❀33
Narrador Omnisciente
La Sala de Menesteres se abrió silenciosamente para Amaltea cuando pasó por tercera vez frente a la pared de ladrillos desnuda. Era la noche del último día de clases, y los pasillos del castillo estaban casi desiertos. La sala había tomado la forma de un espacio íntimo, con un sofá de terciopelo verde esmeralda, estantes llenos de libros antiguos, y un fuego crepitante en la chimenea que lanzaba sombras bailando por las paredes. Amaltea no se había molestado en cambiar su uniforme; su túnica de Hogwarts estaba ligeramente arrugada, y su cabello rubio caía desordenadamente sobre sus hombros.
La Sala de Menesteres respondió con precisión a las necesidades de Amaltea esa noche. Se encontraba junto al fuego, observando las llamas mientras trataba de calmar el torbellino de emociones que Theodore había despertado en ella durante los últimos meses.
La puerta se abrió con un leve crujido, pero ella no se molestó en girarse. Solo había una persona que podría entrar.
—Llegas tarde, Nott —dijo con tono cortante, sin apartar la vista del fuego.
—Creí que disfrutarías unos minutos de paz antes de que yo arruinara todo con mi presencia —respondió Theodore, cerrando la puerta detrás de él. Su tono era desenfadado, pero la tensión en sus palabras era palpable.
Se acercó lentamente, con ese aire de confianza irritante que siempre lo acompañaba. Amaltea finalmente se giró hacia él, cruzando los brazos sobre el pecho.
—¿Y qué excusa tienes esta vez? —preguntó, sus ojos verdes brillando con algo entre curiosidad y desafío.
Theodore se detuvo frente a ella, sus manos metidas en los bolsillos de su túnica.
—Vine para disculparme. Es lo que querías, ¿no? —dijo, inclinando ligeramente la cabeza, como si estuviera estudiando su reacción.
Amaltea arqueó una ceja.
—No sé, Theodore. Después de meses de actuar como un idiota, tal vez esperaba algo más que una simple disculpa.
Theodore suspiró, pasando una mano por su cabello desordenado antes de mirarla directamente.
—Mira, sé que lo arruiné. Sé que fui un imbécil, un idiota y probablemente un montón de otras cosas que no me atrevo a repetir ahora mismo. Pero lo que dije sobre tu sangre... —Hizo una pausa, su voz se volvió más suave—. Fue lo peor que pude haber dicho. Y me arrepiento de cada palabra.
Amaltea lo observó en silencio, sus brazos aún cruzados como si intentara protegerse de lo que sus palabras podrían significar.
—¿Y por qué lo dijiste, entonces? —preguntó, su tono firme pero no frío.
Theodore exhaló lentamente, como si estuviera reuniendo el valor para responder.
—Porque soy un imbécil. Y porque estaba asustado. Contigo... siempre es diferente. No sé cómo manejarlo, cómo manejarte. Así que lo arruiné, porque eso es lo que hago cuando algo empieza a importarme.
Amaltea parpadeó, sorprendida por la honestidad en su voz. Pero no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente.
—Eso es una excusa muy conveniente —dijo, con una pizca de sarcasmo en su tono—. ¿Qué me asegura que no lo arruinarás otra vez?
Theodore dio un paso hacia ella, rompiendo la poca distancia que quedaba entre ellos. Sus ojos eran intensos, y su expresión, por una vez, estaba sin vista de esa arrogancia que solía irritarla.
—Nada —admitió—. Pero puedo prometerte que intentaré no hacerlo. Que intentaré ser alguien mejor... por ti.
El silencio que siguió fue tan pesado como el aire antes de una tormenta. Amaltea sintió cómo su corazón latía con fuerza en su pecho, pero no dejó que eso la desviara.
—Eso es mucho "intentar", Theodore. ¿Qué pasa si fallas?
Él esbozó una sonrisa, esa sonrisa que siempre la hacía querer golpearlo y besarlo al mismo tiempo.
—Bueno, supongo que te dejaré patearme el trasero otra vez. Parece que se te da bastante bien.
Amaltea soltó una pequeña risa, a pesar de sí misma.
—Eres imposible.
—Lo sé —dijo Theodore, inclinándose ligeramente hacia ella—. Pero también soy bastante persistente.
Amaltea lo miró fijamente, como si intentara descifrarlo. Finalmente, dejó escapar un suspiro y descruzó los brazos.
—Está bien. Pero vamos despacio.
Theodore arqueó una ceja, una sonrisa divertida curvando sus labios.
—¿Despacio? ¿Nosotros? Amaltea, ni siquiera sabemos lo que significa esa palabra.
Ella puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar que una sonrisa apareciera en sus labios.
