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EPÍLOGO

REGULUS
1996

El eco de las palabras de Alexander resonaba en la mente de Regulus como un trueno distante que se hacía cada vez más fuerte y doloroso. Había sido una tarde tranquila, un momento que parecía casi normal, hasta que la noticia, como una tormenta sin aviso, había irrumpido en su vida. Regulus, que estaba en su estudio revisando algunos documentos, sintió que su mundo se tambaleaba ante el peso de las palabras de su mejor amigo.

—Regulus, necesito hablar contigo... es sobre Scorpius.

Esas palabras habían sido como un presagio. Alexander tenía un rostro grave y ojos hundidos por la preocupación, había sido incapaz de mirarlo directamente. Regulus sabía que la gravedad de la situación era más de lo que podía soportar, pero no estaba preparado para el golpe que estaba por venir.

La noticia llegó con una frialdad implacable, y cuando Alexander finalmente pronunció las palabras que Regulus temía, el tiempo pareció detenerse.

—Scorpius ha muerto.

El impacto fue instantáneo. El corazón de Regulus se detuvo, y una sensación de vacío, de incredulidad absoluta, lo envolvió como una niebla densa e implacable. La habitación parecía desmoronarse a su alrededor, y Regulus se sintió atrapado en un sueño horrible del cual no podía despertar.

Se desplomó en una silla, sus piernas incapaces de sostenerlo. Su mente era un torbellino de confusión y desesperación. Las palabras de Alexander se repetían en su mente como un mantra cruel. Scorpius, su hijo, su único hijo, se había ido. La realidad era tan ajena a la lógica que le resultaba casi imposible aceptar.

Regulus miró a su amigo, buscando algún signo de esperanza, alguna señal de que todo esto era un error, una pesadilla de la cual despertaría pronto. Pero los ojos de Alexander estaban llenos de una tristeza profunda, un dolor que parecía tan real y tangible como el propio suelo bajo sus pies. Alexander, compartía el dolor de la pérdida con una intensidad casi tan grande como la de Regulus. La muerte de Scorpius era un golpe devastador para él, no solo por la pérdida de su sobrino, sino también por el recuerdo constante de su hermana, de quien él había sido el último vínculo tangible.

La respiración de Regulus se hizo errática, y una opresión en el pecho le dificultaba el aire. Sentía como si una mano invisible estuviera apretando su corazón con una fuerza despiadada. La visión se nublaba por las lágrimas que se acumulaban, aunque él se esforzaba por no dejarlas escapar. La imagen de Scorpius, con su sonrisa familiar y sus ojos brillantes, se proyectaba en su mente, entrelazada con recuerdos felices y momentos de alegría.

Recordó la primera vez que sostuvo a Scorpius en sus brazos, la forma en que su hijo había mirado al mundo con curiosidad y asombro, la suave expresión en su rostro. Recordó las risas compartidas, las palabras de aliento y los momentos de tranquilidad en que ambos se habían sentido completamente unidos. Ahora, todo eso se sentía como un cruel recordatorio de lo que había perdido.

Regulus se levantó de la silla, incapaz de permanecer en un lugar fijo. Caminaba de un lado a otro de la habitación, sus movimientos agitados y desordenados. Su mente estaba llena de preguntas sin respuesta, de "¿por qué?" y "¿cómo es posible?". La idea de que nunca volvería a ver a Scorpius, de que nunca más escucharía su voz ni compartiría un momento con él, era un golpe devastador que no podía asimilar.

El dolor que sentía era físico, casi tangible. Era como si una herida abierta se extendiera por su pecho, un dolor tan agudo que lo dejaba sin aliento. Cada respiración era un esfuerzo, cada pensamiento un desafío. Sentía que la vida misma se le escapaba de las manos, que la estabilidad que había construido a lo largo de los años se desmoronaba en un caos de tristeza y desesperación.

Alexander, viendo la profundidad del sufrimiento de Regulus, estaba igualmente devastado. Su propia tristeza era palpable. La pérdida de Scorpius era también una pérdida para él, no solo por la muerte de su sobrino, sino por el dolor adicional de haber perdido el último recuerdo de su hermana, que había sido una figura central en su vida. Su voz temblaba al intentar consolar a Regulus, sus propios ojos llenos de lágrimas que apenas contenía. La tristeza en los ojos de Alexander era un reflejo de la angustia que ambos compartían, un testimonio de cómo una pérdida tan grande podía afectar profundamente a quienes quedaban atrás.

Las palabras de Alexander, aunque llenas de empatía y preocupación, se perdían en el mar de angustia de Regulus. Nada de lo que dijera podía mitigar el sufrimiento que él estaba experimentando. Las palabras se sentían vacías, como si nada pudiera llenar el vacío que había dejado la pérdida de su hijo. Regulus sabía que Alexander estaba allí para él, pero en ese momento, la soledad era tan profunda que ni siquiera la presencia de su amigo podía aliviar su dolor.

Regulus pensó en las palabras no dichas, en los momentos que nunca tuvieron la oportunidad de compartir. Se arrepentía de las veces que no había estado allí para Scorpius, de las ocasiones en que sus propias preocupaciones habían interferido en su relación. La culpa se sumaba al dolor, una carga adicional que lo aplastaba aún más. Se preguntaba si había hecho lo suficiente, si había sido el padre que Scorpius necesitaba. La duda y la culpa se mezclaban con el dolor, creando un torbellino de emociones que parecía no tener fin.

