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๑ O1 ┊ ❝ Preguntas ❞

     El otoño asomaba en la ciudad de Los Santos. Los árboles se pintaban de un color naranja que gradualmente se volvía oscuro hasta que finalmente las hojas caían al suelo, los niños jugaban con estas, emocionados por la pronta llegada del invierno.

     La mujer que se encontraba en aquella habitación resopló con cansancio y bajó la mirada hacia su regazo donde descansaban sus pequeñas manos, jugando con la orilla de la sábana que cubría su cuerpo. A esas alturas le daba igual si lo que escuchaba eran buenas noticias o no, de hecho, desde hacía un año supo que su vida no sería igual a partir de aquel momento, y parecía no estar resignada aún.

     No poseía tanto conocimiento respecto a cierto suceso del que procuran no darle detalles, lo que sí supo era que ahora se encontraba por su cuenta, sola, lo que tanto temió de pequeña después de todas las promesas que su hermano le hizo asegurando que él nunca faltaría. La manera en que el comisario Rodriguez notificó al comisario Volkov no fue la más adecuada tomando en cuenta que ella se encontraba vulnerable; si le preguntaran, hubiera deseado enterarse de otra forma y no en plena recuperación en el hospital. Sea como fuere, la noticia seguía siendo tan amarga como la primera vez que la escuchó, y ahora en el hospital recordaba aquella ocasión.

     La puerta se abrió y se encontró con la mirada de Volkov algo preocupado en cuánto se enteró del percance que tuvo la policía. El comisario se preocupaban por ella así como todos los demás oficiales, incluyendo a la superior Michelle Evans, lo cuál le llevaba a preguntarse qué papel tan importante desempeñaba como para recibir aquel trato tan generoso después de tantos años en que la sociedad los trató como escoria. Seguía pareciendole difícil aceptar y disfrutar tanto interés de personas que afirmaban quererla, y no dudaba que fuera cierto, pero su instinto siempre le hacía mantenerse alerta.

     Volkov tomó asiento en el pequeño sofá a unos cuántos metros de la camilla, sin apartarle la vista y buscando cómo preguntarle al respecto sobre lo acontecido. Bien era cierto que era conocido por el típico estereotipo que las personas tienen de un ruso, sin embargo, con el pasar de los últimos meses Volkov se había ablandado tanto que nadie lo creería. Ni él mismo.

—Tuve un choque –Se adelantó a responder la mujer, sin mirarlo.

—¿Cómo sucedió, Lian?

—Fue un descuido mío, me distraje pensando en otros asuntos y ahora me tienen aquí monitoreando que no tenga alguna contractura o algo similar.

     Después de eso ninguno de los dos dijo algo. Lian se quedó pensando en todo lo que le traía estar en ese lugar, y se trataba de uno de los meses que más desearía borrar de su cabeza. Aquel suceso trajo consigo una decisión que ni siquiera ella pudo tomar, haciéndole sentir que faltaba a sus principios, los cuales supo toda su vida que eran incorrectos pero que a final de cuentas, su hermano se los inculcó.

     La explosión en la iglesia y las consecuencias que tuvo ahora hizo que ella sintiera arrepentimiento por algo de lo que no estaba del todo segura. Sus pensamientos eran una mezcla de emociones difíciles de leer, como los garabatos de un niño que apenas aprende a usar un lápiz. El mohín en sus labios no dejaba deducir si se encontraba triste o si estaba a punto de hacer un berrinche ante su impotencia, mientras se preocupaba por no levantar la mirada hacia el comisario, quién se debatía bastantes puntos respecto a la actitud de la policía frente a él.

     Volkov no estuvo del todo de acuerdo con la repentina decisión que tomaron los superiores en cuánto a la situación de la pelirroja, de hecho, le pareció algo injusto que no le permitieran pensarlo o por lo menos meditarlo, simplemente decidieron que sería una nueva integrante en el cuerpo nacional de policía y parecía más como un castigo por la vida que llevó anteriormente. Podía notar su inquietud al estar entre los demás oficiales, o en las pocas veces que llevaban patrullando juntos durante ese mes.

—¿Podré irme pronto? –Lian interrumpió el silencio con esa pregunta que sorprendió a Volkov. Quería decirle que sí, que la llevaría a casa y que podría ausentarse un par de días del trabajo, pero no dependía del todo de él, había procedimientos y puestos que se veía obligado a respetar, así que apretó los labios, reteniendo todo el aire que había en su interior para dejarlo escapar un par de segundos después en un sonoro suspiro.

—Iré a preguntar, ¿vale?