—Entonces será mejor que aprendamos.
Theodore asintió, aunque había algo travieso en su mirada.
—Claro, despacio. Empezaremos... ahora mismo.
Antes de que Amaltea pudiera responder, Theodore se inclinó y atrapó sus labios con los suyos. Fue un beso suave al principio, casi tentativo, como si él estuviera esperando que ella lo apartara. Pero cuando Amaltea no lo hizo, cuando en lugar de eso se acercó más a él, el beso se volvió más intenso, más urgente.
Amy podía sentir la calidez de sus manos en su cintura, el latido de su propio corazón acelerándose. Todo lo que había pasado entre ellos en los últimos meses parecía desaparecer en ese momento, dejando solo la realidad de lo que eran ahora.
Cuando finalmente se separaron, ambos estaban respirando con dificultad. Theodore la miró con una sonrisa satisfecha.
—Si esto es ir despacio, no estoy seguro de cómo será el resto.
Amaltea lo golpeó suavemente en el pecho, pero no pudo evitar reír.
—Eres imposible, Nott.
—Y tú me adoras por eso, Amy.
Ella negó con la cabeza, pero no lo contradijo. En ese momento, mientras la sala se llenaba del suave crepitar del fuego, supo que, por primera vez en mucho tiempo, no necesitaba preocuparse por el mañana.
[ • • • ]
El campo de Quidditch estaba vacío, iluminado por los últimos rayos de sol que pintaban el cielo de un suave color naranja. Nelly, con el uniforme de Ravenclaw impecable, se encontraba recostada en el césped junto a Draco Malfoy, quien, había aflojado la corbata de Slytherin y desabotonado el primer botón de su camisa.
—¿De verdad tienes que ser tan dramático? —preguntó Nelly, cruzando los brazos mientras lo observaba con una mezcla de diversión y cariño.
Draco, que tenía un brazo detrás de su cabeza y un tallo de hierba en la boca, la miró de reojo y sonrió.
—¿Dramático? Yo lo llamo estilo. Además, estoy intentando asimilar que este es tu último día aquí. ¿Qué voy a hacer sin ti, Parkinson?
Nelly rodó los ojos, aunque su corazón dio un pequeño salto al escuchar el tono suave y melancólico de su voz.
—Supongo que sobrevivirás. Tienes a tus amigos. Los verás todos los dias en tu casa.
Draco se sentó de repente, fingiendo horror.
—¿Sobrevivir con Crabbe y Goyle? Por favor, amor, ellos piensan que un libro es algo que se come.
Nelly no pudo evitar reír, llevándose una mano a la boca para intentar ocultarlo.
—¡Draco! No seas tan malo. Pero seguro que Pansy te hará compañía.
—¿Pansy? —Draco hizo una mueca, volviendo a recostarse—. Prefiero hablar con el Blaise. Es más entretenido. Pansy sólo habla de Eros.
Nelly rió aún más, y, sin poder resistirse, le dio un suave golpe en el hombro.
—Eres terrible, Malfoy.
Draco sonrió triunfante, girándose hacia ella.
—Lo sé, pero ¿a que te encanto así?
Nelly lo miró con fingida severidad, pero no pudo mantener la expresión por mucho tiempo. Su sonrisa se filtró, y Draco la atrapó, mirándola con adoración.
—Sabes que voy a extrañarte, ¿verdad? —dijo, su tono más suave.
Nelly suspiró, apoyando la cabeza en su hombro.
—Yo también voy a extrañarte, Draco. Pero no es como si no nos fuéramos a ver en vacaciones.
—No es lo mismo. Aquí tengo una excusa para molestarte todos los días. En casa... bueno, tendré que esforzarme más.
—¿Y desde cuándo te esfuerzas? —bromeó ella, levantando la cabeza para mirarlo.
Draco fingió estar ofendido, llevándose una mano al corazón.
—¡Eso dolió, Parkinson! Creo que necesitaré terapia después de esto.
—Oh, cállate —dijo Nelly, riendo, antes de darle otro suave golpe en el brazo.
Después de un rato en silencio, disfrutando de la brisa y del sonido de los árboles cercanos, Draco habló de nuevo.
—Por cierto, mamá quiere conocerte.
Nelly lo miró, sorprendida.
—¿Narcissa Malfoy? ¿Tu madre?
—No, elfos domésticos disfrazados de Malfoy. Claro que mi madre —respondió Draco, con una sonrisa burlona.
Ella le dio otro golpe, esta vez un poco más fuerte.
—No seas tonto, Malfoy.
—Es mi encanto natural. Pero, sí, ella quiere que vengas a casa este verano. Dice que está preocupada porque paso demasiado tiempo con una Ravenclaw. Cree que podrías convertir mi habitación en una biblioteca.