La noche llegó sin que Regulus se diera cuenta. Las horas se habían desvanecido en un borrón de lágrimas y desesperación. La oscuridad del exterior parecía reflejar la oscuridad que sentía en su interior. Se sentó en el suelo, apoyado contra la pared, tratando de encontrar algún tipo de consuelo en la frialdad del suelo bajo él. Las lágrimas finalmente comenzaron a fluir libremente, sin poder detenerse, cada una una expresión de la pena abrumadora que lo invadía.

Alexander, al ver a Regulus en ese estado, se sintió impotente. La escena que presenciaba le recordaba el dolor propio que también cargaba. Era una tristeza compartida, una pena que parecía eterna. El dolor de perder a Scorpius también significaba perder un pedazo de su propia historia, un vínculo con el pasado que ya no podría recuperar. En su propia forma de lidiar con la pérdida, Alexander trataba de ser un pilar de apoyo para Regulus, aunque su propio corazón estaba roto en pedazos.

En su mente, las imágenes de Scorpius seguían apareciendo, como recuerdos incesantes que no podían ser apagados. Recordaba sus primeros pasos, su primer día en la escuela, las risas compartidas en los momentos más simples. Cada recuerdo era una puñalada en el corazón, una reafirmación de lo que había perdido. La vida, que antes parecía prometedora y llena de esperanzas, ahora se sentía vacía y sin sentido.

Los minutos se convirtieron en horas, y Regulus se sintió atrapado en una prisión de dolor sin salida. No había consuelo en los recuerdos, no había alivio en las palabras de sus amigos. La sensación de pérdida era tan total que parecía que se apoderarían de todo. La esperanza, que antes había sido una luz en la oscuridad, ahora parecía un eco lejano y distante.

La presencia de Alexander en la habitación, aunque reconfortante, no podía reemplazar a Scorpius ni llenar el vacío que él había dejado. Regulus estaba completamente absorbido en su dolor, incapaz de ver más allá de la oscuridad que lo envolvía. La tristeza de Alexander se unía a la suya, creando una atmósfera densa y opresiva que parecía casi palpable.

Finalmente, cuando la noche se hizo más profunda, Regulus encontró algo de calma en la soledad. La habitación estaba en silencio, salvo por el ocasional sollozo que escapaba de sus labios. La tristeza y el dolor eran tan grandes que parecía que se apoderarían de todo. En ese silencio, Regulus trató de encontrar una forma de lidiar con la pérdida, de entender cómo seguir adelante en un mundo que se sentía completamente vacío.

La mañana llegó sin ofrecer mucho alivio. Regulus se levantó, aunque su cuerpo estaba cansado y su mente abrumada. Sabía que debía enfrentar la realidad, que el mundo seguía girando a pesar de su dolor. Pero en ese momento, el dolor seguía siendo lo único que conocía, y cada paso hacia adelante era una lucha contra el peso de su tristeza.

Y cuánto se había arrepentido de no notar que su hijo necesitaba su ayuda.











[ • • • ]













THEODORE
2002

Cuando Theodore encontró el cuerpo de Scorpius, todo desapareció y solo se centro en eso. La escena se había grabado en su mente con una nitidez que le dolía cada vez que cerraba los ojos. El frío del suelo de mármol, el silencio abrumador de la sala, y el cuerpo inerte de su mejor amigo y primo... nada de eso era fácil de olvidar. Scorpius estaba allí, tendido en el suelo, su rostro pálido, y juraba que todo era una pesadilla, pero Theodore sabía la verdad. Lo sabía en el momento en que sus ojos se encontraron con la ausencia total de vida en los de Scorpius.

Theodore se arrodilló junto a él, con las manos temblorosas y la respiración atrapada en su garganta. Trató de buscar algún signo de vida, algo que le indicara que no era cierto, que Scorpius no se había ido. Pero no había nada. Ningún rastro de la sonrisa que siempre iluminaba su rostro, ni siquiera una chispa en esos ojos grises que alguna vez habían sido tan llenos de vida. Se quedó allí, inmóvil, durante lo que parecieron horas, incapaz de asimilar la realidad. Su primo, su mejor amigo, el único que lo había entendido completamente, estaba muerto. El golpe de esa verdad era tan fuerte que lo dejó paralizado, y no pudo más que sentarse junto a él, deseando desesperadamente que todo fuera un mal sueño del que despertaría en cualquier momento.

Pero no fue así.

Los días siguientes fueron una neblina. El funeral fue un evento al que asistieron todos aquellos que alguna vez habían conocido a Scorpius, y a quienes su muerte había dejado una huella profunda. La familia Black, los Malfoy, los Nott, todos estaban allí, pero la multitud no hacía más que acentuar el vacío que había dejado su ausencia.

Theodore se mantuvo cerca del ataúd durante toda la ceremonia, sintiendo que si se alejaba demasiado, sería como abandonar a Scorpius por segunda vez. Miraba el rostro de su primo, inmóvil y pálido, tan diferente de la persona que había sido en vida. Recordaba la sonrisa burlona que Scorpius solía darle cuando hacía alguna tontería, una sonrisa que ahora estaba ausente, reemplazada por una calma que no encajaba con el joven que Theodore conocía. Le resultaba insoportable ver a su amigo así, pero no podía apartar la vista.

Draco estaba a su lado, con el rostro tenso, luchando por mantener la compostura. No era fácil para ninguno de los dos. Se habían apoyado mutuamente desde que la noticia llegó, pero cada uno lidiaba con el dolor a su manera. Draco era siempre el más reservado, ocultando su tristeza bajo una fachada de fortaleza, mientras que Theodore sentía que su corazón se rompía un poco más con cada minuto que pasaba.

