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SELENE BLACK - EXTRA 2

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El día había llegado. La luz del sol se filtraba suavemente a través de las ventanas del gran salón, bañando la habitación en un cálido resplandor dorado. El aire estaba impregnado de una mezcla de nerviosismo, emoción y un toque de nostalgia. Selene, vestida con su elegante vestido de novia, se encontraba de pie frente al espejo, contemplando su reflejo.

El vestido era una obra de arte. Un encaje fino adornaba el escote, que se ajustaba perfectamente a su esbelta figura. La falda caía en suaves capas, dándole un aire etéreo mientras los pliegues de la tela se movían ligeramente con cada uno de sus respiros. Los detalles en perlas y la sutil aplicación de hilos de plata le daban un brillo delicado, como si su vestido capturara la luz misma.

Selene observó su propio reflejo con una mezcla de asombro y timidez. Sus rizos castaños rubios, recogidos en un moño bajo y adornados con pequeñas flores blancas, enmarcaban su rostro, destacando sus ojos verdes que brillaban con una emoción contenida. Este era el momento con el que siempre había soñado, y ahora que estaba aquí, sentía que el tiempo pasaba demasiado rápido y demasiado lento a la vez.

Su mirada se desvió hacia la pequeña mesa junto al espejo, donde una antigua fotografía de Scorpius Black, su padre, descansaba en un marco de plata. Sus dedos acariciaron el marco con suavidad. Scorpius había muerto demasiado joven, antes de que ella siquiera naciera. Sin embargo, su legado y el amor que le transmitieron quienes lo conocieron, especialmente su abuelo Regulus, habían mantenido viva su presencia en su vida.

Un suave golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Giró la cabeza y vio a su madre, Ginny, entrando en la habitación. Ginny lucía radiante, con un vestido de un tono marfil que resaltaba su elegancia natural. Su cabello rojo, ahora salpicado de algunas hebras de plata, estaba peinado en suaves ondas que caían sobre sus hombros.

Ginny se acercó a su hija con una sonrisa que brillaba a través de la ligera humedad en sus ojos.

—Estás… estás hermosa, Selene —dijo Ginny, su voz cargada de emoción. Se acercó y tomó las manos de su hija, sus ojos recorriendo cada detalle del vestido y el rostro de Selene—. No puedo creer que este día finalmente haya llegado.

Selene sonrió con timidez, sintiendo cómo sus propias emociones amenazaban con desbordarse.

—Gracias, mamá —respondió, su voz apenas un susurro.

Ginny respiró hondo, como si quisiera absorber cada detalle de este momento.

—Estoy tan feliz por ti, cariño. Teddy es un hombre maravilloso, y sé que juntos van a construir una vida llena de amor y felicidad. Siempre supe que eras especial, pero verte aquí, a punto de casarte con alguien que te ama tanto… Es el sueño de cualquier madre.

Selene sintió cómo una lágrima resbalaba por su mejilla, pero no la apartó. Sabía que hoy habría muchas lágrimas, tanto de alegría como de añoranza.

Ginny soltó una de las manos de Selene y acarició suavemente la foto de Scorpius en la mesa.

—Tu padre estaría tan orgulloso de ti —dijo con un tono que mezclaba ternura y tristeza—. Aunque no pudo estar aquí para verte crecer, sé que siempre te ha estado cuidando, y sé que hoy, dondequiera que esté, está sonriendo y enviándote todo su amor.

Selene asintió, su voz atascada en la garganta. Siempre había sentido la ausencia de su padre, pero en días como hoy, esa ausencia era aún más palpable. Sin embargo, también sabía que su vida estaba llena de personas que la amaban, y que de alguna manera, Scorpius vivía a través de ellos.

—Gracias, mamá —dijo finalmente—. Me alegra tanto tenerte aquí conmigo.

Ginny la abrazó con fuerza, y por un momento, madre e hija permanecieron así, compartiendo un vínculo que iba más allá de las palabras.

• • •

La hora de la ceremonia se acercaba rápidamente, y el ambiente en la casa estaba lleno de expectación. Los invitados comenzaban a reunirse en el jardín, donde se llevaría a cabo la ceremonia. El lugar había sido transformado en un verdadero paraíso. Flores de todos los colores adornaban los arcos y las sillas dispuestas en filas perfectas, y un suave camino de pétalos blancos conducía hacia un altar simple pero elegante, cubierto con un dosel de flores y enredaderas.

