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๑ O3 ┊ ❝ Te observo ❞

     Lian no se consideraba una persona distraída, de hecho, desde su ingreso al cuerpo de policía (hacía un año) agudizó varios de sus sentidos para ser más eficiente y no estorbar al resto de policías que eran más hábiles que ella. Su oído y vista fueron perfeccionados para observar de dónde podrían llegar los ataques y escuchar si alguien intentaba atacarla por la espalda. Los entrenamientos con los comisarios fueron de tanta ayuda que debía pensar cómo pagarles por ello. Sin embargo, sus habilidades no servían de mucho cuando se encontraba flotando dentro de su mente.

     Era fácil distraerse con cualquier cosa que encontrara por el camino. Una vez criticó mentalmente la horrible ropa que llevaba Gustabo y vaya que el golpe en la puerta casi le rompe la nariz, las risas duraron un par de semanas hasta que alguien captó la atención con un descuido igual o peor que el de ella.

     Solamente que ahora parecía que la casualidad se la arreglaba para molestarla de alguna manera u otra. Ocupaba su cabeza en los mismos asuntos de siempre, dándole vueltas a cuestiones que no tenían respuesta en ese momento y que intentaba dárselas ella misma, cuando de pronto los transeúntes comenzaron a rodearla para ayudarle a levantarse y el responsable se dio a la fuga ignorando lo demás.

     Las punzadas en la cabeza le hacían querer estar en su cama con la habitación sumergida en total oscuridad, sin importar nada más. El doctor se encargó de hacerle el chequeo necesario, avisándole que notificaría a comisaría a pesar de sus súplicas por no hacerlo. Se imaginó a sus compañeros entrando apresurados, haciéndole un sinfín de preguntas que no podría contestar en el momento al verlos preocupados, divisó la expresión de Volkov y sus dos amigos, y el panorama no podía parecerle más desastroso, se tiró en la camilla esperando lo que sea mientras mecía sus pies.

     Intentó pensar en otra cosa que no fueran los posibles regaños de sus superiores. Pensó en lo que podría hacer cuando llegara a casa. Limpiar era una propuesta muy buena, su departamento necesitaba una limpieza profunda, sobretodo su habitación, pero no quería hacer eso, más bien tenía el deseo de hacer algo por ella misma, como descansar o salir a dar la vuelta por la ciudad sola o con Horacio y Gustabo. Si tan solo pudiera dedicarse a otra cosa, tanto tiempo le sobraría que no sabría qué hacer con él, incluso en ese largo rato se planteó la posibilidad de solicitar licencia de un par de días y perderse por ahí, intentando ser una nueva versión de ella misma porque siendo sincera, no se sentía como ella.

     Por alguna razón era como si estuviera fuera de lugar, quizás como si su cuerpo y mente no le pertenecieran. ¿Podría ser un robot? Bueno, la tecnología en la ciudad no estaba tan avanzada como para llegar a eso todavía, por lo que se trataba de un cierto grado de estrés con el que necesitaba lidiar. Hacía unos meses, un doctor le explicó que debía dedicarse a hacer lo que le gustara para sentir que volvía a ser ella, pero ¿qué le gustaba hacer? Si lo pensaba detenidamente no había nada que le apasionara tanto, solo el trabajo.

     El río crecía y se volvía un mar de dudas, un rompecabezas que parece tener más piezas que debe buscar o saber dónde van para obtener las respuestas que tanto desea.

     Tomó la almohada y la puso sobre su vientre para abrazarla, reemplazando la sensación de abrazar a su hermano mayor, lo cuál le formó un molesto nudo en la garganta que le hizo carraspear para no ceder a su debilidad.

—Buenas, Lian —Horacio entró con ese aire entusiasta que lo caracterizaba, por un instante se sintió mejor y se sentó para encarar al de cresta, quién venía acompañado solamente de Gustabo. El hombre le miraba con el entrecejo fruncido, y Lian le devolvió el gesto.

—¿Solo vienen ustedes? —Ignorando a Gustabo, Lian dirigió su mirada hacia el más alto y le extendió los brazos ansiosa por recibir un abrazo, el cuál fue correspondido de inmediato. Horacio rodeó sus hombros y con su diestra sostuvo la cabeza de la pelirroja, resguardandola en su pecho, cosa que ella agradeció enormemente en su mente.