—Nunca pensé que lo vería así, Draco. Pensé... pensé que tendríamos más tiempo. Que siempre estaría ahí.

Draco no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en el ataúd, y cuando finalmente habló, su voz era un susurro lleno de dolor.

—Nadie está preparado para esto, Theo. No importa cuánto creas que lo estás. Scorpius... él siempre fue el más fuerte de nosotros. Pensaba que si alguien podía con todo, era él.

La mente de Theodore retrocedió a aquel último día que habían pasado juntos, cuando Scorpius, los había convencido a él y a Draco de salir de Hogwarts. Había sido un día inesperadamente brillante, uno de esos días que parece demasiado perfecto para ser real. Scorpius los había sacado del castillo con una excusa cualquiera, un pretexto que Theodore ahora reconocía como una despedida disfrazada.

Recorrieron calles, se rieron como hacía tiempo no lo hacían, y por un momento, todo había parecido estar bien. Scorpius había hecho lo imposible por asegurar que ese día estuviera lleno de felicidad, pero había una sombra que Theodore no había notado en ese momento. Era como si Scorpius supiera que ese sería su último recuerdo con ellos, su último regalo antes de dejar este mundo.

—Debería haberme dado cuenta. Todos esos pequeños detalles... estaban ahí, pero yo no lo vi. Él se estaba despidiendo de nosotros, y yo... yo ni siquiera lo noté.

Draco apretó los labios, luchando por encontrar las palabras adecuadas. Finalmente, colocó una mano en el hombro de Theodore, su expresión una mezcla de tristeza y comprensión.

—Ninguno de nosotros lo vio venir, Theodore. No podíamos haber sabido... Pero eso no significa que no lo extrañemos menos, ni que su decisión no nos duela.

Theodore asintió, aunque no podía sacudir la culpa que sentía. Había tenido sospechas, sí, pero nunca había imaginado que Scorpius realmente se iría de esa manera. Siempre había sido el fuerte, el que encontraba una solución a cualquier problema. Pero ahora... ahora estaba en ese ataúd, y Theodore no podía evitar sentir que había fallado como amigo.

Los días que siguieron a la muerte de Scorpius fueron una prueba constante de resistencia emocional para Theodore. Cada pequeño detalle, cada palabra no dicha, cada mirada, le recordaba a su primo, y con cada uno de esos recuerdos venía una oleada de dolor.

La confirmación de que Scorpius había planeado su muerte fue un golpe que lo dejó sin aliento. Las pistas estaban ahí, pero Theodore no había querido creerlo. Las sonrisas forzadas, los comentarios que parecían despedidas disfrazadas, el día que Scorpius los había sacado de Hogwarts... todo encajaba ahora en un triste rompecabezas. El corazón de Theodore se rompió al darse cuenta de que su amigo había sufrido en silencio, escondiendo su dolor tras una fachada de normalidad, y que él no había hecho nada para detenerlo.

Y nada de lo que hiciera podía aliviar la culpa que Theodore sentía. Había perdido a su mejor amigo, y con él, una parte de sí mismo que sabía que nunca recuperaría.

Superar la muerte de Scorpius no fue fácil, ni rápido. Theodore y Draco se encontraron apoyándose el uno en el otro más de lo que nunca lo habían hecho antes. Había momentos en los que Theodore se sentía ahogado por la tristeza, momentos en los que todo lo que podía hacer era respirar y recordar que aún estaba vivo, que aún tenía personas que lo necesitaban.

Draco también sufría, aunque lo hacía en silencio. Había noches en las que se quedaban despiertos hasta tarde, hablando de Scorpius, recordando sus bromas, sus momentos felices, y también sus silencios. Compartían su dolor.

Daphne, la novia de Theodore y futura esposa, fue su ancla en esos momentos de desesperación. Ella estaba siempre a su lado, brindándole el apoyo que necesitaba para no hundirse por completo. Con su ayuda, Theodore comenzó a sanar, aunque sabía que la cicatriz de la pérdida nunca desaparecería del todo.

Después del funeral, Regulus, el padre de Scorpius, se sumió en un período de reclusión que parecía interminable. El dolor de perder a su hijo fue más de lo que pudo soportar, y se retiró del mundo, escondiéndose en un lugar oscuro y solitario, donde nadie podía alcanzarlo.

Regulus, quien ya había perdido a su hermano Rigel y a su mejor amiga, ahora enfrentaba el golpe final que lo empujó al borde de la desesperación. Se alejó de todos, incluyendo a su prima Narcissa, y se sumió en un silencio que asustó a quienes lo amaban.

Los años pasaron lentamente. Durante cinco años, Regulus vivió en la sombra, incapaz de enfrentar su dolor, incapaz de aceptar la realidad de que su hijo, Scorpius, ya no estaba. Nadie sabía exactamente qué pasaba en su mente, pero era evidente que la pérdida lo había destrozado de una manera que nunca podría arreglarse.

Mientras Regulus se aislaba, Ginny luchaba contra su propio dolor. La pérdida de Scorpius la había golpeado con una fuerza inesperada. Se había enamorado de él a pesar de todo, y ahora que él se había ido, se sentía incompleta, como si una parte de ella se hubiera perdido para siempre.