El cielo estaba despejado, y el sol brillaba en lo alto, bañando el jardín en una luz cálida y acogedora. Todo estaba listo.

Selene estaba junto a la puerta principal, esperando a que llegara el momento de caminar hacia el altar. Su corazón latía con fuerza, y no podía evitar sentir una mezcla de nerviosismo y anticipación. Sus pensamientos se entrelazaban con recuerdos de su infancia, cuando ella y Teddy habían jugado juntos en estos mismos jardines, sin saber entonces que algún día se casarían aquí.

De repente, sintió una mano cálida en su hombro. Giró la cabeza y vio a su abuelo, Regulus, sonriéndole. Su rostro mostraba la madurez y el pasar de los años, pero sus ojos tenían la misma chispa de amor y orgullo que siempre había conocido.

Regulus estaba vestido con un elegante traje negro, con una flor blanca en el ojal, y su presencia emanaba una mezcla de solemnidad y cariño.

—¿Lista, mi pequeña? —preguntó Regulus, con una suavidad que solo él podía ofrecer.

Selene asintió, aunque sus manos temblaban ligeramente.

—Lo estoy, abuelo. Gracias por estar aquí conmigo —dijo, mirando a los ojos de Regulus con una gratitud que no podía expresar con palabras.

Regulus asintió, y su sonrisa se ensanchó.

—Siempre estaré aquí para ti, Selene. Y hoy, más que nunca, estoy orgulloso de llevarte al altar, de ser parte de este día tan especial para ti. Tu padre me dio el mayor regalo que alguien podría darme: la oportunidad de amarte y criarte como si fueras mi propia hija. Y hoy, estoy seguro de que él está aquí, con nosotros.

Selene sintió cómo sus emociones se desbordaban nuevamente, y respiró hondo para mantener la compostura. Se acercó a Regulus y le tomó la mano, sintiendo la calidez y la fuerza en su agarre.

—Gracias, abuelo —repitió, su voz llena de amor.

Juntos, se dirigieron hacia la entrada del jardín, donde la música ya había comenzado a sonar. Los invitados se pusieron de pie cuando los vieron aparecer, y un murmullo de admiración recorrió la multitud. Selene caminaba con paso firme, su mano entrelazada con la de Regulus, mientras avanzaban por el pasillo de pétalos blancos.

A lo lejos, Selene vio a Teddy esperando en el altar. Él la miraba con una sonrisa que irradiaba amor y devoción, y Selene sintió que su corazón se llenaba de una felicidad tan pura y completa que casi no podía contenerla.

Al llegar al altar, Regulus se detuvo y miró a Teddy con seriedad, pero también con afecto.

—Lupin —dijo Regulus, su voz firme—. Hoy te entrego a Selene, mi nieta, mi más preciado tesoro. Cuídala y ámala, como sé que lo harás, con todo tu corazón.

Teddy asintió, con la voz entrecortada por la emoción.

—Lo haré, señor —respondió, con una reverencia respetuosa—. Con todo mi ser.

Regulus tomó la mano de Selene y la colocó suavemente en la de Teddy, antes de dar un paso atrás, permitiéndoles unir sus manos completamente.

La ceremonia continuó, llena de palabras hermosas y promesas sinceras. Cuando llegó el momento de los votos, Teddy tomó la palabra primero. Miró a Selene a los ojos, sosteniendo sus manos con ternura.

—Selene —comenzó Teddy, su voz temblando ligeramente—. Te he amado desde que éramos niños, y mi amor por ti solo ha crecido con el tiempo. Hoy, delante de todos los que amamos, te prometo que siempre seré tu compañero, tu amigo, y tu mayor defensor. Prometo reír contigo en los buenos tiempos y sostenerte en los malos. Prometo amarte sin reservas, con cada parte de mi ser, y hacer todo lo que esté en mi poder para que nuestra vida juntos sea una de felicidad y amor. Eres mi mejor amiga, mi amor verdadero, y la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida.

Selene sintió cómo las lágrimas corrían por su rostro mientras escuchaba

las palabras de Teddy. Respiró hondo, tratando de mantener la compostura mientras pronunciaba sus propios votos.

