ii. Mustang 66
Val Tesla provenía de una familia Cristiana-evangélica. Los escasos recuerdos que aún atesoraba en su memoria respecto a su infancia, la cual a penas logró disfrutar cuando sus dos padres estuvieron vivos, eran más que enriquecedores para ella, y dentro de esos recuerdos, uno que otro principio que le inculcaron hasta el día presente se habían convertido en grandes columnas de vida en cuanto a sus convicciones una vez que comenzó a crecer y llegaron a su conocimiento las apostasías y falsas doctrinas que el mundo luchaba con imponerle todos los días.
Después de que Val fue desalojada de Finnick, en donde estaba su hogar, fue enviada al orfanato de monjas en Chergood, a más de 300km de su pueblo natal, y nunca jamás volvió a conocer un lugar en donde remotamente se predicara la palabra de Dios como tan solo su padre lo hacía en casa para con ella y su madre, a base de palabras y hechos que incluso a su corta edad eran palpables. Nadie en los 6 años de su estadía en aquel pueblo le había convencido lo suficiente como para que su idea de que la religión que su familia había comprendido en ella no se trataba de un simple gesto de identidad entre ellos, y el hecho de que nada se acomodara a la manera de pensar que se le había desarrollado la hacía tener que conformarse con lo que tenía al frente. Adaptándose.
Hasta que conoció la Iglesia de St Jaques una vez que el coro de ésta se presentó en su orfanato y sintió su veneración como un huerto fresco.
No volvió a la parroquia una vez que tuvo la oportunidad de salir de aquel lugar que más que brindarle alguna paz o seguridad se había convertido en un miedo constante, una confusión hostigante y un debate personal frustrante.
Una vez que embarcó de intercambio en 1964 en el pueblo de Hampton, en Richmond ubicado en los límites de Virginia Occidental, a pesar de que la crueldad de los parámetros de vida en el lugar la azotaban con fuerza más de lo habitual, el hecho de estar lejos de la dispersa e incongruente educación que le estaban obligando a ejercer dentro de aquel orfanato le daba ánimos para anteponerse ante lo que se le pusiera en frente hasta cumplir con un simple objetivo; irse de Virginia y no volver ni por error.
Aunque justo en el presente su meta original aumentaba cada vez más en sus imposibilidades de alcanzarla, impedir que el enemigo le metiera pata ya era costumbre para entonces, incluso si ya le había logrado dejar varios moretones y un par de huesos rotos.
Val Tesla, de rostro benévolo y marrones endulzantes, se encontraba fregando los trastos de la cena en sumo silencio sumergida en sus distraídos pensamientos que iban de una cosa a otra sin enfocarse simplemente en una, hasta que la luz del patio principal delante de ella se encendió y capturó su atención.
Una rubia bastante joven, atravesaba apresuradamente el lugar hasta quedar en la ventana abierta frente a ella con una sonrisa emocionada y las cejas moviéndose de arriba abajo simultáneamente.
Val soltó una risita.
—¿Tan bien te fue? —dijo enjuagando el último trasto y colocándolo sobre un trapo seco.
La segunda asintió efusivamente y cruzó el muro que las separaba hasta quedar frente a ella.
—¡Es más lindo de lo que imaginé que podría ser! —Val sonrió genuinamente al escuchar a su amiga hablar de esa manera. —No sé cómo no se atrevió a acercarse a mi desde hace meses, yo, francamente creo, creo que me casaré con él.
La castaña abrió los ojos de par en par y soltó una carcajada recargándose en la alacena detrás de ella y de frente a la rubia.
—¡Hablo en serio, Val!
—¿Casarte? ¿Después haber ido por una espuma de chocolate? —la miró incrédula —No puedes estar hablando en serio.
—Ya sabes que nos conocemos desde antes.
—¿Lanzarse miraditas en medio del servicio dominical te parece "conocerse"? —la rubia asintió con esmero —¡Reacciona por el amor de Dios, Molly!
—¡Shh! —susurró entre risas —papá me mataría si se entera de que acepté salir con él.
Val pusó los ojos en blanco y resopló.
—¿Tu padre sigue aquí?
—Se irá mañana temprano, dijo que antes debía pasar a un taller esta tarde.
Gruñó y pesadamente echó la cabeza hacia atrás liberando un suspiro, dejando a la vista la piel amoratada de su cuello. Molly frunció el ceño tratando de observar a contra luz, y una vez que logró percatarse de los hematomas dió un brinco.
—¡Pero qué te sucedió, mujer!—Val abrió los ojos como platos y exaltada dirigió su vista hacia el lugar que señalaba la otra chica. Se cubrió al instante con la palma de su mano. —¿Quién te hizo eso?
—Me lastime tomando un baño ésta mañana.
Incrédula, se acercó hasta la castaña y quitó la mano de encima de su cuello que cubrían las múltiples marcas de agresión.