     Lian se limitó a asentir, regresando su vista al ventanal; en él pudo ver su reflejo: sentada sobre la cama, con una expresión que su hermano habría borrado con un chiste absurdo que le arrebataría una carcajada...acciones que ahora eran más que recuerdos, difíciles de alcanzar otra vez. No existía día en que no dejara de pensar en las palabras que formaron parte de su agonía, y en una circunstancia parecida a la que estaba viviendo ahora. El hospital era el lugar donde menos deseaba estar. Era como un nido de tragedias, un pantano de desgracias y dolor. El color blanco en sus paredes estaba lejos de representar pureza o algo angelical, le irritaba el olor a medicamentos, los lamentos, los pitidos de esas máquinas y cualquier recuerdo que la remontara al día en que perdió lo más importante para ella.

     En el vidrio pudo ver a su hermano mayor como si estuviera a su lado, sonriéndole tal como lo recordaba, parecía que él nunca se había ido cuando claramente estaba equivocada. Entonces aquellas palabras retumbaron dentro de su cabeza, haciendo eco en sus oídos.

     Yun Kalahari está muerto.

     Cuatro palabras que no podían estar en la misma oración. Aún se negaba a creerlo; su parte racional estaba consciente, y la parte más sensible intentaba convencerla de que era una broma de mal gusto, así que ¿a quién creerle? ¿a la Lian cuerda o a la Lian al borde del colapso? ¿podía estar más jodida? Por supuesto que sí, y esa clara respuesta también le daba miedo.

     Sollozó con el recuerdo de la última vez que lo vio, deseando que ese encuentro hubiese sido diferente para no sentirse arrepentida de lo que sea que haya hecho. Era borroso, y quizás prefería que fuera de esa manera.

     El comisario entró con una sonrisa que se borró inmediatamente al ver a la mujer en aquel estado, aclaró su garganta para hacerle saber que estaba ahí e intentando ignorar lo que vio, se acercó a su camilla.

—Te podrás ir hoy mismo, no fue un choque muy aparatoso como para presentar heridas o alguna lesión.

—Gracias Víktor –Ambos se quedaron callados por unos instantes y Lian retomó la palabra–. ¿Podría tomarme libre lo que queda del día?

—¿Te sientes bien?

—Solo necesito descansar –Una risita llena de amargura brotó de sus labios y negó con la cabeza, como si negara algo que le dijo su mente y que Volkov no podía escuchar–, me estoy agobiando con tantos pensamientos.

     Fragmentos aquí, fragmentos allá. Nada es muy claro. Todo es muy confuso pensó en añadir Lian, pero seguramente la tomaría por loca y era una conversación que no deseaba tener en ese momento.

     Por otro lado, Viktor sintió cómo se le aceleraba el corazón, palpando su teléfono en uno de los bolsillos para enviar un mensaje a su superior. La orden que se le dio a cada uno de los oficiales era cuidar a Lian en todo momento, mantenerse alerta de cualquier cosa extraña que notaran. El caso de Lian era un tanto peculiar si alguien lo contaba: no sabían con exactitud su historia, ni sus antecedentes antes de que The Union se instalara como una de las mafias de la ciudad, y cómo es que terminó metida en el CNP. Seguramente era un misterio que solo una persona supo descifrar. Sea como fuere, por alguna razón los de arriba estaban interesados en ella.

     El doctor entró a la habitación y revisó a Lian una última vez mientras Volkov tecleaba rápidamente un mensaje. El tiempo le pareció eterno hasta que el mayor lo llamó un par de veces, sacándolo de sus cavilaciones.

—Llevela a casa, es necesario que descanse, ¿escuchó comisario?

—10-4 doctor.

—Bien –Se giró hacia Lian nuevamente y la miró con una sonrisa tierna, esto le pareció extraño puesto que no entendía porque la miraba de esa manera. ¿La conocía de algo o simplemente le causaba risa que alguien despistada tuviera un accidente? Bueno, eso último resultaba un tanto hiriente viniendo de un profesional que vela por la salud de las personas–. Veo que no pierdes la costumbre de venir por aquí a menudo.

     Se removió incómoda intentando descubrir lo que había detrás de sus palabras. Era la primera vez que iba al hospital, ¿de qué hablaba ese hombre? Víktor captó enseguida lo que quería decir su reacción y se adelantó a responder por ella:
    —Es algo torpe y distraída, ¿o no Lian?

     No respondió hasta que recibió un pequeño golpe en su pierna.

—Oh sí, sí, una disculpa, tendré más cuidado la próxima vez.

—Vale, vuelvan con cuidado.

     Después de eso todo se tornó más borroso dentro de su cabeza.