—Teddy —dijo, su voz llena de emoción—. Desde el primer día que te conocí, supe que serías alguien importante en mi vida, pero nunca imaginé lo profundo que sería nuestro amor. Prometo ser tu compañera fiel, tu confidente, y tu mayor apoyo. Prometo reír contigo, llorar contigo, y crecer contigo. Prometo amarte cada día más, respetarte y honrarte, y construir una vida juntos llena de felicidad, aventuras y amor. Eres mi alma gemela, mi amor eterno, y no puedo esperar para pasar el resto de mi vida a tu lado.

Cuando los votos fueron pronunciados y las promesas hechas, el oficiante los declaró marido y mujer. Teddy y Selene se miraron, y en ese momento, nada más en el mundo importaba. Solo existían ellos dos, en medio de ese jardín bañado por el sol, rodeados de las personas que más amaban.

Teddy inclinó la cabeza y besó a Selene con toda la pasión y ternura que sentía por ella, y los invitados estallaron en aplausos y vítores. El aire estaba lleno de felicidad, amor y una sensación de completitud que solo se siente en los momentos más perfectos de la vida.

Mientras se alejaban del altar, Selene tomó un momento para mirar al cielo. En algún lugar allá arriba, sabía que su padre, Scorpius, estaba sonriendo. Y en su corazón, sentía la certeza de que, aunque él no estaba físicamente presente, su amor y su legado vivirían para siempre en cada paso que ella diera junto a Teddy.

• • •

La recepción que siguió fue una celebración llena de alegría, risas y bailes. Los amigos y familiares de Selene y Teddy se reunieron para brindar por su amor y su futuro juntos. La música llenaba el aire, y el jardín estaba iluminado por miles de luces que creaban un ambiente mágico y festivo.

Selene y Teddy compartieron su primer baile como marido y mujer bajo un cielo estrellado, rodeados de todos aquellos que los habían visto crecer y que habían sido testigos de su amor a lo largo de los años. Las risas resonaban en el aire mientras las copas chocaban en brindis y los corazones de todos los presentes se llenaban de felicidad por la nueva pareja.

Regulus, observando la escena desde una mesa cercana, no pudo evitar sonreír con orgullo. Su nieta estaba comenzando un nuevo capítulo en su vida, y sabía que Scorpius también estaría orgulloso de ella. Aunque el tiempo había pasado y muchas cosas habían cambiado, el amor que los unía a todos seguía siendo tan fuerte como siempre.

Al final de la noche, cuando las luces comenzaron a desvanecerse y la fiesta llegó a su fin, Selene y Teddy se despidieron de sus invitados, agradeciendo a todos por compartir ese día tan especial con ellos. Mientras se dirigían a su nueva vida juntos, la luna llena brillaba en el cielo, iluminando el camino que tenían por delante.

Y así, bajo la luz de las estrellas y con el amor de sus seres queridos, Selene y Teddy comenzaron su viaje juntos, sabiendo que, pase lo que pase, siempre tendrían el uno al otro.




















[ • • • ]




















El sol brillaba suavemente en el cielo despejado, y una cálida brisa de verano acariciaba las hojas verdes de los árboles en el jardín trasero de la casa Lupin-Black. El aire estaba impregnado del aroma fresco del césped recién cortado y de las flores que Selene había plantado con cuidado la primavera pasada. A través de las ramas que se mecían en el viento, los rayos del sol pintaban patrones danzantes de luz y sombra en el suelo, creando un escenario perfecto para una tarde de juegos al aire libre.

Antares Lupin Black, una niña de cuatro años con cabellos castaños rubios que caían en suaves ondas sobre sus hombros, corría alegremente por el jardín, con sus risas resonando como campanillas en el aire. Sus ojos, un marrón profundo, brillaban con una mezcla de travesura y pura felicidad mientras escapaba ágilmente de las manos de su padre, Teddy Lupin, que la perseguía con una sonrisa en el rostro.

—¡Voy a atraparte, cariño! —exclamó Teddy, riendo mientras intentaba alcanzar a su hija, que se movía con la velocidad y energía de un rayo.

Antares lanzó un pequeño grito de emoción y giró rápidamente para esquivar a su padre, sus pies descalzos pisoteando la hierba suave. El vestido blanco que llevaba, adornado con pequeñas flores bordadas, revoloteaba alrededor de sus piernas mientras corría. Parecía una pequeña hada traviesa, moviéndose con gracia entre los arbustos de rosas y las hileras de lavanda que bordeaban el jardín.

