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❀32

Narrador Omnisciente

La bruma de la mañana cubría los terrenos de Hogwarts como un velo de espesa neblina. El castillo, que solía irradiar una atmósfera de seguridad y familiaridad, hoy parecía más ominoso, como si supiera que algo oscuro se cernía sobre sus muros. Era el día de la última prueba del Torneo de los Tres Magos, y la tensión en el aire era palpable.

Eros caminaba por los terrenos con la mente en mil lugares diferentes. No podía apartar el pensamiento de su hermano menor, quien estaría enfrentándose a una de las pruebas más peligrosas de su vida en unas pocas horas. Desde que Harry había sido elegido para el torneo, todo había sido un torbellino de preocupaciones. Pero hoy, en particular, había algo diferente, algo más pesado.

Eros y Harry siempre habían tenido una relación complicada, pero se amaban, y estaban ahi cuando el otro lo necesitara. A pesar de ser hermanos, el distanciamiento entre ellos había crecido con la aparición de James Potter, como una grieta que no dejaba de ensancharse. Sin embargo, eso no impedía que Eros sintiera una preocupación punzante por el menor. A fin de cuentas, era su hermano. Era sangre de su sangre, y aunque no lo demostrara, su corazón estaba agitado ante lo que estaba por venir.

Mientras caminaba cerca del laberinto, que estaba preparado para la prueba final, observó los altos setos que lo componían, y el miedo se instaló en su pecho. Aquello no era una simple competencia. El peligro era real, y no podía sacarse de la cabeza las veces que Harry había estado al borde de la muerte desde que llegó a Hogwarts. Y, sin embargo, parecía que a nadie le importaba realmente.

Harry había sido valiente hasta ahora, pero Eros sabía que la valentía no siempre era suficiente. Había algo más en juego aquí, algo que Eros no podía ver del todo pero que lo inquietaba profundamente.

—Debería estar allí para él —murmuró, aunque sabía que su relación con Harry hacía que acercarse fuera complicado.

James, su padre, estaba en algún lugar del castillo, probablemente desinteresado en lo que le sucediera a Harry. James nunca había sido un padre de verdad, ni para Eros ni para Harry. Había abandonado a su familia cuando ellos más lo necesitaban, y la amargura de esa traición seguía carcomiendo a Eros por dentro. Pero eso no tenía importancia ahora. Eros estaba decidido a no repetir los errores de su padre. No quería abandonar a Harry, no hoy.

El ambiente en los terrenos de Hogwarts era como una olla a presión a punto de estallar. Los alumnos se agrupaban en diferentes puntos, observando el laberinto con expresiones de curiosidad y temor. Algunos murmuraban teorías sobre lo que sucedería dentro, otros se limitaban a esperar en silencio. Entre ellos, Eros caminaba como un espectador atormentado, con Pansy caminando a su lado, intercalando la mirada entre el suelo por el que caminaba y su novio, preocupada, Eros deseaba estar en dos lugares al mismo tiempo: junto a su hermano y fuera de ese maldito torneo.

La tarde comenzó a caer, y con ella, el momento de la prueba final. Eros observaba desde las gradas, a su lado, Pandora se mordia las mejillas angustiada, buscando a Harry con la mirada. Lo vio junto a Cedric Diggory, Viktor Krum y Fleur Delacour, los otros campeones. Harry parecía pequeño entre ellos, pero había algo en su mirada, algo que a Pandora le recordó a Lily. Esa misma determinación, ese coraje que no flaqueaba ante la adversidad.

—Harry —susurró Eros, como si su voz pudiera atravesar la distancia y alcanzarlo.

La señal fue dada y los campeones se adentraron en el laberinto. Eros se quedó inmóvil, el corazón acelerado, sintiendo que algo malo estaba por suceder.









[ • • • ]














El aire dentro del laberinto era espeso, casi sofocante. Las paredes de seto parecían moverse y cambiar cada vez que Harry avanzaba, como si el propio laberinto estuviera vivo. Cedric estaba en algún lugar cercano, pero los sonidos de sus pisadas habían desaparecido hacía un rato.

El peso de la Copa de los Tres Magos era casi tangible. Harry podía sentir su proximidad, pero también sabía que había algo más, algo que no encajaba. Los instintos que había desarrollado tras años de enfrentar el peligro lo mantenían alerta.

—Vamos, Harry, sólo un poco más —se dijo a sí mismo, aunque el nerviosismo crecía en su pecho.

De repente, una luz brillante apareció entre los setos. Era la Copa. Cedric también la vio, y ambos comenzaron a correr hacia ella, sus pies golpeando el suelo de tierra con fuerza. En un momento, decidieron tomarla juntos, compartir la victoria. Pero lo que Harry no sabía era que aquello no era el final. No era una simple copa.

