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Narrador Omnisciente

En la penumbra de la noche, susurros de silencio llenan el vacío de una habitación desierta. Entre sombras danzan recuerdos solitarios, melodías de anhelos perdidos. Las paredes guardan el eco de pasos solitarios, mientras la soledad se convierte en un compañero silencioso. En cada rincón, la ausencia se materializa, tejiendo un manto de tristeza que envuelve el alma en su frío abrazo. Sin testigos, las lágrimas caen como gotas de lluvia en un jardín olvidado, regando la melancolía que crece en la tierra árida de la soledad.

Bajo el cielo plomizo, el eco de risas compartidas se desvanece, dejando un vacío en el corazón. Cada recuerdo se convierte en un suspiro entrecortado, recordando los días de complicidad y confidencias. Las lágrimas caen como la lluvia que no puede ahogar la pena, mientras se siente la ausencia de aquellos que eran más que amigos, eran el tejido mismo de la existencia. Una familia. En el silencio de la pérdida, las palabras se desvanecen, pero la presencia eterna de su memoria persiste, como una herida que duele con la dulce nostalgia de lo que una vez fue.

Entre los fragmentos del alma, la grieta profunda deja escapar la esencia rota de lo que alguna vez fue entero. Cada latido resuena con la cadencia de un corazón hecho añicos, mientras la desolación se convierte en un eco implacable. Las lágrimas, como torrentes salados, barren los restos de la fortaleza interior, desvelando la fragilidad que yace bajo la fachada. En el abismo de la desesperanza, se deslizan susurros inaudibles de dolor, como un lamento sin palabras que se eleva desde el núcleo mismo de la quebrantada existencia.

En las sombras persistentes de la tristeza, la depresión se convierte en un laberinto sin salida. Cada intento de escapar es como caminar en círculos, atrapado en un torbellino de emociones oscuras. La luz parece distante, y la carga emocional se torna abrumadora, como un peso constante que se une al alma. La esperanza titubea en la penumbra, y el anhelo de encontrar consuelo se desvanece entre los suspiros apagados. En esta prisión emocional, el tiempo se estira infinitamente, y la idea de un amanecer emocional parece un sueño inalcanzable.

Atado a las cadenas invisibles de la propia mente, la liberación se vuelve un horizonte esquivo. Cada intento de escapar es como nadar contra una corriente incesante, arrastrando consigo los anhelos de una libertad que parece distante. Las alas de la esperanza se sienten pesadas, como si el cielo mismo conspirara contra la posibilidad de alzar el vuelo. En el laberinto interno, los susurros de la autoduda son eco constante, eclipsando la posibilidad de desplegar las alas y volar hacia una nueva realidad. La lucha se convierte en un eco silencioso, y la liberación se torna un anhelo enterrado en las sombras de la propia existencia.

La soledad, un océano sin orillas, donde las lágrimas son las olas que rompen contra las rocas del corazón. En su vastedad silenciosa, se siente el peso de la ausencia, y las lágrimas se convierten en compañeras en este viaje solitario. Es un lamento sin palabras, un eco de anhelos no cumplidos, donde la tristeza se convierte en la única melodía que resuena en el vasto espacio vacío de la propia existencia.

En la penumbra de la fraternidad, las sombras de la discordia se entretejen como hilos oscuros. El lazo de sangre, en vez de ser un vínculo irrompible, se convierte en un nudo apretado de conflictos no resueltos. Las palabras, afiladas como cuchillas, cortan a través del aire, dejando cicatrices emocionales que perduran. La atmósfera se carga con la electricidad de la ira, mientras la violencia estalla como una tormenta repentina, destrozando la paz que alguna vez existió entre hermanos. La familia se convierte en un campo de batalla, y la fragilidad de los lazos familiares se revela en la crudeza del enfrentamiento.

En las sombras de la mente, un viaje desconcertante se desplegó para aquel que se vio atrapado en el abrazo ilusorio de la alucinación. Sus sentidos, juguetones y rebeldes, tejieron un tapiz de realidades distorsionadas que desafiaban la lógica.

Colores vibrantes danzaban en el aire, mientras sonidos inexistentes susurraban melodías en sus oídos. Figuras etéreas se materializaban y se desvanecían, como si la realidad misma fuera un lienzo maleable pintado por la mente enloquecida.

