𝟎𝟐♔・The Hall of the Fallen (+18)
❝It is better to fight and fall
than to live without hope❞
━━The Saga of the Vosungs, c. 12.
𝐋𝐎𝐒 𝐒𝐎𝐍𝐈𝐃𝐎𝐒 𝐃𝐄𝐋 𝐀𝐂𝐄𝐑𝐎 𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐀 𝐄𝐋 𝐀𝐂𝐄𝐑𝐎 inundaron el aire como el olor de la podredumbre. Todo el reino era un festín de carne, sangre y polvo. Era el salón de los caídos. De la muerte misma. De la desesperación. Algunos daneses que entraron desde otros puntos del reino empezaron a saquear en los hogares, robando todo lo que encontraban por el camino. La mitad de los caballos se espantaron por el fuego y dejaron de cargar a sus jinetes.
Nuestro semental se encabritó y levantó las patas delanteras ante un hombre forzudo que nos miraba con furia y justo cuando se abalanzó hacia nosotros, Æðelgar movió espuelas e hizo que el semental descendiera violentamente, sus patas delanteras se incrustaron de lleno en el cráneo del pagano, dejando un charco de sangre y sesos a su paso. El animal, asustado, cargó contra otro enemigo pero finalmente perdió la inercia y cayó, todavía lanzado algunas dentelladas a diestro y siniestro.
Æðelgar, previniendo la caída del animal, aprovechó y saltó ileso, le seguí el paso y cuando puse ambos pies en el terreno no perdí tiempo y ayudé al semental a incorporarse pero este huyó totalmente enloquecido. Y sabía, en el fondo, que era mejor así, si lo encontraban en batalla, lo matarían. Si iba libre, lo dejarían vivo y nosotros ya estábamos cerca de la Iglesia.
Æðelgar arrancó un hacha incrustada en el brazo de un sajón y la agarró con fuerza.
—Vamos —me dijo, cogiéndome del brazo—. Ya estamos cerca. Recemos para que no puedan abrir las puertas de la catedral.
—Resistirán, ¿no? —pregunté. Una parte de mí sabía que sí y esperaba con todas mis fuerzas que no se atreverían a entrar a un lugar sagrado. Bastante caos provocaron en los hogares ajenos. En la Iglesia no había nada que les interesara.
—Eso espero. —Fue lo único que me dijo, su mirada era solemne y seria. Muy pocas veces lo había visto así. No me cabía duda de que estaba molesto consigo mismo por no haber luchado junto a su padre.
Un danés lleno de tatuajes y trenzas se aproximó a nosotros, intercediendo en nuestro paso. Me sorprendió ver que no tenía tanta armadura encima, parecían personas humildes como granjeros y ganaderos con escudos y hachas pero aun así, sabía que sus acciones carecían de humildad cuando arrasaban aquello que no les pertenecía por derecho propio.
Como si leyera mis pensamientos, nos miraba con desdén pero también pude atisbar algo de diversión en sus rasgos cuando sus ojos se posaron sobre los míos. Portaba dos grandes hachas algo maltrechas en sus manos.
—Atrás. —Æðelgar me colocó una mano sobre el vientre y me impulsó suavemente hacia atrás. Su cuerpo me ocultó el rostro del pagano. Sin dejar de mirarlo con el hacha en la mano, continuó—: Si me pasa algo, no mires hacia atrás y corre hacia la Iglesia.
Sin esperar una respuesta, Æðelgar se dispuso a hacerle frente. El danés chocó sus dos hachas y con una gran sonrisa dio pasos hacia el sajón. Las hachas rozaron varias veces, sabía que Æðelgar optaría por la velocidad y no por la fuerza. El danés lanzó un tajo, pero el cristiano retrocedió, poniéndose fuera de su alcance. Con un rugido, el vikingo se movió para seguirlo pero Æðelgar cuidaba mejor sus movimientos, poseía mayor sutileza. Dejó que el pagano lanzara estocadas una y otra vez para debilitarlo. Una le rozó en el hombro y le hizo un pequeño corte, contuve un grito de terror pero fue rápido en recuperarse.