Ginny había pasado noches enteras llorando, recordando los momentos que compartió con Scorpius. La culpa la consumía, y aunque intentaba seguir adelante, había una parte de ella que se negaba a aceptar que él ya no estaba.

Cinco años después de la muerte de Scorpius, algo cambió en la vida de Regulus. Fue Ginny quien lo sacó de su reclusión, quien lo obligó a enfrentar el dolor que había estado evitando durante tanto tiempo.

Ginny había estado luchando con su propia pérdida, pero también sabía que no estaba sola. Entendía el dolor de Regulus de una manera que pocos podían. Su amor por Scorpius, aunque breve, había sido intenso, y sabía que Regulus necesitaba algo más que el silencio para sanar.

Y así fue como Ginny decidió visitar a Regulus en su reclusión. Al principio, fue difícil. Regulus estaba reticente, y su dolor aún era palpable, pero Ginny no se rindió. Con el tiempo, su presencia constante y su comprensión comenzaron a romper las barreras que él había construido a su alrededor.

Ginny no estaba tratando de quitarle su dolor, sino de ayudarlo a vivir con él, a encontrar una manera de seguir adelante sin olvidar.

Con el tiempo, la relación entre Regulus y Ginny se transformó en algo más profundo. Ambos encontraron en el otro una razón para seguir adelante, una manera de honrar la memoria de Scorpius sin dejar que el dolor los consumiera. Regulus era una especie de padre para Ginny en todo momento, aún más con la pequeña que siempre llevaba en brazos.

Regulus, con la ayuda de Ginny, comenzó a salir de su reclusión. Lentamente, se reconectó con el mundo, con su familia, y con la vida que había dejado atrás. No fue un proceso fácil, pero cada día era un pequeño paso hacia la sanación.

El tiempo había pasado, pero el dolor seguía tan fresco como si hubiera sido ayer. Theodore, de pie frente al espejo en la espaciosa habitación de la mansión Malfoy, ajustaba nerviosamente su corbata. Era un día que debería estar lleno de alegría y expectativa, pero en su pecho, el peso de la ausencia era casi insoportable. La habitación estaba iluminada por la suave luz de la tarde, que entraba a través de las grandes ventanas que daban al extenso jardín. Fuera, los invitados empezaban a llegar, sus risas y murmullos filtrándose débilmente hasta donde estaba Theodore.

Era el 16 de agosto de 2002, el día de su boda con Daphne Greengrass. Un día que había esperado, que había anticipado con amor y dedicación. Sin embargo, mientras se miraba en el espejo, no podía evitar pensar en lo que faltaba, en quién faltaba. Scorpius. Su mejor amigo, su hermano en todo, había muerto en 1996, y aunque habían pasado seis años, la herida nunca había sanado del todo.

Theodore tomó una respiración profunda y cerró los ojos, permitiéndose por un momento ser arrastrado de nuevo al pasado. A esa día en 1996, cuando lo vio frente a el, algo que había destrozado su mundo. Scorpius, tan lleno de vida, con sus sueños, su risa contagiosa, y su espíritu indomable, había sido arrancado de este mundo. Un accidente, una mala decisión, y todo había cambiado para siempre. Recordaba claramente el frío que sintió en ese momento, como si el invierno hubiera llegado a su alma y nunca se hubiera ido.

Abrió los ojos, tratando de enfocarse en el presente, en el día que debía ser el inicio de una nueva etapa. Pero la ausencia de Scorpius lo perseguía, era como una sombra que se mantenía a su lado, recordándole todo lo que había perdido.

Deberías estar aquí; pensó con amargura, su mano apretando el borde del lavabo de mármol con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

Detrás de él, Draco Malfoy observaba en silencio. Vestido con un elegante traje negro, su expresión era tan inescrutable como siempre, pero Theodore sabía que su amigo estaba pensando lo mismo. Scorpius debería estar allí, bromeando con ellos, criticando el gusto de Theodore en corbatas, lanzando uno de esos comentarios sarcásticos que solo él podía hacer. Pero no estaba, y la realidad de su ausencia llenaba la habitación de una tristeza que ninguno de los dos podía ignorar.

—Él estaría tan feliz por ti, Theo— dijo Draco finalmente, rompiendo el silencio. Su voz era baja, cargada de una emoción que rara vez mostraba.

Theodore asintió, sin confiar en su voz para responder. Sabía que Draco tenía razón, pero eso no hacía que la ausencia doliera menos. Recordó todas las veces que él y Scorpius habían hablado de este día, de cómo sería el futuro. Los tres inseparables, siempre juntos, apoyándose mutuamente, enfrentando el mundo como un equipo. Pero el destino había tenido otros planes, y ahora, mientras se preparaba para dar uno de los pasos más importantes de su vida, Theodore sentía que una parte de él seguía atrapada en ese día de 1996, cuando todo se había desmoronado.

Los pensamientos de Theodore volvieron al presente, pero solo para llevarlo nuevamente a las memorias compartidas. Recordó cuando, siendo solo adolescentes, él, Scorpius, y Draco habían escapado de la mansión Malfoy en medio de la noche, decididos a ver el amanecer en la costa. Se sentaron en una playa rocosa, el viento en sus rostros, el cielo pintado de tonos rosados y naranjas mientras el sol emergía. Scorpius había hablado sobre sus sueños, sobre todas las cosas que quería hacer, y en ese momento, el mundo parecía lleno de posibilidades infinitas. Nunca habían imaginado que el tiempo que compartirían sería tan corto.

Theodore se permitió sonreír, aunque fuera una sonrisa amarga.

