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𝟎𝟎𝟎. painless

CAPÍTULO CERO
SIN DOLOR,

GINZA, TOKIO
ESTADO DE JAPÓN

Empezaba todo con un pequeño niño de cuatro años. Juguetonamente, balanceaba su mano en el aire comprimido de aquella sala. Con la televisión prendida de fondo, y una película que para la época en la que estaban era nueva. Sus dedos se movían en un compás lento y constante, sin ninguna bruma rodeándolos. Sobre él, su pequeño camión de juguete y los soldaditos de plomo se elevaban, bailando indiferente la canción que el niño tarareaba. Sus cabellos oscuros puntiagudos, se movían también con la leve ráfaga de viento que corría en el lugar. Acababa de descubrir su quirk, y estaba a gusto con ello.

Sus padres, a sus espaldas, observaban la escena sorprendidos y alegres por la capacidad de su hijo. Le agradecían que tuviera dichas cualidades, viniendo de una familia de héroes lo haría un poderoso candidato para que en un futuro salvara vidas. Que fuera un símbolo de paz y condolencia humana. Que marcara la diferencia.

Pero los ojos oscuros de un adversario visualizaban la escena con asco y celos, completamente cegado por la rabia. No podía dejar de pensar que un niño de a penas cuatro años podía ser más llamativo que él, un adolescente de doce ya.

La inocencia del menor era tal, que ensimismado con sus juguetitos flotando, no notó que la mesa enfrente suyo yacía un metro por encima de su cabeza. Su papá, que poseía poderes sobre telequinesis, esperaba preocupado y ansioso a la vez a que el niño tuviera concentración y no dejara caer el objeto de madera sobre él. Pero la emoción del momento era más fuerte que cualquier otra cosa.

Allí empezaba todo.

Con un accidente provocado felizmente, que demostraba al niño en su manera poderosa de ser. Un niño que soñaba en ser como su hermano mayor, poder trabajar junto a él algún día, luchar contra el mal.

Pero el mal se había apoderado de Akiyama Morikuro hacia mucho tiempo, sólo que bastó una gota para que este comenzara a florecer ante la superficie.

En un momento de inercia, cuando jugaba nuevamente en la bañera mientras su mamá enjuagaba su cabello, el teléfono sonó. La mujer hizo señas a su pequeño para que no se moviera de donde estaba, y que no hiciera ninguna travesura. Pero el pequeño seguía probando hacer elevar las burbujas de jabón sin que explotaran.

Inocencia interrumpida, asquerosa. Eso pensaba su hermano Akiyama de él. Hachiro solo era un pedazo de basura ante sus ojos. Algo que no servía, que había sido creado por puro accidente. Que había llegado para reemplazar su puesto. Tanto odio contenido, supo lo que haría tan pronto como se mostró en el marco de la puerta del baño. Mitad de su cuerpo asomándose, observando a su hermanito juguetear y reír.

No hizo ningún ruido. Solo camino hacia la bañera repleta de jabón, sin molestar con sus pasos. Aún así Hachiro lo notó, y no se inmutó mucho por su llegada repentina. Lo saludó con un tierno "hola, Kima"; palabras que hicieron los dientes del mayor chirriar por la fuerza que ejercía sobre ellos. La ira incrementaba, y el menor lo notó.

─¡Kima que haces!─comentó divertido el niño, viendo las medias de su hermano mayor mojarse al pisar los pequeños rastros de agua en el suelo del baño.─¡Te vas a mojar!─añadió Hachiro. Pero al no recibir respuesta, volvió a prestarle atención a las burbujas de jabón flotando.

Fue un instante. Ni una palabra entre medio de sus alborotadas acciones. Se acercó a la bañera, agachándose a la altura de Hachiro. El niño pensó que quería jugar con él, pero la realidad fue otra. Fueron segundos quizás, en los que no pudo reaccionar el menor. Sintió un par de manos alrededor de su pequeño y pálido cuello. Luego, la presión.

No parecía un juego, y no estaba cerca de serlo.

No era divertido.

Cómo si no bastara quitarle el oxígeno de esa manera, empujó al niño hacia el fondo de la bañera. Con su particularidad, Akiyama cerró la puerta del baño para que sus padres no entraran a detenerlo si escuchaban algún ruido. Bajo sus fuertes manos, Hachiro luchaba por respirar. No podía salir del agua, por mas que pataleara y gritara parecía que ningún mínimo sonido era reconocido desde fuera del cuarto de baño.

Kima sonrió satisfecho de que su plan iba de acuerdo a lo pensado. Había sido más fácil de lo que creyó.

Pero las cosas no terminaron allí. Hachiro estiró sus manos hacia los antebrazos de su hermano mayor. Con una fuerza extraordinaria para un niño tan pequeño, intentó removerlos. Sus bracitos se habían tornado de un tono oscuro, rozando cada vez más en un negro azabache. Con los ojos cerrados bajo en agua, batallaba para librarse del agarre despiadado del contrario, sintiendo que la vida se le escapaba de sus manos.

Sintió miedo. Miedo a morir, porque incluso sin saber lo que era le llegaba a temer. Su hermano le provocaba pavor de inmediato, y su agarre filoso ganas de desaparecer bajo su manto cruel.

Abrió los ojos.

Uno de sus orbes platinos había adquirido un iris azul eléctrico, con el resto de la pupila convirtiéndose poco a poco en una esfera negra que, por un momento, asustó a Akiyama. Pero soltando un grito violento, azotó la cabeza del menor contra el suelo de la bañera y la fuerza de su agarre bastó para que dejara de patalear.

Sus brazos cayeron a los lados de su cuerpo, y sus párpados se cerraron.

La vitalidad de su alma había desaparecido, formando una sonrisa plenamente diabólica en su hermano mayor. Aquel que se suponía tenía una responsabilidad con protegerlo, se había hecho cargo de terminar su propia tarea en sus manos. Y no supo cómo ni qué pasó entre medio, pero mientras Hachiro se veía a si mismo levitando sobre un cielo estrellado en una noche de verano, una sensación de paz y calma lo inundaba. No recordaba a su hermano, ni como había llegado a aquel lugar. Solo que su peso era casi nulo, inexistente ante la gravedad del paraíso.

Y de pronto, regresó.

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