Nelly soltó una carcajada, imaginando la escena.
—¿Y qué le dijiste?
—Le dije que no tenía nada de malo. Mi habitación necesita más libros y menos túnicas aburridas.
—¿De verdad le dijiste eso?
Draco se inclinó hacia ella, con una sonrisa traviesa.
—No, pero lo pensé. Le dije que eras brillante, que eras increíblemente lista y que nadie más me hace reír como tú.
Nelly sintió un calor subiendo por su rostro, y bajó la mirada para que Draco no notara el rubor en sus mejillas.
—¿Y qué dijo ella?
—Dijo que quería conocerte lo antes posible.
Nelly jugueteó con un mechón de su cabello, considerando la idea.
—Bueno... ¿qué tal si nos reunimos en casa de mi tía Pandora? Siempre pasamos las vacaciones ahí, y tiene ese invernadero que seguro le encantará.
Draco asintió, sus ojos llenos de afecto.
—Es una idea perfecta. Mi madre estará encantada.
—¿Y tú? —preguntó ella, alzando una ceja.
—Yo siempre estoy encantado contigo, Parkinson.
Nelly rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír.
El sol ya estaba desapareciendo detrás de las montañas cuando Draco rompió el silencio una vez más.
—Nelly...
—¿Sí?
—Prométeme algo.
—¿Qué cosa?
Draco tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella.
—Prométeme que siempre me dirás si estoy siendo un idiota.
Nelly rió suavemente, apretando su mano.
—Eso no necesitas pedírmelo. Lo haré, te lo aseguro.
—Y prométeme que nunca me cambiarás.
Nelly se inclinó hacia él, apoyando la cabeza en su hombro.
—No tengo planes de hacerlo.
Draco sonrió, inclinándose para besar suavemente su frente.
—Entonces supongo que estamos condenados a ser felices juntos.
—Supongo que sí.
Mientras las estrellas comenzaban a aparecer en el cielo, Draco y Nelly permanecieron allí, disfrutando de su último momento juntos en Hogwarts por ese año.
[ • • • ]
La Sala Común de Slytherin estaba tranquila, envuelta en la tenue luz verdosa que se filtraba desde el lago. Pansy estaba cómodamente sentada sobre el regazo de Eros, quien la abrazaba por la cintura mientras su nariz rozaba el cuello de ella.
—Sabes que podríamos quedarnos aquí toda la noche —murmuró Eros con una sonrisa pícara, dejando un beso suave justo debajo de su oreja.
Pansy entrecerró los ojos, fingiendo indignación.
—Evans, si insinúas que vamos a romper el toque de queda otra vez, me temo que esta vez no me salvaré de McGonagall.
—Oh, vamos —respondió Eros, su tono divertido—. Admitámoslo, McGonagall tiene debilidad por mí. Probablemente solo me daría una palmadita en la cabeza y diría: "Evans, ¿otra vez?"
Pansy soltó una carcajada y le dio un leve golpe en el pecho.
—Eres insuperable.
—Por eso me amas —replicó él con una sonrisa deslumbrante, sosteniendo su mirada.
Ella rodó los ojos, aunque la curva de sus labios lo delató.
—Tal vez, pero no te pongas tan confiado, Evans.
Eros apretó un poco más el abrazo, inclinándose para mirarla a los ojos.
—Confío porque sé que nunca me dejarías. Soy irresistible, Parkinson.
Pansy rió entre dientes, justo cuando la puerta de la Sala Común se abrió con un leve chirrido. Ambos giraron la cabeza, y Eros tensó la mandíbula al ver a Harry de pie en el umbral, luciendo inseguro y cansado.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Eros, su tono cortante.
Harry tragó saliva, claramente incómodo, pero dio un paso adelante.
—Quiero hablar contigo.
Eros arqueó una ceja, sin molestarse en disimular su escepticismo.
—¿Hablar? ¿Por qué ahora? ¿No estás demasiado ocupado con James?
Pansy se enderezó, sintiendo la tensión en el cuerpo de Eros. Bajó de su regazo lentamente, alisándose la falda.
—Quizás debería dejarlos solos —dijo, dando un paso hacia la puerta.
—No, Pansy, por favor quédate —dijo Harry rápidamente, levantando la mano como si temiera que ella desapareciera.
Ella lo miró con sorpresa, pero asintió.
—De acuerdo.
Eros soltó un suspiro pesado, pero no dijo nada. Sus ojos seguían fijos en Harry, apoyándose contra el sofá.
—¿Qué quieres, Harry?
Harry lo miró directamente, aunque sus manos temblaban ligeramente.
—Quiero disculparme, Eros. Por todo.