Cuando sus dedos tocaron la fría superficie del trofeo, sintió un tirón en el estómago, como si hubiera sido arrastrado por una cuerda invisible. El suelo desapareció bajo sus pies, y un vértigo terrible lo envolvió. Al abrir los ojos, ya no estaba en el laberinto. El aire era frío y húmedo, y el lugar donde se encontraba irradiaba maldad.

—¿Dónde estamos? —preguntó Harry, el corazón en la garganta.

Cedric estaba junto a él, pálido como un fantasma, mirando a su alrededor con una mezcla de confusión y terror. Ambos reconocieron la lápida cercana, pero antes de que pudieran procesarlo, una figura apareció en la penumbra.

—Mátenlo —dijo una voz fría, helada como la muerte misma.

En un parpadeo, el hechizo fue lanzado. Harry vio cómo la luz verde impactaba en Cedric, y su amigo cayó al suelo, muerto. Un grito desgarrador escapó de su garganta. No podía creerlo. Cedric estaba muerto.

Todo parecía suceder en cámara lenta, su alrededor estaba borroso, sus manos tenían un ligero temblor, sentía la garganta seca, sus ojos buscaban una salida a través del vidrio roto de sus anteojos.

Harry no pudo hacer nada para evitarlo, tan firmemente estaba atado. Mirando hacia abajo de soslayo, forcejeando inútilmente con las cuerdas que lo sujetaban a la lápida, la brillante daga plateada, temblando en la mano que le quedaba a Colagusano. La punta penetrar en el pliegue del codo del brazo derecho, y la sangre escurriendo por la manga de la rasgada túnica.

Colagusano, sin dejar de jadear de dolor, se hurgó en el bolsillo en busca de una redoma de cristal y la colocó bajo el corte que le había hecho a Harry de forma que entrara dentro un hilillo de sangre.

Tambaleándose, Ilevó la sangre de Harry hasta el caldero y la vertió en su interior. Al instante el liquido adquirió un color blanco cegador. Habiendo concluido el trabajo, Colagusano cayó de rodillas al lado del caldero; luego se desplomó de lado y quedó tendido en la hierba, agarrándose el muñón ensangrentado, sollozando y dando gritos ahogados.

El caldero hervía a borbotones, salpicando en todas direcciones chispas de un brillo tan cegador que todo lo demás parecía de una negrura aterciopelada.

Nada sucedió.

«Que se haya ahogado — pensó Harry— que haya salido mal...»

Y entonces, de repente, se extinguieron las chispas que saltaban del caldero. Una enorme cantidad de vapor blanco surgió formando nubes espesas y lo envolvió todo, de forma que no pudo ver ni a Colagusano ni al cadáver de Cedric ni ninguna otra cosa aparte del vapor suspendido en el aire.

«Ha ido mal —pensó —. Se ha ahogado... Por favor... por favor, que esté muerto...»

Pero entonces, a través de la niebla, aterrorizado, del interior del caldero se levantaba lentamente la oscura silueta de un hombre, alto y delgado como un esqueleto.

—Vísteme —dijo por entre el vapor la voz fría y aguda, y Colagusano, sollozando y gimiendo, sin dejar de agarrarse el brazo mutilado, alcanzó con dificultad la túnica negra del suelo, se puso en pie, se acercó a su señor y se la colocó por encima con una sola mano.

El hombre delgado salió del caldero, mirando a Harry fijamente. Potter contempló el rostro que había nutrido sus pesadillas durante los últimos tres años. Más blanco que una calavera, con ojos de un rojo amoratado, y la nariz tan aplastada como la de una serpiente, con pequeñas rajas en ella en vez de orificios.

Lord Voldemort había vuelto.

Apartó la vista de Harry y empezó a examinar su propio cuerpo.

Las manos eran como grandes arañas blancas; con los largos dedos se acarició el pecho, los brazos, la cara. Los rojos ojos, cuyas pupilas eran alargadas como las de un gato, refulgieron en la oscuridad. Levantó las manos y flexionó los dedos con expresión embelesada y exultante. No hizo el menor caso de Colagusano, que se retorcía sangrando por el suelo, ni de la enorme serpiente, que otra vez había aparecido y daba vueltas alrededor de Harry, emitiendo sutiles silbidos. Voldemort deslizó una de aquellas manos de dedos anormalmente largos en un bolsillo de la túnica, y sacó una varita mágica.

La acarició suavemente, y luego la levantó y apuntó con ella a Colagusano, que se elevó en el aire y fue a estrellarse contra la tumba a la que Harry estaba atado. Cayó a sus pies y quedó allí, desmadejado y llorando.