En este laberinto de percepciones alteradas, el tiempo perdía su linealidad, retorciéndose y estirándose en direcciones imposibles. Se encontraba atrapado en un torbellino de experiencias surrealistas, donde lo tangible y lo efímero se entrelazaban en una danza hipnótica.

Cada sombra adquiría vida propia, cada susurro resonaba con significados ocultos. La línea entre lo real y lo imaginario se desvanecía, y el viaje mental se convertía en un trance deslumbrante, desafiando la noción misma de la existencia.

Al despertar de esta odisea psicodélica, el individuo se hallaba en el mismo lugar físico, pero su perspectiva del mundo se había transformado. La alucinación, efímera pero impactante, dejó una marca indeleble en su percepción, recordándole que, a veces, la frontera entre la realidad y la fantasía es más tenue de lo que podríamos imaginar.

—Lily...ya lo dijimos...—susurró aquel entre sollozos al ver la figura de la pelirroja frente a el mirándolo entre lágrimas queriendo acercarse. —No puedes estar conmigo y...y yo no puedo estar contigo. Potter...el no me agrada pero...es, es mejor que yo mi bonita. Lo siento...

• • •

Era evidente que su amistad estaba marcada por la complicidad y risas compartidas. Sin embargo, cuando ella confesó sus sentimientos, el se encontro en un dilema emocional. Aunque valoraba su amistad, no podía corresponder esos sentimientos románticos.

Había tratado de manejar la situación con sensibilidad, pero la tensión entre ellos cambió la dinámica de su relación.

Pandora verdaderamente se había visto afectada incluso por ello. El hecho de que sus dos mejores amigos se alejaran y ella quedará en medio sufriendo en silencio sin poder decirlo a nadie, sin poder liberar aquellos sentimientos de frustración y tristeza que la estaban haciendo colapsar. Ni siquiera podía estar en el Gran Comedor sin que Lily cada vez que veía a Eros la dejara a ella sola para evitar encontrarse con el.

Se encontro en un limbo emocional, rodeado por la distancia que separaba a sus mejores amigos. Sus risas, una vez entrelazadas con las suyas, ahora resonaban desde lugares lejanos. Intento ser el puente entre sus mundos fragmentados, enviando mensajes que eran como botes en un océano vasto. En medio de sus historias desconectadas, lucho por mantener viva la esencia de su amistad, sintiendo el peso de la separación como un eco persistente en cada encuentro.

Y eso era lo que hizo que el vaso se derramará.

Las debilidades de Eros, eran Lily y Pandora, si su separación con la pelirroja de ojos verdes le había afectado, el hecho de saber que la rubia se había visto aún más afectada por la separación de su amistad, solo hizo que tomara las riendas, porque después de todo, las disculpas no eran su cualidad más fuerte, por lo que cada que había una discusión el siempre iba, meditaba en su habitación, y después volvía, como si nada hubiera pasado.

Eros sabía que podrían aprender a redefinir los límites de su amistad, pero el peso de la no correspondencia seguiría persistiendo, dejando una huella en su historia compartida.

—Tenemos que hablar. —Eros llegó y tomo asiento frente a Lily.

—Lo siento, en este momento no puedo. —ella ni siquiera lo miraba, agarro todos sus libros, queriendo levantarse e irse, sin embargo, Eros la detuvo tomándola de la mano y jalandola de nuevo a su asiento, acercando más la silla hacía ella.

—Tenemos que hablar. —volvió a repetir con serenidad. —Si quieres no hables, solo escúchame. Necesitamos arreglar esto, solo...hay que hacerlo por Pandora.

—No debí hacerlo. —murmuró. Eros suspiro.

—Quizás no pero, yo...yo comencé a salir con alguien. —Lily levantó la mirada ante ello.

—¿Están enamorados?—pregunto en un murmullo. Eros solo la miro en silencio durante unos minutos, antes de suspirar y tomar la mano de Lily con más fuerza.

—Si...ella, ella está enamorada de mi y yo de ella...—Eros bajo la mirada por un momento con una sonrisa. —Lily te diré algo y luego lo enterraremos para siempre, nadie además de Dora podrá saberlo. —acercó su silla aún más, solo sintiendo el calor que ambos liberaban. —Siempre te he amado. Pero el amor que siento por ti es diferente al que tu sientes.