—Por el momento sí. El doctor no fue muy específico, solo dijo que necesitabas alguien que te recogiera y Volkov nos ha enviado —explicó Gustabo sin tanto rodeo, divagando por la habitación un poco impaciente—. ¿Ahora qué ha pasao'?

     Lian se separó del abrazo y Horacio se sentó a su lado, tomando su mano y acariciando su piel.
    —A decir verdad no lo sé, varias personas me ayudaron y me trajeron al hospital —Miró disimuladamente a un lado para no mirar al de cresta. Claro que sabía lo que había pasado, no quería dejar verse como una mujer adulta que necesita ser cuidada todo el tiempo.

—Joder con tu cabecita eh, ¿quién no recordaría algo tan sencillo? —Las palabras de Gustabo tenían doble sentido, Horacio lo reprochó con la mirada y el contrario chasqueó la lengua y se sentó en uno de los sofás de la habitación. Por supuesto que Lian entendió que el rubio no habló a la ligera, y para cuando volteó a ver a Horacio, este desvió la mirada. No era incertidumbre lo que sentía sino pesar porque comenzaba a incomodarle que todos trataran de dirigirse a ella como si hubiera pasado por una gran tragedia innombrable, ¿o tal vez sí fue ese el caso? Sea como fuere, no sentía apoyo sino una fuerza que la hundía más en dudas que la mareaban.

     Lian bajó la cabeza y concentró su mirada en sus manos, pensando en que debía volver a casa y encerrarse en su habitación con un bote de helado y llorando. Ese cliché de amigas siempre le desagradó, solo que ahora estaba en posición de hacerlo, entendió la necesidad de ahogarse con el helado y sus lágrimas, así que la idea ya no era tan descabellada.

     «¿Por qué siempre te distraes tan fácilmente?»

     Horacio comenzó a hablar de un sinfín de cosas, como lo que haría después de salir de servicio o toda la ropa que compraría apenas tuviera su salario semanal. No pudo comprender cómo es que para él era tan sencillo, supuso que se trataba de su naturaleza, Horacio era como un río fluyendo con facilidad y sintió envidia porque ambos eran distintos en ese aspecto, lo que le llevó a pensar que si su hermano ya no estaba (pues él la mantuvo atada toda su vida) podía darse la oportunidad de hacer lo que no pudo antes: salir y explorar el mundo que hay afuera. Dentro de su imaginación era como un arco iris, todo rosa y lleno de brillos, pero su expresión parecía la de una persona muerta, y a Gustabo le dio un poco de miedo.

     Su mejor amigo chillaba emocionado alzando los brazos con euforia mientras ella parecía ensimismada pensando en otros asuntos que no tenían nada que ver con todo lo que Horacio estaba diciendo. Desde su lugar era como si no existiera, un espectador que observa las tragedias de los demás, posiblemente eso era, pero no iba a pensar demasiado en ello. Pudo llegar a la conclusión de que la pelirroja no estaba para nada bien, era evidente y no quería aceptar que alguien de su círculo no lo estaba, no era normal preocuparse por alguien que no fuera Horacio, pero ella le recordaba a su yo más joven, un tanto perdido sin rumbo fijo.

     Lo que no sabía era que ellos dos tenían en común más de lo que quisieran. ¿Pueden dos personas entender lo rotas que están sus mentes? Si es posible, entonces Lian y Gustabo podrían entender la complejidad de verse sumidos en una locura que intentan camuflar con cordura y un toque de engaño.

     Una cantarina voz, que rosaba entre la risa y un tono desesperado, ansioso, le susurró en el oído, Gustabo se sacudió como si con eso fuera a callarlo...

[...]

    «Policía. Plan. Infiltración. Superintendente».

     Aquellas palabras en desorden eran murmuradas en su oído, podía sentir el cosquilleo detrás de su oreja incomodando y todo lo que hiciera por quitárselo era inútil. Probó con dar pequeños manotazos a ver si esas borrosas imágenes en el aire se esparcian de una vez, tampoco funcionó y algunos compañeros la observaron pensando que estaría alucinando.