Voldemort volvió hacia Harry sus rojos ojos, y soltó una risa sin alegría, fría, aguda.

La túnica de Colagusano tenía manchas de sangre, pues éste se había envuelto con ella el muñón del brazo.

—Señor.. — rogó con voz ahogada— seño.. me prometió... me prometió...

—Levanta el brazo — dijo Voldemort con desgana.

—¡Ah, señor.. gracias, señor..!

Alargó el muñón ensangrentado, pero Voldemort volvió a reírse.

—¡El otro brazo, Colagusano!

—Ha retornado —dijo con voz suave — Todos se habrán dado cuenta... y ahora veremos... ahora sabremos.

Apretó con su largo índice blanco la marca del brazo de Colagusano. La cicatriz volvió a dolerle, y Colagusano dejó escapar un nuevo alarido.

Voldemort retiró los dedos de la marca de Colagusano, y vi que se había vuelto de un negro azabache.

Con expresión de cruel satisfacción, Voldemort se irguió, echó atrás la
cabeza y contempló el oscuro cementerio.

—Al notarlo, ¿cuántos tendrán el valor de regresar? —susurró, fijando en las estrellas sus brillantes ojos rojos — ¿Y cuántos serán lo bastante locos para no hacerlo?

Comenzó a pasear de un lado a otro ante Harry y Pettigrew, barriendo el cementerio con los ojos sin cesar. Después de un minuto volvió a mirar a Harry, y una cruel sonrisa torció su rostro de serpiente.

—Estás sobre los restos de mi difunto padre, Harry —dijo con un suave siseo— Era muggle y además idiota... como tu querida madre. Pero los dos han tenido su utilidad, ¿no? Tu madre murió para defenderte cuando eras niño, mientras escondía a tu...querido hermano... A mi padre lo maté yo, y lo útil que me ha sido después de muerto.

Voldemort volvió a reírse. Seguía paseando, observándolo todo mientras andaba, en tanto la serpiente describía círculos en la hierba.

—¿Ves la casa de la colina, Potter? En ella vivió mi padre. Mi madre, una bruja que vivía en la aldea, se enamoró de él. Pero mi padre la abandonó cuando supo lo que era ella: no le gustaba la magia. La abandonó y se marchó con sus padres muggles antes incluso de que yo naciera, Potter, y ella murió dándome a luz, así que me crié en un orfanato muggle... pero juré encontrarlo... Me vengué de él, de este loco que me dio su nombre.

Siguió paseando, dirigiendo sus rojos ojos de una tumba a otra.

—Lo que son las cosas: yo reviviendo mi historia familiar... —dijo en voz baja—. Vaya, me estoy volviendo sentimental...¡Pero mira, Harry! Ahí vuelve mi verdadera familia...

El aire se llenó repentinamente de ruido de capas. Por entre las tumbas, detrás del tejo, en cada rincón umbrío, se aparecían magos, todos encapuchados y con máscara. Y uno a uno se iban acercando lenta, cautamente, como si apenas pudieran dar crédito a sus ojos. Voldemort permaneció en silencio, aguardando a que llegaran junto a él. Entonces uno de los mortífagos cayó de rodillas, se arrastró hacia Voldemort y le besó el bajo de la negra túnica.

—Señor.. señor... —susurró.

Los mortífagos que estaban tras él hicieron lo mismo. Todos se le fueron acercando  de rodillas, y le besaron la túnica antes de retroceder y levantarse para formar un círculo silencioso, de forma que Harry, Voldemort y Colagusano, que yacía en el suelo sollozando y retorciéndose, quedaron en el centro. Dejaban huecos en el círculo, como si esperaran que apareciera más gente. Voldemort, sin embargo, no parecía aguardar a nadie más. Miró a su alrededor los rostros encapuchados y, aunque no había viento, un ligero temblor recorrió el círculo, haciendo crujir las túnicas.

—Bienvenidos, mortífagos —dijo Voldemort en voz baja— Trece años... trece años han pasado desde la última vez que nos encontramos. Pero siguen acudiendo a mi Ilamada como si fuera ayer... ¡Eso quiere decir que seguimos unidos por la Marca Tenebrosa!, ¿no es así?

Echó atrás su terrible cabeza y aspiró, abriendo los agujeros de la nariz, que tenían forma de rendijas.

—Huelo a culpa —dijo—Hay un hedor a culpa en el ambiente.

Un segundo temblor recorrió el círculo, como si cada uno de sus integrantes sintiera la tentación de retroceder pero no se atreviera.

— Los veo a todos sanos y salvos, con sus poderes intactos... ¡qué apariciones tan rápidas!... y me pregunto: ¿por qué este grupo de magos no vino en ayuda de su señor, al que juraron lealtad eterna?