—Habrías sido el padrino perfecto—murmuró, su voz apenas audible. En su mente, pudo ver a Scorpius, sonriendo de esa manera tan característica, inclinando la cabeza como solía hacer cuando se sentía orgulloso de algo.

Draco, siempre perceptivo, colocó una mano en el hombro de Theodore.

—Nunca lo olvidaremos—dijo, su voz firme pero cargada de un dolor similar.

—Lo sé—respondió Theodore, agradecido por la presencia de Draco, pero al mismo tiempo, más consciente que nunca de lo que faltaba.

El tiempo parecía detenerse mientras los dos permanecían en silencio, compartiendo un dolor que ninguno podía expresar completamente con palabras. Afuera, el sonido de la música comenzó a llenar el aire, un recordatorio de que la ceremonia estaba a punto de comenzar. Theodore sabía que debía seguir adelante, que debía encontrar la fuerza para disfrutar de este día, pero cada paso se sentía como un recordatorio de que alguien muy importante no estaba allí.

Finalmente, con un suspiro profundo, Theodore enderezó los hombros y miró a Draco.

—Vamos—dijo, su voz más firme, aunque la tristeza seguía presente en sus ojos. —Es hora.

Draco asintió y juntos salieron de la habitación, bajando las grandes escaleras de mármol hacia el jardín donde los invitados esperaban. La ceremonia estaba perfectamente planificada, con flores blancas y rosadas decorando el altar, el sol brillando suavemente en el cielo de la tarde. Todo parecía salido de un sueño, y aun así, para Theodore, la falta de Scorpius lo hacía incompleto.

Mientras caminaba hacia el altar, Theodore no pudo evitar buscar en la multitud un rostro que sabía que no estaría allí. Y aunque su corazón se llenaba de amor al no poder esperar casarse con Daphne, una parte de él siempre estaría con Scorpius, en aquellos días despreocupados, en esas risas que ahora solo vivían en sus recuerdos.

La ceremonia comenzó, y mientras Theodore tomaba la mano de Daphne, cuando ella llegó a su lado, luciendo tan hermosa, sintió una paz momentánea, sabiendo que estaba tomando el camino que Scorpius habría querido para él. Pero cuando llegó el momento de intercambiar los votos, su voz se quebró levemente, pero ahí estaba, declarando su amor por la mujer que amaba inmensamente.

Al final, cuando todo terminó y los invitados comenzaron a felicitarlos, Theodore se permitió mirar al cielo, susurrando una despedida silenciosa al amigo que nunca había dejado de extrañar. Sabía que la vida continuaba, que debía seguir adelante, pero también sabía que, en algún lugar dentro de él, Scorpius Black siempre estaría presente, su risa resonando en su memoria, su espíritu guiándolo en cada paso que daba.

Mientras la tarde se desvanecía en la noche, y las luces del jardín se encendían, Theodore, junto a Draco, levantó una copa en honor a su mejor amigo.

—Por Scorpius—dijo con una sonrisa triste, pero sincera.























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DRACO
2006

El sol apenas comenzaba a asomarse por el horizonte, bañando la ciudad con un suave resplandor dorado, cuando Astoria Malfoy entró en trabajo de parto. San Mungo Hospital para Enfermedades y Heridas Mágicas estaba más silencioso de lo habitual, con solo el eco de los pasos apresurados de los sanadores rompiendo la tranquilidad. Draco Malfoy no soltaba la mano de su esposa, su corazón latiendo con fuerza mientras la veía luchar contra las olas de dolor que recorrían su cuerpo.

La sala de parto estaba impregnada de una mezcla de emoción y ansiedad. Las paredes, pintadas de un verde pálido, parecían cerrarse alrededor de Draco mientras su mente vagaba entre el presente y el pasado. Astoria jadeaba, su rostro perlado de sudor, y Draco apretó más fuerte su mano, transmitiéndole toda la fuerza que podía reunir. A su lado, una sanadora murmuraba palabras tranquilizadoras, pero Draco apenas las escuchaba. Todo lo que importaba era Astoria y el pequeño ser que estaba a punto de llegar a sus vidas.

—Ya casi está aquí, Señora Malfoy—dijo la sanadora, con voz suave pero firme. —Solo un poco más.

Astoria asintió con determinación, su rostro tenso mientras reunía todas sus fuerzas para el último empujón. En cuestión de segundos, un grito agudo llenó la habitación. Era el llanto de un recién nacido, y el sonido resonó en el corazón de Draco que casi parecía salirse de su pecho.

—Es un niño—anunció la sanadora, levantando al pequeño en sus manos antes de entregarlo a Astoria, quien lo recibió con lágrimas en los ojos.

Draco observó en silencio mientras Astoria tomaba a su hijo en brazos, su pecho subiendo y bajando rápidamente mientras lo acunaba contra su pecho. El bebé era diminuto, con la piel sonrosada y los ojos cerrados. Draco sintió cómo una emoción abrumadora se apoderaba de él. El amor que experimentaba en ese momento era tan intenso que casi lo dejaba sin aliento.

Una de las enfermeras se acercó con una sonrisa cálida y preguntó:

—¿Ya han pensado en un nombre para él?

Draco y Astoria se miraron en silencio. No habían discutido el nombre en voz alta, pero ambos sabían cuál sería. Era una decisión que había estado en el corazón de Draco desde que supo que sería padre.

—Scorpius— dijo Astoria suavemente, mirando a su esposo, quien asintió lentamente.