Cuando el vikingo hizo un movimiento brusco con su brazo derecho formando un gran arco en el aire, Æðelgar se aproximó a su flanco desprotegido en las axilas y levantó el hacha desde abajo hacia arriba y le cercenó el brazo por completo, una gran cantidad de sangre salió de sus cartílagos rotos y su hueso quedó colgando como una rama muerta. Los alaridos de dolor que profirió me hicieron recordar que también eran humanos.
El sajón danzó a su izquierda mientras el vikingo hacía todo lo posible por recuperarse y aprovechó para hacerle lo mismo en el brazo izquierdo. Sus brazos y sus hachas cayeron al suelo. El rostro de Æðelgar estaba tan lleno de sangre que apenas podía verle los ojos.
Él había practicado todos los días el arte del combate y había presenciado un millar de muertes pero jamás se había enfrentado a alguien en un combate de vida o muerte. Ahora la pelea era más letal, diferente, violenta... Y a medida que lo observaba no me cabía duda de que había nacido para luchar.
El vikingo se lanzó hacia él con fiereza pese a todo pero lo único que consiguió fue que su muerte fuera más temprana. Æðelgar levantó el hacha con un rugido y la bajó vertiginosamente hacia la cabeza del danés. Cerré los ojos con estremecimiento para no ver la escena y cuando los abrí, el charco de sangre manchaba mis pies. Æðelgar corrió hacia mí y me volvió a coger de la mano.
—Siento que hayas tenido que ver eso —me dijo acariciándome las yemas de los dedos. La sangre embarró mis uñas y lo único que veía en su rostro que no fuera rojo, era el color verde de sus ojos—. Tenemos que irnos, aguanta solo un poco más y lo lograremos. Verás como esta pesadilla acabará pronto y volveremos a estar en el valle, aquel que tanto amas. —Me colocó un mechón rubio detrás de mi oreja con suavidad.
Cuando seguimos hacia delante, no paraba de mirar al suelo mientras Æðelgar me guiaba para evitar contemplar más violencia de la debida pero cuando por fin llegamos a la Iglesia, comprendimos que estaba abarrotada y todos los plebeyos se agrupaban como ganado sobre las puertas, desesperados por entrar pero estaban cerradas. Æðelgar me llevó en medio de la multitud, pasando como podíamos mientras rozábamos espaldas sudorosas y ensangrentadas. Rodric y sus guardias retenían a la gran mayoría de los vikingos pero una horda de ellos se aproximó hacia nosotros desde otra entrada, la misma que habían abierto tras escalar la fortaleza y abrir las compuertas. Estábamos retenidos.
—¡Abran la puerta! ¡En nombre de Dios! —La voz de Æðelgar resonó por todos lados—. ¡Vamos! —Algunos hombres abrieron las puertas y dejaron entrar a la multitud, primero a los mayores y a los niños, luego a los adultos y a los jóvenes. Nosotros entramos en último lugar y cuando cerraron las puertas nuevamente, los vikingos empezaron a dar golpes fuertes.
—¡Resistirá! —gritaba un hombre para relajar a las mujeres—. ¡Y si no lo hace, resistiremos nosotros!
—¡Los demonios no pueden entrar aquí! —gritó una joven—. ¡No pueden! ¿Verdad? ¿¡Verdad!? —Estaba horrorizada y sus ropajes estaban sucios y maltrechos. Tenía los ojos rojos y le temblaba todo el cuerpo—. Por favor...
Un hombre mayor se orinó delante mía pero Æðelgar me llevó hacia el fondo para alejarme de toda aquella locura.
Unos golpes más y las puertas temblaron. Las astas bajas se rompieron y una nube de polvo entró por sus rejillas.
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