Nadie habló. Nadie se movió salvo Colagusano, que no dejaba de sollozar por su brazo sangrante.

—Y me respondo —susurró Voldemort —Debieron de pensar que yo estaría acabado, que me había ido. Volvieron ante mis enemigos, adujeron que habían actuado por inocencia, por ignorancia, por encantamiento... Y entonces me pregunto a mí mismo: ¿cómo pudieron creer que no volvería? ¿Cómo pudieron creerlo ellos, que sabían las precauciones que yo había tomado, tiempo atrás, para preservarme de la muerte? ¿Cómo pudieron creerlo ellos, que habían sido testigos de mi poder, en los tiempos en que era más poderoso que ningún otro mago vivo? Quizá creyeron que existía alguien aún más fuerte,  alguien capaz de derrotar incluso a lord Voldemort. Tal vez ahora son fieles a ese  alguien... ¿Tal vez a ese paladín de la gente común, de los sangre sucia y de los muggles, Albus Dumbledore?

A la mención del nombre de Dumbledore, los integrantes del círculo se agitaron, y algunos negaron con la cabeza o murmuraron algo. Voldemort no les hizo caso.

—Me resulta decepcionante. Lo confieso, me siento decepcionado...













[ • • • ]



















Los nervios estaban a flor de piel, y el aire parecía pesado con la incertidumbre que envolvía el Torneo de los Tres Magos. El laberinto en el que Harry y los otros campeones se encontraban era solo una parte del problema. Pandora y Eros, sentían una angustia que los consumía por dentro.

Pandora no podía estarse quieta. Caminaba de un lado a otro, sus pasos rápidos resonaban en la hierba húmeda, mientras sus ojos, siempre tan llenos de calidez, ahora estaban desorbitados por la preocupación. Su rostro estaba pálido, y las líneas de tensión se marcaban en su frente y alrededor de sus labios apretados.

—No debería estar ahí. ¡Él no debería estar ahí! —decía una y otra vez, como si repetirlo pudiera cambiar la realidad.

Eros estaba de pie, con los brazos cruzados sobre su pecho, pero sus manos temblaban ligeramente. A pesar de su semblante endurecido y su intento de mantener la compostura, no podía esconder el miedo que lo devoraba. Eros y Harry, la distancia entre ellos, culpa de James Potter. Sin embargo, en ese momento, toda esa frialdad se desmoronaba. Su hermano estaba en peligro, y no importaba cuánto pelearán, Harry seguía siendo su hermano.

Pansy, intentaba con todas sus fuerzas mantener el equilibrio entre la preocupación y la calma. Sabía que perder el control solo empeoraría la situación, así que puso una mano suave en el brazo de Eros, intentando anclarlo en el presente.

—Eros, mírame —le dijo con suavidad, obligándolo a salir de sus pensamientos oscuros—. Harry es fuerte, ha pasado por tanto y siempre ha salido adelante. No lo subestimes.

Eros no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en el horizonte, donde el laberinto se alzaba como una sombra monstruosa, devorando a los campeones que se aventuraban en él. Finalmente, exhaló un suspiro profundo, pero no de alivio, sino de agotamiento emocional.

—No es solo eso, Pansy —murmuró Eros con la voz ronca—. No es solo el torneo. Es todo lo que representa. No estoy allí para protegerlo, y me siento... impotente.

Pandora dejó de caminar por un momento y se volvió hacia ellos, con los ojos brillantes de lágrimas no derramadas.

—Lo que dice Eros es verdad. Esto no es solo un juego. Algo terrible está a punto de suceder, lo siento en los huesos —dijo Pandora, su voz quebrándose—. Mi hijo está en el laberinto, puedo sentir que algo oscuro se cierne sobre nosotros.

Amaltea, estaba cerca, mirando a su madre con una mezcla de preocupación y determinación. Ella sabía que no podía dejarse llevar por el miedo de su madre; tenía que ser fuerte por ella, aunque también sintiera la angustia en su pecho.

—Mamá.. —dijo Amaltea con calma, acercándose para tomar la mano de Pandora—. No podemos entrar en pánico. No ahora.

Leonor, observaba la escena en silencio. Aunque siempre había sido la más despreocupada del grupo, esta situación la tenía tan afectada como a los demás. Su mirada se dirigió a Eros, quien seguía tenso, con la mandíbula apretada.

—Eros, no puedes hacer nada más que esperar. Todos estamos aquí para apoyarnos —dijo Nelly con una firmeza en su tono—. No podemos dejarnos consumir por lo que no sabemos. Eso no ayudará a Harry ni a nadie.