—Fue el idiota de Dallas, ¿cierto? —no respondió, y en su defecto, Molly lo tomó como una afirmación silenciosa —¡Te dije que no te fiaras de ese bastardo!
—¡Baja la voz! —trató de tranquilizarla —¿Cómo voy a saber cuando un muchacho tiene buenas intenciones y cuándo no si aparentemente tiene todo un perfil de confianza?
—Sí, en la Iglesia y con quien le conviene. Te dije que era un idiota, ¡te dije que Madián lo había encontrado espiándola en el baño de mujeres en medio del sermón la última vez que vino!
Val no dijo nada y simplemente bajó la mirada. ¿Cómo podría adivinar que trataría de aprovecharse de ella en el último momento si sólo se había ofrecido en llevarla a casa y segundos antes estaba siendo parte de una colecta para los fondos de la Iglesia? Suspiró.
—¿Estás bien?—la voz de la rubia salió en un tono más sereno una vez que se ablandó viendo la expresión de su amiga.
—Estuvo feo.
Sin pensarlo dos veces, Molly se acercó rompiendo la distancia y la acunó en sus brazos antes de que Val derramara la primer lágrima.
Se sobresaltaron al mismo tiempo cuando escucharon el portón de la entrada resonar en toda la casa. La castaña se limpió rápidamente el agua que yacía alrededor de sus ojos y carraspeó.
A continuación dos hombres bien parecidos y con siluetas bastante formidables cruzaron el patio principal hasta introducirse dentro de la vivienda. Sus voces no dejaban de resonar por toda la casa y gracias a su animada plática, Val pudo cerciorarse de borrar todo rastro de aflicción antes de ser vista y caer en cuestionamientos por parte de los nuevos presentes.
—Será mejor que vayamos a saludar —indicó Molly con sutileza. Val asintió resignada.
Con la mirada gacha, cruzaron el arco y el pasillo que separaba la cocina de la sala principal en cuestión de segundos, provocando que las risotadas de los hombres cesaran por unos instantes al verlas de pie frente a ellos.
Val tragó en seco cuando se percató de que la segunda persona que acompañaba al padre de Molly sentado a su diestra era nada más y nada menos que Roman Jill. Sus ojos conectaron fijamente por una fracción de segundo antes de que la muchacha desviara la mirada intencionalmente hasta el primer varón, ignorando su incomodidad y sonriendo falsamente.
—Papá, Val está aquí, ¡te dije que volvería pronto! —exclamó Molly muy intrépida.
—Me perdí de su llegada esta mañana, señor —cordialmente saludó cuando tuvo que hablar —me alegra que no se haya ido aún.
Ben Sailors se puso sobre sus pies y se colocó a un costado de la joven; pasó un brazo por sus hombros, y la apretó.
—A mi me alegra verte, pequeña Val. Pero creo que alguien está más feliz que yo de por fin alcanzarte en un horario decente.
Forzada, posó de nuevo sus ojos sobre el hombre que aún yacía sentado sobre el sofá.
—Señor Roman, me es muy agradable verlo.
Él, de cabellos rubios profundos e iris envolventes pasó una mano por las comisuras de su boca sin quitarle la vista de encima y sonrió echando su espalda hacia atrás.
—¿Señor Roman? —cruzó una de sus piernas —Vamos Valley, no serás la excepción en llamarme tío Jill.
Soltó una risa nerviosa y aprovechó para apartarse lo que pudo del agarre de Ben.
—Claro, tío Jill. Al fin nos encontramos.
Roman chasqueó su lengua y miró el reloj colgado sobre la pared de en frente y por detrás de la nuca de Val.
—Y es una pena que nuestro encuentro haya sido tan corto.
—¿Qué? Pero si acaban de llegar —se adelantó Molly corriendo hasta quedar en medio de los presentes. —Vamos, quédense más tiempo, padre me dijiste que estarías hasta mañana.
—El mecánico me avisó que el auto estaría disponible a las 6:00, es imposible que podamos quedarnos más tiempo, aún hacen falta media docena de casas por censar —respondió Ben —Lo siento, bonita.
La rubia se volteó para encarar al segundo hombre que yacía sobre el sofá y se sentó a un par de metros de él juntando sus manos en forma de rezo.
—Por favor, tío quédense hasta después de la cena; papá no ha estado aquí más que un par de días desde hace casi un mes.
—Molly, ya eres una jovencita, comprende la situación por favor.
El segundo observó por varios segundos a la rubia y chasqueó la lengua.
—A las 10:00 tomaremos la carretera del oriente, mientras tanto; podremos merodear unas cuantas horas. — Roman Jill tomó entre sus manos las de Molly. Dejó un casto beso en la punta de sus dedos —Y mientras te pones al día con tu padre, Val y yo podríamos pasar por el auto al taller, ¿Te parece buena idea, Valley?