     Ambos se dirigieron al coche patrulla, Lian ni siquiera prestó atención al momento en que el vehículo comenzó a avanzar.

     El tono naranjo se mezclaba con las nubes, formando un bonito cuadro en el cielo que Lian habría considerado pintar si tan solo supiera hacerlo, así que pensó que sería buena idea algún día intentarlo. Los edificios pasaban con rapidez a medida que avanzaba, lo que también hizo que se preguntara como una niña ¿los edificios nos siguen o solo es que los dejamos atrás? Muchas veces se planteaba cuestiones como esas, en las que parecía haber respuestas complejas aunque fueran todo lo contrario, y posiblemente esa era la vida: con tantas preguntas, cuando quizás es lo más sencillo del mundo. Pero no, la vida estaba lejos de esa ficticia realidad; era tormentosa, complicada.

     Resopló y miró al comisario, quién de vez en cuándo volteaba a verla, como esperando algo.

—¿Sí escuchaste lo que te dije?

—¿Eh? No, discúlpame –Volkov suspiró y apretó el volante entre sus dedos, debía sacar paciencia de quién sabe dónde, y aquí era donde entraba la cuestión de la vida. Lian notó esas pequeñas acciones, suponiendo que para él era difícil  tratar con una persona como ella. La vida viene en minúsculos, pequeños y grandes obstáculos.

—Preguntaba si te apetecía ir a comisaría o a tu casa? –Era una pregunta sencilla, y a Lian parecía difícil responderla. Deseaba ir a comisaría a ver qué podía hacer, y al mismo tiempo volver a casa, en su lugar seguro.

—Creo que me pasaré un rato por comisaría.

—Lian, no creo que al super...

—¿Cómo dices?

     Víktor se mordió la punta de la lengua, torciendo los labios hacia abajo en una mueca de tristeza.
     —No creo que sea lo mejor.

     No era primera vez que el peligris dejaba frases inconclusas, y no solo él, los demás agentes también. Lian estaba consciente de que algo no andaba bien dentro de su cabeza, la incertidumbre de sus compañeros y superiores no ayudaban del todo. En comisaría se podía sentir un ambiente denso y dividido como si el CNP no fuese un equipo.

     Ambos dejaron la conversación a un lado debido a que Viktor sentía que se podía destapar algo para lo cual aún no era tiempo. No soy idiota se aseguró Lian, y para tantos meses donde las actitudes sospechosas eran evidentes, consideró que era hora de comenzar a indagar.

     Con el invierno a las puertas, la comisaría se sintió helada apenas puso un pie en ella, y se planteó si antes había sido así. Existía algo que parecía la marca entre el antes y el ahora.

     Superintendente resultaba una palabra prohibida. Nadie se atrevía a pronunciarla y si salía de los labios de alguien, su sentencia era segura. Las personas parecían ignorar el hecho de que faltara algo sumamente importante.

     Algunos recuerdos son borrosos, y a meses de esa desgracia su mente sigue diciéndole "es mejor que no lo recuerdes" aún cuando hace el mayor esfuerzo por intentar hacerlo. No sabía con exactitud lo que formaban los trozos de varias memorias que venían como luces parpadeantes. Iluminan todo para luego sumirla en una confusa oscuridad y lo único que tenía bien presente la mayor parte del día era aquel estallido que retumbaba en sus oídos y viajaba como escalofrío por todo su cuerpo, el edificio desplomandose frente a ella y la alarmante mezcla de los gritos y sirenas de las ambulancias y patrullas.

     Cualquier ruido parecía un estruendo que la remontaba a ese día en la iglesia.

     El comisario Volkov la dejó para ir a atender un par de denuncias, mientras tanto ella decidió dirigirse a la segunda planta de comisaría, específicamente al balcón donde podía pasar un par de minutos sola. El lugar no la terminaba de acoger después de casi un año, parecía que las paredes la miraban con repugnancia, se sentía juzgada y no terminaba de comprender la razón de ese incómodo sentimiento. Era la sensación de estar dónde no debes. Entonces se encontró a un sonriente chico de cresta grisácea, su energía logró contagiarsele un poco y sonrió de inmediato acercándose a él.

     La realidad era que Horacio resultaba bastante atractivo, incluso durante el tiempo que él estuvo en proceso de recuperarse a sí mismo. Lian estaba consciente de lo que trajo consigo aquel trágico accidente, no solo viéndose perjudicada ella sino más personas, en aspectos físicos o emocionales. Ahora, el chico de la cresta llevaba aproximadamente dos meses de regreso en la policía, luciendo entusiasmado.