—Si...

—Debía ser de esta manera bonita. —Lily sonrió bajando la mirada y soltando un suspiro tembloroso. —¿Aún seremos mejores amigos? Lils, por favor...—la pelirroja sollozo, levantando la mirada poco a poco, sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas.

—Eros...—Lily tomo la otra mano del Slytherin, sonriendo entre lágrimas. —Lo seremos siempre. Siempre. —el paso su mano por la mejilla de la pelirroja limpiando las lágrimas traicioneras que caían por sus mejillas.

• • •

Y en el rincón más profundo de la memoria, recuerdos dolorosos que yacían como sombras persistentes. Entre susurros de arrepentimiento y ecos de despedida, se desplegaba una narrativa tejida con hilos de nostalgia y corazones marcados por heridas invisibles.

Cada recuerdo, como páginas desgastadas de un libro antiguo, narraba la historia de pérdidas irreparables y decisiones lamentadas. En el escenario de la mente, se reproducían escenas donde el tiempo se congelaba en momentos de dolor palpable, dejando cicatrices imborrables en el tejido del alma.

Las lágrimas caídas en aquellos días parecían haberse fundido con los recuerdos mismos, creando un paisaje emocional en el que el sufrimiento y la melancolía se entrelazaban. Cada paso en el laberinto de la memoria evocaba la sensación de un peso inmutable, un lastre que se arrastraba con cada pensamiento retrospectivo.

Aunque el reloj avanzaba inexorablemente, aquellos recuerdos dolorosos actuaban como anclas en el tiempo, impidiendo cualquier escape completo de su abrazo sombrío. Cada intento de olvidar era solo un suspiro perdido en la vastedad de la mente, donde las cicatrices del pasado resonaban con una persistencia asombrosa.

Sin embargo, en medio de esa narrativa llena de pesar, destellaban destellos de fortaleza y resiliencia. Porque, a pesar de la oscuridad que envolvía esos recuerdos, también llevaban consigo lecciones valiosas y la promesa de un crecimiento personal.

Así, entre los pliegues de la memoria, se tejía una narrativa compleja, donde los recuerdos dolorosos no solo eran testimonios de sufrimiento, sino también testimonios de la capacidad humana para sanar y encontrar esperanza incluso en los momentos más oscuros.

A medida que el tiempo avanzaba, sentía cómo los recuerdos más felices se desvanecían lentamente, como hojas arrastradas por el viento de la memoria. Aquellas risas compartidas, los abrazos cálidos y las emociones intensas parecían deslizarse entre sus dedos, dejándolo con la nostalgia de lo que alguna vez fue.

Cada intento por aferrarse a esos momentos era como tratar de retener el agua en las manos; cuanto más lo intentaba, más escapaba. Sus recuerdos más luminosos se volvían difusos, como si la vida decidiera borrarlos gradualmente, dejándome con la sensación de perder una parte esencial de si mismo.

En la oscuridad de la noche, a menudo se encontraba reviviendo fragmentos de aquellas escenas perdidas, como destellos de un sueño lejano. La incertidumbre de no poder recordar con claridad las risas contagiosas y los momentos de pura alegría lo sumergía en una melancolía silenciosa.

Ni siquiera tenía fotografías que lo ayudarán a recordar, intentando capturar el escurridizo pasado en imágenes estáticas. Sin embargo, y aunque las tuviera, las sonrisas en movimiento, en papel no podían devolver la sensación viva y vibrante de la experiencia. Era como mirar a través de una ventana empañada hacia un tiempo que se desvanecía, y esa pérdida se convertía en un eco persistente en su corazón.

El eco de una cerradura cayendo llamo su atención, volteando lentamente a verla, sintiendo su corazón oprimirse, pero volviendo a respirar con tranquilidad cuando vio entra por la puerta a una mujer con cabellera rubia y ojos caídos en ojeras.

—Nat...—intento que una sonrisa apareciera en su rostro, pero solo una mueca de dolor lo hizo.

—Lo siento...—dijo bajando la mirada.

—Como cada día...

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