𝟎𝟏♔・Demonios del Norte (+18)
❝When a real battle starts
you'll always find that
there is no bravest man❞
━━The Poetic Edda
867 d.C.
Eoferwoc, reino de York.
𝐄𝐋 𝐂𝐈𝐄𝐋𝐎 𝐃𝐄𝐋 𝐄𝐒𝐓𝐄 𝐒𝐄 𝐓𝐈𝐍̃𝐎́ 𝐃𝐄 𝐑𝐎𝐒𝐀 𝐘 𝐑𝐀𝐘𝐎𝐒 𝐂𝐀́𝐍𝐃𝐈𝐃𝐎𝐒 como oro fundido daban la bienvenida a un nuevo amanecer en York. Mis manos y mi cuerpo se apoyaron en la delicada hierba que crecía con fortaleza sobre el valle del reino, su tacto reconfortante se deslizaba suavemente de un lado a otro al son de las caricias incorpóreas de la brisa matutina, meciéndose entre mis dedos como finas hebras de un tejido hiemal.
A mi lado estaba Æðelgar, tumbado sobre la hierba, su cabello negro ondulado jugueteaba en sus mejillas mientras contemplaba cómo la luz cambiaba y pasaba del negro al añil, del rosa al naranja y del naranja al azul. El dorado era más predominante a medida que el amanecer avanzaba por los prados y los bosques de nuestra fortaleza.
Cerré los ojos y escuché el sonido lejano de las aguas fantasmales que caían sobre la ladera de la montaña más cercana. Me imaginé el brillo de su superficie cristalina al contactar con los rayos de luz, formando un manto albino como las alas de un ángel. Sonreí y por inercia, me llevé una mano al colgante de cruz que llevaba encima de mi pecho.
—¿Crees que padre se enfadará si pongo rumbo hacia nuevas tierras sin él? —me preguntó Æðelgar con emoción—. ¿A explorar nuevos lares que van más allá de lo que las vistas hacia el mar nos puede enseñar desde aquí?
Desde pequeño deseaba explorar más allá de Inglaterra solo pero su padre no quería y a pesar de que ya era un adulto y tenía buenas habilidades en el arte del combate y la exploración, aún se lo restringía. Él pensaba que era porque no confiaba en sus dones pero yo sabía que lo hacía por miedo a perder a su hijo. Su único hijo biológico que le había dejado su mujer antes de fallecer.
—Ya sabes lo que va a decir —respondí sin titubear. Acaricié la punta superior de la cruz—. Pero sobre todo, sabes lo que vas a encontrar. No eres él único que estaría navegando en esas aguas norteñas.
—Siempre saltas con lo mismo. —Æðelgar se incorporó con un suspiro—. Sabes tan bien como yo que nuestros navíos superan los drakkis de esos demonios del norte.
—Drakkar —le corregí con tono burlón. También me incorporé para compartir una mirada y espero, que así, comprendiera que yo también tenía miedo de perderle porque los ojos a veces podían expresar más de lo que una palabra podría hacer. Sus ojos verdiazules brillaban con fuerza—. Se llaman Drakkar y para tu información, si en dado caso pudieras vencerlos, todavía te quedaría enfrentarte a ellos físicamente si alguno logra llegar hasta ti. ¿Crees que con las cosquillas que das al luchar podrías derrotarlos, eh?
Me reí pero mi diversión no fue compartida. Æðelgar me miró serio. Tenía miedo de haberlo insultado pero al poco tiempo, descubrí que estaba fingiendo y se abalanzó hacia mí, sonriente. La fuerza de su cuerpo encima del mío hizo que cayera sobre la hierba.
—¿Así? —me preguntó entre risas. El sonido de su carcajada reverberó sobre mi oreja derecha y sus dedos se movieron sobre la piel de mis antebrazos hasta pasar por mi clavícula pero cuando llegaron al cuello, no pude aguantar más.
—¡Basta...! ¡Quieto! —exclamé fingiendo clemencia pero la diversión se había apoderado de nuestras acciones—. ¡Ya...!
Æðelgar era bueno luchando pero no tenía la rabia de guerra que poseían los paganos. Esa misma ira que los hacía más peligrosos. Eran producto del diablo.
—¡Ríndete ahora o perece en el intento, alma impura! —vociferó con una mueca juguetona. Sus manos ahora retenían mis muñecas en ras del terreno. No podía moverme—. ¿Ves? ¡Las cosquillas de manos experimentadas como las sajonas son la clave esencial para derrotar a los sucios perros del norte, hermana!