     Los aros de humo chocaron contra su rostro y tosió mientras soltaba una pequeña risa al notar que no existía ni un ápice de arrepentimiento en la expresión del contrario.
     —¿No te he dicho que fumar es malo?

—Un cigarrito de vez en cuando no hace daño, perla –Dio una calada más y luego tiró el cigarro al suelo para apagarlo. Horacio miró a la pelirroja con ese inmenso impulso de abrazarla y no soltarla–. Te ves bien, Lian.

—Tú te ves bien, yo me siento fatal.

—¿Sigues sin dormir?

—Las pesadillas me hacen preferir tener los ojos abiertos. Dormiría si la imagen de mi hermano fuera más agradable.

—Ya pasará tranquila.

—Ojalá sea pronto porqué no creo poder lidiar con ello sin antes volverme loca –Dejó caer sus hombros como si no tuviera caso nada de lo que hiciera.

—Deberías hacer algo para distraerte, no sé, tal vez salir.

—No puedo. Creo que debo comenzar a buscar respuestas.

—¿Respuestas?

—Tú sabes, es respecto a ese día de la iglesia –Horacio carraspeó, totalmente incómodo y luego se apoyó en la puerta que daba hacia la terraza de comisaría–. Alguien debería responder a mis preguntas.

—Es mejor así, créeme.

—¿Por qué estás tan seguro?

—Se nota en tu rostro que todo es más fácil de esa manera –Su amigo bajó la vista ya que su expresión había cambiado a una triste, las comisuras de sus labios formaron una mueca que mostraba algo como dolor–. Déjalo pasar.

—Tú piensas que es fácil, pero no lo es. Sólo esa persona sin rostro me hace sentir inquieta, y lo siento como si necesitara saber de quién se trata.

—Lo sé, pero por ahora no lo hagas.

     Musitó eso último, casi como una súplica que solo causó que algo en ella se rompiera aún más de lo que ya estaba.

     Aquella fecha era más como una leyenda a la que el mundo le teme, y por ende, nadie desea contarla.

     Ambos se sonrieron, diciendo en silencio que por el momento era hora de dejar el tema a un lado, como si nada hubiera pasado. Mentalmente lo agradeció.

[...]

     Gracias al cielo el resto del día transcurrió con normalidad, o simplemente la dejaron descansar. Sea como fuere, por fin se encontraba en casa después de ese pequeño choque y sobre la conversación algo extraña que tuvo con Horacio.

     La vieja puerta del departamento emitió un sonoro rechinido que le recordó la importancia de aceitarla. El olor a humedad llegó hasta sus fosas nasales y contribuyó a su repentino cambio de ánimo. Lian mantenía una especie de amor-odio por ese lugar; de no ser por las paredes que tenían plasmadas una historia que le generaba curiosidad, seguramente se trataba de su infancia y no podía evitar sentir un tirón en su abdomen, eran sus pasos a través de los años. Muchas personas se sienten orgullosas de mirar el pasado, pero Lian estaba huyendo de él.

     Dio un vistazo rápido a la foto de su hermano que colgaba en la pared, en medio de la sala de estar, lo que le hizo darse cuenta de que pudo haber sido otra persona pero nunca tendría las agallas que tuvo él para huir cuando fue necesario.

     La sonrisa de Yun era tan brillante como el rojo vibrante de su cabello. Era el único hombre que mostró auténtica preocupación por ella. Lo que estaba marcado en su piel y en ella se trataba del duro esfuerzo que puso Yun para entrenarla y volverla una mujer firme. Su nombre y todo de él estaba plasmado en esa casa.

     Su diestra limpió las pequeñas lágrimas que corrieron por sus mejillas al escuchar la llamada entrante. Al principio pensó en ignorarla, y al ver el remitente consideró responder inmediatamente.

—¿Víktor?

—¿Está todo bien?

     La pregunta le descolocó un poco. Por lo que decían los agentes, Víktor no era la persona más afectuosa, sin embargo, se mostraba genuinamente cariñoso y amigable con ella.

—Todo perfecto.

—¿No necesitas nada?

—No, solo debo descansar y estaré mejor.

—Vale, bueno, mañana es importante que no faltes al trabajo —Guardó silencio por dos segundos y luego chasqueó la lengua—. No hay tantos agentes como antes.

—10-4.

—Entonces descansa —Y colgó.

     Nuevamente el misterio rodeaba al comisario en el extraño tono que utilizó para decir que las cosas no eran como antes.

     No sabía desde cuándo, pero todo se sentía extrañamente desconocido; y era aún más agobiante. Se ahogaba, pataleaba, y no había nadie que le diera respuestas en medio de ese camino desconocido que tendría que recorrer.

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