     Como era obvio, fragmentos de la voz de su hermano se le vinieron a la mente pronunciando esas palabras, no conocía el contexto ni el propósito y de repente se encontró con el comisario Volkov en los vestidores. Ambos se miraron con cierta incomodidad por no poder explicar algo que ni ella entendía, así que solo saludó y pasó a su taquilla intentando calmar a su voz interna que le reprochaba por no recordar algo que parecía ser importante.

     La mirada de Lian parecía estar vacía, como un color liso en sus iris sin ningún tipo de brillo, Viktor quiso comprender el momento en que se volvió así pero realmente no podía contestarse una cuestión como esa. Esas ocasiones que la vio en comisaría como una delincuente y no como compañera las tenía bien presentes; cuando tenía tiempo analizaba el claro contraste para averiguar alguna manera de ayudarle sin desobedecer las órdenes de sus superiores.

     Unos segundos pensándolo y observándola esperando que no se diera cuenta, su mente hizo clic y se le ocurrió una gran idea. Por supuesto que era fuera de su zona de confort, un sacrificio no le haría daño, después de todo estaba consciente de que no podía seguir siendo el frívolo comisario que fue siempre, si esto le ayudaba a hacer feliz a Lian, lo haría sin dudarlo. Se acercó a ella y se paró a un lado, lo único que podía observar era la puerta de la taquilla abierta y la manera en que los dedos ajenos apretaban esta misma.

     Viktor sabía que Lian se sentía frustrada por muchas cosas, una de ellas era el trabajo. Al parecer no le sentaba tan bien empezar desde cero, imaginaba que su instinto le decía que ella no pertenecía al lado de los policías, pero esperaba que no lo descubriera por el momento.

—Creí que te habías ido, Volkov —dijo, cerrando la puerta con cierta fuerza, llevo sus manos al cinturón donde portaba su arma y taser para mantenerlas quietas.

—Ehm no...quiero decirte algo —Volkov rascó su nuca y miró hacia otro lado. Hacer propuestas como esas no era su estilo, no estaba acostumbrado a relacionarse con las personas fuera de su trabajo. Era una persona muy solitaria, se acostumbró a ello y a pesar de los años no era capaz de hacerse a la idea de estar rodeado de más personas. La inquisitiva mirada de la pelirroja parecía apretarlo, se sintió asfixiado y acorralado en un lugar bastante pequeño.

—Claro, te escucho —Lian pudo sentir cómo la emoción recorría su cuerpo, no sabía lo que iba a decirle pero algo en ella quería explotar. Apretó sus labios para reprimir su sonrisa y se apoyó en los casilleros esperando a que siguiera hablando.

—¿Te gustaría salir? A ver, sería como amigos y no iríamos solos —Volkov habló como si llevara prisa y Lian soltó una carcajada por ello aunque le pareció una propuesta muy buena, la necesitaba a decir verdad—. Serviría para que te despejes un poco, venga, todos necesitamos vacaciones coño.

—Tienes razón, unas vacaciones no estarían mal —Le dio la razón mientras su risa se apagaba lentamente, miró hacia el suelo indecisa entre lo que quería hacer y lo que pensaba. Por un lado deseaba quedarse en casa y por el otro prefería salir, respirar algo de aire fresco que le ayudara a espabilar.

    Pensó en lo agradable que sería ir a la playa y sentir la arena colarse entre sus dedos, observando el amplio cielo y relajarse con el sonido de las olas yendo y viniendo. Era otra buena idea que deseaba proponerle al comisario aunque sabía perfectamente que sería arriesgado, la policía no descansaba y cualquier descuido era una oportunidad para los criminales, así que guardó ese pensamiento y le sonrió al peligris sin mucho ánimo, cosa que él notó de inmediato.

    Lian era un libro abierto, a pesar de sus antecedentes la mujer resultaba ser muy sensible aunque compleja cuando de la mafia se trataba. Así la recordaba cada vez que pensaba en la actual Lian.

—¿Pasa algo? —preguntó curioso buscando la mirada de la pelirroja, quién se apresuró a negar con ímpetu, como si alguien la hubiera amenazado para hacerlo—. A mí no me engañas, que se te ve a kilómetros que piensas en algo.

    Dejó caer los hombros rendida y ante esa confianza pudo considerar decirle lo que se le vino a la mente.