Selene, que estaba en la cocina preparando galletas, sonrió al escuchar las risas de su hija y su esposo. Se acercó a la ventana y, con un trapo en la mano, se apoyó en el alféizar mientras observaba la escena encantadora que se desarrollaba ante sus ojos.

Desde el primer momento en que había visto a Teddy sostener a Antares en sus brazos, recién nacida, había sabido que él sería un padre maravilloso. Y así lo había sido. Su amor y dedicación hacia su hija eran evidentes en cada gesto, en cada palabra de aliento, y en cada juego que compartían juntos. Verlos ahora, en medio del jardín, riendo y corriendo, hacía que el corazón de Selene se llenara de una felicidad tan profunda que apenas podía contener las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos.

Mientras tanto, Teddy finalmente logró acortar la distancia entre él y Antares. Con un rápido movimiento, la atrapó en sus brazos, levantándola en el aire mientras ella gritaba de risa.

—¡Te tengo! —dijo, girándola suavemente en el aire antes de abrazarla contra su pecho.

Antares seguía riendo, con sus pequeños brazos envueltos alrededor del cuello de su padre.

—¡Papá, me atrapaste! —dijo, su voz entrecortada por las risitas.

—Claro que sí, pequeña —respondió Teddy, besando su mejilla—. Pero tú eres muy rápida, casi no te alcanzo.

Antares sonrió, orgullosa de su velocidad, y apoyó su cabecita en el hombro de Teddy, disfrutando del momento.

—¿Vamos a ver a mamá? —preguntó Teddy, mirando hacia la casa.

Antares asintió con entusiasmo, y Teddy comenzó a caminar de regreso a la casa, sosteniendo a su hija con una mano mientras ella seguía riendo, todavía con la emoción de la carrera.

Cuando llegaron a la puerta trasera, Selene ya estaba allí, esperándolos con una bandeja de galletas recién horneadas. El dulce aroma a vainilla y chocolate se mezclaba con el aire cálido, haciendo que la boca de Teddy se hiciera agua.

—Parece que han estado divirtiéndose —dijo Selene con una sonrisa mientras colocaba la bandeja en la mesa del patio.

—Siempre nos divertimos, ¿verdad, pequeña? —dijo Teddy, depositando a su hija suavemente en el suelo.

Antares asintió, corriendo hacia su madre con los brazos extendidos.

—¡Mamá! ¡Mira cómo corrí! —exclamó la niña, abrazando a Selene con fuerza.

—Te vi desde la ventana —respondió Selene, acariciando los cabellos de su hija—. Eres muy rápida, mi amor.

Antares sonrió y luego miró la bandeja de galletas con ojos brillantes.

—¿Puedo comer una? —preguntó con su voz dulce, mirando a su madre con la expresión más encantadora que podía poner.

Selene intercambió una mirada cómplice con Teddy antes de responder.

—Claro, pero primero debes almorzar, ¿de acuerdo? —dijo Selene, sabiendo que la pequeña prefería saltarse la comida principal para ir directamente a los dulces.

Antares frunció ligeramente el ceño, pero luego sonrió, asintiendo obediente.

—Está bien, mamá —dijo, aunque sus ojos no se apartaban de las galletas.

Teddy se agachó para estar a la altura de su hija.

—¿Qué te parece si comemos algo rápido y luego podemos disfrutar de las galletas? —sugirió—. Tal vez incluso podamos preparar un té para acompañarlas.

—¡Sí! ¡Quiero té! —dijo Antares, entusiasmada por la idea.

Selene sonrió y se levantó para volver a la cocina, con Antares siguiéndola de cerca. Mientras Teddy preparaba la mesa en el patio, sus pensamientos se dirigieron a los últimos cinco años de su vida.

Había sido un tiempo de cambio, de crecimiento y, sobre todo, de amor. Desde el día de su boda con Selene, habían construido una vida juntos que superaba sus sueños más salvajes. Y cuando Antares había llegado, su felicidad había alcanzado un nuevo nivel. Ser padre era una experiencia que lo había transformado, enseñándole el verdadero significado del amor incondicional. Ver a su hija crecer cada día era un regalo que valoraba más de lo que jamás habría imaginado.