—¿Por todo? —repitió Eros, su tono ácido—. ¿Por qué no empiezas por lo que realmente importa? ¿Por dejarme de lado cuando más te necesitaba? ¿Por preferir a un hombre que ni siquiera te conoce por encima de mí, que he estado a tu lado toda tu vida?—Eros rió sin humor, negando con la cabeza. —¿Sabes cuánto dolió, Harry? ¿Cuánto dolió verte preferir a James cuando he estado contigo toda tu vida?
Harry bajó la mirada, avergonzado, pero no se retiró.
—Sé que te fallé. Sé que te hice sentir que no importabas, y me odio por eso. Pero quiero arreglarlo, Eros.
—¿Arreglarlo? —Eros soltó una risa sin humor—. ¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Qué te hace pensar que después de todo esto puedes simplemente venir y decir "lo siento" como si eso borrara lo que pasó?
—Eros... —Pansy comenzó a hablar, pero se detuvo al ver la mirada endurecida de él.
Harry, sin embargo, alzó la cabeza, sus ojos brillando con determinación.
—Lo sé. Sé que no puedo borrarlo. Pero puedo empezar de nuevo, si me dejas.
Eros lo observó por un largo momento, sus emociones luchando por salir a la superficie. Finalmente, dejó escapar un suspiro, pasando una mano por su cabello.
—¿Por qué ahora, Harry?
Harry respiró hondo.
—Porque casi muero. Porque vi a Cedric morir. Porque pensé que nunca tendría la oportunidad de decirte cuánto te necesito. De cuanto necesito a mi hermano mayor conmigo.
Pansy, que había permanecido en silencio, se acercó a Harry y le puso una mano en el hombro.
—Harry... —su voz era suave, maternal—. Nadie debería pasar por lo que tú pasaste hoy. Lo que pasó no fue tu culpa. Cedric... él era un buen chico, y lo que sucedió fue horrible. Pero no tienes que cargar con todo. —Harry asintió débilmente. —Está bien sentirte mal, pero también está bien querer arreglar las cosas.
Eros frunció el ceño, aunque su postura comenzó a relajarse ligeramente.
Harry asintió, mordiéndose el labio para contener las lágrimas.
—No quería perderte, Eros. No quiero seguir alejándome de ti.
Eros finalmente relajó los hombros, aunque su expresión seguía siendo seria.
—¿Por qué ahora? ¿Por qué decidiste que este era el momento de venir a disculparte?
Harry lo miró directamente, su voz temblorosa.
—Porque no quiero que el miedo o el orgullo me roben lo que me queda de familia.
Hubo un largo silencio en la sala. Finalmente, Eros dejó escapar un suspiro pesado y se frotó el puente de la nariz.
—Está bien, Harry. Pero no será fácil. No voy a fingir que no me dolió todo esto.
Harry asintió rápidamente.
—Lo entiendo. Solo... gracias por darme una oportunidad.
Pansy sonrió levemente, dándole un apretón en el hombro antes de volverse hacia Eros.
—¿Ves? No fue tan difícil, Evans. Ahora, sé un buen hermano y dale un abrazo.
Eros rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír un poco. Se acercó a Harry y lo abrazó brevemente, palmeándole la espalda.
—Si vuelves a hacer algo así, Potter, te las verás conmigo.
Harry rió suavemente, asintiendo.
—Lo prometo.
Pansy observó la escena con una sonrisa satisfecha, le dio un pequeño apretón en el hombro a Harry.
—Ves, no fue tan difícil, ¿verdad?
Eros resopló, rodando los ojos.
—Sí, bueno. No sé si mereces tanto crédito, Parkinson.
Ella le lanzó una mirada divertida.
—Oh, cállate, Evans. Eres un gran blandengue y lo sabes.
Harry rió suavemente, rompiendo un poco la tensión.
—Gracias, Pansy. Por quedarte.
—No tienes que agradecerme, Harry —respondió ella con un tono sincero, aunque su mirada se suavizó aún más—. Siempre estaré aquí para ti, y créeme, este tonto también lo estará.
Eros negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír.
—Sí, Potter. Supongo que también estoy aquí.
Harry rió, y Pansy le dio un empujón ligero a Eros.
—Eres insoportable, pero adorable.
—Lo sé, cariño —respondió Eros con una sonrisa ladeada, mientras rodeaba la cintura de Pansy con un brazo.
—Bien, ahora que todo está arreglado, ¿podemos volver a mi momento con mi novio?
Eros rió, abrazandola por completo por detrás.
—No te preocupes, Parkinson. Tu turno no ha terminado.
Pansy le dio un golpe en el brazo, pero se dejó llevar, mientras Harry los miraba con una mezcla de gratitud y afecto. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía parte de algo.
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