El padre de Æðelgar, Rodrik, me había acogido como una más en la familia tras el incendio y aprovechando mi condición de orfandad, me adoptó, así que Æðelgar se comportaba como si fuera mi hermano mayor muchas de las veces. Y eso me disgustaba por razones muy obvias.
—¿Así que piensas seguir adelante con esta payasada? —pregunté haciendo una mueca traviesa—. Está bien, verás ahora.
Cuando le iba a devolver la broma, las campanas resonaron por todos los recovecos de nuestra ciudad. Æðelgar con un gesto brusco se incorporó y me ayudó a levantarme.
—Demonios del norte... —Oí que maldecía entre dientes mientras me cogía de la mano—. ¡Vámonos...!
—¿Pero cómo...? —No pude continuar, simplemente no podía hablar.
Se me formó un nudo en el estómago cuando el sonido de las campanas aumentaron. Un siseo constante lo acompañó. Me dejé llevar por Æðelgar, sus dedos se entrelazaron con los míos que no tardaron en sudar y a temblar, producto del pavor.
El sonido de las campanas fue disminuyendo y una lluvia de flechas surcó el cielo mostrando la viva imagen de un arco descendente que venía directo hacia nuestra ciudad.
—Joder... —susurró Æðelgar llevándome hacia detrás de un árbol. Me colocó sus manos sobre mi rostro, en cada uno de mis pómulos que se habían vuelto completamente carmesíes por el esfuerzo—. Escúchame, esto es lo que haremos. Vete lo más lejos posible de aquí y nos encontraremos en la cabaña del bosque, yo iré a buscar a padre...
La cabaña del bosque era un lugar querido para nosotros, de pequeños siempre nos refugiábamos allí cuando hacíamos alguna travesura y no queríamos que Rodric nos encontrara.
—¡No! ¡No te voy a dejar solo! —lo interrumpí de inmediato. Estaba horrorizada por entrar a la ciudad pero no podía dejar a Æðelgar aislado. Si quería encontrar a su padre, bien, pero lo encontraríamos juntos.
—Escúchame —insistió. Con sus ojos me estaba suplicando que le hiciera caso pero no podía abandonarlo. Simplemente no podía. Sentí que sus dedos temblaban sobre mi rostro—. Todo saldrá bien. Vete de aquí. Esos demonios no tienen piedad y menos con las mujeres. No quisieras saber lo que te harían y no puedo permitir que te hagan cualquier daño, no me lo perdonaría. Te prometo que volveré. —Bajé la vista, un nudo en la garganta empezó a formarse y los ojos empezaban a escocerme. Æðelgar me obligó a mirarlo con dulzura—. Te lo prometo.
Lo miré con tristeza pero un movimiento detrás suya me hizo desviar la atención hacia los matorrales. Æðelgar se dio la vuelta frenéticamente mientras me daba la mano. Los vikingos ya estaban aquí y nos obstaculizaban cualquier posible salida. Debíamos entrar a la ciudad y buscar un refugio. La boca del lobo era peligrosa pero también alberga misterios en su oscuridad.
Eran más de diez los que habían elegido este camino. Me sorprendí al ver lo altos y fuertes que eran pero sobre todo, lo que más me impactó fue la mirada demencial que tenían con ansías de guerra, sangre y dolor.
Los daneses habían elegido varios puntos de entrada y al vivir en un reino conformado por una isla, los accesos eran mucho más asequibles. Eran expertos en asedios y en atravesar mares tan peligrosos como el ojo de huracán.
Sabía que alguna vez este acontecimiento iba a pasar cuando el rey Alfred se negó a entregarle nuestras tierras a esos demonios pero no pensé que iba a ocurrir tan temprano.
Æðelgar me tomó del rostro nuevamente.
—Corre y no pares. —Tan rápido como reaccionó, me cogió de la mano y nos metimos de lleno en la ciudad. Sabía adónde iba a ir.
La Iglesia era un edificio protegido y sabía que no se atreverían a entrar en un sitio cristiano. Los demonios ardían bajo la tierra sagrada aunque me albergaron ciertas dudas.
Un mendigo empezó a gritar en medio de la plaza cuando entramos de lleno.
—¡Los demonios del norte han venido a robarnos nuestras almas! ¡Los daneses no buscan la redención! ¡Este es el fina...! —Una flecha traspasó su pescuezo y el hombre cayó de rodillas vomitando sangre. Un norteño se acercó a él y levantó el hacha en dirección a su cabeza pero no vi nada más que carne. Æðelgar se puso delante mía para que no viera la escena. Su camisón blanco maltrecho tenía una raja en la altura de su pecho, de modo que solo vi su desnudez. Los latidos de su corazón besaron mi nariz y me arrastró hacia otro lado.