Regulus, el bisabuelo de Antares, también había jugado un papel importante en la vida de la pequeña. A pesar de su edad, Regulus tenía una energía y vitalidad que sorprendían a todos, especialmente cuando se trataba de su bisnieta. Era él quien siempre estaba dispuesto a darle esos dulces adicionales cuando sus padres no miraban, y quien la consentía en cada capricho. Para Antares, su bisabuelo era un héroe, alguien que la protegía y la adoraba sin reservas.

Teddy sonrió al recordar la última visita de Regulus. Había llevado una bolsa llena de golosinas para Antares, asegurándose de que ninguno de los padres estuviera cerca cuando se las entregó. Cuando Teddy lo descubrió, solo pudo reír y sacudir la cabeza. Era imposible enojarse con Regulus por mimar a su hija, especialmente cuando veía lo feliz que hacía a Antares.

Selene regresó con una bandeja de sándwiches y jugo, mientras Antares llevaba cuidadosamente una jarra de té que casi era tan grande como ella. La escena era perfecta, y Teddy no pudo evitar sentirse completamente satisfecho con la vida que habían creado juntos.

—Aquí tienes, papá —dijo Antares, entregando la jarra con un pequeño esfuerzo.

—Gracias, princesa —dijo Teddy, sirviéndose un vaso de té mientras Selene tomaba asiento a su lado.

La familia se sentó en la mesa, disfrutando del almuerzo bajo el sol del mediodía. Las conversaciones eran ligeras y llenas de risas, con Antares relatando con entusiasmo sus aventuras recientes en el jardín. Selene escuchaba con una sonrisa mientras Teddy la miraba con amor, agradecido por cada momento que compartían.

Después de almorzar, Teddy ayudó a su hija a servirse una galleta, y luego se recostó en su silla, observando cómo Antares disfrutaba de su dulce con una expresión de pura felicidad.

—Parece que tenemos una pequeña amante de las galletas en casa —dijo, sonriendo.

—Lo lleva en la sangre —bromeó Selene, dándole un suave codazo a su esposo.

—Definitivamente —respondió Teddy, riendo mientras tomaba una galleta para sí mismo.

El resto de la tarde transcurrió en un ambiente de calma y felicidad. Después de que Antares terminó su galleta, Teddy la ayudó a recoger sus juguetes del jardín mientras Selene se encargaba de limpiar la mesa. Juntos, la familia pasó el tiempo entre juegos y conversaciones hasta que el sol comenzó a descender en el horizonte, pintando el cielo con tonos de naranja y rosa.

Finalmente, cuando la noche cayó y las estrellas comenzaron a brillar en el cielo, Teddy y Selene llevaron a Antares a su habitación. La pequeña, cansada, se acurrucó en su cama, con su peluche favorito abrazado contra su pecho.

—Buenas noches, mi amor —dijo Selene, inclinándose para besar a su hija en la frente.

—Buenas noches, mamá. Buenas noches, papá —dijo Antares, sus ojos ya comenzando a cerrarse

Teddy besó la frente de su hija y luego se agachó para susurrar en su oído.

—Dulces sueños, princesa. Te queremos mucho.

—Yo también los quiero mucho —murmuró Antares, ya cayendo en el sueño.

Teddy y Selene se quedaron un momento más, observando a su hija dormir, antes de salir silenciosamente de la habitación. Cuando llegaron a la sala de estar, Selene se acurrucó en el sofá junto a Teddy, apoyando su cabeza en su hombro.

—Hoy fue un buen día —dijo Selene en voz baja.

—Sí, lo fue —respondió Teddy, rodeándola con su brazo—. No puedo imaginar una vida mejor que esta.

Selene sonrió, cerrando los ojos mientras disfrutaba del calor de Teddy junto a ella. El amor que compartían, tanto con su hija como entre ellos, era algo que ambos valoraban profundamente.

Con ese pensamiento, se quedaron en silencio, disfrutando de la tranquilidad de la noche, sabiendo que el día siguiente les traería nuevas alegrías y más momentos preciosos con su pequeña Antares.

Y mientras recordaba cada momento con gratitud y amor, Selene supo que había encontrado la verdadera felicidad. Allí, en ese momento, todo estaba bien en su pequeño mundo.

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