—Scorpius Hyperion Malfoy—añadió Draco, su voz firme pero cargada de emoción.

El nombre resonó en la habitación, y durante un momento, Draco sintió que el tiempo se detenía. Era como si al pronunciar ese nombre, hubiera invocado el espíritu de alguien muy querido y perdido hace mucho tiempo.

Scorpius Black. El recuerdo de su primo y mejor amigo regresó con fuerza, inundando la mente de Draco con una marea de imágenes y sensaciones que había tratado de enterrar durante años.

Draco recordaba con dolorosa claridad el día en que aquello había sucedido. Scorpius había sido un faro en la vida de Draco, alguien que siempre había encontrado una manera de hacerle ver la esperanza a los demás, pero no a el. Algo dentro de Scorpius se había roto, algo que Draco nunca pudo ver ni entender del todo. Y entonces, un día, Scorpius simplemente no estaba más.

La pérdida había dejado un vacío en el corazón de Draco que nunca se llenó. La culpa, el dolor y la impotencia lo habían atormentado durante años, y aunque el tiempo había suavizado la herida, nunca la había cerrado por completo. Nombrar a su hijo Scorpius era su manera de honrar la memoria de su primo, de mantener viva la luz que había traído a su vida.

Mientras sostenía la pequeña mano de su hijo, Draco sintió un nudo en la garganta. Sabía que este nuevo Scorpius no sería una réplica de su primo; sería su propio ser, con su propia vida y su propio destino. Pero al darle ese nombre, Draco esperaba que una parte del espíritu de su primo viviera en él, una chispa de la luz que tanto había significado para él.

Los días posteriores al nacimiento de Scorpius fueron una mezcla de emociones para Draco. Por un lado, estaba la euforia y la gratitud de tener a su hijo en sus brazos, un milagro que nunca había dado por sentado. Cada vez que miraba a Scorpius, veía un futuro lleno de posibilidades, un futuro en el que su hijo podría ser cualquier cosa que deseara. Pero por otro lado, había un dolor persistente, un dolor que lo arrastraba hacia recuerdos que preferiría olvidar.

Draco recordaba con dolorosa claridad la última vez que había hablado con Scorpius. Había sido una conversación alegre, un día perfecto entre el, Theodore y Scorpius. Los había sacado de Hogwarts, y habían pasado un día que desde tercer año no había sucedido.

Antes, Scorpius había estado distante, su mirada apagada y su voz vacía. Draco había sentido que algo no estaba bien, pero no había sabido cómo ayudarlo. Ahora, con la perspectiva que dan los años, se daba cuenta de que Scorpius estaba pidiendo ayuda a su manera, pero Draco no había sabido escuchar.

El día en que encontraron a Scorpius, fue como si todo el aire hubiera sido arrancado de los pulmones de Draco. El mundo había perdido su color, su sentido. La culpa había sido insoportable. ¿Cómo no había visto las señales? ¿Cómo había podido estar tan ciego al dolor de alguien tan cercano a él? Esas preguntas lo habían atormentado durante años, y aunque había aprendido a vivir con ellas, nunca había encontrado respuestas satisfactorias.

Sin embargo, el nacimiento de su hijo Scorpius le dio a Draco una nueva perspectiva. No podía cambiar el pasado, no podía devolverle la vida a su primo, pero podía honrar su memoria de una manera que trajera algo de paz a su alma. Nombrar a su hijo Scorpius era su manera de mantener viva la conexión, de recordar que incluso en la muerte, su primo seguía siendo una parte importante de su vida.

Y de verdad esperaba tener a su hijo mucho años. Porque sabía lo que ese nombre portaba.

El primero había sido: Rigel Scorpius Black, el mellizo de Regulus, y hermano menor de Sirius.

Y el segundo: Scorpius Leo Black.

Astoria fue un pilar durante esos primeros días, comprendiendo sin necesidad de palabras lo que ese nombre significaba para Draco. Ella estaba allí para apoyarlo, para recordarle que este Scorpius era un nuevo comienzo, una oportunidad de hacer las cosas bien, de ser el padre que su propio hijo necesitaba.

Mientras Scorpius crecía, Draco notaba con frecuencia pequeñas similitudes con su primo. Una sonrisa traviesa, una inclinación por las bromas inteligentes, una chispa en los ojos que recordaba la astucia de Scorpius Black. Pero también había diferencias, y esas diferencias eran lo que ayudaba a Draco a mantener el equilibrio entre el pasado y el presente. Scorpius Malfoy no era una réplica de su primo; era un ser único, con su propia esencia, y Draco estaba decidido a asegurarse de que tuviera una vida plena y feliz.

A medida que pasaban los años, Draco encontró consuelo en las pequeñas cosas: las risas de su hijo, las conversaciones nocturnas con Astoria, los momentos tranquilos en los que podía observar a su hijo jugar sin preocupaciones. Las reuniones familiares en las que sus padres, los de Theodore, y el mismo Theodore con Daphne y sus hijos, Leo y Alexander Nott, mellizos. Al igual que Ginny estaba presente con Selene y Albus, pues James Sirius no parecía de acuerdo en que se relacionaran con esas familias, Harry no estaba muy de acuerdo en eso, pero parecía no imporle pues Albus no parecía ser su hijo siquiera, cuando comenzaba a notar actitudes que copiaba de Selene. Y la pequeña Lily Luna era demasiado inocente para darse cuenta de los problemas en su familia.