Los norteños emprendieron la carga entre gritos y en poco tiempo, nos superaban en número. Eran una plaga. Una plaga que aumentaba en poco tiempo y nos hacía más que perecer de desesperación a los lugareños.
Eché la vista hacia atrás, hacia la fortaleza que cayó en picado haciendo un sonoro estruendo. Algunos gritos se tornaron en gemidos. Las rocas se mancharon de sangre. Algunos de los hogares empezaron a arder. Las cabezas de los guardias sajones que vigilaban la entrada empezaban a pudrirse empaladas en estacas, en los muros de la fortaleza.
Los sajones de la guardia central preparaban una andanada que dibujaba su arco mortífero hacia los paganos pero estos no tenían miedo de perecer. Se abalanzaron sobre ellos con un grito desgarrador, hachas y espadas en manos. Las campanas resonaron de nuevo. Do-DOOON do DOOOON do-DOOON do-DOOOON pero cesó finalmente.
Ya no había nadie que la pudiera tocar.
El que dirigía la guardia era Rodric, el padre de Æðelgar, pero hacía tiempo que no podía hacerlo porque había enfermado y le fallaban las dos piernas, aun así, su admiración era tan grande que allí estaba tras la muerte del actual comandante sajón, sin rastro de dolor o al menos, eso hacía aparentar. Allí estaba con sus antiguos hombres. Allí estaba tan curtido en la batalla como tan buen padre que era. Su cabello oscuro le llegaba hasta los anchos hombros y poseía la misma determinación que un mozo en sus años venideros. Su cicatriz en el pómulo derecho se dobló tras rugir una orden.
—¡Proteged los flancos y el centro! —gritó mientras hacía un gesto con la enorme espada. Mil voces respondieron a su grito—. ¡Que no traspasen la plaza central!
—¡Padre! —gritó Æðelgar pero se dio cuenta del error que había cometido. No podía desconcentrarlo.
Rodric nos miró a ambos, horrorizado.
—¡Marchaos! —gritó—. ¡Marchaos de aquí!
—¡Pero padre...! —Quiso decir Æðelgar pero sabía que tenía razón.
—¡Nos defendemos el uno al otro, siempre ha sido así! —dijo Rodric sin dejar de mirar hacia los paganos—. Os tenéis mutuamente. —Con un leve movimiento de cabeza se permitió mirar a Æðelgar—. Æðelgar. Ya eres un hombre, compórtate como tal y protégela. —Me miró a mí pero sin apartar la mirada de reojo de aquellos paganos—. Dorothy. Ya eres una mujer, sabes cómo comportarte, protege a mi hijo de igual manera. No dejéis que el miedo os domine. —Tras articular las últimas palabras, volvió su completa atención hacia los norteños, él y sus hombres estaban en medio de nosotros y de los vikingos. Siendo nuestra muralla, nuestra fortaleza.
—Vamos, chico. ¡Haz lo que te dice el comandante! —le dijo uno de los hombres de su guardia que se había dado cuenta de la situación—. Vamos. Cada segundo que se cuenta es importante.
—¡El actual comandante de guardia no me da órdenes! —rugió Æðelgar, testarudo, pero yo sabía que se comportaba así porque tenía miedo de perderlo.
—¡No te lo ordena el comandante, te lo ordena tu padre! —exclamó Rodric. Volvió la vista hacia él una vez más. Los norteños se aproximaban hacia nosotros como una manada rabiosa—. Ahora haz lo que te digo y sé un hombre porque huir no es de cobardes si vas a estar al lado de una persona que te quiere viva. Y tú también a ella. No confundas valentía con testarudez. De nada te sirve ser valiente si vas a acabar muerto.
Æðelgar lo miró y observé que una lágrima caía sobre sus ojos. El verde esperanza de sus pupilas brillaba más que nunca. Era el momento. Ahora o nunca. Era una decisión que importaba. Una decisión que podía cambiar el rumbo de nuestras vidas.
Æðelgar se decidió y se secó la lágrima con la manga y subió sobre el semental más cercano —si bien a regañadientes—. Me ayudó a subir y picó espuelas, no sin antes dirigir una mirada a su padre.
Eché la vista hacia atrás en medio del galope y vi cómo Rodric esbozó una sonrisa de tristeza y cargó contra los norteños que se abalanzaron hacia ellos con un grito escalofriante. Los sajones hicieron lo mismo con un aullido similar pero me obligué a mirar hacia delante.
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