coreana con un suspiro, pinchando un cubito de melón con el tenedor. Sus finas cejas se fruncieron pensativa y se tragó la fruta—. Con Peter siempre faltando, tenemos que ser un equipo todo lo que podamos, ¿sabes?

Thea apartó la mirada y sus ojos se abrieron como platos mientras bebía un largo sorbo de agua. No le había contado a nadie, ni siquiera a Bex o a Ned, las complicaciones que suponía para ella asistir al nacional en Washington D.C. Esa idea la atormentó durante el resto del día, incluso durante la primera parte del entrenamiento de decatlón.

Las reuniones eran frecuentes, la mayoría se celebraban durante el día en la cafetería en lugar de después de clase. El compañero habitual de Thea era Peter, aunque éste había llegado tarde. Cindy y Abe Brown estaban sentados juntos, al igual que Ned y Charles Murphy. Thea decidió aprovechar la hora para estudiar. De todas formas, había estado tan consumida por las noticias que se le escapaban la mitad de las preguntas a sus otros compañeros. Finalmente, optó por hacer un poco de práctica individual junto a Sally Avril con su libro de preparación del decatlón apoyado en las rodillas.

Su subrayador verde lima repiqueteaba sin cesar en la página que tenía abierta —Economía—, a la que echó un rápido vistazo cuando pasó por delante de la unidad de arte. Su cerebro no la dejaba concentrarse en las preguntas de opción múltiple que le devolvían la mirada.

—Tía, ¿estás bien? —Sally, que estaba tirada en el suelo, levantó la cabeza y la miró confundida—. Suena como si estuvieras audicionando para la fila de tambores.

—¿En serio? ¿Cómo va mi formulario? —preguntó Thea sin rodeos mientras volvía a mirar su libro. Suspiró, aunque no sirvió de mucho para aliviar su estrés.

—Por favor, abrid los libros por la página diez.

Observó cómo Liz dirigía la siguiente ronda de simulacros y luego a sus compañeros de equipo, cuyos ojos se abrieron de par en par. Su equipo no había llegado muy lejos este año y en los ojos de Liz brillaba la motivación por hacerlo mejor. Se esforzaba al máximo para que su equipo alcanzara su máximo potencial y se convirtiera en el mejor equipo del país. A Thea le dolía mucho tener que decepcionarlos de esa manera y por razones que ni siquiera podía admitir.

—Pasemos a la siguiente pregunta.

Thea dejó que las ráfagas de timbres inundaran sus oídos y por fin reunió el valor suficiente para levantarse y empezar a dar pasos vacilantes hacia el señor Harrington. Respiró hondo por lo bajo: «Oiga, señor Harrington, lo siento mucho pero mi...». Thea frunció el ceño. ¿Cómo iba a llamar a Serafina? De ninguna manera podía ser su madre... Era una palabra incómoda. ¿Quizá tutora, barra, hermana, barra, salvadora? Se burló. «En cualquier caso, no quiere que me vaya de Nueva York porque hay mercenarios a sueldo esperando para venderme a fascistas genocidas y belicistas, ¡ojalá pudiera estar allí!»

Sí, eso probablemente no saldría bien.

Antes de que pudiera decir una sola palabra verbal, Peter Parker se había sentado en la silla contigua a la del señor Harrington con expresión seria. Ella resopló en voz baja, si él estaba intentando dejar el equipo con el campeonato nacional a la vuelta de la esquina...

Thea se mordió el labio inferior y se acercó en silencio para colocarse detrás de ellos. Siempre resultaba incómodo esperar detrás de un alumno que, obviamente, tenía algo serio que discutir para que ella pudiera aportar su granito de arena. Miró hacia el escenario, donde estaban sus compañeros, y captó una sonrisa de Cindy, que inmediatamente golpeó el timbre de plata con la palma de la mano cuando Liz terminó de recitar su pregunta.

—... no puedo ir a Washington porque si el señor Stark necesita que yo esté disponible aquí...

Thea volvió a centrar su atención en Peter y frunció las cejas, incrédula. Se preguntaba cómo de intensas podían ser unas prácticas extracurriculares para que él renunciara a toda su vida escolar. No muy lejos de ellos, oyó una burla esnob.

—Tú a Tony Stark no lo has visto en tu vida —exclamó Flash Thompson en un tono irritantemente arrogante. Tenía las piernas extendidas sobre una silla, sosteniendo en alto su libro de preparación del decatlón.

Thea puso los ojos en blanco. «Ya empezamos.»