Draco, que hasta ese momento había permanecido algo apartado, observando a su tía Pandora, finalmente intervino. Estaba preocupado, tal vez no por Harry, sino por lo que este torneo podría significar para su familia. Sabía que su padre, Lucius, estaba envuelto en oscuras alianzas, y la sola idea de que algo del otro lado del laberinto tuviera que ver con él le causaba una sensación de vacío en el estómago.

—Tía Pandora, sé que mi padre nunca quiso que estuvieras cerca de nuestra familia, pero yo... —Draco vaciló, el tono de su voz suave y, por un momento, vulnerable—. Yo no quiero que estés mal. Harry es... complicado, pero no deseo que nada malo le pase.

Pandora se detuvo y miró a Draco con sorpresa. No esperaba que el joven Malfoy, quien siempre había mantenido una cierta frialdad hacia Harry y su entorno, mostrara tal empatía en ese momento.

—Gracias, Draco —murmuró Pandora, y por un breve instante, la tensión en su rostro se suavizó, aunque solo un poco.

Draco asintió, pero su mente seguía trabajando a toda velocidad. No podía quitarse la sensación de que, pase lo que pase en ese laberinto, podría haber repercusiones que tocaran a su familia. Si su padre estaba involucrado, si Lucius tenía algo que ver con lo que estaba sucediendo, Draco no estaba seguro de cómo manejarlo. Deseaba, con cada fibra de su ser, que su padre no estuviera metido en nada que pudiera dañar aún más a los que amaba.

—Solo espero que esto no tenga nada que ver con mi padre —susurró Draco, casi para sí mismo, pero lo suficiente alto como para que Eros lo escuchara.

Eros lo miró de reojo. Nunca había confiado en los Malfoy, pero confiaba en Draco. Pero ahora mismo, no lo sabía. Lo único que importaba era Harry.

Pansy, al notar la creciente tensión entre Draco y Eros, intervino rápidamente.

—Estamos todos nerviosos, y eso es normal —dijo con suavidad, mirando a ambos chicos—. Pero necesitamos mantenernos unidos. No podemos hacer nada desde aquí, excepto estar preparados para cuando todo esto termine.

Pandora se acercó a su hija, acariciando suavemente el cabello de Amaltea. Aunque su corazón estaba lleno de miedo, agradecía la presencia de todos a su alrededor, especialmente la de su hija. Si algo terrible sucedía esa noche, al menos no estaría sola.

El silencio volvió a instalarse entre ellos, solo interrumpido por el viento que hacía crujir las ramas de los árboles cercanos. Las miradas de todos seguían fijas en el laberinto, esperando, con cada segundo que pasaba, alguna señal de lo que estaba ocurriendo dentro.

—Sea lo que sea lo que suceda allá adentro, estaremos listos —dijo Leonor, rompiendo el silencio una vez más, su voz firme pero llena de preocupación.

Amy por el rabillo del ojo, identificó a Theodore, lucia una actitud despreocupada, un cigarrillo entre sus dedos, observando directo al inicio del laberinto, sin embargo, ella lo conocía demasiado bien para su gusto, para saber que habia nervios en su interior, y lo supo en cuanto sus ojos se dirigieron a ella, y el contacto visual se hizo presente.

No podía seguirlo negando.

—Sí —añadió Amaltea, sosteniendo la mano de su madre con fuerza—. Juntos.

Eros no respondió. Sus pensamientos estaban lejos, perdidos en la oscuridad del laberinto, con su hermano.


















[ • • • ]



















Voldemort levantó la varita, pero aquella vez Harry estaba listo: con los reflejos adquiridos en los entrenamientos de quidditch, se echó al suelo a un lado. Rodó hasta quedar a cubierto detrás de la lápida de mármol del padre de Voldemort, y la oyó resquebrajarse al recibir la maldición dirigida a él.

—No vamos a jugar al escondite, Harry—dijo la voz suave y fría de  Voldemort, acercándose más entre las risas de los mortífagos —No puedes esconderte de mí. ¿Es que estás cansado del duelo? ¿Preferirías que terminara ya, Harry? Sal, Harry... sal y da la cara. Será rápido... puede que ni si quiera sea doloroso, no lo sé... Como nunca me he muerto... ¡Estarás con tu madre! O puedes esperar y ver la muerte de todos los que amas...

Antes de que Voldemort asomara la cabeza de serpiente por el otro lado de la lápida, Harry se había levantado; agarraba firmemente la varita con una mano, la blandía ante él, y se abalanzaba al encuentro de Voldemort para enfrentarse con él cara a cara.