—¿Y si algún fin de semana vamos a la playa? Quisiera ir, alejarme un poco de la ciudad —Desvió la mirada juguetona para ver si hacía efecto su petición. Viktor divisó sus ojos con un pequeño brillo y con eso supo que le hacía ilusión, era como si estuviera frente a su hermana menor y nunca se negó a ninguna petición de Aleksandra, así que ¿quién era para hacerlo ahora?

—Lo planeamos y vamos ¿vale?

—¿De verdad? No creí que fuera a funcionar.

—Podemos dejar a alguien a cargo, además de Greco, pero será después, hoy en la noche iremos al Vanilla, ¿te parece?

—Absolutamente —Sonrió ampliamente.

     El ruso se despidió y la dejó sola nuevamente, soltó un chillido de emoción y cerró la taquilla de un golpe para salir de servicio y volver a casa.

    Sintió tanto entusiasmo que se propuso dejar de lado su tristeza y duelo, le estaba dedicando mucho tiempo a Yun, era su turno de pensar en ella y en lo que necesitaba por lo menos una noche y eso era divirtiéndose libremente. No tenía nada de malo dedicar un tiempo a llorar por una persona que ya no está pues de una manera u otra la vida cambia, la cuestión era qué tanto podría dejar alguien que su vida cambiara después de ello y Lian tenía claro que no deseaba tirarse a llorar lo que le restara de sus días.

     Así que corrió a su armario y lo abrió dejándose deslumbrar por cientos de prendas que no había utilizado aún. Tomó aquel top negro que resaltaba su nívea piel y en conjunto una falda con tablones del mismo color y mientras tomaba una ducha encendió la música inundando todo el departamento sintiéndose llena por primera vez en aquel año, incluso el baño le pareció relajante y sintió como si fuera una nueva persona abriéndose paso a un inicio diferente que agradeció mentalmente. El reflejo en el espejo del baño lucía distinto y pensó que podría acostumbrarse a verse de esa manera, alegre y recompuesta, que era lo que necesitaba.

    El ser humano necesita ese tipo de proceso, como una metamorfosis que lo lleva a convertirse en una nueva versión de sí mismo. Las mariposas se regían por algo como eso, renacer y volar alto para dejar ver su belleza y lo mucho que podían brillar. Esos pequeños insectos siempre fueron sus favoritos, solo que de pequeña nunca habría reflexionado en un análisis como ese hasta ahora.

     Realmente no se hizo gran cosa en el rostro, era de las mujeres que preferían ir por la vida al natural, después de todo no desconfiaba de su belleza aunque esa cicatriz en su rostro intentara hacerle creer lo contrario; el tiempo se le pasó volando hasta que escuchó un auto aparcar afuera del edificio y al darse cuenta de que eran los chicos bajó rápidamente.

     El fin de semana siempre fue algo característico en la ciudad por las coloridas luces en la mayoría de establecimientos, personas en sus autos haciendo el capullo con la música a todo volumen, destrozos aquí y allá y los bares a reventar, le parecía gracioso que un cuarteto de policías fuera a meterse a uno de esos lugares de mala muerte donde no hay nada más que tráfico de drogas y delitos, pero joder, no iban a trabajar sino a divertirse. Gustabo la saludó casi gritando desde el asiento del copiloto y sonrió subiéndose atrás junto a Viktor, quién parecía al borde de un colapso, así que Lian palmeó su hombro percibiendo lo tenso que se encontraba, aunque solo recibió una sonrisa que pareció forzada.

[...]

     Le pareció impresionante que Víktor se la estuviera pasando increíble cuando es bien sabido lo cerrado que es hacia otros seres humanos. No podía culparlo, todos llegan a ese punto en el que es mejor no mostrar más de uno mismo al mundo exterior, aunque la cuestión en este caso era más interesante de lo que podría parecer, ya que hay personas que deciden tener una personalidad frívola y a otras las orillan a serlo, por lo que su pregunta era ¿cuál fue el caso del comisario? Si era realista, la amistad no iba más allá de un saludo y cierta preocupación, pero esta podía interpretarse como última opción porque los altos mandos la pusieron allí, al cargo del hombre, o eso era lo que su cabeza le hacía pensar con todo lo bueno que pasaba, tal vez Volkov era parte de eso bueno y se rehusaba a creerlo. Sea como fuere, conocer a Volkov resultaba un misterio. Un día era tan cálido como el sol, después gélido como una laguna congelada, y luego la persona más gentil del universo, así que todo lo que le rodeaba era confuso, por decirlo así.