Y teníamos a Teddy Lupin, como Selene solía llamarlo, el joven metamorfomago que vivía con los Potter, y pasaba los fines de semana con su abuela Andrómeda. El estaba tan encantado con Selene que no le importaba con quién se juntaba, eran tan diferentes, el era amable, sociable y carismático, mientras que Selene era cerrada, sarcástica y solo era amable con los que quería. Pero ella era especial para el, era importante, y el no quería alejarse de ella solo porque Harry se lo decía.

Su abuela Andrómeda siempre le decía: sigue tu corazón, no dejes que otros tomen tus decisiones por ti.

Y el lo veía cuando solía ver a Narcissa y Draco, en la casa de Andrómeda.

Oh, Draco adoraba tanto a Teddy, que no le importaba ir a la casa Potter por el, y tener que verle la cara a Harry.

Esos momentos le recordaban que, aunque había perdido a su primo de una manera trágica, había ganado algo igualmente valioso: la oportunidad de ser un buen padre, de crear nuevos recuerdos y de darle a su hijo un nombre cargado de significado, pero no de dolor.

El pasado de Draco nunca desaparecería por completo. Siempre llevaría consigo las cicatrices de lo que había perdido. Pero ahora, sentía que tenía una segunda oportunidad. Una oportunidad de honrar a su primo de la mejor manera posible: amando y protegiendo a su hijo, asegurándose de que Scorpius Malfoy tuviera la vida llena de luz que Scorpius Black nunca pudo disfrutar.

Y así, cada vez que llamaba a su hijo por su nombre, Draco sentía una mezcla de tristeza y gratitud. Tristeza por lo que había perdido, pero gratitud por lo que había ganado. Scorpius Hyperion Malfoy era un nuevo comienzo, un faro en la oscuridad que iluminaba el camino hacia un futuro más brillante. Y aunque el dolor del pasado siempre estaría allí, Draco sabía que su hijo era la prueba viviente de que, incluso en medio de la tragedia, la vida podía continuar y traer consigo una nueva esperanza.

















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GINNY
2011


Ginny Weasley se encontraba sentada en el borde de la cama, su mirada perdida en la penumbra de la habitación que apenas se iluminaba con la luz del amanecer. A su lado, en la cuna, Selene dormía plácidamente. La pequeña tenía apenas unos meses, y cada vez que Ginny la miraba, sentía una punzada en el pecho. Era tan parecida a Scorpius. Tenía sus ojos grises, tan llenos de misterio y profundidad, y esa misma expresión dulce y melancólica que había hecho que Ginny se enamorara de él. Ver esas similitudes cada día era a la vez un consuelo y una tortura.

Scorpius Black, su amor, su vida, había dejado este mundo de una manera abrupta y devastadora. Habían pasado ya casi un año desde aquel día en la que lo encontró, y cada día que pasaba, el dolor seguía tan vivo como el primer día. No había respuesta para su partida, solo un vacío que no podía llenar, un hueco que Selene, por hermosa que fuera, no podía reemplazar.

Se levantó de la cama con suavidad, no queriendo despertar a Selene. Era aún temprano, pero la casa ya estaba comenzando a despertar. Fred y George estaban en la cocina, preparando algo para desayunar, mientras su padre, Arthur, leía el Profeta en la sala. Ginny apreciaba profundamente el apoyo de su familia, pero sabía que, a pesar de sus esfuerzos, nadie podía realmente entender el dolor que cargaba.

Las semanas después de la muerte de Scorpius habían sido un borrón de lágrimas y desesperación. Había caído en un abismo tan oscuro que no creía poder salir. Si no hubiera sido por Selene, Ginny estaba segura de que no habría sobrevivido a esa pérdida. Su padre, había sido su roca en esos momentos, el único que entendía que no se trataba solo de una muerte más, sino de la muerte del hombre que amaba y del futuro que habían planeado juntos.

Sus hermanos, especialmente Fred y George, también habían estado allí para ella, ofreciéndole su humor y calidez cuando lo necesitaba. Sin embargo, esa luz se apagó cuando Fred murió en la guerra. Su pérdida fue otro golpe que la dejó tambaleante. Ahora, solo George quedaba, y aunque era una sombra del hombre que había sido antes, seguía siendo un apoyo inquebrantable para Ginny.

El tiempo, decían, curaba todas las heridas. Pero para Ginny, el tiempo solo había endurecido su dolor, transformándolo en una parte de ella, en una cicatriz que no desaparecía. Había aprendido a vivir con esa cicatriz, a cargarla en silencio, pero eso no significaba que no doliera.

Cuando Regulus y Alexander conocieron a Selene por primera vez, Ginny había visto la misma expresión de dolor y asombro en sus rostros. Los dos hombres, que habían amado a Scorpius de maneras diferentes, pero profundas, reconocieron en la pequeña los rasgos de su abuela, Alessa, y de su padre. Fue un momento agridulce, lleno de lágrimas silenciosas y sonrisas tristes. Selene era un recordatorio viviente de lo que habían perdido, pero también de lo que habían dejado atrás.

A medida que Selene crecía, Ginny comenzó a notar cada vez más de Scorpius en ella. Era casi como si él estuviera presente a través de su hija, observándola, cuidándola. Eso le dio a Ginny una paz que no había sentido desde su muerte, aunque no disminuyó el dolor.