Voldemort estaba listo. Al tiempo que Harry gritaba «¡Expelliarmus!», Voldemort lanzó su «¡Avada Kedavra!»,

De la varita de Voldemort brotó un chorro de luz verde en el preciso
momento en que de la de Harry salía un rayo de luz roja, y ambos rayos se encontraron en medio del aire. Repentinamente, la varita de Harry empezó a vibrar como si la recorriera una descarga eléctrica. La mano se le había agarrotado, y no habría podido soltarla aunque hubiera querido. Un estrecho rayo de luz que no era de color rojo ni verde, sino de un dorado intenso y brillante, conectó las dos varitas, y Harry, mirando el rayo con asombro, vio que también los largos dedos de Voldemort aferraban una varita que no dejaba de vibrar.

Y entonces (nada podría haber preparado a Harry para aquello) sintió que sus pies se alzaban del suelo. Tanto él como Voldemort estaban elevándose en el aire, y sus varitas seguían conectadas por el hilo de luz dorada. Se alejaron de la lápida del padre de Voldemort, y fueron a aterrizar en un claro de tierra sin tumbas. Los mortífagos gritaban pidiéndole instrucciones a Voldemort mientras, seguidos por la serpiente, volvían a reunirse y a formar el círculo en torno a ellos.

El rayo dorado que conectaba a Harryy Voldemort se escindió. Aunque las varitas seguían conectadas, mil ramificaciones se desprendieron trazando arcos por encima de ellos, y se entrelazaron a su alrededor hasta dejarlos encerrados en una red dorada en forma de campana, una especie de jaula de luz, fuera de la cual los mortífagos merodeaban como chacales, profiriendo gritos que llegaban adentro amortiguados.

—¡No hagan nada! —les gritó Voldemort a los mortífagos.

Harry vio que tenía los ojos completamente abiertos de sorpresa ante lo que estaba Ocurriendo, y que forcejeaba en un intento de romper el hilo de luz que seguía uniendo las varitas. Harry agarró la suya con más fuerza utilizando ambas manos, y el hilo dorado permaneció intacto.

—¡No hagan nada a menos que yo se lo mande! — volvió a gritar Voldemort.

Pero, en cuanto lo hubo pensado, se convirtio en algo bastante más difícil de cumplir. Su varita empezó a vibrar más fuerte que antes y el rayo que lo unía a Voldemort había cambiado también: era como si unos guijarros de luz se deslizaran de un lado a otro del rayo que unía las varitas. Noté que su varita se sacudía en el interior de su mano mientras los guijarros comenzaban a deslizarse hacia su lado lenta pero incesantemente.

La dirección del movimiento del rayo era de  Voldemort hacia él, y notaba que su varita vibraba con enorme fuerza. Cuando el más próximo de los guijarros de luz se acercó a la varita de Harry, la madera que tenía entre los dedos se puso tan caliente que a Harry le dio miedo que se prendiera. Cuanto más se acercaba el guijarro, con más fuerza vibraba la varita de Harry. Tuvo la certeza de que, en cuanto tocara la varita, ésta se desharía. Parecía a punto de hacerse astillas entre sus dedos. Concentró cada célula de su cerebro en obligar al guijarroa retroceder hacia Voldemort, con el canto del fénix en los oídos y los ojos furiosos, fijos.

Uno de los guijarros de luz temblaba a unos centímetros de distancia de la varita de Voldemort. Harry no sabía por qué lo hacía, no sabía qué podría sacar de aquello pero se concentró como nunca en su vida en obligar a aquel guijarro de luz a ir hacia la varita de Voldemort, y despacio, muy despacio, el guijarro se movió a través del hilo dorado, tembló por un momento, y luego hizo contacto.

De inmediato, la varita de Voldemort prorrumpió en estridentes alaridos de dolor. Los rojos ojos de Voldemort se abrieron de terror, una mano de humo denso surgió de la punta de la varitay se desvaneció: el espectro de la mano que le había dado a Colagusano. Más gritos de dolor, y luego empezó a brotar de la punta de la varita de Voldemort algo mucho más grande, algo gris que parecía hecho de un humo casi sólido.

Formó una cabeza a la que siguieron el pecho y los brazos: era el torso.

Un viejo al que Harry había visto en cierta ocasión en un sueño salía de la punta de la varita.

Harry miró a Voldemort, que contemplaba atónito la escena, con los ojos abiertos como platos. Aquello lo había tomado tan de sorpresa como a Harry. Este oyó los apagados gritos de terror de los mortífagos, que rondaban fuera de la campana dorada.

Su espectro, o su sombra, o lo que fuera, cayó apoyándose sobre su cayado, examinó con alguna sorpresa a Harry, a Voldemort, la red dorada y las varitas conectadas.

—Entonces, ¿era un mago de verdad? —dijo el viejo, fijándose en Voldemort— Me mató, ése lo hizo... ¡Pelea bien, muchacho!