     Pensó que posiblemente el alcohol sacaba a la luz la verdadera naturaleza de cualquiera, lo cuál resultaba un tanto agrio tomando en cuenta que las personas ebrias no siempre hacían cosas buenas, otras terminaban cerrándose más o simplemente mostrando una versión creada específicamente para los momentos de ebriedad, lo cuál, claramente era el caso del peligris que llevaba todo el rato riendo, haciendo un par de bromas e incluso, abrazando a unos cuántos agentes que se habían topado en el bar.

    Así que aún desconocía sus secretos y los pensamientos que encaminaban al peligris a actuar de cierta manera, por esa razón sonrió mientras bebía de su piña colada, observando a sus amigos divertirse en un ambiente libre del estrés de la comisaría; aquel lugar tan extrañamente familiar y al mismo tiempo asfixiante, la sensación de felicidad y amargura se mezclaban de tal manera que no sabría decir si se sentía cómoda o no. Las voces iban y venían en sus oídos, como si escuchara sus propios pensamientos y estos fueran personas hablándole cosas sin sentido que terminaban agobiandola, ¿o era solo el efecto del alcohol corriendo por sus venas? Sacudió su cabeza en un absurdo intento por quitarse de encima aquellas voces resonando en las paredes de su mente, ignorando también que su alrededor comenzara a girar lentamente como un carrusel. Lian dejó el vaso sobre la barra, golpeándose las mejillas para espabilar y no darse de cara contra el suelo.

     Las luces le cegaban y el temblor que experimentaban sus piernas tampoco era de ayuda, y tanteando las paredes con sus manos se dirigió al baño, no sin antes chocar con un hombre que inmediatamente reaccionó para sostenerla y no dejarla caer.

—Joder, discúlpame —El hombre habló con notable preocupación, luchando contra el cuerpo de Lian que ya deseaba quedarse tirado en el suelo para descansar un rato—. ¿Estás bien? ¿Necesitas algo?

     ¿Necesitar? Si vomitar se consideraba una necesidad, su respuesta era sí, había perdido la cuenta de cuánto llevaba bebiendo. La pelirroja asintió lentamente, temiendo expulsar sus jugos gástricos si llegaba a abrir la boca y eso sí que sería una vergüenza total, no era una avestruz como para ocultar la cabeza bajo la tierra. Aquel hombre, de apariencia ruda, del tipo que no quieres meterte con él, notó lo complicado que estaba siendo para Lian y rió internamente mientras con la mirada buscaba a alguien que pareciera haber perdido algo, o en este caso, a alguien.

     A lo lejos pudo reconocer al comisario Volkov, dándose cuenta de que no estaba en servicio por aquel baile ridículo que estaba haciendo en compañía de más agentes, negó con la cabeza y resopló con pesadez para regresar su mirada a la mujer que observaba a la nada, preguntándose si debía ofrecerse a llevarla a casa o algo por el estilo porque lo suyo no era preocuparse por alguien más.

     Por su parte, Lian pensaba en la extraña sensación de familiaridad que le provocaba el hombre parado a su lado. Su cabello platinado, similar al de Volkov, era lo único que parecía traerle un vago recuerdo, solo que no descartó la posibilidad de haber visto a más de un civil con ese color de cabello durante su patrullaje, de ser así ¿entonces por qué removía algo en su mente? Torció sus labios en una mueca y el pánico acompañado de las náuseas no era nada bueno; ella no era paranoica ¿qué le sucedía? Observó de reojo al hombre, percatandose de que la sonrisa en su rostro era todo menos amigable y eso le provocó un tirón en el abdomen que le recordó a ese temor que sintió con su hermano incontables veces.

     Carraspeó e intentó fingir que se encontraba mejor para no seguir preocupando a los demás. Ambos se miraron un par de segundos que parecieron horas y ella terminó agradeciendo el corto rato que le hizo compañía y se retiró hacia los baños.

    El peligris no apartó la vista hasta que ella desapareció y después se perdió caminando entre la multitud, con una sonrisa en su rostro.

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