La revelación atrajo la atención de todos, sumiendo la cafetería en un silencio incómodo que hizo que Thea quisiera marcharse inmediatamente.

Cindy se inclinó hacia delante, con las cejas finas fruncidas y la dulce voz entrelazada por una nerviosa expectación. 

—Espera, ¿qué pasa aquí?

—Que Peter no va a Washington —explicó Sally con tono de voz natural. No sonaba sorprendida y Thea podía entender por qué... aunque se sentía como una hipócrita. La dimisión de Peter era inevitable, pero ella no podía decepcionarlos de repente. No ahora.

—No, nonononono —Abe tocó el timbre, negando con la cabeza, justo cuando Cindy dijo su último "no"—. No.

El chico ghanés parecía desconcertado, con la mano levantada.

—¿Por qué no?

—¿En serio? —Liz fue la siguiente, parecía absolutamente desanimada—. ¿Justo antes del nacional? —Sus ojos estaban llenos de conflicto, decepción y la cantidad justa de ojitos de cachorrillo que hizo que incluso Thea se sintiera mal. Pensó que eso habría hecho cambiar de opinión a Peter, con su evidente crush en ella, pero a juzgar por su cara de derrota, ya no había vuelta atrás.

Michelle Jones, sentada en el extremo opuesto del escenario, bajó su libro.

—Y ya ha dejado el solfeo y la robótica —afirmó suspirando. Cuando las cabezas de todos se volvieron hacia ella, casi al mismo tiempo, su rostro se desencajó y su voz se volvió cristalina—: No me obsesiona, es que soy muy observadora.

Liz se mordió el interior de la mejilla, dándose la vuelta e intentando levantar el ánimo de todos.

—Flash... sustituirás a Peter.

Si Thea pudiera maldecir en voz alta, lo haría. Y lo hizo, en una lengua ancestral sovraniana, para confusión de sus compañeros.

—Ooh, no sé —Flash suspiró pomposamente. No se molestó en levantar la vista de su libro, que Thea sabía a ciencia cierta que no estaba estudiando—. Tengo que mirar mi agenda. Tengo una cita romántica con la Viuda Negra por esas fechas.

Otro timbre. Abe miró a Flash y dijo secamente:

—Eso es falso.

Thea entrecerró los ojos y se giró lentamente para señalar a Abe.

—¿Que Flash tenga una cita con la Viuda Negra... o que alguien tenga tantos problemas de autoestima como para ir a una cita con él?

—¿Qué os he dicho de usar el timbre como efecto cómico? —El Sr. Harrington suspiró. Bajo la luz, parecía cansado, más viejo de lo que se suponía. Se subió las gafas por el puente de la nariz y disculpó a Peter en voz baja.

A pesar de la oleada de decepción colectiva que lo inundaba, Peter no parecía ni un poco afectado. Thea podría haberle dado una paliza por mirar el reloj y golpear la mesa con los dedos con impaciencia. No parecía nada arrepentido. Thea se tomó un segundo para preguntarse de verdad qué era exactamente lo que le obligaba a hacer la beca Stark, pero el momento perdió su valor cuando Peter pasó junto a ella y su brazo rozó accidentalmente el de ella.

Pensó que surgirían chispas, como en una película cutre de Hallmark. Chispas era un decir, sintió como una vibración que emanaba de Peter y que hizo que a Thea se le secara la boca y sintiera un cosquilleo en el cuello. Parece que él también lo sintió, porque sus zapatillas High Balances chirriaron contra la baldosa y giró un poco la cabeza para mirarla. Tenía los ojos entrecerrados, como si estuviera estudiando su postura.

—Nos vemos, Parker —murmuró, tragando saliva.

—No me digas que tú tampoco puedes ir al nacional, Thea.

Thea salió de su aturdimiento y volvió a prestar la debida atención al señor Harrington. Parecía un poco más nervioso, acariciándose el pelo castaño y jugueteando con las gafas. Thea se acordó de la última vez que el señor Harrington parecía tan ansioso como ahora. Fue el segundo justo antes de que el equipo se enterara de que se habían clasificado para el Campeonato Nacional Estatal el mes pasado. ¿Qué otra cosa podía hacer Thea en ese momento sino...?

—No —afirmó ella, ofreciéndole una pequeña e incómoda sonrisa—, sólo quería saber si podía... ¿ir al baño?

El señor Harrington la miró con extrañeza, posiblemente pensando por qué había esperado tanto para preguntarle eso, pero Thea tragó saliva y supo una cosa con certeza:

Serafina iba a asesinarla.

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