Pero ya estaba surgiendo una nueva cabeza y aquélla, gris como una
estatua de humo, era la de una mujer. Soportando las sacudidas con ambas manos para no soltar la varita, Harry la vio caer al suelo y levantarse como los otros, observando.

La sombra de Bertha Jorkins contempló con los ojos muy abiertos la batalla que tenía lugar ante ella.

—¡No sueltes!—le gritó, y su voz retumbó como si llegara de muy lejos—¡No sueltes, Harry, no sueltes!

Ella y el otro fantasma comenzarona deambular por la parte interior de la campana dorada, mientras los mortífagos hacían algo parecido en la parte de fuera... Las víctimas de Voldemort cuchicheaban rodeando a los duelistas, le susurraban a Harry palabras de ánimo y le decían a Voldemort cosas que Harry no alcanzaba a oír.

Y entre ellos, Harry vio la figura que más anhelaba y más temía.

—Mamá...

Lily Evans apareció ante él, su rostro suave y lleno de amor. Había una paz en su mirada, pero también una urgencia.

—Sé valiente, Harry —le dijo, su voz clara y reconfortante—. No te alejes de tu hermano. Él te necesita tanto como tú lo necesitas a él.

El corazón de Harry latía con fuerza, luchando por mantenerse en pie ante la abrumadora realidad de lo que enfrentaba.

—Cuando la conexión se rompa, desaparecere al cabo de unos momentos... pero te daremos tiempo.. Tienes que alcanzar el traslador, que te llevará de vuelta a Hogwarts. ¿Has comprendido, Harry?

—Sí —contestó éste jadeando, haciendo un enorme esfuerzo por sostener la varita, que se le resbalaba entre los dedos.

—Lo haré —contestó Harry con el rostro tenso por el esfuerzo.

—Prepárate—susurró la voz de su madre—Prepárate para correr... te amo hijo...¡Ahora!

—iYa!—gritó Harry.

No hubiera podido aguantar ni un segundo más. Levantó la varita con
todas sus fuerzas, y el rayo dorado se partió. La jaula de luz se desvaneció y se apagó el canto del fénix, pero las víctimas de Voldemort no desaparecieron: lo cercaron para servirle a Harry de escudo.

Y Harry corrió como nunca lo había hecho en su vida, golpeando a dos mortífagos atónitos para abrirse paso. Corrió en zigzag por entre las tumbas, notando tras él las maldiciones que le arrojaban, oyéndolas pegar en las lápidas: fue esquivando tumbas y maldiciones, dirigiéndose como una bala hacia donde estába el cadáver de Cedric, olvidado por completo del dolor de la pierna, concentrado con todas sus fuerzas en lo que tenía que hacer.
















[ • • • ]




















Mientras tanto, en las gradas, Eros sentía una angustia que no podía describir. Algo estaba terriblemente mal.

Había pasado demasiado tiempo desde que los campeones entraron en el laberinto, y la inquietud en los terrenos de Hogwarts iba en aumento. Los murmullos nerviosos entre los estudiantes y profesores creaban un ambiente asfixiante. Cada minuto que pasaba sin noticias de los participantes era una tortura para Eros. Aunque los demás en las gradas parecían contener la respiración, Eros sentía que algo más estaba en juego, algo que nadie más podía percibir.

Se levantó de su asiento, incapaz de quedarse quieto. Su mente daba vueltas, pensando en todas las posibles catástrofes que podrían haber ocurrido dentro del laberinto. Pero esto era diferente. Una especie de presentimiento oscuro lo invadía, una sombra que no había sentido en años, no desde la última vez que se había enfrentado a la magia oscura.

—Algo está mal —susurró para sí mismo, apretando los puños. Pansy lo miró, ella también lo sentia. Estaba al borde de ir corriendo hacia el laberinto, dispuesto a irrumpir si era necesario, cuando un destello de luz en el cielo lo detuvo.

La luz de la Copa apareció, y dos figuras se materializaron en el campo de Quidditch. Eros, junto con todos los demás, se inclinó hacia adelante para ver quiénes eran. Harry. Era Harry, tumbado en el suelo junto al cuerpo inmóvil de Cedric Diggory.

El grito de horror del padre de Cedric resonó en el aire, un sonido que desgarró el silencio y rompió el frágil control que Eros había estado manteniendo. Se lanzó desde las gradas, sin pensarlo dos veces. No le importaba quién estuviera mirando o las reglas que se estuvieran rompiendo. Solo había una cosa en su mente: Harry.