Cohibida bajo las miradas de cada individuo presente en la sala se vió orillada a asentir sin lujo de reprochar y Jill sonrió con satisfacción mientras Molly aplaudía efusivamente.
Todo el camino hacia el taller cerca de la calle Cilia fue a pie, y aunque Val no refutaba de aquello, esa tarde algunas punzadas en las sienes ya comenzaban a molestarle cada vez que Roman Jill soltaba uno que otro "chascarrillo"acerca de distintos temas críticos que habían estado abordando los últimos meses en el pueblo y que lamentablemente el hombre con complejo de superioridad había tenido la desdicha de escuchar, temas que a Val en lo individual, no le provocaban ser partícipe de ninguna clase de burla como las que Jill se había dedicado hacer sin resentimiento.
Ella no odiaba a Roman Jill y tampoco tenía malos deseos en contra de él, a pesar de los muchos rumores que se paseaban de boca en boca acerca de los "malos pasos" en los que estaba involucrado el varón, su excusa era que simplemente no lograba congeniar con aquella atrevida forma de pensar que siempre parecía remarcar en cada opinión que soltaba, lo que a Val le provocaba mantener su distancia para evitar desacuerdos cada vez que visitaba la casa de los Sailors.
Agradeció en voz baja al cielo cuando pudo leer desde la entrada de la calle el gran letrero del taller que buscaban justo cuando Roman parecía esforzarse en ser más impertinente.
Val se detuvo en la entrada cuando se percató de que su acompañante no la seguía más y se giró en su dirección confundida.
—¿Sabes manejar? —prendió un cigarrillo.
Frunció el ceño.
—Tengo una amiga que vive muy cerca de aquí y creo que tiene años que no la veo, podrías adelantarte. Llegaré en la noche.
Sonaba más a instrucción que a alguna clase de comentario. Igual no le desagradaba la idea de regresar sola sin tener que escuchar sus comentarios irrelevantes cada veinte segundos.
Asintió y cruzó la cochera.
El lugar olía a neumático quemado y una mezcla entre gasolina y pintura que en segundos le provocaron un respingo antes de dirigirse hasta el mostrador, en donde un regordete de bigote y cejas espesas contaba silenciosamente un fajo de billetes. Sin percatarse de su presencia después de lo que pareció un largo minuto de espera, carraspeó.
—Las entregas están programadas para mañana después de las tres —pronunció sin mirarla.
Tragó saliva.
—Señor, me parece que le informó a mi tío Jill que podía pasar por su auto a esta hora.
No obtuvo respuesta. Volvió a carraspear.
El hombre sorbió su nariz y volvió a decir —Las entregas están programadas para mañana después de las tres.
Más que desorientada y apenas queriendo enfadarse, cuando abrió la boca para decir algo más, el ruido de un cofre estamparse contra una superficie la hizo girar hacia su derecha.
—El auto está listo. Mustang 66 ¿cierto?
Val asintió y dio un par de pasos en dirección al vehículo color caoba que acababa de cerrarse, bajando la mirada y prestando atención a sus placas.
Mustang 66 YVP-RJS
—No había mucho que hacer, el golpe no fue realmente catastrófico. —La chica pudo percatarse de que la serena voz que se dirigía a ella provenía de por debajo del coche y se quedó quieta hasta que el muchacho se impulsó de algo contra su espalda y pudo ponerse de pié mientras frotaba un pedazo de tela contra su rostro.
Cuando lo vió de frente no pudo evitar pestañear dos veces. Incluso lleno de polvo y suciedad a causa del motor, encontró el rostro más suave que había visto en una persona desde su llegada a Hampton. Sus ojos chocaron y ella desvió la mirada.
—El rin lucirá mejor después de pulirlo un par de veces —siguió con los orbes clavados en ella —deberías tener más cuidado.
Volvió a mirarlo.
Arvin quiso inclinarse más hacia enfrente para poder tener una mejor vista del lienzo que tenía delante pero se contuvo con una expresión neutral. Ella era la misma chica de unas horas atrás y las ganas de preguntar su condición lo invadieron rápidamente.
—Se lo haré saber a mi tío.
Asintió aguantando la respiración. Tanteó en sus pantalones hasta colocar en las manos de la castaña las llaves del auto.
—También dile que comúnmente estoy de lunes a viernes por las mañanas. Por si tiene algún problema con el acelerador.
Val se aguantó una risa y en su lugar levantó las comisuras de sus labios mientras rodeaba el vehículo.
—Pero hoy es domingo.
—Es una suerte que hoy me haya tocado venir, en todo caso su auto solo tendría un trabajo de procedencia dudosa.
Con un gesto de simpatía, Val se introdujo dentro del automóvil para echarlo andar; no sin antes mirar por última vez el rostro del castaño hasta tener lo suficiente para recordarlo a lo largo de la semana, o quizás un mes después de verlo levantar la comisura derecha de su labio en una sonrisa ladeada y floja.
Él lucía amable.
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