Los años pasaron, y Ginny intentó seguir adelante. Pero el recuerdo de Scorpius la perseguía en cada rincón de su vida. Cada vez que miraba a Selene, cada vez que la pequeña sonreía o reía, sentía una mezcla de amor y tristeza que era difícil de soportar. Y aunque nunca había pensado en volver a enamorarse, cuando Harry le propuso matrimonio, Ginny aceptó. Sabía que no era por amor, sino por la presión de su madre, por la necesidad de seguir adelante, de darle a Selene una vida "normal".

Pero esa vida nunca fue realmente normal. Harry nunca aceptó a Selene, algo que Ginny sabía en lo profundo de su corazón, pero que no quería admitir. No era tanto odio hacia la niña, sino más bien hacia lo que ella representaba: la conexión inquebrantable entre Ginny y Scorpius. Harry siempre había odiado a Scorpius, y ese resentimiento se extendía ahora a su hija.

El nacimiento de James Sirius, Albus Severus, y Lily Luna fue un evento importante, pero Ginny no podía evitar sentir que, aunque amaba a sus hijos, ninguno de ellos ocupaba el lugar de Selene en su corazón. Selene era especial, no solo porque era su primera hija, sino porque era la única conexión viva que le quedaba con Scorpius. Y a pesar de sus esfuerzos por ser una buena esposa para Harry, nunca pudo darle su corazón. Ese ya le pertenecía a alguien más.

Selene creció en una casa donde el amor entre Ginny y Harry era distante, casi frío. Y aunque Selene amaba a sus hermanos, especialmente a Albus, siempre sintió que no pertenecía del todo a ese hogar. Ginny lo sabía, y ese conocimiento le rompía el corazón. Sabía que, en parte, era culpa suya por no poder dejar ir a Scorpius, por aferrarse a su memoria con tanta fuerza.

En la mañana del 29 de abril, el día que Scorpius habría cumplido 13 años, desde el día que se fue, Ginny se despertó con una sensación de vacío en el pecho. Había dejado a los niños con su madre, usando como excusa que necesitaba tiempo para ella misma. Caminó por el jardín, recordando los momentos que había pasado con Scorpius, los sueños que habían compartido.

Después de un rato, decidió que era hora de visitar su tumba. Se apareció en el cementerio de la familia Black, un lugar que conocía bien por las visitas anteriores. El viento soplaba suavemente, mientras Ginny caminaba hacia la lápida de Scorpius. Había traído un ramo de rosas blancas, sus flores favoritas.

La lápida estaba cubierta de musgo, pero Ginny podía leer claramente el nombre grabado en ella:



Scorpius Leo Black Nott.
29 de abril 1980—29 de abril 1996


Se arrodilló frente a la tumba, colocando las flores con cuidado. Por un momento, se quedó en silencio, sintiendo el peso de los años, el peso del amor que nunca desapareció.

—Hola, cariño...—susurró, su voz temblando ligeramente. —Sé que ha pasado mucho tiempo. He venido hoy porque... porque todavía te extraño. No importa cuánto tiempo pase, siempre te amaré.

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, pero no hizo ningún esfuerzo por detenerlas. Era un llanto silencioso, profundo, el tipo de llanto que surge del alma.

—Selene es tan parecida a ti— continuó, su voz quebrada. —Cada día la veo, y me recuerda tanto a ti. Es fuerte, y valiente... pero también tiene tu ternura. Si pudieras verla, Scorpius, estarías tan orgulloso. Sé que lo estarías.

El viento susurraba entre los árboles, como si la naturaleza misma estuviera escuchando su dolor. Ginny respiró hondo, intentando calmarse, pero el dolor era demasiado grande. Cerró los ojos, dejando que los recuerdos la inundaran.

—Hoy es tu cumpleaños. Y debería estar feliz, celebrando, pero no puedo. Lo único que puedo hacer es seguir amándote, incluso si ya no estás aquí. Lo he intentado, Scorpius, he intentado seguir adelante, pero nadie puede reemplazarte. Ni siquiera Harry. Él... él nunca me entendió como tú lo hiciste.

Abrió los ojos, mirando la lápida con una expresión de tristeza infinita.

—Te he amado desde el momento en que te conocí, y nunca he dejado de hacerlo. Selene es lo único que me queda de ti, y por eso la protegeré con todo lo que soy. No permitiré que nadie la lastime, ni siquiera Harry.

El dolor en su voz era palpable, una mezcla de amor y desesperación. Ginny se inclinó hacia adelante, presionando sus labios contra la fría piedra de la tumba, como si ese simple gesto pudiera devolverle algo de lo que había perdido.

—Te prometo, cariño, que siempre cuidaré de Selene. Y aunque nunca pueda volver a estar contigo, siempre te llevaré en mi corazón. Siempre serás mi único amor verdadero, y nadie, ni siquiera el tiempo, podrá cambiar eso.

Se quedó allí, en silencio, durante lo que parecieron horas. Cuando finalmente se levantó, el sol ya estaba comenzando a descender en el horizonte.

—Adiós, amor. — murmuró, dando un último vistazo a la tumba. —Hasta que nos volvamos a encontrar.

Con el corazón pesado, Ginny se dio la vuelta y comenzó a caminar de regreso al hogar, donde la esperaba una vida que nunca sería lo que había soñado, pero que tenía que vivir de todos modos. Mientras lo hacía, el viento pareció traerle un susurro, como si Scorpius le respondiera, prometiéndole que siempre estaría con ella, en el corazón de su hija, y en los recuerdos que compartían.

Pero a pesar de esa promesa, Ginny sabía que el dolor nunca desaparecería, porque el amor verdadero nunca muere, y ella jamás dejaría de amar a Scorpius Black.

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