Eros corrió a través del caos que estallaba en los terrenos. La gente se amontonaba alrededor de Harry y Cedric, pero Eros empujó a quien fuera necesario para llegar a su hermano. Cuando por fin lo alcanzó, Harry estaba de rodillas, temblando, su rostro pálido como la cera y sus ojos llenos de una mezcla de terror, dolor y agotamiento. Parecía apenas consciente de lo que sucedía a su alrededor.

—Harry, ¿estás bien? —preguntó Eros, arrodillándose junto a él, sujetando a su hermano por los hombros.

Harry levantó la mirada, como si apenas registrara la presencia de Eros. Sus ojos estaban vidriosos, como si lo que había visto en ese cementerio estuviera grabado a fuego en su mente. La voz de Harry era apenas un susurro cuando habló:

—Está de vuelta... Voldemort... está de vuelta.

Las palabras cayeron como una losa, y el corazón de Eros se detuvo por un instante. Sabía lo que significaban, pero no estaba preparado para escucharlo, no de los labios de su propio hermano. La oscuridad que había sentido antes ahora se convertía en una realidad palpable.

Antes de que pudiera procesar completamente lo que Harry había dicho, Albus Dumbledore apareció, seguido de otros profesores que comenzaron a dispersar a la multitud. Pero Eros no se movió. Se quedó junto a su hermano, protegiéndolo, mientras el caos continuaba a su alrededor.

Harry estaba completamente deshecho, pero no podía dejar de repetir esas palabras. "Voldemort está de vuelta." La mirada perdida de su hermano le partía el alma a Eros. Sabía que había más detrás de esas palabras, pero Harry no podía decirlo todo aún. Lo que fuera que había pasado en ese cementerio lo estaba destrozando desde adentro.

Eros deseó poder hacer algo, cualquier cosa, para aliviar el peso que veía caer sobre los hombros de su hermano, pero no había nada que pudiera decir en ese momento que borrara el horror que Harry había vivido.


















[ • • • ]















Dentro de la enfermería, esa misma noche, después del engaño de Barty Crouch Jr.

El silencio de la enfermería era casi sepulcral. El mundo exterior parecía lejano, como si existiera detrás de una barrera invisible. Todo lo que Harry podía escuchar eran los latidos sordos de su propio corazón y el eco de las palabras de Voldemort reverberando en su mente. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a estar allí, de pie frente a él, viendo cómo Cedric caía al suelo, inmóvil, para nunca levantarse de nuevo.

—Debí ser yo... —Harry murmuró para sí mismo, mientras las lágrimas amenazaban con salir. Era un pensamiento que lo perseguía sin descanso. Cedric no debería haber muerto. Y ahora él tenía que cargar con ese peso.

La enfermería estaba vacía salvo por Eros, que se había quedado con él. Los ojos de Harry se movieron lentamente hacia su hermano mayor, sentado a su lado en silencio. Nunca habían sido cercanos, pero esta noche, Harry sentía que Eros era la única persona que comprendía al menos una fracción del dolor que lo devoraba.

—No puedo creer que esté muerto —dijo Harry, su voz quebrándose.

Eros no dijo nada al principio, pero luego colocó una mano firme sobre el hombro de Harry.

—No fue tu culpa, Harry —dijo en voz baja, aunque parecía que intentaba convencerse a sí mismo tanto como a su hermano—. Cedric tomó la Copa contigo... fue una trampa.

Harry negó con la cabeza. Sabía que Eros quería ayudarlo, pero las palabras sonaban vacías. La realidad era mucho más cruel.

—Lo vi, Eros. Vi cómo lo mataban. Y no pude hacer nada. No pude salvarlo. Ni a él ni a mí mismo.

Un silencio pesado se instaló entre ellos. Eros apretó los labios, mirando a Harry con una mezcla de empatía y tristeza. Él también había perdido mucho en su vida, y aunque las circunstancias eran distintas, entendía esa sensación de impotencia.

Finalmente, Harry rompió el silencio:

—Mamá... la vi —dijo, su voz apenas un susurro. —Cuando Voldemort me atacó —continuó Harry, recordando el momento con una claridad dolorosa—, nuestras varitas se conectaron. Y ella... apareció. Me dijo que fuera valiente... y que no me alejara de ti.

Eros lo miró, sorprendido. Había una mezcla de incredulidad y algo más profundo en su mirada, como si las palabras de Harry lo hubieran tocado de una manera inesperada.

—No te alejes de mí... —repitió Eros en voz baja, sintiendo un nudo en la garganta. —Lo prometo, Harry —dijo finalmente, su voz firme—. No te voy a dejar.

































Lune_black 16/09/24

y todo empeora y empeora...

un pequeño spoiler, es que Eros Parkinson si vera a Remus...pero no será feliz...

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Byeeeeeeeee

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